martes, 22 de diciembre de 2009

199

Un espeluznante crujido se abrió paso por encima de los gritos de ánimo del público, transformándolos en exclamaciones de júbilo o insultos malsonantes dependiendo de por quién hubiera apostado cada uno. Valeriy Schatkov, el nuevo luchador tan prometedor al que muchos llamaban “El señor del foso” antes incluso de que participara en un solo combate legal, acababa de transformar el cráneo de su rival en un complejo rompecabezas tridimensional de un rodillazo contra la verja metálica de la jaula. Las muertes en el Foso ya apenas causaban una sombra del estupor de antaño, cuando pocas personas conocían el local; ahora prácticamente eran rutinarias, y la gente se mostraba más preocupada por los pocos guiles que habían ganado o perdido que por el cadáver que ahora mismo derramaba sangre por todos los orificios de su cara mientras los secuaces de Iván Quouhong lo arrastraban. La parte del público afortunada en el juego acudía entusiasmada a cobrar sus apuestas, mientras que algunos derrotados perdedores apuraban el licor de sus vasos preguntándose como iban a explicarles a sus esposas o familiares que habían perdido gran parte de sus ahorros en apenas diez minutos.

- Te lo juro, tío, cada vez me gusta menos este sitio.
- En serio, ¿qué te hicieron en ese interrogatorio, Johan? No pareces el mismo desde entonces. - Nadie que no se acercara lo suficiente como para observar sus ojos diría que eran miembros de SOLDADO; vestían de paisano, cada uno en su estilo. Johan lucía unos vaqueros desgastados por los años junto a una camisa negra con motivos blancos de formas onduladas y unas deportivas oscuras con punta roja. Daithi, por su parte, vestía con esa sobriedad que siempre le caracterizaba: Traje gris hecho a medida, camisa amarilla clara con el último botón desabrochado y zapatos de ejecutivo.
- Ya te lo he dicho, Dai... no me hicieron nada. - Dio un generoso trago a su whiskey mientras hacía un ligero gesto con la mano, indicando que iba a continuar. – Fueron unos auténticos hijos de puta. Me tuvieron cinco jodidas horas esperando para después hacerme cuatro preguntas sobre cosas que no les importaban una puta mierda, como si mi grupo sanguíneo o mi domicilio se correspondían con los de mi ficha. Esos cabrones hasta me preguntaron con una sonrisa si estaba contento con mi labor al servicio de Shin-Ra y si consideraba atractivo al Presidente... - Hasta el mejor de los amigos habría soltado una carcajada a esta altura, pero Daithi no se caracterizaba precisamente por su sentido del humor. – Fue un aviso claro y rotundo: Te tenemos vigilado, sabemos lo que piensas y no necesitamos decirte lo que pasará si volvemos a ver una actitud similar. No, no es el interrogatorio lo que se me pasa por la cabeza.
- ¿Tan fuerte te dio esa chica? - Esos ojos verdes podían leer el alma. No resultaba difícil entender por qué Daithi no tenía muchos amigos. Esa presencia constantemente firme, la tez morena, casi roja, el pelo negro cayéndole por los lados hasta los hombros, totalmente liso y cortado al milímetro... todo en él era símbolo de pulcritud, de seriedad, de estricta perfección. Y sin embargo Johan no podía imaginar un amigo mejor. Ambos eran lo que el otro no, y como si de dos piezas de un puzzle se trataran, habían vivido complementándose y apoyándose el uno en el otro durante casi quince años.
- Como una jodida bola de demolición, macho...

Y era cierto. Desde el momento en el que Eve entró en su vida, lo hizo para quedarse. No había conseguido dormir ni dos horas seguidas desde entonces, preguntándose constantemente qué le estarían haciendo; consciente de que ella estaba en una prisión con un destino más que negro. Lo peor de todo era que, por mucho que se devanase los sesos, no se le ocurría manera alguna de ir a verla, no hablemos ya de ayudarla.

Desde el momento en el que entró por primera vez al edificio ShinRa después del interrogatorio cada uno de sus movimientos había estado controlado hasta el mas mínimo detalle. Su superior, el sargento Grey, no le quitaba el ojo de encima ni por un segundo, sin apenas molestarse en disimularlo. Ser un miembro de SOLDADO era más que un contrato: era un modo de vida. Desde el momento en el que alguien se comprometía a ser sometido a los tratamientos de Mako, era consciente de que nunca volvería a cambiar de trabajo o tendría retiro alguno; quien se convierte en SOLDADO, muere como tal. Johan era consciente de ello, al igual que de lo que les sucedía a aquellos que en algún momento se arrepentían... Nadie hablaba de ello, pocos se atrevían a mencionarlo, pero ningún SOLDADO con dos dedos de frente se jugaría el cuello a que todos los compañeros que se mandaba asesinar por la locura del Mako realmente la sufrieran. Tal acto, al cual se vería sometido si mostraba signo alguno de acercamiento hacia Eve, era conocido con el siniestro nombre de “La caza”.

- ¿Y qué piensas hacer al respecto? Te conozco lo suficiente como para saber que no te quedarás cruzado de brazos.
- No tengo ni puta idea, ahora mismo me tienen cogido por los huevos. Pero algo haré. Alguna manera encontraré, tenlo por seguro.
- ¿No crees que estás yendo un poco lejos con todo esto Johan? No es un jugueteo inocuo lo que estás haciendo... - Giró un par de veces los hielos de su vaso de bourbon a medio llenar y esperó a que se detuvieran del todo para beber un corto trago y continuar. – te estás jugando la vida.
- ¿Qué vida me voy a jugar, Dai? Yo no tengo ninguna vida ahora mismo. Pertenezco a ShinRa, vivo por ShinRa, mato por ShinRa y, más que probablemente, moriré por ShinRa. Si mañana el excelentísimo y divino Sargento Grey decide que tengo que despedazar a una docena de mendigos porque amenazan el orden social, no me quedará más remedio; si mañana la generala decide que hay que ir a por el Arma que se avista de vez en cuando bajo el mar uniformados con manguitos de piscina y gafas de buceo, tendré que hacerlo; si mañana a Rufus se le ocurre destruir el Meteorito a base de lanzar al espacio efectivos de SOLDADO en un tirachinas gigante para que se lo carguen a espadazos, yo seré el primero al que lancen... Yo no nací para esto, debí haberme quedado en PM. Ahí la vida era la misma mierda, pero al menos tenía la ilusión de poder jubilarme algún día.
- La verdad, no se que decirte. Los dos hemos sido adiestrados igual, Johan, y durante todo el tiempo que compartimos instrucción tuve claro que te gustaba este trabajo. ¿Es que los años te han vuelto cada vez mas agrio y cascarrabias?
- Tío, llamame idiota, pero cuando me apunté a las oposiciones para PM fue para... yo que sé, luchar por el bien, la justicia y la puta paz mundial, ¿sabes? Esos valores de Miss Universo me duraron hasta la tercera busca y captura de presuntos terroristas armados, ¿los recuerdas? Eran una familia activistas de GAIA, el grupo ecologista, que habían creado y repartido panfletos reclamando compensaciones económicas para las familias obreras cuyos padres, abuelos y maridos murieron durante la construcción de los reactores. Y digo murieron en el mejor de los casos; la sobreexposición al Mako les hizo verdaderas atrocidades. No volví a saber nada de ellos. Desde ese momento todo se convirtió en un trabajo, en un trabajo de mierda en el que me jugaba y ganaba la vida acabando con gente que, en la mayoría de los casos, era inocente. He arrestado, detenido o matado a muchísimas más personas que atentaban contra los intereses de Shinra que aquellas que realmente atentaban contra la ciudadanía. Años después, aquí me tienes. Soy la misma basura que antes solo que ahora resulto muchísimo más útil para la compañía que un simple PM.
- Sigue sin ser peor que otros trabajos. - La mirada de Daithi raramente se apartaba de los ojos de aquel con el que estaba hablando, ya que lo consideraba una falta de respeto, pero una voz metálica procedente del megáfono, que anunciaba el inicio de otro combate, distrajo su atención y sus retinas hacia la gigantesca jaula metálica que hacía a la vez de ring. - Además, no sé qué tiene que ver todo esto con que deje de gustarte el que ha sido tu antro favorito durante toda tu vida. ¿Qué será lo próximo? ¿Decir que el whiskey es veneno y que vas a dejarlo?
- Eso nunca, y lo sabes. - Johan sonrió levemente, apurando los restos de su vaso ante el recordatorio al que su amigo le había sometido. - Lo de que el foso me gusta cada vez menos tiene su lógica: Desde que Henton Jackson pasó a la liga privada, ya no puedo apostar sobre seguro; y yo odio perder. - Dijo a la vez que convertía en pedazos un boleto con el nombre del difunto luchador.




Los haces de luz en constante movimiento provocados por los faros del coche asustaron al par de gatos que rondaban el cubo de la basura, alejándolos de su propósito inicial durante el breve tiempo que este permaneció alumbrado. Como un fantasma solitario, el vehículo se desplazaba sin impedimento alguno sobre la placa por el extrarradio del sector 6. Midgar nunca dormía del todo, pero conforme más se alejaba uno del edificio ShinRa, el cual dominaba en altura y posición a toda la urbe, más tranquilos se volvían los barrios, siempre que se tratara de la placa superior, claro está.

El coche finalmente se detuvo ante un edificio cuyo conductor conocía bien: Un apartamento de nueve plantas situado prácticamente en el borde de la ciudad. El piloto, tras apagar el motor, abandonó el coche no sin antes recoger una bolsa de mano del maletero, la cual profirió un sonido metálico al asirse, evidenciando así su contenido. La puerta de la casa estaba abierta; “Él ya está aquí”, pensó mientras atravesaba la hilera de buzones tras el umbral, uno de los cuales observó fugazmente a modo de comprobación innecesaria.

El ascenso por las escaleras se le antojó más largo de lo que hubiera deseado. Nueve pisos son demasiados como para tener el ascensor estropeado, y la mala fortuna hacía que justo esa vez tuviera que subir hasta la azotea. Dedicó el tiempo que tardó en ascender el centenar y pico de escaleras en mantener la mente lo mas despejada posible; después de todo, la situación exigía mucha frialdad. Finalmente, se encontró ante la puerta que daba a la azotea. Durante medio minuto, reflexionó acerca de si lo mejor era dar media vuelta y no volver a saber del tema, o atravesar esa puerta y afrontarlo de una vez por todas, con el resultado que fuera. Al final pudo más la resolución de encarar el destino y, aferrando la bolsa con fuerza, abrió la puerta metálica.

Pese a estar preparado para ello, su corazón palpitó con fuerza cuando vio la figura frente a el. Estaba dándole la espalda, apoyado en el borde del muro de un metro de altura que delimitaba la azotea, separándola del vacío. Los mechones de su pelo caían sobre una chaqueta de traje azul marino, formando algunas ondas dentro de su rigurosa rectitud. Su pose era despreocupada, como resignada a que este momento debía llegar tarde o temprano. Sin embargo, lo que más acaparó la atención del hombre que acababa de atravesar la puerta fue la culata de la Aegis Cort que asomaba por el cinturón del hombre. Tras unos cuantos segundos de silencio, éste finalmente habló.

- Así que finalmente has decidido acudir... - Su voz denotaba cansancio, arrastraba las palabras como si cadú una requiriera de un gran esfuerzo para ser pronunciada.
- Sí. - Fue tajante. No podía demostrar debilidad, esto exigía una actitud totalmente rígida y tenaz.
- ¿Sabes que aun estás a tiempo de dar media vuelta y seguir con tu vida, no? Ya te echaste atrás una vez, no pasaría nada si volviese a suceder.
- Sí, pero no voy a hacerlo.

El sujeto se giró, mostrando su rostro. Unas gafas de aspecto frágil aumentaban considerablemente unos ojos grises que se clavaron en los suyos. Era bastante más joven que el y apenas había cambiado físicamente desde la última vez que se vieron, pero esa mirada, su actitud, sus palabras... evidenciaban un cambio exponencialmente mayor a nivel interno.

- Después de lo que va a suceder esta noche, no va a haber marcha atrás, piénsalo una última vez si quieres, Roy.
- Basta de tonterías, Érissen. - Su voz sonó gélida. La bolsa volvió a emitir el mismo sonido metálico cuando la abrió para empuñar su contenido. - Acabemos con esto de una vez.




Las patrullas nocturnas por las ruinas del sector 7 se habían convertido en rutina desde hacía ya varias semanas. Muchos SOLDADO enloquecidos habían hecho guarida ahí, según los informes del departamento de investigación, y lo cierto es que no podían haber escogido un sitio mejor. Con un sector enteramente urbanizado reducido a ruinas, debajo de cualquier cascote se escondía una trampilla que daba al antiguo sótano de algún bar, una escalera a la caldera de gas de cualquier domicilio o un hueco lo suficientemente amplio como para ser usado a modo de escondrijo. La labor era un auténtico coñazo, haciendo batidas en grupos pequeños a la luz de la luna y de Meteorito, levantando cada trozo de muro que se encontrara uno por delante durante horas y horas. Para colmo a Johan, después del interrogatorio de Turk, le habían encomendado el peor grupo que podía imaginar: el Sargento Grey y sus dos fieles lameculos, Christian Nimasso y Gabriel Brunetti; dos perfectos inútiles que no sabían ni por donde agarrar su espada, pero que se pegaban a su superior como si de dos granos en su rabadilla se trataran, lo cual parecía agradar sumamente al susodicho Sargento. Johan los consideraba basura y ellos hacían lo propio con él, especialmente desde que le partiera la nariz a Nimasso cuando éste intentó atacarle por la espalda, lo cual le acarreó la jornada extra de vigilancia en la que conoció a Eve.

-¡Nada por aquí, mi Sargento! - Exclamó el susodicho, con su nariz torcida oculta bajo el casco, orgullosísimo de no haber encontrado absolutamente nada.
-¡Sigan buscando, soldados! ¡Nuestros antiguos compañeros pueden estar en cualquier lugar! ¡Necesitamos acabar con su sufrimiento!

“Sí, sobre todo con el suyo”, pensó Johan con amargura. No entendía el extraordinario respeto con el que se pretendía eliminar a los SOLDADO que habían perdido el juicio. A los primera clase incluso se les celebraba funerales por todo lo alto, llamándoles “héroes de Midgar” y emitiéndolos por todas las cadenas oficiales de ShinRa. No quería ni imaginar lo que debía sentir alguien al ver que un psicópata con el seso fundido por el Mako había desmembrado a toda su familia para después ser vitoreado y tratado como un glorioso defensor de la ciudad. Levantó un pesado bloque de hormigón para encontrar lo que había sido algún tipo de mueble de madera, convertido ahora en un montón de astillas.

La patrulla estaba resultando tan sumamente aburrida y agotadora como siempre. Los brazos le dolían tras llevar horas y horas moviendo ruinas, y la compañía no hacía mucho más agradable la labor. Cuando las hacía junto a Daithi al menos tenía con quien conversar y resultaban mucho más amenas, ahora tenía que escuchar a ese par de inútiles alabando cada cinco minutos el ingenio del Sargento, el cual, en opinión de Johan, era similar al de algunos moluscos de Costa del Sol. Finalmente, encontró frente a él el límite del sector, lo que significaba que ya habían llegado al final de su batida. Suspiró con alivio.

- Bien, soldados, parece que no ha habido suerte. Volvamos al punto de partida, pero mantengan los ojos bien abiertos, alguno de ustedes podría haber olvidado comprobar algún sitio. – Dijo dedicándole una mirada sin ningún tipo de discreción.
-¡Usted siempre tan precavido, Sargento! - Exclamó Gabriel con un tono de admiración que hizo que Johan deseara que el Meteorito cayera inmediatamente sobre su sien.
- Son los años de experiencia, Brunetti - Su pecho se hinchó como si de un palomo antropomórfico se tratase. – ¡Andando! Yo me adelantaré para asegurarme de que el resto de grupos van llegando, no vaya a haber algún problema. ¡No dejen un solo hueco sin revisar! Y usted, Jeriel... - Volvió a mirarle, esta vez con un gesto amenazador. – Como me entere de que ha vuelto a demostrar una actitud rebelde con sus compañeros, me aseguraré de que sea encerrado en el calabozo, ¿entendido?
- Entendido, “Sargento”. - El tono irónico no fue captado por el susodicho, el cual giró sobre sus talones y se marchó a buen ritmo.

Los dos SOLDADO empezaron a charlar mientras volvían hacia el punto de partida acerca de sus más que seguras probabilidades de ascender a segunda clase de forma inmediata, despreocupándose totalmente de revisar los laterales del camino que habían seguido en la redada. Johan realizaba alguna comprobación de vez en cuando, absorto en sus propios pensamientos, ligeramente rezagado para escuchar lo menos posible al par de idiotas que tenía delante. Pensaba, para no variar, en Eve. Se le había ocurrido la posibilidad de pedirle a Daithi que le entregara un mensaje, el problema era que no sabía qué decirle exactamente. “Hola, soy el que te detuvo e hizo que te metieran en esta celda de la que dudosamente saldrás con vida. Quería saber qué tal estabas.” Con solo pensarlo le daban ganas de golpearse la cabeza contra alguno de los cascotes. ¿Cómo coño podía estar obsesionado con una mujer a la que había jodido la vida? La voz de Nimasso le arrancó de sus pensamientos.

- ¡Eh! ¡Vosotros! ¿Qué coño hacéis aquí?
- ¡Perdón! ¡Perdón! ¡Sólo estábamos buscando! ¡AY!
- ¡No! ¡No! ¡Suelta a Tim! ¡Por favor!

Johan aceleró el paso, en dirección a los SOLDADO. Ese pedazo de hijo de puta había agarrado por el cuello de la camisa a un niño que no pasaría de los doce años, alzándolo a la altura de sus ojos mientras una niña aún menor lloraba cogiéndole del zapato.

- ¿Conque buscando, eh? ¿Se puede saber el qué? - Gabriel encontraba ciertamente divertida la situación, no les harían daño, por supuesto, pero podrían divertirse un rato tras un día de duro trabajo.
- ¡Su... su muñeca! - Dijo el infante mientras señalaba con un brazo tembloroso a la niña, la cual se trataba seguramente de su hermana. - Por aquí estaba nuestra casa. ¡Por favor suélteme!
- ¿Su muñeca? ¿Más de un año después del derrumbe del sector? ¿Pretendes que nos creamos eso?
- ¡Vinimos esta mañana y la perdí! ¡Venimos mucho a este sitio! ¡Por favor! ¡Por favor! - Las lágrimas de la niña manaban sin parar de sus ojos, mezcla de miedo y preocupación por su hermano.
- ¿Qué coño se supone que estás haciendo, Christian?

La sonrisa desapareció de la cara de los dos SOLDADO. Bajo los cascos Johan intuyó dos miradas de odio hacia su persona, sumadas al gesto de desprecio que se podía percibir en la parte sin cubrir del yelmo. Los niños lo miraron sin dejar de temblar, con el terror marcado en su rostro y lágrimas de desesperación.

- Vaya, ¿así que ahora me llamas por mi nombre, Jeriel? - La voz denotaba asco y rabia a partes iguales. – creía que por lo general te dirigías a mí por otro apodo.
- Nunca en horas de servicio, y esto no tiene nada que ver con eso. - Intentó no parecer amenazador, no mientras el crío siguiera colgando de la mano de ese imbécil. - ¿Qué ha hecho ese niño para que lo estés amenazando delante de su hermana?
- Verás Jeriel... - El idiota número dos tomó la palabra. Johan reconocía que no llegaba al nivel de idiotez de su compañero, pero eso seguía sin convertir su presencia en algo más deseable que una desagradable mancha de orín en la taza de un váter. – Chris y yo sólo nos preguntábamos qué hacían dos niños a estas horas de la noche en un lugar como este. - Exhibió la más falsa de las sonrisas mientras posaba su mano sobre la cabeza de la niña, paralizada por el terror, y le revolvía ligeramente el pelo. – Nos preocupábamos por su seguridad, bien sabes que esta zona no es precisamente segura... Espero que puedas entenderlo.
- ¿Y para “preocuparos por su seguridad” le tenéis que alzar del suelo de esa forma? ¿Por qué no les dejáis ir y tenemos la fiesta en paz? ¿O necesito informar a vuestro ídolo, el excelentísimo Sargento Grey, de lo que está ocurriendo? - Dijo mientras señalaba el walkie que colgaba de su cintura.

Se produjo un silencio tenso. Hasta la niña intentó contener sus sollozos lo máximo que pudo. Johan tuvo miedo por un momento de que el desgraciado que sostenía al chaval pudiera llegar a hacerle daño solo por el hecho de que eso le jodería. Tras unos cuantos segundos de tensión, Nimasso dejó al niño en el suelo y lo soltó. Éste cogió a su hermana de la mano inmediatamente y salió corriendo junto a ella hacia la entrada del sector, no sin antes dedicarle un sincero “gracias” con las pocas ganas que le quedaban de decir algo. Tras comprobar que tomaban la dirección correcta, y consciente de que los otros dos SOLDADO se habían quitado el casco y le miraban con desprecio, echó a andar hacia el lugar de encuentro, decidido a no darle al Sargento Grey la excusa que ansiaba para encerrarle.

- Vaya, ¿así que ahora quieres ser el nuevo superhéroe de los niños, Jeriel? - Dijo Nimasso con sorna.
- Vamos Chris, déjalo, no merece la pena.
- Eso, deja de tocar los cojones, anda. - Johan no quería entrar al juego, pero nunca le otorgaría la última palabra a alguno de esas dos babosas con los que compartía uniforme. – Te estabas pasando tres pueblos con el crío y punto. Dejémoslo estar.
- ¿Y desde cuando te importan los críos, eh? - No iba a dejarlo estar, ese imbécil sólo podía ver que el tipo que le había partido la nariz le había plantado cara, obligándole a hacer algo que no quería. - Si no haces otra cosa que no sea apostar, beber e irte de putas, lo sabe todo el escuadrón. Eres la vergüenza de SOLDADO, no sé cómo no te han echado ya...
- Porque hago lo que debo en lugar de aterrorizar críos para sentirme más realizado. - “Y porque puedo partirte la cara mientras hago las tres cosas a la vez”, pensó sin decirlo, para no llevar la discusión adonde no debía. - Ahora seguid hablando de vuestras putas cosas y dejadme en paz.
- Seguro que tú te sientes muy realizado haciéndote amiguito de esa chusma, te encuentras mejor entre iguales. - Escupió con desprecio al suelo, sonriendo después al ver que Johan se había parado. Gabriel soltó una risita ante el comentario de su amigo. – Reconócelo, Jeriel, llevas ese uniforme porque te tocó la lotería, pero no eres un SOLDADO de verdad, se nota en tus ojos, y en tu puta vida ascenderás a segunda.
- Mira, pedazo de mierda... - Johan se giró, caminando rápidamente hacia Nimasso, el cual no dio un paso atrás pero sí vaciló de forma casi imperceptible. Se puso frente a él antes de continuar hablando, a escasos veinte centímetros de su nariz torcida. Johan era ligeramente más alto, pero eso no pareció intimidar al SOLDADO. – Esa es la jodida diferencia entre tú y yo. A mi me la pelan vuestras putas conversaciones sobre cuándo ascenderéis a segundas y vuestros patéticos peloteos a Grey para ganaros su recomendación. Para mí esto es mi trabajo, ¿entiendes, escoria? - el otro no respondió, simplemente mantuvo la mirada y el gesto de estar oliendo mierda. - Llego, entreno, hago mi jornada, entreno otra vez y me piro a mi puta casa. Vosotros soñáis con llegar a ser héroes reconocidos de esta ciudad y a tener fuerza como para poder partir nueces a pestañazos, pero en el fondo no queréis ser SOLDADO, solo ansiáis el jodido título. Masacraríais a doscientos niños comos los de antes por una puta subida de rango.
- ¿Te crees mejor que nosotros? ¿Quién te da derecho a juz..?
- Me importáis una puta mierda, Maricomasso – La vena del cuello del susodicho comenzó a hincharse cuando éste escuchó su apodo. – Sólo espero el mismo trato de vosotros. Así que dejad de hincharme las gónadas y vámonos al punto de encuentro de una puta vez. Así, con suerte, en dos horas estaremos cada uno en nuestras respectivas casas y vosotros podréis pajearos pensando en el Sargento, ¿vale?
- Maldito hijo de puta...

Gabriel contuvo a su compañero, el cual ya se había llevado la mano a la empuñadura de la espada. Johan había traspasado el límite, y lo sabía, pero le importaba una mierda. Se dio media vuelta y caminó, cuidándose de estar atento a lo que decían esos dos imbéciles. Nimasso ya le había atacado por detrás una vez, y ahora llevaba un arma. Gabriel parecía poder contenerle diciéndole cosas como “es chusma” y “no merece la pena”. Todo podría haber acabado ahí, pero no, ese subnormal tuvo que abrir la boca una vez más, diciendo una de las pocas cosas que podrían haberle afectado realmente.

- Sí, tienes razón... - Jadeó ligeramente, conteniendo su enfado. – Además, no durará mucho: es carne de caza.

Johan se detuvo una vez más, pero esta vez no tenía una respuesta ingeniosa ni una réplica amenazante a punto de salir de sus labios, sino más bien pura bilis hecha palabras. No se giró, sólo intentó calmarse a la vez que escuchaba la risa amarga de Nimasso, al que Gabriel había chistado para que se callase, pero sin mucho éxito. Lo sabían, los dos, y tenía que saber cómo. Por suerte para él, el muy idiota siguió hablando.

- ¿Sorprendido, Jeriel? - Exhibía una sonrisa triunfal, como si finalmente hubiera atacado donde le dolía de verdad. – No todos tenemos una relación tan pésima con Turk como tú. En cuanto el Sargento Grey nos dijo que le ayudáramos a vigilarte de cerca en las patrullas y le informáramos de cualquier movimiento extraño le pregunté a un amigo mío del departamento administrativo. ¿Conque salvando niñitas, eh? - La risa se incrementó, resonando en gran parte del sector a la vez que Johan se giraba, con un gesto claramente hostil. Por primera vez no se encontraba con la indiferencia del SOLDADO ante sus palabras, y eso le hacía sentirse pletórico. - ¿Esperabas echar un polvo sin pagar por una vez en tu vida? ¡Qué ser más pateti...

La frase del SOLDADO acabó en un sonido gutural bastante desagradable. Su esófago acababa de ser atravesado por una espada reglamentaria como la que él mismo empuñaba. Había tratado de esquivarlo, pero se quedó en el intento, quedando su cuello seccionado casi en su totalidad. Con una última mirada a su asesino, se desplomó. Lo último que sus oídos escucharían jamás era la voz de Gabriel, la cual gritaba al Walkie-Talkie mientras este se echaba hacia atrás agarrando la espada.

- ¡NOS ATACAN! ¡NOS ATACAN! ¡Patrulla 1 solicita refuerzos! - Su cara reflejaba el shock, pero supo reaccionar al ataque del asesino de su compañero, el cual le lanzó un tajo horizontal que bloqueó con su arma por un pelo.

Johan corría en dirección al atacante, desenfundando su espada mientras echaba una mirada rápida al cadáver del SOLDADO que él mismo había pensado en asesinar de pura rabia; por lo visto se le adelantó el hombre que luchaba en estos momentos contra su otro compañero. Había salido de entre los escombros a una velocidad endemoniada, quizás suponiendo que habían descubierto su escondrijo al haberse quedado la patrulla delante de él tanto tiempo. Vestía un uniforme de segunda clase ajado y desgarrado, y su mirada reflejaba la locura del Mako. Su pelo, alborotado y cayéndole por todos los lados, se agitaba como si estuviera cabeceando en medio de un concierto de heavy metal cada vez que asestaba un golpe contra Gabriel, el cual se cubría como buenamente podía. Finalmente llegó hasta los dos, lanzando un golpe vertical al enloquecido rival, el cual supo apartarse a tiempo. Los encaró a los dos con una expresión facial que intimidaría a cualquier ser racional, lanzando enseguida un chorro de llamas que les obligó a echarse cada uno hacia un lado distinto para poder esquivarlo, separándose. Sin pensárselo dos veces, Johan tomó la iniciativa lanzándose el hechizo de prisa sobre sí mismo, igualando así la velocidad antinatural del segunda clase y abalanzándose sobre él. Los tajos se sucedían constantemente. El SOLDADO enajenado poseía una fuerza y una velocidad muy superior al racional, pero este poseía un cerebro que no se había fundido por la locura verde, lo que sumado a estar en superioridad numérica, le daba clara ventaja. Los ataques del segunda clase eran brutales y el cuerpo de Johan temblaba cada vez que tenía que bloquear uno, pero si seguía manteniendo este ritmo su rival no podría esquivar el ataque de Gabriel, el cual se estaba retrasando bastante, cabía decir. Tres segundos después, la ausencia de su compañero ya resultaba preocupante, y a los cinco se esperó lo peor.

- ¡¿Gabriel?! - Gritó mientras continuaba deteniendo golpes, los cuales cada vez se acercaban más a su piel sudada. - ¡GABRIEL! ¡¿Estás vivo maldita sea?!
- ¡Eso intento joder!

Se permitió mirar hacia atrás durante medio segundo para observar lo que atentaba contra la vida del SOLDADO. Un tercera clase con el uniforme en un estado similar al del rival de Johan había surgido del mismo refugio que él y luchaba fieramente contra su compañero. Se encontraba sólo, sólo contra un enemigo claramente superior a él en todo aspecto físico, de modo que ya podía encontrar una manera de acabar con él, y rápido, porque a ese paso no iba a poder aguantar hasta que llegaran los refuerzos. Los brazos, ya doloridos por la labor de búsqueda previa a la batalla, se le antojaban ahora dos extremidades agarrotadas que a cada golpe que bloqueaba sentía cada vez menos. El efecto de la materia se acabaría dentro de poco, y entonces dejaría de tener posibilidad alguna contra la velocidad del segunda clase, aunque este también mostraba algún signo de fatiga. Las espadas se entrechocaron una vez más, quedándose en el sitio. Un duelo de fuerza se produjo mientras los dos contrincantes se miraban fijamente y apretaban los dientes intentando ganar unos centímetros hacia la cara del rival. Sendas gemelas de acero empezaron a avanzar hacia él, a la vez que el enajenado adversario exhibía una sonrisa triunfal. Johan había forzado esta situación, sabía que sólo tenía una oportunidad, y la aprovechó.

Rotando sobre sus talones, Johan soltó la espada con su mano derecha, manteniéndola únicamente con la siniestra; esto provocó que su rival se abalanzara sobre él, o más bien donde antes estaba él. Consumiendo los últimos segundos de su hechizo de prisa, giró a una velocidad endiablada a la vez que sacaba un cuchillo de combate Cold Ratio de su funda en la parte trasera del pantalón y con un rápido movimiento cambiaba la posición de la empuñadura para asirlo con el filo hacia abajo. Utilizando el cuerpo como eje de giro, asestó una puñalada brutal todavía de espaldas en la nuca del segunda clase, el cual había continuado hacia adelante, sorprendido por el movimiento de su contrincante. Los 16 milímetros de hoja atravesaron piel, músculo, hueso y cervical superficial, acabando con la vida del enloquecido SOLDADO al instante, el cual mantuvo su expresión de sorpresa hasta que el suelo golpeó su frente, ocultando su rostro con su caída. Johan cayó al suelo, sentándose como buenamente pudo; estaba totalmente exhausto. Había gastado toda la energía vital que le quedaba en exprimir al máximo la materia prisa para poder hacer todos los movimientos a la velocidad necesaria, y ahora los brazos le colgaban, prácticamente inertes, demolidos por el esfuerzo.

- ¡Hijo de puta! ¡Vuelve aquí!

El otro SOLDADO enajenado, al ver a su compañero caer, había decidido poner pies en polvorosa y escabullirse en el laberinto de escombros que formaba el sector. Gabriel había intentado perseguirlo unos segundos, pero el otro era mucho más rápido y enseguida lo perdió de vista. Lanzó un grito de rabia destrozó un saliente de hormigón de un espadazo lleno de ira. Dejó la espada clavada ahí y se dirigió al cadáver de su amigo, el cual reposaba sobre un enorme charco de sangre; sus ojos, antaño con el brillo del Mako, parecían haberse apagado, quedando su mirada vacía de todo rastro de vida. Las lágrimas empezaron a agruparse en sus ojos, dejándose caer de rodillas ante el cuerpo de su compañero. Le cerró los párpados y contuvo el llanto, no así la ira, la cual desfogó en un grito.

- ¡Esto es por tu culpa! ¡Por tu puta culpa!
- ¿Pero qué coño dices? - Johan no daba crédito a lo que decía su compañero. Comprendía que la muerte de su amigo pudiera cabrearle sumamente, pero de ahí a acusarle...
- ¡Si no le hubieras provocado...! ¡Si no hubieras mantenido esa puta actitud de chulo de mierda y te hubieras callado la boca...! - La voz acongojada se tornó en desprecio y furia, encarando le con el rostro compungido. - ¡Él seguiría vivo!
- ¿Has perdido la jodida cabeza o qué? No se si te das cuenta de que esto – Dió una fuerte patada al cuerpo sin vida del segunda clase. – es el puto cadáver del loco que lo ha matado. ¿Y ves esto? - Sacó el cuchillo de su nuca, lo que produjo un ruido húmedo. – Es con lo que lo he matado. De nada, por cierto.

Se miraron fijamente, después Gabriel miró al cuerpo. Pareció calmarse, resignándose al hecho de que no podría vengarle de ningún modo. Su mirada se desvió al cuchillo que empuñaba el causante de su muerte.

- ¿Qué hacías con un arma no reglamentaria?
- ¿Has luchado alguna vez en callejones estrechos con ese armatoste que has dejado clavado ahí, Brunetti? - Tras pensárselo unos segundos, negó. Johan se subió la parte superior del uniforme, enseñando una cicatriz en el lateral. – Yo una vez, en mi primera semana como SOLDADO. Tres ladrones de poca monta me hicieron esto porque no era capaz de moverme con la espada. Ellos quedaron mucho peor, desde luego, pero desde entonces no voy a ninguna parte sin el cuchillo. ShinRa quiere a soldados con espadas grandes que digan “Somos la hostia de fuertes, molamos un huevo y tenemos la polla enorme”, pero yo prefiero sobrevivir, gracias.

Se formó un silencio entre los dos. Gabriel volvió a mirar el cadáver de su compañero, entonando una oración en voz baja. Johan quería hablar con él, pero consideró que era una falta de respeto interrumpir unas plegarias, de modo que registró el fiambre del segunda clase en busca de las materias y otras armas. Encontró fuego y golpe mortal, pero lo que más le sorprendió fue la muñeca de trapo que encontró dentro de su uniforme. Suspiró aliviado al pensar lo que hubiera ocurrido si no hubieran estado ahí para ahuyentar a los chavales. La columna de SOLDADO se empezó a divisar a unos 500 metros, tenía que darse prisa en hablar con su compañero, el cual ya había acabado de orar por su amigo.

- Gabriel, escucha, sé que te caigo como una mierda...
- ¡Qué va! ¡Con la de cosas bonitas que me dices!
- … pero necesito saber si eso que dijo Maric... digoooo Christian lo sabe alguien más en la unidad.
- A mi me lo contó en privado – se encogió de hombros – no creo que lo comentara con más gente, prácticamente solo hablaba conmigo.
- Ahá... - Suspiró aliviado, con que lo supieran los superiores ya resultaba un impedimento suficiente, necesitaba saber exactamente quién podía sospechar de sus actos para poder actuar algún día sin margen de error. - ¿Me harás el favor de no contárselo a nadie? Prometo dejar los insultos.
- Por mí como si te dan por el culo. No se a quién coño podría importarle que estés en el punto de mira.
- Gracias.

Johan se dejó caer en el suelo del todo, mirando el cielo estrellado que podía percibirse entre la zona de la placa del sector 6 y el 8. Sólo deseaba llegar a casa, quitarse su uniforme, tirarse en la cama y dormir; con un poco de suerte, soñaría con ella.





- Érissen, ¿me juras que todo es cierto? - La explicación acababa de concluir, y Roy apenas podía dar crédito a lo que había escuchado. Ni por asomo se esperaba algo así.
- Hasta el último detalle, llegados a este punto no tendría sentido ocultarte nada.
- La situación en la que está es... es un marrón muy grande.
- Es más que un marrón, Roy, es lo único que me queda en mi vida.
- Oh vamos, no digas eso. Tendrías que haber contactado antes conmigo; después de todo, soy tu hermano.

Una iluminación pálida y rojiza, producto de la mezcla de la luz desprendida por Meteorito con la del astro lunar, iluminaba la azotea. Los dos hermanos se hallaban apoyados contra el muro que la delimitaba, cada uno con una cerveza en la mano; dos latas vacías reposaban frente a ellos, y todavía quedaban un par más en la bolsa que había traído el mayor. Érissen suspiró ligeramente antes de reanudar la conversación. Llevaba mucho tiempo deseando dar este paso y le molestaba tener que perder todo el tiempo dando explicaciones, aunque comprendía perfectamente la necesidad de estas. Miró a los ojos de Roy, ligeramente más oscuros que los suyos, pues él poseía una vista perfecta, a diferencia del pronunciadísimo astigmatismo del hermano menor.

- No era tan sencillo. Mientras estuve chantajeado ellos me exigieron perder todo tipo de contacto con familia y amigos. Estaba sólo en esa empresa, y así fue como la afronté, mientras conservaba la esperanza de que al final todo saldría bien. - Dio un breve trago a la cerveza antes de continuar hablando. – Estaba ciego, ahora puedo verlo. Era obvio que jamás soltarían a Sarah con vida, quizás ni siquiera seguía viva mientras yo asesinaba una vez tras otra. Cuando finalmente caí en la cuenta de lo que había hecho en vano, ya habían pasado casi tres meses desde que Aang me rescató. Tenía miedo de hablar contigo, de contártelo todo y que supieras lo que había hecho. Pero sobre todo, tenía miedo de implicarte a ti y a tu familia en esto; y eso me sigue preocupando, Roy.
- No te preocupes por eso. Este piso es de Ernie, un antiguo compañero de trabajo y gran amigo mío. Le dije que iba a traer a mi hijo a observar la luna con su telescopio y él dejó la puerta abierta antes de irse a dormir. Tiene la suerte de vivir en una de las zonas más tranquilas de la ciudad. - Apuró el último sorbo de su lata, para después depositarla junto a las otras. - Nadie sabe que estamos aquí.
- Bueno... El caso es que no veía el momento de hablar contigo. Me repelía la idea de que no creyeras mi historia y pensaras que me había metido en un lío con las drogas o algo así, o que directamente no quisieras saber nada de mí después de tanto tiempo. Y de hecho, no me equivoqué mucho, no acudiste la primera vez que te lo pedí.
- ¿Tienes idea de cuánto tiempo quise saber algo sobre ti? No cogías mis llamadas, te habías cambiado de domicilio y en tu universidad sólo me dijeron que habías dimitido de tu puesto de becario sin excusa alguna. Cuando papá y mamá murieron en la caída del sector 7 ni siquiera acudiste al funeral o diste una sola señal. Y para colmo, meses después llega un señor a mi casa enseñándome fotos de un edificio totalmente carbonizado y un cuerpo en las mismas condiciones al que habían identificado como mi hermano el día anterior. ¿Qué creés que pensé cuando me encontré tu mensaje en el buzón? Sólo se me ocurrió que fuera una broma, pero ni siquiera sabía de quién. Sólo cuando vi tu foto la segunda vez que intentaste contactar conmigo creí realmente que podías seguir vivo.
- Siento no haber ido al funeral de nuestros padres... La noticia me llegó cuando aún seguía asesinando gente, y sólo podía pensar en Sarah. Acudir al entierro o ponerme en contacto contigo la hubiera puesto en peligro, y era incapaz de correr ese riesgo. ¿Acudió mucha gente?
- No demasiada, trajeron a la abuela desde Kalm pero la pobre ya no concibe la realidad bien. Creo que ni siquiera llegó a entender que era su hija la que estaba siendo enterrada.
- Vaya... - No sabía qué decir, todo lo que no tuviera que ver con la situación en la que estaba metido parecía haber ocurrido hace miles de años.
- Siento muchísimo lo de Sarah, Érissen – Roy cayó en la cuenta de que todavía no se lo había dicho, centrado en la incógnita de cómo él seguía vivo. – Era una chica fantástica, siempre tan amable y jovial. Amelia se llevaba de maravilla con ella, te aseguro que lo lamentará también.
- Gracias. - No le agradaba hablar del tema, pero era la primera vez que podía desahogarse con alguien, y no podría encontrar nadie con el que tuviera tanta confianza como con su hermano, de modo que se obligó a sacar las palabras que no había podido compartir aún. - La última noche que la vi, ¿sabes? Antes de que... de que se la llevaran. - La voz hizo un amago de quebrarse, pero continuó en su tono habitual. – al dormirnos juntos, abrazados... supe que me casaría con ella, supe que jamás podría amar a una mujer igual, que nunca valoraría a alguien tanto. Ella era el eje de mi vida, y me lo arrebataron, Roy. No tenía la culpa de nada; buscaban alguien que disparara y yo sabía hacerlo, pero ella no tenía nada que ver en todo esto.
- Y tú tampoco, Érissen. - Roy depositó la mano sobre el hombro de su hermano menor, apretándolo ligeramente. – A veces las cosas ocurren sin que nadie pueda hacer nada. Pero tú has conseguido otra oportunidad, no la desperdicies. Puedes irte a otra ciudad, donde no te encuentren, tienes el poder de reconstruir tu vida si quieres.
- Pero no quiero. No quiero irme, no quiero seguir huyendo agradeciendo que siga con vida, como si Sarah sólo hubiera sido eso para mí. ¡Sé lo que vas a decir! - Exclamó, cortando la replica de su hermano. – Sé que ella hubiese preferido que yo viviera feliz y siguiera con mi vida... pero no puedo, ni quiero, y algo en mí me dice que tampoco debo. Voy a encontrarles Roy, voy a descubrir quién son, qué hacen y qué querían conseguir, y después me voy a vengar. Me da igual si muero sin conseguirlo, lo único que lamentaré es no haber conseguido cargarme a más de los suyos por el camino. Me da igual lo que pienses, me da igual lo que opines o que me juzgues. Piensa lo que pasaría si te quitaran a Amelia y a Phelan, y hasta donde serías capaz de llegar por ellos; y piensa cómo reaccionarías si después de hacer todo por ellos descubrieras que te han utilizado y jamás fueras a volver a verlos. No es que no quiera seguir con una vida nueva, Roy, es que ésta es mi vida. Ellos me convirtieron en un asesino, y eso es lo que soy, y pienso actuar en consecuencia.

Roy miró a los ojos de su hermano, gemelos a los suyos salvo por la tonalidad, más apagada y fría. Vio una determinación incapaz de derribar con palabras, promesas o actos, y sintió una profunda lástima. Lástima por el hecho de que esa mirada, antaño tan inocente y llena de ilusión, fuera capaz de expresar ahora tanta ira, tanto odio, tanto dolor. Recordó sus infancias en Kalm, jugando a ser científicos que descubrían reveladores inventos hechos con piedras, madera y barro. Recordó cuando le ayudaba a estudiar su carrera, hallando en él una capacidad de aprendizaje que le hizo envidiar su talento. Recordó el día en que observó la imagen de lo que creía su cadáver, y la angustia que le envolvió sabiendo que, de toda la familia unida y feliz que habían sido, sólo quedaba él. Ahora contemplaba los ojos del hermano que hasta hace dos días había considerado fallecido, y en cierto modo, comprendió que algo en él sí que había muerto realmente; algo que no volvería jamás, por mucho que lo intentara. Se resignó a ello, aceptando el presente que tenía ante él de la única forma que podía hacerlo. Se metió la mano dentro de la camisa, sacando un sobre.

- Toma, aquí hay 5000 guiles. No es mucho, pero te dará para iniciar tu venganza, vendetta o como quieras llamarlo con algo más que esa pistola que tienes en el trasero.
- ¡Roy! No puedo aceptarlo... – Érissen se sorprendió. Esperaba un sermón de hermano mayor, una reprimenda, unas palabras de ánimo... cualquier cosa menos esto. – Tienes una familia a la que mantener, y sé que te has quedado sin trabajo.
- La razón por la que me he quedado sin trabajo es que acabamos un proyecto planeado para siete personas entre dos: Ernie y yo; y antes muertos que repetir esa hazaña. Nos han pagado muy bien y encontraré otro curro. Además, Amelia aporta mucho con su trabajo de profesora. No hay excusas, Érissen; cógelo.

- Érissen titubeó, cierto era que hasta ahora había vivido del escaso dinero de Aang y aún no había planeado como apañárselas para empezar su búsqueda. Esto le resolvería muchos problemas. Miró a su hermano, después miró el sobre, y finalmente cedió.

- Gracias Roy... de verdad. - Dijo mientras cogía el sobre, guardándolo dentro de su chaqueta. Él le sonrió, y Érissen cayó en la cuenta. - ¿Cómo es qué llevas 5000 guiles en efectivo en un sobre?
- Verás, en cuanto supe que realmente estabas vivo comprendí que sólo había una razón para querer contactar conmigo: necesitabas ayuda, y no tenías a nadie más. Era eso o te habías vuelto un psicópata fratricida, lo cual no creía, aunque he de reconocer que me acojoné bastante cuando vi la pistola. - Roy se rió ante la mirada atónita del otro. – Soy tu hermano mayor, Érissen, llevo toda la vida ayudándote y seguiré haciéndolo mientras me dejes. - Esta vez fue él quien cortó la réplica de su hermano - ¡No hay más que hablar! No es cuestión de lo que deba o no deba hacer, es cuestión de lo que quiero.

Ambos se quedaron en silencio, mirándose el uno al otro. Érissen no tenía palabras para agradecer la actitud de su hermano, y ansiaba el día en el que pudiera devolver los favores, tanto a él como a Aang.

- Qué, ¿nos tomamos la última? Se van a calentar.
- Sí, genial.

Ambos se incorporaron, y mientras Roy iba en busca de las dos últimas cervezas, Érissen contempló las vistas desde la azotea. El edificio ShinRa se podía apreciar en toda su majestuosidad desde esa posición, dominando equidistantemente cada punto de la ciudad; era el constante recordatorio de a quién debía cada ciudadano de Midgar su luz, su comida, su casa... o la ausencia de ellas. Una enorme estructura de metal partía de la torre, e incluso desde el extremo de la ciudad se podía contemplar el colosal cañón que reposaba en el suelo, ya ensamblado y listo para ser colocado en su sitio próximamente. Un arma colosal, que Érissen suponía que se utilizaría como última esperanza para detener la gigantesca mole de roca y llamas que parecía dispuesta a impactar contra el mundo que conocía. Observó a Meteorito y se descubrió a si mismo sin inquietudes, sin miedo. No eran sólo palabras; le daba igual morir, le daba igual si ese gigantesco astro arrasaba todo Midgar. Le daba igual todo mientras él pudiera cobrarse su venganza. Una gota de lluvia cayó sobre su frente mientras continuaba observando el rojo caos, y no pudo evitar pensar en voz alta a la vez que su hermano le pasaba la última lata.

- Se avecina una tormenta...

miércoles, 9 de diciembre de 2009

198

El autobús frenó bruscamente con el vengativo pie del conductor. Había sido un viaje largo y agotador patrocinado por una línea barata de viajes. El niño que da patadas en el asiento, la pobre mujer que se marea, el anciano que se queja de lo mal que están los tiempos… Lo tuvo todo, cosa que hizo que el conductor perdiese los nervios más de una vez.

Agarré mi destartalada maleta y respiré profundamente, absorbiendo el viciado aire del vehículo, un aire que sabía que venía de mi tierra y ya no podría volver a respirar. La estructura de la maleta tembló de terror al saltar el último escalón del autobús y yo temí que tuviese que cargar con ella, pero las ruedas resistieron el asalto. Así me sentía yo, con miedo a que algo saliese mal, alguna pequeña cosa que me devolviese a la realidad y derrumbase aquél muro emocional que parecía haber alzado.

El sol había desaparecido hace horas, la placa se lo había comido, pero un leve resplandor asomaba por el sector siete. A nadie le gustaba aquél meteorito, pero yo lo odiaba. Lo odiaba por odiar algo, lo odiaba porque todo pareció empezar a salir mal desde que apareció, como una cuchilla circular que corta sin tocar, con herida profunda y sal.

Una anciana de pelo blanco y alborotado, que estuvo todo el viaje durmiendo, me cogió del brazo y me miró con ojos confundidos.

-perdona chico, ¿No sabrás cómo se va a al Mercado Muro ese?-Los surcos de su cara se movían con vida propia a cada movimiento de la mandíbula como un océano de arena.

-Lo siento, nunca he venido a Midgar- me excusé con cierta aspereza.

-Oh, vaya… ¿De Costa del Sol, verdad?-yo asentí- Se nota por el moreno… Y tienes unos ojos marrones de lo más bonitos. Yo vengo de Ciudad Cohete…

-Disculpe, pero tengo que irme- la dije con disimulada prisa.

En parte tenía razón, pero estaba claro que aquella mujer pretendía contarme toda la vida de cada uno de sus nietos.

Comencé a caminar entre grises paredes y sucias aceras, todas ellas con la etiqueta de “ciudad evolucionada”. Algún día volveré Max, dijo mi padre cuando se marchó de Costa del Sol. Pero nunca volvió, se quedó entre humos de coches y placas en el cielo hasta que se le vinieron encima, con todo el peso de la ciudad que no deja de devorarse a sí misma.

Yo no entendía nada. Me habían hablado alguna vez de Midgar y siempre me la imaginaba como un monstruo metálico, pero no me imaginaba a mi padre viviendo en ella. Y el hecho de que un marinero durante el viaje en mar me contase sólo cosas malas acrecentó mi repulsa hacia la ciudad. Que el sector siete lo destruyó Shinra me dijo… Era una idea tan descabellada que hasta podía tener sentido. Y mi padre justo paseando por allí ese día, qué suerte la suya… Y sería yo, meses después, el que me enteraría de que lo habían encontrado bajo una piedra, como los cangrejos.

-Pero mi padre no es un cangrejo- dije en voz alta al entrar en un conjunto de bloques de edificios- Mi padre nunca caminó hacia atrás.

Era cierto, nunca caminó hacia atrás, siempre hacia delante, dándolo todo de sí. Incluso marchó a Wutai llegado el momento, enviándonos dinero todos los meses. Y así se lo agradeció la ciudad que le atrapó durante quince años, con una parte de ella abriéndole el cráneo y aplastándole el pecho.

Yo tenía ahora treinta y dos y ni siquiera le vi la noche que se marchó, de puntillas para que no me despertara, el día que cumplía los diecisiete.

Metí la mano en mi abrigo marrón y saqué un sobre arrugado, en el que figuraba, con letra fina y estirada, mi nombre y apellidos. Una pequeña llave cayó entre los dedos de mi mano izquierda, fría e impasible, dispuesta a abrir la puerta a un nuevo inquilino y, sin embargo, sin cambiar a su antiguo dueño. Me quedé inmóvil, como si no supiese cómo se utilizaba aquél objeto, pensando en lo que significaba, temiendo encontrar dentro lo que no veía hace tanto tiempo.

Un joven rubio pasó con aire distraído por la calle con ropa de lo más extraña. Incluso llevaba un esqueleto metálico cosido a la espalda. Esqueletos maquillados, pensé, eso es lo que son la gente de esta ciudad.

Y sin embargo yo me iba a convertir en uno de ellos. Al día siguiente intentaría abrirme paso con mis estudios en ingeniería de caminos sin ilusión, augurando que sólo acabaría trabajando mucho, mal, y nada parecido a eso.

Finalmente introduje la llave en el portal y me adentré en el edificio. Me tocó subir la maleta por tres pisos de escaleras deterioradas y paredes resquebrajadas, heridas desde el derrumbamiento de su sector vecino, hasta que llegué a una puerta de madera con el barniz raspado. Saqué la segunda llave del sobre, ésta de forma triangular, y abrí sin pensarlo demasiado. Un aire cargado, de meses de edad, me atizó en la cara al empujar la puerta y avanzar por el pasillo de la casa. Paredes blancas, de yeso lleno de humedades, que me guiaron hasta un pequeño salón, lleno de la presencia de mi padre, Maximilian White.

El ornamentado reloj de arena que fabricó cuando yo tenía ocho años descansaba sobre una televisión en la esquina. Su colección de libros preferidos en una discreta estantería junto a la ventana y sobre ella una foto suya con mi madre y conmigo en la playa de Costa del Sol, cuando apenas sabía gatear.

Era una ciudad distinta pero todo me recordaba a él. Sentía su sonrisa despreocupada en el aire, sus chistes malos, su afición a las excursiones… Fue aquél salón el que definitivamente derrumbó ese muro emocional de un solo martillazo, diciéndome con rotunda seguridad que mi padre ya no estaba. Daba igual que llevase quince años sin verle, siempre sabía que estaba allí, lejos de casa pero cerca de la vez, sabiendo que algún día volvería sin avisar para darnos una sorpresa. Me senté en el único sofá y lloré. Lloré por él, por mi madre que se fue de paseo con el cáncer de pulmón hace ya años, por mis abuelos que apenas recuerdo, porque en ese momento me sentía sólo y desprotegido, con mi casa de Costa del Sol embargada, con mi problema con el whisky barato y con mi asquerosa soledad.

Lloré hasta que me sentí reconfortado, como si los problemas ya no estuviesen allí aunque todavía me ahogasen. Me peiné malamente con la mano delante de un pequeño espejo y con el pelo negro revuelto volví a salir a la calle. Sólo quedaba una cosa por hacer, decirle adiós en persona.

Avancé por estrechas calles decidido a acabar con el ritual en el menor tiempo posible. Entre dos amigos que mi padre tenía, que fueron los que me informaron del desastre, dos hombres que contraté para enterrarle y yo hacíamos cinco, en una ceremonia a la que sólo yo pertenecía de verdad.

El jardín apareció de la nada, entre los gruesos muros de cuatro edificios, como un pequeño paraíso dentro de Midgar que se escondía de malas miradas, con una vieja y oxidada verja rodeándolo y no más de de veinte piedras que hacían de epitafios. Por lo visto allí reposaban los restos de gente con la misma suerte que mi padre, víctimas del derrumbamiento.

Y allí también estaban los amigos, con la cabeza gacha y arropados con gruesos abrigos, viendo como otros dos hombres cavaban con esfuerzo. No me moví, sólo observaba la escena de lejos. No quería acercarme y ver cómo cavaban, todo el mundo sabe que siempre falta tierra, da igual todo lo que saques. A su lado descansaba una caja de madera de dos metros de largo, con los clavos relucientes. ¡Mi padre se merecía más joder, no una mierda de caja de zapatos gigante!

Terminaron de cavar y yo me disponía a dar media vuelta y no volver a ver a aquellas personas pero aquél presentimiento que ya me atenazó cuando las ruedas de la maleta se quejaron se materializó en ese preciso instante, cuando con absurda idiotez se les resbaló el féretro y cayó al agujero de lado, abriéndose la tapa. Los amigos de Maximiliam ahogaron un grito y se llevaron las manos a la cabeza al ver que dentro no había más que sacos de arena y una carta con la letra de mi padre dirigida a mi nombre.

viernes, 4 de diciembre de 2009

197

Desde su asiento de copiloto, Mashi miraba con gesto distraído a una mujer hermosa, envuelta en seda y coronada con un gesto triste, que cruzaba la acera en silencio. Parecía etérea entre la multitud, y le dio al turco un par de ideas para alguna que otra entrada en tono poético en su blog.
- ¿Qué haces esta noche, cachorro? – Preguntó Svetlana, a su lado.
- ¿Yo? – Se sorprendió el joven turco. – Uhhh… Nah, supongo que escribiré algo y me iré a dormirla. Con la mierda esa del cañón nos están haciendo encadenar un turno tras otro, y me siento como un zombi con resaca.
- Yo voy a darle otra pasada a la zagyev en la galería de tiro antes de irme, pero no mucho. No es plan dejar a Jorik tirado con los enanos. – Mashi sonrió. Siempre le hacía gracia ver a una agente de Turk tan expeditiva como Svetlana, actuando de esa forma tan maternal. Sin embargo, su compañera tenía la mirada en el retrovisor, desde el que veía su nueva escopeta, depositada en el asiento trasero, lista para la acción.
El sonido del PHS de Svetlana los interrumpió. Miró su pantalla, que le anunciaba la llegada de un mensaje de texto de su esposo. La turca temió por su sesión de tiro, pero esperó a que un semáforo en rojo le diese la oportunidad de leerlo.
“Vanya ha vuelto a meterse en una pelea. A las ocho tenemos una cita con el jefe de estudios del colegio. NO FALTES”. El humor de Svetlana se turbó al instante. Vanya siempre había sido un niño con un temperamento rebelde y algo agresivo, pero bien atemperado por la educación que Jorik le había dado. No era malo, y no hacía falta más que conocerlo un poco para ver que era bondadoso y protector. Sin embargo, nada comparable a la amabilidad y ternura de sus hermanos, Rozaliya y el pequeño Grigori. Probablemente, alguien se habría metido con ellos, y Vanya le partió la cara.


Mashi vio como el monovolumen familiar de Svetlana se alejaba a toda prisa hacia la salida del garaje del edificio Shin-Ra, mientras las puertas del ascensor se cerraban ante su cara. Tenía algo de tiempo libre, y ante la indecisión de cómo llenarlo, llegó incluso a plantearse ir al gimnasio a buscar a Kurtz para un repaso, pero cabalmente decidió en seguida que no quería ser él quien se lo llevase.
Tres pisos antes de alcanzar la planta que Turk tenía asignada para sus oficinas, Mashi abandonó el ascensor, despidiéndose del resto de ocupantes (un par de miembros de SOLDADO y algún que otro funcionario) con un leve gesto con la cabeza.
Subió sigilosamente las escaleras, mirando a su alrededor con precaución, cuando se encontró a Harlan e Yvette discutiendo frente a la máquina de café. Los llamó en voz alta, acercándose hacia ellos, que se apresuraron a saludarlo. Mashi odiaba el café de máquina, pero era un pequeño precio a cambio de su integridad física. Al fondo podía ver la fría mirada de Grim, clavada en él desde una rendija entre las persianas venecianas de su despacho. Tras él, Soto y Tex discutían. Nadie olvidaba a Creedan Dravo, ni la lección que supuso acerca de lo que puede suceder a alguien que se descuida y va por ahí solo.


- La entrevista terminó hace un cuarto de hora, Svetlana… - Jorik Varastlov esperaba sentado ante la puerta del colegio, sobre el capó de su coche: Un sedán de lujo, regalo de su esposa por un pasado aniversario de bodas.
- Lo siento… ¿Cómo ha ido? – Preguntó. Al fondo veía a Grigori y Rozaliya tirando de Vanya, que tenía un ojo morado, hacia un kiosco. Jorik les había dado dinero para chucherías y que así desapareciesen unos minutos.
- Deberías haber venido. – Su marido no era un hombre que se enfureciese de forma vistosa ni exacerbada: Nunca perdía los papeles, y atacaba usando un tono glacial.
- Jorik, se donde debería haber estado, pero tú deberías recordar en que situación estamos y lo mucho que me aprecia el capitán Jacobi.
- Sigue siendo un trabajo, y su importancia no debería ser comparable a la de tus propios hijos.
- Eres un civil y no lo entiendes: ¡Estado de excepción! – Insistió Svetlana, intentando moderar su tono y gestos para que sus hijos no notasen nada raro. - ¡Es casi como estar en guerra!
- Yo lo entiendo… Pero ¿realmente vale la pena? Los niños y yo nos estamos hartando de oír saltar alarmas sobre el fin del mundo, y tú nunca estás en casa para tranquilizar a los niños.
- Si el mundo se acaba, no entiendo que cojones haces tú preocupándote por tu ascenso a catedrático. – Acusó Svetlana.
- Si, tienes razón. Estoy siempre con mi tesis… ¡En casa! – Alzó una ceja, mientras la miraba con aires de superioridad. – ¡Mírate! ¡Te presentas con todo el uniforme arrugado, el chaleco puesto y esas dos metralletas abultando bajo la chaqueta! ¿Qué imagen es esa? ¿Cómo quieres que Vanya no se meta en peleas, viendo así a su madre? – Svetlana se echó hacia atrás, como si hubiese sido abofeteada. Miró un segundo a sus hijos, asegurándose de que aún seguían eligiendo chucherías, y se acercó a su marido, encarándolo.
- De modo que es eso, ¿no? ¡Sigues guardando rencor a Vanya! ¡Vanya es el mal hijo! ¡El agresivo! ¡El hosco! ¡El brutal! – Jorik había lanzado un golpe muy bajo, y muy certero.
- Tienes razón. No es culpa suya: Solo ha heredado las maneras de ese troglodita que es su padre. – Svetlana tragó saliva. Tras la puñalada anterior, con esto acababa de retorcer el cuchillo completando el golpe. Sin embargo, había llevado la discusión a un campo que le iba a salir caro.
- Puede que no te hayas dado cuenta, Jorik Varastlov, pero cuando te casaste conmigo, Vanya aún estaba en mi vientre. ¡Tú y solo tú eres el único padre que ha conocido nunca! ¿Quién es el troglodita entonces? – Cazado en su propia red, Jorik apretó los puños. Respiró profundamente e hizo un gesto con la cabeza a Svetlana hacia los niños, que ya caminaban hacia ellos, contentos con su nuevo botín.
- ¡Yo les enseñé a actuar de forma lógica! ¡Y sin embargo, le partió la cara a dos compañeros! – Svetlana se quedó mirando a su marido en silencio, calmándose súbitamente su enfado. Su rostro parecía pesaroso, pero no dejaba de mirar de reojo hacia los críos, cada vez más cerca, para que no la viesen así.
- Deberías ponerte de vez en cuando en el lugar de tu hijo.



Mashi comprobó su blog una vez más. Pocas entradas. La verdad, sabía que no hacía esta publicación por autobombo o por convertirse en una especie de “gurú online”. Sin embargo, Yabun Gobei había perdido mucho ritmo de visitas desde su separación del grupo de turcos. No era de extrañar: ¿Quién esperaría ver a perros viejos chateando o usando internet? Solo tenía los comentarios habituales, amén de un nuevo seguidor anónimo cuya identidad conocía bien pero que no delataba por no tener problemas. Eran cerca de las doce de la noche, y la cena ya era un grato recuerdo del pasado. Sin embargo, sabía de antemano que cualquier intento de ir a dormir acabaría siendo infructuoso. Decidió vestirse. Nada complicado, solo “casual”, y luego a dar un paseo. Incluso tardó menos de media hora en arreglarse el pelo.
La idea de Mashi de “casual” le hacía destacar enormemente entre la multitud, con su abrigo adornado con una placa de aluminio en la espalda, cortada con la forma de una especie de torso esquelético demoníaco, sobre tela malva. Sus botas estaban cubiertas de puas, romas todas ellas, por lo que pudiera pasar, y sus pantalones negros, holgados y llenos de desgarrones, mostraban por debajo unas mallas de color malva que completaban su indumentaria, junto con un leve toque de maquillaje. Algo discreto, a su modo de ver. Sin embargo, Katsumashi hubo de reconocer una cosa: Después de las semanas sirviendo junto a gente como Svetlana, Kurtz, Inagerr o Peres, se vio raro a sí mismo, de nuevo, maquillándose o buscando su ambiente habitual en el entorno visual. Buscó un espejo improvisado en algún escaparate, para ver si él también se había hecho viejo, pero no fue así, para su alivio. Sin embargo, algo era distinto: Ahora sentía una suerte de comprensión hacia sus compañeros: Una vieja guardia curtida en mil infiernos y apaleada, deseosa de un nuevo asalto por una mezcla de orgullo y tozudez.
Decidido a no pensar en el trabajo, por bien que le cayesen sus nuevos compañeros, Yotoomaru Katsumashi sonrió ante el cartel del Karasu. Una sala de conciertos a medio tomar por los góticos, pero que siempre acababa dando ventaja a los conciertos visual. Lleno a medias por puristas y la otra mitad por fans de los grupos, el Karasu era de las mejores salas de conciertos que se podían encontrar en el sector 8. La caída de su placa vecina le había causado graves problemas: Cierre para una inspección de urbanismo por si había sufrido daños estructurales, y una gran pérdida de su flujo habitual de clientes por la destrucción de los accesos desde el sector 7. Sin embargo, los grupos se habían apoyado mutuamente, y a fuerza de dar conciertos agotadores por precios meramente simbólicos, lograron mantener el local abierto. Desde el Karasu, todo el barrio logró crecer de nuevo, y mantenerse como territorio de los Visual Kei.
Mashi decidió no pedir alcohol. No le gustaba tanto la cerveza como los combinados de sabor más dulce, pero tenía la obligación de mantenerse sobrio ante la posibilidad de una llamada de emergencia. Svetlana lo despellejaría si llegaba a descubrir que había salido de casa sin chaleco, y con su triste revólver como toda potencia de fuego.



Svetlana tenía la mirada perdida. De repente, en menos de un segundo, se concentró y se arrojó hacia delante, donde un saco lleno de arena esperaba sus golpes. Sobre él, una foto de Mordekai Jacobi cada vez más destrozada sonreía con su habitual desdén, mientras una lluvia de golpes caía incesante sobre ella. Svetlana giraba en torno al saco, repartiendo golpes, esquivando las venidas, en las que su imaginario adversario intentaba alcanzarla, cansarla, y finalmente, derrotarla. Eso habría funcionado con cualquier pipiolo, pero ella había recibido demasiados golpes y partido demasiadas caras como para dejarse atrapar así como así: Dosificaba sus energías, coordinaba su respiración con sus movimientos, exhalando fuertemente en cada ataque. Podía combatir durante mucho tiempo antes de notar el cansancio. Le gustaría creer que horas, pero es mejor ser realista. Se lanzó contra el saco de nuevo, atacando en corto y rotando. Siempre atacando, nunca dando un respiro entre golpe y golpe. Los respiros al enemigo son una traición a uno mismo, como bien aprendió por las malas cuando ingresó en la 90 de fuerzas especiales.
Acabada su combinación dio un paso atrás y lanzó una potente patada lateral que debería haber lanzado el saco contra el fondo, pero este se chocó con algo y casi es Svetlana la que sale proyectada.
- ¿Tregua? – Preguntó Jorik, tras el saco. Traía una botella de agua y una toalla limpia. Svetlana refunfuñó y lanzó un golpe más contra el saco, pero tomó asiento.
- ¿Qué quieres? – Svetlana tenía la costumbre de aislarse en el trastero, tres pisos encima de su casa, donde se había construido un pequeño cuarto de entrenamiento. Era tan disciplinada que se frustraba enormemente cuando alguien que no fuesen sus hijos la interrumpía. Incluso a veces, sus hijos se encontraban un severo correctivo al llegar.
- Quiero acabar la discusión.
- ¿Y qué vas a decir al respecto? – Jorik sonrió. Él era el único con el privilegio de sacar de sus casillas a su mujer. No era algo que hiciese a propósito, sino que le salía sin pensar. Normalmente, de la agente Varastlova se conocía su faceta fría y violenta, y su faceta simplemente violenta. Con sus compañeros era amistosa, pero se comportaba como un hombre más, soltando bromas soeces y repartiendo golpes amistosos, pero que a Jorik le hacían bastante daño cuando le tocaba recibirlos. Sin embargo con él, era cuando tenía ante sí a Svetlana la mujer. Femenina, preocupada, y aunque a veces costase creerlo, vulnerable.
- Voy a decirte que ya sabía que yo era el único padre al que Vanya conoce, y para ello, voy a confesarte algo que he tenido miedo de que supieses.




- ¡Joder, como mola tu pelo! - Dijo una joven rubia cuando Mashi apareció a su lado en la barra. Tenía la voz un poco ronca, aunque el joven turco supuso que era por el vaso casi vacío que tenía ante ella. – Si me cuentas el truco, te invito a un trago.
- Solo voy a tomar un refresco, y no estoy seguro de que mi secreto valga tan poco… - Dijo con picardía, haciéndose el interesante. La chica pareció pensárselo.
- Vale, te lo plantearé de esta forma, a ver si te gusta más: Si me das conversación, te invito a ese refresco.
- Gracias. – Pidió un mosto y luego se giró hacia ella. – Y la respuesta a tus dudas es esta: Mascarilla marca Mogu cada tres días, corte de puntas cada cuatro meses y laca de buena calidad para no quemar el pelo.
- Euh… Tomo nota. – Dijo la chica. Aún era una adolescente, pero más bien una adolescente tardía. Aparentaba unos diecinueve años, y su aspecto era una especie de Visual de fin de semana. Debía de ser universitaria para estar de fiesta un jueves. Se arregló un poco más el pelo, con un gesto casual que abrió un poco más su escote y se pegó a Mashi, casi tocándolo, e inundando sus fosas nasales con su perfume. – Por otro mosto, o algo un poco más fuerte… ¿Me responderías a otra pregunta?


Jorik avanzaba a zancadas a lo largo de la taberna Highlander Cavern. Sus pasos llamaron la atención de los parroquianos, pero nadie hizo preguntas al joven extraño delgado y algo desgarbado. Estaba furioso, y su cabello estaba revuelto. Encontró al hombre al que había venido a buscar y se sentó, quitándose las gafas y posándolas sobre la mesa ante una eventual escena violenta a punto de estallar.
- ¿Prefieres aquí mismo o fuera, hijo de puta? – Preguntó Jorik, con el tono dubitativo de alguien que no está acostumbrado a llegar a este nivel.
- Aquí mismo tendría un problema con el dueño. Fuera no, pero no veo como mierda va a acabar bien esto si te… - El otro hombre dudó apenas un segundo. - Si tú y yo nos damos de hostias.
- No me voy a ir sin lo que he venido a buscar.
- Pues lo tendrás que conseguir como siempre has dicho: Hablando. – Jorik sonrió. Precisamente él, ese neandertal, le venía a decir al licenciado cum laude y uno de los profesores universitarios más jóvenes de la universidad de Midgar, que iban a resolver las cosas hablando.
- Veo que evolucionamos… Incluso te han puesto una jarra, con asa y todo, para que las uses como un organismo desarrollado.
- Mira, tío… Que quiera resolver esto tanto como tú, no significa que te permita insultarme. – Dijo con tono firme y sombrío, mientras sus ojos parecían relucir en la oscuridad del rincón en el que estaba sentado.
- Bien. – Concedió Jorik. – Yo también me comportaré. – El otro asintió. Jorik tomó aire y esperó unos instantes, antes de decidirse a hablar. Apenas dos segundos. - ¿Por qué cojones no le echaste huevos y tomaste la iniciativa en lugar de dejar que yo siguiese adelante con la boda?
- No te casaste engañado, Jorik… - El extraño dio un trago a su pinta de cerveza negra, mirándolo desde encima de su jarra.
- No, eso es cierto. Sin embargo, ella tampoco. No creo que debiera haberme dicho que sí.
- ¿Por? – Preguntó el otro, a medio camino entre divertido y sorprendido.
- Porque cada vez estoy más seguro de que te quiere a ti. – Esta vez su interlocutor posó su vaso. Hizo sonar sus nudillos y se acomodó en su banco, con movimientos muy pausados. De repente, su puño estalló contra la pared con un sonoro golpe, pertinentemente ignorado por los parroquianos. A este le sucedieron otros, y cuando finalmente se calmó, juntó las manos sobre la mesa. La diestra estaba cubierta de sangre.
- ¿Sabes por qué me cabreo así? – Dijo con la voz llena de ira contenida. Jorik negó con la cabeza. – Porque has dudado de ella.
- ¿Dudar? No dudo. Es ya una certeza.
- ¿Qué certeza, idiota? ¡Ella lleva tu hijo! ¡Tu segundo hijo! ¡En su vientre! ¡Y también ha tenido tu niña!
- Muchas personas se casan por los motivos equivocados y tienen hijos juntos. – Respondió Jorik, fríamente. Ya se había planteado esa pregunta y tenía la respuesta preparada.
- Ella no. ¿Nunca te dijo como acabamos liados?
- Nunca quise saberlo.
- Pues ahora te jodes y lo oyes. – Jorik hizo un gesto de contrariedad. – Si no te gusta, no hubieras venido, aunque de todos modos no es nada del otro mundo: Nos emborrachamos.
- Por mucho que bebiese, no justifica…
- No. No lo justifica. Ella me explicó por qué lo hizo cuando hubo recuperado la razón: Le daba miedo casarse y cometer un error. Le daba miedo sentirse desgraciada.
- Al final yo fui un error… - Admitió el joven profesor.
- ¡Mira que eres idiota! Tu mujer es una tía orgullosa, fuerte e independiente. Tenía miedo de perder esa independencia. ¡No quería ser una jodida ama de casa! ¡Es una puta guerrera, maldita sea! ¡No está hecha para la aspiradora y las cocinitas!
- Pero eso… No llegó a suceder. Incluso vosotros, cabrones, hacíais chistes sobre mí, llamándome “su mujercita”.
- Ella nos pateó la cara, en cuanto hicimos medio chiste fuera de tono. Concretamente, a mí me soltó un puñetazo que me dejó flipando, y me hizo tragarme la coña por no tener un problema serio. – El otro dejó tiempo a Jorik para decir algo, pero este solo lo miraba, estupefacto. – Solo me había pegado más fuerte en una ocasión: Cuando se despertó a mi lado.
- Entonces…
- ¡Entonces nunca me quiso, idiota!
- Pero Vanya… Es decir… Sé que es hijo tuyo. Siempre lo supe.
- Pues yo debo de ser el único que nunca supo nada. Bueno, somos dos. Vanya y yo: Yo nunca he sido un padre para él. Y tú eres el único padre que él ha conocido, y que reconoce como tal.


- ¡¿Entonces no estás con el grupo?! – Preguntó la chica, medio histérica.
- ¿Por qué iba a estarlo? – Se defendió Mashi.
- ¡Joder, he estado pagándole los zumitos a un marica rarito cualquiera!
- ¡Oye, loca, que fuiste tú la que me buscó a mí! ¡Además, aún no has pagado nada!
- ¿Qué no te invité? ¿Me estás llamando mentirosa? ¡Y me llamas loca!
Tras ella, una pequeña multitud se estaba formando, rodeando a Mashi contra la barra. Por lo visto, la joven histérica tenía amigos. Amigos que contaban con pases, irse de fiesta con estrellas del rock y esas cosas. Por lo visto, las tías hacían de gancho. La sección femenina eran ella y otras cuatro igual de aputonadas y cubiertas de maquillaje barato. Sin embargo, tras ellas, estaba la habitual cohorte de novietes o aspirantes a ello, ansiosos por ganar puntos a ojos de sus conquistas apaleando a un pobre chavalín maquillado. “Así que eso es lo que hay, ¿eh?” pensó Mashi, “todos vosotros juntos sois tan duros como medio pedo de cualquiera de mis compañeros”.
- Hora de nadar o hundirse… - Dijo por lo bajo, mientras con un gesto llamativo, sacaba su porra extensible reglamentaria. – En total, entre chulos y putas sois nueve. – Dijo mientras levantaba la cabeza, sonriendo maliciosamente. – Alguno ha de ser el número uno. ¿No?
La multitud que tan rápido se había juntado, tardó algo más en dispersarse, con desgana, miradas de reojo y murmullos en voz baja. El camarero se acercó a Mashi para sugerirle otro local, pero este al sacar la cartera para pagar su consumición dejó entrever la placa, acabando el asunto. En vista de que solo le quedaba un tipo de contactos al que recurrir para entretenerse, sacó su PDA y la conectó a la red wifi del Karasu. Le habían dejado un mensaje.
- LOL! Tu dama ahora es una loli sin bragas. Raep you sai?
Mashi movió su rey hacia una posición más protegida. En el ajedrez por internet vio que su oponente estaba online y había recibido su envite, pensando su jugada.
- Ima chargin mah lazor.
- Habla como si fueras humano, cabrón. – Respondió Mashi. No soportaba que su oponente usase ese lenguaje, y aún era peor cuando usaba el 1337. Sin embargo, era el mejor de todo el foro.
- IMA CHARGIN MAH LAZOR! – Viniendo de él: Jaque mate.
- ¿En cuantas jugadas?
- Over 9000!
- ¡Vete a tomar por culo, Darius!
- Vale,noob. 3
- Algún día te cazaré… - Mientras acababa de teclear y enviar el mensaje, Mashi estaba saliendo por la puerta del Karasu.



Mashi estaba esperando más temprano de lo habitual a Svetlana, la cual casualmente también se había dado prisa. Su compañera parecía de buen humor. Sin embargo, lo primero que le extrañó fue ver que los chavales no ocupaban su lugar habitual en el asiento trasero. Ante la pregunta, Svetlana le dijo que hoy los llevaba al colegio su padre.


- Papá… - Dijo Vanya, algo asustado por una posible reprimenda ante lo que iba a decir a su padre. Tenía la mirada fija en la nuca de este, como si a través de ella lo estuviese vigilando sin dejar de atender a la carretera.
- Dime, Vanya. – Respondió este de un buen humor que se fue enfriando al ver que el chaval tardaba en responder.
- Yo… Ayer me dijiste que no, pero si que actué con lógica. ¡Te juro que lo hice! – Jorik no opinaba igual, pero en ese momento recordó lo que le dijo su mujer.
- ¿Y por qué es lógico pegarle varios compañeros?
- Porque estaban abusando de Grigori. – Respondió el crío, con la seguridad que le daba estar en un terreno conocido.
- ¿Y qué habría que hacer entonces? – Preguntó Jorik atento, mirando a su hijo a los ojos por el retrovisor.
- Chivarse. Pero pensé que mientras iba a buscar un profe, a Grigori le iban a pegar, y como yo soy más mayor que él, mejor que vaya Grigori a chivarse mientras me pegan a mí.
- Está bien, pero se dice “mayor”, no “más mayor”. Cuando eres mayor se entiende que lo eres más, no se dice “menos mayor”.
- Mayor… Vale… - Dijo el niño, un poco frustrado por la interrupción.
- ¿Algo más?
- Si: Si me iba a quedar peleando yo solo contra dos, lo más lógico era defenderme, ¿no?
- ¡Vanya solo se estaba defendiendo! ¡No lo castigues! ¡Es bueno! – Rozaliya corrió a ayudar a su hermano.
- Vanya es bueno, pero a veces es despistado. ¿No viste aún donde falla tu lógica? – Preguntó el padre. Vanya no respondió, aunque por la cara que Jorik podía ver en el retrovisor, parecía algo avergonzado. – Antes de decírtelo, tienes que prometerme que solo te pelearás con dos condiciones.
- ¿Cuáles? – Preguntó el niño, a la defensiva, temiendo algún tipo de castigo.
- La primera: Solo debes pelear como último recurso.
- ¡Esa ya me la sabía! – Bufó.
- Y la segunda: Solo para protegerte a ti mismo, a tus hermanos o a algún amigo, contra alguien más fuerte. – Vanya asintió. – Lo digo muy en serio. Si defiendes a los débiles, eres bueno. Si los atacas, eres un abusón, como los que querían pegarle ayer a Grigori.
- ¡Yo no soy ningún capullo! ¡Ni tampoco un abusón! – Protestó el niño.
- Entonces no tendrás problema en prometer que aceptas mis condiciones, porque… ¿Sabes qué? ¡Los que abusan de los débiles no merecen tener videojuegos!
- ¡Lo prometo! ¡Lo prometo! – Jorik aprovechó la detención en un semáforo para girarse y estrecharle la mano a su hijo. Luego se giró hacia los otros dos.
- ¡Sois testigos! ¡Vanya me ha hecho una promesa! – Los niños asintieron.
- Ahora dime en que no fui lógico. – Quiso saber el niño.
- Vanya: Si vas a chivarte, chívate. Si vas a defenderte, defiéndete. Si haces las dos cosas, cuando llegue el jefe de estudios te verá pegándole a otros dos y te castigará a ti. ¡Tienes que ser más listo!

jueves, 3 de diciembre de 2009

Manifiesto por los derechos fundamentales de internet

Sé que, desde un principio, Azoteas de Midgar es el blog soporte para un juego en el que nosotros convertimos el escenario de un videojuego (cuya autoría y propiedad nunca hemos negado a Square/Enix) en todo un mundo lleno de personajes, escenas, situaciones, y en resumen: Vida.
Así que para decirlo claramente: Estamos creando. Somos el "sector de contenidos" del que habla la ministra Salgado, y nunca hemos recibido un céntimo por nuestro tiempo, esfuerzo y trabajo. Lo sabemos, lo aceptamos y seguimos adelante.
De modo que, aun reconociendo la internacionalidad de Azoteas, que aunque la mayoría de escritores seamos españoles, no cerramos la puerta a nadie, y el hecho de ser una obra literaria, ficticia, y para nada, política, considero necesario tomar parte aquí.
Por lo tanto, como creador de azoteas y gestor del blog (Noiry no ha tenido que ver en esta decisión, pero supongo que estará de acuerdo conmigo), posteo aquí y uno a Azoteas de Midgar y Rutas de Ivalice al Manifiesto por los derechos fundamentales de internet.

Si estáis a favor o en contra, usad los comentarios y pronunciáos al respecto. Si os oponéis, lo retiraré (Azoteas somos todos). Sin embargo, os pido que no solo lo apoyéis, sino que lo copiéis y posteéis en vuestros respectivos blogs.



Ukio.



Manifiesto 'En defensa de los derechos fundamentales en Internet'

Ante la inclusión en el Anteproyecto de Ley de Economía sostenible de modificaciones legislativas que afectan al libre ejercicio de las libertades de expresión, información y el derecho de acceso a la cultura a través de Internet, los periodistas, bloggers, usuarios, profesionales y creadores de Internet manifestamos nuestra firme oposición al proyecto, y declaramos que:

1.- Los derechos de autor no pueden situarse por encima de los derechos fundamentales de los ciudadanos, como el derecho a la privacidad, a la seguridad, a la presunción de inocencia, a la tutela judicial efectiva y a la libertad de expresión.

2.- La suspensión de derechos fundamentales es y debe seguir siendo competencia exclusiva del poder judicial. Ni un cierre sin sentencia. Este anteproyecto, en contra de lo establecido en el artículo 20.5 de la Constitución, pone en manos de un órgano no judicial -un organismo dependiente del ministerio de Cultura-, la potestad de impedir a los ciudadanos españoles el acceso a cualquier página web.

3.- La nueva legislación creará inseguridad jurídica en todo el sector tecnológico español, perjudicando uno de los pocos campos de desarrollo y futuro de nuestra economía, entorpeciendo la creación de empresas, introduciendo trabas a la libre competencia y ralentizando su proyección internacional.

4.- La nueva legislación propuesta amenaza a los nuevos creadores y entorpece la creación cultural. Con Internet y los sucesivos avances tecnológicos se ha democratizado extraordinariamente la creación y emisión de contenidos de todo tipo, que ya no provienen prevalentemente de las industrias culturales tradicionales, sino de multitud de fuentes diferentes.

5.- Los autores, como todos los trabajadores, tienen derecho a vivir de su trabajo con nuevas ideas creativas, modelos de negocio y actividades asociadas a sus creaciones. Intentar sostener con cambios legislativos a una industria obsoleta que no sabe adaptarse a este nuevo entorno no es ni justo ni realista. Si su modelo de negocio se basaba en el control de las copias de las obras y en Internet no es posible sin vulnerar derechos fundamentales, deberían buscar otro modelo.

6.- Consideramos que las industrias culturales necesitan para sobrevivir alternativas modernas, eficaces, creíbles y asequibles y que se adecuen a los nuevos usos sociales, en lugar de limitaciones tan desproporcionadas como ineficaces para el fin que dicen perseguir.

7.- Internet debe funcionar de forma libre y sin interferencias políticas auspiciadas por sectores que pretenden perpetuar obsoletos modelos de negocio e imposibilitar que el saber humano siga siendo libre.

8.- Exigimos que el Gobierno garantice por ley la neutralidad de la Red en España, ante cualquier presión que pueda producirse, como marco para el desarrollo de una economía sostenible y realista de cara al futuro.

9.- Proponemos una verdadera reforma del derecho de propiedad intelectual orientada a su fin: devolver a la sociedad el conocimiento, promover el dominio público y limitar los abusos de las entidades gestoras.

10.- En democracia las leyes y sus modificaciones deben aprobarse tras el oportuno debate público y habiendo consultado previamente a todas las partes implicadas. No es de recibo que se realicen cambios legislativos que afectan a derechos fundamentales en una ley no orgánica y que versa sobre otra materia.