viernes, 9 de agosto de 2013

226

A pesar de los días transcurridos tras la confesión de su despido las cosas no iban mucho mejor en casa de Elliot. La relación con Marie se había vuelto tensa. No discutían, pero el científico casi habría preferido eso al silencio que seguía y que remarcaba cada cosa que se dijeran. Marie estaba ofendida, y sumamente decepcionada. Comprendía por lo que estaba pasando su marido, pero al mismo tiempo se sentía herida. En una relación que casi podría tildarse de perfecta, aquel era el primer golpe serio, y Elliot no tenía del todo claro cómo arreglarlo. El enfado de ambos (tanto el justificado de ella como el arrebato de él) había pasado, sí, pero le iba a costar mucho recuperar su confianza.

Elliot maldijo, no por primera vez, ser capaz de manipular la corriente vital en un laboratorio y al mismo tiempo ser incapaz de arreglar su matrimonio. Su trabajo no había sido perfecto, pero sí su habilidad para llevarlo a cabo. Su matrimonio sí que había ido a las mil maravillas, pero ahora quedaba claro que sortear aquella situación no era tan sencillo como ajustar un colector de salida de mako.

Por eso, al igual que antes de contarle su ignominiosa marcha de las oficinas de Shinra, ahora pasaba bastante tiempo fuera. Concretamente, en cualquier bar que tuviera hueco suficiente para un fracasado más con ganas de ahogar sus problemas empujándolos a unos rápidos de alcohol. Para un bebedor ocasional como Elliot esto era bastante fácil. A veces bebía cerveza en casa, para acompañar a la cena o por puro capricho, y los únicos días que tenía costumbre de tomar algo más era cuando quedaba con sus viejos amigos de la universidad. Así que cuando terminó de cogerse la borrachera había ahorrado mucho en tiempo y dinero en relación a otras personas más resistentes al alcohol. También consiguió una preciosa resaca, que le pareció la cosa más dolorosa e intensa que cualquier enfermedad o herida que hubiera tenido hasta la fecha.

Marie no dijo nada al respecto de sus ausencias. La situación no era de su agrado en absoluto, pero ¿qué podía decir? Seguía haciendo el día a día como de costumbre. El dinero entraba en casa gracias a su labor de redactora, con lo que había bastado con suprimir un par de cosas superfluas para compensar gastos domésticos. En cuanto a Elliot, ni se preocupaba ya por el dinero. No tenía ganas de ponerse a buscar otro trabajo. Además, ¿para qué? Con el Meteorito brillando sobre sus cabezas, sus pensamientos tenían un tinte aún más fatalista. Cualquier cosa que se le pasara por la cabeza, tanto buena como mala, se convertía en una trivialidad al lado de la gran bola de fuego. Y la resaca no se le sacaba de encima esas ideas. Para alguien racional que se servía de la mente para casi todo, era lo mismo que la invalidez.

Durante una de sus visitas a la Tower of Arrogance se encontró con Sigurd y Ranier, dos de sus viejos compañeros, que acababan de dejar la zona VIP del local al terminar un concierto. Hacía cerca de una semana que no los veía. El único contacto con la panda en ese tiempo era la llamada de Edmond. Ed sabía quedarse callado, y lo hacía, pero sólo cuando se acordaba de ello.

Como esperaba, no había tardado ni una hora en comentar los detalles de su confesión (los que Elliot le había contado, claro, sumado a sus propias impresiones y conjeturas) tanto a Sigurd como a Ranier. El primero estaba visiblemente preocupado. A Ranier, cuya cara solía permanecer siempre seria, se le notaba interesado. Sus reacciones no solían ser lo que se dice entusiastas, pero era bueno escuchando, justo al revés que Ed.

- Prolongar la agonía de la confesión sólo os habría supuesto más dolor en llegando el temido momento. Creo que has hecho bien – manifestó con su manía de hablar a la antigua.
- Claro, no iba a poder ocultárselo toda la vida. ¿Qué otro remedio me quedaba?
- Ninguno sincero, amigo mío. Ninguno sincero.
- Lo que no me gusta es que hayas decidido darte a la bebida. Si lo hubieras hecho en la universidad o con motivo de una cena sería otra cosa, pero así... Esto no te está sentando nada bien. Mírate. ¿Cuánto tiempo llevas en este estado? - le reprochó Sig.

En honor a la verdad cabe destacar que, junto al atildado y flemático Ranier, o el trajeado y apuesto Sigurd, Elliot parecía aún más desaseado en su ropa de calle. No se había preocupado de peinarse o afeitarse, y el rebelde cabello castaño estaba a su aire. La camisa blanca estaba arrugada, como si la hubiera estado usando varios días seguidos.

- ¿Qué te piensas? Sólo he tenido una pequeña borrachera, eso es todo. No es como si fuera alcohólico – dijo hoscamente.
- Puede ser, pero tú nunca has sido de darle a la botella, y que lo hagas no me parece buena señal.
- ¡Para señales estamos! ¿Quieres una señal? ¡Mira al cielo! Hay una señal preciosa, roja como un bom de miles de toneladas. Tranquilo si ahora la ves mal, no tienes por qué preocuparte… ¡porque se verá mejor conforme se acerque! – estalló. Ni Sigurd ni Ranier se lo tomaron a mal, ni tampoco se contagiaron con su pesimismo. Elliot estaba en el bar desde antes de que llegaran y el alcohol ya empezaba a obrar su efecto.
- ¡Oh, deja que Shinra se encargue de eso! Si por problemas fuera, también Arma lo es, uno bien grande, y no te veo despotricar sobre él. De todos modos, ¿no crees que si el cañón de Junon está aquí ahora puede ser precisamente para destruir ese pedrusco?
- Sigurd lleva razón en esto: le das muchas vueltas al majador, pero los únicos ingredientes que en él viertes son los pasados, los malos y los que están más allá de tu alcance. En lugar de tomar como propios problemas a los que no puedes poner coto y de los que no gastas responsabilidad, deberías centrarte en lo que puedes atajar – apuntó Ranier.
- Ya… ¿Y qué sugieres? – preguntó hoscamente. Sin embargo, fue Sigurd el que contestó.
- Para empezar, estaría bien que te saques de encima todo el asunto del despido, de Marie, y de Meteorito y Arma, y cualquier cosa que no puedas arreglar tú mismo. Lo que más necesitas es una ducha, un afeitado y algo de ropa decente. Después, cuando empieces a ser persona, podrás ponerte a buscar un trabajo. Tienes estudios y un buen currículum, algo te saldrá. Apuesto a que en cuanto Marie te vea de nuevo volver a tu antiguo tú, se lleva una alegría.
- Te olvidas de algo: esos estudios y ese currículum están especializados en el trato de materia y energía mako. Y Shinra ahora tiene paralizados unos cuantos de sus departamentos por culpa de ese dichoso cañón y su parafernalia. ¿Qué otra empresa conoces que trabaje con mako, Sig?

El administrativo abrió la boca dispuesto a responder, pero no dijo nada. La lógica de Elliot, aunque apestase a alcohol, era correcta. Claro que si se lo proponía encontraría trabajo, le pasaba a mucha gente. O así debía ser, porque era una frase que se escuchaba mucho entre otros técnicos de Shinra que habían recibido la patada de sus respectivos departamentos. Los tres se enmudecieron durante unos minutos, en los que no hicieron nada salvo beber en actitud pensativa y mirar fijamente la barra o ese punto tan atrayente que se encuentra más allá de todo lo que se tiene delante y que nadie más ve. En eso, Ranier giró la cabeza y miró a Elliot.

- ¿Qué hay de ese innovador industrio tuyo?

Elliot le miró sin comprender.

- ¿Qué pasa con eso? - inquirió volviendo a beber.
- ¿Aún tienes el proyecto, no? Si mal no recuerdo, no llegaste a alumbrarlo.
- Sabes que no – admitió –. Leman no quiso oír hablar de ello. Ya os he contado cómo es para con las cosas nuevas.
- ¿Y qué hay de construirlo tú mismo? Que sepamos, nunca llegaste a construir un prototipo de tu creación – aseveró. Sigurd le giró para mirar a su serio compañero. Creía saber por dónde iba Ranier.
- ¡Claro que no! Costaría demasiado. Necesitaría piezas, materiales caros… sin mencionar acceso a materia y a energía mako. De lo contrario sería incapaz de probar su funcionamiento – replicó, intrigado por ver a dónde quería llegar su amigo.
- Pero si tuvieras contante, lo fabricarías, ¿verdad? - dijo con intención. La sonrisa de Ranier se perfiló como un espejismo en el desierto.




Las asépticas salas de aquel lugar (un hospital de uso exclusivo para los SOLDADO, en la planta inferior a la de su departamento) eran de todo menos acogedoras. Muchos de los agentes detestaban tener que pasar por allí, tanto por lo que implicaba su estancia como por el aspecto de las habitaciones, que parecían haber sido hechas con el mismo patrón frío y anodino de una cubitera. Eso por no mencionar al personal; se asemejaba a la mezcla entre la típica imagen del enfermero siniestro y el médico autómata. Aunque podía ser peor; por suerte, en la mayoría de casos no se requería de la visita del jefe del departamento científico, alguien cuya atención absolutamente nadie deseaba.

Susurro había ido de visita. Su ración de cuidados médicos había durado un día, justo tras el incidente con el monstruo desconocido. Dado que la magia de regeneración curó la mayor parte del daño, únicamente necesitaba que le comprobasen la fractura del brazo. Todavía lo tenía en cabestrillo. No dolía, pero sí le irritaba de cuando en cuando. El Contable se había servido de eso para mantenerle en reserva. Y eso a pesar de haber demostrado que aún era capaz de causar problemas en combate.

Salvo eso, últimamente no había tenido grandes problemas con él. El director, en venganza por haberle pateado su amor propio, le dejaba encargado de trabajo administrativo o del entrenamiento de nuevos reclutas. A Susurro no le gustaba demasiado, y tampoco a la escuadra bajo su mando. Era un oficial terrible que no dejaba pasar una. Un par de días atrás, no obstante, había apoyado a uno de sus chicos, Álex Cove, en su futura promoción a Segunda Clase. Aún le quedaban cosas por hacer, pero ya estaba casi todo en marcha para su ascenso. Otro montón de papeleo, que al menos resolvería gustoso. Pero antes tenía algo que hacer.

El agente herido durante la desastrosa misión de búsqueda en el interior de la placa se encontraba en la siguiente habitación. Él era el motivo de la visita del Segunda Clase. Había formado parte de su unidad durante esa agobiante aventura por los túneles, y junto con el propio Susurro era el único superviviente. Llevaba más de una semana encamado. El resultado para él había sido de un brazo roto y heridas menores gracias a la regeneración mágica, pero su subordinado tenía casi todas las costillas fracturadas o astilladas, un brazo fisurado, y contusiones y rasguños varios. El monstruo le había aplastado el pecho con un latigazo de su cola, haciendo que saliera volando hasta dar contra la pared y arrollándolo. Un humano normal no habría durado mucho, pero él, como sus compañeros, no era del todo normal.

Susurro llamó a la puerta. Se escuchó un carraspeo y un “adelante”. El SOLDADO entró y echó una ojeada a la habitación. Las paredes eran lo bastante blancas como para deslumbrar si les daba luz directa. Tan fría y condenadamente sobria como todas las demás. La calefacción hacía que la temperatura fuera, por el contrario, un poco agobiante. Por suerte, le había tocado una de las pocas habitaciones con ventana (el resto tenía, como mucho, un gran marco electrónico con imágenes del exterior), que se encontraba abierta para paliar el calor.

Kal estaba tendido en la cama, con los brazos por encima de las sábanas. El derecho estaba en idéntico estado al izquierdo de Susurro. El agente de Tercera Clase había estado mirando por la ventana hasta que escuchó la llamada en la puerta. Habida cuenta de su cara de asombro, Kal no esperaba ni por lo más remoto una visita por parte de su superior.

- Buenos días, Kal. ¿Cómo te encuentras?
- Buenos días, señor…
- Deja a un lado el trato oficial. No estamos trabajando ahora.
- Oh… de acuerdo entonces. Pues de momento, no voy mal… aunque cada vez que estornudo tengo la impresión de que me va a estallar el pecho. Cuando llegué me crujía todo.

Susurro asintió satisfecho. Se acercó a la mesita, donde depositó unas revistas. No tenía idea de qué temas le interesarían a su subordinado, de modo que se decidió por traer varias: una de coches, otra de geografía del continente y una tercera sobre mitos y leyendas que él mismo solía comprar. Hubo una pausa de varios segundos, en la que ambos se dedicaron a mirar hacia la ventana. Fue Kal el primero a quien se le hizo incómodo el silencio.

- Gracias por venir a verme, Susurro. La verdad, estaba pensando que si todo seguía igual durante más tiempo, más me valdría largarme a las bravas, o saltar por la ventana. No te puedes hacer a la idea de lo jodidamente aburrido que es este sitio. Mucha tecnología punta pero no hay ni una maldita radio que me quite de darle vueltas a la cabeza.
- Tranquilo, ya no necesitas preocuparte por el monstruo. Lo abatimos hace unos días mientras intentaba escapar a través de los suburbios.
- ¿Sí? Estupendo, un engendro menos. Lamento habérmelo perdido. Si hubiera estado ahí te aseguro que lo habría pasado aún peor antes de diñarla.

Susurro se permitió una sonrisa. Llevaba con Kal desde que le asignaron a SOLDADO. Era un buen tipo, que no se metía con nadie. Sin embargo, como ocurría con todos salvo con Mallet, no trataba al Segunda Clase más que en lo estrictamente laboral, hablando lo mínimo posible de cualquier otra cosa. No es que le cayera mal; simplemente, el oficial parecía preferirlo así.

Mallet. Un bastardo que bien merecía jugar en Primera Clase, o eso pensaba. Al final había terminado más o menos como esperaba, zurrándose con un monstruo. Claro que seguramente le habría gustado un fin algo más épico que correr por un túnel, medio desangrándose por la falta del brazo y maldiciendo a la criatura. Y con él se habían ido su unidad y la del propio Susurro. Las heridas de Aeren, Linsen y Retrid ya eran demasiado graves para que nadie pudiera hacer nada por ellos. Como si supiera que sus pensamientos giraban en torno a ellos, Kal habló.

- Los demás... Los enfermeros no quisieron decirme nada, pero supongo que están...
- Sí – la contestación fue tan lacónica que parecía hasta cruel, aun con el tono neutro de siempre.
- Me lo imaginaba. Maldita sea...

Hubo otra pausa, en la que ambos se centraron en el escaso frescor que pugnaba por atravesar la cálida atmósfera de la habitación. No había mucho más que decir. Susurro ya había cumplido al informar del trabajo terminado, y no se le daba demasiado bien dar ánimos. Tampoco es que pudiera hacer nada por sacar a Kal de allí primero.

- He de irme. Tú descansa, y tranquilo. Te traeré algo más para que leas.

“Así no pensarás más en ello, al menos durante un rato. Porque no es algo que vayas a olvidar mientras vivas”. Susurro se calló esto. No era bueno dando ánimos, pero sí procuraba no desanimar. Eran hechos que el propio Kal descubriría, para su desgracia, a su debido momento. Se acababa de dar la vuelta y agarrar el pomo de la habitación cuando el convaleciente le llamó de nuevo.

- Hay una cosa... No se lo he contado a nadie aún. Antes quería confirmarlo. Contigo, ya que no con el resto de los chicos.

Susurró se volvió y le miró con curiosidad. ¿Algo que no ha contado? ¿De qué hablaba?

- Recuerdas... el último ataque del monstruo, ¿no? - Susurro lo recordaba sólo en parte, pues había sido el primero en ser golpeado por la espalda. El engendro había aparecido detrás de ellos, y tras arrollar al Segunda Clase y tras ensartar en sus garras a uno de los agentes y deshacerse de Kal, había cargado contra los demás y rematado a Mallet. Al último guerrero lo había asesinado casi junto al ascensor. Susurro asintió, dándole pie a seguir.

- Lo cierto es que no estaba seguro de si había visto algo. Casi ni lo estoy ahora... pero por más que lo repaso me digo que sí lo vi. Cuando ese... cuando eso se nos echó encima me di la vuelta. Al principio ni me di cuenta, porque tenía al bicho delante. Entonces sólo me pareció divisar un brillo más lejos, en el túnel por el que íbamos. Luego, medio inconsciente por el golpe contra la pared, seguía mirando en la misma dirección. Je, no podía ni girar la cabeza... Me pitaban los oídos, ni siquiera fui capaz de escuchar qué pasaba, sólo podía ver. Te vi a ti tendido en el suelo, con las heridas en un fulgor verde, y los reflejos de varios fogonazos.

Sin duda, lo de sus heridas era la magia de la materia de Recuperación. Lo otro seguramente habrían sido los fútiles intentos de los SOLDADO de contener a la bestia.

- Entonces me fijé mejor en lo que tenía delante. Me centré en esa lucecita. Era amarilla... un brillo afable. No estaba en la pared, sino en medio del corredor, así que no debía ser un piloto encendido. Vi que se movía poco a poco, y luego, cuando se acercó, me di cuenta de que había una sombra menos oscura que el fondo. Era una silueta que me recordó a una persona... pero antes de quedar inconsciente me dije “no puede ser, los que quedamos estamos aquí”.

Susurro escuchaba con interés, sobre todo al llegar al punto del “brillo en medio del corredor”. Tanto él mismo como su equipo habían sido recogidos por otro grupo de SOLDADO y fuerzas de seguridad de apoyo despachados en su busca en cuanto no contactaron ni regresaron a la central. Ellos, y los cuerpos de sus compañeros, eran lo único que había salido de allí entonces.

- Tú... ¿Tú lo viste? Estabas más cerca que yo.

El Segunda Clase negó con la cabeza. No recordaba haber visto nada así. Pensó que ojalá lo hubiera visto. Kal bajó la cabeza, meditabundo.

- Ya veo... quizá lo imaginé todo.
- No te preocupes por eso ahora. Hablaremos largo y tendido cuando salgas de aquí. Hasta entonces descansa – recomendó, y salió de la habitación. Su cara tenía algo más que la seriedad habitual. El ceño estaba levemente fruncido, y los párpados algo entrecerrados. Las palabras de Kal estaban haciendo que se perfilara en su cabeza cierta posibilidad. Ya era hora de aprovechar su tiempo libre en algo constructivo.




Por fin todo estaba dispuesto de nuevo. No había sido sencillo hacer el traslado desde el anterior refugio, pero consideraba que era un esfuerzo bien invertido. Si habían irrumpido una vez en la placa, bien podían volver a hacerlo. Había confiado en que al despedir al monstruo la atención se centrara en él. El éxito fue rotundo, o al menos a nadie se le ocurrió fisgar mientras se mudaba.

Trabajo, trabajo, trabajo... Parecía que nunca fuera a terminar. Ah, pero ya estaba algo más cerca. Le había costado mucho tiempo y esfuerzo alcanzar ese punto, pero la constancia daría sus frutos. Era una lástima que todavía quedara tanto por hacer. Por eso mismo, dentro de poco tendría que volver a hacer uso de su pequeño recadero. Una vez que comprobase que todo funcionaba después del traslado, necesitaría seguir consiguiendo piezas.

Sus otros subordinados continuaban funcionando también. Prométele droga gratis a un yonki y prácticamente te venderá su alma. Bastaba con enviciarles un poco con algo de mercancía. Robada, claro, y sin represalias por parte de nadie. A fin de cuentas, no era lo mismo robar a un camello y matarlo sin miramientos que añadir ciertos... toques monstruosos. El hecho de que desapareciera la bolsa de la mierda era lo de menos. Una vez muerto el mensajero, cualquiera podía hacerse con ella. Y nadie se iba a poner a buscar a un monstruo para convencerle por las buenas de no matar a cada infortunado de los suburbios porque esas cosas son malas para el negocio.

Así que los pobres diablos se pasaban horas rebuscando en los montones de chatarra piezas y tuberías que el óxido no hubiera echado a perder. A los que parecían más listos, les encargaba buscar piezas más específicas, aunque nunca les pedía nada que pudiera tener relación entre sí. Y por supuesto, el hecho de que les suministrara la droga debía quedar en secreto, o los traficantes se encargarían de buscarle para cerrar el grifo gratuito. Y así la cosa se iba manteniendo.

El hecho de estar relativamente cerca de los suburbios del sector 3 ayudaba. No eran pocos los locos de la velocidad que se dejaban caer por ahí. De cuando en cuando, alguno tenía más que un roce contra una pared. Otro buen momento para escarbar en la carroña, sin contar que en aquel agujero las fuerzas del orden solían estar de más por su propio bien. Con todo lo demás dispuesto, ya sólo quedaba una cosa. Una sonrisa curvó su amplia boca y convirtió sus labios en líneas más finas de lo que ya eran, revelando más dientes y colmillos de los que un humano tendría. La mano garruda rebuscó entre las cajas apiladas hasta dar con un puñado de papeles. No tardó mucho en garabatear una nueva misiva en uno de ellos. Luego uno de sus niños lo llevaría hasta su destinatario.

sábado, 22 de junio de 2013

225

Hace unas semanas, en la zona VIP de la Tower of Arrogance, los Rooftop Ravens acababan de dar su impresionante primer concierto ante un público entregado, y ahora la fiesta posterior estaba en pleno descontrol. Helmutt ya se había ido con su familia, pero el resto del grupo disfrutaban de su juventud y popularidad en una fiesta de la que eran los protagonistas. Marc, el bajista y vocalista entretenía a cuatro mujeres, mientras que Megan, la batera, hablaba de artes marciales con dos hombres del personal de seguridad.


- Y dime... ¿Cómo es ver las miradas de las fans desde ahí arriba, guitarrista?

Han sonrió. Tomó su vaso y dio un trago lento, ganando tiempo para dar una respuesta interesante. La despampanante rubia que compartía su mesa le dedicaba retorcidas miradas con sus atractivos ojos azules, y había posicionado muy bien su top. Con una ojeada al objetivo, el guitarrista decidió ser humilde.

- Bueno... Helmutt fue más espectacular, y Marc es el frontman...
- Pero tú eres el solista oscuro y misterioso, que solo da un paso al frente para clavarnos al suelo con su música. - La chica sabía halagar, había que reconocerlo... - Además, Helmutt ya se ha ido con su familia, y Marc está ocupado con esa banda de grupies.
- No sabía que tuviesemos grupies. ¿Eres grupie nuestra?
- La verdad es que para muchos soy una musa, pero nunca una grupie. - "Ya, claro..." pensó Han. "Miss rubiaza impresionante". El whisky se le había subido, acostumbrado como estaba a la cerveza, y la barra libre no había ayudado. Toda su concentración estaba fija en mantener su compostura. No podía hacer el ridículo, o todo el éxito del concierto se iría a la mierda.

- ¡Te he preguntado que es lo que te inspira! - Dijo ella alzando la voz y bajando la mirada. La de su interlocutor se había desviado ligeramente.
- Perdona... Es cansancio, y bueno...
- Si, de levantar el vaso.
- ¡Eh!
- No te preocupes, no soy tu madre. - Rió ella al ver que Han se ofendía. - ¿Cuanto tiempo lleváis preparando esto?
- Unos meses, desde que Helmutt entró en el grupo, pero en realidad... Sueñas con esto toda la vida, ya sabes.
- Si. Tiene que ser genial.
- Lo es, en serio. - Ella sonrió al ver a Han algo más espabilado. - Estás ahí, y la gente te menosprecia, pero entonces, ven lo que eres, y lo que has llegado a ser con esfuerzo, y eres un dios. Y lo mejor es la incredulidad.
- ¿La incredulidad?
- Si... Ahora mismo ni yo me lo acabo de creer, es decir, vas a conciertos y ves a los músicos tocando, triunfando, y tienes la sensación de que son dioses, y ves que están ahí, pasándoselo bien, tocando para ti y llevándote a otro nivel. Y entonces de repente, eres tú el que tiene que mirar hacia abajo y ver todas esas caras emocionadas por lo que tú estás haciendo... Es genial. No hay palabras.

- Realmente no las hay. - Dijo una tercera voz, tomando asiento en la mesa y robándole a Han su copa, que mató de un solo trago.
- ¡Rolf! ¡Búscate tu propia bebida! ¡Y tu propio entretenimiento!
- Claro que si, ídolo de masas. - Dijo el tirador con sorna, sin dejar de mirar a la chica. - ¿Ya habéis tenido el placer de conoceros?
- No, solo hablábamos. - Dijo ella, inquieta.
- Oye, Rolf, borracho de los cojones. Vete a tomar por culo. ¡En serio! ¿Cómo es que no te están violando en los urinarios ahora mismo? - Dijo Han, entre la broma y el incordio.
- ¿No? Oh, permíteme entonces... - Rolf lo ignoró.
- No es necesario. - Insistió ella.
- Han, guitarrista, vividor, estrella del rock y yonki de la adrenalina, te presento a Yvette, novia de nuestro amigo el príncipe rubio. Yvette, te presento a Han, guitarrista, etcétera, etcétera, etcétera...

Han palideció. Memorias no deseadas se agolparon en su frente, despejando la neblina del alcohol. Memorias, y oscuras posibilidades, que convergían sobre una idea muy clara. Alzó sus cejas con gesto de resignación y se levantó.

- Un placer... Si me disculpas.
- Pero ¿qué? - Dijo ella, echando hacia atrás su silla, preparándose para levantarse.
- Me tengo que ir.

Cuando Yvette se giró, buscando furiosa a ese Rolf que los había interrumpido, este ya estaba escabulléndose entre la multitud, y no quería montar un escándalo. Sin embargo, Han ahora mismo caminaba torpemente hacia la barra. Ofendida por el trato recibido, fue a por él.

- ¿A donde crees que vas, estrella del rock? - Dijo tomándolo del brazo a medio camino.
- A donde quiera, supongo que tengo ese derecho.
- ¿No me vas a dar ninguna explicación?
- Deberías habérmela dado tú, pero está todo dicho. Preferiría no hablar más contigo, ni con tu novio.
- ¿Por qué? ¿Tienes miedo? - Han lo tenía. Tenía miedo de lo que era Paris, y de lo que era capaz de hacer. Había oído de Rolf como se convirtió en una especie de bestia inhumana y le atacó, y después de como acabó el grupo, no quería morir apuñalado en un callejón oscuro. Que lo fuese a reconocer delante de ella, era otra cosa.
- No me asusto fácilmente.
- No, pero huyes enseguida. - Han sonrió con cinismo durante unos segundos, pensando seriamente en lo que iba a hacer. - ¡Eres un maricón!
- Mira, pedazo de puta... Me voy a ir. ¿Y tú vete a que te la clave tu novio, vale? - Dijo encarándola enfurecido. Ella le dio un leve empujón.
- Dímelo en la calle. ¡Maricón!




En cuanto llegaron al callejón, Han se giró para encararla, pero ella ya estaba preparada. El primer puñetazo le cayó en la cara casi por sorpresa. Retrocedió cubriéndose, pero ella no quiso seguir con el ataque. Prefirió provocarle.
Han decidió que ese sería su error fatal. Lanzó dos puñetazos, y el segundo se quedó corto, como él esperaba. En cuanto ella retrocedió para esquivarlo, Han le lanzó una patada al estómago, que ella encajó mejor que nadie lo había hecho antes. Agarró su pie y aguantando el dolor lo lanzó hacia un lado, desequilibrándolo. Entonces le dio un empujón contra la pared y se puso a su espalda, presionando un codo contra su nuca y castigándole el hígado a puñetazos. Han intentó darle un codazo, pero ella pateó la parte de atrás de su rodilla, y mientras él maldecía, lo agarró del pelo y estampó su cara contra la pared. Han recibió algunos golpes antes de ser capaz de interponer su brazo. Entonces ella, sin soltarlo, de un tirón lo lanzó contra el suelo de espaldas.
Aún estaba aturdido por el golpe en su nuca cuando sintió la bota de ella apoyarse en su cara y dar un tirón de su brazo, inmovilizando el codo y retorciéndole los dedos.

- ¿Quieres saber ya hasta donde llegará tu carrera musical, gilipollas? ¿Quieres una sorpresa?
- ¡Zorra! - Escupió Han, intentando liberarse. Aturdido por el alcohol y los golpes, apenas fue capaz de moverse, y solo logró que ella incrementase la presión de su bota contra su cara.
- No aprendes, ¿eh? Entonces lo mejor va a ser que tengas unos meses para pensártelo antes de volver a cagarla.

- ¡Alto! - La voz vino de las sombras del callejón. Han no era capaz de distinguir quien hablaba, el dolor daba latigazos en su brazo, y sentía palpitaciones en las sienes, mientras que el pavimento se le clavaba en la cara.

- ¡Asunto de TURK, vete a tomar por culo!
- No estoy de humor para eso. - En ese momento, Han reconoció la voz. Entre el dolor, la humillación y la rabia, no fue capaz de decir nada. - Y no voy a dejar que le hagas daño a mi hermano, Yvette.
- ¡Mal! ¡Escucha, tu hermano...!
- ¡Silencio! ¡No pienso hablar contigo hasta que le sueltes!

Yvette obedeció avergonzada. En cuanto fue capaz, Han intentó apartarla de un empujón, pero ella ya había previsto esa jugada y se había apartado. Mirándolos a ambos enfurecido, con el dolor aún presente, le costaba reprimir las ganas de saltar otra vez a por ella. Acababa de ser apaleado por una rubita, y le había salvado su hermano el homosexual. La situación no podía ser más humillante. Gritándo de rabia, pateó los contenedores de basura.

- Con esos si que puedes... - Dijo Yvette con desprecio. Han se giró y el odio ardía en su mirada. Ella le ignoró, pero bajó la mirada ante la reprimenda silenciosa que le dedicó Malcolm.
- Han... Tienes la cara deshecha. - Dijo el barman, tendiéndole un paño. Han lo tiró al suelo de un golpe y empezó a caminar hacia el fondo del callejón. - ¡Han! - Gritó de nuevo. En medio de la oscuridad se le oyó buscar algo en los bolsillos y las llaves de un coche cayeron a los pies de Malcolm.
- ¿Tienes dinero para un taxi?
- ¡Que te den por culo! ¡No quiero un puto taxi!


- No deberías dejar que te hable así. - Dijo Yvette, cuando el músico se hubo ido.
- Silencio. - Dijo Malcolm dándole la espalda y empezando a caminar.
- Pero... Él me... - Ella se lanzó tras él.
- ¡Silencio! - Malcolm alzó la voz con autoridad pero sin gritar. - Primero, es mi hermano, y como me hable es problema nuestro, no tuyo, y segundo: Os veo discutir, vengo y te encuentro dándole una paliza y destrozando su noche de gloria, ¡amenazando con romperle los dedos!
- Si me escuchas...
- Hoy no, Yvette. Él es mi hermano, y no hablaré contigo hasta haberlo hecho con él. Y puede que entonces no vuelva a hablar contigo.
- No es justo.
- No. No has sido justa...
- ¡¿Yo?!
- Una agente de TURK dándole una paliza a un borracho en un callejón. Un borracho que, pese a lo borde que pueda ser, es mi hermano. Adios, Yvette. Debo volver al trabajo, por favor, no agredas a ninguno más de mis seres queridos. Al menos, hoy no.

Incrédula, Yvette vio como su amigo le daba la espalda y echaba a andar. No entendía que había pasado, ni por qué se habían torcido las cosas cuando ese cabrón extraño mencionó a Paris. ¿Sabían algo que ella ignoraba? Lo único que sabía era que no había tenido noticias suyas en un mes.





Han llevaba semanas encerrado en la misma vida. De casa al taller, y del taller a casa, matando los ratos libres con la guitarra o con la cabeza metida bajo el capó del Fenrir. El taller estaba sin nada interesante que hacer, trabajos habituales de mantenimiento, o algo de chapa, a la espera de que el nuevo motor de Supreme llegase, para instalarlo en el coche del nuevo.
Y el nuevo era todo un personaje. Un ex-convicto, actualmente en libertad provisional, que había sido aceptado en un programa de reinserción social por trabajo. Remache recibía una buena cantidad al mes por darle empleo, de la que salía su sueldo, y este absorbía cualquier dato sobre mecánica con la ansiedad de un niño pequeño ante un juego. Por lo visto, había entrado en la cárcel siendo un adolescente, por un tema de bandas, y había cometido más delitos estando dentro. Tras quince años, un puto amante de los muscle cars daba el callo como un condenado de nueve de la mañana a siete de la tarde, a cambio de un salario miserable y un plus decentillo bajo mano. Remache siempre había defendido que un trabajo digno merece un salario acorde.

A Han no le importaría lo más mínimo si ese ex-presidiario no se llamase Simón Kurtz.

La primera vez que los vio juntos fue espeluznante. El mayor de los Kurtz, con su ojo izquierdo cubierto de cicatrices y su pelo castaño oscuro rebelde, con el aspecto impoluto de su traje, y el menor, más fibroso, con el pelo negro y engominado hacia atrás. Se le hacía especialmente estremecedor, ya que era como ver al turco sin cicatrices y sin que el ejército y el servicio hubiesen enderezado su vida. Sin embargo, el joven Kurtz no tardó en caer bien. A pesar de que no le gustasen los coches de verdad.

- Solo una semana más... - Dijo, mientras marcaba el día en el calendario. - Una semana, y tendré un motor de verdad.
- Ejem... - Han exageró la tos a sus espaldas. - Tendrás un ladrillo.
- Ya llegó el mariquita con sus turbos, sus intercoolers y sus zarandajas. ¡Un v8 es lo que necesitas!
- Mira, cabrón, ¿por qué no te subes a mi seis cilindros en línea, doble turbo, tracción cuatro por cuatro y sistema de suspensión ATTESA E-TS y aprendes lo que es ir en coche?
- ¡Por que le quitarían la condicional! - Interrumpió Remache. - ¡A currar!
- ¡Estamos currando, viejo! ¡Estoy supervisando un cambio de aceite! - Gritó Han. Remache se acercó y los vio a ambos bajo el elevador, que contenía el utilitario con el que estaban trabajando.
- ¡Lleva aquí casi una puta semana! ¿Le has pedido ayuda? - Simón negó con la cabeza, mientras cogía el cubo lleno con el aceite usado. - ¿Ves? ¡No te ha pedido ayuda para una tarea rutinaria cuando lleva casi una semana aquí, no es subnormal! ¡Así que tú estás haciendo el vago!
- ¿Me ocupo del pick up de allí?
- No, es de Henderson, y prometí a ese hijo de puta que no volverías a tocar su coche, así que me tengo que ocupar yo. Enséñale a cambiar los filtros, y donde se tira el aceite usado para reciclaje.


Simón iba muy atento, mirando hacia todos lados, antes de preguntar en voz baja.
- ¿Qué le hiciste a Henderson?
- Dijo que mi coupé deportivo de quinientos caballos era un coche de nena, comparado con su paleto-movil, así que conecté su radio a una entrada USB oculta tras la consola. Estropeé todos los controles, de modo que una vez la encendiese, no la pudiese apagar.
- ¿Qué es un USB? - Han lo miró sorprendido. Luego hizo un gesto de asentimiento y respondió.
- Es un tipo de conexión informática. Puedes conectar el móvil, o discos duros pequeños, y cosas así.
- Tengo que meterme con los ordenadores. ¡Hacéis virguerías con ellos!
- No hables así. Parece que tengas sesenta años.
- ¿Por que no tengo ni puta idea de informática?
- Nadie dice "virguerías". - Simón sonrió al oír esto. - El caso: El USB estaba conectado a un mini disco duro de esos que te dije, que son más pequeños que un dedo, y solo tenía una canción: Una de una diva pop que les encanta a los gays. A todo volumen. ¡Y no podía quitarla!

- ¡Menos risas, colegialas! - Oyeron a Remache protestar desde el otro lado del taller. Han hizo un gesto quitándole importancia, mientras le indicaba donde se encontraban los filtros.

- El caso es que el gordo cabrón de Henderson volvió hecho una furia.
- ¿Y se lo arreglaste?
- No me quedaba otra. Tuve que volver a conectar los controles de la radio, y Remache me obligó a hacerlo fuera de horario de trabajo, para que aprendiese. La radio funciona normal, puede reprodicir CDs, pero no le quité el USB, que sigue escondido. Cada vez que me toca los cojones, le sigo por la calle, y le pongo pop de princesitas con un mando a distancia.







- Bájalo despacio. - Dijo Han mientras supervisaba al nuevo utilizando los controles de la grúa. - Bien, para.
- Dame eso, chaval. - Remache tomó el mando de las manos de Simón. - ¡Tira p'allá!
- ¡Estaba teniendo cuidado! - Protestó este.
- Tienes que ayudarme a colocarlo. Este pedazo de mierda mal fundido pesa mil cojones.


Cuando finalmente el motor estuvo en su sitio, Simón no cabía en sí de gozo. Sentado al volante del muscle car clásico, disfrutaba acariciando el volante de cuero gastado por el uso. Miraba los retrovisores, y todos los compartimentos del vehículo, como un niño con juguetes nuevos.

- Simón, tío. Vente, tenemos que sacarlo.
- ¿Qué? - Preguntó desencajado. - ¿Por qué?
- ¿Sabes qué coche es este?
- Shin-Ra Supreme Fastback Mach I del 73.
- Edición SCS. - Concluyó Han. - El original montaba un motor Blackbeast experimental, con un par de niveles insensatos. Si ha aguantado tanto es por que tu hermano no desactivó demasiado el limitador, y luego utilizaba un motor diesel, que van a revoluciones bajas. Si vamos a meterle este V8 de cuatro coma seis litros, vamos a tener que reforzar el chasis o al segundo mes irás dejando piezas atrás.
- ¿Cuanto va a tardar?
- Dos semanas. - Remache cortó por lo sano, mientras se alejaba al oír el teléfono del taller. - Tres. Hay que ver como está eso.

El sueño de Simón volvía a alejarse y se quedó decaído en el asiento del conductor, mientras Han accionaba el mando con el que la grúa volvía a retirar el motor del vehículo.

- Dos semanas. - Dijo Han en voz baja, mirando a sus espaldas. - Menos si le echamos horas. - Simón sonrió, pero al instante su gesto se congeló.
- No es necesario.
- ¿Tienes algo mejor que hacer?
- Tengo que cuidar de Aang, y a veces pasear al perro... - Dijo con tono evasivo. En su situación, desconfiar de los favores no era extraño.
- Bueno... Un día nos podemos poner con este, y al siguiente con mi Fenrir.
- ¿Qué le quieres hacer? ¿No es un supercoche, con su super motor turbo, y su cuatro por cuatro?
- Necesita un intercooler nuevo, y voy a ver si esta noche lo consigo. El viejo tiene fugas, así que los turbos no dan la presión suficiente. - Simón quedó pensativo unos instantes.
- ¿Un trato?
- Un trato. - Afirmó Han. - Por cierto, ¿ya tienes el carné de conducir?
- ¡Que va, aún tengo el teórico en un mes!
- Putos Kurtz impacientes...

El PHS de Han interrumpió la conversación con el sonido propio de un mensaje de texto. En silencio, echó un ojo a la pantalla, mientras Simón volvía al trabajo. Su respuesta fue breve:

"Ok. Nos vemos allí".







La noche caía sobre Midgar. Los neones de los suburbios, siempre encendidos, relucían con más fuerza, y sus parpadeos se hacían notables. El ambiente en el sector 3 estaba cargado con el rugido de motores y el sonido de música electrónica.
Han avanzó con su Fenrir, atraído por el olor a gasolina y goma quemada. Circuló hasta un polígono industrial abandonado, donde se hallaba el cadáver de la única factoría mecánica que hizo frente a Shin-Ra en Midgar: Khron. Algunos de sus vehículos aún se ven por las calles de la ciudad, pero hará aproximadamente una década, la fábrica cerró sus puertas definitivamente. Se habló de sabotaje, y las cuentas de la empresa tuvieron serios problemas fiscales. Mucho se dijo, pero siempre en voz baja.
Hoy, queda una nave industrial con restos de una cadena de montaje y dos edificios de aparcamiento de cinco plantas de altura: Uno para los vehículos de los trabajadores, y otro para la producción a la espera de su venta y exportación.

En lo alto de ambas plantas se veían luces, y el ruido de coches a toda velocidad atronaba hasta unos cien metros de distancia, sin embargo, la carencia de vecinos en el pequeño polígono industrial, así como el adecuado untamiento de ciertas manos evitaba problemas de tipo policial.
Antes de acceder, Han fue detenido por un par de hombres, ambos bastante corpulentos, que controlaban una barrera. Uno de ellos era de piel negra, con brazos fuertes como prensas hidráulicas, que exhibía con su camiseta sin mangas. El otro era blanco. Llevaba una camisa abierta, con mangas cortas, dejando visibles los tatuajes que cubrían la mitad superior de su cuerpo.

- ¿Pase?
- ¡Soy yo, joder!
- Y yo también soy yo. ¿Pase? - Dijo el negro sin inmutarse. Han bufó de frustración. Por lo visto, su leyenda no había sobrevivido a su ausencia. Tomó su PHS y buscó el mensaje con su invitación, mostrándoselo a los de seguridad. El mensaje contenía un código QR que estos procedieron a leer con otro PHS, en cuya pantalla apareció la respuesta. - ¿Han "la muerte"? ¡Hostia, así que ese es "yo"!
- Ya solo "Han". - Dijo con cierto alivio.
- ¡Déjale entrar! - Dijo el negro a su compañero, que estaba dentro de la garita, navegando por la red con un portátil.
- Dos minutos. Están a punto de salir.


Se oyó una jauría de gritos procedente de una de las torres, acompañada del ruido de varios motores. Han apagó el suyo y se bajó del coche para verlo mejor. Pudo ver como las luces de ambos se movían trazando espirales, mientras descendían del aparcamiento de operarios. Una de ellas utilizaba faros azules de Xenon, lo que le hizo bufar. Siempre creyó en la mecánica por encima de la estética, sin embargo, este era un truco sucio habitual en los malos perdedores. Un juego de luces muy deslumbrantes para intentar forzar un error de su oponente. Ambos coches aparecieron de repente, saliendo del aparcamiento y cruzando el patio, para entrar en la nave principal. Su ruido sonó distorsionado por el amortiguado eco del edificio, mientras corrían esquivando maquinaria. "Ya han de estar a punto de salir", pensó el piloto, viendo como, efectivamente, atravesaban la puerta situada al otro lado de la nave. Este era el momento en que pasarían ante la entrada. El que iba delante conducía un Shin-Ra Supreme e intentaba ganar distancia, pero su oponente le acosaba, pegándose a su parte trasera y buscando aprovechar todo el rebufo. De vez en cuando, asomaba a uno u otro lado, poniendo nervioso a su rival con el destello de sus faros delanteros. A Han le llamó especialmente la atención su coche: Un Waisser 9001. Un pequeño constructor de Junon los hacía a mano con un equipo de expertos. A Han le encantaba su motor Boxer, pero no era fan de situarlo detrás del eje trasero. Demasiado esfuerzo para compensar el peso, que se podía dedicar a mejorar el rendimiento.

- Está igualado. - Dijo el negro. - Pero los Supreme son muy potentes.

Han prefirió callarse. Waisser no te vende un coche para que su reputación quede por los suelos cuando mueras en la primera curva. Es un desembolso importante, además, y aunque no sean especialmente mejores que el nuevo Fenrir, que ya no se llama así, sino GTR a secas, sigue siendo una obra maestra de competición. Arrancó el coche mientras le levantaban la barrera, y al pasar oyó como el negro maldecía. El Supreme acababa de ser adelantado.


Entró, camino del segundo bloque de aparcamientos, allí donde se encontraba la meta. Muchos de los viejos Khron se encontraban allí, oxidándose. Muchos habían sido robados, o él mismo había acudido para despiezarlos o llevárselos. Ahora, apenas quedaba material aprovechable. Apenas viejas carcasas, sin ruedas ni motor, utilizados para delimitar el trazado del circuito. Otro miembro de la organización lo llevó por un carril paralelo a las vías hacia la azotea. Allí estaba la fiesta. Había dos rampas para ir de un piso a otro, de menos de cinco metros de ancho. Muy pocos elegían adelantar ahí, y muchos menos lo lograban con éxito o mucho menos con seguridad.
Cuando llegó arriba, decidió aparcar fuera de la multitud y acercarse caminando.

Han no había completado el día de su gran concierto de muy buen humor y llevaba esas dos semanas rehuyendo a la gente. Iba a trabajar, pero Remache, Simón y Bessie eran los únicos con los que mantenía contacto. A veces respondía a algún mensaje de texto, para que sus amigos supiesen que seguía vivo, o su grupo que no dejaba la guitarra de lado, pero prefería alejarse. Se sentía derrotado, pisoteado, y sin confianza para subirse a un escenario, así que decidió que siempre le quedaba conducir, pero bueno... Cuando tuviese un coche.

La azotea era una fiesta brutal. Música electrónica, motores y chicas guapas por doquier, al menos, dos de las cosas que más gustaban al piloto. Avanzó curioseando motores y cuerpos, reconociendo a pilotos de su época y viendo caras nuevas, y sobre todo, en que se movían estas caras nuevas. Disfrutaba de las acompañantes, y saludó a sus viejos compañeros, los Devil Drivers, viendo que sin su tiránico liderazgo, un par de ellos se habían especializado en carreras de diez segundos en línea recta. Sonriendo, se encogió de hombros y se despidió para ir a saludar a su anfitrión.

- ¡Hola, Mac! - Dijo acercándose.

Bruce McAllister era conocido en gran parte del mundillo de las carreras, y en el mundo bajo la placa en general. Intentó ser piloto, pero nunca de gran talento. También quiso ser luchador de foso, jugador de baloncesto callejero, corredor profesional e incluso se planteó ser jinete de chocobo. Nunca tuvo gran éxito en ninguno de estos mundos, pero si en algo vinculado a todos ellos: Las apuestas.
Asentado en una afición que satisfacía tanto a su necesidad de competición como a su codicia, se había convertido en uno de los mejores organizadores de eventos de Midgar, siempre visible con dinero de por medio, y con una hoja de antecedentes limpia como una patena. Su mejor inversión, diría él.
Mac se acercó a Han. Esta vez lucía su color pelirrojo natural, corto y de punta, con largas y bien recortadas patillas. Sus ojos eran grises, mostrando su ascendencia norteña, pero iba bien bronceado. Vestía un traje caro, de color crema, y una camiseta de color azul marino, lista para ser levantada mostrando abdominales.

- ¡Hijo de la gran puta! ¡Vuelves a la vida! - Respondió el organizador dándole un abrazo. - Daz estuvo corriendo con tu coche, pero se rumorea que lo perdió corriendo contra alguien mejor.
- Pocos son mejores que él. - El piloto se quiso hacer el tonto, pero su vanidad lo traicionó con una sonrisa.
- Entiendo... ¿Donde se habrá metido esa zorra?
- ¿Ya estas con zorras otra vez?
- ¿Conoces a alguna que no lo sea?
- Ninguna lo será tanto como la que te rompa la cara y te rocíe con spray de pimienta.





Cogió aire. Los ojos le escocían, y la garganta se le había secado de repente, sintiendo un gran malestar. Llevó las manos a su nariz y notó sangre.

- ¡Hija de puta, te juro que vas a...! - No pudo acabar: La agarraron de los pelos y estamparon su cara contra una columna.
- ¿Voy a qué, Susan? - Preguntó. Iba a añadir algo más, pero recordó lo que había aprendido. Pateó a la turca en el suelo y se sentó encima, cacheándola. Encontró su pistola en la parte interior de la chaqueta, y bajo la otra solapa, la porra electrificada. - Mucho mejor así.
- ¡Puta! - El grito de Susan Soto le costó dos puñetazos más que le quitaron de la cabeza la idea de levantarse. Alzó las manos para cubrirse y notó algo metálico en su muñeca. Vio entre lágrimas como las esposas se cerraban e intentó apartar la otra mano, pero al hacerlo, recibió otro golpe en la cara, esta vez con su propia porra.



- ¿Qué vas a hacer conmigo? - Esposada, cegada y tumbada en el suelo, Susan Soto estaba a merced de su agresora. Pensaba en lo que le haría a esa zorra, sin duda, y no sería agradable. Pensaba si moriría aquí mismo. - ¡Soy de Turk, sabes lo que puede pasarte!
- ¿Y quien va a saber que fui yo?
- ¡Mis amigos lo sospecharán!
- ¿Y qué dirán cuando les pregunten por mi móvil? ¿Que la agente de Turk a la que drogamos, agredimos, casi violamos y abandonamos desnuda en una zona transcurrida quiso vengarse? Ni Van Zackal ni Grim harán eso por ti.
- ¡Te matarán!
- No me cogerán desprevenida, cariño. - Rió la agresora, mientras se sentaba sobre el vientre de su víctima de nuevo. Sujetó la cadena de las esposas, cargando su peso contra el suelo e inmovilizando los brazos de su presa sobre la cabeza de esta. - No como yo te cogí a ti.
- ¡Hija de... Ah!

Fue una exclamación breve, pero intensa. Los ojos de Susan, enrojecidos, se abrieron de par en par, y el miedo desfiguraba su cara más aún que su nariz rota. Tenía una navaja, una navaja fea y negra, de estilo militar, a cinco centímetros de su cara. Tras ella, veía dos ojos azules mirándola fijamente, y una sonrisa despiadada.

- ¡No me mates! ¡Por favor!
- Eso era exáctamente lo que quería oír. - Respondió Yvette. - Tranquila... no voy a matarte. - Y diciendo esto, clavó la punta de la navaja en la cara interior del brazo de Susan. Esta gritó, e Yvette sacó la hoja inmediatamente. - Pero voy a hacerte daño.

Dicho esto, se acercó a las manos de su presa e hizo un corte poco profundo en una de ellas. Lo justo para que dejase cicatriz. Se levantó y sujetó las manos de su compañera con el pie, reteniéndola contra el suelo.

- Y ahora... - Apoyó la hoja en el pecho de Susan, justo sobre su esternón. Agarró su vestido y lo rajó con un solo corte vertical. - Voy a ser mejor persona que tú, no voy a tocar tu chaqueta. Solo tendrás que dar explicaciones por haber perdido tus armas, y si no me gusta lo que dices... - Puso la punta del cuchillo a escasos centímetros de los ojos de Susan. - Sabré que no me puedo fiar de tí.






- Tío, Han, ¡necesito alguna zorra al lado para presentar esto! Es una cuestión de imagen, entiéndelo.
- Una tía, Mac. ¡Aprende sinónimos, joder!
- ¡Lo que quieras! Date una vuelta, saluda a la gente y mira lo que hay. Yo me busco una zor... Una tía y a montar el evento especial.




Han pasó la siguiente media hora paseando entre coches modificados de muy diversas maneras. Algunos pensando en la estética, otros en el rendimiento. Modificaciones hechas con más o menos dinero. Incluso le hizo gracia ver algún Shin-Ra Cavalier entre los que habían venido, sin embargo, estaba intrigado por ese Waisser 9001. Estaba distraído buscándolo, cuando oyó como lo llamaban. Una mujer, de rasgos wutáicos. Guapa, con un mechón de color azul eléctrico y otro violáceo, muy juntos. Un bonito efecto, pero lo que más le llamó la atención fue el resto de su vestuario. Llevaba una camiseta holgada, con un ligero escote, unos leggins de vinilo negros, y calzaba deportivos de suela fina. Las mujeres que vienen a acompañar no van calzadas para correr.

- ¿Han "La Muerte"?
- Han a secas. - Respondió él. - Coche nuevo, vida nueva.
- Un Fenrir blanco, ya lo vi. R32. Tu viejo coche era un R34.
- Ya ves... - Dijo él. - No tiene tanta apariencia, y quizás me gusta más así.
- ¿Blanco? - Rió ella. - Es mucho cambio. ¿Eres confidente de la pasma, o algo así? - Preguntó mientras empezaba a caminar, guiando a Han.
- Vida nueva, pero no tanto. Antes era la imagen, la leyenda, la apariencia... Ahora simplemente quiero correr, pero cuando haya acabado de montarlo, así que hoy no va a ser.
- Bueno, no te buscaba para eso.

En ese momento, ella giró el rostro, mirando hacia algo o alguien que estaba detrás de Han. Al darse la vuelta, el piloto se encontró con un desconocido y una cara conocida. Se alarmó al instante, pero intentó no reflejarlo, mientras cerraba el puño alrededor de su navaja multiusos e intentaba abrirla.

- Han...
- Daz...
- Te presento a mi hermana: Hariko Zutsume. - Han se sintió estúpido: Dazzul. Daigo Zutsume, el hombre que intentó acabar con el Pájaro al volante de La Muerte. El piloto que Turk usó para darles caza. Se maldijo a si mismo por no haber previsto que iría a un evento como este.
- Un placer... - Dijo, mientras ella le daba un beso en la mejilla.
- Este es Imir. Es mecánico. ¿Por qué no te tomas una birra con nosotros? Te doy mi palabra de que no correrás peligro.
- ¿Solo estáis vosotros tres? - Han seguía desconfiando. Hariko los miraba a ambos extrañada, mientras que el extraño mecánico, un tío rubio, de metro ochenta, con el pelo largo y desgreñado, pasaba de lo que sucedía a su alrededor.
- Han, por favor. Tienes mi palabra. - El piloto asintió. Los padres de Daz habían venido de Wutai años antes de la guerra, y él se había educado con una idea muy clara acerca de la disciplina y la propia palabra.

Dazzul se fue quedando atrás, mientras mostraba sus nuevos coches al piloto. Dos Shin-Ra Predator, modelo X, de color negro metalizado, con reflejos azul eléctrico. Él mismo llevaba un mechón teñido del mismo tono azul, igual que su hermana. Estaba intentando crear una especie de escudería, con un color propio y una marca reconocible. Hariko e Imir se fueron a ver a dos oponentes menores que se preparaban para competir.

- Escucha, Han. He roto relaciones con... Esa gente. Me consideran un inútil, aunque les dí un par de buenas capturas. No quieren que se sepa que un civil estuvo involucrado, así que me dieron algún dinero y un portazo. Reparar La Muerte era demasiado caro, aunque se lo quedaron, junto con algunas lecciones rápidas sobre conducción. Compré estos dos Predator X, y mi hermana, que apunta maneras, se unió a mi. Imir apenas lleva unas semanas en la ciudad, y no conoce a nadie. De no ser así, nadie habría querido estar conmigo.
- Saben quien fue tu aliado.
- No exáctamente, pero llegué con ese coche, me fui de chulo, y gané carreras. La gente no quería competir conmigo, y los Red Ifreets ya no quieren saber de mi, pero es importante que sepas una cosa.
- ¿Lo qué? - Preguntó Han, extrañado.
- Que no te guardo rencor.
- ¿Rencor? - Dijo Han, incrédulo. - Perdona, colega, pero lo que yo recuerdo es que intentaste echarnos de la carretera a hostias, en medio de una black op para asesinar a un periodista incómodo.
- Eh... Vale, Han. Lo siento. Solo sabía que se lo querían llevar. Me habían dicho que le iban a dar un susto, o algo así. Me pagaban mucho y me dieron un Blackbeast. ¡Y por cierto! ¡Tú también tenías uno! ¡Algo tuviste que hacer para obtenerlo! - Han lo miró unos segundos en silencio.
- Bueno... No lo has dicho como una pregunta, así que no voy a responder. Mejor olvidarnos del tema.
- Te lo agradezco. - Dijo Dazzul, sintiéndose más tranquilo.
- Bueno... ¿Solo querías saludar?
- No. He conducido el que creí que era el mejor coche del mundo y he perdido. Estoy empezando con un nuevo equipo, y quiero al mecánico que preparó el que de verdad era el mejor coche del mundo.
- Primero, soy ingeniero mecánico, no mecánico a secas. Y segundo, Daz... Hemos sido rivales demasiado tiempo. - Su rival asintió, pero mostró una cierta tristeza. No le gustaba, pero lo entendía. - No enemigos, claro. Si vienes por el taller, les echaré un vistazo y a ver que puedo hacer junto con tu colega Imir.
- Gracias, Han.
- No hay de que. Yo mismo tengo un coche nuevo, un Fenrir, ya te diría Hariko, y aún lo estoy montando. Tu dinero me vendrá muy bien.
- Ningún problema. - Asintió de nuevo Dazzul. - Pero... Tengo que ganarme ese dinero. ¿Podrías hablar con Mac? No quiere ni verme, y me gustaría que Hariko corriese. Tú aún tienes buena reputación, si se lo pides... - Han asintió. Los Giles de Dazzul sonaban como su intercooler nuevo, y quizás hasta unos discos de freno ventilados. La culata nueva y el doble embrague cerámico ya serían palabras mayores, pero quizás con tiempo...






- ¡Han! ¡Aquí estás! - Gritó Mac, yendo hacia él. - ¡Tengo una carrera final cojonuda!
- ¿Ah si? Yo también tengo algo que proponerte.
- Tú primero, colega. - Dijo mientras se guardaba las gafas de sol en la chaqueta.
- Por cierto, ¿no decías que necesitabas una tía cerca?
- ¡Tengo una cojonuda, mejor que la anterior! - Exclamó con una sonrisa pícara. - La otra era de Corel, y tenía ese toque exótico, pero esta es un diez.
- Eres incorregible... Bueno: Tengo una amiga que quiere correr. Tiene un Predator X, de unos doscientos ochenta, trescientos caballos. ¿Tienes rival?
- Para ese nivel si, pero un X... ¿No será la que va con Dazzul?
- Mac... ¿Me vas a hacer la putada? - Preguntó Han. No tenía nada para conseguir que el promotor cediese, salvo su propia reputación, aunque no le apetecía recurrir a ella a la ligera. Este se lo pensó unos segundos.
- Sin problema. - Respondió. Sin embargo, parecía mucho más alegre de lo que era de esperar. No había llegado hasta ahí dejando de lado la cautela. - ¿Te cuento ahora cual es el evento estelar? - Han asintió. - Pues verás... Hay un tío local que se ha estado creciendo bastante los últimos meses. Lleva un Fenrir GTR de los nuevos, y lo usa bien.
- Eso es mucha potencia...
- Y va a correr contigo. - Han se sobresaltó al oír esto. No temía competir, pero...
- No puedo, Mac. No tengo coche para vérmelas con eso, y me niego a hacerle de sparring para que crezca a mi costa.
- ¡Ah, venga! ¿No puedes correr con un coche prestado?
- Mac... ¡Eso es aún peor!
- ¿Ni siquiera con el mio? - La voz llegó desde fuera de la conversación. Una voz femenina y segura de si misma.
- ¡Hey! - Dijo Mac atendiendo a la recién llegada. - ¡Aquí está mi belleza de diez!

Han estaba paralizado. Era el maldito día de las sorpresas desagradables. Caminando lentamente hacia él, con unas botas por encima de la rodilla, unos shorts y un top de látex turquesa ajustado, el pelo suelto y una bien aplicada sombra de ojos de un tono más oscuro y azulado que el top, a medio camino entre este y el azul de sus ojos, estaba la razón de que se hubiese pasado las últimas semanas recluido: Yvette.

- Hola, guapo... ¿Este es el piloto legendario? - Dijo contoneándose en un tono meloso, mientras se colgaba al cuello del promotor y le daba un beso en la mejilla.
- Si, cariño... ¿Le confiarías tu coche? ¿Es bueno?
- Bueno... No está modificado, pero es muy rápido.
- ¿Y que coche es? - Preguntó el promotor.
- Ehh... Uno rojo. Lo tengo en el primer piso.
- ¡Yo me piro de aquí! - Exclamó Han, dándose media vuelta. Entonces oyó jurar al promotor y antes de que pudiese hacer nada, este ya estaba tirando de él.


Cinco minutos después, Han estaba en el ascensor blasfemando para sí. Mac estaba al lado opuesto, mientras que Yvette, tras pulsar el botón del piso correspondiente, se colocó entre ambos. No hubo un viaje en ascensor más incómodo en toda la vida del piloto. Mientras, ella iba describiendo su coche.

- Es un deportivo, de esos con el motor detrás. Y es un motor enoooorme.
- ¿En linea o en uve? - Preguntó Mac, disfrutando de la "ignorancia" de su ligue.
- ¿El motor? No sé, es cuadrado, como todos... - Respondió ella, en su papel. - No es descapotable. ¡Me encantaría que fuese descapotable!

Las puertas se abrieron y se encontraron en una planta casi vacía. Ni siquiera se habían molestado en encender más de un par de luces, teniendo en cuenta que allí solo aparcarían los que no tuviesen reputación suficiente para estar en la planta superior. Han se temió lo peor. Estaban en un sitio sin testigos, y conociendo a la turca, es muy posible que fuese armada. Mac se comería las primeras hostias, y él probablemente fuese su presa. Por suerte, reconocía la planta y sabía donde encontrar su propio coche en ella, y lo que era más importante: La Aegis Cort que guardaba en la guantera.

Sin embargo, se olvidó de eso al instante. Ni siquiera oyó a Mac exclamar "Hostia, un Cavalli!". Completamente en trance, Han avanzó hacia el vehículo con pasos lentos y aturdidos, ajeno a todo lo que sucediese a su alrededor.
Anonadado, deslizó su mano por el capó, caminando hacia el techo y posándolo sobre la tapa del habitáculo del motor, en la parte trasera. Estaba frío, pero inconscientemente sintió un gran poder emanando de allí.

- ¡Increíble! ¡Un Cavalli GTS de los años ochenta! - Exclamó Mac. - Eres una chica divertida, ¿lo sabías?
- Soy una caja de sorpresas. - A Yvette se le escapó el tono de furcia por un momento, por uno un tanto más malévolo.
- No... - Interrumpió Han. - No es un GTS. Tiene el cuerpo más ancho, y no tiene las tomas de aire del capó en  plástico negro, así que tampoco es un 208 turbo. - Se dio media vuelta y miró a Mac como si le estuviese avisando de la presencia de un asesino con ellos. - Es un GTO
- ¡Un GTO! ¿Estás de broma? ¡Pero si...!

Han se alejó y se quedó unos segundos mirando al vacío. Su dilema era enorme. Por un lado, una persona a la que detestaba con rabia. Por otro, su sueño de la infancia. La máquina que le metió en vena la pasión por el motor. Probablemente, nunca más en su vida tuviese la ocasión de estar cerca de uno de estos. Sintió asco de sí mismo. Y más que iba a sentir, pero sería más tarde.

- ¿Y dices que puedo conducir esto?
- Bueno... Si Mac dice que eres tan buen piloto... - Parecía empezar a dudar, pero Han veía tras la facha de estupidez las ganas maliciosas de hacerle suplicar.
- ¡Es Han "La Muerte"! ¡Hará que esto corra más rápido de lo que se imaginaron nunca sus creadores!
- Entonces déjanos, Mac. - Dijo ella, encarándose al piloto. - Tenemos que negociar.


Cuando el promotor se hubo ido, Han recordó con quién acababa de quedar a solas. Su mano volvió al bolsillo donde guardaba la navaja, y rompió el hechizo del poderoso automóvil para encararse con la turca.

- Ahora no está tu hermano para salvarte...
- Me cago en tu puta madre. - Masculló el piloto entre dientes. - ¿Qué mierda haces aquí?
- Tranquilo. La verdad es que no esperaba encontrarme contigo...
- ¿No? ¡La turca que me dio la paliza de mi vida, aparece en un lugar cerrado al que solo se puede acceder con invitación con el coche de mis sueños! ¿No es raro?
- No hace falta invitación si eres guapa y te camelas a alguno que la tenga. Segundo, es el coche de mi padre. Dejó de conducirlo por que se volvió a la vida familiar y yo simplemente me lo quedé. No tiene que ver contigo.

Han dio una vuelta alrededor del coche. Pudo ver los pequeños arañazos en la chapa, y el óxido bajo alguno de ellos. Esta belleza había tenido la desgracia de ser usado como coche de a diario por alguien que no apreciaba lo que tenía, y eso hizo que su odio se intensificase.

- No tienes puta idea de lo que es, ¿verdad? - Ella lo miró en silencio. - ¡Es el último puto sueño de Cavalli de participar en las carreras de Supercoches de Midgar, antes de que los incidentes de las centrales Mako en Nibelheim y Corel acabasen con los eventos de motor para siempre! ¡Es un puto sueño que ha muerto antes de nacer! ¡Es el heredero exiliado de una estirpe de velocistas!
- Y es el coche de tus sueños. - Concluyó ella. Han se giró, y su rostro mostraba evidente desesperación.
- ¿Por qué me haces esto? - Eso le hizo sonreír.
- Oh... Me encanta cuando suplicáis. - Sonrió despacio. Luego empezó a caminar en círculos alrededor del piloto, disfrutando como este se giraba, con cuidado y temor de no tenerla fuera de su vista. - No te acuerdas, ¿verdad? La primera vez estabas a otra cosa y la segunda simplemente borracho y desbordado por tu ego.
- ¿Qué quieres decir?
- Fuiste muy borde conmigo aquella vez, diciendo que mi Shin-Ra Supreme era una mierda, mientras te llevaba para que tu grupo tocase y Kurtz le pidiese a su novia que volviese con él. - Han hizo memoria.
- El Supreme es una mierda y punto.
- Pues ahora, demuéstrame lo bien que conduces.
- ¿Y si choco?
- Yo correré con los gastos, pero no creo que te atrevas a chocar. - Su mirada se volvió gélida. No quedaba nada de la "tontuela" que fingía ser para Mac. Han se pensó bastante su siguiente frase.
- ¿Y el dinero de las apuestas?
- Yo lo cubro. Te llevas el cincuenta por ciento.
- Vale. - Suspiró, mirando al coche. El verdadero motivo por el que no había salido corriendo aún.
- Aún no te decidas, hay una última condición. - Han la miró en silencio, rabiando por dentro al ver como ella disfrutaba con esto. Ella prosiguió, tras hacerle esperar unos segundos. - Yo voy contigo.

Han la miró unos segundos, con aire distante. Quiso oponerse, lo quiso con todas sus fuerzas. Quiso que su odio fuese más fuerte que su pasión, que su orgullo fuese superior a su anhelo. Sin embargo, su alma ansiaba esta experiencia más que nada. Y aunque tuviese sentado al propio Rufus Shinra en el asiento de copiloto, sabía que entonces, y aún ahora mismo, en su mundo solo existirían dos: El coche y él.

- Lo que quieras. - Dijo girándose, sin darle importancia en absoluto. - Esto va a necesitar trabajo. - Han tomó su PHS y encontró al fondo de la agenda el número de Dazzul. Lo llamó al instante, ignorando las preguntas de Yvette sobre ese supuesto trabajo.


Al rato estaban en la misma planta Dazzul e Imir. Hariko estaba preparándose por su cuenta para correr. Mac acababa de llegar, y había hecho un claro gesto de desagrado al ver a Daz y a su mecánico.

- ¿Y ellos?
- Necesito equipo, Mac. - Dijo Han. - Necesito dos gatos hidráulicos decentes, herramientas y recambios.
- ¿Recambios? - Preguntó Yvette. - ¿Piezas?
- ¿Quieres correr? Vale. Corremos. Pero si quieres ya no solo ganar, sino que el coche viva para llevarte a casa vas a tener que hacer una pequeña inversión.
- ¿Que necesitas, Parker?
- Un juego de neumáticos. Blandos, deportivos, pero no slicks. Aceite de competición y exactamente... Treinta litros de gasolina, alto octanaje, y una máquina de aire a presión.
- ¿Algo más? - Preguntó con sorna el promotor. - ¿Una mamada?
- No te estoy pidiendo bielas, filtros ni un puto eje de transmisión. Y me comprometo a tener el coche preparado para... Tres cuartos de hora, desde que lo tenga todo.
- ¿Cuanto me va a costar? - Preguntó Yvette.
- Los neumáticos mil doscientos... El resto, cien giles más.

La rubia se quedó mirando al piloto fijamente unos segundos, pero acabó por ceder. Al fin y al cabo, era su propio coche el que recibiría una puesta a punto. Ahora, habría que ver si este no era un bocazas. Ante el bombardeo de tecnicismos sobre el modelo de las ruedas, el tipo de aceite y la revisión y teorías sobre desmontado de la culata para hacer modificaciones milimétricas, decidió que no tenía paciencia ni ganas y que mejor se iba a dar un paseo por el lugar.

Le llamó la atención el mundillo. Algunos se fijaban en ella, e incluso intentaban atraerla, exhibiendo sus coches como las plumas de algún pavo real. Mucho ruido, música reproducida por amplificadores enormes, y entonces recordaba las palabras de Kurtz. Estética. Conoces realmente a alguien cuando lo ves obligado a decidir entre estética y efectividad. Vio que los grandes juerguistas tenían coches vistosos, con luces y música, y solían estar alrededor de su vehículo, atendiendo a mirones y chicas, mientras que los pilotos estaban más aislados, con la cabeza hundida bajo el capó. Muchos también atraían público, sin embargo, muy lejos de la atracción que causaban los más fiesteros.
La diferencia esencial se veía cuando corrían. Allí simplemente competían en dos ligas distintas. Tras un cuarto de hora de inmersión en el mundo de la gasolina, la goma quemada y los egos desmesurados, decidió volver.
Al llegar, el espectáculo era aterrador. Al coche le faltaban dos ruedas, la tapa del motor y varias piezas estaban desperdigadas sobre una lona, y la pintura estaba manchada de aceite. Acabó por meter la cabeza junto a la de Han.

- ¿Que haces con mi coche?
- Rutina... Limpiar un poco los conductos de salida del intercooler. Me gustaría poder bajar la culata un par de milímetros para mejorar la compresión, pero no da tiempo. La correa de distribución está bastante gastada, yo diría que le quedan menos de cinco mil kilómetros. El aceite y los filtros no están mal, pero es un aceite normal. Esto funciona con muchas revoluciones, así que mejor algo que esté preparado para ello.
- Vale, doctor. ¿Vivirá?
- Ganará. - Yvette estaba un tanto frustrada: El miedo y la incomodidad se habían desvanecido, dispersados por un aura de concentración. - Lo has tratado como el culo, pero ganará.
- ¿Qué? ¡No lo he tratado mal! Vale, tiene algunos roces, pero soy cuidadosa y nunca lo golpeo.
- Has vaciado el depósito de gasolina algunas veces, hemos tenido que limpiar la bomba además de cebarla. Además, usas este coche a diario.
- ¿Y qué? - Preguntó ella, sabiendo la trampa de la pregunta.
- Esto no es un medio de transporte, es un competidor. ¡Es como usar un caballo de carreras para tirar de un carro!
- ¡Mi coche, mi propiedad, y lo convertiré en una jardinera si me da la gana! - Yvette lo separó de un tirón del motor que Han ya estaba acabando de montar.
- Hablo en serio. Este motor funciona a un rendimiento muy superior al que sería seguro usar en una carretera normal. ¡Es un lanzallamas! ¡Lanza un maldito chorro de fuego por el tubo de escape cada vez que sueltas el acelerador para cambiar de marcha! No puedes usar marchas altas, o los límites de velocidad urbanos se van a la mierda. Y si abusas de las marchas cortas, el motor funcionará a más revoluciones de lo debido. Si este fuese un vehículo diesel, las piezas se habrían dilatado de más y habría gripado. ¿Entiendes? - Yvette lo miró durante unos segundos. Odiaba que le dijesen lo que tenía que hacer. Por encima de todo, odiaba que le dijesen lo que tenía que hacer cuando tenían razón. Aún así, no quiso salir de sus trece.
- Tu problema es ganar. - Ahora fue Han el que la miró en silencio.
- Te has manchado. - Dijo él, volviendo a su trabajo con el motor.
- ¿Qué? ¿Donde? - Preguntó Yvette confundida. Han se giró, la miró y pasó su dedo pringado de grasa por su nariz.
- Aquí.
- ¡Diez minutos para presentaros en la linea de salida! - La voz de Mac salvó a Han de recibir otra paliza.


Dazzul acababa de colocar las ruedas. Las había frotado ligeramente con una lija fina para librarse de la película protectora que tienen los neumáticos nuevos. Se le pasó un paño rápido al coche, y finalmente, Han giró la llave del contacto. El motor rugió como si estuviese troceando acero, con un sonido gutural y profundo. Con ansia, como si cada vez que Han soltaba el acelerador se sintiese frustrado.
Dio un par de vueltas rápidas por el aparcamiento medio vacío, intentando hacerse con el radio de giro y el peso. Conducía pocos coches de motor central, y nunca uno tan bien equilibrado. Se detuvo y esperó a que Yvette se montase. Al hacerlo, esta lo veía sonreír. Lo que más le llamó la atención era que no se trataba de las sonrisas salvajes de Kurtz o maníacas de Grim. No era la sonrisa de un depredador. No daba la misma imagen que cuando estaba entrando en escena para aquel concierto. Esta vez, simplemente, sonreía. Era un hombre feliz y confiado.


Detuvieron el coche al lado de un GTR. El nuevo modelo, veinte años posterior al que había traído a Han hasta aquí. Un hombre jóven, rubio de ojos claros, lo miraba con una sonrisa voraz mientras Mac esperaba para presentarlos. En cuanto Han se bajó, le tendió la mano.

- Un placer... Ah, ¿vas con compañía? - Dijo al ver a Yvette.
- El coche es suyo, simplemente me deja conducir. - Respondió Han, encogiéndose de hombros.
- Ya... Oye, lo siento. Quiero que sepas que esto no me gusta.
- ¿Qué? - Han estaba confundido. - ¿Lo qué? - Preguntó marcando cada sílaba.
- Bueno, ya sabes... Yo soy una estrella ascendente, y vienes tú, con un coche que ni siquiera es el tuyo... Muchas veces estas cosas se... Decoran.
- ¿Decorado? - Preguntó Han. - Perdona, ¿crees que soy un puto decorado?
- No. - Dijo el oponente con respeto. - Eres Han "La Muerte". Y me habría encantado competir contra ti.
- ¡Estás a punto de competir contra mi! No lo entiendes... ¿Ves este coche? El tuyo se hizo para la velocidad, este para la competición. - Han lo encaraba muy de cerca, haciéndole retroceder a él y a su equipo. - ¡Soy Han, tengo el coche de mis sueños, el coche que me metió el motor en la sangre, y tú, eres el desgraciado que se va a enfrentar hoy a eso! Lo siento por ti, pero esta será mi oportunidad de llevar este GTO, y créeme... ¡Te vas a enfrentar a todo lo que sé hacer! ¡A todo lo que tengo! ¡A todo lo que soy! - Han se giró hacia Mac. - ¿Como están las apuestas?
- Uno coma tres contra uno a su favor.
- ¡Apuesto el R32!
- Y yo diez mil giles. - Se giraron a mirar a Yvette. - ¿Puedes cubrirlo? - Mac asintió sorprendido.
- Haz lo que creas... - Dijo el oponente dándose media vuelta para ocupar su lugar. Han lo retuvo.
- Y no olvides esto: Ya no soy "La Muerte". Ahora soy mejor.


Yvette lo miraba fascinada. Metió un CD en la radio y escuchó despacio como el Rock'n'Roll llenaba el aire, mientras que la aguja del cuentarrevoluciones alcanzaba las ocho mil revoluciones. El embrague estaba hundido hasta el fondo, y Han tensaba los labios, enseñando los dientes cada vez que pisaba el acelerador. Ante ellos, la mayoría de los vehículos, el de Mac incluido, partieron. Les esperarían en la meta. Eso significaba que en cuestión de minutos empezaría todo. Estaban a una señal de radio de distancia.

- Este es el plan. - Dijo el piloto. - ¡No hay plan! No conozco los tiempos de este coche en el circuito, no conozco la reacción, así que dejaremos esta canción puesta y a lo que salga. - Yvette estaba confundida. No entendía a que venía lo de la música. - Su cero a cien es mejor que el mío por casi dos segundos, suponiendo que haya eliminado el limitador electrónico de su motor, cosa que probablemente habrá hecho, por lo tanto, empezaremos persiguiendo. Buscaré el rebufo, así que no te preocupes si me acerco.
- ¿Si te acercas a qué?
- ¡Cinturones!


Una joven belleza se plantó en medio de ambos coches. Levantó ligeramente su minifalda y con las dos manos, en un movimiento lento y deliberado retiró un delicado tanga violeta de encaje. La falda apenas cubrió todo el acto, cayendo después como un telón a las tentaciones. Levantó el brazo, exhibiendo la prenda como si de un trofeo se tratase y lo dejó caer.
En cuanto hubo tocado el suelo, ambos coches se lanzaron a toda velocidad. A cuatrocientos metros ante ellos, una curva de ciento ochenta grados marcaba la bajada al piso. No sería lo suficientemente ancha para ambos deportivos. El GTR tomaba la delantera poco a poco, pero Han atacaba el acelerador con ferocidad. Veía como el otro coche ganaba distancia, centímetro a centímetro, ni siquiera lo suficiente para cerrar el paso. Yvette iba a gritar. La barrera de hormigón se acercaba a toda velocidad y Han no tenía las de ganar, pero no parecía que fuese a ceder. Yvette gritó. El bloque estaba ahí, con la presencia de un final prematuro. Recordaba las bendiciones de Samedí. Recordaba su tarea pendiente, y sin embargo, ahora mismo todos sus pensamientos estaban bloqueados por el miedo.
En el último segundo, Han pisó el embrague y redujo una marcha. El doble turbo rugió, mientras el coche daba un volantazo y se situaba a menos de diez centímetros de su oponente. Tomaron la curva cuesta abajo pegados el uno al otro, y siguieron en esa posición mientras seguían una ruta trazada por conos. Avanzaban en línea recta contra el siguiente descenso, y Han se asomaba varias veces a los lados de su oponente, forzando la transmisión con bruscas bajadas de marcha a cada vez. ¡Mas potencia! ¡Esa era la única consigna!
Su adversario intentaba cerrarle el paso, pero el Cavalli galopaba con la fuerza de una tempestad. En la siguiente bajada, la maniobra era la misma. Esta vez, el tramo a lo largo del piso era sinuoso y estaba lleno de curvas, marcadas por los mismos conos y los coches de los espectadores. El GTR y el Cavalli atacaban cada curva apoyándose en todos sus vértices, utilizando hasta el último newton de las fuerzas G que producían. Toda la ganancia de la potencia superior del GTR se perdía en cada curva al ver su piloto como la bestia roja trazaba cada curva con una precisión superior a la suya.
En ocasiones, el Cavalli se veía obligado a corregir la trazada. Esos eran los puntos que esperaba. Sin embargo, él mismo estuvo a punto de caer en un error al atender demasiado al retrovisor. Pagó caro ese fallo, perdiendo su ventaja. La siguiente bajada daría a la planta baja, y seguía con su perseguidor clavado a sus talones, aún más próximo que su propia sombra.

- Hazlo... - Murmuró Han.

La curva de la bajada estaba ahí, y el GTR, con tracción a las cuatro ruedas, pesaba seiscientos kilos más que su adversario. Eso le suponía una clara desventaja, pero a cambio, tenía ciento treinta caballos más de potencia, con la ayuda de los sistemas electrónicos de tracción y estabilidad, comparada con la lucha de su adversario por controlar toda esa potencia en crudo.

- Hazlo.

Entraron a toda velocidad. Esta vez se saltarían el primer piso del garaje en su descenso, haciendo una espiral completa. En la entrada, el GTR redujo intentando generar inercia para lanzarse en cuanto saliesen de la bajada. El Cavalli GTO rompió el agarre, y su oponente creyó que ahí acababa todo, sin embargo, al hacerlo, vio como un contravolanteo rápido y un acelerón le hicieron meter el morro del coche entre el GTR y el muro. El peso del GTR y su potencia superior lo lanzaban contra el exterior de la curva, mientras que la técnica del acelerador de su oponente le daba un punto de ataque desde el interior.

- ¡Hazlo!

Desesperado, el piloto del GTR accionó un botón oculto en la cara interna de su volante. Un inyector electrónico introdujo un chorro de óxido nitroso en la mezcla de carburante, y de su tubo de escape empezaron a surgir destellos azules a medida que el motor se sobrerrevolucionaba. El acelerón fue tan súbito que al llegar al final de la curva, su velocímetro se estaba disparando. Lo último que vio antes de encarar la recta fue como "La Muerte" sonreía al volante de su viejo supercoche.

- ¡Si! - Rápido como una exhalación, Han hundió el acelerador hasta el fondo, cambiando de marcha en fracciones de segundo mientras tomaba el rebufo de su rival ahora que el óxido nitroso apenas empezaba a hacer efecto. Al pegarse a su rival, producía un túnel de viento, liberándole de la resistencia del aire, a la vez que mejoraba también el efecto aerodinámico de su rival.
Ambos tomaron la recta que iba desde un piso al otro acelerando como demonios. El velocímetro estaba en los doscientos veinte y subiendo, sin embargo, el GTR, pese a ganar ventaja poco a poco, no lograba dejar atrás a su rival. La distancia entre ellos aumentaba: Cinco, diez, doce metros, pero el final de la recta se acercaba a toda velocidad, y la aguja ya había superado los doscientos setenta kilómetros por hora.
El piloto del GTR alternaba miradas entre el velocímetro y la primera curva de subida: Una espiral de dos pisos de altura. La pared exterior, pintada en blanco y con adhesivos fosforescentes se iluminaba como una señal de alarma, mientras el infierno rugía tras él. Clavó freno con la intención de sobrevivir a la curva, temblando por el subidón de adrenalina, y cuando fue consciente, fue sobrepasado por el destello rojo de los faros traseros del Cavalli.
Los faros del GTO eran escamoteables, lo cual suponía un perjuicio a la aerodinámica del vehículo. Han simplemente renunció a ellos, utilizando los de su oponente y su propia memoria. Retrasó hasta el último segundo la frenada y al entrar volvió a romper el agarre, trazando la curva como un espectacular derrape sobre las cuatro ruedas, con el volante orientado hacia el lado contrario de la curva y el acelerador a fondo. Con esta maniobra bloqueó a su oponente cualquier posibilidad de adelantamiento.

Yvette estaba paralizada. Las distancias se hacían nada, y las paredes y columnas de hormigón pasaban a centímetros de su cuerpo sin que el vehículo las tocase. Tenía la sensación de haberse vuelto etérea. El miedo presionaba su estómago, y le producía la sensación de que su cuerpo estuviese a punto de volverse del revés. Sus oídos, atronados por el rugido del motor y del doble turbo, la confundían, mareando su sentido del equilibrio con un vaivén frenético. Nunca, desde que tomó por primera vez este coche y su anterior propietario la advirtió de cual era su velocidad máxima, concibió tal velocidad. Nunca concibió tal precisión.
A la vez que todos sus órganos y sentidos le gritaban que detuviese esa locura, sentía su cuerpo como si le fuese ajeno. Se sentía como un fantasma, siendo arrastrada por la realidad fuera de control. Nunca había vivido esta sensación. Pese a que su estómago iba a explotar, sus pulmones iban a colapsarse y su corazón latía como si el fin del mundo estuviese pasando ahora mismo, sentía una vitalidad y un ansia desbordantes. Su pulso se aceleró de júbilo y miedo, mientras veía el muro interior de la subida a través del parabrisas, y el coche de su adversario por su ventanilla lateral derecha.
No le importaba. El cometa auguraba un destino fatídico, y con esa situación, una locura era ahorrar para una jubilación. Lo que ella estaba haciendo ahora mismo era simplemente vivir.

La curva acabó, y siguió un tramo de curvas. El piloto del GTR supuso que su rival se concentraría ahora en una conducción defensiva, en el último tramo antes de la subida final. Sin embargo, Han rompió sus expectativas. Salió de la curva acelerando, buscando ese punto de capacidad que los creadores de su coche no habían sido capaces de ver. Atacaba cada curva con agresividad y abandono, arañando cada milésima de segundo, buscando la mayor velocidad punta posible en un insensato intento por romper las leyes de la física.
Fue en ese momento cuando su moral se rompió. Jonathan Cranston descubrió la extraña realidad presente en la mente de su rival: Ni su coche ni él estaban allí, compitiendo. Una vez el Cavalli hubo ganado la delantera, solo estaban Han y el circuito. Hombre y máquina hechos uno se exploraban en un ejercicio descontrolado por romper sus propios límites.


Cuando el Cavalli llegó a la meta, los presentes no salían de su asombro. Nadie activaba el óxido nitroso en una carrera de circuito, y menos aún en este, un garaje, lleno de obstáculos que supondrían una muerte inmediata al menor error. Cuando Han se bajó del coche, aún oía como los vigías de la planta baja intentaban describir el adelantamiento. La pasión y la habilidad habían vencido a la tecnología. El nuevo GTR había llegado como un mito, aplastando rivales más allá de la habilidad de sus pilotos, sin embargo, en esta ocasión había sido derrotado.





Todo había terminado. En la mente de Yvette, el recuerdo de la reciente experiencia se agolpaba contra la realidad que estaba percibiendo en ese preciso momento. Sus órganos internos se estabilizaban poco a poco, y el vértigo ya había desaparecido. Había sido brutal.
Se acercó a Han. Había dejado al coche enfriar unos minutos, había llenado el depósito, arrancado el motor y disfrutaba viéndolo ronronear al ralentí.

- Hola... - Dijo Yvette torpemente. - No deberías hacer eso, tengo la correa de distribución casi gastada.
- El ralentí apenas la fuerza, y simplemente no puedo resistirme a esto. Es una delicia de sonido.
- ¿Qué te dijo el otro piloto?
- Nada... Simplemente que nunca había esperado encontrarse a nadie así. - Han la miró y rió. - Nadie tan loco.
- Lo tenías todo controlado, ¿verdad? - El piloto puso una sonrisa incómoda y se encogió de hombros. -¿verdad?
- Bueno... Con algunos coches que he conducido mucho podría hacer esto casi sin mirar, y me sé de memoria las especificaciones técnicas del GTO, pero...
- ¿Pero?
- ¡Joder, era la primera vez que conducía uno de estos! ¡Dame un respiro! - Rió al ver el gesto de horror de la turca.
- Entonces... ¿Ha sido suerte?
- Ha sido técnica, intuición y experiencia. Y si, algo de suerte. - Yvette bufó.
- Una vez más, estoy viva de milagro.

Se produjo un silencio incómodo. Ella necesitó agarrarse al techo del coche y posó su cabeza sobre sus propias manos. Respiraba profundamente. Han la contempló unos segundos, y nuevamente, el sonido del motor recuperó su hechizo mesmerizante y atrajo su mirada. Suspiró, ocupó el asiento del piloto y lo apagó. Se levantó y tendió las llaves a Yvette.

- No te odio. - Dijo simplemente. - Ya no. - Ella levantó la vista, aún apoyada, y alzó una ceja con gesto sarcástico.
- Vaya, ¡gracias! ¿Eso es todo?
- No es poco... Después de nuestro anterior encuentro, estuve encerrado, tocando, trabajando y deseando poder borrarte de la existencia solo con mi odio. Sin embargo, me has dado esto... - Señaló al coche, anonadado, como si lo estuviese viendo por primera vez.
- Es una maravilla... - Le concedió ella. Había tenido ese coche cinco años, y sin embargo ahora era algo totalmente nuevo ante sus ojos.
- ¿Sabes? Si me dejasen elegir entre follarme a las cincuenta, ¡no! A las cien tías más buenas de Midgar cuando quisiese el resto de mi vida, o lo que he tenido hoy, elegiría el coche once de cada diez veces. - Han se acercó a ella, apoyó la mano en su mejilla y le dio un beso en la frente. - Y tú me lo has dado.


Yvette, sonrojada y sorprendida, lo miró marchar. De repente, recordó algo importante, pero fue demasiado tarde. Han ya se encontraba hablando con el piloto que les había ayudado a preparar el coche, mientras subían al Fenrir blanco y se iban a otro piso.






Han bajó del bus. Un par de ancianos se apartaron encantados para dejarle pasar. Con su melena mal peinada, sus enormes ojeras y su barba de tres días, tenía un aspecto terrible. Tras correr el viernes, el sábado estuvo lo suficientemente animado para asistir al ensayo y demostrar que no había abandonado la guitarra durante este tiempo. El domingo había dormido la resaca, celebrando que ya había podido encargar las piezas que le faltaban para acabar de preparar su coche. Era lunes... Y si bien, los lunes eran terribles, este, con un ligero dolor de cabeza y sequedad de garganta, con el estómago medio del revés, caminó un par de manzanas hacia el taller de Remache. Bessie lo olió y corrió a saludarlo, y antes de que pudiese doblar la esquina, Simón lo esperaba, limpiándose la grasa de las manos con un trapo.

- ¡Tío! - Exclamó Han. - ¡Ya pude encargar las piezas para acabar el Fenrir!
- Si, ya... Conseguiste el dinero. - Respondió este con gesto sarcástico.
- ¿Qué pasa?
- ¡La que habrás liado! - Exclamó el nuevo, girándose y acompañándole hacia el taller.

Al entrar, vieron a Remache, todo reverencias y atenciones, tratar a un cliente como solo trata a los que han venido a dejarse mucho dinero. Y esos normalmente son pocos. Han recordó a Dazzul, aunque le extrañó que apareciese a estas horas, y se acercó para saludar, cuando Bessie volvió junto a su dueño y este se encaró con Han.

- ¡Aquí está nuestro experto en ingeniería mecánica! - Han sospechó que se había pasado con el alcohol ese sábado. Remache hablando así de él solo podía ser delirium tremens.
- Si, ya tuve el placer de conocerlo. - Al pasar del exterior mañanero, cerca de translúcida pared de plexiglás, y con los tubos fluorescentes de la placa eternamente iluminados, el paso del exterior al interior producía unos instantes de ceguera, debido a la falta de costumbre de las pupilas. - Fue muy preciso acerca de que mantenimiento le vendría bien a mi coche, y quiero que sea él y solo él quien se ocupe. - Han entró y frotó rápidamente sus párpados mientras reconocía al fondo ese Cavalli GTO que lo había enamorado. - El dinero, como ya dije, no es problema.


Han estaba intentando asumir la noticia: Su cerebro empezaba a producir alucinaciones por la mala vida y la falta de sueño. Si. Eso. Seguro que era eso. ¿Que le había dado Mark para fumar? Porque, a su modo de ver, el daño cerebral era una posibilidad más agradable a que lo que veía fuese cierto.
Se agarró a Simón intentando superar su confusión para poder afrontar los hechos.

- ¡Han! ¡Nos va a dar una provisión de veinte mil giles para ponerle ese cochazo a punto!
- Ah, si... ¡Qué buena noticia!
- ¿No te alegra?
- Dímelo tú, señor ex-convicto en libertad condicional. ¿Quieres ver regularmente a una turca?
- Bah, seguro que conoce a mi hermano.
- ¿Y tu hermano se lleva bien con los turcos jóvenes y chulitos? - Preguntó Han, consciente de que Yvette no pertenecía a ese grupo indeseable.
- No sé. - Respondió Simón. Entonces Remache se alejó a buscar los papeles al taller, dejándo a la clienta sola un segundo. - ¡Eh, perdona! ¿Eres turca?
- ¡Eres sutil, Simón! ¡Eres ninja! ¡Eres tan ninja que hasta ahora no me había dado cuenta de lo ninja que eras!
- Eh... Si. ¿Por? - Preguntó ella con el gesto inconsciente de acercar las manos a la pistolera que llevaba en la cadera, mirando extrañada a la cara del que había preguntado.
- No conocerás a mi hermano...
- ¿Hermano? - Interrumpió Yvette. - Disculpa un segundo.

Yvette se acercó a Simón. Con una mano le revolvió un poco el pelo, que acostumbraba a llevar engominado y peinado hacia atrás, y con la otra le tapó el ojo izquierdo. Simón respondió con una sonrisa lobuna, marca de la casa de la familia Kurtz, y los ojos de la turca se abrieron como platos.

- ¡Kurtz! - Rió. - ¡¿Eres otro maldito Kurtz?! ¡Nunca supe que tuviese hermanos!
- Somos tres, él es el mayor, y luego está nuestra hermana pequeña. Simón Kurtz, a su servicio. - Dijo inclinándose levemente.
- Ohhh... ¡Joder! ¿Puedo sacarte una foto? - Preguntó, tomando el PHS. - Tengo que veros a los dos para creérmelo.
- Bueno, si él no habla de la familia, igual no le gusta... Por no ponernos en peligro y eso. - Yvette hizo caso omiso. Se puso a su lado y sacó una foto de ambos.
- ¡Se la voy a enviar!

Han aprovechó el momento de distracción para acercarse a su compañero.

- ¡Maldito traidor! - Murmuró entre dientes.
- Han... He estado entre rejas la mitad de mi vida. - Dijo Simón mirándolo a los ojos. - Si no hablaba con una mujer que no fuese la novia de mi hermano o mi hermana, tú entrarías en mi lista. - Concluyó con un guiño. - Además, es maja. No sé que tienes con ella. - Han se pensó la respuesta un par de segundos.
- ¡Es una...! - No pudo acabar.
- ¡Ya me ha respondido, llamándome de todo! - Dijo riendo. - Tu hermano es un gran tío, pero a veces es divertido hacerle rabiar un poco. ¡Por cierto, soy Yvette!
- Encant...
- ¡Tú! ¡Nuevo! ¡Deja de charlar, tienes que seguir montando el motor de prácticas! - Gritó Remache. Luego suavizó el tono. - La señorita quiere hacer consultas a nuestro ingeniero. - Dijo guiñando un ojo a Han, haciéndole con ello sentir náuseas.


- No te alegras de verme. - Dijo ella, suspicaz.
- No mucho...
- No era una pregunta. - Interrumpió Yvette. - ¿Podemos caminar un rato? - Han se resistió unos segundos, pero acabó por ceder.


- ¡Un puto fin de semana! - Exclamó cuando estuvieron un poco alejados, en la explanada en la que Han daba lecciones a Daphne. - ¡Un puto fin de semana y ya me has rastreado! ¿Por qué? ¡Creía que estábamos en paz!
- Mmmmsi. - Respondió Yvette, buscando las palabras. - Mira, mi coche te encanta, y te morías por trastear en él y ponerlo a punto...
- Y tú eres tan generosa que me estabas esperando el lunes aquí, llegando antes que yo.
- Tengo que entrar a trabajar, era la hora que mejor me venía. - Mintió malamente.
- Esto es un soborno, ¿verdad?
- ¿Qué? - La pregunta hizo suspirar a Han.
- Me traes el coche de mis sueños para que juegue, pones una gran cantidad de pasta en manos de mi jefe para que no diga nada, y ¿qué sacas a cambio?
- Lo primero, ¡que pongas el coche a punto! - Han iba a responder de forma sarcástica. - ¡Hablo en serio! Es el coche que usaba mi padre, antes de que mi abuelo y mi tío muriesen y tuviese que convertirse en un empresario serio. Es mi principal recuerdo de que en el fondo es una persona bohemia y divertida. ¡Es sagrado para mi! - Han sintió respeto. Amar un coche, fuese por el motivo que fuese, era algo que no podía pasar por alto.
- ¿Lo segundo? - Preguntó buscando la trampa.
- Lo segundo es... Esto va a ser difícil.
- Has llegado hasta aquí. Ahora, acaba.
- Tu hermano. - Dijo Yvette. - Malcolm es uno de mis mejores amigos, sino el mejor. Vivo con mucha presión en el trabajo, tengo miedo de volverme una especie de loca violenta. - Vio el efecto de sus palabras en la cara del hombre al que había dado una paliza semanas atrás. - Lo siento, Han. Lo siento mucho. No me tomo bien lo que pasó con... Mi ex. Confié en él como no había confiado en nadie, y simplemente un día desapareció. Ni siquiera respondió a los mensajes.
- No te lo tomes a mal... Pero es mejor así. - Yvette iba a responder pero entonces entendió por la mirada del piloto, que este sabía más de lo que parecía. Recordó cuando aquel hombre guapo le mencionó a Paris y Han quiso desentenderse de ella de golpe. - Si quieres saber más, que te lo diga el hermano de Simón. Yo prefiero, ya sabes... Tener esa puerta cerrada.
- Bueno. - Concluyó. - Dijiste que estabas en paz conmigo, pero necesito a Malcolm en mi vida. Puedes usar mi coche lo que quieras. ¡Incluso sería capaz de regalártelo!, pero... Dile que me perdone. Si ve que tú me has perdonado...

Han sonrió. Suspiró y se frotó la barba con los nudillos, como solía hacer de forma casi inconsciente.

- Nunca podría quedármelo, no podría mantenerlo bien, ni sentiría que fuese mío o que me lo hubiese merecido. - Yvette se sorprendió al oír esto. - Nah, lo único que quiero es que si mi hermano te perdona, lo trates bien.
- Trato hech...
- ¡Y conducir el GTO de vez en cuando!