lunes, 30 de marzo de 2009

163

Como cada día laboral, volver a casa en un transporte que se moviera por la calzada era una labor titánica, pero esta vez resultaba incluso peor. La saturación del tráfico era impresionante, el bullicio emitido por la aglomeración de motores de coches, camiones, motos, autobuses y demás medios de transporte se unía a la amalgama de pitidos, improperios y vejaciones que los desafortunados conductores emitían sin cesar para descargar su ira. Una colisión de un Vogla Kleinen 200 (Más conocido coloquialmente como “Escarabajo”) contra una farola debido a un elevado nivel de alcohol en sangre por parte del ahora difunto conductor había reducido la vía principal del sector 6 a dos carriles en lugar de los tres habituales. El cuello de botella, sumado a la inmensa marea de vehículos hacía que muchos se preguntaran si llegarían a cenar a casa. Desde la acera, dos mujeres entradas ya en años que portaban sendos carritos de la compra de colores chillones casi a rebosar comentaban la situación.

- Lo que yo te diga Greta – Comentaba la que parecía mas anciana de las dos, ataviada con un camisón azul marino con lentejuelas blancas y una chaqueta de lana del mismo color. Tenía el pelo teñido de un rojo ocre apagado y calzaba unas alpargatas, dejando ver varias varices. – Cuando yo era joven, tener un vehiculo a cuatro ruedas era algo reservado a unas cuantas familias elegidas, y era mas por demostrar ostentación que otra cosa. Para ir a trabajar mi padre utilizaba el viejo tren o directamente iba andando, no hacia falta tanto armatoste… ¡Fíjate que jaleos se montan gracias a ellos!
- Pero es que para ese entonces la ciudad era mucho más chica Clivia – Respondió su compañera de cháchara, que lucía una camiseta marrón medio oculta bajo una chaqueta de seda negra, dejando ver una cadena de oro de la que colgaba una medallita. Tenía el pelo marrón cortado a media melena y parecía que aun no tenía que ocultar ninguna cana. – Antes andando llegabas a cualquier lado en menos de veinte minutos, te estoy hablando de cuando casi ni existían lo que ahora llaman “suburbios”. Esta ciudad cada vez crece más y me da más miedo. Ya nos quitaron el sol, después el atentado terrorista hace que un sector entero esté reducido a ruinas, ahora todo parece ser un caos por esa supuesta roca en el cielo… Cada día hay más alborotos en esta ciudad. ¿No has visto en las noticias la que se ha montado hoy en el hospital del sector uno? Temo por nuestros hijos y nietos, querida.
- Es cierto que los tiempos cambian, pero eso no quita que tanta tecnología se le suba a la gente a la cabeza y se conviertan en unos energú… ¡¿QUE DEMONIOS?¡ ¡Cuidado!

La adrenalina del momento hizo que las hace tiempo entumecidas articulaciones de las dos señoras reaccionaran a tiempo para hacerse a un lado apenas dos segundos antes de que lo que parecía un rayo negro pasara por en medio de la acera. Los gritos de pánico de los transeúntes se unían a los de un tinte mas agresivo de los conductores mientras los primeros corrían o se pegaban a la pared para intentar no ser arrollados por el demente motorista que estaba conduciendo a casi 100 kilómetros por hora por la acera. El casco y la velocidad impedían cualquier tipo de identificación del sujeto, el cual continuó con su reinado de terror hasta que finalmente frenó con un monumental derrape que dejó momentáneamente sordos a todos los situados en veinte metros a la redonda, giró echando el cuerpo hacia la izquierda y se metió por un callejón, pasando justo entre la pared y un contenedor metálico de basura. En la vía principal del sector 6, la mayoría de gente se llevaba la mano al corazón intentando ralentizarlo antes de que les provocara un infarto, mientras que otros ayudaban a levantarse a los que habían tenido que tirarse al suelo para esquivar al infernal motorista.



El sector siete empezaba su transformación de cada día. Las familias felices en busca de paseos a la luz del sol, las parejas buscando el romanticismo del atardecer en lugar del amasijo de metal de la placa superior, las personas paseando a sus mascotas… Poco a poco todos iban desapareciendo para ser reemplazados por individuos que no buscaban precisamente la belleza del lugar, sino las posibles riquezas ocultas bajo toneladas de acero, hormigón y madera. Miles de comercios habían sido aplastados por la placa, pero aun existían pequeños huecos por los cuales colarse en busca de tesoros que ya nadie reclamaría: Unos cuantos guiles en cajas registradoras reventadas, materia que podía haber rodado desde su emplazamiento original a uno más accesible o tal vez alguna joya, sola o en el cuello de un cadáver. Las sombras anónimas se movían manteniendo las distancias entre ellas, había suficiente espacio aprovechable como para no tener que entrar en conflictos de “Yo lo vi primero” con otra gente. Desgraciadamente para muchos de ellos, siempre hay clases: Rufianes menos escrupulosos esperaban ocultos en las salidas del sector a los que no fueran lo suficientemente rápidos o silenciosos, dispuestos a arrebatarles todos los posibles tesoros que pudieran haber encontrado esa noche.

Un par de estos últimos se encontraban apostados ya en la salida principal. Vestían americanas holgadas para que aquellos a los que atracaban pensaran que podían tener mas armas de las que ya exhibían. Uno de ellos fumaba apoyado en la pared mientras el otro observaba los últimos rayos del atardecer esfumarse tras la muralla exterior de la ciudad.

- Sigo pensando que hemos venido demasiado pronto, joder.
- Es lo que hay que hacer si quieres ocupar la salida principal, inepto. – El que fumaba parecía ser el líder. Estaba bastante tranquilo mientras que su compañero se movía de un lado a otro constantemente. – La última vez que vinimos estaban todas ocupadas menos ese hueco de mierda que comunica con el sector seis casi en el borde de la ciudad. Estuvimos tres putas horas esperando y no pasó ni un alma por ahí. Hoy quizá tengamos que esperar siete u ocho, pero la recompensa lo merecerá. Ahora estate quieto y busca algo que hacer durante este tiempo, me estás poniendo nervioso.

Tommy le dedicó una mirada de odio a su compañero. ¿Cómo podía estar tan tranquilo? Claro que por esta salida saldrían mas, pero precisamente por eso sería la mas disputada. Ellos solo llevaban un par de Aegis Cort de contrabando, si se presentaba una competencia lo mas probable es que fueran más y estuvieran mejor armados. Ellos estaban bien escondidos, aunque habían dejado el coche visible para decir que esta zona estaba ocupada. Si alguien entraba ahora en esa zona, era porque estaba dispuesto a matar por ella.

- Hans, ¿Que tal si mejor ocupamos la salida grande al sector 8? La mayoría de la chusma vive ahí, es la segunda salida más concurrida y seguro que nadie se pone a pegar tiros por disputarla pudiendo hacerlo en la principal. ¿Qué me dices? – Una gota de sudor recorrió su frente, Hans no acostumbraba a hacerle caso a la hora de tomar decisiones, pero esta vez confiaba en que temiera tanto por su vida como el.
- ¿En que universo la segunda salida mas concurrida es mejor que la primera, Tommy? – Lanzó el cigarro contra la pared y se acercó a su compañero, cogiéndolo del cuello de la americana. Ese es tu puto problema, eres un rajado de mierda y así no te comerás una puta rosca en este mundillo. Hay que ir a por todas, apuntar a lo más alto. ¡Si te quedas toda tu puta vida conformándote con ser el segundo jamás ganarás nada! ¡Piensa en la de pasta que…!

El sonido de una moto interrumpió su charla, se miraron por un segundo, soltó el cuello de su compañero y sacaron las pistolas. Se pegaron a la pared para escuchar atentamente. El sonido de la moto se hacía cada vez más cercano hasta que finalmente se detuvo a unos treinta metros.

- Ha parado justo al lado de nuestro coche… - Dijo Tommy entre susurros - ¡Por favor! ¡Que piensen que somos cuatro! ¡En una moto solo caben dos!
- ¿Quieres callarte, maldito hijo de puta?

Hubo silencio durante unos cuantos segundos que resultaron eternos para Tommy, después empezó a oírse el eco de las pisadas. Hans se limpió con el dorso de la mano el sudor y finalmente se atrevió a asomar la cabeza para observar al enemigo. Cuando finalmente lo vio, una sonrisa se adueñó de su rostro.

- ¿Qué ves? ¿Qué ves?
- Estamos de suerte… Solo es una persona, y creo que ya se lo que vamos a hacer mientras esperamos a que la chusma empiece a abandonar la zona.
- ¿A que te refieres? – Su voz dejó de temblar, la noticia de que solo fuera una persona le parecía en ese momento la mejor que había recibido en su vida. - ¿Qué vamos a hacer con el?
- No es el… Es ella. – Hans se giró y pronunció aún más su sonrisa – Y es muy bonita.



La figura femenina se acercaba con paso decidido al arco semiderruido que anunciaba el inicio de lo que quedaba del sector siete. Iba vestida con un mono de motorista completamente negro muy ceñido que definía la totalidad su cuerpo, el cual seguía unas proporciones prácticamente perfectas para el canon de belleza común. La parte de atrás de las piernas estaba unida entre sí por un par de tiras de cuero que colgaban a la altura de la unión del muslo con la parte de la rodilla. Se había quitado el casco, el cual estaba asido por su mano izquierda, dejando caer su roja cabellera hasta la altura de los omóplatos. Sus ojos verdes casi parecían tener luz propia, ya que reflejaban la poca iluminación que había en la zona devolviéndola con mas brillo del que tenia inicialmente. El sonido del taconeo de sus botas altas se detuvo junto a ella cuando se encontró con una figura delante suyo, a aproximadamente diez metros.

- Un lugar peligroso para caminar sola a estas horas, jovencita. – El tipo lucía una sonrisa, no era muy alto, un metro sesenta y poco. Incluso sin las botas, la chica sería mas alta que el. - ¿Acaso te has perdido?

La chica no reaccionó, ni siquiera se movió. Su retina giró poco a poco hacia la izquierda hasta un punto casi al límite de su ángulo de visión, descubriendo a otro hombre vestido igual que el anterior apuntándole con una pistola.

- Parece que ya te has dado cuenta de que tengo un compañero. Verás… Nos encontramos muy solos aquí los dos. Y hemos pensado, que ya que tenemos una larga noche por delante, podrías hacernos compañía. – Este también sacó a relucir su Aegis Cort, apuntando a la altura del pecho de la mujer. – ¿Que tal si sueltas ese casco y te acercas mientras pienso cual es la mejor manera de que no nos sintamos tan solos?

La joven siguió inmóvil, hasta que bajó ligeramente la cabeza, dejando que sus cabellos taparan su rostro. Muy lentamente, levantó el brazo con el casco enfrente suyo hasta ponerlo horizontal con respecto al suelo. Y de pronto, para sorpresa de los dos compañeros, sonrió. El resto de lo que pasó, ninguno de los dos llegó a verlo completamente. El casco salió propulsado a una velocidad impresionante hasta acabar impactando en la cabeza del hombre situado a su izquierda. El sonido del golpe fue casi tan brutal como el impacto en si, el cual fracturó al instante el cráneo de Tommy hundiéndolo hacia adentro y clavando parte de el en el lóbulo frontal del cerebro. Sus ojos permanecerían abiertos hasta que alguien le cerrara los párpados, puesto que durante los dos segundos que transcurrieron entre el impacto del casco y su muerte Tommy fue incapaz de hacer funcionar músculo alguno, incluyendo aquellos de movimiento pasivo. Para cuando Hans pudo reaccionar, la joven ya se encontraba a apenas un metro de el, disparó el arma pero en el tiempo que tardó en apretar el gatillo ella se había agachado lo suficiente para esquivar el tiro con creces. Ella apoyó la palma de la mano en el suelo y se impulsó, lanzando una patada a su cuello. El tacón de aguja metálico atravesó su esófago y le impulsó unos tres metros hacia atrás. Mientras Hans intentaba inútilmente respirar y perdía sangre de forma frenética, la mujer se irguió y se sacudió el pelo. Apenas un segundo después, el afilado tacón estaba a escasos milímetros de su ojo izquierdo.

- Ya estoy aquí ¿Has pensado algo, escoria?

Hans intentó gritar algo, sin saber muy bien el qué, pero apenas podía luchar por no ahogarse con su propia hemoglobina. La mujer bajó la pierna hasta golpear el tacón con el suelo, y la mancha que quedó en el suelo, mezcla de sangre, líquido amniótico y sesos se extendió hasta cinco metros en todas las direcciones.





Huir, huir de todo contacto humano, huir de las luces, de la población, de la ciudad. Michael Swanson no había comido y apenas había bebido en dos días, cuando dos hombres vestidos de traje entraron en su casa e intentaron asesinarlo. Había logrado escapar tirándose desde la ventana de su edificio, situado en un principal. La caída le había fracturado el fémur izquierdo, el cual estaba entablillado con un par de trozos de madera atados con su propia camisa. Ahora le estaban buscando, el estaba seguro. La organización no dejaba cabos sueltos, no se permitía errores, por algo existía ese secretismo tan alto a la hora de dar instrucciones. Dos días antes, había pasado un año desde que cometió el primer asesinato a cambio de la esperanza de que su única hija siguiera con vida. Ahora esa esperanza se había desvanecido totalmente, estaba más que claro que le habían tendido una trampa. Su hija sin duda había sido asesinada, tal vez desde el primer día en el que empezó a trabajar para ellos. Lloró sin lágrimas, se le habían acabado. Ahora solo podía pensar en salir de la ciudad, irse lejos, donde nadie pudiera encontrarle. Pero sus actos no correspondían a sus pensamientos, se hallaba encerrado en un minúsculo zulo entre los escombros del sector siete, donde apenas tenía sitio para moverse. No se había atrevido ni a salir en busca de comida y había bebido de un charco putrefacto que se había formado por la lluvia en un recoveco del suelo a la salida de su escondite. El lugar apestaba por el olor a orín y heces, ya que ni siquiera había reunido valor para salir a depositar sus deshechos en otro lado. Su cara estaba ajada y temblaba continuamente por el frío de la noche azotando su torso desnudo. El sonido de sus sollozos se mezclaba con los constantes rugidos de su estómago, el cual reclamaba algo de alimento. Pero Michael estaba demasiado asustado como para moverse de ahí, cualquier ruido le sobresaltaba y le hacía pensar que era su fin. No poseía arma alguna para defenderse, salvo una piedra ligeramente afilada que oprimía con su mano derecha constantemente. Sus ojos estaban irritados porque no había podido dormir más de diez minutos seguidos durante dos días. Su cerebro le decía que si no salía de ese agujero inmundo acabaría muriendo de hambre, de frío o por alguna infección, pero el miedo a ser encontrado se imponía siempre, haciendo que sus ateridos músculos se quedaran en la misma posición, como si fuera a morir si los moviera un solo centímetro.

Su boca estaba pastosa, llevaba casi seis horas sin beber y había estado reuniendo valor durante los últimos veinte minutos para atravesar el escaso metro y medio que lo separaba de la entrada, donde se encontraba el charco. Poco a poco, sus músculos se fueron moviendo con torpeza hasta cubrir esa distancia. Ni siquiera intentó evitar los restos de orín. Con mucha cautela, asomó la cabeza y estiró los labios para beber del inmundo charco. Pero algo se lo impidió, una mano agarró su cuello y tiró de el con una fuerza monstruosa que le sacó por completo de su refugio, haciendo que su cuerpo chocase contra un trozo de una viga de gran tamaño que estaba enfrente del agujero. Michael gritó, presa del miedo y del dolor, levantó la cabeza para ver a su verdugo y descubrió a una joven pelirroja que le miraba con desprecio.

- Numero seis, Michael Swanson. ¿Verdad?
- ¡Piedad! – Suplicó entre sollozos – ¡No diré nada! ¡Me iré de la ciudad y no le contaré nada a nadie! ¡Ni siquiera se nada por todos los santos! ¡Déjame vivir por favor, ya habéis matado a mi hija!

Una patada golpeó su estómago, Michael dejó de hablar para empezar a chillar de dolor. Mientras la mujer sacaba un PHS del bolsillo de su mono y marcaba un número.

- Odio a la bazofia como tú. La mayoría de los títeres se pegan un tiro cuando se dan cuenta de que han matado a doce personas para nada y han perdido a su ser mas querido. Pero los de tu calaña no, ni siquiera te importa tu hija ahora. Solo quieres sobrevivir y te aferras con todos tus inútiles esfuerzos a la inexistente posibilidad de seguir viviendo. Ni siquiera describiéndote lo mucho que tu hija sufrió y lo lenta y dolorosa que resultó su muerte conseguiría que dejases de aferrarte a lo que queda de tu miserable vida.

Se llevó el móvil al oído, escuchando el tono de la llamada. Levantó la pierna de forma similar a como lo había hecho hace diez minutos y puso el tacón de aguja a la altura del ombligo de Michael.

- Como… Como puedes ser tan cruel… Tu no… No eres humana – Acertó a decir entre sollozos.
- Claro que no, bazofia inmunda, soy mucho mas que eso.

El tono de la llamada cesó, se pudo escuchar una voz grave al otro lado del auricular diciendo “¿Si?”

- Aquí Irina, he encontrado a la rata. Trabajo finalizado.

El aullido de dolor retumbó por la mayoría del sector siete, advirtiendo a los ladrones de poca monta de que habría otras noches mucho mejores que esa para intentar encontrar algo entre los escombros.

miércoles, 25 de marzo de 2009

162.

...
Ausente
...

jueves, 19 de marzo de 2009

161

- Realmente me gusta este sitio. – Dijo alegre. – Es tan tranquilo… Lejos del ruido y polución de la ciudad. – Su amigo no respondió, limitándose a estirarse con aire perezoso mientras se llevaba un cigarro a los labios. - ¿Qué? ¡No puedo creer que precisamente tú fumes! Creí que serías un tío saludable.
- ¿Ein? – Ahora si había llamado su atención, de forma bastante molesta además.
- En serio, no le veo la gracia al tabaco – Insistió el más aniñado. – Destrozas tus pulmones y tu media de calidad de vida se ve gravemente…
Una mano se extendió sigilosamente tras la nuca del joven y sano paladín anti-nicotina, firme como una garra y llena de malévolas intenciones, mientras su dueño daba una profunda calada a su cigarro, y entonces…

¡Plas! ¡Plas!

- ¡A un motel, par de guarros! ¡Que hay putos críos delante!

Ambos se giraron en busca de la mano que había repartido las collejas, encontrándose una figura alta y llena de justa cólera. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, y los miraba con desprecio entrecerrando los ojos, lo que, sumado a las cicatrices que cubrían casi la mitad izquierda de su rostro, le conferían un aspecto siniestro. A su lado, un perro de aspecto simpático estaba sentado alegremente, con la lengua colgando a un lado de su boca, pero en cuanto el maldito animal cruzó sus ojos con los de los jóvenes, su frondoso pelo negro se crispó y apareció una hilera de dientes afilados, adornados con un gruñido. A todas luces, un buen momento para cambiar de sitio.


El sector siete se había convertido en un lugar extraño en la ciudad. Odiado por muchos y temido por más aún. Demasiada gente había perdido la vida allí, para que Midgar hiciese frente a un grupo que reclamaba la salvación del planeta. Algunas de las zonas despejadas, más próximas al núcleo de la ciudad, se habían convertido en zonas donde la gente de los niveles inferiores, y algunos hijos díscolos de la placa, paseaban disfrutando de algo tan valioso en los suburbios que no había en ningún sector dinero suficiente para pagarlo: Luz solar. El día había invadido los cimientos, despejando a los fantasmas, aunque la noche fuese para los buscadores de tesoros que aún a día de hoy registraban los escombros en busca de objetos de valor: ¿Cuántas joyerías habían caído con la placa? ¿Cuántas sucursales bancarias? ¿Cuántos comercios? Esto era Jauja, a la espera de que ladrones con estómago suficiente como para actuar bajo la amenazadora presencia del meteorito en todo su siniestro esplendor.

Durante esa tarde, Kurtz había decidido cambiar su ruta de paseo habitual, cosa que había entusiasmado a Etsu. Se había pasado todo el trayecto con la cabeza asomada a la ventanilla del coche, mientras sonaba rock clásico. Todo como en la maldita tele. Sin embargo, si ya la vida se parecía poco a la ficción, la de Jonás era la menos parecida de todas. Sentado sobre alguno de los escombros que ahí quedaban, a modo de improvisado banco, reflexionaba mientras veía a la pareja largarse hacia un lugar un poco más discreto.

- ¿Tú que dices, enano? ¿Soy un moralista represor?
- ¡Guau! – Kurtz no estaba seguro, pero ese ladrido parecía más un “rasca más abajo” que un “a lo mejor tu conducta fue antisocial, pero tus intenciones eran buenas”. Decidió dar las dos respuestas por válidas, cosa que Etsu agradeció. – Ya… Bueeeeno. Al menos, he ido yo, y no todas esas madres ofendidas que estaban explicándoles a sus niños que esos dos chavales eran desviados pervertidos y que alguien debería encerrarlos. – Etsu gruñó un poco hacia todas esas cuarentonas intolerantes y paladinas de las buenas costumbres y la recta y virtuosa moral. – Ya, claro… Hice bien, pero esos dos se creen que soy un homófobo violento… La historia de mi vida, Etsu: Salvarle el culo a gente que no tiene puta idea de lo que acabo de hacer.
- ¡Guau!
- Vale, es cierto. Estás tú.
- ¡Guau! ¡Guau! - El turco suspiróm a medida que el perro insistía en su error.
- Vale, y Aang. El rubiales y el grupo no cuentan, ni los del curro, que a ellos les pasa lo mismo que a mí.
- ¿Oiga? – Oyó una voz de mujer a sus espaldas, interrumpiendo su diálogo. Se sintió algo ridículo, sorprendido dialogando con su perro. – No se lo que le ha dicho pero… - Scar se giró, y su imagen hizo honor a su apodo. La mujer, una de esas “madres concienciadas”, se quedó petrificada, mascullando un par de exclamaciones entre dientes, antes de proseguir su discurso bienintencionado y moralista entre titubeos. – Yo… Nosotras… Nuestros hijos… No podíamos dejar que nuestros niños asistiesen a ese espectáculo degenerado.
- Señora, les dije que se largaran para evitar que se montase un fregao, pero las cosas claras: Tienen tanto derecho a estar aquí como usted, el perro o yo mismo, así que váyase a tomar por culo un rato. - La mujer se tomó bastante mal la interrupción, y peor aún el mensaje, pero no lo suficiente para justificar su gesto de contrariedad horrorizada.
- ¡Es…! ¡Es usted un…! ¡Un…!
- Monstruo, señora. Y ahora, a la mierda. – Acabó la frase por ella mientras le volvía a dar la espalda. Ya oía sus pasos indignados alejándose, cuando alzó la vista hacia el cielo. – Como si no hubiese cosas peores de las que preocuparse. – Dijo, acariciando la nuca a Etsu. En ese momento, mientras su mente se esforzaba por limitar el mundo a sí mismo, un perro, y el aroma de la ausencia de una mujer en su cama, el PHS sonó de repente en su bolsillo, arrancándole de su ensueño.
- ¿Kurtz? – Rolf ni siquiera esperó a que el turco respondiese al aceptar la llamada. Se le notaba muy preocupado, hiperactivo incluso. – Vente cagando hostias al hospital del sector 1. – Acostumbrado a reaccionar rápido, Jonás se puso en pié, mientras Etsu seguía sus pasos.
- Infórmame. – Dijo secamente, ya encaminado hacia su coche.
- Un amigo. Podríamos decir que hace unos días, intercambió impresiones con algo... Contundente.
- ¿Contundente? ¿Algo o alguien?
- Bueno... "Alguien" suena bastante más preciso. -
- Ah… ¿Y? – Kurtz estaba por pensar que a este loco le daban ataques.
- ¡No lo entiendes! ¡Su jefe es un cabrón poderoso: Pollard jr, de no se que canal de la tele!
- ¿Ah, me hablas de tu compi el periodista, Tomberi?... Se llamaba Kowalsky, ¿verdad? ¿Qué le pasó? – Rolf se maldijo a sí mismo, pero al menos la intuición de su compañero le facilitaría ponerlo al corriente. Turk no dejaba de ser un departamento de investigación.
- Dejó colgado a su jefe cuando decidió concentrarse en su trabajo en el Lights. Al padre de su jefe le interesaba contratarlo, pero cuando declinó…
- ¿Cuándo qué? - Interrumpió el turco.
- ¡Cuando rechazó el trabajo, maldito cateto! – Gritó el tirador.
- Lo siento, tío. Estoy paseando al chucho y no me he traído el diccionario “Persona–Moñas”. Tendrás que hablar como las personas.
- ¡Es importante, joder! ¡Por lo visto hubo algo más que insultos de por medio, y ahora tengo miedo de que le vayan a hacer algo en el hospital!
- No es lógico… Es decir, si lo quisiesen matar, lo habrían hecho de buenas a primeras, no por entregas a plazos. – Kurtz intentaba dejar de lado en su mente algunas misiones “extraoficiales” para Turk mientras respondía. – Supongo que si lo ha llamado, será por algo.
- ¿Vas a venir o no?
- Si, si, joder… ¿Los demás que han dicho?
- En camino: Han ya está por aquí con el coche, y Paris, aunque dice que no es asunto del grupo, ya está en el tren. – Paró unos segundos para hacer memoria. – En el “Mierda Florida”, concretamente.
- ¿Qué me pongo? – Preguntó el turco, mientras abría el coche, dando por concluido el paseo para mayor frustración de su Alteza Canina.
- ¡Un esmoquin con los gallumbos por fuera y un tanga a modo de parche pirata! ¿Y a mí que mierda me cuentas?
- ¡Gilipollas! ¡Te estoy preguntando que quieres que lleve! Pistola, cuchillo… ¿Qué más?
- No se… Piensa que es media tarde y vamos a estar en un hospital. – Kurtz sacudió la cabeza, tragándose una reprimenda para su compañero. Al fin y al cabo, organizar las cosas era cosa suya. – Habitación Doscientos diecisiete… No, espera, lo trasladaron anteayer. Seis dos uno. La rehabilitación es en las plantas superiores.
- Voy para ahí. – Dijo Kurtz, arrancando el motor mientras colgaba.


En silencio, Paris movía la boca, como si cantase la canción que atronaba sus oídos en ese momento, solo que sin emitir sonido alguno. Había encontrado en el power metal una forma cómoda de acortar trayectos, sobre todo cuando estos incluían pasar por las vías del sector siete, donde los operarios municipales habían adaptado un par de tramos al uso diario. El trayecto se había acortado notoriamente, ya que no era necesario dar la vuelta completa a Midgar para alcanzar algún sector opuesto, si se quería ir en alguna de las vías circulares. El problema era ese incómodo trayecto en el que el asesino se veía obligado a cruzar el sector siete, con la luz del sol inundando el vagón desde las ventanas. Se había hecho con unas gafas de sol de las que llamaban "de aviador" para cubrir bien su rostro, y había abandonado su costumbre de sentarse junto a la ventanilla, para viajar de pie o en asientos de pasillo. Cuando pasaban por esos tramos, la gente se agolpaba en las ventanas, pero él cerraba los ojos y se concentraba en la música. "No turning back... I'm banished from sanctuary" gritaba el cantante en sus oídos, y Paris contenía sus ganas de asentir con amargura.


- Un día precioso... - Dijo la voz de la transexual a sus espaldas, pero Caprice no se volvió.
- Déjala. - Kowalsky miraba las noticias en la tele de pago, tumbado en su cama. Era su segunda semana ingresado, y ya había empezado una rehabilitación leve. Su brazo izquierdo tenía una fractura en el radio, y el derecho en uno de los huesos de la articulación de la muñeca. "Fastidio" es una palabra que se queda corta de lejos, pero había tenido mucho tiempo para reflexionar, y especialmente, descubrir la calidad de sus amigos. Henton le había hecho un par de visitas, acompañado de Isabella. Ambos aún dolidos por la muerte de Darren, especialmente Henton, pero allí estaban, para apoyarlo. Rolf también aparecía a menudo, relatando sobre conquistas, proezas sexuales y lo que él llamaba su "deber moral de mentor para con el príncipe rubio". Por lo visto, Paris Barans era un joven retraído y confuso, y Rolf estaba dispuesto a educarlo en las lides del amor femenino... O de cualquiera que quisiese. Sin duda, el chaval había elegido el mentor indicado, aunque Kowalsky no podía evitar tener ciertos recuerdos de agrio sabor.
Sin duda, las dos personas que habían llegado a hacerse indispensables en su vida eran Caprice y Daphne. Su musa y amada aparecía cada mañana a las once treinta, como un reloj, trayendo consigo prensa, algún aperitivo, el ordenador portatil para que Kazuro pudiese dictarle su columna y su inestimable compañía. Y también estaba Daphne. Aunque Caprice encontraba muy rara su presencia en la sala durante horas (excepto cuando desaparecía, para dejarles intimidad), había acabado por acostumbrarse a él... O ella. Era muy atenta, siempre con el bolso con aquella pequeña pistola a mano, y dada su peculiar condición, sabía como afeitar una cara, cosa que Caprice no, como bien quedó patente tras un par de intentos fallidos. Lo malo era que la chica era un culo inquieto y no podía evitar hacer experimentos, de modo que ahora Kowalsky lucía una extraña perilla y un cuidado bigote. Nunca se había arreglado de ese modo por la comodidad que suponía afeitar todo el rostro y desentenderse, pero no quedaba mal. Caprice estaba encantada, y él pensó que tras la agresión no sería mala idea hacerse un poco menos reconocible. Especialmente tras la llamada de hace unos segundos: "Adiós, Kowalsky. Un placer haberte conocido" dijo el hijo de puta, partiéndose de la risa, como si fuese uno de esos chistes snobs tan malos que nunca paraba de contar.

- Estoy preocupada. ¿Tan raro es? - Preguntó finalmente Caprice, frustrada.
- A ver... Caprice, escúchame. - Rolf se había acercado a ella, tomándola de la mano y alejándola del cristal al que sus dedos parecían adheridos. - Confía en mi: Acercarse a las ventanas es una mala idea en momentos como este.
- Pero... Así podré ver si vienen.
- No, no podrás. - La disuadió el asesino, hablando pausadamente. - Escúchame: Se un poco como funcionan estas cosas y no los distinguirás. Vendrán en coches comunes, o en siniestros todoterrenos urbanos de estos que llevan ahora los pijos y las amas de casa. Darán el cante a kilómetros, pero no importa que los veas venir, ya me estoy ocupando yo de eso, ¿vale? El problema es que no debes estar pegada a la ventana.
- ¿Por que?
- Por que no sabemos si Pollard ha contratado matones o a un tirador. - Dijo Kowalsky. Sabía que con ello solo lograría que Caprice se inquietase aún más, y estaba absolutamente seguro de que no habría tirador alguno. Habría matones, igual que las dos veces anteriores e igual que iba a haber ahora. Punto. Los matones habían funcionado dos veces y no había motivo alguno para que no lo hiciesen una tercera.
- Ya, ya se que está ese chico en el aparcamiento... - Respondió Caprice, pero los tirones que Rolf daba hacia la cama donde reposaba su novio fueron más convincentes.

Un par de golpes en la puerta, rápidos y nerviosos, los sobresaltaron a todos menos a Rolf.

- Es Paris. - Dijo antes de abrir. - Ellos no llamarían.

Fue un alivio cuando el rubio entró en la sala, pero no lo suficiente. Daphne sabía que, en efecto, era un guaperas muy apetecible, mas no podía dejar de pensar en el peligro que corría ahora mismo su mejor amigo. Caprice percibía la complexión atlética del asesino en su ajustada camiseta y su porte, pero no lo veía capaz de marcar la diferencia contra un grupo de matones contratados por alguien tan poderoso como Pollard, y Kowalsky, por su parte, no podía evitar pensar que él era el más feo y más inútil de la habitación, cosa que lo acomplejaba, y la presencia de Caprice solo le hacía sentirse aún más incómodo. No pudo evitar mirar a su barriga, un poco crecida por la inactividad del hospital y los aperitivos de repostería que su novia traía consigo cada día.

- Hola... - Dijo secamente el asesino, incómodo en medio de la pequeña multitud.
- Hola Paris. - Dijo Kowalsky, mientras Rolf indicaba con un ademán donde podría sentarse y cerraba la puerta, no sin antes asomar la cabeza al pasillo y vigilar ambos lados. - ¿Que tal estás?
- Eh... Bien, gracias. - Respondió, un poco aliviado por el tono familiar y tranquilo del periodista. El asesino reconoció su entereza, pese a ser la persona que más peligro corría y más indefensa se encontraba. Si él perdía los nervios, las dos chicas los perderían y todo sería un caos. - ¿Que tal?
- Bien... Tengo para un par de meses, pero no me quejo. - Kowalsky vio de reojo como Caprice se mordía el labio, aún indignada. Recordaba la discusión que habían tenido al respecto, y como ella le increpaba, argumentando que como podía no quejarse, cosa que él zanjó con un "porque pudieron matarme y no tenían órdenes de hacerlo". Ella vio su mirada y fue a sentarse junto a él. - Ah, ¿donde están mis modales? Paris, esta es Caprice.
- Hola. - Dijo el asesino secamente, mientras tomaba la mano que ella le tendía. "Parece que está bien eso de echarse novia, ultimamente...", pensó mientras sus ideas vagaban cerca de una mujer de cabellos luminosos y deliciosa figura. - Encantado.
- ¿Has tenido algún problema? - Preguntó Rolf. - ¿Has visto algo sospechoso?
- No. - Respondió secamente. - ¿Y tú?
- Nada de momento, y Han está abajo. Nos avisará si sucede algo. ¿Qué has traído? - Rolf abrió un poco la chaqueta de motorista que llevaba puesta, dejando entrever una Aegis Cort bajo la solapa izquierda.
- Arma, cuchillo y materia. - Respondió Paris. - Y máscara, por si acaso.
- Algún día tenéis que enseñarme a manejar materia. - La voz de Rolf mostraba cierto fastidio, provocado por la envidia.
- Yo tengo esto. - Interrumpió Daphne, timorata, con su acostumbrado aire de inocencia. Mostraba su bolso abierto, con una pequeña pistola en él.
- Déjalo ahi... - Asintió el tirador, cerrando el bolso mientras posaba su mano sobre las de Daphne, tranquilizándola.
- ¡Quiero ayudar!
- Pues no saques eso antes de que empiece nada. - Paris tenía la mirada ausente, hacia el reloj que había en el televisor, encima del logotipo del canal cuatro. - Con tu aspecto, los pillarás por sorpresa.
- No creas. - Dijo Kowalsky desde la cama. - Ya fueron a por ella una vez. - Rolf asintió, recordando la historia que le había contado su amigo aquel día, en su casa.
- ¿Donde cojones se habrá metido ese turco bastardo?...


El paso por casa llevó a Kurtz el menor tiempo posible. Dejó a Etsu tirado en el salón, asegurándose con una rápida ojeada que le quedaba comida y agua. Sus pasos lo llevaron a su habitación, mientras se despojaba de su camiseta para ajustarse el chaleco de kevlar. Una camiseta limpia, de color verde grisáceo, sin ningún eslogan ni dibujo serviría, junto con una cazadora de cuero nueva y carente de marcas distintivas que había adquirido por servicios de venta un tanto irregulares. Estaba reforzada en antebrazos, pecho y espalda, con una malla de titanio, muy ligera y flexible, oculta entre la piel y el forro de hilo. La fiel Aegis ocupó su lugar en la funda bajo su axila izquierda, con un supresor añadido, y cuatro cargadores a su espalda. La navaja táctica bien plegada en su bolsillo, y tras dudarlo un par de segundos, no pudo resistirse a tomar una granada de fragmentación y otra del tipo flashbang. Ventajas de Turk en pleno estado de excepción: Estaba obligado a ir en todo momento lo suficiente armado como para responder a cualquier incidente. Además, la placa le serviría para evitar cualquier tipo de pregunta incómoda del personal de seguridad.

Tras equiparse cerró el armario, primero las compuertas internas, con un doble fondo lleno de recuerdos de la guerra: Fotos, armas, trofeos y su viejo mono de combate. Luego las puertas normales, y salió de la habitación con grandes y veloces zancadas.
Un gemido de Etsu le hizo detenerse, mientras abría la puerta de su casa. El perro había reconocido el olor a pólvora y acero, y abandonaba su bastión para incorporarse apoyado a la pierna de su amo, como si supiese que iba a hacer y lo instase a tener cuidado. Jonás le devolvió una caricia, mientras le ordenaba que se sentase.

- Como se nota que te ha educado Aang… - Sonrió. Luego encendió la televisión para que tuviese algo con lo que entretenerse sin usar los colmillos, y se fue.




Desde el coche, Han pudo ver a Kurtz atravesar el aparcamiento, camino de la puerta principal del hospital. Venía andando, de modo que su coche estaría aparcado a unas manzanas, y tomándose unos minutos para revisar el terreno. “Siempre cauto”, pensó con una sonrisa carente de humor. El estado de ánimo del piloto había mejorado ostensiblemente con la llegada del cuarentón a su banda. Era un virtuoso, esforzado y concienzudo. Quizás no tuviese la imagen adecuada, pero ya se pegarían con eso en el bolo del próximo sábado. Ahora lo importante era estar atento aquí. Sin embargo, Han no se veía con el humor adecuado para otra escenita de fuga. Aún tenía muy presente como habían acabado las cosas la última vez que improvisó una, y el recuerdo de sí mismo entregándose a las fuerzas del orden ardía en su memoria como una quemadura reciente. Había vendido a La Muerte, y había fracasado con el Alraune. No podía competir usando al “pájaro”, con lo que su economía estaba bajo mínimos, y su moral aún peor. El hecho de haberse podido fugar con en Blackbeast y no haberlo hecho con el Alraune le hacía dudar de sus posibilidades, y de si la única forma en la que era capaz de imponerse era con un motor superior. Se odiaba a sí mismo por ello, con todo su ser.
Se esforzaba en tener claro que lo importante ahora no era hacer alardes de conducción, sino salvar la vida de un amigo de Rolf y la de su grupo si hiciese falta, pero esa mella en su orgullo…

Mientras el turco hacía su inspección, una aparatosa furgoneta de reparto estacionó obstaculizando su visión. Tras ella, dos todoterrenos urbanos, técnicamente conocidos como SUV cruzaron la puerta del aparcamiento del hospital. Han, abstraído en sus pensamientos, no se dio cuenta hasta que vio a un grupo de personas, lideradas por un hombre de peinado azul eléctrico, seguido de un gigantón con el negro cabello recogido en una coleta tensa. Los oyó murmurar cuando casi habían cruzado las puertas del hospital y en ese preciso momento sus manos volaron hacia su PHS para dar el aviso, cuando unos golpecitos en su ventanilla lo sorprendieron.

- ¿Han Parker Cliff? – Preguntaron. Han solo podía ver el mono del hombre que había llamado su atención, con el emblema de una conocida empresa de mensajería, al que pertenecía la furgoneta que tan oportunamente había aparcado obstaculizando su visión. – Usted es Han Parker Cliff, ¿Verdad? Coincide con la descripción que me han dado, y está sentado en el coche que me dijeron y con la matrícula que me dijeron. – “¡Mensajería mis cojones!”, pensó intentando buscar una salida. Sudores fríos caían por el rostro y la nuca del piloto, sorprendido al verse descubierto. Estaba seguro de haber puesto una matrícula falsa al coche esa misma mañana. El coche del que la había cogido estaba en el taller, bien visible y desmontado. Se maldijo a sí mismo por no concentrarse y a Kurtz por no haberle proporcionado un arma de fuego. – Baje la ventanilla, por favor. Tiene que firmar aquí para que pueda entregarle su paquete.



Kurtz se encontraba en el ascensor. A pesar de ser el primero en entrar, una pequeña maraña de gente se unió a él. En esos elevadores de hospital cabían entre quince y veinte personas, aunque no llegó a estar ni a la mitad de su capacidad. En ese tiempo no dejó de dar toquecitos al suelo con la puntera, impaciente. Las puertas ya se cerraban, cuando una mano vestida con mitones la detuvo. El veterano podía reconocer un guante táctico con cualquiera de sus sentidos, los cuales entraron en alerta al ver la prenda. La puerta volvió a abrise, y en ella entraron un pequeño grupo de cinco hombres. El último de ellos le sonrió mientras se erguía a su lado, en la primera fila para bajar del ascensor; era una sonrisa inquietante, llena de dientes amarillentos, con alguno torcido. Kurtz también lo había reconocido: Ese cabello negro y tenso, esa nariz levemente aguileña y esos ojos pequeños, oscuros y brillantes, predatorios, enmarcados por una piel desgastada por el viento y la intemperie, por no hablar de los rasgos típicos del Cañón Cosmo, tan poco comunes en Midgar. No se giró hacia Kurtz, ni se inclinó para mirarle, aunque le quitaba una cabeza de altura. Simplemente, permanecía erguido a su lado mientras miraba pacientemente como la puerta del ascensor se cerraba, y sonreía.

- Agente Kurtz… Grata sorpresa. – Dijo tranquilamente el recién llegado. – Agente veterano de la unidad doce de Turk. ¿Qué tal le trata la vida?
- Bien… - Respondió el aludido con una sonrisa cínica, mientras miraba de reojo las manos del hombre que lo había saludado. – Soldado de primera Nathaniel Jonze, ¿no es así?
- ¡Así que me recuerda! – Sonrió el aludido, mientras hablaba lentamente, como si saborease cada palabra, como si en su imaginación estuviese saboreando un encuentro largamente esperado. – Jonás Kurtz… Scar. Me halaga.
- Veo que se ha recuperado de sus heridas. – La larga gabardina negra que vestía el Soldado cubría en gran parte sus manos, pero bajo sus mitones eran visibles algunas piezas metálicas en medio de la piel destrozada por el fuego. El departamento científico le había puesto sendas prótesis con las que, por lo visto, no solo habría recobrado la movilidad. Era de esperar que hubiesen aumentado sus capacidades físicas de algún modo: El departamento científico no se molestaba en “arreglar” nada. O lo “mejoraba”, o lo tiraba a la basura. - ¿Qué le trae por aquí?
- Una visita… - Respondió el Soldado con insultante tranquilidad. – Igual que a usted, supongo.
- Ya…

Kurtz se estaba esforzando por medir sus respuestas al milímtero; tanto aquello que decía como lo que dejaba por decír. Esta era sin duda la visita que Rolf temía: Cuatro hombres liderados por un Soldado de primera categoría era algo que poca gente podría permitirse. Quizás incluso un directivo principal de una cadena televisiva Shin-Ra. Estaba claro que ese cabrón que odiaba al amigo del tirador era poderoso, y si no él, sus amigos. Un rajado Soldado de primera era mucho que masticar, y su única posibilidad pasaba inequívocamente porque el rubiales ya hubiese llegado. Claro que habría que despejar también a los cabrones que venían con Jonze, y todo eso en un hospital público. Una puta pesadilla táctica, eso era. Una putada en toda regla. Lo peor era que seguro que ellos tenían una maravillosa subvención que incluía la influencia de librarlos de toda cobertura mediática. “Va a doler” eran las palabras que acudían una y otra vez a su mente, pero las desechó, centrándose en como salir de la encerrona con el menor daño posible. Necesitaba tiempo, y sin embargo, estaba ahí encerrado, sin poder sacar el PHS y avisar por culpa del puto ascensor y de la compañía. Sería hacer un acto descarado, delatarse, y verse en una pelea contra cinco en un maldito ascensor de tres por cuatro metros. Su única salida era cortar los cables, que serían demasiado gruesos para hacerlo con modos convencionales. Antes de que la puerta se cerrase, Kurtz apretó el puño, concentrándose y tirando hacia abajo de los bordes de su chaqueta, intentando ocultar todo lo posible el brillo de la materia que llevaba engarzada en su chaleco de kevlar.
El hechizo se formó en seguida, sin ningún resultado evidente. El ascensor llegó al primer piso, donde tres personas se bajaron, Kurtz incluido, que abandonó el habitáculo bajo la suspicaz mirada del Soldado.

- Aquí nos separamos… De momento. – Dijo a modo de despedida, acompañándolo de un gesto de su mano izquierda; todo esto sin volverse. A sus espaldas, Jonze dejó de sonreír, analizando la situación y preparándose para el más que seguro enfrentamiento.

Tan solo dos pasos después, Jonás se había abalanzado sobre las escaleras, situadas justo al lado de la puerta del ascensor. Los escalones volaban de dos en dos bajo sus pies, y aún no había coronado el segundo piso, cuando oyó al ascensor detenerse con un estrepitoso sonido, mientras saltaban las alarmas. Usando “Terra”, Kurtz había formado un saliente en el hueco del ascensor, bloqueándolo a medio camino entre el primer piso y el segundo, con las puertas cerradas. “Un acto de guerra”, pensó, “y ahora todos tenemos claro quien juega en que bando”. No siendo suficiente su pequeño éxito para hacer que se sintiese aliviado, Kurtz apuró el paso con el que subía hasta el sexto piso, consciente de que lo único que había ganado de momento era tiempo.
Cinco pisos a la carrera eran agotadores, pero su físico atlético le permitió sobrellevarlos a buen ritmo. Satisfecho al encontrarse el ascensor aún bloqueado al llegar al sexto piso, cambió la carrera por un paso apurado, a trancos, en busca de la habitación indicada. Mientras esquivaba enfermeras y gente con muletas, sillas de ruedas o andadores, Kurtz había deslizado su mano hacia el interior de su chaqueta, soltando el velcro que mantenía sujeta su pistola, quedando lista para ser desenfundada. Llamó a la puerta cerrada de la habitación, diciendo su nombre en voz baja, y esta se abrió. Tras ella había una mujer baja, a la que su mente trajo el recuerdo de su atípico nombre: Steffan. Tras ella estaba una mujer alta, interpuesta ante la camilla donde reposaba el amigo de Rolf, el periodista al que había conocido durante el arresto del tirador. Tenía una pierna y ambos brazos escayolados, uno hasta el codo y otro solo hasta la muñeca. También un collarín y restos de cardenales ya casi curados en el rostro, y estaba vestido con un pijama. Paris estaba oculto a la izquierda de la puerta, daga y pistola en mano, y Rolf al otro lado, con una Aegis Cort en su diestra, y un PHS de última generación en la otra mano, mientras conversaba. El turco lo miró intrigado, y se giró hacia Paris en busca de una explicación.

- Si, ya está aquí. – Oyó decir al tirador. – En seguida se pone. – Confundido, Kurtz iba a girarse hacia Rolf, pero no pudo desviar los ojos, extrañado, del justiciero, que acababa de tomar de una mesilla un PHS igual, mientras le tendía una caja sin abrir: El embalaje de un sPhone última generación. Miró confundido al asesino, pero este asintió insistiéndole en que cogiese el maldito móvil y hablase.
- ¿Con quien hablo?
- Parece molesto, señor Kurtz. – Dijo una voz masculina, pero a la vez ligera, refinada. – Se que no es dado a malgastar tiempo en fruslerías, así que seré breve. Puede llamarme “Fixer”.
- ¿Fixer? ¿Arreglador? ¿Qué mierda quiere que le arreglen, señor… Fixer? - Su mente analizaba la situación a su alrededor. Rolf estaba pálido, y Paris se sentía igual de inquieto: Sus operaciones secretas ya no eran secretas en absoluto, y solo quedaba descubrir quien era este "Fixer" y que motivos tendría para delatarles o no. Mientras tanto, el periodista y sus dos rubias tenían sus propios motivos para angustiarse. Kowalsky estaba haciendo alarde de cierta entereza: Ya sabía que le tocaba una huída en el coche más movido de toda la ciudad, y que sus lesiones se iban a resentir. Caprice estaba totalmente descolocada. Daphne conocía a Rolf y confiaba en él, pero la periodista se veía de repente rodeada de desconocidos de aspecto turbio, armados y haciendo planes para una batalla campal, ¡y esos eran los que estaban de su lado!
- El tiempo muerto, podríamos decir… - Respondió lánguidamente la voz al otro lado del teléfono. – Irónico perder tiempo hablando de tiempo muerto, ¿no es cierto, señor Kurtz? – El turco no respondió, se apartó de la oreja el aparato, mirándolo como si dudase entre aplastarlo contra la pared o arrojarlo por la ventana. – Tengo mucho tiempo libre, el cual no debo invertir en ganarme el sustento ya que he logrado una cierta prosperidad con un mínimo esfuerzo, usado del modo más inteligente posible, de modo que dedico mis largas horas de ocio a la satisfacción de mis apetitos. La curiosidad, especialmente. – El tono era tan superior que casi se le podía oír sonreír. – ¿Sigue usted ahí, señor Kurtz? – Preguntó sin obtener respuesta. – “Macho alfa”… - Siguió en tono de broma. – ¿Sigue ahí?
Kurtz miraba el trasto como si de un escorpión venenoso se tratase, y a medida que el misterioso Fixer continuaba hablando, parecía que el aguijón de la alimaña se estuviese hundiendo más y más en su mano.
- Señor Vassaly, responda usted, o usted, señor Barans. No tenemos tiempo.
- Una conferencia… - Murmuró Kurtz, asumiendo su desventaja a la vez que volvía a pegar el artilugio a su mejilla. – Aquí me tiene, Fixer. Hable rápido. Tengo muy poco tiempo, y lo digo de forma literal.
- No se preocupe, señor Kurtz. Señor Barans, muestre la pantalla de su unidad a sus compañeros. – Solicitó la voz. En la pantalla pudieron ver el contenido del ascensor. – Como ve, los mastines aún acaban de reventar la puerta del ascensor y están saliendo hacia el segundo piso. Admiro su maniobra, Kurtz. Muy inteligente.
- ¿Por qué no bajaron simplemente al primero y cambiaron de ascensor? – Preguntó en voz alta el turco.
- Yo también hice mi pequeña jugada, mi estimado Macho Alfa. – Rio la voz, con tono pícaro. – Como ve, intento ganarme su amistad.
- Tengo amigos de sobra, Fixer. Y poco tiempo para hacer más.
- También tiene enemigos de sobra, Cabo Jonás Kurtz, de la doscientos ochenta y ocho de aerotransportados. ¿O debo referirme a usted con su nombre y unidad reales? Así sus compañeros de grupo, y debo comunicarle que eso incluye al joven Han que los espera en el coche, se sentirán más seguros, sabiendo quien los lidera. – Kurtz volvió a enmudecer. – Dígame, señor Macho Alfa… ¿Existe de verdad el legendario Comandante Elfo Oscuro? – Ante los expertos ojos de Rolf, el turco tuvo un leve sobresalto. Apenas un parpadeo, pero suficiente para que el tirador sintiese verdadero temor, hacia su misterioso interlocutor y hacia su compañero. Paris, cuya imagen del turco estaba oculta bajo la mano y el teléfono, pudo ver la turbación de su amigo reflejada en la cara de Rolf. Ese misterioso oficial era un tema recurrente entre teóricos de la conspiración y paranoicos, cada cual con ideas más estrafalarias sobre los hechos que se le atribuían, aunque el asesino en la época en la que se había dedicado a operar de forma independiente, había buscado información en esos círculos, y no era la primera vez que oía el nombre en clave "Elfo oscuro". En tan solo unos segundos, dejó de oírse el sonido de unos dedos ágiles en un teclado. – Ya no se moleste en responder, Kurtz, querido… Ya lo he descubierto por mi cuenta.
- Bien, Fixer. – Casi lo interrumpió el turco. – Nos ofrece ayuda y chantaje. ¿Qué cojones quiere?
- La verdad es que me avergüenza haber recurrido a insinuar tales amenazas, pero creo que era la única forma de ganar algo de su tiempo, sobre todo en estos momentos de urgencia. – Habló la voz, en lo que parecía una disculpa. – Mi curiosidad me ha llevado a vislumbrar pequeños retazos de cámaras de seguridad: Una infiltración en un reactor, unas cuantas reuniones, vistas desde pequeñas cámaras de vigilancia de locales comerciales, y retazos de alguna que otra incursión. Mis felicitaciones al señor Parker por su tan espectacular pericia automovilística.
- Gracias, pero abrevia. – Se oyó la voz del piloto, molesta.
- Tanto usted, Kurtz, como sus dos amigos ahí presentes, tienen un turbio pasado. Todos saben que lo hay, pero no saben cual es concretamente y por mutuo respeto, prefieren no indagar más. El señor Parker tan solo cuenta con una enorme lista de infracciones al volante que lo podrían tener muchos años a la sombra, amen de alejado de cualquier vehículo de motor. – Se cruzaron muchas miradas nerviosas y gestos incómodos, mientras oían insinuar sus fantasmas. – Sin embargo, como han visto, soy un hombre de recursos, y me hallo enteramente dispuesto a poner todos ellos a su favor. Realmente, me ha conmovido su heroica lucha, como cuatro Guerreros de la Luz ante la inminencia de la destrucción. Creo fervorosamente en la necesidad de Shin-Ra de un límite a su poder, y en la justicia que ustedes proporcionan.
- ¿Qué nos ofrece, Fixer? Sea concreto. – Dijo Kurtz, mientras seguía contemplando las imágenes de las cámaras de seguridad del hospital, siguiendo a Jonze y a su grupo a lo largo del tramo de escaleras del tercer al cuarto piso.
- Puedo intervenir cualquier sistema controlado por un ordenador. Puedo encontrar y adquirir cualquier cosa que el grupo pueda necesitar: Información, instrumental o cobertura. Usted tiene la mente táctica necesaria para reconocer todo el valor que un activo como yo puede aportar a su equipo, Kurtz. Reconózcalo y acépteme.
- ¿Por qué confiar en él? – Preguntó Paris.
- Porque sería más lucrativo y menos arriesgado vender esta información a Shin-Ra, y obtener así un valioso puesto de trabajo, quizás asesorando al propio presidente. Y sin embargo, he optado por el romanticismo a la hora de elegir mi bando. De modo que, señor Barans, esa es toda la garantía con la que puede contar, le sirva o no.

Kurtz miró a Rolf, que asintió con fastidio, rápidamente, ya que anhelaba terminar esta pantomima cuanto antes. Sus ojos apenas tardaron un segundo en volver a la pantalla de Paris, donde los perseguidores habían llegado ya al quinto piso. El gesto del asesino fue cerrar los ojos con resignación, pero su voto fue el mismo.

- ¿Pajarraco? – Preguntó Kurtz, esperando el último voto. - ¿Han?
- Oh, joder… ¡Lo que sea pero rápido! – Dijo el piloto, con una tranquila fatalidad.
- ¿Qué pasa, tío? Ni que acabases de ver la muerte. – Preguntó el turco, con sorna. "Es lo único que nos faltaba", pensaba.
- Felicidades, Macho Alfa: Ha acertado usted.




- ¡Han, maldito hijo de puta! – Gritó una voz inesperada desde el vehículo que acababa de estacionar junto al Cavalier. -¡Saluda!
- Hola, Dazzul… - Dijo el piloto, reconociendo con enorme incomodidad al hombre con el que había mantenido una rivalidad amistosa en las carreteras. – Que sorpresa… - Le costaba realmente articular las palabras, mientras miraba de reojo su nuevo PHS sPhone, ubicado en la consola central por medio de un soporte hecho a medida, con la función GPS activada. Si bien era embarazoso encontrar a Dazzul, posiblemente el mejor piloto indiscutido de su zona desde su retiro, más incomodo era ver el líder de los Red Ifreets había abandonado su veloz Shin-Ra Predator, a favor de un modelo más acorde a los gustos de Han: un Fenrir R34 de color negro, del que Han conocía todas las modificaciones habidas y por haber. Al fin y al cabo, él mismo lo había preparado. – La Muerte… - Murmuró.
- Lo has echado de menos, ¿eh? – Dijo el piloto, crecido. – Verás, Han. No es exactamente “tu” coche. Es “mi” coche, desde que se lo arrebaté a un payaso de la zona alta. Un gran trabajo, por cierto, pero tío… Todo se puede mejorar.
- Seguro que has tenido ideas geniales… - Murmuró descontento el piloto.
- Oh si… Una, especialmente: He abandonado a los Red Ifreets. – Han alzó las cejas en respuesta, pero inmediatamente dejó de mirarlo para contemplar la escena a su alrededor, esperando instrucciones para actuar. A su PHS no llegaba nada. – Mi nuevo equipo tiene mucho más presupuesto y reputación, igual te suenan: Se llama Shin-Ra.
- ¡¿Qué?! – Preguntó Han, empezando a enfurecerse de nuevo. – Hijo de puta… ¡Te has vendido! – Acusó. Como única respuesta, Dazzul puso punto muerto y hundió el acelerador de su coche.
- ¿Esto te suena como un RB26DETT de seis cilindros en línea?
- No… - Tuvo que reconocer Han, cuya voz apenas era audible en medio de un brutal rugido. Eso eran diez cilindros dispuestos en uve, cada uno con seis válvulas, y pequeños fragmentos de materia Piro potenciando las bujías. Como bien había dicho en su momento a Malcolm, solo quedaban dos o tres más aparte del suyo.
- ¡Blackbeast, Han! ¡Existe!
- Ya… Ya lo veo… - Suspiró el piloto. A todas luces, el motor de su rival estaba montado en un deportivo, con tracción a las cuatro ruedas. Eso suponía un mejor equilibrado y un mayor aprovechamiento de toda su potencia. El de Han, a pesar de todas sus modificaciones y ajustes, no dejaba de tener como base el vehículo de un ejecutivo, pensado para el confort y la ostentación, y ya no tanto para la velocidad y las temeridades al volante, aunque Han lo hubiese puesto al nivel de muchos súper deportivos.
- ¿Un red Rhino? – Ofreció su oponente, mostrándole la lata de bebida sobrecafeinada. – Tengo que echar un cable para un trabajito, y necesito mantenerme atento.
- Claro… Me vendrá bien. - Aceptó Han, con su mente trabajando frenéticamente, mientras intentaba disimular. Bajó la ventanilla del copiloto para que Dazzul le arrojase la lata, pero debido a los nervios necesitó varios intentos para lograr abrir la maldita anilla.
- Te veo acojonado, ¿eh? – Se jactó su oponente. – Esta bestia es un sueño. Lo llevé anoche a invadir un par de circuitos, para ponerlo a prueba y todos cayeron como putas. ¿Y tú? ¡Nunca creí que te vería en una mierda de coche familiar, tío!
- Ya ves… - Dijo con aire distraído el piloto, saboreando su bebida mientras leía de reojo un mensaje de texto que había aparecido de repente en la pantalla del PHS: “Me confirman que os ayudaré hoy. No te preocupes, estoy buscando la forma de librarnos de esa atrocidad de vehículo. Estate preparado. Fixer.”


Kurtz usó su placa para arrancarle a un par de enfermeras una silla de ruedas sin que protestasen, aunque a estas les costó dejar de mirarlo a la cara. Mientras tanto, Kowalsky reprimía el dolor apretando los dientes, mientras entre Rolf, Daphne y Caprice le vestían su largo abrigo para disimular su pijama de hospital. El tirador dejó la tarea para repasar el plano del hospital que Fixer le había enviado al PHS, mientras explicaba al grupo el camino a seguir. Durante esos segundos, Kurtz soltó una breve parafernalia legal, sobre misión de incógnito, proteger a un informador y zarandajas sobre seguridad y distracción a las enfermeras, para asegurarse de que no montarían jaleo cuando se llevase al periodista.

- Nos llevamos al paciente para su protección. – Sentenció finalmente, mientras en el cuarto, Rolf, Daphne y Caprice intentaban levantar a Kowalsky y meterlo en una silla de ruedas. Paris en ese momento estaba ajustándose su fiel máscara de porcelana, de espaldas a los demás.
- Mucho cuidado, Rolf… - Suspiraba el periodista, ya en la silla de ruedas. El grande que va al frente es el que me atacó. Falta el turco rubio que iba con él.
- ¿Turco rubio? – Preguntó Kurtz interesado, asegurándose de reojo de que las enfermeras se iban. - ¿Qué turco rubio?
- El señor Kowalsky se refiere al agente Carlos Montes Guzmán. – Dijo la voz de Fixer desde el PHS, con el modo “manos libres” activado. – La tropa son mercenarios: Veteranos de Wutai o de la rebelión de Corel. El hombre que va al frente es Nathaniel Jonze, soldado de primera categoría, competente con la materia y experto en el combate cerrado. Arma preferida: Dos machetes de tipo kukri.
- ¿Oído, pareja? Tenemos un gran bastardo al frente, el resto no se de que pasta estarán hechos, pero no serán mejores. Rolf. Lleva a Kowalsky hasta el coche. Yo iré cara a cara contra Jonze, y tú, Paris, ocúpate de sus colegas.
- ¿También a la cara? – Preguntó el asesino, introduciendo su pistola en su correspondiente cartuchera, mientras comprobaba sus materias.
- Mejor no. Lo importante es que ninguno se acerque, así que desaparece y que no tengan oportunidad de verte venir. Ven cuanto antes o te quitaré el premio. – Mientras hablaba estaba ofreciendo su pistola a Rolf. – La mía es táctica, con acople de supresor. Déjame la tuya. Bajas, sueltas el “paquete” – expresión que no hizo mucha gracia a Daphne ni a Caprice – y vuelves discretamente. A todo el que pilles por la espalda, lo despachas. ¿Alguna pregunta?
- ¿De verdad eres tan duro como para tumbar a un soldado de primera cara a cara? – Preguntó el tirador. A pesar de parecer incrédulo, se le podía reconocer una cierta esperanza de que así fuese en el gesto.
- No en un combate justo. – Sonrió el veterano, cuyo rostro desfigurado irradiaba malicia.
- Señores. – Llamó su atención de nuevo la voz del PHS. – En menos de un minuto, los “malos” estarán en este pasillo.
- ¡Vamos! – Exclamó Kurtz.



Jonze dobló la esquina, seguido de sus secuaces. A unos metros de pasillo se erguía el turco, con aire desafiante, que los miraba con media carcajada. Uno de los matones hizo gesto de tomar su arma, pero el Soldado lo detuvo, interponiendo su brazo ante él. Luego, con un gesto de esa misma mano, dio orden de que lo siguiesen. Caminaban despacio, confiados y seguros de sí mismos, mientras ese hombre los esperaba, solo y lleno de desfachatez. El pasillo, blanco y marcado por el característico olor a desinfectante y miseria humana, típico de los hospitales de los suburbios, estaba poblado de pacientes, personal de enfermería, algún que otro médico y visitas, que miraban de reojo o simplemente fingían no haber visto nada. La escena era extraña y turbadora, adornada por las llamadas de megafonía, que se producían a intervalos irregulares.
A unos cinco metros de distancia se detuvo, y sus cuatro secuaces se pararon tras él. Se pasó una mano por la cabeza, echando su pelo hacia atrás y ajustándose la coleta, y luego la gabardina negra.

- Agente Kurtz, ¡que sorpresa! – Exclamó mientras sonreía sin humor. – ¿Es usted paciente o visita? – El turco sonrió, mostrando su placa.
- ¡Agente de Turk! – Exclamó. La sola mención del Departamento de Investigación fue suficiente para que el pasillo se vaciase, y Rolf sabría perderse entre esa multitud de gente asustada. – Quedan todos detenidos por el intento de asesinato de Kazuro Kowalsky. – Los sorprendidos matones estuvieron a punto de saltar, pero se contuvieron, al ver que su líder aguantaba impertérrito.
- No intentamos matar a nadie. Fui yo, y fui a darle una paliza. ¿Algún problema con eso?
- No parecen asuntos oficiales de Soldado. ¿Por qué no me acompaña a la comisaría más próxima? – Mientras hablaba, guardó la placa en un bolsillo interior de la cazadora, dejando entrever parte de su arsenal. – Jonze levantó un dedo.
- Vosotros ocupaos del trabajo. Yo hablaré con el agente. – Dijo mientras avanzaba hacia Kurtz. Su tropa desapareció corriendo, en busca de pasillos laterales por los que sortear al turco. - ¿Va a leerme mis derechos, Kurtz?
- Es posible… - Scar avanzó igualmente, hasta encarar al soldado, dejando muy pocos centímetros entre sus caras. Jonze era entre quince y veinte centímetros más alto que él, y su cuerpo estaba tratado con energía Mako, sin embargo, el veterano sabía de sobra que si bien el tamaño era importante, la predisposición a hacer algo horrible al adversario sin ningún tipo de reservas lo era aún más. - ¿Qué derechos tenéis las cucarachas?
- Muchos… - Suspiró el Soldado. – Podemos portar armas, podemos usarlas, podemos someter a seres inferiores… ¿Es usted inferior, Kurtz? – Sonrió, no por burlarse del turco, sino como un mero gesto vacío. Una provocación usada como maniobra fría y consciente, sin verdaderas ganas de insultar tras ella. Simplemente un profesional usando lo que sabía. – A simple vista no parece gran cosa.
- La simple vista tampoco es amable contigo, cucaracha. – El turco abandonó el trato de usted, aguantando la mirada del monstruoso militar sin parpadear. – Especialmente viendo como te quedaron las manos la última vez. Seguro que eso dañó seriamente tu vida sexual.
- La verdad es que no. Tu madre sigue siendo tan cariñosa y complaciente como siempre.

Un espasmo violento fue perfectamente visible en el rostro de Kurtz, que este convirtió rápidamente en una sonrisa maníaca. El Soldado había pasado con creces la línea de lo meramente profesional. Jonze también sonreía. En una situación normal, el turco ya se habría lanzado al ataque, y sin embargo, ahí seguía, tras tragarse ese insulto. Solo pretendía ganar tiempo, confiando en que uno de sus aliados quedase libre y acudiese en su ayuda. El soldado se tomó un segundo, para mirar por encima del turco, a ver si alguno de sus hombres lo había rodeado ya y se acercaba a sus espaldas, pero cuando sus ojos quisieron volver a encontrarse con los de Kurtz, estos ya no estaban.
No logró esquivar de todo el cabezazo, que le impactó en el pómulo derecho. Luego alzó el puño, amortiguando un puñetazo que buscaba su oído en el mismo lado. Kurtz se revolvía, buscando también la corta distancia. Empujaba donde tenía que empujar para hacer que el Soldado se tambalease, y golpeaba rápido buscando puntos vitales, sin detenerse cada vez que sus puños chocaban dolorosamente contra las prótesis metálicas de su rival. Finalmente, Jonze pudo afianzar su postura y devolver un par de golpes al turco, que encajó parte del primero, bloqueándolo con el brazo y saltó hacia atrás para evitar el segundo: Una patada que buscaba su plexo solar, pero al atrapar al turco en pleno vuelo en la misma dirección solo logró proyectarlo aún más lejos. Mucho más de lo que un simple humano podría, ya que la fuerza del Soldado estaba mutada por el Mako, y Kurtz voló a lo largo de varios metros, antes de caer al suelo rodando de espaldas y volver a ponerse en pié. Al alzarse, su rival podía oírlo riendo en voz baja, pero el volumen de sus carcajadas fue creciendo a medida que se incorporaba, y cuando finalmente se había erguido, se reía a viva voz. Mientras lo hacía, ambos reconocieron el grito entrecortado de uno de los mercenarios, que súbitamente pasó a convertirse en un gorgoteo.
Jonze seguía confuso, viendo como el turco se reía a varios metros de distancia, a pesar de sangrar por una pequeña herida en el labio inferior, cuando finalmente este decidió explicarle el chiste, levantando la mano derecha. Es extraño que un hombre diestro empiece a atacar con la izquierda, a no ser que sea un señuelo para luego encadenar un golpe aún más fuerte con su mano capaz. Kurtz, sin embargo, es mucho más astuto y expeditivo que eso, como bien mostraba la navaja táctica de color negro mate con dibujos atigrados por la hoja, bien visible en su diestra.
Jonze, inmediatamente, empezó a palparse el pecho en busca de alguna herida, pero no encontró sino cortes superficiales y heridas menores, y su confusión hizo reír aún más al turco, al ver que su juego aún no había sido descubierto. Se lo mostró alzando la otra mano, que contenía uno de los cinturones del Soldado, que sostenía sus dos machetes kukri, y con ellos, todas sus materias.

- ¡Maldito…! – Era lo único que la sorpresa le había dejado responder. Ante sus ojos aún anonadados, el turco, riéndose todavía, lo arrojó por uno de los conductos por los que la ropa descendía hasta la lavandería del hospital.
- Si eres bueno, ya te lo devolverán cuando salgas. – Dijo mientras lo invitaba a ir a por él, con un gesto de su mano izquierda.




- ¿Qué posibilidades tenemos? – La voz de Kowalsky rompió la tensión del silencio, en el ascensor. Había un par de enfermeras agolpadas en la puerta, y Daphne y Caprice se situaron de espaldas a ellas, formando una especie de pantalla.
- Bastantes… - Dijo Rolf, con los ojos atentos al indicador digital del ascensor: Planta cuarta. El periodista no podía girar el cuello y mirarle, pero su silencio y su mirada perdida eran igualmente opresivos. Sus dos compañeras cerraron filas con él, mirando a Rolf a los ojos para instarlo a responder. – Si llegamos al coche sin problemas, el piloto es muy bueno. Podría cruzar la ciudad de lado a lado en diez minutos. El único problema es que no tiene una ruta preparada, pero sabrá improvisar.
- ¿Es el que llevó al hermano de Henton al hospital? – Preguntó Daphne, desconfiada.
- Si, es él. Sin embargo, aquí nadie está moribundo, de modo que puede tomarse su tiempo para dar rodeos, burlar y actuar como debe. – La voz del tirador se endureció, recordando al conductor furioso consigo mismo cuando lo sacaron de la cárcel, y como ese sentimiento aún perduraba. – Además, Darren murió antes incluso de que llegase la ambulancia. Hay veces que simplemente, no puede ser.
- Nos das muchos ánimos… - El tono cínico de Caprice era gélido y desagradable.
- La situación no es ni siquiera parecida. – Atajó el periodista. – ¿Como ves la apuesta?
- No tengo ni idea, pero es la opción que yo elegiría en tu lugar.
- Nos sirve. – Zanjó Kazuro. - ¿Verdad? – Un asentimiento y un encogimiento de hombros, mientras la puerta se abría. No había otra opción, así que más valía que ese piloto supiese hacer volar a un coche.

Desde el retrovisor, Han pudo ver como el tirador llegaba, acompañado de dos mujeres y un hombre escayolado en silla de ruedas. “Te va a doler… Y con suerte solo será eso”, pensó, mientras se ajustaba un par de mitones, diseñados para mejorar el agarre del volante. A su lado, desde el siniestro deportivo conocido como “La muerte”, Daigo Zutsume veía a su rival arrancar.
- Jugaremos limpio… - Preguntó el piloto, entrecerrando sus ojos rasgados mientras veía como Han indicaba a sus pasajeros como sujetar los arneses de seguridad de cinco puntos y el hombre herido ajustaba sus brazos escayolados con las correas del suyo para que estos no se golpeasen durante el trayecto. Todos lo miraban con desconfianza, a él y a su vehículo, negro, como los malos presagios.
- No, Dazzul. – No necesitó mirarle a los ojos para convencerle de que hablaba en serio. En ese momento, la luz del atardecer era visible desde los límites de la placa, a lo lejos, y Han estaba colocándose unas gafas de sol. – Demasiado en juego como para ser deportivos, y menos aún llevando tú ese coche.
El otro piloto se encogió de hombros y pulsó el claxon. Rolf ya había vuelto al hospital a la carrera, y los pasajeros de Han ya estaban sentados. Un hombre trajeado, de cabello azul eléctrico acudió raudo, sacando una pequeña pistola. La mujer más baja, que había ocupado el asiento del copiloto tomó su propia pistola, un arma de bajo calibre, pero arma al fin y al cabo, y la sostuvo oculta tras su puerta.
- Monta. – Les sorprendió oír al otro piloto, cuando Han ya había puesto primera y tenía el embrague a medio levantar.
- ¿Qué? ¡Pero si son esos los que tenemos que…! Ya sabes…
- Este coche antes era de suyo. – Dijo Dazzul, mientras pisaba un par de veces el acelerador en punto muerto, para que su motor entrase en calor. – Le gustaba dejar que los demás saliesen antes y luego darles caza. Lo llamábamos “la Muerte” por ello, por que nadie se le escapó nunca.
- Entiendo. – El turco tomó asiento con una sonrisa sádica. – Me encanta ver caer viejas glorias.
Han sacó la mano por la ventanilla, con un gesto de agradecimiento, que obtuvo su respuesta en un destello de las luces largas del otro coche. Al pulsar el botón del elevalunas, vio por el retrovisor como el turco lanzaba el conjuro “prisa” sobre su oponente, mejorando sus reflejos y su velocidad de respuesta. Suspiró, y empezó a repartir instrucciones.
- Tú. – Dijo sin apartar los ojos de la carretera, de modo que ninguno de los otros tres se dio por aludido. - ¿Copiloto?
- ¿Yo? – Preguntó la mujer de la pistola, señalando hacia sí misma. – Me llamo Daphne.
- Muy bonito, pero muy largo. – La cortó Han. – Lo siento, pero mientras dure la fiesta, tú serás “tú”, y vosotros seréis “vosotros”. ¿Vale?
- Sin problema. – Dijo la voz de la rubia sentada detrás.
- Bien… Tú: Normalmente preparo canciones para cronometrarme a mi mismo, pero aquí tendré que improvisar. Cada vez que te diga “ya”, dale a la siguiente canción.
- ¡Pero si acabas de decir que no tienes nada preparado!
- ¿No sería mejor atender más a la carretera que a la música? – “Tú” fue la primera en protestar, pero la mujer que formaba el 50% de “vosotros”, en la que Han decidió pensar como “ella” era mucho más borde.
- Mi método, mi forma de adaptarse al ritmo, mi coche. – Dijo mirándola de forma hosca a través del retrovisor. – O sino, te bajas.
Ambos coches avanzaron despacio, hasta la garita del vigilante del aparcamiento, cuya barrera estaba aún bajada. No tenía sentido empezar a correr y quedarse sin parabrisas de buenas a primeras.
- Permíteme… - Sonó la melosa voz de Fixer, desde el teléfono, y la barrera se alzó sola, ante los anonadados ojos del guardia de seguridad.
Fue la única señal necesaria: Han miró fijamente al coche que lo seguía desde su retrovisor, donde piloto y copiloto compartían una sonrisa predatoria: Hoy, “La muerte” se vería obligado a huir del coche que acompañaba su reputación, o mejor dicho: De una versión muy mejorada de ese vehículo. Suspiró profundamente, mientras dio la primera orden a “tú” para que pulsase el “Play”. “You think you know me?”, preguntó una jadeante voz femenina desde los altavoces, antes de que el baterista empezase a aporrear los timbales a ritmo de doble bombo.
Han soltó medio embrague, dejando que el doble cerámico hiciese su trabajo mientras hundía suavemente el acelerador. Las revoluciones se dispararon hasta cuatro mil, antes de que pisase hasta que el ligero pedal de aluminio perforado alcanzó su tope, para luego ser soltado de golpe mientras cambiaba a segunda, viraba a toda velocidad y pegaba un tirón del freno de mano, abandonando una huída en línea recta por una carrera paralela al hospital mientras tomaba una de las entradas a la carretera radial del sector 2, que lo dirigiría hacia el sector 0. Era una de las vías principales de la ciudad, muy vigilada, pero confiaba en que nuevos perseguidores no hiciesen sino obstaculizar a su gran amenaza.
Como era de esperar, la primera respuesta de los ocupantes fue gritar. El derrape los cogió tan por sorpresa que el vuelo de dos melenas rubias cubrieron casi todo el habitáculo. Podía sentir en su interior la sensación vacía en su estómago, fruto del miedo y del continuo movimiento de las fuerzas G.
- ¡Silencio! – Increpó a sus pasajeros, mientras daba la orden a “tú” para que pusiese la siguiente canción. A la pobre chica le costó un esfuerzo de voluntad soltar los asideros de la puerta y el techo para hacerlo, pero la idea de un posible accidente por culpa de un incumplimiento suyo la aterrorizaba más.
- ¿No podías usar un volante de esos con control de sonido?
- Mucho cableado, mucha electricidad y peso gratuito. ¿Prefieres cambiar de canción o que nos cacen?
- Rara forma tienes tú de mantener la concentración si luego te pones a charlar. – Suspiró “tú”, mientras obedecía. En el asiento trasero, “ella” intentaba sostener lo mejor posible a su compañero, mientras el melenudo esquivaba el tráfico como si fuese una película de kung fu en las que un experto se evadía de docenas de extras sin despeinarse.
- No es cuestión de concentración… ¡Ya! – Dijo con una mueca de fastidio al ver al coche negro usar su potencia para desplazar hacia los lados cualquier vehículo que lo entorpeciese. Lamentándose por esa chapa que tanto había mimado, protegiéndola de abolladuras y arañazos. “Lo peor es que luego le pondrá un “Body Kit” de tuning”, pensó con amargura. – Es cuestión… de… ¡Ritmo! – Dijo aprovechando el estribillo de la canción, y su grito “I wanna see from within” para cambiar rápidamente de carril y pulsar el freno, solo lo justo para encender las luces y sobresaltar al conductor que iba tras él, que dio un giro brusco hacia el carril del que Han venía para aparecer súbitamente ante los ojos de Dazzul, que no pudo evitar embestirlo. “¡Jódete, pequeñin!”, dedicó sus pensamientos a su antigua montura, “ya no eres mío: Has sido mancillado”.
- Pues espero que a ese le guste la música… - Dijo el periodista entre silenciosos gestos de dolor, mirando desde el retrovisor exterior de su lado, a la izquierda del vehículo, como el coche embestido por la oscura bestia que los perseguía impactaba contra el arcén, quedando allí inerte y destrozado.



Rolf subía corriendo las escaleras, pero asustado por llegar sin aliento al sexto piso se detuvo en el quinto. Mientras tomaba aire, se encontró la puerta de las escaleras abierta, y ante él, un cuarto de fregonas en el que lucía colgada una bata blanca impoluta. Rolf sonrió.


Paris sostuvo el cuerpo del mercenario los dos segundos que duró su agonía. Rápido como una exhalación, el asesino había aparecido a sus espaldas y hundido su daga en la caja torácica de su víctima, desde la clavícula, al lado del cuello, mientras le tapaba la boca con la otra mano. No había ningún testigo en el pasillo, ya que todos habían huido, espantados por la presencia de los matones en sus amenazantes gabardinas oscuras. En los pasillos reverberaba el eco de la pelea entre Kurtz y ese tipo tan grande: Jonze. El turco intentaba mostrar confianza, pero si no asustado, estaba terriblemente preocupado por ese combate. A todas luces intentaba ganar tiempo, mientras esquivaba golpes que hacían temblar las paredes.
El asesino abandonó el cadáver en una camilla, tomando antes un pequeño subfusil que tenía escondido bajo la gabardina y colgándoselo del hombro.



Como una criatura salida de los pozos del infierno, el Fenrir era un borrón negro cubierto de chispas, cuyas luces de xenón lanzaban destellos cegadores. En su interior, Dazzul mordía su labio inferior, mientras se pegaba todo lo posible al Cavalier de su oponente, aprovechando el rebufo: El “túnel” formado por el coche que iba delante, librándolo del rozamiento del aire. A su lado, el turco se relamía con una sonrisa viciosa, incitándole a atacar. “Esto no es una carrera”, se recordó el Red Ifreet, “sino una cacería”. Con una sonrisa, esperó a que su oponente se encontrase con un coche de frente. Al comenzar un cambio de carril para evitarlo, el Fenrir se acercó suavemente, pegándose a su maletero y pisó a fondo, desplazándolo e intentando forzar un trompo. Era el punto débil de los coches de tracción trasera: Su fuerza motriz situada detrás era fácil de desviar por un piloto con pocos escrúpulos, y aunque a Dazzul no le gustase la idea de hacer esa putada a su amigo, sus opciones eran limitadas.
El Cavalier, desplazado, logró salvarse del trompo, poniendo punto muerto y redirigiéndose hacia el carril que pretendía abandonar.
En su cabina, Han estaba tomando decisiones bajo presión. Su coche eran cuatro ruedas, desconectadas del motor por la palanca en punto muerto, y desde atrás su oponente lo empujaba listo para aplastarlo contra el coche que tenía ante él, que aceleraba desesperadamente para alejarse, pero no era capaz y se encontraba cada vez más cerca. Renovar el intento de huída hacia el carril izquierdo sería un suicidio, ya que recibiría el empujón, haría el trompo y se estamparía en la barrera de hormigón que separaba su vía de la que iba en dirección contraria. Han hundió el acelerador y el embrague, con la mano derecha sobre la palanca de cambio, viendo como en el carril derecho un monovolumen se acercaba, típico coche fiambrera.


Brianna Patterson se preguntaba que demonios pasaría ese día: Los demás conductores iban como locos, y hacían funcionar sus claxon como si tuviesen la mano pegada a ellos. Realmente, la gente llevaba muy mal todas esas habladurías del fin del mundo y esa bazofia del impacto del meteorito. Ella se limitaba a conducir con su cuidado habitual, bajo la premisa de que si alguien impactaba contra ella, sería su seguro el que pagase y no el de ella. Ya le llegaba con las facturas de la hipoteca, las letras del coche y el colegio privado de los niños. Estos iban sentados detrás, viendo una película de dibujos, y a Brianna le encantaba cantar con ellos las escenas musicales. Creía que eso sería positivo para su educación: Memorizaban letras, aprendían entonación, ¿y quien sabe si tendría algún pequeño artista en la familia? Sin embargo, el tráfico estaba siendo realmente un fastidio, lo suficiente para empezar a estropearle el que solía ser uno de sus mejores momentos del día. Intentaba mantenerse en una discreta posición en el carril lento para que quien quiera que fuese el que estuviese armando ese jaleo pasase de largo, pero por lo visto, a su suerte no le importaba lo que hiciese.
De repente, un destello de luces le dio en la cara desde el retrovisor izquierdo, pero no tuvo ocasión de reaccionar antes de que un coche plateado, rápido como un relámpago, la embistió de lado, lanzándola contra el arcén y metiéndose delante de ella, para huir por el mismo arcén.
- ¡Niños! ¿Estáis bien? – Gritó mientras oía a sus hijos llorar. No veía heridas por el retrovisor de dentro, y vio que el espejo izquierdo era prácticamente historia. - ¡Hijo de…! – Se contuvo, viendo a sus niños, mientras ponía el intermitente de emergencia. A su lado, un segundo coche, esta vez negro, embestía al que tenía delante en su carril para salir disparado a la persecución del plateado. Brianna quiso ver su matrícula, pero esta tenía las siglas S-R T: Shin-ra Turk. En su interior maldijo con frustración, y empezó a mover el coche hasta la siguiente salida, donde llevaría a los chavales a tomar un helado para que se tranquilizasen y vería con calma los daños de su coche.


- ¿Viste la cara de la señora? – Preguntaba “tú” con voz trémula, aún agarrando asustada las correas de su arnés. – Pobre…
- ¿Pobre ella? – Preguntó Han, con cara de dolor. - ¡Tiene seguro!
- ¡No me extraña que no te aseguren! – Se oyó a la borde, atrás.
- No es por eso… ¡Ya! Es que este coche no tiene motor, seguridad ni nada homologado, todo artesanal. – Dijo mientras daba fogonazos con las largas, espantando a los coches para que le abriesen camino por el arcén, mientras veía como al Fenrir le estaba costando recuperar la ventaja ganada con la maniobra. - No es legal ni siquiera arrancarlo.
- ¿Qué lo hace tan bueno? – Preguntó el periodista, viendo que hablar ayudaba al piloto a concentrarse. Al propio Kowalsky, hablar le ayudaría a no pensar en una muerte rápida y violenta contra otro coche o alguna barrera de hormigón, aunque su voz también le traicionó un poco.
- Un motor legendario, construido en exclusiva para los coches de Turk a principios de los ochenta, pero eran demasiado caros y difíciles de conducir, de modo que la mayoría acabaron estampados en algún accidente. Han de quedar muy pocos… - Dijo con una sonrisa de resignación.
- ¡¿Si tienes tanto motor como te metes en una avenida famosa por sus embotellamientos?! – Gritó Caprice, intentando oírse en medio del ruido del motor y del heavy metal. ¡No podía apartar los ojos de la carretera! Era terrorífico, y a la vez, hipnótico.
- No puedo irme por velocidad, él tiene otro motor como el mío, en un deportivo cuatro por cuatro. Mi única salida es meterlo por tramos difíciles y forzarlo a tener un accidente.
- ¿Y no sería mejor concentrarte en no tenerlo nosotros? – Sonrió el periodista, pensando en el coche al que habían embestido.
- Te juro que me ha dolido más a mí que a ti… - Dijo Han, mirando con resignación como ahora solo contaba con un faro. - ¡Ya! – Dijo mientras tomaba una salida de la avenida, esquivando una barrera de “cerrado por obras”, tras la que subía una cuesta que giraba hacia un tramo de avenida cortado en el sentido más literal de la palabra: La carretera se acababa, y bajo ellos había una zona residencial en construcción, y varios vehículos de maquinaria pesada. – El tráiler… - Murmuró tan bajo que solo Daphne pudo oírlo. Vio la febril decisión en su mirada, e hizo lo único que se le ocurrió para tranquilizarse.
- Change everything you are… And everything you were… Your number has been called… - Empezó a cantar, mientras se agarraba tan fuerte que sus nudillos se pusieron blancos.
- Piloto… - Sonó la voz del PHS. – Esa carretera no tiene salida… - Aunque Fixer no podía verlo, Daphne vio como el aludido empezaba a formar una sonrisa predatoria, apretando los dientes.
- Oh, mierda… - Sonó desde atrás, mientras Caprice se agarraba a las correas de su novio, en un intento de protegerlo aunque fuese con su cuerpo, pero los ojos de Han no atendían a ello, ni al velocímetro que iba por ciento sesenta y subiendo, ni al fin de trayecto, que estaba ya a tan solo veinte metros y acercándose. Sus ojos estaban fijos en el Fenrir negro, que había soltado el acelerador y empezaba a quedarse atrás.
- ¡Cagón! – Fue lo único que murmuró mientras sus ojos volvían a la carretera, y al tráiler aparcado longitudinalmente tras ella, en medio de un crescendo de guitarras y gritos.
Las ruedas del Cavalier surcaron el aire, y el ruido del motor se intensificó, libre del rozamiento, mientras Han ponía punto muerto y soltaba los pedales. Fue como si se hiciese el vacío en su cabeza, y el tiempo se detuviese. En la radio, un piano era aporreado dando confusión a la escena, haciendo al piloto sentirse uno con el universo. La adrenalina batía la sangre en sus sienes, y sentía como más allá de su objetivo, la vista se difuminaba en un extraño efecto túnel. En el asiento de atrás Kazuro palidecía en silencio, mientras que Caprice gritaba agarrada a cualquier cosa. La canción de Daphne se tornó también un grito. En medio de un estallido de sonido, el piloto sentía su mente en blanco, como si hubiese alcanzado el zen y fuese uno con el universo. Sonreía salvajemente, en una mueca viciosa y decidida a devorar el universo. En lo más hondo de su ser, el hombre que entraba esposado en un coche patrulla, mientras la ambulancia se llevaba a su pasajero moribundo hacia donde nunca volvería, se había levantado, haciendo explotar ese inferior coche patrulla, y sentía como sus manos se unían a ese volante. Como su corazón bombeaba gasolina, y su aliento expulsaba gas incandescente. En paz consigo mismo, en medio de un caos que solo en su cabeza tenía un perfecto orden de gravedad, distribución de pesos, potencia y par motor, hermanados con una serie de sensaciones: Tacto, ansiedad y miedo, formando una entrega al extático momento de la conducción.

Cuando el coche impactó súbitamente contra el techo de metal, el remolque de once metros de largo se extendía ante ellos como una pista de aterrizaje. Los amortiguadores acusaron el impacto, y el coche rugió un nuevo acelerón, mientras recorría la “pista” para coger inercia. El velocímetro ya había vuelto a la estratosfera cuando el coche voló de nuevo, con toda la fuerza que Han pudo sacar al motor para hacer la caída lo menos perpendicular posible, por respeto a su pasaje, y sobre todo, al “pájaro”. A su lado, Daphne lo miraba como si fuese un maníaco peligroso, ya que su cara era la del gato abalanzándose sobre el ratón. Claro que el ratón aquí era de duro asfalto.
El coche impactó contra el pavimento, haciendo saltar chispas de sus bajos, y el piloto empezó a bajar marchas para forzar la frenada, culminando con medio trompo.

- ¡Si…! – Exclamó sin perder su sonrisa caníbal, mientras el polvo se asentaba a su alrededor. – Una pena que te lo perdieses, Fixer.
- Lo he visto todo en la cámara de seguridad de la obra. – Respondió el operador. – Está usted loco, señor mío. Lo lamento, pero no puedo decir otra cosa.
- ¡Di que soy un genio! – Rió. – ¡Y vosotros! ¡Cerrad la boca, que parecéis idiotas!
- Psicópata… - Jadeó Caprice. - ¿Y Rolf dijo que él se vendría en el expreso del infierno sin dudarlo?
- Ya le agradeceré que nos avisase de que el viaje iba a ser movidito… - Murmuró Kowalsky. Daphne, por su parte, no decía nada. Se limitaba a tomarse el pulso y respirar hondo.
- ¿Se atreverá? – La mente de Han, que no necesitaba recuperarse de la impresión, sino que la cabalgaba como si fuese un potro salvaje, iba varios minutos por delante de las de los pasajeros, y estaba centrada en el coche negro asomado al borde del tramo de autovía en construcción que acababan de usar como rampa de lanzamiento. Tras unos segundos, el Fenrir puso marcha atrás y desapareció de su vista, haciendo al piloto sonreír. - ¡Ya! – Ordenó a “tú”, que suspiró con resignación mientras cumplía la órden.



Con la incómoda presión del cañón de un Krugger mp7 en la punta de su nariz, Rolf sonreía incómodamente al tipo malencarado de aspecto amenazador que le miraba desde detrás del arma.
- Planta cerrada, Doc… Hur hur hur – Su simiesca risa hizo que el tirador prefiriese volarse la polla antes que volver a tener sexo con un ejemplar de la misma especie que ese gañán. También se sintió incómodo por otro motivo: Solo él podía estar pensando en sexo en un momento así.
- Ya, claro… Verás… Es que… Mi almuerzo está en mi despacho, jus…
- La hora del almuerzo pasó hace tiempo, Doc… - “Simio listo de los cojones”, pensó Rolf mientras esa incómoda risa le regalaba los oídos de nuevo.
- Vaaale… Te diré la verdad, pero por favor: ¡Te suplico que me eches un cable! – El gorilo alzó una ceja, disfrutando de la sensación de superioridad. – ¡Creo que me ha tocado la lotería! ¡Y necesito mirar el boleto ya! ¡Ya! ¡Solo es ahí, en el primer despacho a la derecha! ¡Por favor!
- ¿El prime…?
Con una bala alojada en la cabeza, el mercenario nunca podría cobrar el premio, ni aprender la lección: No te despistes nunca cuando vas a cometer un asesinato. Rolf lo apartó de la vista de un par de patadas, escondió la pistola y se adentró en la planta.



Jonze había intentado provocar a Kurtz de un millón de formas distintas, pero el turco no había caído en ninguno de sus amagos: El soldado estaba sin sus armas y sin materia, pero aún podía destrozarle el cráneo con un solo golpe de sus puños reforzados con mitrilio. Sin embargo, él tenía el cuchillo y la pistola a la espalda, y por lo tanto, él dictaba las reglas.
Ahora mismo, estas se limitaban a mantener la distancia y ganar tiempo. Jonze se estaba impacientando poco a poco, y sus amagos iban perdiendo la esperanza de atacarle, pero eso solo significaba que tarde o temprano tomaría la determinación de abalanzarse sobre él, asumir una puñalada o dos y romperle todo lo rompible.
- Definitivamente, Scar, eres un cagón. No veo en ti nada de lo que vi en el sector 8. ¿Dónde está esa ira? ¡Soy un SOLDADO, igual que el tío al que freíste a tiros por detrás y dejaste morir a manos de un indigente!
- Nah, él era mejor que tú. Todos lo vimos. – Kurtz podía ver en la tensa sonrisa de Jonze como su frustración crecía. Más de lo recomendable. Sus ojos, pequeños y oscuros, contenían odio, puro y absoluto. El turco intentaba manipular ese odio a su favor.
- Hasta los tontos tienen suerte a veces. – Respondió el SOLDADO, intentando aparentar frialdad.
- Y la tuya fue que llegásemos nosotros para salvarte, Jonze.
- ¿Y quién te salvará a ti? – Dijo, antes de cargar.
Paró la puñalada de Kurtz con la palma metálica de su mano derecha, mientras que la izquierda intentaba cerrarse sobre la mano agresora. El turco saltó hacia atrás, rajando el antebrazo izquierdo del soldado, que no emitió sonido alguno en respuesta. “Quienquiera que venga a salvarme, ya puede darse prisa”.



“Here our soldiers stand…” murmuraba el piloto al ritmo de la música, mientras Daphne veía por la ventanilla como su perseguidor se lanzaba tras ellos, con éxito, a pesar de sus ruegos, pero tardando más en controlar el coche en cuanto alcanzó el suelo. Miró al velocímetro, que acababa de pasar los doscientos kilómetros por hora, y luego a Han, que aún tenía la imagen de un furioso contendiente, pero al menos había perdido esa actitud de “odio al mundo”.
- Piloto… - Indicó el operador para llamar su atención desde el PHS.
- ¿Fixer? – Preguntó este, mientras Daphne se giraba hacia atrás, viendo como Caprice cerraba su mano sobre la rodilla de Kowalsky. Sus caras eran de resignación, así que les guiño un ojo.
- ¡Seguimos vivos! – Les recordó con una sonrisa, que ya había desaparecido cuando volvió a mirar hacia delante.
- He entrado en la red de Shin-Ra y tengo las especificaciones de tu perseguidor. No te van a gustar: Setecientos caballos, límite de revoluciones de nueve mil…
- Que raro, yo tengo diez… - Era una especie de oasis de calma oír una voz, en una conversación sin gritos, ni súplicas, pero a los pasajeros les habría gustado no ir a más de doscientos por hora en ese momento, con altibajos para trazar curvas e intentar dar esquinazo a los perseguidores. - ¿Qué tipo de alimentación tiene?
- ¿Qué? – Preguntó el operador, delatándose como profano en mecánica.
- ¿Carburador o inyección?
- Un segundo… Inyección.
- La buena noticia es que somos más fuertes… La mala es que consumimos entre un veinte y un treinta por ciento de gasolina más. Puede intentar tumbarnos por cansancio, pero aún le queda.
- Veo que tiene un montón de electrónica. – Dijo Fixer. – Estudiaré esto a ver que puede hacerse.
- Gracias por su cooperación, ciudadano. – Bromeó el piloto en respuesta. – Y ya que estás, búscame una defensa frontal y una trasera de un Shin-Ra Cavalier IS-F, un faro derecho y un tubo de escape, ya te indicaré los filtros con el catálogo delante. Paga nuestro amigo de ojos verdes.
- Veré que puede hacerse… - Repitió, y su voz se apagó de repente cuando el Fenrir, abollado y rugiente, como una bestia herida y furiosa, apareció tras ellos atravesando el armazón de madera de una casa en construcción.
- Yo también. – Sentenció Han.



El mercenario avanzaba con pasos prudentes: Abría las puertas de las habitaciones de una patada y entraba con el subfusil listo para abrir fuego. Paris esperó a que entrase en una nueva habitación para abalanzarse sobre él en cuanto saliese. Se acercó con pasos cautelosos al borde del pasillo y entró en la última habitación, que por suerte, estaba vacía. El frío tacto de la porcelana en su rostro le ayudó a tranquilizarse, mientras esperaba a que el matón llegase a la inmediatamente anterior a la suya. Cuando así lo hizo, este salió de puntillas al pasillo, y se encontró con que el matón había sorprendido a un grupo de enfermeras que se habían escondido ahí de la trifulca. Cuando Paris salió de su escondite, el mercenario aún no había entrado en la habitación y vio claramente como el asesino salía ante él. Rápidamente, alzó su subfusil y lanzó una ráfaga contra su asaltante, que se arrojó rodando hacia la izquierda del matón para esquivarlo. Paris se puso en pie a su lado, atacando mientras lo hacía, pero el matón fue quien se dejó caer a su vez, dentro de la habitación, cerrando el camino tras él con una nueva salva de plomo.
El matón se levantó con cuidado, apuntando hacia la puerta, e intentando escuchar que había pasado. Suponía que ese extraño tío rubio de la máscara habría esquivado su ráfaga. Probablemente no, pero lo más prudente era ponerse en lo peor. A su alrededor, una paciente gorda gritaba, mientras en la tele emitían un famoso culebrón. En la habitación había también un grupo de enfermeras, un enfermero y un par de doctores que lo miraban acongojados. Eligió a la mujer que le pareció más guapa, sin importar su trabajo, e iba a por ella para usarla de rehén, cuando de repente un dolor increíble recorrió su cuerpo, desde el talón donde fue alcanzado, hasta la cabeza: Paris se había asomado por la puerta, tumbado, y usado la materia rayo para asegurar el tiro. El golpe dejó al mercenario gravemente herido, y también aturdido. Su grito había paralizado a todos los presentes en la habitación, totalmente aterrorizados, pero Paris no dudó y lanzó una segunda descarga. Sintió el cansancio espontáneo al consumir la energía necesaria para el hechizo, pero el matón esta vez ni siquiera gritó.
Cuando volvió a mirar al exterior, su gesto triunfal se vio nuevamente frustrado: El último de los mercenarios acababa de asomarse al pasillo, atraído por los gritos, y tumbado en el suelo como estaba no podría esquivar nada. La posibilidad de volver a usar el rayo también era impensable, ya que aún estaba tomando aire a bocanadas para recuperarse de las dos descargas anteriores. El peso de su Starlight en la cadera le parecía un lastre muerto e inútil: Debería haber practicado más.
El mercenario cerró el ojo izquierdo y apuntó.



La persecución a través de la zona en construcción era un desafío para los amortiguadores, ya machacados por el salto. El Fenrir tenía los bajos más próximos al suelo, y eso era una grave tara en un terreno tan irregular, lleno de baches y deshechos de construcción. Sin embargo, Han sabía que esa ventaja no era suficiente: No podía permanecer dando vueltas toda la vida sin salir de la zona, y si intentaba mantenerse el tiempo suficiente para forzar un accidente de Dazzul, sospechaba que Shin-Ra acabaría por traer en un helicóptero, y aunque los sedanes de colores metálicos fuesen coches muy comunes y difíciles de distinguir desde el aire, ya no lo eran si estaban abollados y llenos de polvo. Tenía que irse, pero él era la presa, y eso le daba derecho a elegir el camino. Con una sonrisa torva, pero sin mostrar dientes ni hambre esta vez, Han dio un volantazo, tirando del freno de mano para forzar un nuevo derrape con el que logró arrancar un grito a sus pasajeros. La maniobra detuvo en seco su huída a lo largo de lo que iba a ser la principal calle central de esa zona, para permitirle irse por el futuro jardín de alguna familia de clase media-alta dentro de los estándares de los suburbios, hacia la carretera en uso más próxima, según el GPS. Sin embargo, en cuanto el piloto hubo bajado dos marchas, la figura amenazante del Fenrir negro se agrandó de golpe, en el retrovisor y en las pupilas de Caprice, que lo seguía con la mirada.
Con rabia en el rostro, mientras sus nervios aturdidos por el hechizo de Prisa sentían que doscientos kilómetros por hora era demasiado despacio, Dazzul hundía el acelerador. Abandonado todo el respeto por la competición y por la poderosa máquina que estaba cabalgando, iba a embestir a su rival. Dekk lo jaleaba, como un escualo atraído por la sangre de una víctima.

- Oh, no… - Murmuró Caprice, antes de gritar sujetándose a sus correas.

El vehículo estaba entrando en una especie de barrena controlada. Desplazando su peso y derrapando sobre el suelo de arena en una nube de polvo, se ocultó detrás de un inmenso camión grúa. La canción de Daphne se detuvo tan solo un segundo, en medio de la confusión y la bruma. A su lado, el piloto pisaba a fondo, redirigiendo la aceleración para intentar mantener la trazada y así salir con toda la velocidad posible, pero el inmenso rugido del Fenrir estaba casi encima. A sus espaldas se oyó un golpe, un impacto metálico, pero en medio de la confusión, el mareo y la nube de polvo, no lograron ubicar su origen. Su propio motor incrementó sus revoluciones hasta siete mil, a las órdenes de Han, dejando a sus espaldas dos nubes de polvo y los pedazos de un espejo retrovisor, de color negro.

- No le dio tiempo y ha rozado el camión… - Murmuró Caprice. – Hemos tenido suerte, ahora tendrá que frenar y dar la vuelta. – Solo Kowalsky la atendía.
- While my guitar gently weeps… - Cantaba Han, punzando con el índice la mejilla de Daphne. - ¿Esta te la sabes, verdad?

Reventaron una verja de madera, irrumpiendo en medio de una calzada. Ya era noche cerrada, y el piloto se quitó las gafas de sol, colocándolas en un pequeño compartimento, situado sobre el retrovisor.

- ¿Noticias de los demás? – Preguntó, a la voz al otro lado del PHS, mientras buscaba una maniobra evasiva para dar esquinazo al Fenrir. - ¿Novedades, en general?
- Nadie ha pulsado ningún botón de llamada, pero sus PHS siguen activos. No significa que estén vivos, pero tampoco que hayan parado ninguna bala con ellos, ni caído por una ventana. – Daphne se mordía el labio, abiertamente preocupada, y aunque Caprice, que casi no tenía relación alguna con los combatientes del equipo estaba más preocupada por su propia suerte y la de su novio, Kazuro también parecía incómodo con las noticias. – Tampoco ha habido ninguna llamada por parte del otro bando. Supongo que la cosa sigue…
- Eso son buenas noticias. – El piloto intentó animar el ambiente. – Pretendían ganar tiempo y lo están logrando. ¿Sabes algo más de nuestro enemigo?
- He identificado cuatro de las siete unidades informáticas que lleva: Estabilizador, unidad inteligente de alimentación, GPS, control general del sistema…
- Eso ya no son buenas noticias.
- Lo peor está aún por venir: Las cámaras de tráfico os delatan, mi estimado y temerario piloto. Puedo anularlas, pero no puedo anular a los policías de barrio ni las llamadas de ciudadanos que os denuncien, a no ser que tire toda la red del sector, y aún así se me escaparán los PHS. Ese coche negro os va detrás, y lo veréis en apenas, tres minutos.
- ¿Puedes entrar en los semáforos? – Preguntó el piloto. Sus pasajeros empezaban a anhelar que la conversación acabase cuanto antes: Al estar haciendo planes, Han parecía distraído.
- No veo de que va a servir, ya que se los saltará todos y embestirá a su paso, o invadirá la acera. Existe una opción mucho menos sucia. – Fixer, acostumbrado a abrumar a la grada con su elocuencia, esperó una respuesta ansiosa un par de segundos, pero acabó por entender que la fina retorica había decaído mucho, entre las prioridades del piloto. – Su control general del sistema se carga por ondas de Bluetooth. Puedo entrar en él, bloquear sus frenos y apagar su motor.
- ¿En cuánto tiempo?
- Necesitaré unos dos minutos.
- No va a pararse tanto… A no ser que me des los semáforos. ¿Dónde? – A Fixer le pareció irritante esa asunción de que él cedería y manipularía los semáforos para Han, pero acabó por hacerlo, todo fuese por salvar al periodista.
- Aunque admire la narrativa articulista del señor Tomberi, su vida no vale una acera llena de transeúntes. – Dijo, reticente.
- Estoy de acuerdo. – Dijo Kowalsky desde atrás, ante una mirada de preocupación de Caprice. Cada vez le costaba más contener el dolor.
- ¡Empieza la función! – Gritó Han, mientras el Fenrir aparecía ante ellos, al otro lado de la calle. Volvió a apretar los dientes y pegó un volantazo, colándose entre dos coches para pasar hacia una calle perpendicular. – ¿Donde te lo dejo?
- Cibercafé Alexander, en la esquina entre la avenida Equidna y el callejón del Duende. Hay un cruce con semáforos.

Han no respondió, más que con un asentimiento, mientras la sonrisa de depredador hambriento volvía a su rostro. Daphne pudo ver que había acertado con la canción, y que aunque no conocía tema ni grupo, sentía como cada nota de épica guitarrística se introducía en su interior. Si ella se sentía empujada a luchar por la música, entonces el piloto estaría prácticamente volando. Lo miró, analizándolo. Tenía las pupilas dilatadas, y las aletas de la nariz muy abiertas. Su sonrisa mostraba sus dientes, entreabiertos, como si estuviese a punto de saltar sobre una presa. Parecía no darse cuenta de que la presa era él, aunque viendo su animosidad estaba bien claro que no iba a permitir que fuese ningún autoproclamado “cazador” quien fijase las reglas en ese juego. Cada acelerón, cada cambio de marchas era respondido con rugidos de un motor machacado a golpes. Incluso ella, profana en todo lo que a automoción se refiere, notaba el desgaste de los neumáticos, y el cada vez menor agarre del coche, aunque su adversario tendría los mismos problemas.

- ¡Vamos, pájaro! – Jaleaba entre murmullos el piloto, a medida que subía marchas mientras esquivaba utilitarios en una avenida, y dejaba atrás coches tuneados. - ¡Veamos si “la Muerte” puede con nosotros!
- Oh, dios… Está loco. – Respondió Kowalsky, realmente asustado.
- ¡Quiero vivir… - gritó Caprice – para matar a Rolf por esto!
- ¡Shhhhhhhhh! – La mirada de los periodistas se quedó fijada mediante incredulidad a Daphne, que los volvió a increpar. – Agarraos. ¡Seguro que será genial!
- ¡Va a ser la hostia! – Gritó Han.

Conocían ya la secuencia y se agarraron a lo que pudieron, mientras vieron la mano del piloto abalanzarse sobre el freno de mano. El coche balanceó lo justo para culear, y lo recolocó acelerando a fondo, mientras veían quedar atrás a su izquierda el mencionado cibercafé. Sonaron protestas en el coche, pero fueron ignoradas por Han, segundos antes de ser silenciadas por la imagen de “la Muerte” abriéndose paso entre el tráfico como un toro en una tienda de porcelana. Los coches eran juguetes ante su potencia superior, y sacudían el tráfico a su paso. El pájaro, por su parte, parecía fluir. Su color plateado era como una veloz estela de mercurio, esquivando unos vehículos que parecían estáticos e inertes en comparación. Su motor era el único que funcionaba, su trazada era un paso tan seguro que rozaba la precognición, calculando trayectorias y desvíos, mientras invadía el borde de la acera en un nuevo derrape para la siguiente curva. La acumulación de coches, que chocaban entre sí en su esfuerzo por evitar ser embestidos por el destello plateado o por la bestia negra, era cada vez mayor, marcando su paso por las calles como una estela de destrucción y caos, improperios, ruidos de cláxones y juramentos, y mientras todo ello sucedía, el piloto en cuya mano estaba poner fin al caos, cantaba “I am a war machine!”. No iba a dejarse coger. No iba a rendirse. Iba a presentar batalla hasta el final, a vida o muerte, y ello le parecía especialmente curioso, e irónico: Él mismo había abandonado el sobrenombre de “La Muerte” con la venta del coche que lo representaba, y ahora iba a dejarle claro a su sucesor lo grande que le venía.

Su oponente, por su parte, estaba furioso. Esta era su mejor ocasión para vencer a su mayor oponente, y estaba dispuesto a todo. Al fin y al cabo, había sido el propio Han el que había decidido jugar a por todas, y él simplemente estaba haciendo eso: Jugar duro, ir hasta el límite, y vencer a cualquier precio. Su precioso vehículo había recibido bastantes impactos, pero los refuerzos frontales lo capacitaban para eso: Era un interceptor, el fin de toda esperanza, el último guardián. ¡La muerte, maldita sea! ¡Y no estaba dispuesto a permitir que la leyenda cayese en su mayor desafío! Han era el mejor piloto que conocía, pero solo después de sí mismo. No le importaban una mierda los gritos de ese débil turco, ni sus amenazas con esa ridícula pistola. Era su momento, su persecución y su presa, y la resistencia de esta solo añadía emoción a la cacería. Entonces lo vio: Una línea recta perfecta, preciosa, incidiendo directa hacia la trayectoria del vehículo plateado, justo en el momento en que Han rompería el agarre con el pavimento para forzar un nuevo derrape. Viéndolo coger el lado derecho de la calzada sabía que preparaba la trazada para virar a la izquierda en el siguiente cruce. Su vehículo era de tracción trasera, de modo que tenía que forzar las curvas con derrapes para mantener toda la velocidad posible en cada giro. Lo había visto, había apuntado y aceleraba como un espectro salido del infierno.
El impacto fue demencial. Alcanzó al Cavalier justo en el maletero, mientras se enderezaba, y fue más que suficiente para desviarlo en un trompo que dio con su costado derecho estampado en un semáforo. El Fenrir impactó de frente con el escaparate de una tienda, hundiéndose en su interior entre ruido de destrozos y gritos de pánico. El espectro infernal había alcanzado al pájaro en una de sus alas, y sus ocupantes estaban mareados entre ruidos de cláxones, motores y gritos, todos ellos mezclados en un confuso pandemonio aturdidor.



Kurtz escupió una nueva bocanada de sangre. En su asalto, Jonze había logrado encajarle un gancho en la mandíbula y casi agarrarle de la solapa, pero el turco blandió rápidamente su cuchillo por delante del rostro del SOLDADO, rajándoselo y ganando tiempo para una patada que aunque no encontró la ingle de su adversario, si tuvo suerte con su estómago. Jonze peleaba duro y sucio, de modo que era muy difícil sorprenderle con cualquier tipo de jugada. Encajaba todos los golpes y los devolvía con el triple de fuerza. Kurtz se veía saltando y manteniéndose en movimiento todo lo posible, para evitar encajar golpes de lleno. Prácticamente cualquiera de ellos habría sido más que suficiente para reventarle algún órgano interno, partir unos cuantos huesos o hacer cualquier otra cosa dolorosa y desagradable que pusiese fin a la pelea.
Igualados, se miraban durante apenas los pocos segundos en los que se separaban para coger aliento. Kurtz sonreía con sarcasmo, sangrando desde un labio partido y una herida en la ceja, con pequeñas heridas también en las manos, a causa de bloquear una y otra vez los golpes de esos puños metálicos. Jonze, por su parte, lucía un feísimo corte en la barbilla, y otros tantos a lo largo de su cuerpo. Si bien estos habían sido amortiguados por su gabardina de cuero reforzado, había encajado muchas más heridas y golpes de los que cualquier otro oponente habría podido aguantar y aún encima, seguir dando guerra de esa forma. Kurtz luchaba a la defensiva, dando saltitos, como si fuese Paris. Eso ya prácticamente le molestaba de forma personal, si bien no dejó que influyese en la conversación. Solo necesitaba un par de segundos para sacar la pistola. Por los pasillos se oían tiros, gritos y un gran escándalo, de modo que al menos, sus compañeros seguían dando guerra o por lo menos la habían dado hasta el momento. Eso significaba que ni él ni Jonze iban a recibir ayuda inmediata, lo que le obligaba a seguir ahí, aguantando. Esperando.



En una pelea, hay dos formas de estar: Dentro o fuera. La mente de Kurtz, sin perder a su oponente de vista, estaba atenta a los pasillos, al ruido de las peleas por detrás, a los ascensores, las camillas… Está fuera. La mente de Jonze tiene a Kurtz delante, y quiere matarlo. Está dentro.
Ofuscado en su ofensiva, el SOLDADO no vio como de un tirón, Kurtz lanzaba una camilla contra su flanco. Acusó el golpe en la rodilla, y su oponente aprovechó ese segundo para retroceder y tomar otra camilla para tumbarla ante él. Jonze se aguantó la risa y la levantó en vilo. El turco huía como un conejo, y Jonze se rió unos segundos. Luego vio la granada.

Tumbado en el suelo boca abajo, Jonze gruñía de rabia. Kurtz le esperaba, parapetado tras una esquina. El SOLDADO cogió una camilla y se escudó tras ella, lanzándose en una carga brutal. Kurtz lo vio venir y abrió fuego intentando alcanzarlo en los pies, pero la camilla iba arrastrándose por el suelo embaldosado del hospital, levantando chispazos a su paso. Se apartó unos segundos antes de que Jonze la lanzase sobre él, listo para dispararle desde el flanco. Jonze fue más listo, y tras la camilla había escondido una cuña, que dio de lleno en la cara del turco. Kurtz retrocedió, cuando el golpe en la nariz llenó sus ojos de lágrimas, intentando apartarse lo más posible de su enemigo para poder recuperarse. Este intentó agarrar su pistola, que disparaba a ciegas, y al no conseguirlo, estampó la muñeca de Kurtz contra la pared de una patada, aplastándolo bajo su enorme pie. El turco, con un lugar donde golpear, lanzó su cuchillo, negándose a soltar la pistola pese al dolor que estaba sufriendo.
La hoja de la navaja táctica de Kurtz cruzó el aire rauda, antes de ser apartada de un potente manotazo de su enorme enemigo, cayendo así en el amago: La sonrisa de Jonze se congeló cuando la puntera de Kurtz se hundió en su ingle.
- La próxima vez que te reparen, que te quiten esos: Este es todo el uso que les das. – Rió el turco. Lo único que Jonze hizo fue apretar los dientes, endurecer el gesto y aumentar la presión sobre el brazo de su enemigo, cuyos huesos estaban empezando a peligrar seriamente.
Kurtz lo pateó dos y hasta tres veces más, pero el SOLDADO solo daba muestras de dolor en su rostro, cada vez más tenso. Sintiendo su brazo a punto de romperse, cambió de objetivo y pateó la cara interna de la rodilla de Jonze. Este se tambaleó y tuvo que ceder su presa para no caer.
Su brazo derecho estaba tan entumecido que Scar tuvo que apoyarlo en el otro para poder apuntar. No fue lo suficientemente rápido, y Jonze agarró su pistola por el cañón. El tiro, aún desviado, rozó el costado del SOLDADO, quebrándole una costilla. Con la mano herida, Kurtz no pudo forcejear y tuvo que ceder su arma, regalándole una nueva cuchillada a su enemigo en el brazo. Jonze retrocedió dos pasos hacia un lado y apuntó al turco con su propia pistola.
- Vaya… - Rió este, impertérrito. – Siempre creí que un gorila como tú la aplastaría y luego volvería a echárseme encima. – Sin embargo, al turco le sorprendió que su adversario no se riese. Es poco típico de la gente a la que se ha insultado durante toda la pelea y está a punto de obtener su desquite.
- No la va a romper. De hecho, te la va a devolver amablemente. – Sonó una voz a sus espaldas.
- Y una mierda. – Escupió el SOLDADO.
- Te quedan dos balas, Jonze. Somos tres. – Dijo Kurtz. – Créeme y date el piro, o quédate y muere.
Kurtz no se giró. Esa voz era la de Rolf. Si no decía nada, era que Paris estaba con él. Todo en orden. Aún así, no iba a girarse a mirar. No con Nathaniel Jonze frente a él.
- ¿Vas a dejar que se vaya? – Preguntó el hombre de la máscara de porcelana.
- ¿Vas a matar a un SOLDADO en un lugar público?
- Es un carnicero. – Repuso el enmascarado. – ¡Lo merece!
- Es un héroe. – Dijo con cinismo el otro hombre, vestido con una bata de médico y también con su rostro oculto. – Puede que no para ti, pero si para el resto de Midgar. Ya hemos ganado. Vámonos, antes de que esto nos salga más caro.
Jonze arrojó la pistola contra el suelo, haciéndola rebotar y rompiendo la culata. Luego alzó la barbilla y se cruzó de brazos. Con un gesto, Rolf le ordenó retroceder un par de pasos, y así lo hizo, pero sin cambiar su gesto orgulloso. Kurtz avanzó y recogió los pedazos de la pistola, sintiendo un latigazo de dolor recorrer su brazo lesionado.
- ¿Tendrás tanta suerte la próxima vez, Jonás Kurtz? – Preguntó el SOLDADO, usando el nombre completo de su enemigo, como si fuese una forma de título.
- ¿Qué suerte, Nathaniel Jonze? ¿La de haber organizado a mis chicos mejor que los tuyos? ¿Dónde están sus cadáveres?
- Donde cayeron.
- ¡Aún no has ganado, Jonás Kurtz! – Gritó Jonze, que esperaba mientras retrocedían. Scar lo ignoró y se marcharon en silencio.



- Estás guapísimo… - Dijo el turco al tirador, aludiendo a su disfraz. Rolf, además de con la bata de médico, había cubierto su rostro con una mascarilla de cirujano y unas gafas de sol.
- Gracias. Me apetecía algo discreto… - Replicó este mientras cambiaba su disfraz, quitándose la mascarilla y haciéndose pasar por un médico de verdad. Estaba examinando las heridas de Kurtz, mientras avanzaban por pasillos llenos de gente confusa que se preguntaba que había sucedido tres pisos sobre ellos. – Señor, debería hacer más caso de los semáforos…
- ¡Vete a la mierda! ¿No oíste lo que dijo? – Rolf no respondió. El turco miró a Paris, que permanecía callado, atendiendo a la conversación. - ¡Han, maldita sea! ¡Tenían a alguien listo para seguirle!
- ¿Crees que podrán cogerle? – Preguntó Paris con incredulidad.
- No lo sé… - Aunque Paris había dirigido la pregunta al líder, fue Rolf quien respondió. – Pero no depende de nosotros




War machine acabó de sonar, y el reproductor aleatorio dio paso a la siguiente pista, que empezó con un piano, estridente, antes de bajar de golpe a un sonido suave, como la lluvia al caer. Notas tenues que se sucedían, mientras entraba la voz.
- I ride a comet, my trail is long to stay… - Empezó a murmurar Han, desde la segunda estrofa, sintiéndose mareado, y buscando referencias para ubicarse. La voz de ese tal Fixer lo llamaba una y otra vez por teléfono, pero Han solo oía la canción, levantando medio inconsciente el puño hasta su pecho. - ¡Stand and fight! Live by your heart. Always one more try, I’m not afraid to die.
- ¡Stand and fight! – Sonó a su lado. El piloto se giró sorprendido, y se encontró a Daphne, más conocida como “tú” cantando con él. El cristal de su lado se había roto y las astillas le habían hecho un par de cortes leves en la cara, pero sonreía. Por el retrovisor pudo ver a Kowalsky intentando convencer a Caprice de que estaba bien, intentando que ella le dijese como estaba, pero parecía decidida a no preocuparse por sí misma antes que por él. Han sonrió
- Maldita sea, piloto. ¿Estas bien? – El sonido de la primera marcha al encajarse fue la respuesta.
- ¿Cinturones? ¿Agarrados? ¡Nos vamos!

Mientras el Fenrir daba marcha atrás, volviendo a la calle, el Cavalier trazó una U en el asfalto, lanzándose de nuevo a través de la larga avenida Equidna, esquivando coches parados, coches accidentados y más coches moviéndose entre pequeños islotes de chatarra, medio a la deriva. El Fenrir se lanzó a por su presa moribunda con un chillido de neumáticos, a menos de medio kilómetro del famoso cruce. Dazzul no acababa de comprender a donde iban dando vueltas, pero Han lo tenía muy claro: Una vuelta a la manzana había sido suficiente para sembrar de obstáculos el terreno. El segundo era para hacer saltar la trampa.
- Fixer… - Murmuró el piloto, devorando metros hacia el cruce de Equidna con Duende. Doscientos metros… Ciento cincuenta…
- A su servicio, velocista. – Dijo una voz, acompañada del sonido de algo crujiente al ser masticado.
- Los semáforos del cruce, ¡ya! – Con su sonrisa predatoria, Han pudo ver el verde brillar en todas las señales luminosas orientadas a él, y ver como esos confusos coches a la deriva soltaban embragues, dispuestos a pasar todos a la vez por el mismo sitio.
- ¡Tus deseos son órdenes!

Aunque el primer impulso de Dazzul fue frenar para evitar chocar con lo que se iba a convertir en una mole de metal incrustado en metal, el Cavalier hundió su acelerador y le empezó a ganar metros a una velocidad endiablada, de modo que el piloto hizo lo mismo, buscando el rebufo del coche plateado.
- ¡Te voy a convertir en un puto acordeón! – Rugió Dazzul, agarrándose al volante, mientras su adversario empezaba a trazar eses a lo largo del firme, confundiéndolo y desorientándolo.
En un primer momento, el Fenrir lo intentó con la misma maniobra, pero solo había logrado descolocarse por causa de la inercia y el mayor peso de su coche. Cambiando de planes, volvió a buscar una línea recta y a pisar el acelerador a fondo, listo para una nueva embestida. Las eses se hacían cada vez más amplias, serpenteando por la calle de forma caótica, hasta que finalmente, el Cavalier, más rápido que los coches que se iban introduciendo en el cruce desde cuatro direcciones a la vez para luego frenar bruscamente, invadió la intersección trazando una diagonal, de izquierda a derecha, para dar media vuelta de un derrape justo en el medio y abandonarla por la salida de la izquierda. El Fenrir intentó frenar en el último segundo, mientras el grupo de coches se cerraba ante él como un cepo, pero no logró evitar embestirlo con la fuerza de una bola de demolición, quedando encerrado en una maraña de restos de metal, vidrio y plástico. Dazzul manejaba sus controles a la desesperada, buscando una salida, pero los frenos parecían haberse bloqueado de repente.
- ¡Ñam! – Cantaba Fixer satisfecho, desde su palco de honor en el cibercafé de la misma esquina que había doblado el Cavalier en su huída, mientras sus dedos volaban por el teclado de su ordenador portátil, haciendo estragos en la centralita informatizada del perseguidor, ahora tornado en presa.
Sin embargo, Han detuvo el coche: Clavó frenos, puso punto muerto y lo aseguró con el freno de mano, corriendo hacia la maraña de coches accidentados, saltando de uno a otro hasta erguirse en toda su corpulencia sobre el capó del Fenrir.
- ¡Mírame! – Gritó. - ¡Mírame, maldita sea! ¡Soy dios! ¡Soy superior a todos vosotros, pobres mortales! – El turco daba tumbos, aturdido junto a Dazzul. Intentó echar mano de sus pistolas, pero era incapaz de coordinar y ambas acabaron cayendo de sus manos, antes de que se desplomase inconsciente. El piloto, por su parte, al ir agarrado al volante no había sufrido demasiados daños, pero eso lo obligaba a mirar con frustración e impotencia como su oponente se vanagloriaba en su cara, mientras su coche moría y con él todas sus aspiraciones. – ¡Yo y solo yo puedo miraros con desprecio a todos, y volar entre vosotros como si fueseis imágenes congeladas! ¿Me oyes? ¡Puedo volar! ¡Por que yo tengo la inteligencia, la destreza, la habilidad y los cojones necesarios para hacerlo, y tú no!
- Te cogeré, Han… ¡Juro que acabaré cogiéndote! – Susurró Dazzul, consumido por el odio en medio de gritos y maldiciones de los demás accidentados.
- ¡Ni aunque te den un puto cohete!

Desde el coche, los tres pasajeros veían a su piloto vanagloriarse, alzando los brazos sobre su cabeza y mirando al cielo, infinito para él, aun cubierto por la placa, antes de saltar y empezar a caminar de nuevo hacia ellos.
- Déjenlo… - Sonó la voz de Fixer desde el PHS. – Se lo ha ganado.
- Aún así, convendría ser más discreto. Shin-Ra se puede echar sobre nosotros en cualquier momento. – Dijo Caprice.
- No es Shin-Ra, son independientes muy caros. – Corrigió el hacker, mientras Kowalsky asentía confirmándolo. Daphne interrumpió su conversación.
- ¡Caprice, déjame tu bolso, que es más grande que el mío! –
- ¿Por? – Preguntó la periodista mientras se lo tendía, pero apurada por la proximidad del piloto, Daphne se lo arrancó de la mano y lo posó rápidamente sobre su regazo.
- ¡Ese cabrón me ha puesto a mil! – Susurró, callándose bruscamente cuando se abrió la puerta del piloto.





El viejo Remache había sido inflexible. Había clavado sus ojos de color azul claro, rodeados de arrugas en los del piloto, acabando por imponer el sentido común en el joven, aún desbordado por la sensación de triunfo, y la falsa idea de invencibilidad que la acompañaba. Alguien tenía que estar ahí para recoger a sus compañeros, si, pero él no podía dejarse ver, ni arriesgarse a que lo reconociese ningún PM y lo encerrase, pero el piloto no era capaz de librarse de la sensación de abandono que se cerraba sobre él. Finalmente, fue el viejo mecánico quien tomó la camioneta del taller y fue a por el resto del grupo, mientras Han tomaba uno de los coches dejados para reparar en el taller, un vehículo familiar ya funcional, en el que sus pasajeros irían lo más cómodos posibles, y los acercó a la casa del periodista, no sin antes prometer a Daphne que le daría a Rolf una copia del cedé de música que había estado sonando durante su fuga.

A su regreso al taller, encendió solo la luz situada sobre el pájaro, puso música y se sentó en el suelo, frente a su coche. Con humildad, y a la vez con reverencia, se dedicó a contemplar cada pieza de la chapa, la carrocería, los cristales y repasar todos los daños sufridos por el vehículo. Cada arañazo, abolladura o destrozo, mayor o menor, le hacía sentirse como si el “Pájaro” fuese un amigo al que Han hubiese fallado. Su habilidad no había sido suficiente para permitirle huir por sí mismo, sin daños y sin involucrar a decenas de personas en accidentes. Había escuchado las noticias mientras regresaba al taller: Muchos heridos de diversa consideración, pero ningún muerto. Se habría sentido muy culpable de no ser así. Sin embargo tampoco se culpaba totalmente: Había sido Dazzul quien se había abierto paso a hostias por las calles, nada más lejos de su estilo, y del que antes tenía el que era a la vez su rival y amigo.

Al pensar en Dazzul, pensó en La Muerte. El poderoso Fenrir era una máquina increíble, y el Blackbeast lo había convertido en la mayor atrocidad que rodaba sobre las carreteras de Midgar, por no hablar del mundo. Sin embargo, Han había vencido. Agachó la cabeza, y luego se dejó caer de espaldas sobre el suelo de cemento, saboreando todos los matices de esa palabra: Vencedor. El mayor desafío automovilístico de toda la historia de la ciudad había sido suyo, con algo de ayuda, pero bajo su dirección y ejecución. No había sido perfecto, eso desde luego… ¡Pero había sido genial!
Se volvió a erguir, mirando al coche de nuevo, esta vez sintiendo una oleada de gratitud que lo desbordaba y le hacía sonreír. Se levantó y avanzó hasta posar sus manos sobre el capó, que aún mantenía un leve rastro de calor por la persecución. Se vio a sí mismo, reflejado en el parabrisas con una sonrisa estúpida, y se inclinó para besar el capó de su vehículo.
- El más grande… - Murmuró. - ¡El vencedor!... Gracias – Dijo mientras se alejaba.

Volvió, diez minutos después, con un taladro, una sierra, un destornillador eléctrico y una caja de herramientas.
- Y ahora… ¡A seguir creciendo! – Dijo mientras retiraba el capó.