sábado, 16 de febrero de 2008

107. EVENTO ESPECIAL

El rugido confuso de guitarras marcaba el final del concierto tras el muro de azulejos sucios.
- Todas sois unas mentirosas.
La mamada había quedado brutalmente interrumpida por el tintineo de las cadenas plateadas golpeando graciosamente el cañón de la pistola. Frente al arma, sentada sobre la tapa del retrete, había una chica regordeta que rodeaba la verga del tirador con sus dedos rechonchos. ‘Grim’, observando a través del marco borroso que había proporcionado el alcohol a su vista, podía distinguir, tras el punto de mira, la desenfocada figura de la muchacha, embutida en una camiseta de tiras muy escotada a juego con una minifalda negra y unas medias de lana a rayas, y la mirada asombrada y dudosa que lo escrutaba con ojos muy abiertos. Detrás de la puerta del excusado se oía a dos mujeres jóvenes conversando sobre la sombra de ojos y sus efectos de atracción sobre los machos incautos, aparte del estruendo y vocerío que hacía temblar el Highlandern Cavern desde su interior. Jim ‘Grim’ Garrison amartilló la pistola disfrutando del característico sonido de cerradura.
- Cómetela –observó la reacción torpe de la joven-. La pipa, idiota.
Ante la presencia de un calibre 45 siempre sobran las palabras y las vacilaciones, por desgracia las últimas son inevitables. Primero miró a ‘Grim’, luego a la boca del cañón, de nuevo a uno y otra vez a la otra. Un golpe de culata en la mejilla la animó a saborear la plata que bañaba la corredera de la Marcus 32. Vio cómo bajo el flequillo teñido el Turk se entrecerraban unos ojos ansiosos y sibilinos. Dirigió su mirada hacia el arma e imaginó diez planos diferentes de su propio cráneo reventando bajo la fuerza de una bala. Sus ojos comenzaron a lagrimar en dos ríos salados de abundante caudal que se llevaron por delante el maquillaje negro que marcaba más sus ojeras. Sus labios, también a juego con su oscuro atuendo, temblaban en un intento de abrir la boca. Su mano derecha soltó suavemente, con cuidado de cirujano, el falo de ‘Grim’, que no bajó de su erección, y tocó con la punta de los dedos la muñeca del trajeado. Se lamió los labios, reconoció el gusto del carmín y mordió el frío metal de la automática. Cerró los ojos y rezó por volver a abrirlos. Con mucho miedo notó cómo el cañón se deslizaba entre sus incisivos hasta que sintió la presión abultada del punto de mira en el paladar, provocándole una arcada que sacudió toda su garganta. Frotó con su lengua parte de los grabados de fábrica “HK MS32 MGSFCOM Cal. 45” y bañó con su saliva la boca del cañón. El calor de sus lágrimas comenzaba a quemarle alas mejillas. Empezó a describir un movimiento de vaivén que hizo que sus muelas chocaran un par de veces contra el duro armazón del cañón. Profirió como pudo un llanto que escapó sonoramente y sacó el arma de su boca. Sólo se le ocurrió besar el dedo que rodeaba el gatillo.
- ¿Por qué te tomas la libertad de detenerte? –inquirió él, que ya liberaba su brazo escayolado del cabestrillo que lo rodeaba-. Creéis que no doy la talla y sin embargo cedéis sumisamente ante la envergadura de un revólver. Sois unas furcias arrogantes que sólo pretenden mantener la vagina rellena con lo más enhiesto y grueso que tenéis a mano. Y luego nos ridiculizáis por puro entretenimiento, para celarnos. Ahora vais a recibir una lección de modestia a base de fuego y plomo. ¡Venga! ¡Chúpala como si fuera un polo, joder!
Fuera de sí, Jim introdujo la pistola tan violentamente en la boca de su víctima que casi hizo saltar uno de sus premolares. Se deleitó al ver cómo brotaba un hilillo de sangre y baba por la comisura de los carnosos labios. Acto seguido agarró su pene erecto con la mano vendada y comenzó a masturbarse evitando las rozaduras con el apósito. Miró a la chica realizar entre lágrimas y sollozos su morbosa labor y se excitó insanamente. Su raciocinio escapaba del éxtasis provocado por la presión, el movimiento y la calidez que hinchaba su miembro viril. Bajó la mirada y creyó ver la cabellera rubia de Yvette, cuyas puntas doradas rozaban sus genitales produciendo unas cosquillas que semejaban punzadas eléctricas quemando amorosamente sus nervios. El índice comenzaba a retorcerse sobre el gatillo empapado en sangre escarlata. El cénit orgásmico no tardo en apoderarse del cuerpo de ‘Grim’, que eyaculó en el opaco pelo negro de la muchacha. Dejó caer el brazo derecho, retirando su arma de la cavidad oral de la fémina.
- ¡Bang! –rió.

El joven trajeado empujó la puerta del escusado con la espalda. Las dos amigas que parloteaban frente al espejo se sorprendieron ante la oscura elegancia ceñida del Turk, presencia que, dado el uso poco ortodoxo de los baños que realizaban las parejitas más atrevidas, aun era difícil de ignorar. ‘Grim’, ebrio como estaba, oteó con el ojo izquierdo -aquel que su peinado de canas pintadas no cubría- el par de molestas gallinas presumidas, que ya habían advertido la bragueta abierta y la culata que asomaba por encima de la cintura del pantalón en una especie de saludo amenazador.
- Largaos –susurró el matón.
No hizo falta repetirlo; las aludidas supieron leer los labios gracias al miedo que casi las hizo añicos por dentro. Apuraron el paso hacia la puerta y cerraron ésta con fuerza. El ruido procedente del local remitió, ya se podía oír claramente el desconsolado y agudo llorar de la moza que permanecía sentada en el inodoro. Garrison, volviendo en sí tras el portazo, se remangó frente al lavadero y abrió el grifo. Las tuberías chillaron al mismo tiempo que un grito gutural a modo de llanto escapaba por la garganta afónica de la muchacha, que en su triste ostracismo forzoso ignoraba la escrupulosa forma en que el pistolero se frotaba tanto la mano sana como los dedos de la escayolada. Éste se volvió y avanzó sacudiendo la diestra mojada hacia la cara de ella, empapada en lágrimas y rímel corrido. La boca del grifo seguía expulsando agua acompañada del chirriar oxidado de una instalación deficiente de la fontanería. La suela del zapato de lona negra se clavó en el rostro femenino. La pobre niña intentó sacarse a ciegas la bota de la cara lanzando manotazos y profiriendo aullidos patéticos que llegaron a irritar enormemente al agresor. La angustia y la confusión que la poseyeron en forma de dolor, ceguera y ensordecedor chillar de tuberías no le permitieron ver a Garrison que, a sus ojos apenas videntes, parecía realizar un extraño ejercicio de manos tras la sucia cobertura de su pie. Al fin se vio liberada del suplicio y gritó, ahogada en lágrimas:
- ¡Déjame! ¡Déjame en paz, sádico hijo de puta!
- Faltaría más.
El punto y final lo puso el cañonazo silenciado por el supresor de la automática adornada con cadenas y calaveras metálicas. Se disparó una bala directa al estómago, el cual terminó reventando entre bilis y hemoglobina. La respiración de la chica fue interrumpida por el vómito de vísceras ensangrentadas, que salpicaron la pernera derecha de ‘Grim’. Un segundo proyectil callado terminó con la agonía ardiente de la ajusticiada atravesando su globo ocular y destrozando el interior del cráneo, cuyos sesos acabaron en los sucios azulejos de la pared y en parte de la cisterna. El asesino se deleitó al oler el familiar perfume de la pólvora, giró sobre sus talones y paseó fúnebremente hasta ponerse frente al espejo. Silbó entre dientes una nota de sorpresa. Ante su propio reflejo observó con detenimiento su flaco cuerpo vestido con una camisa a cuadros, engalanada por una corbata roja y un pañuelo blanco a modo de cabestrillo, y una americana desabrochada no muy apretada, dada la lesión del brazo. Apoyó la pistola en el borde de la pila y cerró la llave de paso del grifo. Observó, embelesado por el alcohol, su cara, algo pálida, y se enamoró de ella porque era hermosa, frágil y sólo para él y nadie más. Se relamía lascivamente el diminuto aro que atravesaba su fino labio inferior cuando reparó en sus ojos verdes, profundos como un pantano. Se hundió, por así decirlo, en sí mismo y besó su propio espectro invertido.
- ¡Mierda! –el clímax fue rasgado violentamente por el intenso hedor de heces proveniente del cadáver-. Se acabó lo que se daba.
El oscuro charco de sangre ganaba terreno paulatinamente, acercándose al caro calzado del Turk, que se arregló el flequillo a su gusto, recogió su Hogard & Kent del 45 modificada y abandonó el servicio de señoras.

La multitud reunida en Highlander Cavern dejaba paso al personaje de negro, quien dejaba tras de sí un camino de miedo cercado por la gente intimidada ante el centelleo de su arma. Jim ‘Grim’ llegó a la mesa donde sus compañeros de armas: Carlos Montes y Dirk van Zackal, tan vendados como él, acompañados de las dos chicas Jennifer ‘Jelly’ Jellicos, la rubia despampanante, y Susan Soto, la morena esbelta. Van Zackal alzó su media pinta en señal de saludo al recién llegado y éste simuló un tropezón para caer encima de ‘Jelly’ y tocar las dos insignias que hacían honor a su nombre. Ambos se besaron larga y lascivamente. ‘Grim’ apoyó con cierta fuerza la punta del silenciador sobre el sugestivo pubis de la chica, quien dejó escapar un gemido que se perdió en el interior de la boca de su don Juan. Al fin sus labios se despegaron dejando inapreciables hilillos de saliva entre ellos. ‘Grim’ dejó el arma sobre la mesa, llamando la atención de sus camaradas.
- Vamos a por la última ronda –anunció para todos sin dejar de mirar a los ojos azules de la Turk rubia-. ¡Y esta vez invito yo!
Todos vitorearon y aplaudieron como monos ebrios al orgulloso Garrison al tiempo que éste iba hacia la barra acompañado de Jellicos, aferrada a su cuello con pretensión de montar a caballito. Ella brincó y rodeó con sus piernas el abdomen flaco de Grim, quien sonrió al sentir la presión afrodisíaca de los abundantes pechos escondidos bajo el top de cuero blanco de la chica.
- ¿Qué tal te ha ido en el baño con Mónica, cielo? –inquirió ella, acercando la boca a la oreja de su amante-. Estaba como loca por conocerte.
- Bastante bien–hincó los codos en la barra, buscando la atención del camarero-. La muy zote era la típica zagala totalmente obcecada en perder la virginidad antes de la mayoría de edad. ¡Qué chiquillada!
- ¿Sabe soplar? –mordió la oreja de ‘Grim’, acentuando más el doble sentido de la expresión.
- No puedo quejarme –admitió con siniestra modestia antes de que Liam le atendiera-. Pide tú las bebidas, que los nubarrones de mi cabeza no me permiten pensar con plena claridad.
Obedeció la aludida a la verborrea de su compañero y, desde la altura que le proporcionaba su ecuestre posición, enumeró de memoria las cuatro filas de cinco chupitos que deseaba. “Tequila, piruleta...”; a partir del segundo elemento de la lista recitada se perdió Garrison en sus propios pensamientos cuando vio que a su lado se encontraba Larry St. Divoir, compañero de oficio y nada más, que lo saludaba con un desganado gesto de cabeza y recogía dos botellas de cerveza fría para luego perderse de visto entre un montón de caras desconocidas. Unos toquecitos tímidos en su frente lo avisaron de que la bandeja con los vasitos ya estaba servida sobre la barra. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que vio a Divoir? El regente masculló algo que el cerebro de ‘Grim’ asimiló a medias: El trajeado sacó su cartera, unida a su cinturón por una cadena de hierro, y pagó los veinte giles. ‘Jelly’, aún montada, se propuso llevar la bandeja sobre la cabeza de su montura. Así, haciendo equilibrios y riéndose a pecho partido, acabaron por llegar a la mesa con los demás. La chica desmontó de Garrison, a quien le había vuelto parte de la lucidez.
- ¿Dónde han quedado el limón y el salero? –preguntó, algo exaltado, Montes.
- ¿Para qué quieres todo eso? –la inexperiencia de Susan quedo bien plasmada en cinco palabras.
- Para acompañar el puto tequila, hombre –a Carlos le ofendía la ignorancia etílica de la gente-. Bueno, ya da lo mismo.
Terminadas las quejas, los cinco Turk fueron sirviéndose de sus respectivos vasos de licor. ‘Grim’ empezó por las mezclas más suaves y coloridas, dejando el tequila para el final. Creyó oír a van Zackal advirtiéndole de que debía bajar el ritmo, pero desde el segundo trago, cuando el ardor en e estómago comenzaba a ser bastante notorio, Garrison ya no estaba para atender a razones. Observó el cilindro de cristal que contenía el tequila. Pensó en el insípido deglutir de ese licor barato, la desagradable quemazón de combustible secando húmedamente las paredes de su garganta y, en el peor de los casos, la posterior vomitona, lo que significaba el duro adiós a su querida borrachera. Todo por culpa de la negligencia del camarero. Cogió la pistola que descansaba sobre la mesa de madera, dio la espalda a sus atónitos compañeros y se dirigió dando empujones hacia la barra. Sin saber muy bien lo que hacía, impulsado por una molestia hinchada por un orgullo ridículo, su cuerpo no pesaba y los brazos parecían tan ligeros que escapaban a su control. Ya nada tenía sentido: la precaución, la amabilidad, la educación, la modestia, la conformidad, los gestos de aquél o de otro, los gritos, el miedo, la sangre ajena... Todo a tomar por el culo. La música que era un murmullo de cataratas y la destrucción llamaba a la puerta de la razón. El arma en su mano derecha era una pluma con la que plasmar lo que él creía en algo tangible.
Lo único que podría recordar de aquel corto lapso sería la cara de un camarero al que había agarrado y sacudido, los ojos de gacela cazada de Liam bajo el cañón, la elegante y transparente silueta de una botella de vodka que fulguraba con luz propia en el estante y sus propias palabras:
- Como compensación quiero ese puñetero bebedizo, o juro que los de la funeraria tendrán que recogerte con una fregona.
Seguido de un montón de imágenes borrosas y caleidoscópicas (las letras Dranoff grabadas en vidrio, sus jóvenes amistades corriendo hacia la salida y humo saliendo del orificio del silenciador) vio a pocos metros de él a Dawssen Peres, imponente y fumador, clavando sus ojos glaucos directamente en su alma. ‘Grim’ rió entre dientes y dedicó al Turk veterano su dedo corazón de la mano izquierda, que notaba dolorida y oprimida por la escayola. Firmada así su sentencia de muerte, salió del bar con litro y medio de vodka bajo el brazo armado.

A unos quinientos metros del Highlander, Montes, Soto y van Zackal, vigilantes, fumaban a la entrada de un callejón, dentro de éste, recostado contra la pared, ‘Grim’ carcajeaba escandalosamente frente a la acongojada Jellicos.
- Creo que voy a mear –balbució Garrison, y acto seguido se introdujo aún más en la oscuridad del callejón dejando su pistola y la botella a cargo de la chica.
- ¿Ya se ha calmado? –preguntó Susan desde la esquina.
- Acaba de irse a hacer pis –informó ‘Jelly’.
El móvil de Montes pitó y respondió con voz forzada a la llamada, parecía proceder del despacho del Mismísimo. La cara atenta y algo desencajada de Carlos profetizaba una tormenta diplomática de las gordas. Hablaba rápido y en voz baja, lo que insinuaba el carácter confidencial de la conversación. Van Zackal y Susan oían sin escuchar, se temían lo peor después de la aventura del bar, donde ‘Grim’ había disparado al dueño del local en un pie. Montes asentía por última vez y colgó.
- A ver... –asimiló lentamente el torrente de información y órdenes, cogió aire y se dispuso a resumirlo a sus dos compañeros-. Eran órdenes directas del trono: Parece ser que Sephiroth ha invocado un pedrusco enorme y... eh, va a estrellarse en Midgar. Esto... Por ahora no se sabe con seguridad cuándo va a caer. Dijo algo sobre el statu quo, un toque de queda y mano dura. Quiere que todos los Turk nos reunamos en el edificio ShinRa en menos de media hora.
Lo hubiera seguido un plomizo silencio de no ser por el salpicar de los orines de ‘Grim’ al fondo del callejón. Los tres miraron a la placa superior, en un intento inútil por confirmar la existencia del meteorito. Jellicos había escuchado toda la conversación y se asustó al ver a ‘Grim’ saliendo de las tinieblas. El trajeado conservaba una sonrisa dibujada en su cara. Rodeó los hombros de la rubia con el brazo izquierdo. Ella cayó inmediatamente en la cuenta.
- ¿Qué has hecho con tus vendas? –le dijo.
- Me molestaba horripilantemente y me la quité-explicó.
Se besaron.
- ¿Ya estás mejor?
- Sí, acabo de evacuar casi todo.
‘Jelly’ pensó por un momento en el meteorito, en la incertidumbre de una muerte inminente. Si lo decía Rufus no podía ser una broma. Temió la soledad, no poder aprovechar sus últimos días abrigada por el calor varonil. Su cuerpo le pedía a gritos huir con él y vivir.
- ¿Me quieres, Jim? –lo miró con ojos humedecidos.
- Ya sabes que yo os amo a todas, Jenny.
Y selló lo dicho con un último ósculo.

Cuando los cinco hombres de negro se fueron calle abajo y ya se desdibujaban sus figuras en las tinieblas urbanas, un vagabundo empapado salía a toda prisa del callejón que momentos antes vigilaban los matones, su mano agarraba lo que parecía ser un cilindro de escayola cortado longitudinalmente. Lanzó el objeto hacia donde habían ido los jóvenes Turk y gritó:
- ¡Cacho cabrones!

martes, 12 de febrero de 2008

Aclaraciones de ambientación




Interrumpo la lista de relatos para poner algo en lo que me he fijado, viendo la película Final Fantasy VII Advent Children: Last Order.



Los soldados de Shinra, los PM, famosos por morir de 10 en 10 y tener el poderoso rango de "incordio" entre los status de enemigos videojueguiles, llevan fusiles M16A1.


Su nombre "oficial" en Azoteas es MF22 (MF Significa Military Firestriker). Así que ya sabéis.

PD: También hablé en la extensión del relato 101 del Shinra Cavalier, el cual no es otro que el Lexus IS o Toyota Altezza.



Hala, pasadlo bien. Nos leemos.

domingo, 3 de febrero de 2008

106. EVENTO ESPECIAL

Blackmore miraba la calle desde su ventana. El ruido proveniente de la Highlander le había despertado y ya no podría volver a dormir. Los jóvenes se mostraban felices, sin miedo a la vida, bebiendo, gritando, moviéndose; y, en cambio, él estaba protegido contra un enemigo invisible tras el cristal. Haría aproximadamente año y medio que no salía a la calle. Si bien su salud había decaído lo suficiente como para que moverse fuera un enorme esfuerzo, realmente lo utilizaba como excusa para no salir. Tenía miedo, pero desconocía a qué.

No había arrancado una sola hoja del calendario que se encontraba al lado de su ventana desde la muerte de su hija. Ni siquiera había permitido al delincuente de su nieto hacerlo. Para él todos los días eran la misma rutina, y eso le hacía sentirse cómodo y seguro.

Se oyó un ruido de llaves seguido de un portazo. Su nieto Rick había entrado en casa.

- Habrá venido borracho – pensó para sí mismo.

Nunca se había llevado bien con él, y su comportamiento había empeorado bastante en los últimos años. Sin embargo, era lo que le separaba de la soledad absoluta, y en cierto modo le recordaba a la excelente relación que tiempo atrás había compartido con su hija.

- He comprado comida – dijo Rick con voz apagada. – Ordénala como quieras, yo me voy con mis amigos.

Al menos había tenido el detalle de hacer la compra antes de meterse en problemas. John Blackmore le hizo un gesto con la cabeza en señal de que le había escuchado y volvió a observar por la ventana.

El joven dejó su chaqueta y su gorro encima de la mesa de la cocina y sacó una pizza precongelada de una de las bolsas que había traído. La dejó unos cinco minutos al microondas mientras hablaba por teléfono móvil con alguno de sus amigos.

A Blackmore le molestaba esa forma de hablar. Esa forma despreocupada y entusiasta de hablar. Se levantó de su mecedora y encendió la radio

<< Sin embargo, el director del departamento astronómico de ShinRa, Boris Oldfield, ha comunicado públicamente que es nula la probabilidad de que el meteorito choque contra la Tierra. Pudo explicarnos en una detallada entrevista que pasaría a unos 40.000 kilómetros de la Tierra y que posteriormente desviaría su órbita, "no chocará contra la Tierra", nos aseguró el experto. Pero sigamos con el debate… >>

¿Un meteorito? Sí, había oído algo al respecto hacía unas horas en la misma cadena, pero realmente no era algo que le preocupase. Para él era un problema lejano, mucho menos influyente que ese desconocido mundo exterior.

El microondas empezó a pitar. Su nieto sacó la humeante pizza del microondas y la dividió por la mitad. Siempre le dejaba una parte, pero a él no le gustaba la pizza, así que terminaba tirándola.

- Me voy – anunció Rick una vez hubo terminado su trozo, y miró cómo su abuelo se volvía a sentar en la mecedora junto a la ventana.

Le irritaba ese comportamiento, pero le habían educado para ser amable con él. Sin embargo no era más que otro mueble de la casa: no aportaba conversación, ni afecto, ni dinero. Por su culpa tenía que pasar la mayor parte del día fuera de casa, si quería escapar de aquella presencia triste y gris.

Bajó las escaleras de su bloque y se dirigió a un grupo de jóvenes reunidos en círculo en la acera opuesta, en frente del Highlander.

- ¡Hola, tío! – gritaron varios al verle.

Había unas dieciséis personas en aquel grupo, cada uno con uno o más vasos de litro en sus manos o apoyados en el suelo.

- ¡Por el meteorito! – brindaron con guasa otras personas más mayores a su lado.

- ¿Cómo pueden tomárselo a broma? – preguntó un joven del grupo de Rick.

- Toma, bebe – le interrumpió otro ofreciéndole violentamente su vaso. – Y cállate.

Esto era muy diferente al ambiente de su hogar, y eso era algo que agradecía. Entró al local a por una bebida junto con unas amigas y pudo notar el humo en los ojos, mientras sus oídos y corazón retumbaron al son de los altavoces. Se acercó a la barra y pidió un litro de cerveza. Apenas le quedaba dinero para el resto de mes, pero esa noche no importaba.

105. EVENTO ESPECIAL

Victoria caminaba con paso pensativo por los oscuros callejones de Mercado Muro. Hacía rato que llevaba esa expresión abstraída en la cara, y Eduardo había preferido no molestarla, dejando que pasease a su aire mientras él se quedaba a charlar con Liam.

Todo empezó en la Higland Tabern, durante el grandioso concierto. Hasta el momento, la joven se había dedicado a disfrutar de la música mientras saboreaba un zumo de Nuez Kupó. Su abuelo era capaz de jurar que seguramente estaba trazando en su cabecita los próximos planes de asesinato y escogiendo a las víctimas. No estaba lejos de la verdad, hasta que a Victoria le dio por ojear el lugar.

Y una escena captó su atención.

Dos heavys melenudos, con chupas de cuero y garimbas en mano, reían con grandes carcajadas mientras se soltaban puyas criminales, acompañados por una chica alta de largo cabello oscuro y mismo estilo de ropa, que no hacía más que brincar junto a ellos y fingir atacarlos, o simplemente los abrazaba con espontaneidad.

En uno de sus ataque fingidos al más alto, éste se lo devolvió, y ambos empezaron un... ¿combate? No se podía definir así, teniendo en cuenta que el greñudo no tardó ni un minuto en perchar a la chica por el cuello y semi-inmovilizarla, mientras ella se revolvía como un gato furioso. Ambos ejecutaron diferentes llaves y movimientos de lucha, aunque el hombre siempre llevaba las de ganar.

Pero no era eso lo que había captado la atención de Victoria, si no el sencillo hecho de que, mientras todo aquello ocurría, la chica estaba sonriendo con ganas.

¿Dónde estaba la lógica? ¡Le había retorcido un brazo y la había aplastado contra el suelo! ¿Cómo podía reírse tan alegremente y a los dos segundos darle un abrazo de oso a su atacante, aderezado con un "Myuuuuuuuuuuuuuuuu..." mimoso? Se fijó más en la joven morena. No debía tener más de 19 años, cuando sus acompañantes tenían pinta de haber pasado los 22. Y allí estaban los tres, tan amigos.

Esa escena se grabó en la mente de Victoria. Y con ella bailándole por la cabeza, su expresión pensativa, se levantó de manera casi inconsciente y salió del local. Su abuelo no la detuvo, algo en su actitud le incitó a no hacerlo. Y ahora estaba allí, preguntándose algo que ni siquiera sabía lo que era.

¿Qué le pasaba? Ella nunca quiso amigos. Cuando fue consciente de lo que era, cuando sus síntomas se hicieron evidentes, entendió que jamás podría tener una vida normal, ni unas amistades normales, y por tanto se resignó. No hizo nada por cambiar una situación que hasta le convenía, pues hacía más fácil su trabajo. Pero ahora...

Al ver a aquellos tres amigos, algo se había removido en su interior. Recordó las palabras de su madre.

"Tú nunca crecerás más físicamente, hija mía. Serás una niña hasta tu muerte. Este es el resultado por el cual tu padre y yo fuimos tan torturados."

Sacudió la cabeza, pero la voz de Maya Renlen siguió retumbando.

"Si la gente descubre lo que eres, te rechazarán y te harán daño. No debes confiar en nadie. Todo lo que es diferente asusta a la gente, y lo que a la gente le asusta, la gente lo destruye. Y tú eres diferente, hija mía".


- Lo sé...- eran las primeras palabras que pronunciaba desde que salió de la Higland.- Lo sé, maldita sea, claro que lo sé, lo compruebo cada mañana cuando m veo al espejo...- su andar se detuvo, sus puños se apretaron.- Pero por qué...¡¿por qué no puedo ser como ellos?!- dejó escapar a la nada, revelando lo que realmente le dolía.

Porque cuando vio a aquellos chicos, por un fracción de segundo, quiso ser una de ellos.

- Madre... ¿realmente no puedo tener amigos? ¿Gente en la que confiar?- una lágrima rabiosa recorrió su mejilla izquierda.- ¿No puedo tener una vida normal, aunque sea sólo por unos instantes?-

Alzó la cabeza.

Frente a ella, el escaparate de cristal de una tienda de ultramarinos-licorería le devolvió su reflejo. Lentamente, extendió una mano para tocarlo, como si aquello fuese otra persona y no su imagen. Delineó con cuidado su cara y sus rasgos, deteniéndose levemente en sus ojos.

Niña. Adulta. Atrapada entre ambas realidades, nunca jamás podría ser normal. Pero podía encontrar personas que la aceptasen... ¿no? Suspiró, apoyando la frente contra el cristal. ¿Qué era lo que realmente quería? ¿Qué era aquél extraño vacío al que no conseguía dar nombre?


- ¡Ups! Disculpe, jovencita, pero ya hemos cerrado hace rato.- se excusó un hombre maduro de tranquilos ojos castaños que salía del local acompañado por dos jóvenes cuyo parecido facial permitían suponer un parentesco cercano. Seguramente un padre y sus dos hijos. Vic clavó en ellos su mirada errática como si no los viera realmente.

- ¿Eh?-

- Es que la vi junto al cristal, como mirando a ver si estábamos abiertos...- explicó el hombre. Su voz era serena y amable.- ¿Deseaba algo?-

- No... no realmente...- fue la vaga respuesta.

- Papá, tenemos que ir pronto o estará cerrado para cuando lleguemos.- protestó uno de los chavales, aparentemente l más joven, al tiempo que agarraba la manga de la chaqueta del señor.

- Cálmate, hermanito.- rió el otro.- Con la fiesta que va a haber, aún llegaremos a tiempo de escuchar un par de canciones.-

El joven puso morritos de niño enfadado, pero luego sonrió y le sacó la lengua al mayor.

Vic los miró con ojos vidriosos, ahí estaba otra vez esa punzada en su interior que no conseguía ignorar.

- Usted disculpe, señorita, pero hemos de irnos. ¡Adiós!- se despidió el hombre. Sus hijos hicieron gestos de despedida con las manos y luego los tres juntos continuaron camino.

Victoria avanzó unos pasos y se encaramó a un muro, sentándose a buscar aquello que se le escapaba. Hundió la cabeza entre las manos, agitada y confusa.

De un bar cercano llegaban voces apagadas y el sonido de un televisor barato, que en aquellos momentos daba noticias de última hora. Por pura curiosidad inconsciente, la joven tricolor prestó oído a lo que el presentador decía.


<<... la expectativa de un comunicado de Shin-Ra. Los expertos han estimado que se trata de un objeto de grandes dimensiones debido a su tamaño y distancia y que su trayectoria es de impacto. Ya se han registrado los primeros ataques de histeria en zonas de población elevada y…>


Eso definitivamente llamó su atención. Como guiada por un impulso irresistible, echó a correr, sus ojos no veían el camino pero su cuerpo lo conocía. No fue consciente de como entró en su "casa" (si así podía llamársele), ni de cuando encendió el televisor, pero el cuanto aparecieron las imágenes lo vio perfectamente. Aquella enorme cosa se acercaba al planeta.

Se le acababa el tiempo.

Su venganza no estaba completa, y era su prioridad, o lo había sido hasta hace unas horas. Pero ahora...

Aún podía hacer algo. Aún podía llenar su vacío, si dejaba su obsesión de lado.

Con ojos fijos, siguió mirando a Meteorito.

¿La venganza... o la redención?




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Cerca ya de la higland Tabern, Eisuke y sus hijos, Segu y Shindo, conversaban animadamente.

- Esa chica de antes...- murmuró Eisuke.- Creo haberla visto antes por Mercado Muro.-

- Tenía un pelo muy raro.- opinó Shindo.- Me parece que un día vino a encargar un licor especial a la tienda, de parte de su abuelo.-

- ¿Y cómo es que no lo recuerdo?- funricó el ceño su padre.

- Ese día estabas entregando un recado, se lo pidió a mamá.-

- Era muy guapa...- murmuró Segu, que hasta entomces había permanecido en silencio.

- ¿Ehhhhhhhhhhh? ¡A Segu le gusta, a Segu le gusta!- se burló Shindo.

Su hermano no respodnió a las provocaciones, pero el rubor se insinuó en sus mejillas.

Y así, entre un hijo ruborizado y uno jocoso, entró Eisuke en la Higland Tabern.

104. EVENTO ESPECIAL

En 300 metros a la redonda de la Highlander, si una persona tuviera que dar una explicación a lo que estaba sucediendo seguramente apostaría por un terremoto de intensidad media, una estampida de elefantes o que al Zolom le había dado por aprender Claqué. El local nunca fue especialmente conocido por su insonorización, y el volumen esa noche desafiaba los tímpanos de todos los presentes, al cual ellos respondían con toda la voz que podían aportar en las diferentes canciones que les brindaban. Nadie podría permanecer impasible a tal amalgama de sonidos, nadie salvo una figura femenina, que se alejaba progresivamente del local.


Vestía una cazadora negra y sencilla, con la cual hacia el gesto de abrigarse de un frio inexistente, en busca de una protección contra los pensamientos que no dejaban de acompañarla desde aquella noche. Aang caminaba despacio rumbo al modesto hotel en el que se alojaba desde entonces, no estaba situado en una zona muy recomendable, pero con el escaso dinero que se llevó en la maleta, no podía permitirse mucho mas. Había sido una estúpida por pensar que ir a la reinauguración del Highlander iba a alejarle temporalmente de su pena, ahí no había encontrado sino multitud de detalles que le hacían acordarse de Jonás. Había visto a Harlan, y a Rolf de refilón, e incluso le pareció distinguir la melena rubia de Paris entre la aglomeración de personas. Sumida de nuevo en la espiral del recuerdo de sus sueños, se había visto incapaz de poder seguir en el local, no fuera que el mismo Jonás se presentara allí, sería muy violento volver a verle tan pronto… El decía haberla comprendido perfectamente, pero Aang sabía el dolor que le habían causado las palabras que le había dicho esa noche. No haberle visto en el pub significaba también que lo más probable fuera que se hubiera encerrado en casa, incapaz de levantar cabeza… La imagen en su cabeza de su amado sumido en una total miseria hacía que el mundo se le viniese encima, que le dieran ganas de correr hacia su casa y estar entre sus brazos para animarle, pero no podía, aún no podía, y ella lo sabía. Absorta en sus pensamientos, fue incapaz de distinguir el obstáculo delante de sus pies y tropezó.

Exclamó un improperio en su lengua natal, no se había hecho daño pero de no tener reflejos más que decentes de podría haber roto algo. Tras erguirse hasta recuperar la posición vertical, se giró en busca de aquello con lo que había tropezado.

Lo primero que pensó es que le habían puesto la zancadilla, pero enseguida se dio cuenta de que estaba inerte. Aang habia tropezado con la pierna de un individuo que estaba apoyado contra la pared, con dicha pierna extendida y la otra recogida. No pudo determinar a simple vista si estaba dormido, inconsciente o muerto, vestía una camisa negra a rayas blancas verticales, parecería elegante si no fuera porque el nudo de la corbata estaba desecho y en una posición bastante poco ortodoxa, como una pañoleta de boy-scout. Tenía el pelo largo y marrón oscuro, el cual le tapaba el rostro, impidiendo así determinar su estado, los pantalones color beige se le habían remangado, enseñando unos calcetines oscuros tapados por unos zapatos de punta redonda marrones, a la derecha de su cuerpo, se encontraban unas gafas muy finas que tenían el cristal derecho roto. Aang dudó si debía decir o hacer algo, el hombre debía rondar los veintitantos años y estaba famélico, sin embargo la ropa que llevaba no era la de un pordiosero en absoluto, y era demasiado joven para ser un ricachón que se había arruinado súbitamente. No parecía un mal chico. Siguió observándolo un par de minutos, no se movía.

Aang sentía cierta pena por el chico, impidiéndole seguir su camino como si aquello que había encontrado no fuera más que un adoquín que sobresalía un poco o algún trasto que alguien había arrojado a la calle. Decidió hacer lo que un ciudadano decente haría, llamar a la policía y que vinieran a ocuparse de él, estuviera vivo, muerto o entre los dos estados. Rebuscó entre su bolso y sacó un móvil que ya debía tener sus tres años de vida, y tecleó el siete del número 704, el de atención rápida de la policía de Midgar. No pudo llegar al cero, le interrumpió un hilo de voz


- N… gas… or… - Apenas era audible, había levantado la cabeza unos cuantos centímetros, aunque seguía enteramente tapada por el pelo.

Aang volvió a dudar, pero finalmente se inclinó hacia el

- ¿Cómo dices?
- Que no hagas eso… Por favor.

La idea de que el individuo no quisiera que llamase a la policía no era muy atrayente, la pena que sentía por él comenzó a disiparse poco a poco, optó por zanjar rápido el asunto.

- Mira, no sé quién eres ni que has hecho para estar hecho un trapo en medio de la calle con esos harapos tan caros ¿Hai? Si has tenido una noche de excesos a espaldas de tu pareja o algo peor me trae sin cuidado, voy a llamar a alguien que te recoja de aquí antes de que te pase algo peor, los órganos de mendigos a los que nadie echará de menos están a la orden del día en el mercado negro.

El tipo reaccionó de forma extraña, primero pareció enfurecerse ligeramente, lo que hizo a Aang retirarse un paso más hacia atrás, pero inmediatamente pasó a gimotear, levantando la cabeza y apoyándola contra la pared, de modo que el pelo cayó hacia atrás, revelando unos ojos grises y unas facciones muy afiladas. Aang pudo observar, aparte de sus facciones, un hilo de sangre desde el nacimiento de su cabello hasta las comisuras de su boca. Entre sollozos, el hombre que tenía delante se derrumbó, volcando en ella todo aquello que tanto tiempo llevaba callado.

- ¡Yo no quería!, ¿Vale? Yo no quería convertirme en un instrumento de cabronazos del más alto calibre. ¡Yo solo quería recuperar aquello que solo pude disfrutar dos años! ¡Una vida! ¡Todo es una puta mierda cuando sabes que llevas viviendo un sucedáneo de existencia toda tu vida! – Gimoteaba mientras gritaba, Aang pudo ver sinceridad en sus ojos, que apenas veían entre la miopía y las lágrimas que brotaban - ¡Un año! ¡Me dijeron nada más que un año de ser aquello que detestaba para salvarla! ¡Ni siquiera esperaba que siguiese conmigo! ¡Cómo iba a seguir conmigo! ¿¡Sabes lo que es amar a alguien y ser la causa de su sufrimiento!? ¿Sabes...

Estaba trastornado, gesticulaba con dificultad y parecía que iba a perder el conocimiento cada vez que hacia una pausa para respirar, siguió exclamando un montón de cosas sin mucho sentido hasta que rompió a llorar finalmente. Aang observó la herida de su cabeza, parecía grave, en un agitar de su pelo había visto otra en el cuello con una pinta similar, estaba dejando un reguero de sangre en el muro donde se apoyaba y el chico no parecía que fuera a desfallecer hasta que muriese desangrado.

Sin embargo, sus lamentos no habían sonado en vano para sus oídos, Aang tenía cierta empatía, que desarrollaba especialmente con los animales, era una de las razones por las que estudió veterinaria. Sin embargo también tenía su cabida para seres de su misma especie, y no pudo sino contemplar enfrente suyo un reflejo de si misma a los límites de su propia desdicha. Claro que sabía lo que es amar a alguien y ser la causa de su sufrimiento… No hacía ni diez minutos que ese pensamiento invadía su cabeza, señor Sherlock. Lo de ser un instrumento de cabronazos ya le recordaba mas a Jonás… Pero al menos él había sabido seguir su propia justicia, parecía ser que a este pobre desdichado, se la habían impuesto. Pensó rápidamente, estaba decidida a no dejarlo aquí, pero con semejantes alaridos no tardaría en venir algún curioso, y en esos barrios los curiosos no eran precisamente hermanitas de caridad. La idea de entregarlo a la policía ya no le parecía tan obvia, sus razones tendría para que no quisiera que viniesen, es posible que esas heridas se las hicieran ellos. Mientras pensaba el sujeto se iba calmando, quizás por la debilidad que le causaba el estar desangrándose poco a poco. Aang tenía conocimientos de medicina, ¿Y si...?

- A ver, chico tonto, ¿Dónde vives?

El joven la miró con sus ojos grises, tan claros que parecían estar vacíos, y sin apartar la mirada, negó hacia los lados torpemente.

- Vaaale… Interpretaré eso como un “En este momento mi casa no está disponible, ha sido quemada o me matarán si voy ahí”. Está bien, escúchame atentamente porque no lo repetiré: Las heridas de tu cabeza y tu cuello pintan muy mal, y me he replanteado lo de llamar a la policía, tampoco yo les tengo demasiada simpatía. Así que vamos a hacer esto, vas a venir conmigo, voy a curarte eso como buenamente pueda, y cuando puedas razonar adecuadamente me dirás qué coño es todo ese embrollo de tu amada y demás tonterías, ¿Me has entendido?

El tipo parpadeó incrédulo, no terminaba de creerse lo que acababa de oír, ahora, en completo silencio entre los dos, solo se podía percibir la radio que un vecino había encendido un par de minutos atrás, entre sus llantos.

<<... no obstante, ShinRa afirma que la trayectoria del asteroide indica que pasará fuera de la orbita del planeta. ¡Sea como sea, parece qe vamos a tener un fantástico escenario celeste por una temporada! Te devuelvo la conexión Mike, simplemente…>


-¡Ah! Y que sepas que a la mínima que vea que intentas hacer el tonto más de lo debido te meteré un tiro. Estoy cansada de pirados por esta noche, pero si prometes ser un chico bueno haré un esfuerzo. ¿Hai? – Aang le sonrió, en cierto modo ver a alguien más hecho mierda que ella le había aliviado. Rebuscó entre su bolso en busca de un pañuelo – Ten, póntelo en la herida del cuello y mantenla prieta hasta que lleguemos, eso calmará un poco la hemorragia. Pero… ¡Date prisa! ¿O acaso tu amor es ahora esa pared?

Reaccionó. Con un gesto de incredulidad cogió el pañuelo que le había ofrecido con la mano izquierda y se lo puso en el cuello, con una ligera mueca de dolor.

- Euh... Si- No encontraba las palabras, Aang no se lo tuvo en cuenta - Gracias...

Se incorporó lentamente como mejor pudo, una vez erguido, se palpó la cara, notando que le faltaba algo, pues hacia tiempo que no veia con claridad mas allá de veinte centímetros.

- Creo que esto es tuyo – Dijo Aang tendiéndole las gafas. – El cristal derecho está roto, lamnetablemente. Por cierto, no me has dicho tu nombre.

Pero Érissen no acertó a decir su nombre en ese momento, de hecho, no acertó a encontrar ninguna palabra en el resto de la noche, y su rostro mantuvo un gesto de sorpresa durante un buen rato. Pues en el momento en el que se puso las gafas, con su ojo izquierdo pudo apreciar perfectamente que la mujer que le estaba salvando la vida era aquella que, de no haber sido por los acontecimientos recientes, él habría asesinado.

103. EVENTO ESPECIAL

El humo se adueñaba de su vista, y poco a poco comenzaron a lagrimarle los ojos. Tosió un poco, y se abrió paso entre la multitud que atestaba el bar, hasta que consiguió llegar a la puerta. A su paso, vio como el grupo actuaba, tocando una conocida canción que emocionaba al público, mientras una chica comenzaba a deleitar a un grupo de admiradores mientras comenzaba el boceto de un conocido personaje rubio de una serie de dibujos. Allí se encontraba mucha gente, anónima o conocida: se encontraban turcos e incluso una famosa maestra del látigo y del cuero, hablando acaloradamente con un nutrido grupo de algo parecido a estrellas del pop; la joven se dio la vuelta y caminó hasta un gigantesco hombre de morena piel que lucía un semblante amenazador. A su lado, abriéndose paso, estaba otro joven, algo más mayor según parecía: era rubio y llevaba unos verdes ojos de gato.

Al abrir la portezuela y salir, sintió como sus pulmones se despejaban y sus ojos volvían a ver claramente una vez más. Edward era un chico de pueblo, y no estaba acostumbrado a los lugares cerrados y llenos de tabaco y gente. Cuando su vista se despejó, cosa que no podía decir de sus oídos, vio una calle despejada por completo, salvando a una mujer que atendía a un hombre tirado en la calle. Edward no prestó atención, y miró hacia la bóveda celeste artificial.

La luz artificial de los neones iluminó su cara y dibujó en el suelo su silueta, mientras el pensaba con los ojos cerrados. Ahora mismo, había sido encontrado por los turcos y encerrado (y posteriormente liberado, sin saber cómo); se encontraba prácticamente sin dinero, al haber sido confiscada la herencia que su amigo Steven le había dejado al morir prematuramente, y también había perdido dos de sus materias durante el ataque de Turk. Tan solo le quedaba una, oculta en una pequeña cajita de su apartamento; pero esto no era suficiente. Con sus escasos ahorros, tendría que comprar, al menos, otra materia.

Siempre le atormentaban los recuerdos, y los hechos actuales no tenían un aspecto de mejora en su vida: su maestro había muerto defendiendo Corel, tan solo unos años atrás, durante la rebelión. Steve también había muerto, aquejado de una terrible enfermedad que le consumió y le destrozó; había perdido a Ylsiv, su inseparable compañera, la única persona a la que había querido con tanta fuerza como para embarcarle en aquella misión suicida. Por si fuera poco, ahora parecía que su espectro se había levantado de la tumba, y se había introducido en el cuerpo de una doctora.

La vida no le pintaba muy bien, y por ello había decidido relajarse un poco bebiendo en el primer lugar que pudiera. La bebida y la euforia se habían adueñado de su cuerpo, y junto con un compañero que había conocido en el bar, un joven de 17 años, había comenzado a beber y pelear en una demostración de lucha.
Lamentablemente, la pelea acabó cuando Edward había lanzado un barrido para desequilibrar a su oponente y había impactado con una camarera que acabó cubierta de cerveza y vodka por toda la camiseta, marcando sus abultados pechos y provocando un sonoro espectáculo de berridos e insinuaciones por parte de los varones que antes observaban la pelea y ahora observaban el negro sujetador de la chica. Por fortuna, la camarera también llevaba unas cuantas copas encima de aquellas que le habían volcado, y alegre corrió a cambiarse de camiseta. Dejando a su compañero de combate mientras este vaciaba una jarra de cerveza fría, Edward se escabulló.

No tenía muchas ganas de fiesta, y se marchó a un tranquilo bar donde preparaban un famoso cóctel. No recordaba el nombre del bar ni de la bebida, pero un par de personas amables dirigieron sus pasos indicándole la dirección y los datos que necesitaba para llegar al mencionado pub. Poco a poco, llego a la zona del Sector 6 donde se encontraba dicho lugar.
La zona estaba muy silenciosa, parecía que el mundo entero había enmudecido repentinamente: únicamente se escuchaba el sonido de una televisión que daba las noticias.

<<… aún no han confirmado nada. La población está a la expectativa de un comunicado de Shin-Ra. Los expertos han estimado que se trata de un objeto de grandes dimensiones debido a su tamaño, aún no han desvelado nada acerca de su trayectoria por lo que les informaremos a medida que se sepa más.Ya se han registrado los primeros ataques de histeria en zonas de…>>

No necesitó escuchar más, quería comprobar qué era aquello. Echó a correr, tanto como le permitían sus piernas y sus músculos ahogados en alcohol, en dirección al siguiente sector. O al menos, a aquello que antes fue un sector: las ruinas del Sector 7. Desde la caída de la placa, y siempre que ninguna banda lo impedía con un enfrentamiento, se podía vislumbrar el cielo. Aunque la terrible iluminación artificial de los focos y la capa de nubes tóxicas no permitían ver las estrellas en todo su esplendor, siempre se podía admirar a los pequeños puntos que dejaban los más grandes luceros.
Los escombros amontonados de los edificios caídos delineaban una macabra silueta que reflejaba muerte y pobreza, pero esta vez una tenue aura rojiza envolvía todo, llenándolo de magia y belleza. Edward se acercó un poco más, allí donde la placa no le impedía ver. Al instante, sintió emoción y terror.

Una gran estrella de color rojo y violeta surcaba el cielo, era un gigantesco punto que a la vez asustaba y causaba eufórica alegría.
- Por fin te he encontrado – murmuró sin poder apartar la vista, con una sonrisa en sus labios – “Arma de los Ancianos”.

Surcando el cielo, cinco puntos fugaces atravesaron la figura que llenaba el cielo y se desperdigaron por el mundo.

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“Yo soy aquel a quien vosotros llamáis Blooder. Yo soy quien libra una batalla, la batalla contra el mundo, dispuesto a sumirle bajo mi yugo gracias al poder que ejerce el terror. Tal es el terror que causo en vosotros, población de Midgar, que incluso los cielos se han venido abajo, y hoy una nueva estrella ha surgido para anunciar que yo soy aquel que subyugará a toda la basura de este mundo. El propio mundo es su basura, las gentes corrompen, queman, roban y destruyen todo cuanto tienen a su alcance. Yo limpiaré todo es, y para ello, comenzaré por causar tal miedo en este mundo, usando la corrupción, el fuego, el robo y la destrucción. Yo seré vuestro soberano, bañado en la sangre de miles de inocentes, bebiendo los fluidos de los recién nacidos. Yo soy Blooder, y a la vez soy vuestro asesino.

Yo te reto, ciudad de Midgar. Yo te reto, Rufus, a ti y a tu maldita compañía. Yo os reto, miembros de SOLDADO, que habéis creado a las mayores escorias del mundo. Yo os reto, departamento de Turk, que os paseáis con vuestra opulencia matando y riendo de vuestra barbarie.
También os desafío a vosotros dos, “Fantasmita” e “Inexistente”, asesinos que encabezan la lista; os desafío a encontrarnos y desangrarnos mutuamente hasta que solo uno sobreviva.

A todos vosotros, os reto. Hoy comienza la batalla que decidirá al mayor asesino del mundo. Ése seré yo, Frank Tombside”

- Esas son las confesiones dejadas en la nota del psicópata conocido por el nombre de Blooder. Según las opiniones de esta cadena, el asesino planea una especie de juego macabro con las autoridades competentes de nuestra querida ciudad, e incluso podríamos aventurar a que juega con la propia ciudad. Según comentarios del propio alcalde de la ciudad, el ilustrísimo Domino, se está…

Jerry apagó la televisión: ya había visto demasiado. Enfurecido, golpeó la percha que sostenía su largo abrigo, rompiendo el cristal que servía para reflejar su imagen. “Ese gilipollas de Pollard Jr. … No solo ha permitido difundir esa nota que encontramos, sino que encima se ha atrevido a cambiar parte del mensaje para aterrorizar a la población. ¡Así Tombside será quien gane esta guerra!”
Furioso consigo mismo, volvió a coger las fotos que reposaban sobre una abultada carpeta marrón llena de documentos. Las fotos mostraban el cuerpo sin vida del miembro de SOLDADO de 2ª clase Jonhson, totalmente despedazado y cubierto de sangre. Inexplicablemente, el asesino era capaz de medirse con algunos de los luchadores mejor cualificados por el ejército de Shin-ra.

El detective comenzó a mirar nuevamente las fotos. De pronto, percibió algo anómalo que no había visto antes:

- ¡Eso es! – gritó el canoso personaje, ganándose unos cuantos golpes en la pared por parte de los vecinos más educados, y unos bonitos elogios a su madre por parte de los vecinos más normales – Tombside ha dejado una pista; al parecer el “soldadito” no lo hizo tan mal después de todo.

Convencido de su logro, cogió un viejo PHS y marcó el número de uno de los principales dirigentes de Turk. Antes de que el teléfono fuera descolgado al otro lado de la línea, McColder lanzó un vistazo al espejo hecho añicos. Frente a él, se reflejaban miles de viejos de pelo gris y torso desnudo, cubierto por completo de marcas. El original admiró esas cicatrices, producto de numerosos injertos y que le habían costado su plaza entre la élite de Turk, pero que le habían dado el sobrenombre de “Blastskin”. Lanzó una última mirada a su destrozado cuerpo, y volvió su atención al aparato que emitía una estruendosa voz que volvía a mentar cosas sobre su madre.