viernes, 9 de agosto de 2013

226

A pesar de los días transcurridos tras la confesión de su despido las cosas no iban mucho mejor en casa de Elliot. La relación con Marie se había vuelto tensa. No discutían, pero el científico casi habría preferido eso al silencio que seguía y que remarcaba cada cosa que se dijeran. Marie estaba ofendida, y sumamente decepcionada. Comprendía por lo que estaba pasando su marido, pero al mismo tiempo se sentía herida. En una relación que casi podría tildarse de perfecta, aquel era el primer golpe serio, y Elliot no tenía del todo claro cómo arreglarlo. El enfado de ambos (tanto el justificado de ella como el arrebato de él) había pasado, sí, pero le iba a costar mucho recuperar su confianza.

Elliot maldijo, no por primera vez, ser capaz de manipular la corriente vital en un laboratorio y al mismo tiempo ser incapaz de arreglar su matrimonio. Su trabajo no había sido perfecto, pero sí su habilidad para llevarlo a cabo. Su matrimonio sí que había ido a las mil maravillas, pero ahora quedaba claro que sortear aquella situación no era tan sencillo como ajustar un colector de salida de mako.

Por eso, al igual que antes de contarle su ignominiosa marcha de las oficinas de Shinra, ahora pasaba bastante tiempo fuera. Concretamente, en cualquier bar que tuviera hueco suficiente para un fracasado más con ganas de ahogar sus problemas empujándolos a unos rápidos de alcohol. Para un bebedor ocasional como Elliot esto era bastante fácil. A veces bebía cerveza en casa, para acompañar a la cena o por puro capricho, y los únicos días que tenía costumbre de tomar algo más era cuando quedaba con sus viejos amigos de la universidad. Así que cuando terminó de cogerse la borrachera había ahorrado mucho en tiempo y dinero en relación a otras personas más resistentes al alcohol. También consiguió una preciosa resaca, que le pareció la cosa más dolorosa e intensa que cualquier enfermedad o herida que hubiera tenido hasta la fecha.

Marie no dijo nada al respecto de sus ausencias. La situación no era de su agrado en absoluto, pero ¿qué podía decir? Seguía haciendo el día a día como de costumbre. El dinero entraba en casa gracias a su labor de redactora, con lo que había bastado con suprimir un par de cosas superfluas para compensar gastos domésticos. En cuanto a Elliot, ni se preocupaba ya por el dinero. No tenía ganas de ponerse a buscar otro trabajo. Además, ¿para qué? Con el Meteorito brillando sobre sus cabezas, sus pensamientos tenían un tinte aún más fatalista. Cualquier cosa que se le pasara por la cabeza, tanto buena como mala, se convertía en una trivialidad al lado de la gran bola de fuego. Y la resaca no se le sacaba de encima esas ideas. Para alguien racional que se servía de la mente para casi todo, era lo mismo que la invalidez.

Durante una de sus visitas a la Tower of Arrogance se encontró con Sigurd y Ranier, dos de sus viejos compañeros, que acababan de dejar la zona VIP del local al terminar un concierto. Hacía cerca de una semana que no los veía. El único contacto con la panda en ese tiempo era la llamada de Edmond. Ed sabía quedarse callado, y lo hacía, pero sólo cuando se acordaba de ello.

Como esperaba, no había tardado ni una hora en comentar los detalles de su confesión (los que Elliot le había contado, claro, sumado a sus propias impresiones y conjeturas) tanto a Sigurd como a Ranier. El primero estaba visiblemente preocupado. A Ranier, cuya cara solía permanecer siempre seria, se le notaba interesado. Sus reacciones no solían ser lo que se dice entusiastas, pero era bueno escuchando, justo al revés que Ed.

- Prolongar la agonía de la confesión sólo os habría supuesto más dolor en llegando el temido momento. Creo que has hecho bien – manifestó con su manía de hablar a la antigua.
- Claro, no iba a poder ocultárselo toda la vida. ¿Qué otro remedio me quedaba?
- Ninguno sincero, amigo mío. Ninguno sincero.
- Lo que no me gusta es que hayas decidido darte a la bebida. Si lo hubieras hecho en la universidad o con motivo de una cena sería otra cosa, pero así... Esto no te está sentando nada bien. Mírate. ¿Cuánto tiempo llevas en este estado? - le reprochó Sig.

En honor a la verdad cabe destacar que, junto al atildado y flemático Ranier, o el trajeado y apuesto Sigurd, Elliot parecía aún más desaseado en su ropa de calle. No se había preocupado de peinarse o afeitarse, y el rebelde cabello castaño estaba a su aire. La camisa blanca estaba arrugada, como si la hubiera estado usando varios días seguidos.

- ¿Qué te piensas? Sólo he tenido una pequeña borrachera, eso es todo. No es como si fuera alcohólico – dijo hoscamente.
- Puede ser, pero tú nunca has sido de darle a la botella, y que lo hagas no me parece buena señal.
- ¡Para señales estamos! ¿Quieres una señal? ¡Mira al cielo! Hay una señal preciosa, roja como un bom de miles de toneladas. Tranquilo si ahora la ves mal, no tienes por qué preocuparte… ¡porque se verá mejor conforme se acerque! – estalló. Ni Sigurd ni Ranier se lo tomaron a mal, ni tampoco se contagiaron con su pesimismo. Elliot estaba en el bar desde antes de que llegaran y el alcohol ya empezaba a obrar su efecto.
- ¡Oh, deja que Shinra se encargue de eso! Si por problemas fuera, también Arma lo es, uno bien grande, y no te veo despotricar sobre él. De todos modos, ¿no crees que si el cañón de Junon está aquí ahora puede ser precisamente para destruir ese pedrusco?
- Sigurd lleva razón en esto: le das muchas vueltas al majador, pero los únicos ingredientes que en él viertes son los pasados, los malos y los que están más allá de tu alcance. En lugar de tomar como propios problemas a los que no puedes poner coto y de los que no gastas responsabilidad, deberías centrarte en lo que puedes atajar – apuntó Ranier.
- Ya… ¿Y qué sugieres? – preguntó hoscamente. Sin embargo, fue Sigurd el que contestó.
- Para empezar, estaría bien que te saques de encima todo el asunto del despido, de Marie, y de Meteorito y Arma, y cualquier cosa que no puedas arreglar tú mismo. Lo que más necesitas es una ducha, un afeitado y algo de ropa decente. Después, cuando empieces a ser persona, podrás ponerte a buscar un trabajo. Tienes estudios y un buen currículum, algo te saldrá. Apuesto a que en cuanto Marie te vea de nuevo volver a tu antiguo tú, se lleva una alegría.
- Te olvidas de algo: esos estudios y ese currículum están especializados en el trato de materia y energía mako. Y Shinra ahora tiene paralizados unos cuantos de sus departamentos por culpa de ese dichoso cañón y su parafernalia. ¿Qué otra empresa conoces que trabaje con mako, Sig?

El administrativo abrió la boca dispuesto a responder, pero no dijo nada. La lógica de Elliot, aunque apestase a alcohol, era correcta. Claro que si se lo proponía encontraría trabajo, le pasaba a mucha gente. O así debía ser, porque era una frase que se escuchaba mucho entre otros técnicos de Shinra que habían recibido la patada de sus respectivos departamentos. Los tres se enmudecieron durante unos minutos, en los que no hicieron nada salvo beber en actitud pensativa y mirar fijamente la barra o ese punto tan atrayente que se encuentra más allá de todo lo que se tiene delante y que nadie más ve. En eso, Ranier giró la cabeza y miró a Elliot.

- ¿Qué hay de ese innovador industrio tuyo?

Elliot le miró sin comprender.

- ¿Qué pasa con eso? - inquirió volviendo a beber.
- ¿Aún tienes el proyecto, no? Si mal no recuerdo, no llegaste a alumbrarlo.
- Sabes que no – admitió –. Leman no quiso oír hablar de ello. Ya os he contado cómo es para con las cosas nuevas.
- ¿Y qué hay de construirlo tú mismo? Que sepamos, nunca llegaste a construir un prototipo de tu creación – aseveró. Sigurd le giró para mirar a su serio compañero. Creía saber por dónde iba Ranier.
- ¡Claro que no! Costaría demasiado. Necesitaría piezas, materiales caros… sin mencionar acceso a materia y a energía mako. De lo contrario sería incapaz de probar su funcionamiento – replicó, intrigado por ver a dónde quería llegar su amigo.
- Pero si tuvieras contante, lo fabricarías, ¿verdad? - dijo con intención. La sonrisa de Ranier se perfiló como un espejismo en el desierto.




Las asépticas salas de aquel lugar (un hospital de uso exclusivo para los SOLDADO, en la planta inferior a la de su departamento) eran de todo menos acogedoras. Muchos de los agentes detestaban tener que pasar por allí, tanto por lo que implicaba su estancia como por el aspecto de las habitaciones, que parecían haber sido hechas con el mismo patrón frío y anodino de una cubitera. Eso por no mencionar al personal; se asemejaba a la mezcla entre la típica imagen del enfermero siniestro y el médico autómata. Aunque podía ser peor; por suerte, en la mayoría de casos no se requería de la visita del jefe del departamento científico, alguien cuya atención absolutamente nadie deseaba.

Susurro había ido de visita. Su ración de cuidados médicos había durado un día, justo tras el incidente con el monstruo desconocido. Dado que la magia de regeneración curó la mayor parte del daño, únicamente necesitaba que le comprobasen la fractura del brazo. Todavía lo tenía en cabestrillo. No dolía, pero sí le irritaba de cuando en cuando. El Contable se había servido de eso para mantenerle en reserva. Y eso a pesar de haber demostrado que aún era capaz de causar problemas en combate.

Salvo eso, últimamente no había tenido grandes problemas con él. El director, en venganza por haberle pateado su amor propio, le dejaba encargado de trabajo administrativo o del entrenamiento de nuevos reclutas. A Susurro no le gustaba demasiado, y tampoco a la escuadra bajo su mando. Era un oficial terrible que no dejaba pasar una. Un par de días atrás, no obstante, había apoyado a uno de sus chicos, Álex Cove, en su futura promoción a Segunda Clase. Aún le quedaban cosas por hacer, pero ya estaba casi todo en marcha para su ascenso. Otro montón de papeleo, que al menos resolvería gustoso. Pero antes tenía algo que hacer.

El agente herido durante la desastrosa misión de búsqueda en el interior de la placa se encontraba en la siguiente habitación. Él era el motivo de la visita del Segunda Clase. Había formado parte de su unidad durante esa agobiante aventura por los túneles, y junto con el propio Susurro era el único superviviente. Llevaba más de una semana encamado. El resultado para él había sido de un brazo roto y heridas menores gracias a la regeneración mágica, pero su subordinado tenía casi todas las costillas fracturadas o astilladas, un brazo fisurado, y contusiones y rasguños varios. El monstruo le había aplastado el pecho con un latigazo de su cola, haciendo que saliera volando hasta dar contra la pared y arrollándolo. Un humano normal no habría durado mucho, pero él, como sus compañeros, no era del todo normal.

Susurro llamó a la puerta. Se escuchó un carraspeo y un “adelante”. El SOLDADO entró y echó una ojeada a la habitación. Las paredes eran lo bastante blancas como para deslumbrar si les daba luz directa. Tan fría y condenadamente sobria como todas las demás. La calefacción hacía que la temperatura fuera, por el contrario, un poco agobiante. Por suerte, le había tocado una de las pocas habitaciones con ventana (el resto tenía, como mucho, un gran marco electrónico con imágenes del exterior), que se encontraba abierta para paliar el calor.

Kal estaba tendido en la cama, con los brazos por encima de las sábanas. El derecho estaba en idéntico estado al izquierdo de Susurro. El agente de Tercera Clase había estado mirando por la ventana hasta que escuchó la llamada en la puerta. Habida cuenta de su cara de asombro, Kal no esperaba ni por lo más remoto una visita por parte de su superior.

- Buenos días, Kal. ¿Cómo te encuentras?
- Buenos días, señor…
- Deja a un lado el trato oficial. No estamos trabajando ahora.
- Oh… de acuerdo entonces. Pues de momento, no voy mal… aunque cada vez que estornudo tengo la impresión de que me va a estallar el pecho. Cuando llegué me crujía todo.

Susurro asintió satisfecho. Se acercó a la mesita, donde depositó unas revistas. No tenía idea de qué temas le interesarían a su subordinado, de modo que se decidió por traer varias: una de coches, otra de geografía del continente y una tercera sobre mitos y leyendas que él mismo solía comprar. Hubo una pausa de varios segundos, en la que ambos se dedicaron a mirar hacia la ventana. Fue Kal el primero a quien se le hizo incómodo el silencio.

- Gracias por venir a verme, Susurro. La verdad, estaba pensando que si todo seguía igual durante más tiempo, más me valdría largarme a las bravas, o saltar por la ventana. No te puedes hacer a la idea de lo jodidamente aburrido que es este sitio. Mucha tecnología punta pero no hay ni una maldita radio que me quite de darle vueltas a la cabeza.
- Tranquilo, ya no necesitas preocuparte por el monstruo. Lo abatimos hace unos días mientras intentaba escapar a través de los suburbios.
- ¿Sí? Estupendo, un engendro menos. Lamento habérmelo perdido. Si hubiera estado ahí te aseguro que lo habría pasado aún peor antes de diñarla.

Susurro se permitió una sonrisa. Llevaba con Kal desde que le asignaron a SOLDADO. Era un buen tipo, que no se metía con nadie. Sin embargo, como ocurría con todos salvo con Mallet, no trataba al Segunda Clase más que en lo estrictamente laboral, hablando lo mínimo posible de cualquier otra cosa. No es que le cayera mal; simplemente, el oficial parecía preferirlo así.

Mallet. Un bastardo que bien merecía jugar en Primera Clase, o eso pensaba. Al final había terminado más o menos como esperaba, zurrándose con un monstruo. Claro que seguramente le habría gustado un fin algo más épico que correr por un túnel, medio desangrándose por la falta del brazo y maldiciendo a la criatura. Y con él se habían ido su unidad y la del propio Susurro. Las heridas de Aeren, Linsen y Retrid ya eran demasiado graves para que nadie pudiera hacer nada por ellos. Como si supiera que sus pensamientos giraban en torno a ellos, Kal habló.

- Los demás... Los enfermeros no quisieron decirme nada, pero supongo que están...
- Sí – la contestación fue tan lacónica que parecía hasta cruel, aun con el tono neutro de siempre.
- Me lo imaginaba. Maldita sea...

Hubo otra pausa, en la que ambos se centraron en el escaso frescor que pugnaba por atravesar la cálida atmósfera de la habitación. No había mucho más que decir. Susurro ya había cumplido al informar del trabajo terminado, y no se le daba demasiado bien dar ánimos. Tampoco es que pudiera hacer nada por sacar a Kal de allí primero.

- He de irme. Tú descansa, y tranquilo. Te traeré algo más para que leas.

“Así no pensarás más en ello, al menos durante un rato. Porque no es algo que vayas a olvidar mientras vivas”. Susurro se calló esto. No era bueno dando ánimos, pero sí procuraba no desanimar. Eran hechos que el propio Kal descubriría, para su desgracia, a su debido momento. Se acababa de dar la vuelta y agarrar el pomo de la habitación cuando el convaleciente le llamó de nuevo.

- Hay una cosa... No se lo he contado a nadie aún. Antes quería confirmarlo. Contigo, ya que no con el resto de los chicos.

Susurró se volvió y le miró con curiosidad. ¿Algo que no ha contado? ¿De qué hablaba?

- Recuerdas... el último ataque del monstruo, ¿no? - Susurro lo recordaba sólo en parte, pues había sido el primero en ser golpeado por la espalda. El engendro había aparecido detrás de ellos, y tras arrollar al Segunda Clase y tras ensartar en sus garras a uno de los agentes y deshacerse de Kal, había cargado contra los demás y rematado a Mallet. Al último guerrero lo había asesinado casi junto al ascensor. Susurro asintió, dándole pie a seguir.

- Lo cierto es que no estaba seguro de si había visto algo. Casi ni lo estoy ahora... pero por más que lo repaso me digo que sí lo vi. Cuando ese... cuando eso se nos echó encima me di la vuelta. Al principio ni me di cuenta, porque tenía al bicho delante. Entonces sólo me pareció divisar un brillo más lejos, en el túnel por el que íbamos. Luego, medio inconsciente por el golpe contra la pared, seguía mirando en la misma dirección. Je, no podía ni girar la cabeza... Me pitaban los oídos, ni siquiera fui capaz de escuchar qué pasaba, sólo podía ver. Te vi a ti tendido en el suelo, con las heridas en un fulgor verde, y los reflejos de varios fogonazos.

Sin duda, lo de sus heridas era la magia de la materia de Recuperación. Lo otro seguramente habrían sido los fútiles intentos de los SOLDADO de contener a la bestia.

- Entonces me fijé mejor en lo que tenía delante. Me centré en esa lucecita. Era amarilla... un brillo afable. No estaba en la pared, sino en medio del corredor, así que no debía ser un piloto encendido. Vi que se movía poco a poco, y luego, cuando se acercó, me di cuenta de que había una sombra menos oscura que el fondo. Era una silueta que me recordó a una persona... pero antes de quedar inconsciente me dije “no puede ser, los que quedamos estamos aquí”.

Susurro escuchaba con interés, sobre todo al llegar al punto del “brillo en medio del corredor”. Tanto él mismo como su equipo habían sido recogidos por otro grupo de SOLDADO y fuerzas de seguridad de apoyo despachados en su busca en cuanto no contactaron ni regresaron a la central. Ellos, y los cuerpos de sus compañeros, eran lo único que había salido de allí entonces.

- Tú... ¿Tú lo viste? Estabas más cerca que yo.

El Segunda Clase negó con la cabeza. No recordaba haber visto nada así. Pensó que ojalá lo hubiera visto. Kal bajó la cabeza, meditabundo.

- Ya veo... quizá lo imaginé todo.
- No te preocupes por eso ahora. Hablaremos largo y tendido cuando salgas de aquí. Hasta entonces descansa – recomendó, y salió de la habitación. Su cara tenía algo más que la seriedad habitual. El ceño estaba levemente fruncido, y los párpados algo entrecerrados. Las palabras de Kal estaban haciendo que se perfilara en su cabeza cierta posibilidad. Ya era hora de aprovechar su tiempo libre en algo constructivo.




Por fin todo estaba dispuesto de nuevo. No había sido sencillo hacer el traslado desde el anterior refugio, pero consideraba que era un esfuerzo bien invertido. Si habían irrumpido una vez en la placa, bien podían volver a hacerlo. Había confiado en que al despedir al monstruo la atención se centrara en él. El éxito fue rotundo, o al menos a nadie se le ocurrió fisgar mientras se mudaba.

Trabajo, trabajo, trabajo... Parecía que nunca fuera a terminar. Ah, pero ya estaba algo más cerca. Le había costado mucho tiempo y esfuerzo alcanzar ese punto, pero la constancia daría sus frutos. Era una lástima que todavía quedara tanto por hacer. Por eso mismo, dentro de poco tendría que volver a hacer uso de su pequeño recadero. Una vez que comprobase que todo funcionaba después del traslado, necesitaría seguir consiguiendo piezas.

Sus otros subordinados continuaban funcionando también. Prométele droga gratis a un yonki y prácticamente te venderá su alma. Bastaba con enviciarles un poco con algo de mercancía. Robada, claro, y sin represalias por parte de nadie. A fin de cuentas, no era lo mismo robar a un camello y matarlo sin miramientos que añadir ciertos... toques monstruosos. El hecho de que desapareciera la bolsa de la mierda era lo de menos. Una vez muerto el mensajero, cualquiera podía hacerse con ella. Y nadie se iba a poner a buscar a un monstruo para convencerle por las buenas de no matar a cada infortunado de los suburbios porque esas cosas son malas para el negocio.

Así que los pobres diablos se pasaban horas rebuscando en los montones de chatarra piezas y tuberías que el óxido no hubiera echado a perder. A los que parecían más listos, les encargaba buscar piezas más específicas, aunque nunca les pedía nada que pudiera tener relación entre sí. Y por supuesto, el hecho de que les suministrara la droga debía quedar en secreto, o los traficantes se encargarían de buscarle para cerrar el grifo gratuito. Y así la cosa se iba manteniendo.

El hecho de estar relativamente cerca de los suburbios del sector 3 ayudaba. No eran pocos los locos de la velocidad que se dejaban caer por ahí. De cuando en cuando, alguno tenía más que un roce contra una pared. Otro buen momento para escarbar en la carroña, sin contar que en aquel agujero las fuerzas del orden solían estar de más por su propio bien. Con todo lo demás dispuesto, ya sólo quedaba una cosa. Una sonrisa curvó su amplia boca y convirtió sus labios en líneas más finas de lo que ya eran, revelando más dientes y colmillos de los que un humano tendría. La mano garruda rebuscó entre las cajas apiladas hasta dar con un puñado de papeles. No tardó mucho en garabatear una nueva misiva en uno de ellos. Luego uno de sus niños lo llevaría hasta su destinatario.