jueves, 31 de julio de 2008

128.

“Grim” pegó la pastilla a la punta de la lengua, notando el ligero sabor del esmalte de su uña. Cerró la boca y comenzó mezclar el amargo disolver del MDMA en su saliva. El sabor de la droga le supuso una sorpresa, ya que pensaba que sería dulce como un caramelo de azúcar glas con sabor a frutas; quizás el color morado le hizo pensar que sabría a frambuesa. Tragó el polvo después de que fuera bien ablandado y desmenuzado contra el paladar y molido por los dientes. Los minúsculos cristales descendieron por su garganta provocándole una sensación cercana a las cosquillas o al hormigueo de una pierna dormida. Respiró hondo y esperó mientras la música de ritmos cardíacos comenzara a acelerarse. Los focos y lámparas de la pista de Doors of Heaven parpadeaban como el resplandor de ametralladoras. Hoy “Grim” Garrison iba informal, si para él formal era no ir ataviado con una camisa de seda negra cubierta por un chaleco de granate oscuro, casi a juego con la susodicha camisa y el pantalón vaquero muy ajustado. El día anterior había tenido tiempo de comprarse unas botas de cuero al estilo de los moteros, brillantes y con tres tiras que rodeaban el empeine, el talón y la suela gruesa unidos por una hebilla de plata situada en el tobillo. Costaron una pasta, pero –qué demonios- podía permitirse eso y un precioso par de calcetines de rombos blancos y negros de la marca Vermino Tracio, como bien demostraban las iniciales VT bordadas en un color verde trébol. Ropa especial para una ocasión también especial, acompañado de Carlos Montes y de unos amigos de éste metidos en el mundillo de las drogas de diseño. No eran más que camellos de segunda que compraban la mercancía barata en los laboratorios para luego venderla a precio de mithril a los niñatos discotequeros. A él le salía gratis, por ser amigo. Y, hablando del rey de Lindblum, Montes intentaba gritarle algo por encima de la música.
- Que si quieres beber algo – voceó, apartando a un chaval que meneaba la cabeza sin moverse del sitio.
Garrison empujó al gentío apelotonado entre ambos agentes de Turk para responderle al oído.
- Haga el favor de traerme el aguarrás con el que aviva las llamas, posadero –bromeó.
Carlos frunció el ceño y contrajo los labios, mostrando sus grandes dientes. El gesto parecía exigir una repetición de la jugada. “Grim” volvió a dirigirse a la oreja morena.
- Digo que cojas lo más fuerte que otees desde la barra, querido adlátere –canturreó.
Montes sonrió, riéndose de una broma que no entendía. Dio media vuelta y se aventuró entre las oleadas de jóvenes que saltaban y bailaban arrítmicamente siguiendo la música que añadía paulatinamente más sonidos de percusión electrónica. Jim no acababa de cogerle el gusto a la música house, pero ahora sentía que los demás le contagiaban ese ritmo constante e incansable, las ansias de saltar bajo los láseres y las luces cambiantes. Quería ser parte de la masa estúpida que se congregaba, se empujaba y bailaba como chamanes alrededor de un tótem sobre el que las gogós, desnudas, hermosas y –dioses- intocables, danzaban y se exhibían totalmente ajenas a los babosos que observaban desde abajo. “Grim” bailaría, sí, pero no sería otro descerebrado colocado hasta las cejas meneando las extremidades que ya no sentía. No, no. Él sería el amo de la pista, el único capaz de hacer sombra. Y en caso de que alguien se pasara de listo, empujándole u osando interrumpirle en su baile cavernario, acabaría atravesado por la punta hueca de su pequeña y letal Matryona, oculta en su funda bajo el chaleco. Aunque, bien pensado, los cuatro imbéciles colocados que lo rodeaban no serían merecedores de un plomazo y, además, no le parecían mala gente. Lo mejor sería moverse hacia la zona donde van los chulos, esos idiotas que creen tener potencial de mafioso cuando realmente no tienen ni media hostia encima y su media de vida supera difícilmente los treinta años. Estos macarras sí serían unos buenos candidatos a ser reventados como bolsas de basura. La imagen carmesí de la bala atravesando el torso seguida del chorro de sangre salpicando la ropa cara de los circundantes era más que excitante. “Grim” echó a andar hacia la zona cubierta por los balcones del segundo piso, en semipenumbra para disimular los chanchullos de esos mafiosillos de palo, echando delicadamente a un lado a la gente que se cruzaba con él. Su mano derecha palpaba el bulto del arma a la altura del pecho, casi en la axila. La pistola parecía presionarle el torso, que parecía más pequeño a medida que el pulso aumentaba vertiginosamente. La velocidad de los latidos ya era preocupante, ahora se sentía asfixiado entre tantos cuerpos sudorosos. Cuando estaba a punto de llegar a donde los bakalas, se dijo que no podía montar una buena con lo caldeado que estaba todo. Tenía que refrescarse ya si no quería caer redondo y ser pisoteado por un hatajo de borrachos. Cambió el rumbo hacia los servicios, atravesando la masa borrosa de cabezas y brazos alzados que aparecía y desaparecía según el capricho del juego de luces. El corazón de Jim “Grim” saltó dentro de la caja torácica cuando la música cambió violentamente a una rapidísima y caótica melodía techno que parecía presentar la salida a escena de una visión demencial.
Los potentes focos iluminaron la cabellera rubia. Resplandecía cegadoramente como una ciudad de oro bajo el sol que abrasa una selva húmeda, como una leyenda transformada en hilos de veintiocho quilates. Las pupilas dilatadas de los ojos verdes de “Grim” dejaban pasar demasiada luz, obligándole a parpadear y a entrecerrar los ojos, como mirando directamente al sol... o al mismísimo meteorito. La luz seguía emitiendo haces multicolores sobre ella, como si fuese la actriz principal de la obra, que seguramente lo era. Siguiendo las líneas de la larga melena, pasando por las líneas de luz que reflejaba el corpiño de cuero apretado, una minifalda a juego, negra como una mortaja, que a penas tapaba el muslo derecho. La carne visible pedía a gritos que la cataran, pero era un filete reservado para los privilegiados -Garrison era sobradamente uno de estos depredadores-. Las nalgas, insinuantes, subían y bajaban acompasadas por cada paso de top model que trazaban las finas y largas piernas de la chica. Volvió a subir su mirada por las crines doradas y reparó en el bolso, lo suficientemente grande para llevar lo justo, como maquillaje, dinero, tarjetas de crédito, tampones, droga y –por favor- preservativos. Todos los detalles, cada movimiento, cada prenda –tanto visible como oculta-, cada sacudida de su pelo... Toda ella, definitivamente, había sido creada y entrenada en el arte de la Seducción. Ella era el viento árido que avivaba la llama que quemaba a “Grim” empezando por la entrepierna y correteando por el resto del cuerpo, haciendo que su cabeza pareciera hincharse como un globo aerostático.

Yvette...
Clavó la mirada en la nuca del ángel rubio como dos alfileres candentes. Cerró un poco más el espacio de tabaco y aire viciado que los separaba. Quería respirar sobre ella, que supiera que la estaba siguiendo. La tentación de tocarla era demasiado fuerte, pero aguantaría; ya tendría tiempo de agarrarla y acariciarla más adelante. Y entonces, algo en el andar de la fémina cambió: se estremeció un rato, deteniéndose durante una milésima de segundo y volvió patear el suelo, mas exagerando el contoneo de sus caderas y pisando el entarimado y las colillas con pies de plomo, casi con cariño. Ella sabía que la seguían, lo que puso aún más cachondo a “Grim”. La mano fina subió a la altura del pecho y empujó la puerta del baño, decorada con un cartel en el que dos figuras antropomórficas –una con dos puntas que salían le salían de la cintura- se daban la mano. Garrison creía que el corazón le estallaría de un momento a otro a medio camino de los dos metros que lo separaban del marco metálico de la entrada. Y eso creyó cuando recibió un golpe en el hombro de un tipo con demasiada prisa en ir al baño. Era un hombre mayor que él, rozaba los treinta, como indicaban su forma de vestir, el vello facial que tapaba las primeras arrugas y su comportamiento autoritario frente a la media de veinteañeros que frecuentaban el local. El tipejo miró atrás, haciendo que su gabardina barriera el suelo a medida que giraba sobre sus talones. Un rápido vistazo era suficiente para notar que los bolsillos interiores del largo abrigo iban descompensadamente más cargados que los exteriores. La cara larga y pálida se iluminó con el destello de un rayo, emulado por los faros situados a quince metros del suelo. Los ojos azules –lentillas, seguro- y la melena larga y alisada a los lados daban a entender que se había arreglado para especializarse en los novicios del viejo rock ‘n’ roll. Por supuesto era un camello, y por su semblante parecía que había estado perdiendo dinero.
- Mira por dónde vas, imbécil –reprimió el traficante, volviéndose de nuevo hacia el servicio mixto.
Esta noche nadie iba a joderle la marrana: “Grim” agarró el cuello de la gabardina, tirando de los hombros del siniestro personaje. Éste se revolvió, liberándose de las zarpas del joven, y desenfundó una Rhyno, una pistola para pichas cortas y mujeres.

Yvette...
Mantuvo el cañón a la altura de la cadera. Lo último que el tipo quería era armar un escándalo, al contrario que “Grim”. La camarada Matryona vibraba contra su pecho, ansiosa por conversar un rato cara a cara sobre la Revolución con el fulano de la polla menguada. El ardor previo al tiroteo repasó el cuerpo del Turk, ofreciéndole la primera gota de sudor descendiendo por su espalda. El hombre del pelo largo sonrió y soltó una risilla entre dientes.
- Estás colocado –y amplió la sonrisa al ver la reacción evasiva de la cara del muchacho-. Lo sé por tu mirada, tiembla.
Y como si sus palabras tuvieran una especie de magia, el camello se desenfocó y se cubrió con la gabardina. No fue hasta que vio la luz amarillenta silueteando la mancha negra cuando “Grim” se dio cuenta de que realmente el hombre se estaba metiendo en los aseos. Dio un paso al frente y aporreó la puerta cuando ésta se cerró en sus narices. Giró el pomo inútilmente. El bastardo había echado el pestillo. Sus dedos ya estaban desabrochando la funda de su pistola cuando un nuevo golpe de calor le hizo pensar dos veces. Iba a darle un puñetazo a la puerta, pero se dijo que eso no haría más que calentarlo más. Dio media vuelta y cargó contra cualquiera que tuviera delante, haciendo que derramaran bebidas frías sobre él, lo cual fue un alivio insuficiente. Frente al gorila que custodiaba las verjas que precedían el local de Doors of Heaven, se acordó de Montes. Pero bueno... Él lo comprendería. El bueno de Carlitos.
No paró de correr hasta la estación de trenes, a un quilómetro de la discoteca. La euforia y el calor sólo se podían remediar con una carrera y la brisa golpeándole la cara. Se subió al tren de la una y media, uno de los pocos que subían a la placa de madrugada. A esas horas el vagón estaba desolado, salvo por un desarrapado que dormía a lo largo de dos asientos. Intentó mofarse del mendigo, pero el temblor de su barbilla sólo le dejaba silabear las palabras. Optó por callar y escuchar música por los auriculares de su reproductor de bolsillo. Después de un par de canciones se dio cuenta de que no podía remediar agitar la cabeza cuando el batería acompañaba el solo de guitarra de la vieja maqueta de los Adipose Tissue, un grupo punk que le habían recomendado poco antes de acabar el instituto, hacía casi dos años. El vagón pasó por cuatro escáneres antes de llegar a la última parada. Fuera esperaban los taxis, dispuestos en fila uno detrás de otro. La falta de costumbre hizo que “Grim” se subiera en el que tenía delante, que era el cuarto en la cola de vehículos. Le correspondió la advertencia borde y la bronca del conductor viejo y quemado, luego fácilmente silenciada cuando la pequeña Matryona pudo besar la frente de alguien en toda la noche. Y así, entre bocinazos de compañeros y unos cuantos golpes en las defensas, el veterano taxista propietario de una placa de identificación a nombre de Abhay Dutt volvería a hacer una carrera sin desvíos y de balde después de nueve días sin ser atracado. Lo peor de todo era que el capullo vivía en la zona rica, por lo que podía irse olvidando de denunciarlo.

“Grim” abrió los ojos de golpe y palpó las sábanas blancas en busca del móvil. Habría jurado que el teléfono había sonado como una campana enorme dando la medianoche. Se frotó los ojos para acabar por extender el maquillaje un poco más y cogió el aparato. Tenía cuatro llamadas perdidas. La última realizada a las siete y treinta y seis. Eran las ocho y diez pasadas según el despertador. Abrió el registro de llamadas:
La primera, de van Zackal a eso de la una menos veinte. Quizás le habían levantado el castigo.
La segunda, de “Jelly” Jellicos a las dos menos cinco, más o menos cuando él se había desplomado sobre la cama.
La tercera, de “Jelly” Jellicos a las cuatro.
Y la cuarta, de Dawssen Peres. Mierda. Hoy tocaba ronda de mañana.
En la pantalla digital apareció una nueva ventana anunciando un nuevo mensaje en la bandeja de entrada. El remite era de Peres:

Tengo que ir a
buscarte?o mejor,
para que me
entiendas:tng q r a
dart d ostias a l
kmita?tpp
(te parto las piernas)

Mientras lo leía Garrison ya se estaba cambiando de pantalón, esperaba batir el récord mundial.

¿Qué te ha pasado en la cara?
¿Perdón?
“Perdón...” ¿qué más?
Perdón, señor.
Bien. Me refería a que hoy no tienes ojeras.
Tras su, digamos, ultimátum vía SMS no tuve tiempo de acicalarme debidamente, señor.
Espero que te hayas cagado encima, porque lo que recibiste por PHS es un fenómeno de la naturaleza que sucede cada vez que los planetas se alinean para bailar el Morris. Sólo con decirte que empecé a escribirlo después de llamarte... Que te lo cuente tu compi, si no lo crees.
Dawssen es un neofóbico, tío.
Chorradas. Sólo soy un viejo lobo con los pulgares agarrotados por el desuso. Al grano, niñato y cachorro. Sacaos la cera de los oídos. Hoy vamos a hacer guardia por el sector cinco, básicamente por el ruinoso barrio minero. ¿Razón? Repasemos la lección de historia y remontémonos cien años en el pasado, cuando Midgar lo formaban un puñado de chavolas más un par de mercados bien provistos, predecesores del actual Mercado Muro. En aquellos tiempos lo que movía a los ricachones era la energía que extraían de la tierra sin más ayuda que la de aparatos rudimentarios o de las manos del proletariado. Los mineros excavaban y morían cada día a la vez que los peces gordos de Shinra seguían engordando e invirtiendo en hacer una ciudad de trabajadores encima del enorme agujero que agrandaban día a día. Así fue que en menos de cuarenta años ya habían construido las primeras centrales de extracción de Mako y mejoraron los equipos de excavación y de protección. En estos años las radiaciones ya no podían matar instantáneamente a los trabajadores, pero los empleados tampoco salían ilesos tras cada sesión de trabajo en primerísima fila del núcleo terráqueo, no. Los viejos dicen que de aquella, cuando ni siquiera se había concebido la idea de una metrópolis dividida en sectores ni tapiada por una placa, los trabajadores de las minas encontraban en los yacimientos de Mako algo más que energía, Materia, mithril o diamantes. No se sabe si fue la radiación o si realmente había
algo más allí abajo. Muchos salían de la mina hechos unos completos místicos: decían oír lamentos o voces, ver cosas que aún estaban por suceder o hablar con seres ultraterrenales. La generación de mis abuelos fue la última en ser sometida a la toxicidad de Mako, luego los prejubilaron anticipadamente para ser sustituidos por maquinaria pesada más eficiente. El único favor que hizo la compañía eléctrica a los antiguos obreros fue no derribar sus casas cuando comenzaron a construir la Midgar actual. Pero centrémonos en lo que dije de las cosas raras del subterráneo: la quinta de personas que vio cosas extrañas bajo tierra acabó por interesarse por la magia o a algo peor, por lo que en el barrio apenas se veía un alma por la calle. Absolutamente todo el mundo se dedicaba a lo que fuera a puerta cerrada, creando un ambiente de luces multicolores en cada ventana y de gente zumbada en general. Lo cual nos lleva a la razón por la cual haremos guardia, y es que si a un barrio obrero, con sus ideas sobre la lucha de clases en un momento de crisis como este, le sumas la posibilidad de disturbios de hechicería arcana puede suceder que metan al sistema en graves apuros.
Eso no tiene ni pies ni cabeza, señor.
No para gilipollas como tú, niñato. Los que no vamos de marcha a la zona VIP y llevamos tiempo en la ciudad sabemos de sobra cómo es el barrio minero. Y te juro que allí no sólo hay viejos meando en esquinas. En esos tres quilómetros cuadrados el mundo puede ponerse patas arriba en cualquier momento. Créeme. Hay muchísimos testimonios en los informes de los militares. Y os lo digo muy en serio: allí no bajéis la guardia o acabarán por volveros el culo del revés. O sea que estad atentos, no os pongáis histéricos, obedeced todo lo que os diga y, por lo más sagrado, no os separéis ni habléis con nadie sin pedirme permiso. Y no abráis fuego si veis un perro verde, sólo buscamos sujetos subversivos para arrancarles las ganas de revolución de raíz. Borra esa sonrisa o te la quito yo con lejía, niñato. Bueno, ya lo sabéis. Ahora haceos un par de nudos en el escroto y rezad a Vishnú para que os bendiga apropiadamente.


Las calles adoquinadas del barrio minero estaban totalmente desiertas. Ni siquiera había ratas apelotonándose en las bocas de desagüe. No había rastro de envoltorios, papeles o envases de plástico por todo el suelo; los contenedores de basura parecían vacíos. Los edificios de viviendas, oscurecidos por la polución y el paso de los años, no llegaban a superar los cuatro pisos y eran bastante anchos, lo que demostraba su antigüedad y su finalidad de albergar al mayor número de familias posible en un espacio reducido. Sobraba decir que las familias se habían mudado hacía mucho tiempo; aunque uno no podía estar seguro del todo. La arquitectura era demasiado arcaica para el estilo hosco y simple de Midgar: los muros estaban formados por enormes bloques de granito azulado unidos por gruesas capas de cemento. Las puertas parecían empotradas en un hueco estrecho y de poca altura en la piedra labrada. Las ventanas eran alargadas y con marcos de madera pintada. En frente de los alféizares estaban los tendales totalmente carentes de prenda alguna. Los tejados estaban cubiertos de tejas granates que se inclinaban hacia canalones de plástico gris. Larry St. Divoir y “Grim” Garrison miraban atentos desde el interior del Bengal X5, dudosamente seguros. El conductor fue el valiente en abrir la puerta. La cerró inmediatamente.
- ¿Qué sucede? –rogó Jim.
- Sopla viento.
Garrison lo miró como si estuviera chiflado.
- ¿Viento bajo la placa?
Larry asintió al mismo tiempo que alguien daba unos golpecitos en la ventana. Dawssen escrutaba el interior del vehículo mientras la brisa hacía volar su corbata.
- ¡Puto viento!-gruñó-. Lo mejor será que llevemos la artillería pesada, Laurence.
Tras el cristal Larry alzó el pulgar y tiró de la palanca que abría el maletero. Dawssen brincó hacia él y se metió medio cuerpo en el compartimento. Sus dos compañeros salieron del automóvil cuando se aseguraron que fuera no existía la posibilidad de sufrir una combustión espontánea. Se situaron cada uno a un lado de su superior y recibieron un subfusil cada uno. A Larry le tocó el Krugger MP-7 equipado con culata plegable, cómoda y lo suficientemente pesada para aporrear con ella cuerpo a cuerpo. Jim “Grim” recibió su favorito: el BLG P-60, rápido y ligero, de armoniosas curvas y curioso cargador de balas giradas 90º a la izquierda.
- Vosotros id con vuestras pistolas de agua –Dawssen pasó un par de cargadores diferentes por cabeza-que yo me pillo la omnipresente y todopoderosa KRV49. Como en los viejos tiempos.
- Una pregunta, jefe –Larry cargaba su ametralladora y ya tiraba de la palanca que introducía la primera bala en la recámara-: ¿Dónde has dejado la moto?
- Pues a unos quinientos metros –alzó el dedo índice contra el viento, hacia el final de la avenida de adoquines-. Por si acaso.
Captada la indirecta, Divoir cerró el maletero y se introdujo en el coche. Sus colegas observaron como metía marcha atrás y se alejaba más allá del parquecillo que separaba las antiguas viviendas de las más nuevas y colosales pero pobres, al fin y al cabo. El puntito en la distancia que era Larry, trescientos metros más allá, echó a correr hacia al encuentro de los otros trajeados, pero parecía que no se movía del sitio. Dawssen sacó el móvil del bolsillo y llamó.
- Deduzco que te has quedado atascado en la “cinta mecánica” –al otro lado de la línea le respondió un tartamudeo-. No te preocupes, es lo menos grave que puede sucederte. Tan sólo da media vuelta y corre en la otra dirección –la voz aguda del auricular parecía nerviosa-. Hasta ahora.
A lo lejos el punto negro iba creciendo poco a poco. A medida que menguaba la distancia uno podría decir que el corredor trotaba de espaldas. “Grim” activó la cámara de vídeo del móvil para guardar un recuerdo para la posteridad. Larry pasó por su lado, mirando a su superior con los ojos desorbitados y deteniéndose con el arma sostenida por una mano. Acto seguido el chaval vomitó las tostadas y la leche del desayuno. Dawssen Peres no pudo evitar soltar una carcajada. Garrison seguía grabando el espectáculo, ahora con una nueva intención de futuro chantaje.
Un cuarto de hora más tarde las posiciones de los tres agentes de Turk formaban un triángulo equilátero que atravesaba como una flecha las calles que sólo parecían habitadas por sus propias sombras, proyectadas cinco metros por delante de ellos. El humo del cigarrillo que fumaba Peres iba hacia abajo, trazando una línea de niebla entre sus zapatos. Unas manzanas atrás se habían visto perfectamente reflejados en los tablones de madera que tapiaban unas ventanas. Una cosa que Larry seguía sin asimilar era que el viento siempre iba en su contra por mucho que giraran esquinas o se toparan de frente con un callejón sin salida. Delante de él vio el brazo de Dawssen señalar a un lado. Larry siguió la indicación y no notó nada extraño, hasta que vio los números de los portales: trece, quince, diecisiete, once, trece...
- A la mierda, tíos –paró en seco, frotándose los ojos-. Que se ocupen de esto Peter, Ray, Egon y Winston, por que yo no...
Abrió los ojos y se topó de frente con el Bengal X5. Los focos del coche apuntaban hacia la avenida del barrio minero, trescientos metros más allá, tras la alameda del parque.

- Coño –susurró “Grim”.
Miraba embobado la columna de aire que hacía medio segundo, justo antes de haber parpadeado, era Divoir.
- Que no cunda el pánico –Peres mantenía la mirada fijada al frente, observando los adoquines-. Por su sombra yo diría que sigue de una pieza.
La proyección negra de la silueta de Larry seguía exactamente en su sitio incorrecto de siempre. Por su posición parecía que estaba sentado.
- Está encendiendo el coche. Puedes ver las llaves flotando –continuó el veterano-. Y ahora parece que está poniendo la radio. Por el bien de sus huevos, espero que no se mueva del sitio.
Y con el golpazo de un martillo contra un yunque se fue la luz en toda la calle. En las tinieblas se oyeron aleteos de pájaros, por el graznido parecían tórtolas. Luego se impuso el silencio de tal modo que hacía daño en los oídos. Las farolas revivieron y mostraron a Dawssen Peres tumbado boca arriba y apuntando su fusil a sus pies, donde a medio metro se consumía su cigarrillo. Contó hasta seis, bajó el arma y buscó a Garrison. Nada. El niñato se había esfumado junto con los pájaros.
- Qué puteo.
Se incorporó despacio, levantando sus casi cincuenta años de vida, y se quedó en cuclillas, posando el fusil de asalto en el suelo. Recogió el pitillo y le dio una calada larga. Expulsó el humo por la nariz y se irguió. Dobló la pierna hasta que el pie quedó a la altura del muslo. Golpeó la punta del cigarrillo contra la suela del zapato hasta apagarla y desmenuzó el papel que envolvía el tabaco. Pasó las hojas secas de la palma de la mano a la boca y se puso a mascar el tabaco. Después de un rato largo escupió el bolo marrón al suelo de modo que quedó una salpicadura negruzca en un adoquín.
- ¿Por dónde habré de girar?
El escupitajo fue extendiéndose siguiendo las formas de la piedra hasta crear una mancha alargada.
- Hacia la derecha. Gracias.
El Turco recogió su arma y echó a andar hasta el siguiente cruce, donde giró a la derecha. La nueva calle parecía darle la bienvenida con un cartel de neón que informaba de la situación de una parafarmacia a cincuenta metros. Dawssen siguió caminando hasta el escaparate en semipenumbra que mostraba diferentes tipos de hierbas medicinales envasadas en frasquitos, unas cuantas raíces que colgaban de unas cuerdas, velas aromáticas, botes de crema y algunos amuletos tallados en jade, lapislázuli y madera de olivo. Sobre la luna de cristal se encontraba el tablón pintado de verde donde se leía Ednas’s Herbs en letras blancas muy estilizadas. Peres apoyó el KRV49 en el ángulo formado por la pared de piedra y una tubería y abrió la puerta de la botica. Su entrada en el local la anunció una campanilla situada en el dintel de madera encima de la puerta. En el mostrador de madera no había nadie para despacharlo. De la puerta de la trastienda salía humo y llegaba un ligero olor a huevos podridos que se mezclaba con el aroma del incienso. El trajeado carraspeó sonoramente. En el almacén se oyó un grito ahogado, parecía el de una chica, seguido de un tumulto y unos susurros de queja. Dawssen echó un vistazo a las estanterías de aluminio llenas de potingues, cajas de medicamentos de los que nunca había oído hablar, perfumes, libros sobre yoga, técnicas de masaje, recetas para sopas y catálogos sobre los diferentes tés que aliviaban numerosos malestares, entre otras cosas. La puerta de la trastienda se abrió y apareció una anciana algo encogida en su bata blanca, pero realmente era alta, llena de vida y poseedora una mirada astuta. Tenía el pelo recogido en una larga coleta cana y un cigarrillo recién encendido entre los dedos. Al ver al visitante los ojos se le abrieron de par en par.
- ¡Hijito mío! –gritó, rodeando el mostrador-. Dame un beso, anda.
Dawssen se inclinó para que los brazos huesudos de la anciana y recibió el beso en la mejilla más los cuatro extras. El hombre de negro forcejeó un poco, pero la mujer se aferraba como una lapa.
- Yo también me alegro de verte, abuela –la sujetó suavemente por los hombros y la separó un poco de sí-. Ahora déjame respirar un rato.
La vieja Edna Yates introdujo el cigarrillo sin filtro entre los labios comprobó la ropa del Turco con mirada crítica.
- Siempre te lo digo, hijo: fuiste de la sartén a las brasas –le reprochó-. No te llegaba con ser soldado sino que tenías que caer en el pozo de la ambición. Estos jóvenes...
- ¿Hay alguien más contigo, Edna? –cambió rápidamente de tema para no darle cuerda a la anciana-. Oía voces en la trastienda.
- Imaginaciones tuyas, cariño –mintió, evitando mirarlo cara a cara.
Por el hueco de la puerta entreabierta se veía la sombra de una figura alargada. Un escalofrío recorrió el espinazo de Dawssen como una ventisca ártica erosionando los huesos. Lo mejor era dejarlo pasar, algo olía literalmente mal en el almacén. Edna lo sacó de su ensimismamiento.
- Bueno, hoy no es mi cumpleaños, así que –era una abuela cariñosa, pero no idiota- ¿a qué has venido?
Su nieto dio un pasó al frente, buscando las palabras adecuadas.
- Verás –titubeó-... Tuve que colarles una bola a unos compañeros del trabajo para pasar por aquí.
- ¿Una mentira? –la abuela no soportaba las mentiras.
- Que los viejos obreros que viven aquí podían planear una revolución contra la Shinra –admitió avergonzado.
- Los intereses de los vecinos se desviaron hace tiempo hacia otros campos, hijo –le recordó, insinuando que en el barrio estaban por encima de los deseos mundanos acerca del poder político-. Pero eso no es lo que quieres decirme, ¿eh?
- No –cogió aire-. Supongo que estás al tanto sobre lo del meteorito y Arma.
- Supones bien.
- Pues por esos motivos y los que vendrán con ellos... –le estaba costando soltarlo.
- Necesitas un “comodín”.
Dawssen asintió con la cabeza gacha.
- Mi pequeño –la abuela alzó la barbilla de su nieto para verle la cara surcada por las arrugas.
- Odio que hagas eso, Edna.
- ¿El qué?
- Por decirlo así –intentó encontrarle un eufemismo a lo que acababa de suceder-: “sacarme las palabras de la boca”.
- Ayuda a amenizar el diálogo, ya sabes –miró fijamente a los iris verdes de Dawssen-. ¿Estás seguro de que quieres un “comodín”?
- Dímelo tú.
Edna inspeccionó de cerca las pupilas de su nieto. Dawssen no se atrevía a parpadear.
- Tienes la marca –diagnosticó al fin-. Voy a por ella.
Dio media vuelta y desapareció tras la puerta. Más susurros seguidos del un chist de la anciana. Silencio otra vez. Ahora se oían pasos acercándose. Edna volvió a salir de la trastienda, esta vez asegurándose de cerrar la puerta tras de sí. La mitad del cigarrillo de la boca parecía haberse consumido en el medio minuto que la abuela había emprendido en rebuscar el objeto.
- Aquí la tienes –le tendió una forma alargada envuelta en lienzo grueso.
Dawssen cogió el “comodín” y notó que pesaba como si fuera plomo.
- Muchas gracias –guardó el artilugio en el bolsillo de la chaqueta-. ¿Cuánto te debo?
- Nada, hijo mío. Es un revitalizante milagroso, pero tiene efectos secundarios que le quitan mucho valor.
- Insisto –Dawssen sacó su cartera.
- No te va a servir de nada. ¿Ves por algún lado la caja registradora? –señaló el mostrador, completamente vacío-. Ya te ha costado encontrarme y eso basta.
Dawssen nunca había logrado cambiar la forma de pensar de su abuela y a estas alturas de la vida no valía la pena discutir con ella. Guardó la cartera y abrió los brazos para despedirse. Edna había dado media vuelta, paseaba tras el mostrador, cavilando.
- Si tu abuelo tuviera uno de esos en el 36...
Peres fue tras ella y apoyó su mano en los flacos hombros de la nonagenaria y ésta le acarició las puntas de los gruesos dedos.
- No vale la pena ponerse a pensar en ello, abuela.
- Lo sé –la voz le temblaba-. Lo único que me alivia es que antes de irse me dejó preñada de tu madre, que nacería en noviembre del año siguiente.
Dawssen comenzó a hacer cuentas.
- ¿Cuándo dices que murió el abuelo?
- El dieciséis de octubre de 1936 –la anciana se enjuagó una lágrima con la manga de la bata.
Su nieto dejó correr el tema. No le apetecía escarbar asuntos tan turbios y menos si venían de la anciana abuela. Lo mejor era dejarlo estar.
- Hice tantas cosas malas después de ese horrible año –las manos rugosas se posaron sobre el vientre-. Pero bueno, el río nunca deja de fluir.
El Turco no daba crédito a lo que acababa de oír y ver.
- Es agua pasada –mejor acabar cuanto antes y olvidarse del tema-. Venga, dame un abrazo, que me tengo que ir.
Edna rodeó con sus huesudos brazos el ancho y duro tronco de su nieto. Peres acarició el canoso pelo lacio y lo besó.
- Con un poco de suerte podré volver a verte.
- Edna, por favor.

Al fin pudo salir de la tienda y echarle un último vistazo a la cabellera morena de su abuela desapareciendo tras la puerta del almacén. No, un momento. Tiene que ser la luz jugándosela. Sí, eso tiene que ser. El fusil KRV49 seguía donde lo había dejado. Bueno, ya era el momento de volver con los pobres novatos. Sacó el PHS y llamó a Larry.
Un tono.
Tono y medio.
- Estaba a punto de pedir refuerzos –por el miedo en su voz se podría decir que así iba a ser.
- ¿Para que más niños se pierdan en el bosque? No, gracias –se burló mientras se servía un cigarrillo-. De todos modos me gusta tu estilo: llamar a la caballería para recoger dos posibles cadáveres.
- Lo siento, tío.
- Descuida –introdujo el filtro del pitillo entre sus labios-. ¿Has contactado con el niñato?
- ¿Con Garrison? No –calló un rato-. No me digas que ha desaparecido.
- Habrá acabado en la otra punta del barrio –acercó la llama del mechero a la punta del cigarro y aspiró-. Llámalo por la otra línea.
Larry lo puso en espera. Era gracioso el detalle de ponerle música reggae mientras esperaba. Everything’s gonna be all right... Joder, qué vieja. Menudos recuerdos le traía.
En el pecho de Dawssen comenzó a retumbar y a vibrar algo. El susto casi le hizo saltar del sitio. Palpó su chaqueta para encontrar un bulto a la altura de las costillas flotantes. Tenía algo en el bolsillo interior. ¿Qué cojones hacía eso ahí? Él tenía el suyo pegado a la oreja. Descubrió el pequeño aparato que armaba tanto escándalo y vio un mensaje en la pequeña pantallita. El cigarrillo se deslizó de sus labios, estrellándose contra los adoquines que temblaban al mismo tiempo que el extraño móvil vibraba y emitía una melodía ensordecedora como mil campanas subterráneas.

Llamada entrante:
Larry Divoir

- Me cago en la hostia.

viernes, 25 de julio de 2008

127.

Las noticias se sucedían a una vertiginosa velocidad en las diversas cadenas, que emitían especiales informativos. Por lo visto, una inmensa criatura marina había atacado Junon hacía escaso tiempo, causando el pánico y numerosos destrozos a la compañía. Y lo que menos importaba en las altas esferas: vidas humanas sesgadas ante el poderoso avance de uno de los espectáculos naturales más desastrosos de los últimos tiempos, al menos hasta que Meteorito colisionara contra la superficie. “Eso sí que será una verdadera putada” pensó Sonya en el mismo momento en que pasó del canal de noticias a uno de música pop de elevado índice de audiencia entre las adolescentes de la Plataforma. “Cuando esa piedra caiga, ya no podré irme de compras”.

A pesar de que el noticiario sólo mostrara el poderío armamentístico de la compañía energética, además del sufrimiento que los, según la opinión de la chica de quince años, “nobles y brutos perros de guerra” que formaban parte de las filas de SOLDADO. El disparo en la cara del monstruo fue el desencadenante del apagado del receptor, que justo en el momento de su desconexión escupía la imagen de un combatiente siendo trasladado en helicóptero. Apartó un mechón rubio de su cara y lo fundió con el resto de la cabellera dorada, únicamente enturbiada por unas mechas azabaches. Un gran ojo marrón pudo ver la luz gracias al involuntario gesto de la joven, acompañando a su gemelo en el resplandeciente día. Debían ser las once de la mañana, pues un intenso zumbido procedente de la estrecha pantalla del ordenador le indicó que Sussan, su mejor amiga, acababa de levantarse y estaba conectada. Ella siempre se levantaba a esa hora, como una mala costumbre heredada de las faltas de asistencia a clase y las altas horas de la madrugada que daban cuando se acostaba. La conversación no pudo empezar de manera más anodina:

S0n¥A (L) Xq mi hamor s lo uniko q mantien atado nuestro corazón (8) (K)(K)(K)!! dice:
Ya era ora, caxo perra. Q stuvists aciendo qe t levantas aora?
[There's sOmethinG in yOur eyes I knOw I can't resist (8)] Because I LOVE YOU dice:
Bueno, anoxe stuve en ksa de Tato…
S0n¥A (L) Xq mi hamor s lo uniko q mantien atado nuestro corazón (8) (K)(K)(K)!! dice:
Q juarra ers!!! Y qe icistes?? :D
[There's sOmethinG in yOur eyes I knOw I can't resist (8)] Because I LOVE YOU dice:
Stuvimos oras ayí, dale q t pego al asunto ;-)
S0n¥A (L) Xq mi hamor s lo uniko q mantien atado nuestro corazón (8) (K)(K)(K)!! dice:
Fnatasma!! N se pued star tanto…

Ella siempre tenía la mala costumbre de exagerar, mintiendo de mala manera.

[There's sOmethinG in yOur eyes I knOw I can't resist (8)] Because I LOVE YOU dice:
Ants de eso nos metimos 1 mnton d mierda. No m cabe un gramo +
[There's sOmethinG in yOur eyes I knOw I can't resist (8)] Because I LOVE YOU dice:
Ad+ stoy toda skocida, kreo que dspues de darme estuvo +turbandom i chupando asta qe se durmió
[There's sOmethinG in yOur eyes I knOw I can't resist (8)] Because I LOVE YOU dice:
Q le den x el kulo. Sta noxe m busco 1 tia q me kiera + q el, q m izo daño
S0n¥A (L) Xq mi hamor s lo uniko q mantien atado nuestro corazón (8) (K)(K)(K)!! dice:
Pues cnmigo oy no cuentes. Yo boy a volber al Tower, a ver si m dan + koka
S0n¥A (L) Xq mi hamor s lo uniko q mantien atado nuestro corazón (8) (K)(K)(K)!! dice:
M salío barata, x 500 giles me saq 20 gr.
[There's sOmethinG in yOur eyes I knOw I can't resist (8)] Because I LOVE YOU dice:
20? Xo eso s 1 burrada, q icistes, comersla asta l fondo?
S0n¥A (L) Xq mi hamor s lo uniko q mantien atado nuestro corazón (8) (K)(K)(K)!! dice:
:D
S0n¥A (L) Xq mi hamor s lo uniko q mantien atado nuestro corazón (8) (K)(K)(K)!! dice:
Asta el mismo fndo. M parecia al humorista ese antiguo dl bigot i el puro
[There's sOmethinG in yOur eyes I knOw I can't resist (8)] Because I LOVE YOU dice:
xD
[There's sOmethinG in yOur eyes I knOw I can't resist (8)] Because I LOVE YOU ha enviado un zumbido
[There's sOmethinG in yOur eyes I knOw I can't resist (8)] Because I LOVE YOU dice:
Ntoncs sta noxe n nos damos mambo? Tia, sabs q yo pagaria x ti


Una sonrisa se dibujo en la redondita cara de la chica. Y es que su mejor amiga no había tenido ningún reparo en mostrar abiertamente su atracción por ella, y ella no se había negado. Por algo era su mejor amiga.
La blanca dentadura de Sonya acompañó a los labios carnosos en los versos finales de su declaración; “Debo dejarte. Voy a prepararme para la noche, desayunar, y puede que piense en ti mientras estoy en la ducha”. Le encantaba rabiar a su amiga con aquellas pullas sexuales, a pesar de que algunas más tarde se hubieran vuelto menos falsas de lo que su intención pretendía.

Tomó su desayuno, compuesto de cereales de la marca más cara que existía, además de la leche mejor tratada y otro surtido escaparate de productos que únicamente las altas esferas de la placa podían comprar. Eran las doce cuando subió los escalones de una escalera que giraba en cuarto de círculo y se dirigió a su habitación. Lanzó el fulgurante vestido blanco por los aires, acompañado de las mudas correspondientes, y se dirigió con paso firme a una puerta de madera blanca adornada con un póster de un musculoso y bien marcado macho de actitud provocativa. Hizo un guiño dirigido al torso desnudo del papel plastificado y giró el pomo. Lo último que ese hombre inmóvil pudo ver fue la cabellera rubia y un terso trasero, firme y al que seguro hubiera dado un mordisco, o una más discreta palmada, si hubiese sido un hombre de verdad y no una fotografía impresa.

Gel de frutas silvestres y aguacate, champú de mango y melocotón con toques de jazmín, acondicionador con extractos de miel, melisa y hierbabuena. Crema de berenjenas, colonia de banora blanca, y un desodorante acorde con el olor de la fragancia.
Toallitas perfumadas de limpieza facial. Esponja de raíces. Esponja suave de tacto aterciopelado. Y un largo etcétera de productos para el cuidado que se disponían en fila a lo largo de diversas estanterías, a su vez dispuestas alrededor del espejo de pared donde ella admiraba su cuerpo. Se decía a sí misma que era hermosa y espectacular, y su vanidad no estaba alejada de la realidad: muchos (e incluso alguna mujer también) habían intentado lograr algo con ella, pero sólo los más afortunados habían conseguido una noche en su cama.

Movió una mampara de traslúcido cristal, introduciéndose en el interior de una ducha de aspecto caro, al igual que todo lo que se encontraba en la casa; en el sector 5 vivían jefes y ejecutivos, además de sus familias o los vanos intentos de imitar a estas. La familia de Sonya era una de estas últimas: su padre siempre estaba trabajando, y su madre no hacía otra cosa que no fuera acudir a fiestas y orgías encubiertas para elevar su caché. Pero todo eso le importaba poco menos que las miles de muertes que el monstruo marino acababa de cobrarse en la aldea porteña.

A ella lo único que le importaba era sacar dinero de su papi y gastárselo en diversión. Le sobraba el dinero, por ello nunca iba a clase; y a pesar de ello siempre intentaba sacar el máximo beneficio con el mínimo coste. Entre las últimas cosas que había hecho estaba el sorprendente hito de engañar a unos traficantes para sacar más droga de la que debía recibir y colarse en la nueva discoteca gracias a sus dotes naturales, cuando normalmente no hubiera podido entrar. Por suerte para ella, aquel hombre no podía resistirse a un poco de buen escote, cosa que a ella le encantaba: jugar con las personas.
Fue gracias a eso que pudo conseguir la cocaína. Aquel tipo de actitud desafiante y verga suelta no se dio cuenta de que Sonya le quitaba unas cuantas bolsitas del maletín mientras el tenía los ojos entrecruzados, respirando fuertemente y apuntando al techo con sus fosas nasales, sentado sobre el blanco mármol frente a la chica arrodillada en el negro suelo.

El agua resbaló por su piel, cuya extraña tonalidad era una difícil mezcla de tostada y blanquecina, y cayó en unas mortecinas últimas gotas cuando apagó el grifo. Finalmente no había cumplido la promesa sexual hacia su amiga, atareada en repasar mentalmente su lista de asuntos por resolver.
Salió de la ducha envuelta en una toalla al tiempo que toqueteaba con un limpio índice izquierdo la bolita azul que se situaba bajo el labio inferior. Comenzó un cuidado ritual, iniciado con las toallitas de limpieza facial; cremas hidratantes por todo el cuerpo constituían el siguiente paso. Siempre era igual. Todos los días. Todas las semanas. Todos los meses. Una y otra vez.
Cogió un potente secador y lo conectó al enchufe, para acto seguido extender su mano hasta un poderoso cepillo. La melena rubia con dos estrechas franjas azabaches ligeramente desvaídas se extendió hasta tocar el final de las escápulas, pero tuvo que rendirse ante el poder de la corriente de aire y las púas, hasta que estuvo seco en su mayor parte y quedó libre hasta un rato después, donde finalmente volvería a ser domado y tomado a la fuerza. La toalla cayó sobre el suelo en una irregular y caprichosa forma, quedando en la superficie hasta que de una patada la chica arrastró el azulado objeto contra la pared.

Nuevamente desnuda, volvió a dirigirse a su cuarto. Comenzó a remover cajones, abrir armarios y lanzar todo tipo de ropa y complementos, a fin de buscar el atuendo ideal: cosa complicada cuando tienes cuatro armarios, cada uno con cuatro cajones y todo lleno de diferentes prendas. Por fin encontró lo que buscaba, que voló hasta posarse sobre la cama, mientras que el resto yacía por el suelo. Lo apartó de diversas patadas, amontonándolo contra una pared. Era una malsana costumbre, producto de la atención de los sirvientes que papá y mamá contrataban a cambio de cuidar de su hijita perfecta.
En la cama quedaban ya los atuendos de la noche: un corpiño de cuero negro que ajustaba mucho la cintura realzando los atributos superiores, una falda corta de seda del mismo color que se alargaba tapando el muslo izquierdo, dejando a la vista el derecho. Acababa con unos zapatos de tacón altos y azabaches y un bolso pequeño pero suficientemente espacioso como para guardar objetos que abultasen.

Una vez vestida y con el pelo ya domado y alisado, miró de nuevo el reloj. Eran las ocho de la tarde. El cuidado personal le había consumido gran parte del día, y ya sólo tenía una hora para preparar los últimos detalles. Introdujo en el bolso una caja de preservativos con sabor a frutas silvestres, otra de extrafinos, dos tampones, monedero con billetes y tarjetas, llaves, chicles de melocotón y piña colada y algunos enseres de maquillaje. Esa noche iba a disfrutar como nunca en una vieja discoteca del 2º sector bajo la placa: Doors of Heaven.

Diez guiles de taxi por ir desde el Sector 5 hasta el Sector 8, atajando por la Avenida Loveless. Quince por tomar el tren que llevaba al Mercado Muro, y diez más por ir hasta la puerta del local. El alto y musculoso guardia de la entrada mantenía una cola expectante a la puerta por culpa del detector de metales, que pitaba cada vez que una bien dotada veinteañera pasaba. La negativa del portero finalizó cuando ella declaró a voces “que llevaba un piercing en el chirri”; y tras eso la cola avanzó más rápido de lo que en un primer momento se podía pensar.

Las luces de los láseres y los focos se mezclaban con la repetitiva y electrónica música, a veces mezclada con alguna canción de éxito en los canales musicales de la televisión. Varios hombres y mujeres bailaban con la menor ropa posible dentro de jaulas y encima de pasarelas, recreando con movimientos lascivos y sugerentes orgías que en otros tiempos habían visitado algunos de los presentes en la amplia sala. No era raro que a veces alguien fuera sorprendido intentando meter la mano en partes del cuerpo ajeno, o incluso ser pescado cuando la mano ya apretaba bien alguna zona. En cierta medida, aquello no se diferenciaba de las fiestas sexuales. Y sin embargo, todo se rodeaba de miseria fuera del edificio, contrastando salvajemente con la calle donde se encontraba. Era la ventaja de aquello que estaba bajo la placa: los impuestos y alquileres eran más baratos para alguien que vivía arriba.

En la barra, dos camareras en bikini y dos hombres con bañadores, todos cubiertos de pintura que brillaba bajo las luces servían copas por todos lados. Sonya se acercó y llamó a voces a uno de los camareros, igual de sugerentes que el póster que mantenía en la puerta del baño:

- ¿Oye, me pones uno de vodka con limón – dijo asomando un poquito más el canalillo, empujándolo contra la madera de la barra de manera que el camarero lo viera – y me añades un chorrito de licor de hierbabuena?
- Claro. Y a ese invita la casa, por maja.

Sonriendo pícaramente el camarero le puso el vaso sin escatimar en el alcohólico producto. Sonya lanzó un guiño y le plantó un beso en la mejilla, dándole además un papelito con un número escrito con tinta roja. Siempre llevaba unos cuantos de esos en el bolso, y no era raro que repartiera un par cada vez que salía de fiesta o cambiaba de lugar.
Ya con la bebida, se adentró dentro de la masa de gente, con ganas de buscar a otra persona a la que dar su teléfono o simplemente divertirse durante una hora. El calor era abochornante, conseguía asfixiar; y para empeorar las cosas el dueño no dejaba de encender y apagar más focos, caldeando el ambiente.

Tras media hora bailando, Sonya se volvió a abrir camino entre la multitud, dirigiéndose al baño. Necesitaba mojarse y refrescarse un poco, y desde hacía rato tenía la impresión de que alguien la miraba con interés. Y ella estaba dispuesta a seguir el juego.
La hilera de cubiles de madera oscura garabateada con obscenidad, iniciales amorosas y mensajes recibieron a Sonya con una oleada de frescor alegre y con tonos de pino y limón. Lo más destacable es que aquellos baños permanecían blancos y relucientes, al contrario que muchos urinarios masculinos de sitios similares.

El último de los habitáculos estaba vacío, y ella lo agradeció. No quería dar una victoria fácil, ni quería recibir ella nada gratis: le gustaba gemir, suplicar y gritar pidiendo lo suyo, lo quería pero odiaba que se lo dieran nada más suspirar por ello. Quería recibirlo al final y gozar del disfrute y el placer que le brindaban. Ella no era menos con nadie: ni con ellos ni con ellas.

Las puertas comenzaron a abrirse, una por una. Estaba impaciente, y no podía dejar de poner una sonrisa con aviesas intenciones, lista para sentarle e ir a saco con todas.
Por fin, la puerta se abrió y no pudo poner sino una mueca de sorpresa. Alto, con melena lisa y perilla con bigote castaños. Traje negro con botas de hebillas y un abrigo largo a pesar de la sofocante atmósfera. Por supuesto, ya conocía a aquel hombre: era el camello al que le quitó las bolsas de polvo blanco.

- Vaya – dijo volviendo a poner su dentadura blanca a relucir acompañada de un guiño – Parece que te gustó tanto que vienes a por más, bribón – Chascó la lengua y la pasó por los labios rojos y carnosos.

Un sonoro “paf” le dolió en la mejilla. Cuando quiso darse cuenta, estaba sangrando del labio y agarrada por el brazo derecho. Cada vez apretaba más, y en la cara de aquel demonio vestido de negro podía verse una furia a punto de desbordar por sus ojos, sus dientes, son oídos y su piel enrojecida.

- ¡Tan lista te crees que pensabas que no me daría cuenta de que me habías robado! ¡Puta!

Una nueva bofetada, que esta vez le arrancó un pendiente de la oreja dejando un bello corte en el lóbulo izquierdo.

- Ahora vas a devolverme la droga y vas a pagármela con intereses. Y sé muy bien de qué manera puedes hacerlo.
- Por… por favor – las lágrimas desbordaban, arrastrando negro petróleo bajo sus pestañas – Tengo dinero. Mi padre es rico, puedo pagarte, pero no me hagas daño…
- ¡Cállate! Da gracias a que la música está alta y no pueden oírte, porque de lo contrario te metería la pistola por el coño y te dispararía, desgarrándote como la furcia que eres. Claro que vas a pagarme, pero trabajarás para mí. Lo primero que vas a hacer será llevarme a tu casita y darme las bolsas. Así sabré donde vives, y a partir de mañana comienzas a trabajar en la puta esquina. Eso, o te vuelo la cabeza mientras te enculo – exclamó mostrando una automática, al tiempo que se metía una mano entre los pantalones.
- No, por favor… ¡A mí noooooooo!

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Lágrimas negras mancharon la blancura inmaculada de la almohada. La sangre se arremolinaba en la sábana, mientras que los llantos se ahogaban en el silencio de la gran casa que permanecía abandonada, a excepción de la solitaria quinceañera tumbada boca abajo sobre la cama.

Una deuda de 3000 guiles más los correspondientes intereses.

La profecía de su amiga Sussan se había cumplido. Ahora podría pagar por acostarse con ella.

sábado, 19 de julio de 2008

126.

Amanecía. Los rayos de sol se desparramaban sobre la placa superior dándole un aspecto extrañamente hogareño a la hostil ciudad. La fresca brisa de la mañana ayudaba a despertarse a aquellos que debían ir a trabajar temprano; algunos, como la soñolienta conductora del Shin-Ra Sahagin, eran afortunados y se encontrarían ahora con el abrazo de Morfeo.
Un helicóptero con el emblema de Shin-Ra sobrevolaba el cielo dorado en dirección al edificio de la compañía. El asistente del helipuerto hizo indicaciones al piloto para asegurar un aterrizaje sin inconvenientes, había heridos dentro del aparato así que no se debía escatimar en cuidado y atención. Varios miembros de SOLDADO de diferentes clases y algún que otro PM bajaron enseguida para hacer sitio a la camilla y a los asistentes médicos, quienes no tardaron en llevarse a la víctima al centro médico del complejo.

Las dependencias de SOLDADO, en el piso 49, pronto recibieron a nuevos huéspedes. Los exhaustos guerreros tomaron asiento en el espacioso salón de grandes ventanales por los cuales se podía ver el interior del edificio Shin-Ra. El jefe de equipo había ido a presentar el informe de la misión y hasta que no tuvieran su permiso no podrían disfrutar de su merecido descanso.
Para el joven SOLDADO de 3ª Alban Weisz ésta había sido la misión más dura de su vida militar, a decir verdad su carrera en SOLDADO hasta ese momento no había sido demasiado remarcable debido al período de paz que se vivía, pero todo ese lío del posible regreso de Sephiroth, Arma y el meteorito había caldeado las cosas.
A su lado, el 1ª Clase Deemer Arsen lucía un semblante ensombrecido por la preocupación, sus ojos oscuros vagabundeaban por la estancia, recorriendo una y otra vez el pasillo que llevaba hasta los ascensores; tenía los codos apoyados sobre las rodillas y las manos entrelazadas a la altura del mentón, zapateaba sobre el suelo de forma inconsciente, algo que ponía más nerviosos a sus compañeros.
Cerraba el grupo un 2ª Clase no demasiado brillante. Estaba agradecido de volver a estar en casa y dispuesto a dejar atrás tan aciaga misión, deseando volver a coger en brazos a su hija de 8 meses, que ya había empezado a dar sus primeros pasos.

Las cifras digitales del reloj cambiaban lentamente a la siguiente, el tiempo parecía ir cada vez más lento. Los párpados de los más jóvenes estaban a puntos de ser vencidos por el sueño cuando la campanilla del ascensor se hizo oír al otro lado del pasillo. Los pesados pasos de unas botas militares anunciaron la llegada del jefe. El grupo se puso en pie de inmediato para recibir la deseada información.
- Habéis hecho un buen trabajo, el director os felicita por ello. – hizo una breve pausa antes de proseguir – Podéis ir a descansar chicos, os lo habéis ganado.
El “papá” del grupo alzó el puño en señal de victoria y su sonrisa se extendió hasta las orejas.
- Nos vemos, gente – se despidió.
- Recordad dejar vuestros móviles encendidos, os pueden llamar en cualquier momento. Ah, Alban, el director quiere hablar contigo. No le hagas esperar.

La noticia pilló al chico de la extraña cresta desprevenido, asintió con determinación y tomó el ascensor. Arsen se acercó a la mujer que acababa de liberarles temporalmente de su servicio.
- ¿Sabes algo de…? – la pregunta quedó en el aire, incapaz de continuarla.
- Aún no. Les he pedido que nos informen cuando sepan algo.
- Mmmh…gracias – el ánimo del hombre se ensombreció aún más. Se dejó caer nuevamente sobre el banco.
La SOLDADO se acercó a él y posó la mano en su hombro.
- No te preocupes por eso. Está en manos de los mejores expertos y no se me ocurre lugar mejor para ser atendido que este.
El militar miró a los ojos turquesa de su interlocutora, en los que se reflejaba la determinación y la esperanza. Esbozó una sonrisa insegura.
- No hace falta que te pongas en plan maternal, Alma, soy un tío duro – dijo, más para animarse a sí mismo que para demostrárselo a ella.
- Lo sé, Dee, pero los tíos duros también tienen que dormi. Anda, lárgate antes de que te quedes grogui.
- Vale, jefa. Nos vemos luego – Arsen mostraba su habitual desparpajo y buen humor, aunque tanto él como ella sabían que no era más que fachada. Ninguno quería tener que enfrentarse a una mala noticia.


Alma esperó a que su compañero abandonase la estancia para poder relajarse. Apoyó el enorme espadón contra la pared y se sentó en el banco. Reposó los codos sobre las rodillas y dejó los antebrazos caer entre las piernas mientras se miraba absorta la punta de las botas. Había sido una semana realmente jodida, a penas recordaba cuándo había sido la última vez que había llevado su uniforme de SOLDADO, pero se sentía mejor cuando lo llevaba. Había echado de menos la acción real, estar de en un campo de batalla con la plomiza espada entre sus dedos, el viento árido en el rostro, el sudor, el desgaste y de algún modo el desplegar toda su fuerza, esforzarse hasta la extenuación, sentir la adrenalina recorrer cada milímetro de su cuerpo y estallar de pronto en sus brazos para descargar toda la furia. Había echado de menos ser SOLDADO. Cada herida, cada corte, cada rasguño le había recordado por qué estaba ahí. Pero en este momento lo único que deseaba era escuchar la rasgada voz de Connor y acariciar a sus niños.
Extrajo el móvil del bolsillo de la pernera y pulsó la tecla de marcación rápida, a penas había empezado a dar señal cuando la voz del doctor respondió apurada.
- ¡Ya era hora! ¡Deberías haber llamado antes!
- Buenos días, que se dice…
- Déjate de tonterías, Alma, esta vez estoy enfadado de verdad.
- ¿Qué dices? Tú nunca te enfadas – la mujer sonrió con incredulidad, aún a sabiendas que él no podía verla – Además, sabías que no me había pasado nada o te habrían informado.
- No hables como si no fuera nada relevante. Ya he oído lo de tu compañero. Pudiste haber sido tú.
Alma guardó silencio unos instantes. Era cierto, en otra situación herir a un 1ª Clase era algo que se antojaba difícil, pero cuando te enfrentas a un colosal monstruo marino las cosas cambian mucho.
- Sabes que durante una misión no tenemos vida personal. Junon era un caos y no podía distraerme con minucias.
- Ya… - la voz de Connor parecía herida, abatida – “Antes SOLDADO que mujer” ¿no?
Ambos se quedaron mudos, sin saber muy bien qué decir. La verdad es que empezar una discusión ahora era lo que menos le apetecía a alguno de los dos. Connor estaba acostumbrado al carácter de los militares, llevaba toda su vida tratando con ellos, pero esperaba, de algún modo y a fuerza de costumbre, que ese férreo sentido del deber se resquebrajara y dejase ver el humano bajo el uniforme. Y Alma, pese a su cálida sonrisa y afable temperamento era excepcionalmente hermética en lo que se refería a su vida interior. “Matar los sentimientos”, así lo había descrito ella una vez “Si algo te duele lo cortas y sigues adelante”.
- Me alegro de que estés bien – musitó al fin el hombre, impidiendo al silencio imponerse.
- Gracias – respondió ella quedamente. La ilusión inicial se había diluido y ahora no estaba muy segura cómo seguir… ni tan siquiera de si quería seguir con esa conversación.
A su lado sintió la presencia de alguien acercándose. Como un ángel salvador de situaciones comprometidas apareció la impresionante figura de Jaune la Gualda, quien se cruzó de brazos y apoyó el hombro sobre la pared, esperando a que su supervisora terminase de hablar.
- Tengo que dejarte, el deber me llama. – dijo ella mirando a la recién llegada, dándose cuenta de lo pobre que resultaba esa excusa aunque fuese cierta.
- Está bien. Nos vemos luego.
A Alma ni tan siquiera le dio tiempo a pensar en el breve silencio antes de que Connor respondiese y lo vacías que sonaban sus palabras ya que Jaune se acercó a ella en cuanto cerró la tapa del móvil.
- ¿Cómo estás, niña? – preguntó la veterana a modo de saludo.
- Vaya pregunta – bufó la rubia con sorna – Debo informarte de todas las misiones que se me encomienden, ¿no?
- Como siempre.
- El pasado viernes hubo un asalto al edificio este… Loble creo – comenzó a narrar Jaune, sin demasiado interés – Enviaron a dos turcos antes que a mí, pero está claro que los muy incompetentes no pueden hacer nada solos.
- ¿Resolviste el conflicto? –Alma parecía tan interesada como su subordinada.
La chica guardó silencio un momento, miró hacia la cristalera mordiéndose un labio, saberse derrotada era algo que le costaba aceptar sobremanera.
- No – dijo finalmente, para rápidamente añadir – ¡Los tíos sabían lo que se hacían y tenían a un francotirador!
- ¿Un francotirador?
- ¡Sí, joder! En realidad no habrían sido ningún problema de no haber sido por aquellos dos estorbos de corbata – se excusó, cruzando nuevamente los brazos, indignada.
- ¿Cómo escaparon? – inquirió Alma, poniéndose en pie - ¿El francotirador te impidió seguirles?
- Usaron una flashbang – Jaune parecía realmente enfadada, probablemente prometía una muy dolorosa venganza a aquellos que habían mancillado su impoluta carrera – Me pilló por sorpresa y no pude moverme hasta un rato después. Cuando empecé a seguirlos el francotirador ya no disparaba así que supongo que se irían todos a la vez. Traté de seguirles como pude pero me llevaban mucha ventaja y un coche les estaba esperando a la salida del edificio. Los muy hijos de puta lo tenían todo pensado.
- Ya veo… - la veterana se paseó por la sala- ¿Alguna herida? – preguntó por costumbre, aunque sabía que Jaune nunca salía herida de una misión.
- … No – al menos no física, el orgullo era otra cosa.
- ¿Alguna pista para identificar a los asaltantes? – en la mente de Alma comenzaban a formarse algunas hipótesis, pero no eran más que conjeturas.
- Uno de ellos llevaba algo en la cara, pintura o una máscara negra. Parecía un militar. El otro… menudo imbécil, iba a cara descubierta. Era un crío, no debía tener más de veinte años - Alma alzó una ceja, divertida, Jaune podía clasificarse, según ella misma, como una “cría”- Tenía el pelo algo largo y claro, posiblemente rubio.
La veterana miró fijamente a su joven subordinada, que trataba de recordar más detalles relevantes.
- Ese chico… ¿Era muy ágil?
- ¿Qué? No lo creo, cuando llegué el turco lo tenía bien agarrado y parecía que estaba alelado. Debía ser un novato. Ah, el coche…
- Está bien, no importa –interrumpió Alma con cierta urgencia – Los turcos se encargarán de la investigación. Es su trabajo. Buen trabajo, Jaune, puedes retirarte.
La mujer caminó apresuradamente hasta los ascensores, dejando tras de sí a la despampanante rubia, que se sintió dejada de lado. SOLDADO le gustaba poco pero Turk aún menos.

En la mente de Alma las cosas parecían ir encajando poco a poco, no quería precipitarse y pensó que preguntar a los agentes de Turk podría ayudar a poner algunas cosas en su sitio. Conocía a los turcos, entre ambos departamentos se palpaba una especie de tensión pese a que trabajaban juntos con relativa frecuencia, pero Turk era muy reacia a compartir información con el resto de departamentos; trabajar bajo órdenes directas del presidentes les infundía cierto aire pretencioso.


El sol comenzaba a escalar sobre el cielo, debían ser entre las 10 y las 11. El Edificio Shin-Ra rebosaba de vida, la gente iba de un lugar a otro, de reunión en reunión, los chicos del café corrían extenuados tratando de que su mercancía llegase caliente al jefe de turno.
Para los agentes Inagerr y Castellanera este iba a ser un día tranquilo, tenían que poner en orden su papeleo, así que la única guerra que librarían hoy sería el encontrar el impreso adecuado y ponerse de acuerdo con la versión que iban a dar a su superior. Se dirigían con sendos cafés a las dependencias de Turk.
- Si sigues tragándote esa mierda no vas a llegar a los treinta – comentaba Harlan, señalando con el mentón el vaso de cartón de su compañera, por el que rebosaba nata con virutas, debajo de tan esponjosa capa se encontraba una mezcla de varios cafés y chocolates.
- ¿Y quién quiere los treinta? Además, si no puedo meterme un golpe de tequila en horas de trabajo algo tendré que hacer para mantenerme despierta – respondió ella, atacando la copa con la pequeña cucharilla de café.
- Bueno… suspiró el imponente hombre – cuando antes te mueras antes me cambiarán de compañero – bromeó él, aunque su semblante seguía serio.
- Claro, van Zackal y tú os llevaríais genial. Y eso porque el imbécil de Grim ya tiene otro compañero que si no… - ella le dio un leve empujoncito con el hombro.
- … Visto lo visto, mejor malo conocido…
- Disculpad – interrumpió una voz a sus espaldas.
Los turcos se dieron la vuelta para encontrarse con una mujer alta y de aspecto musculoso sin llegar a ser masivo, el uniforme oscuro de ancho cinturón con el emblema la delataba como como SOLDADO 1ª Clase.
- ¿Sois los agentes Harlan Inagerr e Yvette de Castellanera e Bruscia?
- Sí, ¿por qué? – preguntó la chica, con cierto desdén.
Harlan se adelantó casi imperceptiblemente, dejando claro a su compañera que sería él quien hablaría. No era plan de buscarse enemistades con un SOLDADO.
- Así es – reafirmó.
- Soy la capitana Alma Farish. He sabido del incidente del edificio Loble por mi subordinada y me gustaría saber si hay alguna información que pudieseis darme de lo acontecido.
Harlan se mostró algo confuso y no tardó en dejárselo saber a la mujer.
- El departamento está llevando la investigación y como comprenderá toda la información relativa al caso es confidencial – el turco se mostraba tajante pero había cierto tinte de cautela en sus palabras.
- Por supuesto, pero, como comprenderá, la mejor de mis subordinadas ha sido enviada a una misión y no ha podido resolverla con éxito. No pretendo sonsacarle información sino comprender cómo ha sido eso posible y si ha sido por la mala diligencia de mi agente. También debemos saber si los asaltantes suponen un peligro para la compañía.
La capitana se mostraba diplomática pero había cierto timbre en su voz que hacía que sus palabras sonasen como un mandato. Se mostraba regia, con las piernas separadas afianzando su posición y reforzando esa idea de “no me voy a mover de aquí”. La típica actitud de un capitán de SOLDADO.
Harlan accedió a hablar, era mejor colaborar y que la mujer dejase de hacer preguntas. Después de todo no había una razón para negarse.
- Hacia la una de la mañana recibimos una señal de alerta de una cámara que había dejado de funcionar, tratamos de ponernos en contacto con los guardias de seguridad pero uno de ellos no respondía y los otros aseguraban que la zona estaba limpia. Por si acaso decidimos ir a echar un vistazo nosotros mismos. – relató con seguridad, exactamente las mismas palabras que pensaba escribir en el informe – Encontramos a los asaltantes en el Departamento de Investigación Administrativa II pero no pudimos verificar qué buscaban. Tomé por sorpresa a uno de ellos mientras que mi compañera cayó presa del otro asaltante. Las cosas se complicaron cuando su chica entró en acción.
- ¿Hizo algo impropio? – preguntó la capitana, haciendo como si de verdad la actitud de Jaune fuese relevante, revisando su móvil.
- En realidad no, pero provocó que los asaltantes se pusiesen nerviosos y el francotirador comenzase a disparar. En la confusión del momento me vi obligado a soltar al rehén para ayudar a mi compañera, ya que se encontraba en el área de alcance de los proyectiles – no era exactamente mentira pero tampoco era exactamente verdad.
- Ya veo. Los asaltantes, ¿Han podido identificarlos? ¿Creen que pueden ser peligrosos?
La SOLDADO dirigió su penetrante mirada de mako a la chica, que había permanecido en silencio, rezagada. Sabía que esto no había sido del todo casual, su compañero se había encargado que así fuera y nadie haría eso a menos que hubiera algo que no quisieran contar. Harlan se percató de ello y evitó mirar a su compañera. “No la cagues ahora, pequeña”, pensó.
La mujer apoyó el peso de su cuerpo sobre la pierna, acercándose levemente a la turca, posó la mano sobre la cintura, exponiendo la curtida piel y fibrosos músculos, los dedos encallecidos y rectos. Había visto mundo y había peleado contra él. ¿Y qué había hecho Yvette? Eran radicalmente opuestas y la acomodada niña no pudo sino sentirse cohibida, pasaba sus días junto al siempre sólido Harlan y había estado expuesta al aura violenta de Kurtz, incluso había plantado cara a Svetlana, pensaba que ya nada la amedrentaría, pero una vez más se equivocaba. Alma Farish la miraba desde la más total y absoluta confianza en sí misma, no había violencia ni agresividad en ella, había determinación… pero Yvette era determinantemente orgullosa y nadie, jamás, iba a pasar sobre ella.
- Eran profesionales –sentenció, infundiéndose seguridad pese al leve temblor que recorría su pierna – ambos iban enmascarados y se aseguraron de no dejar nada que les identificara, pero por su situación y teniendo en cuenta sucesos anteriores creemos que puede tratarse de una célula independiente del grupo Avalancha – sonaba tan convincente que estaba por creérselo ella misma.
- Ajá… - Alma parecía pensativa. Los turcos no se movieron de su posición un ápice, esperando que fuera ella quien concluyese la conversación – Muchas gracias por vuestro tiempo.
- Esperamos haber sido de ayuda – comentó Harlan, satisfecho por cómo habían salido las cosas.
- Y que su SOLDADO no deba someterse a ningún comité disciplinario – una sonrisa socarrona invadió los pálidos labios de la turca.
- Eso espero yo también – respondió la capitana, devolviendo la misma mueca.
La mujer se dio la vuelta y volvió por donde había venido, dejando a los turcos en el pasillo con su desayuno enfriándose.
- Sé que pensabas que iba a hablar – anunció Yvette, sorbiendo su dulce cóctel mañanero con una pajita.
- Eso no es verdad – mintió Harlan, llevándose su café sólo a la boca.
- Claro que no, quería ponerte a prueba.


“Ambos iban enmascarados” había dicho la turca, sin embargo Jaune había podido describir a uno de ellos y la SOLDADO no tenía razón alguna para mentir, sin embargo, si sus hipótesis eran acertadas, aquellos dos turcos sí. A menos que se tratara de una macabra coincidencia, las piezas del rompecabezas iban encajando: el piso franco de Brenzov, el asalto al edificio Loble… no comprendía muy bien la relación entre los móviles de ambos asaltos pero saltaba a la vista que habían sido perpetrados por los mismos individuos, salvo por la inclusión en el último de uno o más miembros de apoyo… el grupo aún se estaba afianzando. ¿De verdad podía ser una célula independiente de Avalancha? Lo veía poco probable, el grupo ecologista no se interesaba por Black Ops, su “misión” era destruir los reactores de mako que proveían de energía la ciudad. Además, el “jefe” debía conocer muy bien lo que se cocía en Shin-Ra, no había errores en sus planificaciones y tenía objetivos fijos.
Quizá lo que más le perturbaba era la presencia del joven rubio, en realidad era la piedra angular de su hipótesis ya que daba sentido al resto de piezas. No podía ser otro, era demasiada coincidencia. ¿Balance?
Tenía ganas de llamar a Connor para saber su opinión, pero, primero: sabía que le diría que era imposible y que se estaba imaginando cosas, y segundo: no se sentía capaz de empezar otra vez una discusión y un intercambio de silencios incómodos.



Deemer Arsen esperaba cabizbajo en un banco al lado de la puerta con el letrero luminoso en el que se leía “Quirófano”. La luz del atardecer se colaba por los ventanales del estrecho pasillo, rebotando sobre la pared. Era una tarde especialmente apacible, a penas se oía ruido en las calles y el graznar de algunos pájaros se entrelazaba en el viento que soplaba gentilmente.
Alma llegó a su lado, cansada pero impasible, después de cuatro días sin dormir esperar un par de horas más no era problema. Las ojeras en ambos eran evidentes, así como sus ojos inyectados en sangre a causa del sueño. La mujer se sentó al lado de su compañero, sin decir nada, su mera compañía decía más que cualquier palabra.
Alban Weisz fue el siguiente en llegar, estrenando su uniforme de 2ª Clase. Se apoyó en la pared, con los brazos cruzados; tampoco dijo nada. La brisa mecía algunos mechones rebeldes que le caían sobre los ojos color musgo.
- No hace falta que estés aquí, Alban. Ve a descansar – le aconsejó Alma, sin intención de desmerecer la noble intención del chico.
- No es ninguna molestia, también es mi compañero.
Los 1ª Clase sonrieron. Hacia tiempo que no se encontraban a un novato con la mentalidad de un verdadero soldado.
El plácido silencio se impuso de nuevo, mientras el sol descendía lentamente.
Pasos desbocados se oyeron por el pasillo, como si un bégimo se hubiese escapado por el edificio, enseguida la escuálida figura de Ainsley Lebven se hizo presente, sudando, con la respiración entrecortada por el cansancio.
- ¡¿Qué ha pasado?! – exigió saber, fuera de sí – ¡Acabo de recibir el mensaje!
Alma hizo el amago de decir algo, pero Deemer la detuvo y tomó la palabra.
- Yzak Lebven ha sido herido de gravedad durante su servicio en Junon – reportó, fríamente, como si leyera un informe – Uno de los proyectiles de Arma le perforó el pulmón – Ley se echó una mano al rostro, incrédulo – Los médicos han conseguido estabilizarlo y su vida no corre peligro, pero…
- ¿¡Pero qué!? – el joven cadete empezaba a perder los nervios, caminaba de un lado a otro, revolviéndose y gesticulando.
- A causa del impacto sufrió una mala caída y su médula espinal ha sido dañada entre las vértebras C4 y C7.
El cadete veía por dónde iban los tiros pero se negaba a aceptar nada si alguien no se lo decía antes.
- ¿Eso qué quiere decir?
- Es posible que se quede paralítico – Alban completó el cuadro, también estupefacto. Hablar de las posibilidades hacía que las cosas adquirieran más realismo.

Ainsely perdió el control sobre las piernas, que temblaban furiosamente, y se dejó caer sobre la pared. Se apartó el rubio cabello del rostro, sin saber realmente lo que hacía, sólo quería hacer algo; sus ojos no veían nada, las lágrimas le ardían sobre la piel, cargadas de impotencia, furia y un tremendo sentimiento de injusticia kármica. Se derrumbó sobre el suelo, abrazando las rodillas con un brazo mientras que con el otro se agarraba fuertemente el pelo. El herrumbroso quejido que producía su respiración llenaba la sala.
Nadie dijo nada. ¿Qué podían decir, después de todo? El sentimiento de invulnerabilidad que producía mirar aquellos de ojos de mako no era más que un falso reflejo de la verdad, eran humanos después de todo, y cosas como estas les servían de recordatorio de su mortalidad.
Para Ainsely era especialmente difícil, siempre había visto a su hermano Ike como a una especie de superhéroe, no había nada que él no pudiese hacer. Había conseguido todo aquello que se había propueso: era SOLDADO 1ª Clase, nada menos. Aún era joven, pero el destino se había encargado de cercenar su futuro de forma horripilante, la muerte habría sido más benigna, pero el impedirle ser lo que más amaba: un soldado, un protector, era la peor de las suertes que se le podía desear.

La luz del letrero luminoso se apagó y en unos instantes el cirujano salió a la sala. La expresión seria, aunque los ojos se mostraban satisfechos.
- Está consciente, pueden ir a hacerle una breve visita pero no lo atosiguen, ha sido un día difícil para él. En unos minutos le llevaremos a la unidad de cuidados intensivos.
Ley se levantó de súbito y arrolló al médico, quien, una vez recuperado el equilibrio, entró tras él. Ninguno de los SOLDADO hizo el amago de moverse. Era el derecho del hermano menor ser el primero. Ellos esperarían.

martes, 15 de julio de 2008

125

La música impactó en sus oídos con tanta potencia y brusquedad como la oleada de calor que de súbito comenzó a calentar sus entumecidos huesos y sus ojos, llorosos por el humo y la carga del ambiente, saltaban de un rincón a otro de la discoteca, atestado hasta mas no poder de gente, que saltaban y bailaban unos con otros al compás de la música. Sonrió, complacido. Desde luego la fiesta estaba cumpliendo con las expectativas. Esa tal Isabella había hecho sin duda un gran trabajo con los preparativos, el Tower of Arrogance volvía a brillar, y bastante mejor que cuando lo hacía meses antes de esa maldita redada, dejándolos todos sin diversión… algo que desde luego ya de por sí era difícil de igualar.

Sacó su celular y miró la hora, reflejada en la pantalla verdosa del aparato.

“Las doce… ¿dónde diablos se habrán metido?” pensó, nervioso. Llevaba media hora esperando a su novia y a esa amiga suya que tan pesada era… y cuyo nombre nunca lograba recordar.

Se quedó asó unos segundos, mirando ausente el teléfono, para que luego, tras encogerse de hombros, se dirigiera a la barra.

- ¿No te vas? – le preguntó Belain a su compañera. Podía ver los oscuros y enmarañados rizos moverse al son de sus dedos, los cuales, ágilmente, saltaban por el teclado de un resorte a otro, lanzando constantes y débiles traqueteos y enviando complejos códigos al superordenador de Shinra, mostrados en calve cifrada en la amplia pantalla que complementaba la perfecta máquina.

Estaba tan ensimismada en su trabajo que ni siquiera escuchó la voz de la chica.

- Marianne… ¿Me estás escuchando? – repitió mas alto, captando así su atención.

De súbito se giró su silla, observándola atentamente con sus entrecerrados ojos(o lo poco que se podía apreciar de ellos, ya que gran parte de su frente y cejas estaban ocultos tras unos largos y lisos flequillos).

- ¿Qué? ¿Qué dices Belain? – dijo, acelerada, como si esa interrupción estuviese robando un tiempo muy preciado para ella.

La chica respiró hondo y cerró los ojos, cansada.

- Marianne, son más de las doce de la noche... ¿No crees que es hora de darle un respiro al programa…? Además, mi nene me está esperando…

El sonido de las teclas la obligó a abrirlos de nuevo. ¡Otra vez! ¡Había vuelto a hacerlo como en los cinco intentos anteriores!

- ¡Marianne! ¡Estoy…!

La chica alzó la mano en señal de silencio.

- Estoy segura de que lo tengo.

- Siempre “lo tienes”. La ingeniería genética requiere su tiempo… vamos, déjalo ya…

Marianne ya no escuchaba de nuevo, sus dedos eran los únicos labios que daban respuesta a las exigencias de su compañera.

Resopló de nuevo. No había solución.

Encogiéndose de hombros, se volvió y atravesó la puerta de la oficina. El silencio gobernaba en la IGSSA (Ingeniería Genética de Shinra S.A), subcategoria del departamento cientififico de Shinra, era un conjunto de oficinas encerradas en un alto edificio de la placa superior con un objetivo común: analizar el ADN humano, y la verdad es que sin esa empresa la mayoría de los avances genéticos no habrían sido posibles y muchas de las cualidades SOLDADO se las debían a ellos.

Belait se apoyó en una de las múltiples cristaleras, observando así toda Midgar (tal era el tamaño del edificio que el único que le hacía sombra era la gran CONSTRUCCION DE SHINRA, el edificio desde donde Rufus Shinra oteaba su imperio).

“Tanta ciencia para modificarnos a nosotros mismos y ni siquiera hemos sido capaces de detener lo más básico del mundo”

Cualquiera que escuchase a esta chica pensaría que hablaba de METEORITO, que se alzaba expectante en el cielo, pero nada más lejos de la realidad. Su mirada no mostraba el más ínfimo interés por el meteoro, sino que posaba su mirada en algo que se situaba a mucha menos altura: Los suburbios, la placa inferior. La gente se mataba allí, moría de hambre y otras causas innaturales. Sin luz solar, sin aire puro… ¿Y todo por qué? ¿Por el poder? ¿Materia…?

Negando con la cabeza alzó una mano hacia la caja de interruptores generales, los cuales controlaban la electricidad de la planta. Miró su reloj.

“Las doce y cuarto. El ordenador ya habrá realizado la copia de seguridad automática”

Colocó el dedo índice sobre el ICP y acto seguido le propició un leve empujoncito hacia abajo.

El agudo grito de su compañera le arrancó una sonrisa en sus sonrosados labios.

- ¡Casi lo tenía! ¡Casi lo tenía! –gritaba Marianne mientras manejaba con total habilidad su Shin-Ra Sahagin, descapotable, con unos retrovisores decorados graciosamente con cuadritos negros y blancos, cual tablero de ajedrez. Su voz estaba apagada (a pesar de sus gritos) por el viento que golpeaba su cara, ya que tenía la capota quitada y, para qué mentir, la velocidad que llevaba.

Miraba de vez en cuando a su copiloto, que se limpiaba sus redondas gafas. Al verla hacer esto, frenó en seco en medio de la carretera, obligando a sus cuerpos a echarse hacia delante por la inercia.

- ¡Casi lo olvido!

Se quitó el cinturón y comenzó a rebuscar en los asientos traseros, sobre los que habían dos grandes mochilas. En éstas guardaban sus uniformes y la ropa que se ponían tras la plácida y calentita ducha que se daban en los vestuarios del trabajo. Como siempre solían salir las últimas (lógicamente por culpa de Marianne) no tenían que hacer cola ni recibir las quejas de compañeros de trabajo, lo cual se agradecía enormemente…

- ¡Ajá! ¡Aquí está!

Sacó una cajita de madera y la abrió. Dentro había un curioso piercing de exóticos colores metálicos. – Como en el trabajo no me dejan… -dijo con voz inocentona, mientras se lo colocaba bajo el labio inferior, a su izquierda.

- Bueno que… ¿Nos vamos a la fiesta? – dijo, sonriendo.

- ¿¿Ahora?? ¿¿En serio?? ¡¡No me digas!! – exclamó con sorna su compañera.

- ¡Claro que sí!

- Hace más de media hora que tendríamos que haber llegado…

- No te preocupes, la noche es joven, imagino que esa fiesta no terminará hasta las seis… o las siete incluso… bueno, da igual. ¡Que por unos minutos no se va a acabar el mundo, chica!

Inquisitivamente, Belain miró al cielo. La gran roca brillaba expectante en el cielo…

Encogiéndose de hombros se recogió su rubia cabellera. Lo de ella era incorregible…

El coche volvió a ponerse en camino, dirección los suburbios.

Apenas habían pasado diez minutos cuando las callejuelas del sector 4 comenzaron a asomar en el final de la carretera. El ruido de los vehículos, el barullo de individuos amontonados con cara de bobos ante un escaparate… pesar de ser una hora tan avanzada de la noche, la gente seguía tirada en las calles.

- Oh, me encanta el ambiente de este sector. Ni muy pijote ni muy sucio. Algo intermedio.

“Intermedio… lo dirá por el numero, porque a mí me parecen todos iguales… igual de pobres y sucios”

- ¡Ey, paremos aquí!

Dio un volantazo desprevenido, cambiando de súbito la dirección del coche y “aparcándolo” entre dos contenedores grandes de basura. Las ruedas chirriaron a lo largo de las calles del sector, arrancando miradas inquisitivas a algunos curiosos que pasaban por allí. Luego, al ver que no era nada importante salvo una loca al volante, se encogían de hombros y seguían con su camino.

- ¡En marcha! – dijo, saltando del coche literalmente. Su compañera, sin embargo, optó por la educación y se limitó a abrir la puerta.

A lo lejos, mas allá de lo que era la zona urbana, se podía escuchar el retumbar de los subwoofers de una macrofiesta que tan sólo acaba de empezar.

Marianne abrió silenciosamente la puerta de su lujoso piso en el sector 5. Vivía en un tercero de un edificio de diez plantas y la tranquilidad y paz que se respiraba en el ambiente denotaba la calidad del barrio en el que se situaba.

Lentamente, entró por la rendija y la cerró, realizando un leve ruido metálico. Echó el pestillo y se encaminó hacia dentro. Las losas de madera que formaban el suelo crujieron bajo el peso de sus botas y las luces se encendieron de forma automática al percibir su presencia.

Ya despreocupada por el ruido, que más bien era importante fuera, no dentro, caminó normalmente, atravesando el hall.

A su izquierda estaba el amplio salón, decorado con bonitos cuadros y gran televisión panorámica. El color de las paredes era de un tono madera alegre y en una zona cerca del comedor, a la izquierda, había un precioso piano de cola, echo de madera caoba y barnizado con una leve y fina capa de pintura marrón, que conservaba el tono de la madera prima de que estaba formado.

Siguió hacia el fondo, sin entrar en el salón, para dejar la cocina a su derecha y entrar de lleno en su dormitorio, que más que dormitorio, recordaba a la casa de aquellos muñecos que daban las buenas noches a los niños de toda Midgar, ya que la habitación estaba totalmente saturada de entidades esponjosas, de algodón, tela y demás materiales. Osos, serpientes… toda una gama de peluches era la principal jerarquía que gobernaba su cuarto.

Tiró la mochila al azar, según cayera, en el suelo, y se tumbó pesadamente en la cama, la cual lanzó un leve crujido. Los flequillos le ocultaron sus ojos, los cuales ya estaban cerrados para entonces. Ajena a todo esto, Marianne no se enteraba de los mucjos problemas a los que se debería enfrentar, ya que, en un rincón del escritorio y oculto tras una montaña de dibujos científicos (nucleótidos, genes, mangas, cálculos matemáticos…) su ordenador portátil se había puesto en marcha y en ese momento recibía unos datos. Datos de un nuevo espécimen… un nuevo experimento… un tal Egal Hart.

sábado, 5 de julio de 2008

124

Hoy, estimados lectores, se me ha permitido ver un acto épico. Ante mis ojos, un titán, henchido de justa furia y orgullo, ha descendido a la arena de lucha. Es un hombre silencioso, observador y capaz de irradiar una fuerza tranquila y a la vez abrumadora, como las montañas o los océanos. Su voluntad de acero se impone sobre los límites de la resistencia humana, y sus combates son la prueba de ello.
Ese hombre es un luchador, uno de los últimos de una estirpe cuyos valores se hayan en su hora más oscura, en estos tiempos de egoísmo y depredación. Él es egoísta, pero en una forma superior, como una especie de orgullo, y es este orgullo el que le mueve a alzarse sobre sus desafíos. Es el orgullo y la fuerza, la voluntad de no caer nunca y ante nada lo que hace que se levante una y otra vez.
He visto a este hombre saltar al foso una y mil veces, noche tras noche, mientras yo tomaba un café y escribía notas sobre mi próxima columna, o durante mis malos momentos, buscando consuelo en el acogedor y cálido fondo de una botella de licor.
Él siempre quería entrar el primero en la arena, no para ser el primero en recibir el calor del público, sino porque ansiaba luchar. Como los guerreros de antaño, este hombre vive cada segundo de su vida a la espera del momento del combate. No es una persona violenta, ni agresiva, sino ansiosa de ponerse a sí mismo a prueba.
Tras un leve saludo para sus seguidores, separa los pies, flexiona levemente las rodillas y alza los puños, interponiéndolos ante su adversario. Luego agacha la cabeza y se defiende. Así es como luchó siempre, encajando cada golpe, lanzado por sus rivales o por la propia vida. Con una exhalación, tensando los músculos de la zona que lo vaya a recibir, recibe el impacto sin apenas verse desplazado por él. El símil entre la lucha sin reglas y la vida es muy fácil, pero también muy cierto, y nuestro guerrero protagonista encaja un golpe tras otro con paciencia y abnegación, esperando.
Cuando en esa inmisericorde lluvia de ataques se cansa y vacila, el momento ha llegado, y el titán, magullado pero erguido ataca. Su puño estalla en su oponente como el oleaje durante las tormentas, como el martillo de los dioses azotando la tierra. Un golpe nacido desde el impulso de sus pies, en contacto con el suelo del que parece obtener su fuerza, como los gigantes mitológicos, avanza por todo su cuerpo hasta sus nudillos, su codo, su rodilla o su cabeza, que con este estallido inicial hacen temblar al oponente, derribándolo incluso. No fueron pocas las veces en las que le he visto lesionar a hombres así, rompiendo huesos o causando peligrosas contusiones.

A lo largo de todo este tiempo, este hombre ha permanecido imbatido en todos los combates en los que ha tomado partido, y esto se ha resentido en las apuestas. Nadie quiere arriesgar su dinero apostando contra un oponente invencible, así que la organización decidió dar interés a sus combates. Derrotar a varios oponentes consecutivos, o incluso a la vez fueron sus siguientes desafíos, que encaró con el vigor de una fuerza de la naturaleza, y superó con su orgullo y voluntad de salir siempre adelante. Incluso pusieron un límite de tiempo a sus combates, obligándole a cambiar su estilo de lucha, resistente e incansable, por uno más expeditivo y violento. La imbatible montaña se convirtió en la furia del océano embravecido, y la violencia de las tormentas. Lanzó golpes rápidos con los que tantear y confundir a sus rivales, abriendo un hueco por el que lanzar su aplastante ofensiva, y aprendió en el judo las artes del derribo y la inmovilización. Si te agarraba, ibas a caer. Si te derribaba, ibas recibir golpes capaces de derribar los pilares de esta ciudad, y si aferraba bien alguna de tus articulaciones, la decisión sería simple: ¿Fractura o rendición? ¿Ser derrotado o quedar tullido de por vida?
Sus combates empezaban encajando golpes, y finalizaban casi siempre con la misma secuencia: Agarre, tirón, barrido y caer aplastando con su codo la cabeza del rival. Sus admiradores lo bautizaron como “La caída del indigno”. Así como es el poder y la furia, es la calma, la paciencia y la comprensión. Este hombre es mi amigo. En mis momentos de mayor desesperación, estuvo allí, escuchando mis delirios etílicos y leyendo cada uno de mis artículos. Conté siempre con su apoyo, su presencia y su desinteresado afecto, y uno de mis mejores recuerdos sobre él siempre será verlo sentado a mi lado, brindando conmigo por una reciente victoria, con una sonrisa de satisfacción, con el rostro machacado a golpes, la nariz rota y el labio partido, y el orgullo de que su rival no se despertará hasta dentro de unas cuantas horas. Su reciente melena y su barba le dan un aspecto tribal y agresivo, y sus colosales proporciones, por encima de los dos metros de altura y de los ciento diez kilos de músculos y huesos le dan la imagen del titán que es en realidad. Pero a diferencia de sus rivales, yo conozco también la calidez de su sonrisa y he visto como esos nudillos pétreos, que parecen forjados a martillazos y esos dedos gruesos y fuertes acariciaban a la mujer amada, o tendían una mano al amigo caído.
Además de fuerte, tiene esa forma de inteligencia que tienen los animales: Sabe con solo ver un combate quien va ganando y quien no, más allá de lo aparente. No es un hombre de ciencias, ni de letras, sino de vida. Conoce cuando la situación está tensa y cuando va a pasar algo. Con un vistazo rápido puede saber cuando una persona está tranquila, cuando no, y cuando va a suceder algo drástico. Es la forma más perfecta que he visto nunca de eso que el cine, la televisión y la literatura barata llaman “instinto”.

En el mundo de los combates ilegales, ser imbatible es un mal negocio, ya que, como ya dije, muy pocos apuestan contra algo seguro. A medida que su reputación crecía, sus ganancias iban a menos, hasta que finalmente, el luchador invencible se encontró con un ultimátum: Caer o dejarlo. Si no perdía nunca, nadie apostaría contra él, y no sería rentable, así que sus días en la arena habrían llegado a su fin.

Ayer, ese hombre, con algunas magulladuras leves, se puso en pié al finalizar el combate. Su rival no fue capaz, conmocionado, con la nariz y la mandíbula rotas. Erguido, se volvió a vestir su sencilla camiseta y cogió su cazadora de tela vaquera, y sin mirar atrás, abandonó el local donde se celebraban los combates entre aplausos y ovaciones. El público no sabía que su ídolo acababa de terminar su último combate, y contaba con verlo allí la noche siguiente, listo para luchar para su disfrute una vez más.
Cuando se fue, iban con él su hermano, su novia y sus amigos, y yo, tengo el orgullo de haber estado en ese pequeño e íntimo círculo.

King Tomberi (Kazuro Kowalsky)








El teléfono sonó, e Isabella sintió una mezcla de tensión y alivio cuando cogió la llamada, mientras desayunaba en el salón de su casa, algo de café y rosquillas, vestida con un albornoz de seda violeta.

- Hola... – Dijo una voz cansada al otro lado de la línea. – Acabo de leer el artículo de Kazuro.
- ¿Te gustó? – Preguntó ella, con una sonrisa.
- Si. Siento mucho no haber podido estar allí, pero confía en mi: Era un compromiso muy importante.
- No hace falta que digas nada... Lo entendemos, aunque es una pena.
- ¿Y Henton? ¿Sigue durmiendo?
- Como un tronco... Me ocupé de cansarlo del todo cuando llegamos a casa.
- Eres lo peor, Izzi... – Rió la voz al otro lado del teléfono, pero luego, al callarse, su silencio adquirió un matiz serio, casi fatalista - ¿Iván no dijo nada? – Iván Quouhong era propietario del Foso. Un hombre de aspecto brutal y reputación peor. Se decía que tenía contactos con la mafia local, y que varias veces, algunos luchadores del Foso habían trabajado para él cobrando deudas o ajustando cuentas.
- Nada. Permaneció en su oficina, viendo en silencio como Henton aplastaba a su nueva promesa y no dijo nada. Sin embargo, supongo que mantendrá su palabra. Henton nunca volverá a saltar al foso.
- Yo creo que habría cedido... Quouhong es un tipo peligroso. En fin: Me voy a dormir. Dile a Henton que estoy orgulloso de él. Ha sido admirable.
- Gracias, Rolf. Cuenta con ello. Hoy cuento contigo, ¿no?
- ¡Por supuesto! ¡Ya sabes lo que pienso de las fiestas!


Acabado su desayuno, Isabella, orgullosa mujer de la familia Sciorra, se vistió en silencio en su dormitorio, mientras Henton dormía. No roncaba, pero dado su gran tamaño, su respiración era pesada y sonora. Antes de salir, besó suavemente las yemas de sus dedos y con ellas deslizó una caricia sobre los nudillos de su novio.

Su casa estaba situada en el sector 6, sobre la placa. Era un loft construido uniendo las viviendas de todo su piso, un noveno, en uno de los mejores barrios del sector. Henton vivía con ella desde hacía meses, cuando la banda de los Dragones de Neón fue disuelta, a causa de un joven tiburón empresarial de Shin-Ra ansioso de seguir la moda de tener a renegados y gente al margen de la ley como guardaespaldas. Logró llevarse a la mayoría de sus hombres mediante una chequera y la presencia de dos amenazantes ex-Soldados. Ellos se habían negado, pero cuando salieron las armas a relucir e Isabella prefirió verlos partir antes que verlos morir. Aún así, dos de sus compañeros acabaron bajo tierra y un tercero nunca volvería a andar, y Doran, orgulloso y aventurero, emprendió a los pocos días un viaje en moto alrededor del mundo. Isabella nunca sale de casa sin llevar la pañoleta que este le regaló ese día.
Hoy, sin embargo, se reuniría de nuevo con la mayor parte de su banda. El joven y próspero empresario llevaba meses desaparecido en extrañas circunstancias y sus hombres habían vuelto a estar desempleados. Formarían un buen cuerpo de seguridad para sus planes.
Vestida con un traje de raya diplomática y zapatos de tacón, era una imagen extraña, llevando su gastada cazadora de cuero por encima, el casco y recorriendo la ciudad a lomos de su potente Blackracer de seiscientos cincuenta centímetros cúbicos. De esta guisa, descendió hasta los suburbios, hasta los límites urbanos del sector 4. Allí aparcó su moto frente a una impresionante nave industrial reconvertida en macro-discoteca que había sido prácticamente devastada durante una redada que acabó a tiros meses atrás. Incluso Turk y Soldado tomaron parte en el asunto. Sin embargo, si conoces a la gente adecuada, puedes asegurarte de saber antes que nadie cuando ese local decomisado va a subastarse y con quien tienes que hablar para asegurarte de que tu oferta en sobre cerrado será la elegida, al margen de lo que vayas a pagar por el local. Durante meses, Isabella había estado trabajando en la reconstrucción del local, dotándolo de una forma interior de teatro, con un gran escenario, cuatro pisos abiertos al público y un quinto reservado para vips. Decorado con estatuas, imágenes de condenados, demonios, ángeles caídos, monstruos y dioses en las paredes, y dedicado al ambiente oscuro, gótico y fetichista que tanto había fascinado a Isabella desde su niñez. Lo malo es que también se le llenaría de niñatos adictos a la moda del Faust Metal, y tendría que satisfacer su demanda, pero era un mal necesario. Tenía un pequeño ejército de camareros, matones y proveedores en nómina, y en los círculos de pubs y discotecas de la ciudad, se hablaba de esta misma noche, en que se celebraría la inauguración de la sala Tower of Arrogance, nombre elegido como saludo a su propia familia desde su encantador papel de hija díscola, reforzado con la presencia de un nido de víboras en el letrero de la entrada del local. En su intimidad, Anselmo Sciorra, el siniestro patriarca, había aplaudido la osadía de su sobrina favorita.

Fue un día agotador, ultimando preparativos. Había que asegurarse de que todas las barras estaban bien surtidas, y de que los camareros sabían hacer bien su trabajo, pero como siempre, tenía que haber el típico torpe o la habitual patosa a los que contrataron solo por ser guapos. Entre sus antiguos pandilleros hubo quien puso problemas al uniforme, un traje de etiqueta, pero al final entraron en razón. Si aún trabajasen para ese bastardo misteriosamente desaparecido, además del traje, tendrían encima a esos ex-Soldado. Además de eso, habría varios asistentes, sobre todo en la zona vip, vestidos al estilo del local. Todo un despliegue de gastos, pero había conseguido que la ceremonia de apertura fuese todo un evento, en esta Midgar bajo la amenaza del Meteorito.



Henton llegó por los pelos. La zona vip aún no estaba abierta, y allí decenas de personas ultimaban preparativos. A un lado de ella estaba la oficina desde la que Isabella iba a controlar todo el local, y allí era donde le habían dicho que estaría. El cuarto en cuestión estaba compuesto totalmente de cristal negro reforzado. Desde fuera no se vería más que una estructura oscura, con una gran lámpara de araña colgando de él, pero desde dentro, uno podía contemplar todo el local como si estuviese colgado del propio techo. Allí había un perchero, un gran escritorio de roble negro, con dos cómodas butacas frente a él y una de esas amplias y cómodas sillas, con un gran respaldo. Henton nunca había conocido su nombre, así que las llamaba “sillas de jefe”. Allí estaba Isabella. Tenía sus pies, enfundados en unas botas con tacón que se prolongaban hasta sus bien torneados muslos, y vestía una especie de disfraz de jefe de pista de circo, con una especie de body carmesí, cubierto por una chaqueta del mismo color, con detalles en dorado y una especie de gargantilla de seda violeta ceñida a su cuello. Prácticamente era una especie de súcubo, deseable y sensual. Sobre la mesa reposaban un sombrero de copa, de seda negra, unos guantes de cuero del mismo color y algo que dio escalofríos a Henton: Un látigo. Habría hecho un chiste, pero la situación no era propicia. Isabella tenía el rostro fruncido en un gesto agresivo y a la vez expectante, pero no lo miraba a él. Entonces reconoció al hombre sentado en una de las butacas, por la cicatriz que cubría el lado derecho de su calva cabeza, por encima de la oreja, y que finalizaba en un ojo cuyo iris había perdido el color, siendo de un gris blanquecino y sucio, con el que Iván lo miró, volviéndose.


- Hola, Henton... – Digo Iván Quouhong, levantándose con una sonrisa que retorcía sus facciones. – Ayer te fuiste sin tan siquiera despedirte. Fue muy poco agradable por tu parte...
- ¿Qué quieres, Iván? – Preguntó el luchador, preparándose para entrar en liza en cualquier momento.
- Llevo media hora preguntándole eso. Las puertas del local se abrirán en 10 minutos, y aún hay que echar a sus matones.
- Mis “matones”, como tu los llamas, solo están aquí para asegurarme de que tenemos esta conversación.
- ¿Asegurarte de...? ¿Pretendías irrumpir por la fuerza si no te dejase entrar?
- Tienes quince moteros contigo, mujer. – Dijo con su ronco acento el propietario del Foso. - ¿Crees que soy estúpido? ¿Crees que me voy a presentar solo?
- Yo lo haría... – Dijo Henton
- Y yo te echaría a patadas de mi local usando a mis matones. Se que probablemente tres o cuatro no volverían a andar, pero tu tampoco. – Dejó claro Iván, levantándose.

A sus cuarenta y ocho años, era tan alto como Henton, e igual de corpulento. Su presencia era intimidante, como la de una bestia feroz. Tenía fuerza de sobra para matar a un hombre con sus manos desnudas y sabía como usarla. La respuesta de Henton fue dar un paso adelante para encararlo, lo cual preocupó a Isabella. A escasos minutos de la inauguración, una pelea en su oficina entre esos dos no era lo más deseable.

- Siéntate, Henton. – Dijo, señalando hacia la otra butaca. – Tengo una pregunta para ti. – Nuevamente, tanto el acento como el amenazante lenguaje corporal de Quouhong incitaron al luchador a estar preparado para encajar un golpe en cualquier momento, pero aún así, no opuso resistencia.
- Dime...
- ¿Y tu? – Se giró hacia Isabella. – ¿No tienes cosas de camarera que hacer? ¡Esto es una conversación de hombre a hombre!
- Mi despacho, mi local, igual a mi presencia. Si no te gusta, puedes irte, y llevarte contigo a todas esas cucarachas que están molestando a mis chicos en la planta baja.
- Di lo que sea... Ella se va a enterar ahora o cuando yo se lo cuente luego. – Dijo Henton, intentando atajar una posible discusión, aunque encontró muy optimista ese “luego”.
- Bien... – Pareció suficiente para Iván, aunque fue raro para sus interlocutores verlo claudicar. – Pregúntate ahora porqué luchaste ayer contra quien luchaste: Voronin.
- ¿Voronin? – Preguntó Henton, recordando al tío al que había noqueado. – Es de los mejores, pero tampoco fue...
- Voronin es el segundo mejor, después de ti. – Sentenció Quouhong. – Y el de ayer, para ser un combate entre los dos mejores luchadores del foso, no tuvo la emoción ni el espectáculo que se esperaba.
- Lo siento... – Dijo Henton, encogiéndose de hombros. Fue evidente que no lamentaba nada en absoluto.
- Mira, chaval. Siempre que alguien me dijo que no se iba a dejar caer, fue fácil saber como resolverlo, y lo viste más de una vez.
- Si: Te plantas tu mismo y lo destrozas. – Respondió el joven luchador. – Lo que no se es por que no lo hiciste ayer.
- ¿Tu me habrías dejado ganar? ¿Aunque te hubiese amenazado con que si me tocabas, mis chicos te partirían en dos?
- Nunca... – Isabella se sintió orgullosa de su novio en ese momento, pero Iván hizo lo que menos se esperaba de él: Sonreír.
- No salté a la arena, porque, si bien quedé un poco mal cuando te fuiste sin más, peor habría sido que me hubieses partido la cara delante de todo el mundo, sin embargo, deberás cumplir tu castigo: No volverás a luchar en el foso nunca más.
- ¿En que estás pensando? – Preguntó Henton.
- Estás en deuda conmigo, chaval. Ha sido un feo muy grande irte así, cuando te estuve manteniendo en nómina a pesar de que tus combates acababan causándome pérdidas. Ahora vas a seguir trabajando para mí.
- ¡No seré tu matón!
- ¡Si que lo serás, pero no como esa morralla que está ahí abajo! – Dijo señalando a través del suelo transparente. – Voy a apadrinarte para que entres en la liga privada.
- ¡¿Qué?! – El grito de Isabella se adelantó al de su novio: La liga privada era el escalafón inmediatamente anterior a los combates a muerte en los que Isabella había tomado parte durante su adolescencia, de los que Ukio ostentaba el título de campeón. En cada evento se cruzaban apuestas millonarias, y la brutalidad era la misma que en los combates en el foso, solo que aquí no luchaban pringaos sin formas mejores de ganarse la vida, sino auténticos profesionales entrenados para despedazar un Begimo con sus propias manos.
- Así es.
- Pero... ¿De verdad te puedes permitir pagar si pierdo? – Preguntó Henton, abrumado.
- No... Pero no perderás. Eres el mejor luchador que se ha visto en el Foso desde Puño de Hierro.
- ¿Y que fue de Puño de Hierro? – Preguntó Isabella, suspicaz. Iván se giró y la miró de reojo, sonriendo.
- Que se retiró, y se convirtió en mi.





- ... ¡Así que sed bienvenidos, hijos bastardos de la noche!

La multitud entera rugió en respuesta, alzando sus copas, puños, cuernos o saludando de cualquier otra forma, mientras la propietaria se retiraba, dando paso al primero de los grupos que iban a actuar esa noche. El Tower of Arrogance estaba lleno hasta la bandera. Mientras tanto, Henton, desde las balconadas del cuarto piso, que daban a la barra, vivía la fiesta junto a sus amigos. Estaba agradeciendo a Kazuro su columna sobre su último combate en el foso, con aire distraído. En su mente solo había sitio para dos cosas ahora. La primera era apoyar a Isabella en esta empresa en todo lo posible. La segunda era el régimen de preparación que empezaría al día siguiente, tan brutal como el instructor que lo iba a impartir.