martes, 8 de febrero de 2011

222


Empezando en silencio, como un ligero ritual que pretende resumir la eternidad. Y ahí, en los pequeños momentos cotidianos, emular a los grandes artistas de la meditación trascendental.
Con el rock clásico en los oídos y la cara del público en el recuerdo, Mark, vagaba por las calles. Había estado un rato en uno de los bares habituales. No suyo, sino de cierto colega suyo, dado a la herboristería. Su colega era sin duda un tío raro, pero no tanto como lo eran otros clientes del garito, como el yonki ese del rostro familiar, o el tipejo de la careta, que afortunadamente no estaban, pero sin duda, estarían al caer. Sin duda, un mal sitio, pero un fumeta del calibre de su colega prefería sin duda los lugares “peculiares” como el Blackson's, justo a juego con su adulterada percepción.

Mark caminó a lo largo de las calles hasta una parada de bus, donde cogió una linea de largo recorrido. Una que lo subiría hasta lo alto de la placa, en uno de los principales distritos.
El trayecto siempre era algo fascinante de ver, y más aún para alguien que había empezado con los psicoactivos a hora tan temprana, o tarde, para los asiduos al té de las 5.
Disfrutó del trayecto igual que se disfruta de una especie de video juego antiguo: Una secuencia de fases con desplazamiento lateral cuyo fondo va alterándose a medida que se avanza en él.
Se subió en medio de contenedores sin recoger y asfalto desconchado y bajó sobre pavimentos de piedra traída de “aquienleimportadonde”, de primera calidad, y caminó entre trajeados y escorts de lujo que practicaban su tarea de forma directa, o disimulada bajo la apariencia de un noviazgo o matrimonio con el ricachón salido de turno, pero indistintamente, con eficiencia ejemplar.
Mark miraba a un lado y a otro con desconfianza, temeroso de que cualquier guardia o soldado lo parase. Tenía que salir de las calles pronto, ante la posibilidad de una detención y registro, muy de moda con el estado de excepción. Y él no podría decir que fuese precisamente limpio.
La que si estaba limpia era su ropa: Una camiseta y un pantalón prácticamente nuevos y unas bambas impolutas, todo ello bajo una nueva chupa de cuero, todos ellos trofeos de la imponente recaudación de su concierto y premio de la guerra de bandas organizada por la Tower of Arrogance. Todo ello con no otro fin que disuadir a los agentes del orden de la idea de que el era un simple tirado o un camello, fuera de su lugar. Intentaba parecer al menos el vástago rebelde de alguien importante, o al menos que lo dudasen el tiempo suficiente para poder escapar.

Maravillado por el bonito espectáculo de filas de farolas con todas y cada una de ellas en perfecto funcionamiento, o el lujo de plazas y jardines cuyo cuidado se mantenía a diario con experta pulcritud, acabó por alcanzar la puerta que estaba buscando, y con ella, el timbre que había venido a pulsar: El ático.


Al salir del ascensor, ya lo estaban esperando. Era una bonita imagen, pero también era una dura verdad. Daphne era muy guapa, había que reconocerlo, pero Mark no estaba dispuesto a cambiar de acera por una cara bonita y un culo de infarto, y menos aún sabiendo lo que había bajo esos pantalones.

- Hola. - Lo saludó ella, con una sonrisa ligeramente forzada, mientras salía a darle dos besos.
- Hola, ¿Y Rolf?
- Está en el salón. ¡Trajiste cervezas! ¡Gracias!
- Si, y algo para picar, además de lo otro... Lo acordado...
- Ya... Oye, Mark... Quería preguntarte...
- ¿Sabes algo de Han? - La voz de Rolf los interrumpió desde la puerta. Tras él vagaba Henton, el gigantesco novio de la dueña de la Tower. Tenía algunos moratones en la cara y los brazos, pero ese tío era luchador profesional. Y por su postura de orgullo y agresividad, parecía estar del tipo de humor que tiene alguien con mucha testosterona y ganas de celebrar algo.

Rolf vestía una camiseta holgada de manga larga, un pantalón de hilo, e iba descalzo sobre el suelo de moqueta, al igual que sus amigos. Henton vestía un pantalón de chandal y una camiseta sin mangas, y Daphne llevaba medias largas de lana, un short y una camiseta de los Rooftop Ravens. Por detrás pasaba Megan, en su imagen habitual de ropa deportiva. Probablemente habría estado charlando de peleas y cosas de machos con Henton, y probablemente él habría aprendido un par de cosas nuevas.

Mark entró, dejando la bolsa que traía en manos de la transexual, y se sentó en el taburete que el anfitrión tenía en la entrada para descalzarse. Al dejar sus bambas en el mueble que había al lado de la puerta, alzó la vista y respondió.

- No sé a vosotros, pero todas las veces que yo he llamado, me ha cogido el teléfono.
- ¿Y? - Preguntó Daphne.
- Y no ha dicho una sola palabra. Puso el manos libres y me dejó oír como tocaba la guitarra, hasta que me cansé y colgué.
- Igual que a nosotros. - Dijo Rolf. - Le he llamado cada día, y está claro que no quiere hablar. Por lo visto, su lado competitivo salió encendido del concierto.
- Espero que sea eso... - Mark se levantó y se acercó a él, dejando que lo guiasen hasta un pequeño salón, en el que todos los sofás y sillones estaban orientados hacia una tele de plasma tan grande que podría ser usada como mesa.
- Malcolm tampoco me quiere decir nada. ¿Y a vosotros? - Rolf acompañó el comentario con una mirada furtiva a su amiga, solo para verla ruborizarse un poco. Una pequeña maldad.
- Bueeeno... - Sentenció el anfitrión al ocupar su rincón en uno de los sofás. - Sois libres de ocupar vuestro lugar en esta mi pequeña morada. - No pudo evitar sentirse extraño al ver a Henton, sin saberlo, ocupar el sillón favorito de Han.

Mark depositó ante ellos entonces una bolsa llena de hierba de la mejor calidad, encargada con días de antelación y conseguida tras una dura negociación por el precio. Tenía sus propias plantas, como buen fumeta que se preciase, pero visto el cometa en el cielo, no tenía demasiadas esperanzas de que llegase a verlas creciditas. Depositó también algunos picadores, papel de liar y tabaco, y tomó la iniciativa, preparando el primer porro de la noche mientras aparecían en la pantalla los típicos anuncios antipiratería de Shin-Ra. A la altura de los créditos iniciales, él ya tenía un buen ejemplar psicoactivo en la mano, listo para “experimentar el visionado de un film ilógico, humorístico y bizarro”: El ataque del adamantaimai gigante. Se llevó su obra a los labios, encendió el mechero, y...



Era una explosión. No. No una explosión, era una colisión. ¡No! ¡Un derrumbamiento! ¡Era todo eso junto! Parecía que un trueno hubiese destrozado media ciudad. No un trueno normal, sino algo de tamaño descomunal. Los gritos alertando de la caída del meteorito llenaron las calles de la placa superior, pero los habitantes de Midgar estaban equivocados: Era algo muy distinto.
Desde el balcón, Megan y Henton habían sido los primeros en verlo. Al ser los más sobrios, llegaron antes, pero al instante desearon no haberlo hecho. Confundidos y turbados, intentaban dar crédito a lo que tenían ante sus ojos.

- ¡Apartaos! - Gritó Rolf, mientras se hacía un hueco entre ellos. Olvidando toda precaución, alzó su rifle Farsight y usó la mira. - ¡Joder!



Bajo la placa, en una pequeña redada que había desmontado otra de esas estúpidas sectas apocalípticas, Mashi miraba con fastidio como Seranzolo y Gerstchen alardeaban mientras transmitían el comunicado al sargento Van Zackal. A su lado, Harlan e Yvette lo acompañaban en su resignación. Svetlana había sido atacada con un cuchillo, y los enfermeros de la ambulancia estaban dándole un par de puntos de sutura en el brazo. Así era siempre el reparto: Unos las cicatrices y otros las medallas.

- Acostúmbrate... - Le dijo Yvette, alardeando un poco de su experiencia con los veteranos.

Mashi iba a responder. Iba a decir que era lo que esperaba, o que era la misma mierda desde otro lado, pero sin embargo, no pudo. Un estruendo arrollador lo dejó sin habla y le hizo saltar a cubierto, arrastrando a sus compañeros en el impulso. Los tres cayeron dentro del portal de un supermercado cerrado, convertido en templo del supremo lo-que-fuese. A Harlan le pilló por sorpresa la fuerza que fue capaz de desplegar ese muchachito rubio de mechas verdes y violáceas y lentillas doradas, pero su principal preocupación era otra: ¿Qué había sido eso? ¿Una explosión? ¿Un derrumbamiento? ¿Habría caído otra placa? ¿Cómo era posible que ellos no supiesen nada?

- ¡Seranzolo! ¿Qué dice Van Zackal? - Preguntó Yvette. - ¿Qué mierda está pasando?
- ¡Dice que espere!

El idiota no estaba bien preparado. Kurtz había hecho lo que podía, pero el novato tardó en fijarse en que él era el único que no había corrido a ponerse a resguardo. Se sintió desnudo, solo, de pie, en medio de la calle mientras una nube de polvo se acercaba a gran velocidad desde el norte. Cuando llegó al soportal en el que se había resguardado su compañero, su traje estaba gris, sus ojos rojos, y no dejaba de toser. Gerstschen no tardó un segundo en arrancarle el PHS y empezar a pegar voces.

- ¡Esperando instrucciones! - Gritó. - ¡Sargento, por favor! ¿Qué está pasando? - Tras unos segundos de incertidumbre, respondió una voz distinta. Tosió dos veces para aclararse la garganta, y encontró la forma de hablar con firmeza, pese a un ligero temblor en la voz.
- Pongan a todas las unidades en activo. Repito: Todas las unidades en activo. Entramos en código rojo. El presidente está haciendo los preparativos para convertir el estado de excepción en un estado de sitio. - Dijo el capitán Jacobi.



Jonás olía el rico sabor de las especias. En Wutai no había término medio con la comida: O delicado sushi cortado con esmero o platos picantes solo apto para los estómagos más preparados. Su novia era más dedicada a los segundos, aunque últimamente rebajaba la receta, por miedo a que tanto picante pudiese hacer daño al bebé.
Acababa de cruzar la puerta y soltar la correa de Etsu, que corrió a saludar a su ama a la espera de que algún trozo de carne le animase la dieta. Jonás oyó como Aang lo recibía con mimos en su idioma natal, mientras él colgaba el abrigo y buscaba las zapatillas por el salón. Descalzo y cómodo, caminó despacio hacia la cocina. Estaba a punto de asomarse por la puerta cuando el mundo tembló como si fuese a romperse. No había durado lo suficiente para ser un terremoto, pero su intensidad solo hallaba comparación en la memoria del turco con el día en que la placa se derrumbó sobre el sector siete.
Asustado, cogió el PHS. Mientras buscaba en la agenda, corrió a la cocina.

- ¡Aang! ¡Aang! ¿Estás bien? - Cuando cruzó la puerta, vio que su hermosa y ágil novia se las había arreglado para mantener el equilibrio, la compostura y las ollas aún sobre el fuego. Etsu parecía asustado, pero se interponía entre ella y la puerta. El turco sonrió, un poco más tranquilo.
- ¿Jonás? ¿Que ha sido eso, Jonás? - Su mirada era suplicante, y evidenciaba que la mujer que había dirigido soldados, esta vez estaba asustada por el delicado ser que llevaba en el vientre.
- Lo averiguaré. - Dijo con seguridad.

Devolvió su atención al PHS, pero mientras buscaba el número, se encontró con la sorpresa de que este lo llamó a él. Entró apresuradamente en la habitación y entrecerró la puerta, mirando por la rendija, antes de responder a la llamada.

- Hace mucho que no hablamos... - Dijo el turco al coger. Su rostro tenía la seriedad que muchos hombres habían visto antes de tener que pelear por su vida.
- Señor mío, déjese de poses, se lo ruego. - Respondió la voz al otro lado del teléfono. Inconfundible, tanto por su timbre agudo e inseguro como por su habla refinada. - Esto es... Es totalmente inaudito.
- ¿Qué mierdas ha pasado? ¿Meteorito? ¿Terroristas? ¿Han volado un reactor?
- Le... No soy capaz de explicárselo. Le estoy enviando una imagen. Véala y haga lo que crea conveniente.

Kurtz empezó a rebuscar entre el menú del PHS. Sabía que no tenía porqué cortar la llamada, pero la cobertura bajo la placa tenía algunas pérdidas. El PHS del trabajo lo sorprendió rompiendo a sonar en ese momento, reforzando su idea de que esto era grave, pero el turco esperó. Mantuvo sus ojos fijos en la pantalla y en segundos obtuvo su respuesta. La primera imagen era un mapa de Midgar, con un punto rojo marcando la zona del incidente. Calculó que, si era bajo la placa, podría llegar en menos de quince minutos, dependiendo de las calles. Si fuese sobre la placa, tendría suerte si tardaba menos de una hora. El PHS de Shin-Ra seguía sonando, indiferente e implacable. Lo descolgó y se lo llevó al oído sin apartar los ojos de la pantalla de su propio comunicador. Al oído le llegaba la cháchara asustada de una de las telefonistas, instándole a que se personase en el edificio Shin-Ra tan rápido como fuese posible. Sin embargo, en ese momento, llegó la imagen.
Era un puto muñeco. Un muñeco feísimo, mal hecho y grande como una montaña. Un bicho de formas poligonales, con pies desproporcionadamente grandes y sin dedos. Sus brazos eran como columnas de forma extraña, cuadriculada, y su cara no tenía facciones. Solo dos enormes ojos azules y un horrendo peinado amarillo en punta. Vestía con lo que parecía ser un uniforme de SOLDADO.

- ¿Es una puta broma? - Dijo a Fixer, intentando mantener el tono de voz bajo. - ¿Quieres tocarme los cojones?
- Su “puta broma” ha devastado tres edificios y está causando serios daños a la estructura superior del sector 1, agente. - Respondió con seguridad el hombre al otro lado de la línea. - Soy incapaz de impedirlo, pero confío en sus habilidades para lograrlo.

Kurtz colgó. Abrió el armario de par en par mientras apretaba los dientes, intentando negar una realidad incapaz de ser mínimamente cabal. Dio aviso al departamento de Investigación de que iría directo al lugar del incidente y colgó el PHS de la compañía. Cuando volvió a la cocina, más que un turco parecía un soldado, cubierto de kevlar y armado hasta los dientes.

- Jonás... - Suplicó Aang. Su novio negó con la cabeza.
- Creo que puedo morir de una forma jodidamente absurda... Pero voy a intentar volver, ¿vale? - Dijo mientras la besaba. - ¡Como sea!
- ¡No digas eso, Jonás! - El grito llegó cuando él ya se había dado la vuelta, y sintió como sus pies se paralizaban.
- Yo... - Dijo, buscando una forma honesta de tranquilizarla. - Ten las llaves del coche a mano, y prepara rápido algo para llevar...nos. Cuando vuelva, nos vamos de vacaciones. - Kurtz quitó los palillos, y tomó un bocado de los tallarines udon picantes con pollo, antes de salir corriendo. Ella asintió entre lágrimas, y aún cuando los pasos de su amado se alejaban por las escaleras del edificio, ella seguía sin apartar la vista de la puerta.




El enorme monstruo cuadriculado se encogió. Con la punta de sus brazos, acabados en una especie de muñones cuadrados, se frotó la cara, cerrando esos grandes y grotescos ojos azules, que eran sus únicos rasgos faciales. Rookery había usado un Gunger, pero sus disparos, aunque precisos, no habían sido suficientes para derribar al monstruo.

- ¿Harlan?
- Presente, Rook. Ya lo veo: No cae.
- No, amigo. Espero que tú puedas hacer algo. ¿Alguna noticia de Kurtz, o Svetlana?
- Nada. Yvette en camino, Mashi también desaparecido, y Peres y StDivoir atascados en los suburbios del seis.
- Jo-Puto-Der. - Dijo para sí el francotirador, mientras introducía un nuevo cargador en el rifle. Estaba seguro de no haber fallado ninguno: Todos en la cabeza, de los cuales, cinco habían impactado en la pupila, pero el engendro ese respondía como si la amenaza no fuese más que un mosquito. No quedaba otra que insistir, y ver que se lograba.



Harlan lo veía avanzar desde una azotea. A cada paso, el suelo temblaba, mientras el monstruo se abría paso a través de la placa. Avanzaba como un borracho en una exposición de maquetas, reventando todo a su paso como si no se diese cuenta. El turco-sacerdote no estaba en medio de su camino, pero si lo suficientemente cerca de él como para sentir las sacudidas. Su punto de ataque no iba a recibir al monstruo de lleno si este conservaba su actual trayectoria, pero no podía saber con seguridad si alguno de los edificios derribados caería hacia el suyo. Las tareas de evacuación eran una lucha contra el caos. Los turcos novatos habían resultado ser útiles con su carismática imagen juvenil para atraer a la gente e inspirarla para que estuviese tranquila. Van Zackal estaba haciendo un buen trabajo, pero la orden de retirarse de Grim no llegó antes de que disparase a un par de civiles por quedarse rezagados. Ahora mismo, eso era problema del departamento legal.
Tomando su cadena de materia, Harlan empezó una oración a todos los Loa presentes y favorables, que serían bien pocos, mientras intentaba ganar tiempo para el equipo de asalto. Demasiados fondos dedicados a mantener la apariencia de estabilidad de Shin-Ra a lo largo del mundo, demasiados destinados a cazar a Sephiroth. Hoy, Midgar parecía una ciudad sin rival, en la cima del mundo, pero pronto olvida uno que en un mundo donde la fuerza de la naturaleza se manifiesta en la forma de magia y criaturas extraordinarias, uno nunca debe olvidar su propia pequeñez ante el planeta.
Y Shin-Ra había creído durante muchos años que el planeta era su campo de juegos y su despensa inagotable.

Cuando sintió la energía llenándole, lanzó la descarga. La primera orden era intentar derribarlo. Si no se lograba, habría que intentar desviarlo fuera de la ciudad, o al menos, lejos del sector cero, y secundariamente de las vías de evacuación.
Mientas el cielo se oscurecía y el relámpago se preparaba para caer sobre el monstruo, Harlan Inagerr se alegró más que nunca de ser sacerdote: No necesitaba dejar de conjurar para rezar todo lo que supiese.

El PHS de Rolf estuvo sonando unos segundos antes de que tanto él como sus amigos se percatasen de ello. Daphne lo oyó primero y corrió a cogerlo, al ver que era Han. Rolf le dedicó una mirada desde la ventana, pero luego retomó la tarea de abrir fuego contra el gigante con su gran rifle de francotirador.

- ¡Han!
- ¿Daphne? Dile al marica que estoy en camino. Estaré ahí en menos de quince minutos. - Su interlocutor hablaba a gritos, por encima del ruido del motor y de la música a todo volumen.
- ¿Desde los suburbios? ¡¿Cómo?!
- No hay tráfico, están todos concentrados en huir, no en ir a la placa. Dile que tenga las llaves del "Pájaro" y el rifle grande. Necesitaremos material extra.
- ¿Que material extra?
- Toma nota...


Por el pasillo del piso sesenta y siete, Kurtz avanzaba en hosco silencio. Había dejado su chaqueta en el vestuario junto con su chaleco táctico, cambiándolo por un traje de kevlar que incluía mangas y un portaequipo de combate, llamado "peco" en sus tiempos. Granadas, materia y finalmente, el lanzagranadas MF203 para acoplar al cañón de su MF22. Perfecto. Tenía que reunirse en el hangar en cinco minutos con un destacamento selecto, sacado tanto de SOLDADO como de la 90 de Fuerzas Especiales. Los despreciaba a todos, pero alguien con buen sentido había decidido ponerlo a él al mando. Mientras se vestía, habían seleccionado para él a un piloto, un artillero y un par de expertos en materia para redondear el asunto, y un helicóptero Garuda para transportarlos a todos, junto con algunos lanzamisiles modelo STGR.
Sin embargo, como buen veterano, se detuvo un minuto antes de lanzarse a por todas, nada más y nada menos que para entrar en los urinarios. Ningún soldado que se precie entra en liza con las vejigas llenas. Uno está dispuesto a la muerte, pero no a la vergüenza de que su última sensación sea una combinación de dolor y pérdida de control de sus músculos inferiores a medida que se debilita, ni a que encuentren su cadáver en ese estado. Deslizó la bragueta y dio comienzo al que sería su último minuto de relax cuando una voz a su espalda estropeó sus planes.

- No te gires, agente "Scar" Kurtz.
- Es más cómodo que ya no uses mi nombre de pila. - Por medio de los pulidos espejos del baño de ejecutivos, el turco pudo reconocer vagamente la silueta que había a sus espaldas: Alta, vestida de negro y con un brillo áureo en la cabeza. Suficientes pistas para evocar al único hombre con la pericia necesaria para traspasar la seguridad del edificio Shin-Ra sin ser descubierto.
- Me alegro de que no sea una situación tan violenta. - Dijo el intruso. - Sigue con lo tuyo, no te diré que no voy armado, pero no estoy empuñando nada.
- ¿Qué pretendes?
- Ayudar. Llámame "agente lo que quieras", pero quiero que me lleves hasta eso.
- ¿Y después?
- Después ya no seré asunto tuyo.

El turco asintió. Un segundo después, no sin cierto nerviosismo, pudo despachar sus asuntos. Ni siquiera se giró a mirar a su perseguidor. De refilón vio que llevaba traje y tenía el pelo recogido en una coleta, con unas grandes gafas de sol para disimular sus rasgos. Sus pasos a su lado a lo largo del pasillo que llevaba al hangar eran suficiente prueba de su presencia.
Al llegar ya había varios hombres esperándoles, mientras revisaban su materia y equipo.

- Muy bien, nenas. Nosotros seis somos el último recurso de la ciudad: Los mejores de los mejores.
- ¿Quien es él? - Preguntó uno de los SOLDADO.
- El agente Baka. ¿Alguna pregunta?
- Si... - Se adelantó el otro SOLDADO.
- ¡A callar! - Interrumpió Kurtz. - Soy el agente Kurtz y estoy al mando. Si no me equivoco, vosotros dos sois los especialistas en materia - Dijo refiriéndose a los SOLDADO, cuyos rostros le eran familiares. - Tú el piloto y tú por descarte el artillero. ¿Nombres?
- Soldado de primera Diastraefen.
- Soldado de segunda Weisz.
- Cabo Treyan, de la 90.
- Teniente Nikopoulos de la 288 aerotransportada.
- ¿Un segunda? - Kurtz miró su hoja de servicios en el informe. - Vienes recomendado, ¿eh? A ver si es verdad que eres el más listo de la clase. - Al turco le gustó que asintiese en lugar de decir ninguna gilipollez. - El plan es simple: Vamos a sobrevolarlo, tirarle encima todo lo que tengamos y encabezar el ataque. Cuando acaben de sacar civiles, se nos unirán más helicópteros, así que entonces habrá que tener cuidado con el tráfico y el fuego amigo. Hasta entonces, tenemos carta blanca para usar toda la artillería que tengamos. Ahora si. ¿Preguntas?
- ¿Es una misión de las que se vuelve? - Preguntó Treyan.
- Es una misión de las que, o se hace, o mueren millones. - El turco pudo ver asentimientos entre su equipo, a los que el artillero acabó por unirse. - ¿Es todo? Bien: Cables amarrados, paracaídas preparados y tenéis cinco segundos para recordar por que cojones estáis aquí hoy. - "O por quien"...


- ¡Puta furgoneta! - Svetlana no paraba de maldecir su torpe vehículo, lleno de civiles aterrorizados. El pánico se había extendido como las llamas en polvorín, y los gritos casi le impedían oírse pensar. Acabó por sacar uno de sus subfusiles por la ventanilla y lanzar una ráfaga al aire.
Desde el retrovisor, Larry StDivoir pudo ver como su compañera maldecía una y otra vez, sin embargo él no pudo hacer nada más que seguir con su tarea: Llevar la sirena a todo volumen y abrir paso con su coche, ayudado por una escolta de la división motorizada de SOLDADO. Los refugiados se desplazaban en camiones confiscados, autobuses urbanos y trenes, intentando evacuar la ciudad. Mientras tanto, a los de los suburbios se les pedía que permaneciesen en sus casas para evitar colapsar las salidas. Larry sabía que pocos o ninguno estarían obedeciendo esas órdenes, y que muchos ya se habrían abierto camino fuera de la ciudad.
- Chaval, ¿cómo va lo tuyo?
- Tenemos medio barrio detrás, y vamos más o menos bien. ¿Y tú, viejuno?
- Un convoy de cinco autobuses. - Respondió Dawssen. - Con esto ya casi tenemos despejado el sector uno. El problema vendrá con los suburbios. - Al oír eso, Larry no pudo evitar dedicar una mirada de compasión a Svetlana, que parecía haber logrado algo de tranquilidad.
- Mejor hacerlo bien, y prepararse para lo peor.


- ¡Chaval, baja ahora mismo!

De las escaleras del piso superior bajó un silencio hosco, que nació al morir una canción interrumpida. Se oía el zumbido del amplificador de fondo, junto a los pequeños ruiditos cotidianos de las cosas al ser colocadas en su sitio, y de los pasos bajando la escalera. Ojeroso y macilento, Han apareció en el piso inferior.

- ¡Joder, chaval! Deberías dormir un poco...
- No tengo sueño.
- Bueno... Escucha. - Dijo Remache, mientras señalaba hacia su camioneta con un gesto de la cabeza. - ¿Recuerdas que ayer venía un tío nuevo?
- Si... El que viene con el servicio de reintegración social.
- Eres mayorcito, ya no tienes por que temer al hombre del saco. - Lo interrumpió el viejo. Han miró sobre la espalda de este y pudo ver como el aludido levantaba la cabeza, mirándolos de reojo. - Oye, está bien que toques, pero tienes que trabajar un rato. Me voy a por un motor para ese Supreme en el que está trabajando... Échale un cable.
- Vale.

Han se acercó a la nevera y abrió un refresco, mientras esperaba a que la camioneta abandonase el taller para bajar un poco la persiana metálica. Luego se dio media vuelta y caminó hacia el novato y el coche.

- Hola. - Le dijo este, viéndolo venir. Le esperaba con ambas manos apoyadas al borde del hueco del motor, mirando despectivamente su contenido. - Así que tú eres Han. - Dijo con una sonrisa inquietante.
- Sip... ¿Te gustan los muscle cars?
- Son lo puto mejor.

El nuevo levantó la vista. Tenía los ojos marrones, con un toque levemente rojizo en el iris, como una chispa de agresividad en su interior, bien contenida. El pelo moreno estaba engominado hacia atrás, y llegaba hasta la mitad del cuello, pero lo más característico eran sus dientes: Cuando sonreía se le veían unos incisivos y colmillos pronunciados, como una especie de animal. Estaba tranquilo, pero había algo en ese coche que le cabreaba y le hacía dar esa impresión. El piloto había visto esos rasgos en otra parte...

- Perdona, ¿decías? - Dijo Han, volviendo a la realidad. Se acordó de que iba a ofrecerle un refresco, pero cuando se dio cuenta, el nuevo ya estaba bebiendo de él. ¿Tanto lo había perturbado esa cara? ¿A quien se parecía?
- Este motor: Me encanta el Supreme. Es mi deportivo favorito, ¿sabes? Un motor capaz de volar un edificio, y unas lineas que muestran dominio... Control. La fuerza para hacer lo que quieras y la majestuosidad para no necesitarlo, ¿sabes? Esa es la palabra: Majestuoso.

Han alzó una ceja y lo miró con detenimiento. Sabía que se iba a encontrar al mirar bajo ese capó, sabía al milímetro cada cable y cada soldadura, y joder: Aquello había sido una obra maestra de ingeniería.

- Un motor v6 de dos litros y medio. Mucha mejor relación potencia-cilindrada que el antiguo, mejor consumo y una respuesta decente, para mover un coche de ese peso.
- ¿Decente? ¡Joder, míralo! ¡Es una birria!
- Es el respetable motor de doscientos cuatro caballos de un Shin-Ra Cavalier. Si te quejas por ese, entonces no quiero ser yo quien te aguante cuando nos pasemos los días reparando utilitarios, monovolúmenes familiares o furgonetas con más años que la propia historia de la automoción.
- Cierto... Es un motor cojonudo, lo reconozco. Pero no es un motor de muscle car. No tiene la fuerza, el corazón, ni el sonido... Y yo quiero, cuando conduzco, experimentarlo, ¿sabes? Quiero la sensación, la adrenalina y el poder. Este coche es para mí, ¿sabes? Un regalo. Y quiero ese sonido para mi coche. - Han sonrió. “Lo que llega a ver uno...”, pensó para sí, despectivo de alguien que viese en un coche algo que no fuese una máquina capaz de romper la realidad, pero respetuoso de alguien con esa pasión por conducir.
- ¿Le das rápido?
- Aún acabo de apuntarme a la autoescuela... Pero he soñado con esto durante muchos años... - Dijo alargando las palabras.
- ¡Vamos a por ello! - Exclamó el piloto, dejando sobre el armario de herramientas su refresco y tendiéndole la mano al nuevo. - Soy Han.
- Yo soy Sim...


El taller tembló. Segundos después, cuando las luces dejaron de parpadear, y el polvo empezó a asentarse en el ambiente, empezaron los gritos de pánico en las calles. Midgar estaba entregada al caos, y sus habitantes empezaban la pelea contra algo que nunca habían esperado.
Dentro del taller, mientras ambos corrían hacia la puerta, compartían una idea acerca de lo que podía estar sucediendo, y una plegaria por que no fuese cierto.
Evidentemente, no estaban preparados para lo que vieron.




- ¡Joder! ¿Tú no sabías forzar puertas?
- ¡Lo siento, señorito! ¡Los pasos de coloso me estresan!
- Apartaos...
Varios golpes y un horrible crujido después, Henton les apartaba los restos de lo que antes había sido la puerta de aluminio de una ferretería. La alarma sonaba de forma estridente y continua, pero no parecía que nadie fuese a molestarse en acudir a interrumpirlos.
- Muy bien. - Dijo Mark. - Henton gana.
- ¿Recuerdas lo que nos dijo? - Preguntó Rolf, abriéndose paso hasta la trastienda.
- Si. Después de esto, aún tendremos que ir a buscar una tienda de deportes un poco grande.
- Localicé un par de ellas antes de que se cayese la red pública. Vete al coche y vigila, Henton y yo buscaremos por aquí.

Mark se apartó, mirando a su alrededor por la costumbre de esperar a los PM cuando oía alguna alarma, a la Policía, o si había mala suerte, cabrones uniformados en negro. Si había un día en el que fuese posible que pasasen por alto su infracción por tener asuntos más graves, sin duda solo podía ser ese, pero siempre era mejor pasarse de prudente. Sacó el PHS, vio que aún había cobertura y aprovechó para volver a llamar a Han, para estar seguro de que realmente había salido de su aislamiento.

- Hola, Mark. - Respondió su amigo tras pocos tonos.
- Hola, tío. Primera parada lista, queda la segunda.
- Bien, cuando esté, tráete a la peña, coges el Fenrir, incrustas ahí a todos los que quepan y sales pitando. El marica y yo nos vamos de caza.
- Vosotros sabréis lo que hacéis. - Mark no pudo evitar pensar que en condiciones normales se burlaría de su amigo al reconocer que él y alguien de sexualidad poco escrupulosa como Rolf se "iban juntos de caza". No era el momento, pero... - ¿Cazaréis de tu tipo o del tuyo?
- Mira, Mark... A veces pareces tonto.
- Joder, Han... Es por relajar el ambiente.
- Vamos a por un mostrenco grande como un rascacielos, con una polla que ha de medir varios pisos. ¡Claramente, su tipo, tío! - Mark se permitió reír un momento.
- ¡Y luego dicen que no tienes sentido del humor! - Rió, encendiendo un cigarrillo. Necesitó varios intentos. Aún entre carcajadas no le había dejado de temblar el pulso. - ¿Te queda mucho?
- Yo estoy preparado, y al "Pájaro" ya le queda poco.




- ¡Fuego vengador! ¡Fuego vengador! ¡Aquí Vigía uno! ¿Me copia?
- Hola, Har. - Respondió Kurtz. - ¡A todos los Vigías, aquí Fuego Vengador! Descansen. Repito la orden: Descansen, consigan Eter y reposiciónense. Tenemos unos cuantos helicópteros de seguridad para espantar a este pedazo de mierda colosal. Le vamos a meter tanto plomo encima que su peso hundirá la placa.
- Recibido, cabronazo. ¡Jódelo como tú sabes! - Confirmó Harlan haciendo gestos al helicóptero, antes de coger la radio para concretar un punto de retirada.


La llegada del improvisado escuadrón de ataque aéreo fue como una tempestad: Misiles y munición de alto calibre empezó a llover sobre el monstruo con la intensidad del granizo. El fuego logró que el siguiente paso que daba fuese más lento... Más lento... Cada vez más lento... Hasta que llegó la orden de lanzar misiles, su enorme superficie se vio cubierta de humo y llamas por unos segundos.

- Sobrevoladlo en círculos, pero no quiero ver a ninguno al alcance de ese cabrón. ¿Ha quedado claro? Si nos pilla va a parecer que nos han violado, masticado y vomitado, y no necesariamente por ese orden.
- Señor, ¿es necesario emplear ese lenguaje? - Preguntó una voz insegura desde el otro lado de la radio. - Ya me siento bastante estresado con la situación. - Kurtz había olvidado que no solo hablaba con soldados, sino también con los operarios que manejaban los helicópteros no tripulados. Gruñó antes de confirmar su orden.
- Contened el fuego. Vamos a ver lo que queda de él, tenemos que salvar la ciudad, no destruirla nosotros.

Mientras volaban, el polvo se mantenía. Centenares de cristales habían saltado y sumado a los edificios derruidos a su paso, el monstruo prácticamente caminaba dentro de lo que ya no parecía una nube, sino una tormenta de arena. Muchos pilotos se quejaron de la visibilidad, buscando mayor altitud para proteger las tomas de refrigeración de sus helicópteros. El aire olía a pólvora quemada y los segundos parecían eternizarse. Hasta las aspas de las hélices se ralentizaban, mientras todas las miradas estaban concentradas en el hueco que antes había ocupado el monstruo. Aún con la visibilidad turbia, un ruido metálico empezó a atronarles. Primero poco a poco, como un fuerte golpe contra el suelo por parte de un objeto pequeño. Luego otro, y otro, y finalmente los golpes sucedían a millares.

- ¿Qué mierda? - Preguntó el piloto, Nikopoulos.
- Que me jodan con un puto misil Bahamut... - Juró Kurtz. - ¡Son las putas balas!

Ciertamente: Miles de balas estaban cayendo desde la piel y la ropa de la criatura, contra la que habían quedado aplastadas para, perdida la fuerza del disparo, caer inertes sobre el pavimento, como un granizo que sonaba a fatalidad e impotencia. Su intensidad varió mientras la criatura se sacudía de encima la munición que pudiese quedarle y empezó a caminar de nuevo.

- No tenemos tiempo. - Al lado del oído del turco a cargo, sonó la voz de aquel al que había anunciado como su compañero. Sus pelos se tornaron escarpias al ver con que facilidad se había deslizado tras su espalda sin que tan siquiera se hubiese dado cuenta. - Haz lo que te pedí y acércame a él. - El hombre al mando asintió.
- Piloto, acércate a su cabeza. ¡Ten cuidado! Espera cualquier cosa: Manotazos, rayos láser en los ojos, aliento de fuego... Las cosas están muy lejos de ser lógicas. El resto, preparad un fogonazo de materia, cualquier cosa menos hielo, y después una lluvia de balas, para cubrir al agente Baka.
- ¿Qué pretende hacer, señor? - Preguntó el tal Diastraefen. Su voz apenas se oía por encima del ruido del helicóptero. Paris lo miró de reojo y no respondió, y Kurtz se interpuso.
- Diastraefen, lo tuyo es el rayo. Apunta a los ojos, para cegarlo. Y tú, Weisz, usa fuego. Algo amplio, una cortina que no le deje ver. Treyan...
- Tengo mucha cinta de munición, señor.

Mientras, en la cabina, Nikopoulos no daba crédito a lo que estaba oyendo. Miró hacia los controles situados sobre el parabrisas, donde siempre llevaba una fotografía de su familia. Sabía que estaban lejos de la zona de desastre, pero no por ello se relajaba. Los oía y creía que estaban locos, pero él estaba tan desesperado como ellos. Una idea le rondaba por la cabeza, y pese a que se lo negase a sí mismo, no quería alejarla del todo.



El Fenrir blanco se detuvo con un derrape. Han dejó el motor en marcha con la caja de cambios en punto muerto, cruzándose con Mark, mientras Megan pasaba hacia el asiento trasero.
- Han... - Lo llamó Daphne, sin decidirse a entrar.
- No te pares. - Respondió el piloto. No fue frío, en su rostro se veía la preocupación. Se notaba que estaba a punto de convertirse en el hombre que los había sacado de aquel hospital. Parecía ya tanto tiempo atrás... - Nos vemos en unas horas.
- Me alegro de verte, Han. - Dijo ella, guiñándole un ojo incapaz de sonreír con total sinceridad. Ocupó su sitio en la parte trasera.
- ¿Realmente ese va a ser más rápido que este? - Preguntó Mark confundido, viendo el cupé deportivo que era el Fenrir y el sedán de alta gama que era el otro.
- Este es el mejor coche del mundo, Mark. - Respondió el piloto mientras abría la puerta y contemplaba el interior. Sonrió tristemente. - Henton, haz el favor y rompe la luna trasera desde dentro.

Cuando hubo acabado, ocupó su lugar en el asiento de copiloto del Fenrir, mientras Rolf se acomodaba en la parte trasera del otro coche. Mientras el deportivo blanco arrancaba, Han se sentó al volante, calándose los guantes.

- El Cavalier... - Dijo Rolf. - El mejor coche del mundo, ¿eh?
- Lo he construido yo, ¿no? - Respondió Han, acariciando el volante en dirección hacia la ranura para la llave. - El Pájaro plateado de libertad.



El helicóptero estaba cada vez más cerca. El monstruo se desplazaba entre los edificios, sembrando caos y devastación a su paso, y Nikopoulos, el piloto, evadía los cascotes y las columnas de humo caliente con pericia y pulso firme. Al fondo se veían explosiones de coches aplastados, camiones, depósitos de calefacción o conductos de gas y agua. El asfalto se resquebrajaba, y Nikopoulos se preguntaba cuanto podría resistir la placa. No estaba seguro de que Midgar pudiese sobrevivir a un segundo desastre, tan próximo al primero.

En medio del ruido del motor y las aspas y la elevada tensión, el sonido del PHS de Kurtz rompió el silencio. Al ir a apagarlo, miró antes la pantalla, con miedo de que fuese su hermano, quien había quedado a cargo del resto de la familia, Aang incluida. Sin embargo, no pudo evitar la sorpresa al ver al viejo comando desquiciado que lo había llevado a jugarse el cuello por un ideal.

- ¿Qué cojones queréis? No. Ya lo veo: ¿Qué cojones vais a hacer?
- Cuanto tiempo sin hablar contigo, querido. ¿Quieres que dé saludos a Han? - Se mofó Rolf al otro lado del PHS-
- ¿Y tú, quieres que yo se los dé a Paris? - Susurró, mirando de reojo al joven asesino, que permanecía inmutable, asomado a la puerta lateral del helicóptero, junto al artillero. - No preguntes y responde: ¿Qué vais a hacer?
- Vamos a derribarlo, confía en nosotros.
- Yo me fío, pero no me hago responsable. ¿Necesitáis apoyo?
- Dos minutos de "alto el fuego" serían de agradecer, Kurtz. Vamos a tener que acercarnos.
- ¿Cuándo? - Pudo oír al otro lado del teléfono como repetían la pregunta al conductor, y este respondía a gritos, entre el sonido atronador del heavy metal a volumen alto.
- Llegamos en tres minutos, en seis nos habremos ido.

Jonás colgó. Guardó el PHS despacio, con cuidado de que quedase bien afianzado en su bolsillo, y acercó la radio a su cara. Era una maniobra desquiciada, pero era una situación desquiciada. Pulsó el botón de emitir.
- Aquí "Scar" Kurtz desde Vigía uno. Preparados para un alto el fuego a mi señal. Listos para reabrir el fuego con toda la potencia posible al siguiente aviso.



A medida que se aproximaban a la gran avenida donde se desarrollaba la acción, el ruido y el caos se impusieron sobre la música. Rotores de helicópteros, tanques y demás maquinaria bélica luchaban contra un titán salido de la nada que devastaba la ciudad a su paso, con movimientos erráticos y extraños. El coche redujo su velocidad, pero siguió deslizándose entre los socavones dejados por derrumbes, sobre el asfalto destrozado por las orugas de los tanques. El conductor apretaba los dientes inconscientemente, mientras viraba el volante con una mano, y la otra realizaba rápidos viajes desde este hacia la palanca de marchas, y viceversa. En la parte trasera, el tirador esperaba con su rifle listo. Tenía los ojos cerrados y descansaba sobre la bandeja que cubría el maletero, dentro de lo permitido por el traqueteo y los volantazos.
A la vista de la criatura, se encontraron con que el horror era superior a sus espectativas. Gritos de pánico se hacían audibles al aproximarse, entre el sonido de la maquinaria bélica, mientras que los furgones oficiales evacuaban a la población tan rápido como eran capaces de hacerlo. Estos mismos furgones les daban las luces de emergencia o pitidos de claxon para hacerles desistir. Eran sin duda la imagen de la locura, avanzando a ciento veinte entre transportes blindados y camiones de refugiados que huían del caos.

- ¡No veo ningún control! ¡Ni barrera! - Gritó Han.
- No creyeron que nadie estaría tan loco como para ir contra tal monstruo.
- ¡En la carretera de ascenso a la placa si que lo había!
- Pues si lo ves, haz lo mismo: Crúzalo. Da igual como.

El Cavalier cruzó entre tanques estacionados y vehículos de artillería móvil. El traqueteo era especialmente intenso, y el asfalto desgarrado por el paso de las orugas dificultaba la tracción, pero el peor obstáculo era el humo. Una nube de polvo, pólvora quemada y estruendo parecía cubrir el mundo, imposibilitando la visión a más de algunos metros. Al fondo, solo una silueta sobre el gris: El monstruo. 

- ¿Puedes pasar entre sus piernas? - Preguntó Rolf, aún sin mirar hacia delante.
- ¡Ni de puta broma! Además, me haría dar más brusco el giro. Mejor tomar esa curva de forma abierta.
- Acércate más desde el sur. Es más alto que la nube de polvo, intentemos que el sol lo deslumbre.

Una leve corrección del sentido de la marcha les puso en el mejor ángulo de ataque posible, listos para el siguiente paso. Mientras el Cavalier surcaba los cada vez más escasos metros que lo separaban de su objetivo, este inició un nuevo paso. Lento, y torpe, que provocó que al concentrar su peso en el pie de apoyo, el asfalto se resquebrajase bajo su carga. El pie izquierdo del monstruo se levantaba, y daba la impresión de que esa rodilla se estaba flexionando de forma casi mecánica, con movimientos cuadriculados y forzados.
Han bajó una marcha y pisó a fondo, haciendo que el ruido del motor despegase, mientras que desde detrás el olor a humo se intensificaba. La vibración del interior del vehículo era un desafío para su chasis de mitrilio, y la dura suspensión deportiva no era de ninguna ayuda.

- Rolf, si te queda algo por decir, suéltalo ahora, o calla para siempre.
- No me dejes morir como un puto gilip...
- ¡Tres! - Le interrumpió el piloto. - Dos, uno...

Un volantazo y un tirón a la palanca del freno de mano y el coche se revolvió, mientras su piloto hundía el pie derecho en el acelerador. Con las ruedas traseras bloqueadas, el coche empezó a rotar sobre sí mismo, perdido el agarre sobre el asfalto destrozado. Apenas un segundo después, el maletero estaba orientado hacia el monstruo, sin dejar de girar. Sobre ese maletero había un rifle de francotirador del calibre 50, cargado con algo especial.

- ¡Desde el corazón del infierno, yo te apuñalo! - Gritó Rolf desde la parte trasera, tumbándose en el asiento. Apoyó los pies en la puerta y agarró tan fuerte como pudo el cinturón de seguridad del lado contrario. Han ya había retomado la maniobra en cuanto oyó el disparo, y su acelerón le costó a su amigo un par de serias magulladuras. Hundió el pedal de nuevo, completando el giro de trescientos sesenta grados y aceleró hacia el lado izquierdo del monstruo, rompiendo otra vez el agarre sobre el asfalto con el freno y rodeándolo mientras derrapaba, para cerrar el radio todo lo posible.


Kurtz intentaba que no le viesen sonreír sus compañeros en el helicóptero. Ese maldito coche infernal había vuelto a nacer, y esos dos hijos de puta habían tenido una idea mejor que todo el aparato militar de Shin-Ra junto. El coche estaba rodeando el monstruo, y con ayuda de unos prismáticos, pudo ver como estaban enrollando una especie de cable alrededor de sus pies. Dieron tres, cuatro, cinco vueltas, antes de que el rollo de cable de metal saliese disparado del maletero arrancando la tapa, y se alejaron del lugar dejando un rastro de humo y un rugido de victoria.


- ¡Todo tuyo, Kurtz! ¡Dispuesto y con lacito, como una puta virgen!

Los tripulantes del helicóptero vieron al turco recobrar su sonrisa lobuna, mientras guardaba su PHS y se acercaba la radio a la cara.
- ¡Aquí Fuego Vengador, a todas las unidades! ¡Fuego! ¡Fuego, maldita sea! ¡Tiradselo todo y hacedlo ya!



La tormenta volvió a encenderse. Como el infierno desatado, centenares de lanzadores de hechizos vaciaban todo su éter en descargas flamígeras, gélidas y eléctricas sobre el monstruo, mientras munición de todos los calibres existentes era disparada contra él. Las llamas y el humo lo cegaban todo a lo largo de manzanas a la redonda, mientras que destellos irregulares surcaban la nube caótica, y un estruendo de pólvora estallando y plomo surcando el aire para impactar contra lo desconocido ensordecía el ambiente. Durante varios minutos, que parecieron eternos, la ciudad lanzó toda su ira y su fuerza contra el invasor. Miles de militares, SOLDADO, turcos e incluso milicianos civiles arrojaron toda la furia de que les quedaba hasta agotar el último cartucho. El último hechizo. El último ápice de esperanza.

Cuando el polvo se despejó de nuevo, se oía aún el sonido de la munición y los cascotes cayendo al asfalto. Las lecturas infrarrojas y térmicas se volvían locas, sin embargo había una certeza, vista en cuanto el humo empezó a disolverse. La criatura seguía en pie. Se tambaleaba, e intentaba continuar su avance, entre los sonoros chasquidos de un cable de acero a punto de romperse. No mostraba heridas, no había sangre visible, pese a que le había caído encima todo lo que la ciudad podía dar.

- ¡Sigue vivo! - Exclamó Nikopoulos, mientras Treyan gritaba de terror y se lanzaba por la puerta lateral del helicóptero. Kurtz no hizo nada por impedírselo. Suficiente hacía por intentar no hacer él lo mismo. A su alrededor, Diastraefen, Weisz y Nikopoulos lo miraban esperando cualquier tipo de instrucción, algunos con más entereza que otros. Paris se acercó a su espalda.
- Olvídate de ellos. Haz lo que te pedí.

Kurtz asintió. Cerró los ojos dos segundos, y cuando los abrió tenía su Aegis Cort en la mano.

- Muy bien, tripulantes, esto es lo que vamos a hacer. - Mientras hablaba, tomó asiento en la cabina, junto al piloto, y sujetó la palanca de dirección. - Vosotros os vais.
- No tenemos ningún miedo. - Respondió Diastraefen.
- ¡Asunto clasificado de Turk! ¡No tenéis competencia aquí! ¡Si no abandonáis la zona, abriré fuego contra vosotros!

Los tripulantes, confusos, se miraron entre ellos, pero Weisz, ofendido, fue el primero en actuar.

- Haced lo que os dé la gana, me uniré al primer equipo Vigía que encuentre. - Diastraefen no dijo nada, pero saltó a la vez que su compañero. Nikopoulos fue el último, y se detuvo al ir a recoger su foto familiar.
- ¿Sabe, señor? A mí me ha dado suerte.
- Tengo la mía propia. Gracias, Nikopoulos. - Respondió Kurtz, guardando su pistola y sacando su navaja, para sujetarla con los dientes.
- Gracias otra vez, señor.


Cuando el asustado piloto hubo saltado, Paris tomó el asiento que este había dejado libre, mientras su antiguo compañero empezaba a encaminar el helicóptero contra el monstruo.

- No sabía que podías pilotar uno de estos. ¿Lo aprendiste haciendo guerra sucia? - Miró con sorna al hombre, con la navaja en la boca, listo para saltar como un filibustero en un abordaje en el mar de Corel. - No respondas, ya veo que estás ocupado... - Kurtz se quitó la navaja de la boca y la clavó sobre el cuadro de mandos, enfurecido.
- ¿Qué mierda quieres, puto niño mutante de los cojones? - Paris soltó una risita al oír eso. Encaró a Scar y apartó ligeramente sus gafas de sol, mostrando su antinatural mirada, con esas pupilas felinas y afiladas.
- No es bueno ofender a los "niños mutantes", agente Scar Kurtz. Somos malas personas por naturaleza. A menudo, mucha gente inocente acaba herida.
- ¡Pues mátame y pilota tú esta mierda! No sabes, ¿eh? ¡Jódete! ¡Haber estado luchando en guerras sucias! ¡Así tendrías las habilidades necesarias para salvar esta mierda de ciudad! - El asesino se tornó serio. Sin embargo, se relajó al instante.
- Aún estás a tiempo de hacer como ellos, Jonás.
- ¿Y tú que harás? ¿Saltar doscientos putos metros?
- Yo me las arreglaré. Igual que antes de conocerte, igual que hago ahora.
- ¡Que te jodan! - Gritó el turco. - ¡Ya te di de hostias una vez, apuesto a que ahora puedo destrozar a ese pedazo de mierda colosal más y mejor que tú!

Paris quiso replicar, noquearlo y tirarlo en paracaídas, pero listo como estaba para saltar en el último segundo, no se había sujetado al asiento, y en cuanto el turco aceleró el motor hasta el extremo e inclinó el helicóptero contra la cara de la criatura, tuvo que destinar toda su atención a sujetarse y prepararse. Mientras tanto, Kurtz, con una mano en los mandos y la otra en el borde de la puerta, que había arrancado a patadas, hacía repaso mental de lo que llevaba encima, notando su peso, tal y como estaba acostumbrado: Su pistola, dos cargadores adicionales, cuatro granadas y algunas piezas de materia. Sin embargo, ninguna de esas cosas le pesó tanto como su cartera, con la foto de Aang en ella.

- ¡COME MIERDAAAA!





El golpe resonó en todo el lugar. El dolor le quemó en la cara, pero se disipó en seguida. Aturdido, se frotó la cara y miró a su alrededor.

- ¡Mark! ¡Mark! ¿Estás con nosotros?
- ¿Eh? - Fue todo lo que pudo responder. Megan estaba inclinada sobre él, lo que le daba una gran panorámica de su camiseta, sin embargo, Mark apenas era consciente de que estaba sucediendo. Miró a su alrededor y sus gestos delataron su esfuerzo por reconocer las caras que lo rodeaban. - ¿Y Han? ¿Donde está? - Miró a Rolf. - No está con...
- Han está consigo mismo, y lo sabes, idiota. - Respondió Rolf despectivamente, mirando hacia Daphne que había apartado la mirada, con preocupación.


- Mark, ¿estás bien? Te quedaste flipado viendo el primer trailer. - Megan se preguntó si no debería darle otra bofetada, pero notó como una especie de fuerza natural la apartaba de su amigo.
- Déjame a mi. - Dijo Henton.
- ¡Oh, joder no! - Gritó Mark, pero su amigo al acercar la mano, lo único que le hizo fue tomar el porro que este sostenía. Lo miró fijamente, como intentando reconocerlo, y dio una calada.
- Pues si... Es fuerte. - Dijo, y volvió a su asiento, donde se apropió de las palomitas.