jueves, 5 de agosto de 2010

219

La copa sonó con un agudo "clinc" cuando la posó sobre la mesa de cristal. Ya había vaciado la mitad de su contenido, para intentar animarse. No tuvo demasiado éxito. Elliot estaba alicaído desde el día anterior. El científico seguía con la mirada vacía el movimiento de los rayos de sol que se colaban por los agujeros de la persiana. Era lo que llevaba haciendo desde que se había levantado, a las ocho. Marie ya se había ido a trabajar. Ahora el reloj de la sala marcaba las diez y veinte y le daba el compás a sus dedos nerviosos, que tamborileaban sobre su pierna. La televisión estaba encendida, y daban un programa llamado "de variedades", a pesar de que siempre salían más o menos los mismos personajes vendiendo su vida ante las cámaras. Y lo peor era que realmente les pagaban. Curiosamente, ese día habían aparcado los temas que envolvían a los habituales bufones e invitados, y en su lugar estaban hablando sobre un incidente ocurrido en el Midgar Ring. Por lo visto, algún desaprensivo había ido recorriendo la carretera circular que rodeaba Midgar con un coche de gran cilindrada y armando un ruido impresionante; impresionante para cualquier vehículo que no esté dotado de al menos cinco motores y un remolque lleno de los monstruos más ruidosos del continente. Los PMs estaban puestos en el asunto buscando el vehículo en cuestión y a su conductor, al que le iban a caer varias denuncias por desorden público y conducción temeraria. Al terminar eso, que debía ser lo único de relativo interés, volvieron a salir el presentador, los colaboradores y los invitados, hablando del tema con tanta autoridad y sapiencia como hablaría un fabricante de espadas de Wutai de los entresijos de una escopeta.

-Como si el desorden público no estuviera en el menú del día en los tiempos que corren... - masculló antes de apagar el televisor. Ya estaba bastante atontado, no necesitaba matar más neuronas. Elliot se levantó del sofá con un suspiro mientras trataba de organizar un poco su destartalada cabeza. El día anterior había logrado por fin reunir coraje para hablar con Marie acerca de su despido. Le había costado mucho empezar, pero como suele ocurrir con las cosas que resultan difíciles de tratar, una vez que comenzó no pudo parar. Le contó todo: la reunión inesperada con Leman, la charla con la desabrida jefa, la noticia del despido y la causa del mismo. Todo ello regado con la frustración de no haber tenido ocasión de desarrollar su proyecto personal, y carecer de apoyo para esa iniciativa en el laboratorio. Al final se había dejado llevar por el pesimismo, aduciendo que según Leman era casi seguro que no volvieran a contratarlo en el mismo puesto, al menos mientras el cañón siguiera siendo necesario, y quién sabe lo que pasaría cuando no lo fuera. Eso contando con que Meteorito fuera destruido; de no ser así, todo daba igual, ya no tendrían más de lo que preocuparse. En ese punto Marie le detuvo. Al principio, ella le había escuchado con tranquilidad, pero cuando terminó, lo primero que hizo fue darle la mayor colleja que jamás le habían dado, ni siquiera en el instituto. Elliot fue a quejarse, pero se encontró con el rostro furibundo de Marie.

- ¡Idiota! ¡Me has tenido preocupada! Sabía que algo te rondaba la cabeza, que por algo estabas tan callado. Llamé a Sigurd, pero no me quiso decir nada. ¿Por qué no me lo has contado primero? ¿Pensabas que te iba a reprochar algo o qué? ¡Si te hubieran echado por hacer el vago en el laboratorio, todavía! Elliot, pensaba que me conocías mejor, o al menos lo bastante como para saber que tu despido no va a hacer que te eche nada en cara.

En ese punto, Marie enmudeció y se sentó frente a él, pero no le miró a los ojos. Elliot bajó la cabeza; se dio cuenta de que sus amigos tenían razón y había sido una estupidez retrasar tanto la noticia. Se preguntaba qué estaría pasando por la morena cabeza de su esposa. No tuvo que esperar demasiado para saberlo. Ella se irguió, le miró a los ojos y Elliot vio en ellos una tormenta muy peligrosa que se dirigía hacia él. Marie tenía demasiada deformación profesional como redactora de una revista como para permitirse usar palabras malsonantes, aun en casa, pero el tono de voz ponía de manifiesto su ira tanto como la colleja.

- Lo que más me molesta - dijo como si masticara las palabras - es que me hayas engañado al contarme esa milonga de la "reducción de jornada". Sabes que detesto las mentiras, y más en temas importantes. Llevabas trabajando ahí bastante tiempo, y era la posibilidad de hacer tu proyecto realidad. Si te habían despedido, debiste habérmelo contado en el momento. ¡Qué más da que fuera culpa del cañón, de Arma o del Meteorito! ¡No me importa si ha sido porque te pillaron robando material de oficina - en este punto, Elliot tragó saliva visiblemente afectado. Marie no pareció notarlo o no le dio igual - o porque insultaras a Leman a la cara! Eso no me importa, siempre que me lo digas. Entre los dos podemos encontrar una solución, pero parece que no quieres que te ayuden. Entiendo que es algo que te ha alterado mucho, pero ¡es que nos afecta a ambos, no sólo a ti! ¡Aún no entiendo por qué te lo callaste!

- ¡Porque llevo meses dándote la espalda por trabajar en ese proyecto! ¡Meses que has tenido que aguantarme el mal humor y que no te prestara la menor atención! Has estado soportándome todo ese tiempo para al final no tener resultados. No quería que supieras que todo eso ha sido para nada. ¡No quería que me vieras como un fracasado! - estalló Elliot finalmente.

Marie estaba enfadada, pero eso era temporal. Lo peor para la redactora era la decepción. Había confiado siempre en su esposo, y nunca habían tenido secretos. Es decir, nunca hasta el momento en que él había traicionado su confianza. El hecho de sentirse engañada tardaría mucho más en desaparecer que el enfado. En cuanto a Elliot, acababa de pronunciar la palabra que llevaba rehuyendo toda la vida mientras buscaba la oportunidad de eludirla definitivamente. Su proyecto personal habría sido la manera de conseguirlo, de alzarse por encima de esa implacable perseguidora. Pero esa taimada palabra, "fracaso", le había alcanzado al fin, y había llegado más allá del ámbito laboral.

Esa misma noche ambos cenaron sin intercambiar una sola palabra. Marie acabó la primera, y se fue directa al dormitorio. Elliot aún se quedó un rato en la cocina, terminando una cerveza que se le iba haciendo cada vez más amarga. Cuando fue a la habitación, Marie estaba echada de espaldas. Él se desvistió y se tumbó a su lado. Ella ni siquiera se movió, pero Elliot creyó escucharla sollozar un par de veces. Aquella era la primera discusión de todo su matrimonio. Antes de que el sueño se llevara sus preocupaciones temporalmente, alcanzó a susurrar un "lo siento".

***

Los PMs habían armado un buen revuelo al salir. De hecho, tendrían que haber salido la noche anterior, pero eran pocos los que estaban de servicio entonces, y el área a cubrir (el Midgar Ring) era demasiado extensa sólo para ellos, de manera que tuvieron que esperar al día siguiente para poder movilizar a más personal e para investigar a fondo. Aquello distrajo un poco su pensamiento de lo que le iba a tocar afrontar en breve.

El segunda clase repasó mentalmente lo ocurrido hacía unos días. Recordó la misión donde se suponía que debía mantenerse al margen y dar apoyo estratégico. Al principio había hecho lo que se suponía que debía hacer; órdenes del director (aquel mismo director al que lanzaría sin remordimientos a una orgía de boms sólo para ver si sus cenizas cabían en una caja de cerillas). Aquello pronto se convirtió en una partida de ajedrez donde el rey enemigo, en vez de escapar cuando le hacían jaque, se dedicaba a comerse sistemáticamente las piezas que le amenazaban. Literalmente. Al final, cansado de tanto baile de lucecitas en aquel panel, encerrado en aquella furgoneta al margen de toda la zona acordonada, Susurro decidió tomar cartas personalmente. No fue complicado dirigir al monstruo hacia su posición. Una vez fue avistado, los de su unidad tuvieron que prepararse para lo que se avecinaba, y nadie se quejó cuando él se unió a la refriega. Sabía que el director le montaría el pollo con su voz chillona, pero se encargaría de eso en su momento. Y se encargó, sí. Disgustado, apartó de su mente la charla con su superior. En cambio, prefirió rememorar la pelea con el monstruo.

Aquel bicho se había cargado a casi toda su unidad. Más aún, había acabado con la de Mallet, y al propio Mallet primero le había dejado manco (un poco como él se había sentido durante el combate por su brazo roto) y luego lo había matado. Según el informe, le había aplastado la cabeza con esas mismas mandíbulas que veía chasquear ante él. No habría necesitado ningún incentivo para combatir contra un monstruo; para eso eran creados los SOLDADO, entre otras cosas. Pero tenía realmente un par de motivos para luchar. Uno de ellos implicaba a Mallet, que era de los pocos con los que se llevaba medianamente bien; otro era él mismo. Había oído una vez a uno de los veteranos hablando sobre lo que eran. "Un SOLDADO es un guerrero pensado para vencer. Si un monstruo mata a un SOLDADO, éste muere, sin más. En caso de que el SOLDADO sobreviva, significará que ha tenido la oportunidad de vencer y no la ha aprovechado, o de lo contrario habría muerto." Y consideraba que tener la oportunidad de vencer y desaprovecharla, por el motivo que fuese, era una derrota inadmisible.

Susurro no compartía del todo su punto de vista, y se había dicho que aquel veterano tenía una mente un poco cuadriculada. De todos modos, era cierto que enfrentarse a un enemigo y ser derrotado de alguna manera que no le dejase medio muerto le corroía. Le daba la impresión de no haberse esforzado lo suficiente. Y no se había sometido a un proceso del que algunos salían rebotados, en un trabajo donde se arriesgaba la vida enfrentándose a engendros de pesadilla y rarezas de la fauna, sólo para hacerse la víctima. Con esos dos acicates en mente, había salido de aquella furgoneta listo para dejarse la piel alrededor del cuello del monstruo y asfixiarle con ella.

La bestia había salido del laberinto mezcla de desguace y vertedero. Era imposible confundirlo con otro: cuerpo negro, seis extremidades, escamas negras recubriendo su lomo y cabeza y piel correosa en las patas. La cola de hueso con forma de lanza, la cabeza cónica con sus pequeños ojos depredadores y su aterrador cuerno de marfil se unían a sus garras para formar un conjunto de armas formidables. El monstruo hizo lo propio cuando vio lo que tenía delante. El furgón era un obstáculo, y lo primero que hizo fue girar su grotesca cabeza hacia otro lado en su búsqueda de una vía de escape. Además, junto al vehículo estaban algunos SOLDADO de tercera clase y unos cuantos PMs, que le habían visto venir y preparaban la ofensiva. Los de seguridad ya habían empezado a disparar sus armas. Las balas llovían certeramente sobre la dura cabeza del monstruo, que soltó un chillido estridente. Algunas se encajaron ligeramente en su cuerpo, pero otras rebotaron inofensivas. Las materias de los agentes de SOLDADO, al ser simples escoltas, eran más de tipo independiente, comando y algo de apoyo, y no servían para el combate a distancia. Por tanto, se colocaron delante de los de seguridad con las espadas a punto. Su superior inmediato era el propio Susurro, y al no recibir ninguna orden suya, no tenían muy claro qué hacer, de modo que se limitaron a prepararse y mantener sus posiciones. El segunda clase, por su parte, había salido de donde el director pretendía encajonarlo durante la misión y se había puesto en marcha.

Lo primero fue una generosa ración de Piro+ directamente contra la criatura. Para declarar intenciones. El fuego rugió en dirección a la cabeza astada, que al ver el fuego trató de esquivarlo. Tuvo suerte, y la mayor parte del ardiente proyectil pasó inofensivo a su lado, aunque la piel correosa de las zonas carentes de escamas siseó. El olor a piel chamuscada se sumó al propio hedor del ser. Con un chirrido, dio media vuelta y trató de escabullirse. No muy lejos de allí aguardaba la unidad E-3, que antes había obligado al monstruo a dirigirse hacia el furgón.

- ¡E-3, cortadle el paso!

Los agentes se permitieron un momento de duda. No era poca cosa parar los pies de un bicho como aquel, que sería capaz de ensartar a cualquiera de ellos con su cuerno frontal o de mandarlos por los aires sin muchas complicaciones. Sin embargo, habían reconocido en la voz de Susurro la de quien les había estado mandando instrucciones minutos antes, y se rehicieron a tiempo. El astuto engendro iba de frente, hasta que reparó en que le estaban esperando. Rápido como el pensamiento, dio un salto formidable para una criatura de su tamaño y trepó por un montón de chatarra. Pocos segundos despues se dejaron de escuchar sus rápidas pisadas. Los SOLDADO le perdieron de vista. Susurro murmuró una maldición. Era justo lo que quería evitar. Si se separaban o se despistaban un sólo momento, estaban jodidos. Susurro se volvió. Cerca de la furgoneta, se encontraba el técnico que le habían asignado para ayudarle a manejar los aparatos de seguimiento.

- ¡Vuelve dentro! ¡Infórmanos de sus movimientos si aparece de nuevo en pantalla! Estamos fuera del área acordonada. Si no quieres que abandone el perímetro, ¡haz lo que te digo!

El técnico no titubeó. A fin de cuentas, no era militar, y no le hacía demasiada gracia quedarse fuera del acogedor interior del furgón. Susurro carecía de comunicador, así que con pasos largos se reunió con los SOLDADO de E-3. El cabo estaba intranquilo. Manoseaba continuamente la empuñadura del arma, y miró preocupado el brazo en cabestrillo de Susurro. Quizá creía que no estaba capacitado para luchar. Susurro lo advirtió y su expresión se endureció.

- No hay rastro de ese cabrón. Lo mejor es que nos separemos y...

- Separarnos equivale a meternos en su boca con una manzana en la nuestra - repuso el segunda clase serenamente, mirando ceñudo al cabo.

- Entonces podemos intentar emboscarle cuando salga de...

- Eso funciona cuando sabes dónde está tu enemigo y él no sabe dónde estás tú. Es ese hijo de puta el que intenta emboscarnos a nosotros. Un cebo tampoco funcionaría, es demasiado rápido - dijo negando con la cabeza. Ya habían caído unos cuantos precisamente por dispersarse para buscarle, y ya había comprobado que aun estando como cebo toda una unidad, el monstruo se limitaba a atacar por la espalda a cualquiera de ellos y luego desaparecer. Desde luego, el muy cabrón sabía aprovechar el elemento sorpresa mejor que un asesino profesional. El cabo se encogió de hombros.

- Si al menos no fuera capaz de esconderse despues de atacar... - masculló uno de los soldados rasos. Susurro se le quedó mirando. Los demás se apartaron un poco de su compañero, temiendo que el normalmente sereno y taciturno SOLDADO de pronto pudiera convertirse en un avatar de Heidegger. Susurro dio un par de pasos y se colocó frente al SOLDADO.

- ¿Nombre?

El tímido tercera clase tragó saliva visiblemente nervioso.

- Álex Cove, sargento, digo señor...

Con deliberada lentitud, Susurro levantó el brazo derecho y lo posó sobre el hombro del tercera clase.

- Acabas de darme una idea. Usa tu trasto y llama al tipo del furgón. Dile que ordene a E-4 unirse a nosotros. Que se retiren los demás. De esa manera sólo tendrá un grupo al que hincar el diente.

Tal como había ordenado, las unidades E-1 y 5 se retiraron más allá del perímetro designado para la misión, cerca del equipo médico donde se encontraban los SOLDADO heridos de E-2. Pronto la unidad E-4 se reunió con ellos entre las pilas de metal y desperdicios. Cuando llegaron, Susurro les puso al corriente del plan. Los agentes escucharon con atención. Lo expuesto no les parecía menos desesperado o abocado al fracaso que los movimientos anteriores, pero podía funcionar. Tenían que confiar en que Susurro conociera bien al enemigo, y afortunadamente, ese era el caso. Durante unos minutos, el segunda clase mantuvo una conversación con el técnico de la furgoneta. Cuando consiguió la información que necesitaba, se ajustó la espada y fue a reunirse con los demás.

- Bien, el punto clave es ese - dijo señalando un gran montón de chatarra, formado por una gran máquina medio destrozada.

- ¿Está seguro de que es buena idea, señor? Es decir, antes ya intentamos conducirle a una trampa, y no es que diera resultado.

- Sí, estoy seguro. No le gusta enfrentarse abiertamente. Colocad vuestra materia como os he indicado. Ven, Cove. La idea es tuya y tendrás parte activa.

Susurro sacó su espada y quitó de ella una materia de fulgor verdoso y una que brillaba afablemente y se las dio. A cambio, tomó un par de las materias independientes de Álex. Al hacer el intercambio, el tercera vio sus dientes destacando durante apenas un segundo en una mueca feroz. La sonrisa se fue como vino, dejando al guerrero con la incertidumbre de haberla visto. Cuando todo estuvo dispuesto, los SOLDADO tomaron posiciones según el plan y esperaron.

***

El grupo de agentes avanzó cautelosamente por uno de los desfiladeros entre los restos de la ciudad. Iban con las espadas desenvainadas, atentos a la menor señal de peligro. Olían a metal, a sudor y a materia. Iban muy juntos, como si temieran un ataque. Hacían bien en temer. El brillo azulado de aquellos iris no les llamó la atención desde el interior de la pila de hierro retorcido. Ya no olía a los demás. Estaban solos. La criatura se relamió. Uno a uno, todos caerían. Con un quedo gruñido, se impregnó del mal contenido olor del miedo. Estaban ya cerca de su escondrijo. No habría que esperar mucho.

La unidad E-4 avanzaba de forma lenta, pero firme. No se molestaban en moverse con sigilo; no era parte de su misión. El nerviosismo aumentaba. Llevaban unos minutos de caminar entre los restos, y aún no habían visto ni oído nada que no fueran sus propias pisadas. Presa de un súbito temblor que se esforzó en dominar, uno de ellos se retrasó ligeramente. Apenas un par de pasos. Ese fue el momento. En una explosión de piezas de maquinaria, desperdicios y tornillos, emergió una cabeza negra seguida de dos par de garras aceradas. Las afiladas zarpas se dispararon en dirección al SOLDADO rezagado, que apenas tuvo tiempo de levantar la espada. Habría muerto si una violenta descarga eléctrica no hubiera frenado en seco las intenciones asesinas del monstruo. Ahora al descubierto y con un grupo enemigo delante, la criatura salió completamente de su escondite y echó a correr velozmente en dirección opuesta a la que llevaban. Tras un recodo, los SOLDADO lo perdieron de vista nuevamente, y la criatura saltó dispuesta a zambullirse nuevamente en la seguridad de los desechos. Los metales y restos no supusieron gran obstáculo para su fuerza y sus cuatro garras, así que pronto estuvo bajo lo que en tiempos debió haber sido un viejo panel inferior de la placa, alrededor de la cual se habían desplomado varios cascotes. Lo hizo sin problemas, pero justo cuando se estaba acomodando para esperar de nuevo a sus víctimas, un dolor agudo y un brillo azulado le hicieron aullar de dolor y sorpresa.

Y es que desde uno de los montones de chatarra, uno de los escoltas de Susurro, equipado con materia Electro, había saltado sobre la estructura derribada. Clavando la hoja en el metal, canalizó el poder de la magia por toda la superficie metálica. Un destello azulado se generó en el punto donde la espada había entrado, y se expandió por todo el panel, hasta alcanzar al monstruo. Con un estremecedor chillido, abandonó la estructura con la misma velocidad con que había atacado antes. El SOLDADO se tambaleó, pero consiguió mantener el equilibrio a tiempo. Sus compañeros se reunieron con él. La criatura, al verse de nuevo descubierta, huyó buscando un nuevo lugar desde donde poder emboscarlos. Ese comportamiento, astuto e instintivo, siempre le había dado resultado, pero no esta vez. Cada vez se refugiaba, no tardaba mucho en tener que abandonar la seguridad del amasijo de hierro, presa del dolor y con las escamas chamuscadas. Lo intentó tres veces más, y al ver que era imposible, trató de escapar. Sus patas estaban entumecidas por las descargas, y le costaba poner tierra de por medio.

Su huida se vio cortada por los agentes de E-4, que venía por una "cañada" lateral formada por escombros. Los tercera clase tuvieron tiempo de alcanzar con sus espadas las desprevenidas patas delanteras. La criatura aulló y retrocedió. Las materias brillaron y un par de bolas de fuego se estrellaron cerca de sus patas traseras. Pero el entumecimiento había pasado ya, y era demasiado rápido para ellos. Pronto fue capaz de dejarlos atrás. Agobiado, el ser buscó con sus ojos rasgados un lugar seguro donde ocultarse. A apenas cien metros, divisó un enorme montón de metal: se trataba de los restos de una vieja maquinaria. Estaba rodeada de estructuras caídas, que quizá fueran grúas cuando estaban en pie. Por un momento, algo brilló en la vieja máquina, pero no pudo distinguir de qué se trataba. Por si acaso, el astuto monstruo se acercó con cautela, bordeando los escombros de alrededor, para no ser visto. Escuchó gritos tras él. Los humanos se acercaban. Acosado, dio un gran salto y se metió entre los hierros de las grúas.

Un nuevo grito hizo que se volviera a medias. Por encima de él había otro SOLDADO. Álex Cove, al igual que los otros, no le atacó a él. Su espada, vibrando con la electricidad contenida, se descargó en el metal, y a través de éste llegó hasta las garras aferradas a la estructura. Una nueva oleada de dolor le invadió, más intenso que antes. Su primer impulso fue revolverse y arrancarle la cabeza de una dentellada al autor de su sufrimiento. Al dar media vuelta, se fijó en que detrás de él, venían el resto de sus compañeros blandiendo sus armas. Sabiendo que un ataque frontal podía acabar en más daño, optó por huir. La única manera posible de hacerlo ahora era subir hasta la gran máquina oxidada. Aguantando el dolor, la bestia trepó hasta situarse por encima de la grúa. Álex seguía electrizando el metal, y la duda ensombreció su rostro cuando vio que aquella monstruosidad, sobreponiéndose a los aguijonazos de la electricidad, seguía moviéndose. A pesar del temor que empezaba a hacer mella en él, aguantó y mantuvo el contacto de la espada electrificada con la grúa. La criatura, chillando, se preparó para encaramarse al industrio descompuesto, que aguardaba con la promesa de una vía de escape a un salto de distancia. Los poderosos músculos de las patas traseras le impulsaron en el aire.

Y de nuevo el mismo brillo de antes. En el mismo lugar hacia el que saltaba. El fulgor era verdoso y se reflejaba en la hoja de otra espada y en unos ojos azules colmados de despiadada frialdad. Ya era demasiado tarde para corregir la trayectoria, demasiado tarde para escapar. Sus garras delanteras ya estaban arañando el fuselaje de la máquina, y sus ojos se abrieron como platos, dejando las pupilas reducidas a estrechas rendijas a causa de la luz. En ellos se reflejó la cara, ceñuda y sonriente, de Susurro. El SOLDADO apuntaba con su espada directamente hacia el monstruo. Incapaz de detener su avance, el monstruo se encontró con la espada y parte del brazo de su oponente prácticamente dentro de su boca. Pero no tuvo tiempo de cerrarla. Sólo pudo dejar escapar un gemido chirriante, cortado bruscamente por las palabras del SOLDADO.

- Mallet te espera, hijo de puta.

La espada alcanzó una luminosidad rojiza cuando la materia Piro+ se activó, y una explosión sacudió el metal abollado de la maquinaria. La cabeza de la criatura estalló, arrojando pedazos de hueso y sesos. El fuego siguió su recorrido a través de las entrañas de la bestia y explotó en su interior. Susurro alcanzó a cubrirse detrás del panel tras el que se había escondido en espera de que llegase el momento adecuado. Había esperado demasiado para estar seguro, y se había chamuscado un poco. Desde abajo, Álex contemplaba la explosión, y tuvo el buen sentido de apartarse cuando cayeron los despojos del monstruo. Desde su aventajada posición, el segunda clase vio cómo el cadáver abrasado chocaba contra los tubos de la grúa y éstos se doblaban bajo su peso. Sus ojos no reflejaban ya nada, y únicamente le dedicaron una mirada fría e indiferente.

- Dale recuerdos mientras él y sus chicos te masacran en el infierno.

Despues de aquello, se reunió los demás; le vitoreaban. Él lo tomó con indiferencia, aunque no le resultó sencillo evitar contagiarse de parte del entusiasmo de los demás. Estaba algo cansado. No había sido demasiado duro, a fin de cuentas; al menos no para él, que sólo tenía alguna quemadura. Los tercera clase lo habían pasado bastante mal, como podían dar fe los heridos de E-2. Pero aún quedaba lo peor. Mientras los PMs se quedaban para limpiar la zona y un grupo del departamento científico llegaba como una manada de chacales para hacerse con la carcasa abrasada del monstruo, les llegaron órdenes de arriba. El director quería verle en su despacho. De inmediato.

***

El director había recibido una desagradable sorpresa en los comentarios que habían llegado a sus oídos. El técnico que manipulaba los detectores del transporte le había contado la manera de trabajar de Susurro. Inicialmente correcta, pero cuando le contó que había tratado de atraer al monstruo (con éxito) hacia el borde del área vigilada, el director torció el gesto. Y cuando el técnico le refirió la intervención del segunda clase, su cara se tornó roja, congestionada por la ira. Había sido eso lo que le había impulsado a llamar a los grupos destinados a esa misión al completo. Estaba decidido a que la desobediencia no quedara sin consecuencias.

Desde su despacho escuchó un gran alboroto cuando entraron los agentes. Muchos vitoreaban y aplaudían el plan del sargento insubordinado. A juzgar por lo que escuchaba, tomar una medida contra la desobediencia de Diastraefen podía resultar en una insubordinación mayor... si lo hacía en público. El director se rascó la incipiente calva extrañado; no recordaba que fuera tan popular. De hecho, siempre había creído lo contrario. Decidido a acabar con el jolgorio, salió del despacho. Al verlo, las unidades bajo el mando de Diastraefen y el propio sargento formaron ante el director. Todos estaban firmes, con la mirada hacia adelante y los hombros erguidos. La mirada y la cara enrojecida del director rebosaban indignación mal contenida. Susurro se hallaba a un lado, adelantado un par de pasos y en idéntica posición.

- Descansen - masculló. Con un gesto, hizo una seña al segunda clase y se dirigió hacia su despacho. Una vez en su interior, se sentó en su castigado sillón y le miró ceñudamente. Cuando habló, lo hizo entre dientes, como si masticara las palabras.

- ¡Esto es el colmo de la irresponsabilidad! ¡Desobedeció una orden directa! ¡Le dije claramente que no podía intervenir!

- No lo hice por gusto, señor. El enemigo amenazó con atacar la furgoneta. ¿Debería haberme quedado de brazos cruzados, en el interior, mientras el objetivo nos pasaba por encima y escapaba de la zona, señor?

- ¡No me venga con esas! El técnico asignado a su unidad me lo ha contado todo. ¡Debió dejar que sus escoltas se encargaran de él! - barbotó el Contable (apodo que le dedicaban los agentes a sus espaldas).

- Con el debido respeto señor, eso habría sido una locura. Los escoltas que iban conmigo carecían de materia de largo alcance. Y eran escasos. Lanzar a unos tercera clase contra una criatura así sin ninguna clase de apoyo es mandarles a la muerte. Fue por eso que decidí intervenir, señor.

El director pareció estar a punto de decir algo, pero casi se atragantó. Era como si las palabras se le atropellaran en la garganta. Cuando se recuperó de su indigestión de ira, estrechó los ojos y se enjugó el sudor con un pañuelo blanco. No podía permitirse tener a Diastraefen suspendido de empleo; él mismo había repetido varias veces que no contaban con muchos agentes con experiencia. No obstante, estaba decidido a no dejarle marchar sin aplicarle un correctivo por su falta de disciplina.

- Tiene suerte de que la misión haya sido un éxito y de que no haya resultado herido - empezó a decir -. Ya le avisé: no tenemos muchos efectivos ahora mismo, y de segunda clase menos aún; no quiero arriesgarlos cuando el trabajo puede ser hecho asignado a los tercera clase. Y de hecho...

- De hecho, tiene razón, señor - cortó bruscamente Susurro.

El director estuvo a punto de atragantarse de nuevo, y sus cejas subieron cómicamente en su cara como si intentaran ser un patético remedo de pelo en sus entradas. Susurro le alargó una hoja escrita por él.

- Aquí tiene el informe, señor - dijo tranquilamente -. Realmente es un borrador, dado que no he tenido tiempo de hacerlo como es debido. Como podrá comprobar, al final sólo hicieron falta dos unidades bien coordinadas y yo mismo. No era necesario haber enviado tantos agentes.

El director la arrancó el papel de la mano y leyó rápidamente el informe. Estaba bastante claro para haber sido hecho de prisa y corriendo. Casi al final, miró a Susurro con incredulidad; luego frunció el ceño de nuevo y terminó la lectura. Sus labios se fruncieron mientras depositaba de malas maneras el informe sobre su mesa. Estaba claro que había actuado de manera correcta, pero la desobediencia no pensaba pasársela por alto a pesar de haber conseguido su objetivo. Y encima, haberlo conseguido con menos efectivos de lo prescrito por su superior. Miró con ira a Diastraefen: no había nada que pudiera hacer despues de aquello.

- No crea que esto va a quedar así. Su insubordinación y desobediencia irán a parar a su expediente. Y no creo que al señor Heidegger le haga gracia ver que cuenta con rebeldes entre sus agentes. Si no es capaz de cumplir las órdenes, me aseguraré de que le saquen del servicio activo.

- Sí, señor - repuso suavemente Susurro. En su interior, estaba contento. Que aquel gordo tomase las medidas que creyera oportunas. Había sido modificado para ser un SOLDADO y eso sería. Y en el peor de los casos, ¿qué iba a hacer? ¿Despedirle? Él mismo había admitido andar corto de personal. A una seña del malcarado director, abandonó el despacho y se reunió con los tercera clase. Al ver su gesto neutro, pensaron que le había caído una reprimenda severa. Susurro se acercó a donde estaba Álex Cove. El SOLDADO le miraba sin saber bien qué hacer. Sin una palabra, Susurro le devolvió sus materias independientes. Todos bajaron la cabeza, dando por hecho que eso significaba lo peor. El director había ganado aquella baza. Luego, con un papirotazo, Susurro cogió de la espada de Cove sus materias Electro y Salto y se las guardó. Los agentes se animaron de nuevo.

- Gracias, Cove. Me harán falta.


El siguiente día que tuvieron de permiso no hablaron de otra cosa que de la patada que Susurro debía haber dado al amor propio del Contable.