martes, 22 de junio de 2010

216

Era un bar sucio y grasiento, frecuentado por tarados, maleantes y gente rara a rabiar. “Todos tenían una historia”, había pensado años atrás, como joven y ambicioso periodista, viendo la fauna de este bar suburbial. Años más tarde, pocas de esas historias se desviaban demasiado de “los extraterrestres me introdujeron sondas rectales para averiguar el secreto de los fetos cetra morados, pero por supuesto, ¡no les dije nada! ¡Me comí todas las pruebas! ¡Y las sondas también!”. Con el tiempo, había llegado a echar de menos a uno de los parroquianos habituales más típicos de la escena matutina: Richard Blackhole.

Grayson echó una carga extra de su manoseada petaca en el café, con un par de plegarias. Una por el viejo “Blackie”, esté donde esté, porque aquí nadie desaparece así por las buenas, y la otra para que la hermosa dama fortuna aleje a la policía de tráfico de su viaje de vuelta a la redacción.

El bar le gustaba, de eso no había duda. Era una referencia en su vida, de inicios idealistas y energías incombustibles, las mismas sin duda que le habían proporcionado el apodo de “Bahamut”, antes por su meteórico ascenso, ahora por su dracónico mandato en las oficinas del Midgar Lights.

- Gray… ¿Seguro que no quieres que te cambie ese doble expreso por una infusión, o algo? Se te huele el estrés a millas.
- Ya, bueno… Es lo que tiene tener por primera vez en muchos años un periodista estrella.
- ¿Tomberi? Es cojonudo… Me hizo gracia su entrada sobre videojuegos, comparando la realidad con una extraña aventura con zombis y científicos locos.
- Si, bueno… La coña es que no se porqué, desde que salió del anonimato, tengo a miles de niñatos, algunos con la licenciatura, otros la tienen a medias y hasta uno o dos conspiranoides tarados. Mira esto… - El editor tomó una pila de legajos de su cartera y la depositó sobre su mesa con el sonido de un trueno. – Doscientos currículos, listos para pasar por la criba.
- Jooooder. ¡Pero tranquilo! ¡Eso significa que va bien el negocio! – Exclamó el camarero.
Grayson asintió, dando un sorbo al café. Arrugó el gesto en cuanto lo probó, señal sin duda de que se le había ido un poco la mano. Bueno… Tampoco importaba tanto.


Jules Letterier miraba una y otra vez a su reloj, comparando su hora con la del reloj de pared que coronaba la redacción y con la de cualquier otro visible. Con un margen de un minuto de diferencia, culpa sin duda de aquellos relojes que había encontrado en cubículos privados y otras estancias de empleados. Todos los relojes públicos de la redacción dependían del propio Letterier, y todos y cada uno de ellos estaban a la hora perfecta según el canal de noticias oficial de Shin-Ra. El mundo se movía, a una velocidad de rotación pasmosa, y en una redacción nada era tan importante como tener la noticia lista al segundo de haberse producido.
Sentado en su mesa, el periodista repasaba uno por uno los currículos de los nuevos aspirantes al Midgar Lights, desechando inmediatamente aquellos que ni siquiera habían tenido en cuenta acompañar su presentación con uno o dos artículos de muestra. Otros estaban en medio de la carrera, y como casi siempre, se creían nuevos hitos del periodismo aún por descubrir, infravalorados por profesores anquilosados en un modo de pensar prehistórico.

Bajo sus implacables manos, la perfecta pila de papeles se iba reduciendo en tres ramas al instante: Candidatos, que podían recibir en breve alguna llamada para una entrevista, o cubrir algo pequeño; futuribles, a los que a lo mejor se llamaba en un futuro, probablemente cuando acabasen la carrera; y la tercera categoría, era la papelera. Todo ello, realizado en el perfecto orden matemático que distinguía el lugar de trabajo de Jules “el robot” Letterier. Con el tiempo, los artículos se volvían repetitivos, y las presentaciones también. Algunos eran extraños, ofreciéndose a escribir desde el anonimato, como si pretendiesen ser nuevos King Tomberi. Algunos de estos últimos incluso habían logrado llamar su atención.
Sin embargo, Tomberi solo había uno, y en ese momento se encontraba de pie, apoyado de espaldas a la máquina de café, con un vaso vacío en una mano y una moneda apoyada en su frente, horizontal. La mirada perdida, el tiempo perdido… Y era su maldito periodista estrella.

Jules se sobresaltó. La rabia le había hecho apretar un bolígrafo de plástico hasta reventarlo, y se había clavado las astillas en la mano. Molesto consigo mismo por su pérdida de autocontrol, Jules corrió a tomar un pañuelo de papel para evitar que la sangre manchase su impoluto lugar de trabajo. Corrió al baño, y allí se limpió la herida. En su camino, se cruzó con la máquina de café, y con ese niñato apoyado en ella como si fuese un murciélago, que se interesó por su herida, con una cortés pregunta que se vio llena de vacía educación. Letterier respondió con un gruñido y una mirada de desprecio, sin detenerse.


Caprice vio la escena y dejó de escribir la entrevista que estaba preparando para ir por su bolso. Allí cogió algo de calderilla, operación que le habría durado menos, de no ser por los segundos que se tomó para comprobar que tenía ahí su pistola, y que esta estaba cargada.
Caminó hacia su pareja, que seguía buscando musas entre las humedades del techo y lo apartó para servirse un café de máquina.

- ¡Pero si a ti el que te gusta es el de cafetera! ¿Por qué compras este?
- ¿Qué opinas de Letterier? – Preguntó esta, ignorando la pregunta.
- ¿Robbie el robot? No es mal tipo, no te preocupes, y siempre ha sido un borde.
- Desde luego no le caes bien.
- Nadie le cae bien. – Dijo Kowalsky, con la mirada nuevamente perdida, esta vez orientada hacia el pasillo que daba a los baños. - ¿Quieres decir que le caigo especialmente mal? – Caprice asintió. – Entiendo… Lo suficientemente mal para… - Nuevo asentimiento, mientras se llevaba el vaso a los labios.
- ¡Dios! ¡Esto es asqueroso! ¿Cómo puedes beberlo? – Kowalsky se encogió de hombros, tomó el vaso y le dio un sorbo, sin que le cambiase el gesto.
- Por que este café tan malo significa que no estoy en las oficinas de Pollard. – Ambos compartieron una sonrisa cómplice, pero breve. - ¿En que has pensado?


Jules abrió el botiquín del baño, que él mismo se preocupaba de tener lleno al principio de cada semana. Entre maldiciones, tomó gasas y alcohol para desinfectar su herida y vendarla, con la ayuda de algo de esparadrapo. Se miró fijamente, y su aspecto parecía trastornado. Su cabello corto, rizo y rubio, con ese bucle rebelde que siempre se le caía sobre la frente… Sus gafas de buena marca, aunque un poco anticuadas, y su impecable nudo de corbata. Su única licencia a un aspecto más relajado de trabajador era arremangarse la camisa, pero eso era para evitar manchas de tinta. Su rostro era, como siempre, saludable y pulcro, fruto de unos horarios de sueño controlados, una vida sana y ejercicio regular.


Cuando volvió a la sala de redacción su aspecto era más sosegado. Kowalsky estaba sentado en su escritorio, haciendo malabares con un lápiz mientras miraba la pantalla de su ordenador, probablemente cubierta por una hoja en blanco. En ese momento, Grayson cruzaba las puertas. Ni siquiera había esperado a llegar a su despacho para desabotonarse el chaleco, y su panza ya desbordaba el cinturón como siempre. Letterier caminó tras él para entrar a la vez en el despacho del redactor jefe, cuya placa tenía la forma del dragón de leyenda del que había salido su apodo. “Tranquilo, Jules… Te harán una igual con un robot cuando tengas despacho”, le había dicho ese día. Jules quiso matarlo, pero se conformó con responder con una fría sonrisa, mientras mentalmente se recordaba que él no era un gordaco borracho y torpe.

- ¿Como va el repaso de candidatos? – Preguntó, evidenciando que él no había mirado nada.
- Fácil. Ya solo quedan unos treinta.
- Bien… - Dijo mientras se desplomaba en la silla. – ¿El día de mañana? ¿Alguna última conclusión acerca de la instalación del cañón? ¿Ideas apocalíptico-chungas sobre el cohete fallido? ¿Tenéis la última conferencia de prensa del presidente Rufus?
- Riedell se ocupó. Tenemos comentarios de los vecinos dañados por la instalación y gracias a un pequeño favor, hemos logrado un borrador con la estimación de daños y las ayudas que van a destinar.
- ¿Y las van a dar al final?
- Probablemente no, pero tenemos que publicarlo: Ese es el favor. – Grayson gruñó.
- ¿Algo más?
- Deportes, algo de sociedad, la guía de la tele… Pan y circo en su mayoría. Y sucesos. Muchos sucesos, como siempre.
- Elige los que sean importantes o jugosos, ya sabes… - Grayson dio un último trago a su petaca antes de desterrarla al fondo de un cajón. Letterier sabía de esta no saldría de ahí hasta el final del día. Luego cogió aire y se abofeteó la cara con ambas manos a la vez. Era su pequeño ritual, como una especie de deportista supersticioso antes de saltar al terreno de juego. Ahora era Bahamut, y ahora era cuando a Jules le caía bien.



El día transcurrió, y como siempre, media hora antes del cierre de la redacción en un día sin noticias sorpresa de última hora, solo quedaban Bahamut, charlando con el jefe de imprenta para preparar el borrador definitivo. Letterier preparaba con celo el trabajo para el día siguiente, mientras de vez en cuando alzaba la vista sobre sus gafas de montura metálica, mirando con desprecio a Kowalsky, que aún no había acabado su maldita columna. Él mismo tenía que escribir una columna de redacción, analizar varios artículos sobre política, repasar, corregir, maquetar… ¿Y ese maldito “genio” haragán no había escrito una maldita columna?

Su rabia le hacía mascullar, pero su profesionalidad lo volcaba en su trabajo con una concentración propia de un maestro de la meditación. El periódico de cada mañana era su mantra, y él estaba dispuesto a llevarlo a rajatabla. Los pasos de Grayson lo llevaron de nuevo a su despacho, donde probablemente se echaría una siesta mientras esperaba a que el chico maravilla hiciese su magia segundos antes de que sonase la bocina. Letterier mataba el tiempo repasando páginas web de prensa de otras ciudades, ya que aunque no estaba obligado, él no abandonaría la redacción hasta el cierre.
Iba a curiosear Gold Saucer, cuando algo frío y cilíndrico lo sorprendió al apoyarse en su nuca. Se preguntó ultrajado que clase de broma era esta, pero cuando hizo ademán de levantarse, un fuerte empujón lo disuadió de intentar nada brusco.

- Es una pistola, Letterier. Tengo una Matryona PMM apuntándote a la nuca, y te juro que como no tengas cuidado la voy a usar. – Jules levantó la vista, y vio como Kowalsky, con cierto gesto de fastidio, miró hacia ambos lados y fue hacia ellos.
- ¿A que viene esto, Riedell?
- Yo hago las preguntas. Ahora, quiero que entres a revisar tu cuenta bancaria, Jules. No quiero trucos.
- ¿Qué es esto? ¿Vas a robarme? ¿Es eso? Esto no os puede salir bien…
- Mira, Letterier… - Él pudo oír la voz de la periodista a pocos centímetros de su nuca, susurrante. – Puedo comprobar si de verdad eres lo que creo que eres para no cometer ningún error, o puedo asegurarme de que no lo seas. La diferencia está simplemente en apretar un dedo. – Notó que le temblaba la voz, pero la pistola seguía ahí, de modo que acabó por ceder. Accedió a su cuenta del banco privado de Shin-Ra, siguiendo las indicaciones de su subordinada. Le mostró su activo, que apenas llegaba a los tres millares de giles tras años de ahorro e hipoteca, y esta pareció confundida.
- ¿Seguro que es tu única cuenta?
- La única. – Confirmó él, mientras Kowalsky llegaba.
- Coge tus cosas, vas a acompañarme a dar un paseo hasta el lavabo de señoras.


El subjefe de redacción caminaba entre ambos, con Kowalsky abriendo la marcha. Letterier aprovechó el viaje para buscar el bulto de un arma similar entre sus ropas. Lo encontró bajo la chaqueta, en uno de sus bolsillos interiores. Sonrió con cinismo y entró en el lavabo de señoras, mientras sentía como fríos sudores empezaban a cubrir su cuerpo.

Llegaron y Caprice lo encañonó, mientras Kowalsky lo cacheaba. Una pluma estilográfica, llames, cartera… Nada raro. Revisaron su móvil, preguntando por cada número de la agenda. Jules no entendía nada, pero no se puede discutir con las pistolas, ni con las mujeres incomprensiblemente furiosas que las empuñan. Tras unos minutos de registro, Letterier pudo volver a ponerse su traje y recoger su material, pero esta sin duda no la dejaría pasar. Había llegado su turno de recibir explicaciones.

- Verá, Letterier… Ni siquiera sé por donde empezar… - Dijo ella, mientras organizaba sus ideas.
- ¡Empiecen por decirme por qué diantres se han creído con el derecho a traerme aquí y registrarme a punta de pistola! ¡Y no se atrevan a omitir nada! ¡Como tenga la sensación de que lo hacen los denunciaré sin dudarlo!
- Nosotros… - Empezó a decir Caprice, antes de ser interrumpida por Kowalsky, que se encontraba serio y decidido.
- Temíamos que usted estuviese a sueldo de un importante enemigo mío para hacernos daño.
- ¿Woodrow S. Pollard Jr?
- Supongo que lo de la grapadora no se olvida… - Confirmó Kowalsky. – ¿Recuerda mi baja por un atropello? Pues lo que me atropelló fue un matón.
- Entiendo… Pero no, señores Kowalsky y Riedell. Yo no prostituyo la santidad de mi trabajo con el periodismo por sobresueldos mafiosos. Lo que usted tenga con ese hombre más le vale que no llegue a poner en peligro a nadie de esta redacción o le prometo que usted y yo tendremos más que palabras. – Dijo encarándolos a ambos. Se había olvidado totalmente de las armas de fuego, y no veía a pistoleros en ellos, sino a subalternos que habían perdido el norte y necesitaban un correctivo importante.
- Lo siento, señor Letterier…
- ¿Ahora me llama “señor”, Riedell?
- Entiéndalo… Usted siempre ha parecido odiar a Kazuro.
- Despreciar.
- ¿Qué? – Preguntaron ambos al unísono.
- Despreciar, señorita Riedell. Es lo que sucede cuando se tiene a alguien en una estima muy pobre y sin embargo, no se le da la importancia suficiente a esa persona para odiarla. El señor Kowalsky amarga mis días, es cierto, pero la verdad es que no entiendo como los demás trabajadores – dijo resaltando esa palabra -, y por ello me refiero a perfectos trabajadores del periodismo, pueden soportarlo. Usted llega a la redacción y se dedica a pasear, charlar, tomar cafés o jugar a jueguecitos por la red hasta que se le ocurre alguna idea tonta sobre la que escribir… Y lo cierto es que lo hace increíblemente bien, pero lo que hace usted no es periodismo. Usted escribe un blog cuya tirada cubre todo Midgar, pero he de reconocer que es un blog muy popular…
- Oiga, no tiene derecho… - Empezó Caprice, antes de ser interrumpida.
- ¡Oiga usted!
- ¡No! ¡Óigame usted! – Insistió la periodista furiosa. – ¡Este hombrecillo al que ve aquí, cuyo aspecto y persona me llegaron a ser repulsivos, ha logrado con eso que usted llama blog, tocar mi alma, haciendo que quisiese dedicarme al periodismo más puro posible! ¡Este hombre me ha convertido en una devota de la información profesional, objetiva e inmediata, de la que usted tanto alardea! ¡He renunciado a ser la puta cara de las noticias por darle a la tecla en un diario de los suburbios por los escritos del maldito King Tomberi, y al igual que yo, media ciudad se ha visto conmovida por él, así que haga el favor de tener un poco de respeto!
- El maldito factor humano, ¿eh? – Preguntó con sorna.
- ¿Qué quiere decir, Letterier? – Preguntó ella. Kowalsky miraba en silencio, aún ruborizado.
- Lo que quiero decir es que este niño maravilla llega, se pasa el día sin dar palo para luego, al finalizar la jornada, encontrarse con que ha vuelto a ser tocado por las musas y alrededor de los kioscos, los madrugadores esperarán por su maldita columna poética. ¡Yo mismo escribo varios artículos al día, y al igual que yo, muchos otros colaboradores! ¡Estamos aquí, como hormiguitas anónimas, desgranando la noticia! ¡Nos pegamos con la actualidad, nadamos en redes de mentiras de los de arriba y seguimos al pie del cañón! ¡Somos malditos soldados con un teclado y mucha vista! ¡Pero no! ¡Hay que leer poesía urbana midgariana en prosa, para que nos toque el alma y nos haga felices! ¿Dónde está la información? ¿Dónde está la objetividad? ¡¿Dónde está el maldito periodismo, joder?!

Caprice y Kowalsky lo miraban en silencio. Ni uno ni otro había encontrado la forma de negar su argumento, ni la encontraría: Era cierto. Kowalsky antes cubría alguna que otra noticia, con artículos rechazados por Pollard, pero desde su desenmascaramiento, no había vuelto a hacerlo: Era un escritor cojonudo, pero no estaba siendo un periodista. Había hecho falta un subjefe de redacción colérico, con un traje a medio vestir y con todo el rostro congestionado por la ira, despeinado por sus furiosos aspavientos y coronado con una mirada capaz de derretir el hormigón.
En ese momento, un grito procedente del despacho de Bahamut les indicó que solo quedaban cinco minutos para el “maldito” cierre de redacción, acompañado de una pequeña mención que simplemente servía para remarcar su prisa o hacer llorar a sacerdotes, dependiendo del contexto en que fuese usada.

- ¡Váyanse de aquí! – Dijo Letterier, recobrando el tono relajado y serio.
- Lo siento… - Dijo Kowalsky mientras abría la puerta.
- Yo… Señor Letterier… Robbie… - Dijo Caprice, haciendo que una de las cejas del subjefe se alzase con furia, y que su novio casi se pusiese así. Caprice no entendía nada.
- Fuera de aquí… Ya. – Susurró.

Pudo oír como en el pasillo Kowalsky, aún horrorizado, corregía a Caprice “¡Se llama Jules! ¡Y odia lo de Robbie el Robot!”. Negó con la cabeza y puso los ojos en blanco, mientras pensaba en lo estúpida que era muchas veces alguna gente. “Otra entrega fuera de tiempo…”, pensó, “pero entrega al fin y al cabo, y aún desde el hospital nos siguieron llegando sus columnas”. Finalmente acabó por suspirar, arreglar su aspecto y salir del baño. Que vayan armados, que estén paranoicos, que jueguen a seducirse en horas de trabajo o que hagan lo que quieran, mientras cumplan con su trabajo y no ultrajen la sacrosanta redacción.




Al día siguiente, Jules se encontró con su jefe en el ascensor. Grayson tenía el habitual aspecto desastrado, necesitado de café para entrar en plena actividad laboral, mientras que Letterier mantenía su aspecto pulcro habitual.
Grayson, sin embargo, estaba extrañamente alegre. Jules no preguntó por ello, pero el viejo Bahamut le tendió un ejemplar del Lights del día.

- ¡Lee a Kowalsky! – Insistió.

La historia la escriben los vencedores. Este es un principio básico que cualquiera puede reconocer, pero emocionándonos en celebrarla, no debemos olvidar el esfuerzo de aquellos que la han hecho posible.

Vencer es siempre un evento, y como también nos recuerda la sabiduría popular, todo el mundo quiere a los vencedores. Yo creo que no es cierto: Lo que queremos es unirnos a ellos para ser vencedores nosotros también. Apuntarnos el tanto, de uno u otro modo. Por ello, celebramos victorias de nuestro equipo, nuestra familia, o cualquier otro vencedor al que podamos llamar “nuestro”.

La pregunta es: ¿Es esto justo? Sin duda no, pero esto no tiene por que ser malo. Muchos vencen no para sí, sino para otros, y para obtener el reconocimiento de estos. Otros simplemente han luchado a lo largo de todo el camino, para encontrarse ahora con que en su ascenso a la cima, miles de ciudadanos de a pié corren a apuntarse el tanto. Esto siempre es injusto, a todos los niveles. Cuando has alcanzado la cima del monte Nibel, puede que mucha gente te aplauda, y se enorgullezca por haber crecido en el mismo barrio que tú, pero tu triunfo es egoísta, y tú sabes que es tuyo porque tú eres el único que ha visto el mundo desde la cumbre.

¿Qué sucede, sin embargo, cuando la victoria, tú victoria, ha servido para que sean otros los que vean la cumbre?

A vosotros os quiero dedicar el día de hoy, anónimos vencedores del día a día, y que con esta columna, la gente os vea como lo que sois. Vosotros, que hacéis funcionar el mundo, logrando una victoria en el trabajo del día a día, luchando en más frentes de los que ningún héroe de SOLDADO se las ha tenido que ver en la vida…
Porque vosotros dejáis claro que, aunque seamos ciudadanos de a pié, en infantería también hay héroes. Tened un gran día.

Kazuro “King Tomberi” Kowalsky.



- ¿Lo has visto? ¡El chico me ha dedicado la columna! – Presumía Bahamut. - ¡Ah, siempre te lo dije! ¡Es un gran chaval! ¡Muy trabajador!

Letterier no dijo nada a Bahamut, viéndolo tan animado y decidido a entrar en la redacción a devorar el mundo. Hoy, Grayson daría una lección de labor periodística a mucha gente gracias a la inyección de moral que había recibido. Letterier, simplemente, se limitó a sonreír y seguirle.

miércoles, 9 de junio de 2010

215

Mi vida parecía tornarse más deprimente a la par que emocionante. Me encontraba tumbado en mi destartalada cama, repasando uno a uno los pequeños pasos que había dado en esta asquerosa ciudad. ¿Por qué vine aquí? Cierto, así empezó todo, con un piso embargado y un padre sepultado. Pero eso sonaba demasiado sencillo. No, la cosa tenía que enredarse, tenían que regalarme un ataúd vacío en el sentido completo de la palabra; sin cadáver, sin un padre del que despedirse por última vez, sin la oportunidad de dormir tranquilo. ¿Siguiente paso? Emborracharme hasta perder el conocimiento. Ya sabía de sobra que esa no era la solución a los problemas, tenía experiencia sobre ello, pero creo que tenía la ligera esperanza de morir alcoholizado, sin preocuparme de dónde estaba mi padre ni de si a mi también me meterían en un ataúd o no.
Aún así desperté en mi casa sin saber cómo, con un garabato en una mano que aseguraba darme explicaciones. Y claro, eso me dio esperanzas de que tal vez pudiera zanjar el asunto de una vez por todas. ¿Cuál es mi sorpresa cuando llega la hora de conocer al susodicho informador? Que es un hombre con una máscara macabra que come caramelos continuamente y está como una regadera… Totalmente absurdo.
Cuando me invitó a entrar en su casa fue extraño. Se trataba de un pequeño edificio a las afueras de Mercado Muro, totalmente destartalado y mohoso. El exterior parecía algo más elegante, con una capa de pintura blanca ensombrecida por los años y una puerta bien asegurada, pero el interior parecía decir a gritos “¡Me voy a caer encima de ti!”. La entrada se iluminaba gracias a una parpadeante bombilla que colgaba del techo, sujeta a unos cables con cinta aislante. Las paredes, mohosas y con el yeso mordido por los ratones, parecían brillar con un color de alcantarilla y soltar vapores de otro planeta. Arguish, que así se llamaba el dueño del “hogar” me invitó con la mano a que le siguiera y así llegué a lo que se supone, era el salón.

-Perdona que esto esté tan asqueroso, pero es que mi compañero nunca se digna a limpiar… ¡No, no me vengas ahora con esas! Tienes tiempo de sobra, lo que pasa es que eres un… Bah, déjalo es inútil hablar contigo.

Genial, definitivamente estaba como una jodida regadera. Yo lo estaba pasando realmente mal, todo parecía sacado de una película de terror. Una bombilla, idéntica a la de la entrada, lanzaba sombras sobre esa máscara de látex y me ponía los pelos de punta. De no ser porque podía verle el cuello rojizo entre la máscara y la camisa, seguramente hubiese salido corriendo.

-¿Pero tú vives aquí?- Me fue inevitable hacerle la pregunta, no encajaba que alguien así, con un traje que valía más que los ahorros que yo tenía, viviese en tal basurero.
-¡No hombre! Éste es… Uno de mis lugares de trabajo- esa pausa no sonó nada bien- Tengo otras en el Sector 5 y en el 3, además mi casa está sobre esa galleta metálica, en el apacible sector 5. De todas formas ya te puedo decir que… Dado mi trabajo, puede que todo lo que te este diciendo sea mentira, que parte de ello sea verdad y la otra parte una farsa o que incluso todo sea verdad. Harías bien en no fiarte de mis palabras, lo hago de forma inconsciente. Aún así, prometí ayudarte con ese pequeño problemilla con Callisto y de eso sí que puedes fiarte.
-Pero… ¿Entonces en qué trabajas?
-Vendo tornillos.

Pareció totalmente complacido con tal respuesta así que yo me hice el despistado y anduve con pasos torpes por el salón. Tan sólo había un sofá orejero con un sucio tapizado rojo y una chimenea mugrienta de piedra ennegrecida. En eso consistía la habitación, salvo por las cajas; cajas por todos lados, apiladas en las esquinas, tiradas por el suelo… Arguish se llevó la mano al pecho y sacó una pitillera, pero soltó una maldición al ver que ésta estaba vacía.

-No pasa nada… Debe haber más por aquí… Piensa Arguish, piensa… ¡Ahora no me toques los cojones, que esto es serio! Ah, ya sé.

Se acercó a la caja más próxima a la chimenea, sacó un tarro lleno de chupachups y empezó a colocar uno a uno en la pitillera.

-Lo bueno… De este vicio- explicó con un exagerado esfuerzo al levantar un brazo y volver a guardarse la pequeña metálica- Es que ya no me queda ningún diente sano- y lo intentó demostrar introduciendo el dedo índice por la pequeña hendidura de la máscara y golpeándose uno de los paletos- Todos son prótesis de la más alta calidad. ¡Y doy gracias al cielo que no soy diabético!

Él se rió con fuerza, yo le seguí con un resoplido fingido.

-Bueno basta de tonterías. Si te digo la verdad, aquél día ibas peor que borracho y no vocalizabas en absoluto. Conseguí entenderte que vivías justo al lado del bar y te llevé como pude a casa. Fue entonces cuando distinguí la letra de Callisto en una carta que había sobre el televisor. Perdona por meter mis narices donde no me llaman, pero su contenido está intacto, sólo vi su firma en el dorso del sobre.

-¿De qué conocías a mi padre? –le dije sin rodeos. No quería estar más tiempo en un lugar como ese, en el que las paredes parecían tener vida propia y exudar moho.
-Bueno… Es complicado… Digamos que él me ayudaba a vender tornillos. Lo conocí cuando vino a esta ciudad y no… Oh perdona, tengo que contestar la llamada.

En efecto, a la segunda vibración en uno de los bolsillos del pantalón, comenzó a sonar una suave melodía, una de estás que vienen incluidas con el teléfono. Al tercer timbre lo copio y me dio la espalda para hablar.

-Dime… ¿Tiene que ser ahora? Es que ando algo ocupado… Entiendo. Si no hay más remedio estaré allí en media hora.-colgó la llamada y volvió a mirarme de frente con esa horrible cara de calavera.- Lo siento Max, nos tendremos que ver en otra ocasión, tengo que acudir a una reunión importante.
-No pasa nada- mentí yo, no me gustaba la idea de haber ido para nada- Ya nos veremos en otra ocasión…
-Mañana. A las diez, en el Blackson’s. Está por aquí cerca, no tiene perdida- dicho esto pasó a mi lado con grandes zancadas y abrió la puerta apresuradamente- Me voy, cierra la puerta cuando salga Huragis.
-¿Cuándo salga quién?- le dije sin entender nada. Él se dio la vuelta y pareció meditar sus anteriores palabras.
-Da igual, no importa. Nos vemos mañana.


Eso ocurrió hace dos días. Al siguiente, tras dar tres vueltas frente al bar sin conseguir verle y dar una cuarta, entré en aquél local en penumbra lleno de botellas extrañas y esperé a que Arguish apareciera. El dueño pareció fijarse en mi preocupación la enésima vez que dirigí la mirada a la puerta dando un trago de mi refresco.

-¿Espera a alguien?-Me preguntó para conseguir algo de conversación; el bar estaba cerrado y por lo que parecía, era algo habitual por la mañana.
-Lo cierto es que sí, pero tengo albergo pocas esperanzas de que venga- disimulé con una sonrisa- Es que apenas le conozco y es… Bastante extraño.
-¡La leche! Me apuesto una copa de lo que quieras a que estás esperando a Arguish.
-¿Cómo lo sabes?- pregunté incrédulo.
-Porque es lo más extraño que pisa por aquí… Y que yo sepa, por suerte, sólo hay uno como él.-bromeó llevándose un trapo mojado al hombro- Pero debo decirte que es posible que no venga, a veces desaparece durante un par de días, una semana… Pero sí, por lo general viene a tomarse algo aquí todas las mañanas.

Eché un rápido vistazo al reloj de mí muñeca; las diez y media. Algo me decía que no iba a aparecer. Pensé rápidamente en qué hacer, saqué un bolígrafo de plástico de mi sudadera de hace tres años y cogí una servilleta de papel de la barra.

-Aquí está mi número- le informé al camarero- ¿Si Arguish aparece por aquí podría avisarme?
-Eso está hecho, vaya a aprovechar la mañana con algo, que ya le llamaré cuando Arguish se digne a pasear su máscara por aquí.

Mentira, no aproveché la mañana, volví a recluirme en casa, tirado en las amarillentas sábanas, esperando a que en cualquier momento sonase el teléfono.
Pero fue al día siguiente cuando decidí enfrentarme a la verdad y abrir aquella fatídica carta. Me levanté de la cama de un salto, como si lo hubiese decidido ya en sueños y separé el pegamento de la solapa con facilidad. Tal vez fue porque esperaba algún mensaje oculto, alguna verdad que sólo yo podría entender al descifrar aquellas palabras, algo más allá del papel, pero lo que decía me desanimó completamente.


Max… ¿Te acuerdas de aquella vez que te enfadaste conmigo porque no te compraba una golosina? Tú no parabas de llorar y te cogí de los brazos. Te dije “¿Qué quieres que te diga? ¿Quieres volar?” Paraste de llorar al instante, intentando comprender lo que había dicho, intentando ver de qué manera podía hacerse posible aquello, intentando hacer real aquella ilusión de que yo era el mejor del mundo. Volví a repetírtelo: “¿Qué quieres que te diga? ¿Quieres volar?” Te quitaste las lágrimas con dos manotazos y asentiste de la manera más torpe posible. No era una regañina, no quería enseñarte que todo en esta vida no se puede tener. No, yo te lo decía totalmente en serio, haría que volases, haría lo posible para que fueses feliz en todo momento, haría lo imposible para lo imposible. Te lo repetí una última vez: “¿Qué quieres que te diga?” qué quieres que te diga, dímelo, te diré lo que me pidas, lo que sea. “¿Quieres volar?” ¿Quieres hablar con los perros, quieres ser gigante, quieres tocar una estrella? Yo lo conseguiré, haré todo lo posible para ello. Esta última vez no dudaste, gritaste tan fuerte que sí que toda la calle se quedó mirándonos y me estrujaste el cuello con tus manitas de seis años. Al día siguiente estábamos en mi taller, los dos llenos de energía, montando la cabina de un avión de madera, un avión que no conseguiría volar según las leyes de la física, pero que nos haría felices a los dos.
Aquí no hay aviones hijo, aquí es imposible ser feliz… No se ni por qué escribo esta carta si jamás vas a poder verla, si no hace más que reafirmar que mi tumba está entre este humo repugnante y cemento vomitivo. Es imposible, lo he intentado, lo he intentado mil veces, pero escupo sobre esta ciudad. ¿Realmente la habrá? ¿Habrá gente sin corromper en este estercolero? Doy vueltas por el barrio, por los sectores, busco a personas que quieran malgastar algo de tiempo con un viejo como yo, que quieran volar como lo hicimos tú y yo. Lo que pasa es que aquí no hay personas, hay tarjetas de crédito. No hay personas, hay coches de alta gama para los ricos y triciclos de plástico corrompido para los pobres. No hay personas, hay bañeras de dos metros, televisores con home cinema, hay móviles de última generación, sillones de marca que realmente valen una mierda… Pero tampoco hay personas, sino un chute de heroína, un polvo a diez guiles, una Archer&Grossman dentro de la boca de alguien… Soñaba contigo con que ese avión iba a volar, pero ¿acaso es más difícil soñar con que aún exista gente civilizada? Ah… Ya lo entiendo… Claro… Es que esto en lo que vivo es lo que llaman civilización… Civilización, desarrollo, modernización… ¡AVANCE! Matemos nuestros sentimientos, aniquilemos nuestra intimidad, mutilemos nuestros recuerdos. Quiero que me despierte una máquina a que lo haga alguien a mi lado, quiero que unas ruedas me lleven a la vuelta de la esquina en vez de andar, quiero que los rascacielos me tapen el cielo porque tan sólo veo un amasijo de hierro… Con lo que me gustan a mí las nubes. ¿Te acuerdas Max? Éramos capaces de estar tardes enteras observando cómo se iba desarrollando una gran masa de nubes hasta ver cómo descargaba en forma de tormenta.
¿En qué momento se me ocurrió marcharme de nuestro hogar? ¿EN QUÉ MOMENTO?
¡Maldita sea! Yo quería lo mejor para vosotros, soporté el dolor de mi corazón al marcharme, soporté aquél dolor de dejaros porque sabía que era lo mejor. Ahora quiero volver joder… Quiero abrazaros… No puedo ni recordar cuántos años tienes ahora………..er ese avión de nuevo y charlar contig……………………………..Quiero volver……………….QUIE……..VER.


Era imposible leer lo último, las lágrimas de mi padre lo habían borrado y ahora las mías ayudaban que se emborronase más. Cada letra me llevaba a otra parte, me trasladaba a un rincón oscuro donde veía a mi padre cansado, triste, amargado, melancólico, desesperado, hastiado… Mi corazón se partía al leer como se había partido el suyo. Volví a llorar como hace unos días, al venir a este repugnante humo y a este vomitivo cemento, como bien sabía mi padre. Me hice un ovillo y lloré como aquél niño pequeño que quería una golosina, solo que ahora era un llanto distinto. Ahora no había avión que valiese ni padre que me consolase.
Y eso era lo que realmente me jodía, lo que me mataba por dentro, que no había padre por ningún lado. No había un padre al que abrazar aunque tuviese gusanos comiéndoselo o no quedasen más que huesos.
De repente sonó el teléfono. No dejé ni terminar de sonar el primer toque.

-¿Sí?
-¿Maximilian White?- una nueva punzada de dolor, sólo llamaban así a mi padre.
-Max, si no te importa.
-Eh… Vale Max, Arguish está aquí, dice que se disculpa por el plantón de ayer.
-Dile que no se mueva, que voy enseguida.

Colgué y salí de casa escopetado sin haberme duchado y secándome las lágrimas con la manga del chándal. En efecto, cuando llegué al Blackson’s con la lengua fuera y apoyándome en el marco de la puerta, Arguish se tomaba su último trago y se despedía del camarero.

-Vamos, ya sé donde está enterrado tu padre.

No podía ser cierto. ¿Así de fácil? ¿Cómo lo había conseguido tan rápido? ¡Si Midgar es gigantesco! Le seguí el paso como pude, a veces corriendo y a veces andando todo lo rápido que me dejaban las piernas. Era un hombre enorme y sus zancadas eran casi como dos pasos míos.

-¿A dónde vamos?-pregunté entre resoplidos.
-Al cementerio de trenes-me contestó en su faceta más pragmática, como si malgastar más aire fuese totalmente innecesario.

Llegamos a dicho lugar en menos de media hora y las piernas se quejaban dándome incómodos pinchazos. Arguish miraba concienzudamente de lado a lado, como si supiese el lugar exacto del cadáver de mi padre. Yo le seguía totalmente mudo, sólo pensaba en ver al fin la cara de Maximilian White, el auténtico Maximilian White y no yo, después de tantos años.
Arguish torció un par de veces a la izquierda, después me hizo atravesar un vagón volcado totalmente lleno de óxido, para después pedirme silencio absoluto porque rondaban por la zona una cuadrilla de buscatesoros. Todo era demasiado tenso y excitante, aunque también me deprimía pensar en cómo cojones había acabado mi padre en un lugar así. Cien metros por un raíl destrozado, otros cincuenta enzarzados en un laberinto de vagones en los que yo perdí el sentido de la orientación totalmente, hasta llegar a un claro en el bosque, por llamarlo de alguna manera, en el que tres vagones formaban un triángulo irregular. La tierra allí era seca y polvorienta, prácticamente roca, y el aire estaba muy cargado.
Arguish paró en seco y se rascó la cabeza con el dedo índice. Después dio media vuelta y me miró a través de esas falsas cuencas negras.

-Esto… No sé cómo decírtelo, pero se han vuelto a llevar a tu padre.