martes, 7 de abril de 2009

165.

“Reúnete conmigo en el bar a la entrada del Sector 6 en 30 minutos”

Sudaba, y mucho. Un par de gotas quedaron colgando de los pelillos que comenzaban a florecer en su mentón, para pesadamente caer sobre su viejo abrigo marrón. Sacudió la cabeza para eliminar los goterones más grandes y despejar la cabeza de esos pensamientos. Deseaba correr, pues sabía lo que dentro esperaba, pero a la vez también sabía que era inevitable. Tres personas salieron del local, y no pudo sino ponerse más nervioso: estupendo, pensó entre temblores, si me matan al menos no lo verán un canijo bigotudo, un pijo con mechas y… otro tipo sin características que destacar.

Atravesó la puerta de madera pintada de un tono verde desvaído, y se encontró con un bonito pub construido con madera y algún elemento metálico que servía para unir piezas. “Un lugar espléndido. Lástima que esté en el lugar donde está”. En una pared estaban colocadas unas mesas de maderas separadas por unos paneles de roble que a su vez servían de asiento, mientras que en la barra había unos altos taburetes con reposabrazos que hacían frente a una colección de diferentes botellas de licores y cervezas variopintas, de todas las clases, tamaños y sabores. El individuo, desde la puerta, lanzó un vistazo de lado a lado de la taberna, buscando al hombre que había enviado el mensaje. En las mesas simples con sillas estaba el encargado del bar, recogiendo los vasos del trío que acababa de abandonar el establecimiento.

- ¡Aquí, ven a sentarte!

Desde el penúltimo de los cubículos de madera, una mano se alzó para indicarle que se acercara. Lentamente, debido a sus muletas, se acercó a la mesa, donde aquel hombre le esperaba. Si no porque hacía poco tiempo que había ido al baño (y por baño quería decir que había orinado detrás de un coche), sus pantalones habrían comenzado a oscurecer desde su bragueta hasta los pies, formando un charquito amarillento en las tablas del suelo. Sentía miedo por lo que fuera a ocurrir.

- Siéntate, Yief. ¡Ponme otra, Jeff! – dijo levantando un botellín de cristal verde que contenía unas escasas gotas de cerveza en dirección a un tabernero que asintió con la cabeza. Volvió a mirar otra vez a su acompañante - ¿Tú que quieres? – Yief negó con la cabeza – Venga, no seas soso. Jeff, ponle otra de las mismas.

- ¿Qué es lo que querías? – el vagabundo temblaba con cada palabra que pronunciaba. Cada letra, cada pausa, cada espacio entre palabra se le hizo una eternidad inacabable. Los latidos de su corazón eran irregulares durante esos millones de microsegundos que se volvían lustros en la mente del zarrapastroso hombre; tan pronto parecía parado como golpeaba fuerte en su pecho intentando escapar en un incesante repique de tambor que no frenaba. Su rostro debía mostrar su estado, porque el hombre que tenía enfrentado se preocupó por él.

- ¿Estás bien? No tienes buena cara.

- Aquí tienes, Frank. Tu amigo no tiene buen aspecto, ¿se encuentra bien? – Frank asintió, y el dueño del pub se marchó tras la barra. Yief, aún sin recobrarse, miró de nuevo al frete, sorprendido

- ¿Sabe quién eres? ¿Es uno de tus ayudantes? – el tono que tenía no dejaba de mostrar su agotado ritmo cardíaco.

- ¿Qué te hace pensar eso? Ni que fuera el único ser de la ciudad, de los suburbios o incluso de este sector que se llama Frank – parecía a punto de echarse a reír, divertido ante la situación.

Cogió su botellín lleno y lo chocó suavemente contra el otro, más cercano a Yief, brindando antes de alzarlo y pegar un ligero trago que acabo en un suave suspiro de gustoso placer acompañada de un “qué fresquita” que dejó anonadado al hombre con muletas. ¿Cómo era posible, se dijo a sí mismo, que aquel hombre que se sentaba enfrente suyo y se atrancaba la garganta con cerveza y cacahuetes de un platillo de revuelto del que separaba el maíz fuera a la vez un peligroso criminal del que nadie sabía nada salvo su nombre y su marca?

Sorbió un poco de cerveza para intentar tranquilizarse, dejando que el líquido dorado cayese con su suave sabor amargo por su garganta, refrescándole ligeramente. Su corazón se relajó un poco, pero aún seguía nervioso. Necesitaba algo más para tranquilizarse, pero desde el fatídico día no tenía ninguna bolsa con su preciado polvo blanco.

- Yief…

Casi se quebró un diente con el respingo que dio, teniendo la mala suerte de que en ese instante tenía el cristal verdoso apoyado contra los labios. Dejó el botellín y se llevó la mano a los doloridos incisivos, que en ese momento parecían estar a punto de salirse de viaje fuera de la boca. Apretó ligeramente para evitar que siguieran bailando, y se giró, aún con el brazo apoyado sobre la dentadura. El espectáculo parecía divertir a su compañero, porque en esos momentos trataba de disimular el atisbo de una carcajada. ¿Qué clase de psicópata era ése? Yief siempre le había imaginado como alguien frío, calculador, que únicamente pensaba en matar. Alguien oscuro, no un tipo que se partía con chorradas y bebía cerveza por la mañana; un tipo que hablaba con la gente, tenía amigos y se recreaba de maneras normales.

- Yief, quizás yo no pueda leer la mente, pero no es algo que necesite para saber que estás nervioso. Relájate, ¿quieres? Lo que te voy a pedir requiere tranquilidad – Yief asintió, y exhaló fuertemente, fingiendo que se relajaba – Bien. Necesito que me digas una cosa acerca de tu habilidad. ¿Podrías averiguar cuántas personas se encuentran en una zona si utilizas tu habilidad?

“¿De qué puñetas me estará hablando? Será mejor contestar”

- Nunca lo he intentado, pero no creo que sea difícil. Cuando leo las mentes no escucho las voces propias de las personas, sino un reflejo de las mismas, algo distorsionado que se asemeja. Si separo los reflejos podría decirte cuantas personas hay en una determinada área.

- ¿Y localizar su posición? – Yief negó – De acuerdo, era demasiado pedir. Vale, te explico. Primero vamos a pasar por un piso para cambiarte de ropa, y luego iremos al sector 3 a una misión. No pongas esa cara, no vamos a por nadie… si no es necesario. Lo que tienes que hacer es fingir un papel y hacer unas preguntas, y mientras exploras un poco lo que diga con tu “abracadabra”. Fácil y rápido, no tienes que hacer nada complicado.

Frank se levantó, y Yief cogió sus muletas para salir. Sorbió el resto de cerveza de un trago mientras el asesino pagaba al dependiente, que le despidió con un cantado “Hasta mañana, señor West”. Esto extraño mucho a Yief, quien a la salida preguntó por ese detalle.

- No esperarás que le diga quién soy – puso acento burlesco y una cara ridícula – Hola, me llamo Frank Tombside, y voy por ahí pegando tajos, ponme una cerveza.

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Después de un buen paseo, que se alargó en buena medida por la cojera de Yief y la bronca de Frank, motivada por “te di una materia para que la usaras”, llegaron a un bloque de edificios de piedra gris, con yeso roto en placas amenazando con cubrir de polvo blanco las cabezas de los transeúntes de tal forma que suerte se tenía si no se acababa manchando. En el tercero de los siete edificios, la singular pareja entró en un pequeño portal con puerta de color bronce dorado, y que según Yief era de latón sucio, y subió al primer piso, en la puerta J. No era un hogar muy amplio, pero la carencia de muebles o enseres hacía que el espacio pareciese mayor de lo que realmente era. Las paredes eran blancas y estaban cubiertas de un gotelé muy pronunciado, de forma que se formaban unos amplios picos en las paredes que se clavaban en la carne y arañaban la piel si uno tenía el descuido de acercarse demasiado mientras caminaba, como comprobó el norteño al avanzar por un pasillo particularmente estrecho. “Si esto ha sido idea del diseñador, que me diga quien ha sido para no contratarle”. Bastante tenía con que le había curado a la fuerza los huesos de las piernas para que pudiera caminar al menos correctamente, alegando que luego ya tendría ocasión de poder partírselas de nuevo.

- Aquí tienes el baño – abrió una puerta, y mostró una habitación cubierta con azulejos oscuros con espirales albinas adornando las paredes. Un espejo, un lavabo, una simple estantería llena de frascos, cuchillas de afeitar y algún otro instrumental de aseo – Aféitate bien, arréglate el pelo y dúchate. En la habitación que está al lado tienes la ropa que necesitas.

Se apartó el gorro de la cabeza, y dejó caer sus ropas pesadamente sobre el suelo. No había tenido valor suficiente para quedarse con aquellas ropas nuevas, así que había vuelto a colocarse sus ropas viejas y dormir en la calle. Todo era culpa suya, así que pensó que debía recibir castigo por su propia mano.

Se agarró los lacios mechones de pelo grasiento con la mano izquierda, mientras que con la derecha blandía tranquilamente unas largas tijeras metálicas que más podrían haber pasado por instrumentos de cocina o de pescadería. Yief se tomó su tiempo en recortar ligeramente las puntas, para después pasar a eliminar todo el espesor que se había acumulado sobre sus ojos. Acto seguido cogió un bote de espuma de afeitar y se la aplicó, masajeando la cara; el tacto era suave y le gustaba notar como el músculo se movía bajo sus manos, distorsionando sus facciones mientras el gel azulado se convertía en una crema blanca refrescante. Pasó la mano por encima de la maquina eléctrica, pero desestimó esa posibilidad y recogió la cuchilla, pues prefería sentir la presión de la cuchilla sobre la carne en un intento de sentirse poderoso, de poder derrotar a un enemigo utilizando el metálico filo, aunque simplemente se tratase del pelo de la barba.

Se dio una larga ducha, y se quito de la piel el polvo y el sudor, insistiendo fervientemente en lavar y cepillar el cabello.

En la habitación de al lado le esperaba su nueva ropa: brillantes zapatos negros, pantalones del color del ébano, chaqueta a juego y camisa blanca. Uniforme de turco. ¿Qué planeaba Tombside?

- Vaya, te has tomado tu tiempo – dijo cuando salió, mientras iba abrochándose el último botón de la camisa. Puso tono burlón – Mira tú que guapo vas. Toma, tu acreditación. Agente Jack Kened, de Servicios Internos.

Frank se había vestido igual que él, e incluso llevaba otra placa, con el nombre Henry Courder resaltando en grandes letras negras. Le abrió la puerta y ambos salieron al rellano, donde una señora mayor subía con la compra dentro de un carrito de cuadros crema y ocre. La señora se dio prisa en entrar nada más ver sendas figuras trajeadas, y Tombside lanzó una mirada fulminante contra la puerta. ¿Parte de su actuación, o parte de su faceta siniestra? El joven Vanisstroff no pudo responderse a su propia pregunta.

Cinco minutos después, habían entrado en un amplio automóvil, y otros diez después estaban de camino a la placa superior.

- Bueno, te explico: lo que tienes que hacer es muy simple, entras y haces unas preguntas. Qué sabe de mí, informe médico de su incidente… Cosas de esas. Tienes todos los detalles en esa carpeta de ahí.

- ¿Solamente eso? ¿Por qué tengo que ir yo?

- Veamos… ¿Vas tú porque quizás a mí me puede reconocer? Y a eso suma que yo te lo mando. No me mires así, Yief - apartó los ojos un segundo de la carretera, mientras el semáforo permanecía en rojo – Tú ya sabías cuando te dejé por ahí que te tocaría obedecer. Y respondiendo a tu primera pregunta… Tienes premio si le lees un poco la mente a la chica.

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Al cabo de un buen rato aparcaron en el Sector 3 sobre la placa, frente a un edificio de elegante aspecto. Yief releyó la última línea del informe (“¿De dónde saca este tío estas cosas?”) y se bajó del vehículo.

- Y no lo olvide, agente Kened: escuche bien lo que tenga que decir y averigüe con quién está en la casa.

Ding, dong.

La puerta del ático se abrió y Yief se quedó de piedra. El objetivo de aquella misión, la persona a la que debía interrogar, la única que había estado lo suficientemente cerca del psicópata y había sobrevivido, y posiblemente un futuro cadáver si Yief investigaba algo comprometedor… era una joven rubia, con menos años incluso que él, y un cuerpo mucho más espectacular que el de la convaleciente Lucille. Tenía un busto espléndido, y unas caderas que no desmerecían, además de unos carnosos y rosados labios y una larga cabellera rubia. Llevaba el pantalón de tela negra propio de su oficio, junto con la blanca camisa de seda a medio abotonar, con lo que la mente de Yief se dejó caer por aquel escote tan generoso que desapareció entre hilos.

- ¿Sí? – dioses, pensó el falso turco, hasta su voz es un regalo - ¿Quería usted algo?

- Ejem… Sí, sí… - titubeó y vaciló, intentando recordar los detalles del informe – ¿Yvette Marie Giulianna Louise de Castellanera e “Brusca”?

- Bruscia. Le recomiendo recordarlo para un posible encuentro futuro – la exuberante muchacha le reprendió, y los colores subieron a sus demacradas mejillas.

- Perdone. Soy el agente Jack Kened, de los Servicios Internos de Turk. Si me permite, me gustaría realizarle unas preguntas…

- Oiga – interrumpió la joven – Ya dije todo lo que podía sobre mi compañero Creedan Dravo, así que si no le importa volveré adent…

- ¡Espere, no cierre! Quiero decir, que no es para hablar de eso, sino de usted.

- ¿De mí?

- Sí. ¿No es cierto que usted sobrevivió a un ataque de manos del conocido Frank Tombside?

Silencio. Durante un tiempo lo bastante largo como para que al hombre de Modeoheim le empezasen a caer sudores fríos por la espalda mientras sus rodillas temblaban ligera e imperceptiblemente y lo bastante corto como para evitar que saliese corriendo.

- Sí. ¿Por qué no se está realizando este interrogatorio en el cuartel general, como es lo habitual?

- Eso es algo que yo no sé, pero que seguro podrá preguntar a nuestros superiores. Sigamos – “Ni siquiera me invita a entrar y sentarme, la muy…” - ¿Recuerda usted algo del ataque? Cualquier detalle sobre Tombside, o algo que no haya dicho a sus superiores…

- No, ya dije que nos habían enviado allí a realizar una detención, y que formé un grupo con otros dos turcos, mayores que yo, a los que no conocía de nada. Uno de ellos cayó delante de mis ojos, y lo siguiente que recuerdo es que estaba tirada en el suelo. Me habían agarrado del brazo, y me dolía el pecho.

Yief estiró la mano a lo largo del bolsillo, hasta que sus dedos rozaron el pequeño fragmento de esfera gualda. En ese instante, Yief contó que en ese edificio habría unas nueve personas.

“Oh, sí, nena, como vas a gozar”

“Mierda, necesito más coca… Joder, ¿Dónde la he dejado? Jodermierdagrandeputa”

“¿Cuándo coño vas a acabar? Si no sabes meterla, deja de intentarlo”

“El brillo del mako en aquellos iris. No es algo que se pueda olvidar”

“¡Puto niño de los cojones! ¡Ha usado un billete de cien para hacer avioncitos!”

“Oh, sí, oh sí… ¡Vamos, nena, cabalga!”

“Y cuando el joven y valeroso guerrero empuñó la espada, nada tuvo que temer, pues los poderes de la luz le abordaron y…”

“Nunca podré olvidar aquellos ojos verdes ¿QUÉ COÑO ESTÁ HACIENDO?”

“Joder, podría pedirle que usara la lengua, a ver si así me pone. O por lo menos, me libro de su cara de gilipollas”

“Control ene, control ce, ahora aplico un filtro de desenfoque y duplico la capa y… Mierda, control zeta”

“Las flamas que salían de las fauces del dragón de ébano se tornaban azuladas…”

“Veamos, si aplico un degradado de azul a blanco… Mierda, control zeta”

“¡Hijo de puta!”

Lo siguiente que Yief recordó fue que la conexión telepática se había esfumado, y de pronto había sentido como cinco férreos y a la vez suaves dedos se estampaban con fuerza sobre su mejilla izquierda. Perfecto si lo combinábamos con sus otras lesiones y heridas aún si curar, dado que su compañero de misión sólo le había regenerado las piernas.

- ¡Hijo de puta! – Cerró la puerta delante de sus narices - ¡Ten por seguro que te rajaré y rellenaré de plomo a la próxima que te vea, palillero de mierda, y si eres de Turk ten por seguro que no querrás volver nunca al trabajo!

¿Pero qué coño…? De pronto Yief cayó en la cuenta… Había cerrado los ojos, respiraba con intensidad, tenía la mano en el bolsillo. Todas las piezas encajaban.

De vuelta al coche, el hombre conocido como Frank Tombside le esperaba apoyado en la puerta del coche, sin poder contener la risa y con la corbata desanudada.

- Bien hecho, Yiefito. No ha sido la mejor actuación del mundo, pero desde luego ha sido una buena comedia – y acto seguido comenzó a carcajearse, ahogando sus siguientes palabras - ¿Realmente te la estabas machacando?

- ¡Que voy a estar machacan…! Espera, ¡estabas viéndome!

- Sí, y debo decir que no me arrepiento de ello ¡Ja, ja, ja! – apenas si lograba articular dos palabras seguidas.

- ¡Hijo de puta! – parecía haber olvidado con quien hablaba, pero desde luego esa no era la prioridad del norteño en ese momento – No había pasado más vergüenza en toda mi vida, joder. ¿Qué coño se supone que estabas haciendo? – apartó de un empujón a su compañero, y se metió en el coche cerrando con un portazo.

- ¡Eh, que quien se ha metido en ese embrollo ha sido usted! Yo me he limitado a mirar – dejó escapar una risita, y tuvo que apartar la mirada cuando Yief le amenazó con ojos fulminantes, como diciendo eso de “si las miradas matasen…” – Bueno, tranquilízate. No vas a volver a verla. – arrancó el motor, y se puso en camino por la carretera en dirección a la autopista que bajaba a los suburbios.

- ¿Vas a cargártela? – “Joder, que está buena”

- Bueno, eso dependerá. ¿Has hecho los deberes? – Yief no tomó esto como una pregunta, y comenzó a relatar todo lo sucedido.

- Básicamente, creo que se refería a ti en esa frase acerca de los ojos. Creo que esa en la que nombraba a la madre iba dirigida a mí – y al instante Yief se arrepintió de volver a mencionarlo, pues Frank reprimió de nuevo la mueca de diversión.

- Está bien, no te preocupes – giró hacia él sus ojos esmeralda, y le dedicó una sonrisa – Te invito a un helado.

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Ding dong

- ¡Ya va, ya va! – abrió la puerta - ¿Quién es usted y qué coño quiere?

- Vaya genio… Verá, venía a preguntarle por Frank Tombside y

El golpe en la nariz le tumbó al suelo, y le dejó sangrando de las fosas nasales. También tenía un corte en el pómulo, producto de una singular sortija, anillo o lo que fuese. No sabía si lo que le había cortado era una calavera con fuego en los ojos o un corazoncito. Edward no podía asegurarlo, porque todo le daba vueltas.

- ¡No sé qué coño querréis tú y tu amigo Jack Kened, pero podéis iros a tomar por el culo ambos antes de que os meta la porra reglamentaria por la punta! ¿Entendido?

Volvió a pegar un portazo, y nada más supo de ella el hombre tendido en el suelo.

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- Espera, ¿me estás diciendo que no sabes qué sitio es este?

- ¿Cómo quieres que lo sepa? Por si no lo recuerda, muy señor mío, estaba en la calle hasta hace muy poco.

Estaban en una cafetería con dos pisos, uno dedicado a los fumadores y otro libre de humos, de colores grises y blancos y con mullidos asientos bastante amplios de color negro, situado en pleno centro del Sector 5 sobre la placa. Tenían un amplio expositor con incontables tarrinas de helados de diferentes sabores y colores: plátano, galletas, crema, azules, verdes, limas, vainilla, y un extenso etcétera. Al lado, en una barra tres camareras servían cafés y helados a una vertiginosa velocidad debido al gran volumen de clientes que tenían. Un camarero que rondaría la cincuentena estaba dando órdenes al grupo de chicas, mientras él mismo quemaba en un vaso licor para preparar una variante de café.

- ¡Pero me leíste la mente! – Frank parecía querer gritarle, pero la heladería estaba atestada de padres con niños pequeños, adolescentes con sus parejas y un trío de particulares ancianos que lo único que hacían era beber su tacita de café rehogada con un chorro particularmente generoso de coñac. Un par de goterones de su helado de frambuesa silvestre cayó sobre la mesa, y se apresuró a limpiarlo con una servilleta de papel. Yief, por su parte, se había pedido un helado de menta con trocitos de chocolate, y se hubiera pedido algunas bolas más de extraños sabores si no hubiera querido abusar de la cartera del asesino.

- Leer la mente implica oír lo que piensas, no ver los dibujitos que se forman en tu cerebro.

- Pues vaya… - parecía decepcionado.

Pasaron un pequeño rato en silencio, aguardando a que una pareja que fervientemente se manoseaba por debajo de la mesa contigua decidiese que había llegado el momento de marcharse. Cuando los dos jóvenes se hubieron largado, Frank le lanzó unas llaves sobre la mesa.

- Toma. Son las llaves del piso en el que hemos estado. Tu nuevo piso. Ahora vives allí.

- ¿Qué? Pero… ¿Por qué? – Yief se acordó del piso donde había comenzado a vivir con Lucille.

- Bueno, estás en la calle, Yief Vanisstroff. Y no creo que tengas el arrojo suficiente para vivir en casa de tu amiga, esa tal Lucille que se encuentra en coma. Y tampoco vas a volver a Modeoheim, ¿me equivoco? – Miró con sus musgosos irises a un sorprendido Yief, que parecía querer balbucir algo – No eres el único que sabe leer la mente. O las noticias de internet, no recuerdo qué era.

- ¿Me has investigado? – no cabía en sí de asombro. Quería gritar, saltarle a la cara y rompérsela, abrirle en canal. Hacerle sufrir, herirle como él le había herido. Conocía a ese hombre personalmente no hacía más de un mes o unas semanas, pero este ya le había traicionado en diversas ocasiones. “Cuidado, Yief, te las estás viendo con un psicópata”

- Venga, no te enfades. ¿Tú no sabías cosas sobre mí? No me dirás que yo soy un personaje anónimo y tú un tipo que ha estado escondido debajo de las piedras todo este tiempo.

- Sí… Digo no… Quiero decir, yo sé sobre ti, pero…

- Está bien, te contaré una historia antes de que te vayas a dormir –durante aquella interrupción parecía divertido ante su símil, y esbozó una amplia sonrisa – No quiero que me interrumpas, porque voy a abreviar bastante y no quiero perderme.

- ¿Qué me vas a contar? Soy mayorcito para cuentos.

- La historia de los Tombside. Venga, dime que eres mayorcito ahora que sabes que no es el cuento de “La lechera”. Todo empezó con un primer Tombside: aquel era un tipo un tanto, para que negarlo, gilipollas. Era un subnormal tarado que pensaba que la simbología religiosa podía ser “aterradora e impactante” – hizo gestos de comillas con los dedos, que crujieron convergiendo en un sonido que molestó mucho a Yief – y tras lo de esos dos niños sobre el ying y el yang fue rápidamente sustituido por otro. No sé cómo se libraron del primero, pero luego vino un tipo, al que seguramente conozcas porque su caso fue el primero en ser descubierto. La chica que fue violada, matada y después vuelta a violar junto a los dos cadáveres en llamas. Muchos coincidieron en que era un genio, y que eso fue algo genial dentro de su ambiente macabro, pero tampoco duró nada, porque el primer Tombside volvió y le quitó de en medio, y nunca más se supo de él. ¿Muerto, quizás, o simplemente desaparecido? Puede que encerrado, pero no lo sé. Eso te lo podría contestar el primer Tombside, pero volvió a ser remplazado por su continua manía de darle a todo un trasfondo religioso, para que la gente creyese que se enfrentaba a un “justiciero divino” o polladas de esas. Unos cuantos asesinatos más a manos de unos tipos que eran decentes: sustituidos por razones que no sabría decirte, alguno creo que se cansó de todo eso, y ¡PAM!

- ¿Llegamos a ti? – pregunto Yief, quien se veía desbordado por la cantidad de información que estaba recibiendo. “¿Cómo es que nadie escucha lo que estamos hablando?”

- No. Llegamos al gilipollas de los gilipollas, al “bobotonto”, a un inepto que ni hecho a propósito, un tipo que creía que cargarse a todo bicho viviente que tuviera un mínimo reconocimiento en la ciudad, de manera que iniciase una espiral, sería algo estupendo. Incluso trazó un plano de víctimas, siguiendo un dibujo casual que habían formado los anteriores crímenes.

Cogió una servilleta, y sacó un bolígrafo negro de la chaqueta. Con paciencia, dibujó un círculo, y lo dividió en ocho partes iguales. Después, numeró a cada una, del uno al ocho, y sobre ellas trazó una serie de puntos, de manera que una sonrisa y un par de ojos salieron a la luz.

- Gilipolleces de un gilipollas. Creo que tuvo un par de golpes buenos, pero eso no le disculpa de hacer múltiples cagadas: perder víctimas de manera tonta, dejarse ver por un borracho, cargarse a un tipo en su casa a plena luz del día y en la placa, por si fuera poco. De hecho, ese fue el Tombside a quien pillaron en la redada, y que escapó por poco. Dejó una buena estela de destrucción y muerte, pero era un chapucero de mierda y no servía para nada, y no se volvió a saber nada de él.

- ¿Y eso? ¿Desapareció sin más?

- Ni más lejos de la realidad – negó Tombside

- ¿Entonces? ¿Se murió?

- No. Le maté yo.

4 comentarios:

Astaroth dijo...

3
Bueno, he quedado contento con el resultado. No lograré ni a tiros 30 páginas de Word, pero estas 8 páginas y 2 líneas me han gustado. Puntualizaré detalles (y creo que tengo un error por ahí suelto, así que avisadme si encontráis algo), pero esto queda.

Es la primera vez que doy algún detalle del físico de Tombside. La idea original era que Ukio lo mencionase de pasada en uno de sus relatos con Yvette, pero la idea quedó colgando y al final he decidido incluirlo yo, con ayuda del señor Yief (benditos sean él y su materia).
¿Qué opinan sobre los ojos? ¿Bioterror?

dijo...

Estoy algo confuso con los diversos Tombside, si el que acuchilló a Ivette fue el del plan de la cara sonriente...¿Por qué vio los ojos Mako del actual?

Por lo demás, me ha gustado el relato, me agrada saber que Yief te ayuda a atar cabos sueltos en tu historia xD.

Ukio sensei dijo...

Vamos a tener que hacer cabalas tu y yo... Muchas cabalas.

De todos modos, me está gustando, y me gusta ver que gente que escribe en azoteas crece en sus relatos, y adquiere práctica (y con ello, perfección).

De todos modos, que es eso de Modeoheim? Era Nibelheim, no? (Mi memoria, y sus muchos cubatas...)

Y la pifia: Yief coge un bote de espuma de afeitar, pero se afeita con gel.

También parece que Tombside primero se queda esperando en el coche, pero luego resulta que ha estado en la "entrevista" con Yvette (Muy bien reflejada, aunque mucho trato de "usted" y poca "brutería innata"). Y si: El parecido entre Bruscia y Brusca es intencionado. XDDD

Astaroth dijo...

Sabía que tenía un error, aunque nunca me hubiera fijado en lo de la espuma y el gel de afeitar. En cuanto lo revise corrijo eso.

Modeoheim es una ciudad que aparece en Crisis Core. Está en el área de Iciclos, y es un pueblo minero que lleva años abandonado.