jueves, 23 de julio de 2009

184

En la soledad de su celda, Simón pensaba. Realmente no podía hacer otra cosa al respecto: Habían pasado nada menos que ocho años desde que lo encerraron en el bloque de celdas 00, destinado a los convictos peligrosos. Eso fue por aquella trifulca en el comedor, de cuando aún cumplía condena en la prisión norte, al extremo del sector 4, donde había estado cuatro años. A eso le sumamos tres años más en uno de los institutos correccionales de Shin-Ra.
Una simple paliza, con una condena de tres años, se vio incrementada una y otra vez hasta haber llegado al punto de pasar exactamente la mitad de su vida entre rejas. Y no importaba cuantas veces insistiese: No había sido culpa suya. Con quince años tuvo que saltar a ayudar a su hermano mayor en una pelea. No se lo dijo al juez, porque el abogado insistió una y otra vez en callarse todo el asunto de las bandas, pero los Centinelas responden a las amenazas, todos y dándolo todo. A pocos días de librarse del reformatorio, tres de los chavales recluídos con él, de otros distritos, decidieron darle un "regalo de despedida". Él lo rechazó con educación y con un cascote de hormigón que había soltado de la pared a la que daba el cabecero de su cama. Salió bien parado de esa, pero con un prolongamiento de condena a unos cuantos años.
En la prisión norte, se encontró con un miembro de la banda del tío al que habían apaleado su hermano y él tres años atrás, lo que entonces le parecía una eternidad. Sin embargo, los Scythers son rencorosos y usan juguetes afilados para demostrarlo. Simón simplemente se limitó a agarrarle la muñeca, retorcer, forcejearon, y cuando los hubieron separado, el shiv estaba hundido hasta la empuñadura en el hígado del Scyther, y con las sacudidas de los guardias, el desgarro hizo que el tío cayese tieso allí mismo. Simón insistió una y otra vez en que él solo había sujetado la muñeca de su asaltante para no ser apuñalado, pero la ampliación de condena le cayó sí o sí. Tres años después, el primo del hombre que se había matado intentando asesinarle (Simón era reacio a admitir discrepancias en ese punto) llegó al la prisión norte, lleno de malas intenciones y con uno de los inventos más desagradables de la vida entre rejas: El llamado "árbol de navidad". Una variante del clásico pincho carcelario con bordes aserrados y ganchudos hacia ambos lados, pensado para apuñalar. El pincho entra directo, con apenas un poco de resistencia más que un cuchillo normal, pero los pequeños garfios se enredan en todo lo que encuentran en las entrañas del pobre desgraciado, y al tirar para sacarlo la escena es dantesca. Cuando los guardias entraron de nuevo en las duchas, se encontraron a Simón cubierto de sangre y vísceras ajenas, mientras el recién llegado agonizaba en el suelo. De los cuatro guardias, dos aún siguen en shock, de modo que solo quedaron los otros dos para cargar y reducirlo a porrazos. Uno de ellos, por cierto, nunca ha vuelto a comer carne.
Y este último asesinato nos lleva al bloque 00, situado en lo más hediondo de la zona industrial de los suburbios del sector 8. Un centro de máxima seguridad y vida indecente donde las puñaladas y las palizas se suceden con la misma frecuencia que los partidos de las ligas profesionales.
Este parecido llevó a la gran idea de organizar apuestas. Se jugaban cigarrillos, comida y pornografía por determinar quien sería el siguiente en ser atacado. Si moría, la apuesta valía doble. Valía apostar por uno mismo, si elegia un "heredero". Por supuesto, un suicidio anulaba la apuesta.
Las apuestas las organizaba Jack Hackett, conocido en los titulares de hace treinta años como Jack Hatchet, por su instrumento elegido a la hora de cumplir su papel como ejecutor de la mafia local de Midgar. El viejo sicario se dedicaba a disfrutar de su cadena perpetua cerrando firmemente la boca acerca de cualquier asunto concerniente a su antígua organización. A veces, no solo cerraba la suya, sino también la de algún otro.
Hatchet era el compañero de celda de Simón, en el ala este del bloque 00, pasillo C segundo piso, celda número 16. Tenía sesenta y un años, y la nariz deformada por un porrazo durante su detención. También lucía varias cicatrices en todo el cuerpo, destacando una que iba desde el mentón hasta la oreja, por la que acostumbraba a deslizar la yema de los dedos cada vez que se paraba a pensar algo. Hatchet vivía como una especie de caudillo territorial. Para empezar, vestía con ropa de calle, siempre nueva, que algún pariente se preocupaba de llevarle cada dos meses para que renovase vestuario. Por supuesto, Jack recibía un trato muy especial en la lavandería.
El viejo sicario no era rival para los duros matones carcelarios con más músculo que mollera que saturaban las celdas los últimos años, pero era astuto y sabía un truco o dos. Ni siquiera los guardias se atrevían a llevarle la contraria, por miedo a que sucediesen cosas a sus familias, que vivían aparentemente seguras en sus casas, a kilómetros de distancia de esta prisión de máxima seguridad.
Hatchet, por otra parte, no era un hombre que olvidase los favores ni las muestras de respeto, y su opinión era ley en el bloque. Simón le había comentado una vez acerca de como se había convertido en una especie de juez supremo carcelario, pero Jack le había quitado importancia al asunto. "Hijo... Yo tengo una perpetua por delante. Los chavales esos me importan una mierda. Son todos unos hijos de puta jóvenes y pringaos de los que gran parte morirá aquí. Lo único que quiero es que se organicen un poco para poder dormir tranquilo de vez en cuando. ¿Sabes lo que te digo?"

Jack se había interesado en Simón, prácticamente desde su llegada al bloque 00. Había visto como uno de los matones locales había decidido robarle el postre, y Simón le enseñó que lo malo de las cucharas de plástico es que en un forcejeo pueden romperse y perder la cabeza, quedando solo el asta con una punta rota y afilada en el extremo, una especie de punzón improvisado, muy peligroso.
Simón se pasó dos días en el agujero, aunque todo había sido un terrible accidente, a ojos de cualquiera menos a los de Jack, que estuvo el primero de esos dos días mirando la cuchara rota, a la que habían quitado ya los trozos de la bolsa escrotal del pobre matón. El segundo estuvo todo el rato rompiendo cucharas, pero sin lograr un resultado tan bueno como el que había logrado Simón.

Cuando Simón salió del agujero, lo informaron de que lo habían cambiado de celda, lo cual era bastante cómodo. Hatchet había vivido los últimos veinte años en una celda individual, de modo que hubo que traer una litera a su cuarto, pero los guardias estuvieron encantados de hacerle ese favor al viejo. Lo primero que se encontró Simón en la celda fue una cuchara de plástico y la orden de mostrar el truco. En ese momento le dio rabia tener que enseñar su jugada sin recibir nada a cambio, pero lo que logró supuso un cambio crucial en su vida: Ser amigo del hombre más importante del bloque 00. Nadie volvió a alzar la mano contra él, ni mucho menos a sacar un arma, de modo que al incidente de la cuchara lo siguieron ocho años de buena conducta, y la creciente necesidad de espacio en prisión debido al estado de excepción concedió a Simón la oportunidad que había estado deseando durante tantos años: La libertad condicional.

Simón conocía su suerte, y no se lo dijo a nadie. Ni siquiera a Jack. El viejo se molestó muchísimo al enterarse esa misma mañana, pero Simón no podía arriesgarse. La vida se las había ingeniado para meterlo en un nuevo lío cada vez que estaba a punto de superar el anterior, de modo que esta vez no le dio la oportunidad.
Cuando llegó el consabido día, Simón caminó por última vez a lo largo del pasillo central del bloque 00, escoltado por cuatro guardias y sujeto con grilletes y esposas interconectados. Uno de los guardias llevaba una bolsa de basura con sus pertenencias, mientras que los otros formaban una barrera de escudos antidisturbios y porras, reforzada por una escopeta Bonfire. El viejo se había marchado de su celda echando pestes en cuanto vio que los guardias venían a buscarle. Simón no lo culpó por sentirse traicionado, pero le prometió venir a verlo de visita.
En cuanto le soltaron los grilletes, Simón corrió a quitarse la ropa de preso. Su ropa civil le había quedado pequeña, pero su madre había tenido el detalle de preguntar su talla y enviarle unos pantalones y una camisa, que eligió no ponerse. Prefirió su camiseta blanca más nueva, ya que no tenían permitido llevar ropa con eslóganes o imágenes dentro de la prisión, y por encima se puso su vieja cazadora vaquera de los Centinelas, a la que había tenido que arrancar las mangas para caber dentro.
Recibió sus cosas y se despidió de los guardias, conteniendo muchos insultos por el camino. Luego siguió escoltado por otros dos guardias, ya sin esposas ni equipo de represión de motines, hasta la gran puerta automática que bloqueaba el único acceso a la prisión, la cual solo era posible abrir desde una torre situada junto a ella, sobre el muro, a ocho metros sobre el nivel del suelo.
Cuando la gran puerta corredera de acero empezó a separarse de la pared, Simón pudo entrever un viejo Shin-Ra supreme negro, del año 71. El favorito de su hermano, lo cual acabó por nublar su ánimo: Su hermano. Su puto hermano, el hombre que lo había traicionado y abandonado en el puto reformatorio, vendiéndose y aceptando el trato que le ofreció el fiscal. Y con el descaro añadido de venir a recibirle con la chaqueta de los Centinelas. El muy cabrón venía a verle alguna vez, y Simón no se negaba a recibirlo, pero le costaba mucho confiar en él. Era posible que Simón fuese un presidiario, y que hubiese matado a un par de idiotas, pero su hermano se había convertido en algo mucho más bajo y ruín en la escala de valores de cualquier criminal de Midgar.
Su puto hermano mayor... Cuando se suponía que ambos iban a protegerse mutuamente...

- ¡Eh, Kurtz! - Ambos se giraron hacia la torre de control de la puerta, viendo al viejo Hatchet saludando a Simón con la mano. - ¡Ven a verme, cabronazo! ¡Y traeme revistas, que ya sabes que me aburro mucho por aquí!
- ¡Adiós Jack! ¡Vendré siempre que pueda!
- ¡Acuérdate de que mis favoritas son las de negras! - Simón iba a responder, pero su ex-compañero ya estaba volviendo a su celda. Contempló la escena con una sonrisa tonta, que se fue borrando de su cara a medida que se encaraba hacia su hermano.
- ¿Eres el único que ha venido, Jonás?
- Ya sabes como son las cosas en la familia. - Respondió encogiéndose de hombros. - Mamá está preparando todo a última hora, con prisas, y el viejo está viendo la prensa. Me encarga a mí el trabajo y a otra cosa.
- Me esperaba a Salomé. - El semblante de Jonás se ensombreció esta vez.
- Salomé está hasta arriba de curro...
- Y tú tienes que ver en ello. - Atacó Simón.
- No solo yo, pero los míos. - Dijo mientras cerraba el maletero, guardando las pertenencias de su hermano. - Es necesario...
- ¿Necesario? - Simón estaba empezando a enfurecerse. - ¿Sabes lo que dice la gente de lo que hacéis los putos perros?
- Simón, no...
- La "llamada de teléfono a Rufus", el "Elefantito"... ¿Es necesario? - Kurtz se levantó, rodeó su coche y encaró a su hermano menor, encerrándolo contra el lado del Supreme. Para Simón era como verse en un espejo, pero con el pelo revuelto en lugar de engominado hacia atrás, y una serie de cicatrices en la cara que lo hacían mucho más siniestro.
- ¡Escúchame, pedazo de mierda cagón! En los dos primeros días de aparición del meteorito, los tarados del apocalipsis salieron a la calle a liarla. Algunos saltaron al tráfico y causaron accidentes mortales. Otros se suicidaron en masa, ¡y los putos peores de todos cogieron un arma, materia o explosivos y se llevaron a la hostia de personas con ellos! ¡La puta hostia de personas! ¿Sabes la cifra oficial de muertos? ¡Ciento setenta y seis! ¡Ciento setenta y seis personas en dos días! ¿Y sabes por qué ninguno de esos tarados ha entrado en prisión últimamente? - Simón lo miraba en silencio. - ¿Lo sabes?
- Porque los matáis.
- Porque los freímos ahí donde aparecen. Si. Sin dudar. ¿Nos saltamos derechos civiles? Si. ¿Nos fumamos eso de no maltratar, torturar o eliminar? Si. ¡Te jodes! ¡Tú y todos los comemierdas que la palmaríais si no estuviesemos nosotros para contener la mierda!

Simón lo miró en silencio, sin que cambiase el gesto hosco. Había oído amenazas de los mejores, y hacía falta algo más que su hermano el soldadito desfigurado para acojonarlo. Pero Jonás estaba igual de decidido a no ceder. Él había visto a compañeros ingresar en urgencias o perder la vida. Había respirado cenizas de seres humanos, y le cabreaba especialmente aguantar a lloricas que vivían de prestado quejarse por ello. Él no se quejaba. Sobrevivía.

- Sigues siendo un hijo de puta. - Respondió Simón.
- Es mi trabajo.

Finalmente con ambos hermanos de acuerdo, montaron en el coche y este arrancó en dirección al sector 3, donde los esperaban para comer. Durante veinte minutos, ambos avanzaron en siencio entre el espeso tráfico inferior de Midgar, escuchando la radio mientras circulaban.

- Me alegro mucho de que estés fuera. - Dijo Jonás, sin mutar el gesto.
- Gracias. - Simón sonrió levemente, y el gesto se le contagió a su hermano mayor. - Yo también me alegro de estar fuera, aún con la condicional.
- Salomé es una genio. - Reconoció el mayor, sonriendo orgulloso, pensando en su hermana pequeña: Una abogada de oficio inteligente, metódica y dotada con la característica mala hostia familiar.
- Ningún otro se habría implicado tanto en mi caso. - Sonrió el ex-presidiario. - Ni con tanta cabezonería.
- Somos de risa, ¿no crees? Los Kurtz: El turco, el presidiario y la abogada.
- Lo peor es que ninguno tiene un trabajo gracioso. ¿Eh, Soldadito? - La sonrisa de Jonás se volvió una mueca de resignación.
- Aún me la guardas. - Ni siquiera era una pregunta.
- ¿Cómo cojones no te la voy a guardar? ¡Me dejaste tirado en un puto reformatorio!
- Para empezar, no tenías por que haber entrado. Yo había confesado toda la culpa.
- Y yo confesé que no habías sido tú solo para no ser el único culpable. Quería ir contigo al reformatorio y cubrirnos las espaldas mútuamente. ¡Confié en tí!
- Y yo quería que tú no entrases en un puto reformatorio. Iría a Wutai, me las arreglaría para salir con vida, volvería y con suerte tú estarías estudiando.
- Salomé fue más lista... - Suspiró Simón.
- Y tú un cabezón. Me sacrifiqué por tí y al no aceptar nos jodimos los dos.
- Y los dos más de lo que iba a ser en el principio. - Simón estaba mirando su propio reflejo en el retrovisor, aún mirando fascinado el coche por el que ambos habían suspirado tantos años atrás. Intentaba imaginarse como sería su cara, normalmente parecida a la de su hermano, si tuviese él las cicatrices.
- Yo no cambiaría nada de lo mío...
- ¿Ni las cicatrices? ¿Ni la licenciatura con deshonor? ¿Nada?
- Si lo cambiase a lo mejor nunca habría entrado en Turk, no tendría los amigos que tengo ahora, y no habría conocido a Aang. Las cicatrices no importan una mierda en comparación.
- No dices nada de la licenciatura...
- Te contaré esa cuando seas mayor. - Rió Jonás.
- Pues cuéntame la de las cicatrices. Nunca me lo has querido decir.
- Nunca me había importado tan poco. Había asumido el apodo de "Scar" aunque me jodía un poco que la gente se acordase de mí por que tenía la cara cubierta de cicatrices.
- Yo me acuerdo de tí porque eres un cabrón.
- La gente también... - Ambos rieron un buen rato, quedando en silencio ambos. Jonás reconoció en el mutismo la cabezonería de su hermano pequeño. Decidió ceder. - Fue un torturador de Wutai, bajo las órdenes del coronel Tenkazu Takezawa. Querían saber las cuatro preguntas: Nombre, rango, unidad y ubicación.
- ¿Te ofrecieron alistarte por confesar? - La broma fue de mal gusto, pero Jonás contuvo una mala respuesta.
- Me rajaron la cara una vez por cada día que me negué a hablar. Aguanté veintisiete, hasta que fui liberado. - Simón asintió, mirando fijamente a su hermano, que permanecía impasible.
- Hay algo que no acabo de entender: Los soldaditos siempre lleváis el nombre y el emblema de la unidad en el uniforme, como los colores de una banda. Además, siempre llevais esas chapas para identificaros si os apiolan.
- Yo no, y aquí se acaban las preguntas sobre eso. Hazme un favor y no se lo digas a nadie.
- ¿O qué? - Simón rio con socarronería.
- O morirás. Y quizás yo también.

El Supreme se detuvo, pillando por sorpresa a su copiloto, que se encontraba ante un edificio antiguo, situado en el sector 2 lejos de donde esperaban acabar. Las aceras estaban llenas de gente ocupada, que caminaba de un lado a otro, movida por sus interminables quehaceres cotidianos. Jonás mostraba su identificación a un guardia de tráfico para espantarlo, mientras Simón miraba a su alrededor perplejo.
- ¿Qué cojones hacemos aquí?
- Esperar.
- ¿Y por qué esperamos? - Jonás salió del coche, y la respuesta cruzó la puerta, instalándose en el asiento trasero.
- ¿Os dais cuenta de que si hubieseis tenido un accidente mientras veníais, los índices de seguridad ciudadana se habrían disparado a mejor? - Salomé sonrió y abrazó a su hermano mediano, radiante al verlo en libertad.
- ¿Me lo parece a mí o lo quieres más a él? - Preguntó Jonás, mientras su hermana se echaba hacia atrás y él ocupaba su lugar al volante.
- Él me dio un motivo para elegir mi carrera. - Le respondió. - Aunque tú sin embargo, me dejas sin trabajo cada vez más y más.
- ¿Te qué?
- Muy simple: Cada vez que tú o los tuyos tomáis parte, yo tengo un cliente menos.
- ¿No será un cliente más? - Preguntó Simón desde atrás.
- No. Uno menos. Turk no hace detenciones.
- Considéralo un aviso, Simón... - Dijo Kurtz mientras arrancaba, incorporándose al lento y aparatoso tráfico de la zona empresarial de los suburbios.
- Dame tu tarjeta de visita y me haré una camiseta con ella. Si voy de tu parte, no debería tener problemas.

Salomé iba a manifestar su indignación, pero sus hermanos mayores estaban allí, delante de ella. Descojonándose como los dos adolescentes irresponsables que siempre habían sido. Ellos siempre habían sido así, tan parecidos a su padre: Masculinos, hoscos, con los ojos oscuros y el cabello rebelde, con sus rasgos masculinos. La misma sonrisa socarrona, las mismas actitudes chulescas, los tatuajes, las cicatrices... Dos luchadores. Se meten en broncas, sufren las consecuencias, las aguantan y siguen adelante. Nada más lejos de ella, hija de su diligente madre, y orgullosa de su propia diligencia. Salomé había sabido superar sus desafíos con inteligencia y esfuerzo, allí donde sus hermanos habían usado los puños. Siempre habían estado allí para meterse en problemas en lugar de ella. Siempre listos para saltar a pegarse con el mundo por cualquier causa que creyesen justificada. Formaron los Centinelas cuando cada vez más y más chavales del barrio buscaban su protección. De la protección pasaron a las conquistas y al respeto, y la cosa acabó con decenas de peleas en cada calle, y una que simplemente fue a más y una navaja que nunca debió ser sacada para intentar intimidar a un rival.

Y ahora los tenía delante a ambos, por primera vez en quince años, en libertad, charlando como siempre, con sus chaquetas de pandilleros, sus parrafadas arrogantes y sus chistes de mal gusto. No quería que las cosas fuesen como antes, pero asumía que no sería así. Jonás tenía una vida, y Simón tenía que luchar a la desesperada por encauzar la suya. Sin embargo, los muy idiotas no paraban de hablar de este coche viejo y aparatoso.

- Tío, al final has ido a por él...
- Te dije que lo tendría, Simón.
- Motor v8, con bloque de hierro...
- Cinco en linea y diesel, con bloque de aluminio. - Corrigió el mayor.
- ¿Lo has cambiado? ¿Por qué lo cambiaste? - Simón parecía realmente indignado al enterarse de eso. Salomé no daba crédito a la estupidez de su hermano. Acababa de salir de la cárcel, aún no se había reunido con sus padres y se indignaba porque el muy idiota de su otro hermano había cambiado el motor a un coche viejo.
- Porque un coche necesita un motor.
- ¡Si, pero tenía que ser un motor igual! ¡Sin el v8 no es lo mismo!
- Bueno, pues se compra uno y se instala.
- ¿Qué? ¿Estás loco? ¿Cuanto puede costar eso? - Preguntó Simón.
- Soy turco, y mi sueldo normalmente alto se ha triplicado con el estado de excepción. No creo que ese sea un problema. ¿Te animas a montarlo?
- ¡Joder, claro que sí!
- Pues móntalo, y cuando acabe tu periodo de condicional, te lo quedas.
- ¡Promételo! - Respondió Simón, tras un par de segundos de incredulidad.
- ¡Por escrito! - Se sumó Salomé.
- ¡Y con los viejos por testigos, joder, pero no me toquéis más los huevos! Ya hemos llegado. - Dijo mientras el coche se detenía en la entrada del garaje de una casa unifamiliar, en cuya entrada, una pareja de cincuentones veían a sus retoños volver al hogar, por primera vez en quince años.

miércoles, 22 de julio de 2009

183.

Pasé los dedos por el frío cristal y bebí un trago del licor de hierbas. Lo hacía de forma automática, sin apartar la mirada de la gente que esperaba frente a un pequeño escenario; bebía por beber, no quería pensar en nada. Aparté la manga de una camisa blanca y arrugada y miré la hora en el reloj de pulsera: las dos de la madrugada.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que tomé aquella cerveza con Lucille? El bar ahora parecía totalmente cambiado. Había tirado la pared que ocultaba el almacén y donde antes se guardaban las botellas ahora se encontraba un escenario a un metro de altura, para que grupos desconocidos tuviesen una oportunidad los sábados por la noche. Dos jóvenes se ganaban algo de dinero llevando de aquí para allá cables, moviendo amplificadores y probando el sonido.Yo no prestaba atención a lo que ocurría en el bar, no hacía más que pensar sin llegar a ninguna conclusión. Miré a mi derecha y allí estaban.
No se de qué me sorprendía, desde el incidente de Tombside no hacían más que vigilarme. Uno de ellos iba de paisano, bebiendo una copa de ron añejo. Llevaba el pelo rubio hasta los hombros sujeto con una gorra de piel de color caqui, dando sombra a unos ojos almendrados que no paraban de observarlo todo. Camisa color crema bajo un chaleco de lana con rombos por arriba y unos pantalones de pana marrones le hacían parecer que iba a jugar al golf. Parecía disfrutar del sabor de su copa y del ambiente del local, no como su compañero, un hombre enorme de piel tostada que no dejaba de observar todos mis movimientos. Éste había dejado su americana en casa, pero no le preocupaba mostrar la camisa y la corbata negra propios de su trabajo. Fumaba un purillo con aroma a vainilla y parecía no aguantar las bromas de su joven compañero.
Dio igual las cientos de veces que se lo expliqué a Turk cuando al fin acabaron con Blooder, no se creían nada de lo que confesé.

-¡Les estoy diciendo la verdad!-les grité en la pequeña sala de interrogatorios cuando me sacaron del cobertizo donde me lanzó Tombside y me llevaron al edificio Shin-Ra con un coche de lunas tintadas- Lo único que hice para él fue formularle unas preguntas a una de vuestras compañeras. Ni siquiera sabía por qué me lo mandó.
-Pues resulta que ese hijo de puta hirió a nuestra compañera una vez y quería asegurarse de que no servía como testigo- me explicó un turco a mis espaldas, con el nudo de la corbata suelto y cara de cansancio. Seguramente hubiese participado en la persecución del asesino-¿Y qué me dices de esos dos camellos que murieron en la casa de…-echó mano de una carpeta de papel prensado y ojeó la primera página de su interior-Lucille?
-Eso ya se lo dije en su día, fue en defensa propia-bueno, mas o menos pensé en aquel momento- Además, yo estaba atado a una silla, no tuve nada que ver.
-¿Y cómo sabemos que no te encargó liquidarlos?
-¡Porque aún no le conocía! Fue justo después, en las puertas de un hospital.
-Y te dijo “Soy Blooder, encantado”.
-No...
-¿Entonces? ¿Cómo cojones supiste que era él?
El turco se puso a mi lado, con las manos sobre la mesa y la mirada clavada en mí. A mi me picaban los ojos y tenía la nuca sudorosa.
-T-tengo…Poderes. Leo el pensamiento.
Poco tardó en reírse a carcajadas de mí, pero eso era mejor que descubrir mi secreto de brillo amarillo. Además fue una buena estrategia.
-Soltad a este jodido vagabundo trastornado, se ha metida tanta mierda que se cree superhéroe.
Me soltaron las esposas y me sacaron de la sala, pero el turco me agarró por el hombro y me dijo al oído:
-No creas que esto ha acabado. Seguiremos tu culo hasta que cometas algún fallo y te podamos tirotear como al cabrón de Tombside.Así que ahí estaba yo, días después, emborrachándome con licor de hierbas mientras dos turcos me seguían hasta para mear. Si supieran lo de la caja…
La caja. Ni siquiera se por qué me la quedé cuando Tombside me la metió en el bolsillo del pantalón, pero ahora era demasiado tarde para deshacerse de ella. Tenía cuatro ojos vigilándome veinticuatro horas al día y seguro que rebuscaban hasta en la basura que tiraba.

El cantante subió al escenario y saludó a su público. Se hacían llamar Sweet Damage y tocaban rock, pero sólo les conocían sus amigos y cuatro gafapastas que buscaban la música de grupos indie.Primero presentó al grupo y luego a sus integrantes. Él tenía el pelo castaño bastante corto, pero iba alborotado con algo de gomina; llevaba una camiseta roja y unos vaqueros desgastados.
-Y a la guitarra mi compañero Wilfred-un ligero aplauso animó al guitarrista a ocupar su puesto.
La gente empezaba a poner caras raras y a rumorear sobre las pintas que llevaba cada uno. Wilfred cogió una Klark Wetson con acabados en caoba y se la pasó por el torso desnudo y atlético, saludando con la mano izquierda. Una chica le lanzó un gorro de pescador gris y él se lo puso tapando la corta melena rubia. Se llevó la mano a uno de los muchos bolsillos que decoraban su holgado pantalón negro y sacó una púa gruesa de nylon.Entonces comenzaron a tocar. El batería no había tenido mucha suerte con la iluminación y parecía estar en un segundo plano, pero la acústica no estaba mal y su ritmo lento se oía perfectamente.El turco de la gorra chifló desde el otro lado de la barra y aplaudió excitado.Era una canción lenta, con una suave melodía de fondo y una letra sobre una mujer de cabellos de oro, pero la gente parecía aburrirse; era tarde y había sueño. Incluso alguno se terminó la bebida y se marchó del bar adormilado. Pero entonces llegó el momento de Wilfred y el cantante dejó caer sus últimas palabras como un susurro. La Klark pareció cobrar vida con una melodía en La menor mientras los dedos del guitarrista se deslizaban por el mástil con maestría y rasgaban las cuerdas con perfecto conocimiento. Una pulcra melodía con notas agudas y secas, después una sucesión de acordes rápidos para terminar dejando en el aire un último rasgueo. El tema se acabó y el bar quedó en silencio. Incluso el dueño tras la barra se quedó mudo, como si no supiese qué coño había contratado para aquella noche. El cantante miró de reojo a sus compañeros y les dijo en voz baja:
-Me parece que no les hemos gustado.
Pero una explosión de aplausos y gritos les hizo abandonar la duda y les llenó de un orgullo que nunca habían experimentado. Wilfred lanzó la púa y fue a parar al turco de la gorra, que agitaba la copa con vítores y ganas de pedir un bis. Incluso yo me quedé sorprendido con la habilidad de aquél guitarrista, que sería unos años más joven que yo.No me sorprendería que a la mañana siguiente apareciese en la cama de su casa con una chica en cada brazo.
Pero otra parte de mi cerebro estaba pendiente de otra cosa y en cuanto vi que el turco rubio se abalanzaba hacia la primera fila de fans, tironeado por el aguafiestas de su compañero, me di cuenta de que tenía la oportunidad de marcharme con algo de libertad. Dejé unos guiles en la barra y fui hacia la puerta justo cuando tres amigos dejaban el local.
-¡Hombre John, cuánto tiempo!-le dije a uno dándole unas palmadas en la espalda.
-Eh, que yo no te conozco.
-Ah, bueno, me habré equivocado.
Pero ya estaba fuera cuando se zafaron de mi y los turcos no se habían dado cuenta. Tampoco quería nada fuera de la ley, simplemente quería estar un tiempo solo.

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Sopló un poco la taza y el humo bailó entre jirones de aire. Entonces bebió un sorbo pequeño y degustó el sabor del café de madrugada.Lucille estaba en el bar que había frente a su casa, con los ojos hinchados de sueño. Llevaba puesto el pijama, pero no importaba porque ya no había nadie alternando.
-¡Qué complicada es la vida!
-Y que lo digas.
El cartel de “cerrado” adornaba el cristal de la puerta y a la verja le faltaba un palmo para estar cerrada del todo.Su vecino Alexandre pasaba un cepillo por el suelo con vagancia mientras ella daba ligeros tragos al último café que la máquina había preparado.
-Deberías irte a la cama y dormir un poco-dijo el pintor, que había dejado el cepillo y ahora pasaba una bayeta por las mesas.
-Eso dilo por ti, no se de donde sacas el tiempo.
-Bueno, camarero sólo soy los sábados-dijo con una risa cansada.
-esperaré un poco más, Yief estará al caer.
Ambos miraron más allá de la puerta, pero en vez de Yief, lo único que había a esas horas era un Shinra Supreme con dos agentes comiendo una hamburguesa en su interior.Uno parecía una mujer, pero al otro no llegaban a verle bien.
-Casi preferiría que Tombside siguiese vivo, así me dejarían en paz.
-No digas esas cosas, a ver si va a volver como en una película de miedo.
Él no, pero en mi casa sigue habiendo algo suyo
pensó moviendo con la cuchara la espuma del café. A veces tenía pesadillas en las que Yief tenía la cara de Tombside y la golpeaba con esa maldita caja metálica, haciendo saltar los números que formaban la combinación de cierre y sacando de su interior los mayores horrores jamás soñados.
-Venga, no te desanimes, ahora tú y Yief podéis vivir tranquilos.
-¿Vivir tranquilos? Esta mañana por la calle unos chicos se han hecho una foto con “la novia del cómplice de Tombside” y un viejo se ha pensado que era la hija del asesino y me ha dado un cachabazo-se quejó sintiendo el golpe de la espinilla.
-Déjalo pasar, la gente se termina cansando de esas cosas.
-¿Qué cosas?
-Ves, ya le vas cogiendo el truquillo. Ambos rieron con amargura y Alexandre se sacudió las manos en el pantalón; el sucio delantal le tapaba la mayor parte de una camiseta azul.-Anímate, si el cómplice del asesino más buscado de todos los tiempos ha movido cielo y tierra para protegerte, no puedes encontrar a nadie mejor-la revolvió el pelo como si fuese una niña pequeña y apartó la reja para que pudiesen salir-Deja la taza en la pila y vámonos de este antro.
El metal oxidado produjo un agudo chirrido cuando la verja se cerró.
Fuera hacía frío y el pijama de Lucille no le protegía los brazos, que se frotó con la palma de las manos.
-Toma mi chaqueta-le ofreció su amigo.
-Da igual, sólo hay que cruzar la carretera.
A esas horas todos dormían sobre la placa. Hasta las discotecas habían ya cerrado a apenas un par de horas del amanecer. La noche parecía tener vida propia, en un estado de inquietante tranquilidad. Varios insectos ejecutaban torpes danzar alrededor de las farolas y algún gato rebuscaba entre la basura. Uno de ellos le miró a la muchacha con sus ojos dorados y fue a refugiarse a un callejón.
Uno de los turcos había salido a tirar los envoltorios de su cena y cuando vio que Lucille pasaba, aceleró el ritmo hasta llegar al coche.Entraron en el portal y pulsaron el botón del ascensor. El café poco efecto la hacía ya. Había visto una película, había seguido con el libro que había comprado hace un par de días y finalmente había decidido bajar a charlar con su vecino, pero ahora apenas podía mantenerse del sueño.
-Si quieres puedes quedarte en mi casa hasta que llegue tu chico. Así te olvidas de esos idiotas de Turk-él la apartó un mechón de la cara y acarició un pómulo. Sabía que estaba traspasando la línea, pero algo se aferraba a no abandonarle, clavándole las uñas en el corazón.
-Eso fue hace tiempo Alex, ahora estoy con Yief-dijo ella echándose hacia atrás. El ascensor se detuvo y el artista introdujo su llave en la cerradura; una mecla de olor a aguarrás y óleos inundó el ascensr. Lucille se lo pensó mejor e intentó suavizar su advertencia- No te preocupes, estaré bien.
-No dejaré que te pase nada, lo sabes-dijo antes de cerrar la puerta y apoyarse sobre la madera al otro lado, suspirando por tiempos pasados.
A ella también la dolió recordar aquella relación, fueron tres años muy felices para ella y cuando lo dejaron acabó liándose con el camello al que ella misma había matado después.
-Quiero que todo acabe-dijo en voz alta al atravesar el umbral de la puerta y hacerse un ovillo en el mullido sofá de piel crema.
Seguía totalmente cansada, pero ahora el problema eran los nervios. “Voy a dar una vuelta” dijo Yief hacía cinco horas; y según estaban las cosas no podía parar de pensar en lo peor. Se levantó, pasó por todos los canales de televisión sin nada que buscar, se lavó la cara con agua helada en el lavabo, miró a través de las persianas de las ventanas.La única actividad ahí abajo era la de los incansables turcos, vigilando a todas horas. Desde su piso podía ver cómo uno de ellos dormía y el otro hacía la guardia.

-Es por su seguridad, nos han mandado protegerla-la dijo uno de ellos el día anterior.Había bajado un momento porque se le había acabado la leche y la acompañaron hasta la sección de lácteos del supermercado.
-Proteger y vigilar son cosas distintas. Protejan a Yief que es el que lo necesita. Si no fuese por él seguro que ese asesino seguiría haciéndoos la vida imposible.

Las estrellas se iban apagando en el cielo y el sueño había acudido a Lucille durante media hora cuando llamaron al timbre.
-Aquí está-dijo desperezándose.

--

Las estrellas se iban apagando una a una como parte de un juego de bombillas que perdían la vida.
Pero lo que contemplaba era mierda…Midgar era mierda.
Recordé años pasados, cuando contemplaba el cielo nocturno en Modeoheim. Me tumbaba junto a mi hermano sobre la nieve y admirábamos las luces de la dura noche invernal. Cientos, miles, el espectáculo de astros era maravilloso. Lo que alcanzaba a ver ahora se ahogaba entre millones de farolas y bajo la parte derruida de una inmensa placa metálica.
Yo era feliz en aquél pueblo norteño…¿Por qué coño mi padre decidió ir a Midgar?¿Para dejarse manipular por el cabronazo de Blackhole y morir rodeado de un pozo de incógnitas? Ni siquiera le paró ver que en el testamento me dejaba a mí la empresa, al mes se hizo con ella y me dejó en la puta calle.
-Para qué quiero una fábrica de coches yo? Vivo mejor como estoy-hablé sólo para intentar consolarme.
Pero lo cierto es que estaba sobre el techo de uno, tumbado mientras el amanecer hacía su aparición.
Se oyó el mal agarre de unos neumáticos y su correspondiente derrape entre escombros(era lo que tenía conducir rápido en el sector siete). Eran ellos y seguramente estuviesen cabreados…¡Se les había escapado un jodido vagabundo!Cuando pasaron cerca y a unos ochenta por hora por un camino lleno de obstáculos, dieron un frenazo y el turco de la visera me señaló con un dedo.Me bajé del coche ajeno con tranquilidad y anduve hacia ellos.
-¡Estate quieto!-me gritó el de la piel tostada. Estaba claro que tenía sueño y mala hostia.
-Joder, que sólo he venido aquí un rato a ver el amanecer. A este paso vuestro jefe os hará inspeccionar la mierda que cago.
La piedra que me lanzó el rubio me la gané, pero es que estaba hasta los cojones de ellos. El proyectil no iba con fuerza y sólo me provocó un dolor palpitante en una mejilla.
-Por tu culpa me he quedado sin el autógrafo de Wilfred-dijo con una rabieta propia de un niño.
-Es que a tu compañero le ha bajado la regla y por eso está de tan mala hostia.
Sentí el impacto de algo duro y me desperté media hora después en el mismo sitio, con un dolor de cabeza terrible y una piedra ensangrentada a mi lado, tan grande como un puño.
Fui como un zombi hasta la estación de trenes del sector seis y me fui quitando los pegotes de sangre reseca que había sobre mi oreja izquierda sentado en un vagón.Seguramente Lucille esté preocupada pensé al salir del tren.
Tenía la sensación de volver de una borrachera tremenda, llegando al amanecer y con un dolor de cabeza enorme, solo que en vez de alcohol había sido una pedrada. Si van a olisquear mis cojones un tiempo más, tendré que tener más cuidado con lo que digo.
De camino compré el periódico y un desayuno a base de magdalenas recién hechas. Salí de una calle que estaba siendo estaba siendo limpiada con chorros de agua a presión y me acerqué a la que era ahora mi casa.
Desde el interior de un Shinra Supreme una sonrisa me saludó con burla y algo de odio; el turco moreno hizo como si tirase una piedra invisible con su brazo izquierdo, en el asiento del piloto.
-¿Pero es que estos cabrones no duermen?- dije entrando en el portal. Yo pensaba que los agentes de la ley funcionaban por turnos. Más vale que les pagasen bien por seguirme.
Haciendo malabares para que no se me cayesen las magdalenas, metí la llave en la cerradura, pero la puerta se movió ligeramente, indicando que ya estaba abierta.
-Lo siento mucho, me he entretenido demasiado-dije cerrando la puerta tras de mí. La luz de los primeros rayos bañaba el piso con claridad. El polvo fluctuaba cerca de las ventanas y los muebles proyectaban sombras pálidas-¿Lucille?
Algo no iba bien, no había nadie en casa.
Dejé el desayuno en la encimera y comencé a mirar en todas direcciones. Un hombre con la cabeza rapada y una larga perilla surgió de uno de los pilares de carga y me embistió.
-¡Cabronazo enfermo!-yo caí al suelo y él me agarró de la camisa-¿Qué has hecho con ella? ¡Eres igual qué él hijo de la grandísima puta! ¡La has matado a ella también!
-Pero de qué me hablas?-dije yo asustado. En todo caso yo tendría que pensar lo peor de aquél desconocido.
Un puñetazo bajó directamente hasta el carrillo izquierdo, justo donde la piedra pequeña me había impactado.
-¡Dime dónde está o te mato!-gritaba histérico el agresor.
En ese momento yo basculé y le hice rodar hacia un lado. Nos pusimos rápidamente en pie y yo le dirigí un rodillazo directamente al estómago. Primero soltó un quejido y luego empezó a toser con fuerza y arcadas. Le cogí de la cabeza y le golpeé contra la columna de donde había salido. El sonido fue extraño, un impacto seco y hueco. El desconocido cayó inconsciente al suelo y la columna de color salmón ahora lucía una mancha roja.
Un fuerte estruendo. De repente la puerta se abrió, rebotando y volviendo con un chirrido de bisagras. La cerradura tenía un agujero chamuscado y de la pistola de un turco salía una fina columna de humo.
-Hemos oído ruidos y…Joder, lo ha vuelto a hacer…¡Iba a matar a ese hombre!
-¡Yief Vanistroff, las manos donde yo pueda verlas!-gritó apuntándome el turco rubio.
Una nueva mañana en mi reciente casa, días después de la detención de Blooder. Lucille no estaba, no se si había llegado a matar a aquél tío y los turcos ya tenían lo que buscaban: una excusa.Pero faltaba algo. Algo tampoco estaba. Me di cuenta cuando el turco más fuerte me derribó y me puso las esposas, mientras me hacía hundir la cara en el parqué pulido. Lucille no estaba, pero tampoco estaba esa pequeña caja metálica que Tombside me legó.

martes, 14 de julio de 2009

182.

El impacto le hizo rebotar contra en el asiento mientras daba vueltas de campana. Tras el cuarto giro, por fin el coche se detuvo, y Tombside dio gracias.

También dio gracias por los cinturones de seguridad, las materias de barrera, coraza y curación, y por una resistencia natural adquirida mediante horas de ejercicio.

Maldijo al gigante de ébano y a la puta rubia que conducía, y a ShinRa. Y a los parientes de cada uno de ellos.

Se arrastró como pudo entre el amasijo de hierro que había formado el coche, clavándose en los antebrazos fragmentos de cristales de las lunas que habían reventado al impactar contra el suelo. Si hubiera tenido parabrisas podría haberse dado por perdido, pero gracias al turco este se había congelado y había saltado en pedazos contra su puño, salvándole de múltiples cortes e incluso de perder los ojos; pero aún así había recibido numerosos cortes y golpes en todo el cuerpo.

Un fino hilo de sangre corría mejilla abajo, y le dolía mucho la parte diestra de la cara. Se llevó dos dedos allí donde la gota carmesí descendía, y siguió el trayecto de manera ascendente, hasta que sintió una punzada. Retiró los dedos en cuanto notó el choque doloroso, y se palpó con más cuidado la cara. Blooder no tenía forma de saber qué le cortó, pero ahora en la cara lucía una herida perfectamente vertical, que avanzaba desde la frente hasta la comisura del labio derecho, sin dañar el globo ocular. Era un corte fino, que destacaba en cuanto a longitud por encima de los otros cortes menores que tenía en cara, orejas y cuello. Escocía terriblemente, como si hubieran echado sal y pimienta en la herida abierta. En el pelo, en la zona izquierda del hueso parietal tenía una costra a medio secar de sangre, mezclada con polvo y arena de suburbio, que goteaba por la nuca y se colaba a través de la negra camiseta. El codo izquierdo se negaba a moverse en absoluto, y tuvo que ir arrastrando la pierna derecha cuando por fin consiguió levantarse.

Siempre llevaba en la guantera un conjunto de ampollas y jeringas con sueros y tónicos, que ahora eran un líquido que goteaba hasta el techo, que estaba apoyado contra el suelo. La materia que tenía guardada en el vehículo había salido despedida mientras el coche volcaba, y ahora las esferas rodaban sin control sobre el suelo, lanzando destellos en un arco iris azul, verde, amarillo y rosa; el depósito de gasolina había empezado a escupir el líquido fósil refinado, y ya bañaba varias de las brillantes bolas mágicas. Era cuestión de tiempo que se incendiara, y Frank empezó a lanzarse todos los hechizos de recuperación y regeneración que pudo. No importaba qué extremidad colgaba, o qué hueso podía soldarse mal, lo único que importaba era escapar en ese momento.

La llamarada ascendió segundos después, empujándole contra un viejo coche de color crema. La muñeca se hizo añicos cuando la onda expansiva le alejó de la columna de metal y llamas. Apagarlo no era una prioridad, pero desde luego no podían dejar aquello ardiendo en mitad del solar; dos motos se acercaron rodeando la quemada estructura. Blooder reaccionó arrojándose al suelo, clavándose nuevamente más cristales en el pecho y en las piernas, para recoger una materia que había en el suelo. La primera moto, una Hardy Daytona z450 con dos soldados de tercera encima salió despedida cuando rayo impactó contra ella, mientras que la conducida por un soldado más veterano se estrelló contra el muro de tierra que surgió de la nada. El militar intentó reaccionar, pero la pared le alcanzó.

Cada vez llegaban más personas, y también era mayor el tiempo de realización de cada magia. Empezaba a sudar en abundancia, y tenía que respirar profundamente para oxigenar sus pulmones.

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- En exclusiva, les ofrecemos imágenes de la persecución del asesino que ha tenido en vilo a todos los cuerpos de seguridad de nuestra ciudad. En directo para ustedes, desde MidTv 2, las imágenes de la persecución y enfrentamiento con la autoridad de Blooder.

Pusieran la cadena que pusieran, todas emitían las mismas noticias: el sanguinario criminal estaba siendo detenido en esos momentos. Las imágenes en directo eran confusas y extrañas, tomadas desde un pequeño helicóptero que difícilmente podía circular entre las calles que había bajo la placa. Habían perdido la pista de los coches que perseguían y escapaban, pero habían recuperado la conexión visual gracias a la gran señal luminosa que emitía el ShinRa Vendetta en llamas. El pálido color hueso de la carrocería se tornaba carbón entre las lenguas anaranjadas y amarillentas que se negaban a morir bajo chorros de líquido espumoso y ráfagas de hielo que los operativos lanzaban. La pantalla se volvió negra cuando pulsó el botón rojo del mando a distancia.

El retirado detective había dejado de cambiar de canal sin meditación, buscando nuevas imágenes que revelasen algo más sobre la operación. A su lado, la amplia cama de pareja estaba ocupada por el cuerpo del tullido Jack Kened. Había perdido los tendones de las manos; las piernas estaban destrozadas y torcidas en ángulos extraños que McColder había llegado a calificar como “tres menos veinte”. El único ojo sano que le quedaba al antiguo turco no apartaba la vista del envejecido hombre, clavando en el un verde iris brillante.

Jerry dejó el mando apoyado sobre una mesilla de noche al lado de una radio-despertador de color rojo y se dejó caer en la cama, sentado al lado de la pierna derecha del hombre tumbado.

- Vaya putada, - McColder dejó caer los hombros y hundió la cabeza en los brazos – justo cuando van a coger al hombre que más ganas he tenido de pillar nunca, el hombre que me ha costado más que nada en el mundo, yo estoy aquí con un tipo moribundo.

- … - el silencio era la única respuesta que podía recibir de su acompañante. El ojo sano, correspondiente al izquierdo, se cerró a medias en una mueca furiosa.

- Me gustaría estar allí. – no parecía haberse dado cuenta de sus palabras- Ver su puta cara cuando le detengamos, reírme en ella y soltar una frase ingeniosa, igual que en muchas series y libros de detectives. Imagino que a ti también te gustaría estar allí, como uno de sus captores. La gloria, la fama, el dinero… Pero esto no es una película de detectives.

- … - el silencio permaneció.

- Aquí coche patrulla nueve nueve cinco. Tenemos al sospechoso vagando por el solar, y ha derribado a tres patrullas de SOLDADO. Solicitamos permiso para iniciar fuego hostil y eliminar al objetivo.

- Denegado, agente Inagger. Los altos cargos solicitan al objetivo vivo. Además, están retransmitiendo la pelea en estos momentos.

Jerry no esperó más, y encendió el televisor.

El vídeo tenía mucho que desear en cuanto a calidad se refería, pero aún era capaz de distinguir la vaga forma de una persona corriendo. La cámara se movía sin parar intentando mantener en el centro de la pantalla al fugitivo. La luz procedía de numerosos fuegos que se habían formado en diversos puntos, iluminando el solar donde una solitaria figura vagaba. La cámara intentaba acercarse lo máximo posible, tanto que casi podía apreciar la forma del hombre.

Sangraba abundantemente, con la ropa manchada de tierra y pequeños trocitos de cristales que brillaban bajo el brillo de las hogueras. El cabello ahora era una maraña costrosa con polvo adherido, confiriéndole un color grisáceo similar al que había adquirido la ropa. Las sombras danzaban sin parar, cambiando la tonalidad continuamente entre blancos y negros.

Se movía sin ninguna lógica, realizando movimientos aleatorios que le llevaban de un lado para otro, siempre alejado de la apertura que el destrozado coche había formado.

Y, durante apenas unos instantes, la cámara enfocó su rostro.

Allí estaba, en primer plano y para todos los espectadores, el rostro del hombre sin rostro. Ni siquiera se preocupó en taparse la cara. Estaba cubierto de cortes y magulladuras, y la sangre seca le había cubierto una cuarta parte de la cara; la más preocupante de las heridas era una vertical que bajaba desde la frente a la mejilla derecha y no paraba de sangrar, pronunciando una línea bermellón. Tenía muchas otras a lo largo de la cara, cubierta de líquido carmesí que resplandecía ante la luz, debido a los fragmentos de lunas del coche que se habían adherido a la piel. Se movía con tambaleos, confuso y desorientado, y más de una vez estuvo a punto de caer al suelo, tropezando con sus propios pies.

La mudez reinaba en la habitación. El aspecto del hombre al que buscaban, la quimera que tanto ansiaban era una sombra de lo que esperaban: habían imaginado a un hombre poderoso, experimentado en las esferas militares; pero la realidad se mostraba en forma de un joven que estaba a punto de desplomarse; era una imagen que podía verse los fines de semana con facilidad.

Si no hubiera sido por las explosiones y la expectación que había dado la visualización del rostro de Blooder, se podía pensar que MidTv 2 estaba grabando a un vagabundo borracho. Pero aquello no convencía al detective.

De pronto, McColder se levantó de la cama, sin decir ni una palabra. El verde ojo le siguió, viendo como le quitaba la almohada de la parte posterior de la cabeza para ponérsela en la delantera.

- Lo siento, Antonio… Jack.

-

Apoyó la tela contra la cara de su antiguo compañero de maniobras, ocultando el ojo acusador que le lanzaba miradas de odio y temor. Incluso podía sentir como a través del parche el globo ocular fantasma le observaba. Empujó con fuerza. El moribundo apenas podía removerse, y pronto quedó en paz, sin posibilidad de defenderse ni de pedir auxilio.

Gerald volvió a colocar la almohada, y se marchó en silencio.

--

Frank no sabría decir cuanto tiempo había estado vagando por las calles artificiales que los vehículos quemados y los muros de tierra habían formado. Temblaba y le dolía terriblemente el cuerpo, en especial el pecho. El corazón desbocado estaba latiendo a un ritmo frenético, exageradamente desorbitado. Se sentía como si hubiera tomado demasiado éxtasis, viendo todo brillante, en un efecto similar a si hubieran encendido las luces y a la vez, algún retorcido dios le hubiese subido el brillo con su mando a distancia particular. A duras penas podía mantenerse en pie, y las heridas y quemaduras eran tan dolorosas y lacerantes que rendirse y desmayarse suponía un placer mayor que la vida.

Incluso morir era una opción más fácil y placentera; pero se negaba a darse por vencido: esos hijos de puta no podían derrotarle de manera sencilla, que peleasen.

Pero la realidad era completamente diferente, y no para bien del asesino: había lanzado tanta magia que no le quedaba suficiente energía para curarse, y todas las materias que llevaba estaban prácticamente inutilizadas por ello. Cada vez que intentaba arrojar una brizna de poder, veía como las pequeñas chispas de la fuerza del mako condensado chisporroteaban entre sus dedos, negándole la posibilidad de lanzarse una mínima curación. Tenía mucha sed, y sudaba menos, como principio de deshidratación causado por la fatiga, y tenía que inspirar fuertemente para recoger oxígeno. El próximo ataque llegaría a ser fatal debido a su incapacidad de curarse o desaparecer. En aquellos momentos, maldijo a la compañía por no desarrollar una materia que volviese invisible. O por no venderla.

Respirar se había convertido en una tarea casi imposible debido al hollín y al penetrante olor de la carne quemada. La falta de energía mágica no favorecía esa situación. No sabía hacia dónde debía moverse, a dónde dirigirse. Se rindió.

En ese momento, una tanqueta de SOLDADO atravesó la valla del solar, saltando las placas de madera y la malla de alambre con un ruido mecánico, arrollando una moto que ardía aún con un cuerpo sujeto a los asideros. La trampilla se abrió, y de su interior surgieron una decena de miembros de segunda y tercera, comandados por un primera clase con cara de perro viejo y arrugado, que había visto desaparecer su pelo a excepción de unas escasas matas que raleaban encima de las orejas, muy corto. Tenía los ojos de un color aceituna con el tradicional brillo. Escupió al suelo, y gritó con voz que parecía más un gruñido:

- ¿Qué coño pasa contigo, hijo de puta? ¿Acabas la fiesta cuando llego yo, cabronazo? Joder, la puta pelea ha acabado. Que entren las ambulancias y se lleven a este – la bota del soldado impactó contra las costillas del asesino, arrancándole un grito espantoso que expulsó un hilo de saliva y sangre que cayó al suelo, igual que Tombside – mariconazo.

Las ambulancias tardaron veinte minutos en llegar, a través del hueco que el Vendetta había abierto. Dos coches patrulla de Turk llegaron escoltándolas, uno delante y otro detrás. El negro ShinRa Supreme que iba a la cabeza había perdido el parachoques delantero, y tenía abolladuras en el capó. La matrícula y el símbolo de la compañía se habían hundido dentro del morro, y los cristales del faro izquierdo habían reventado con el golpe. La rubia conductora bajó del coche para ver cómo los sanitarios administraban numerosos sedantes al asesino antes de subirlo a una camilla, en donde le pusieron más calmantes y opiáceos para paliar el dolor. Se acercó corriendo.

- Esperen – sacó dos juegos de esposas de la nada, y puso una en cada muñeca, amarrándole bien a la camilla. Su compañero, Harlan, se acercó e hizo lo mismo con los pies.

- ¿Quiere que además le pongamos unos cinturones para sujetarlo más? – sugirió el camillero más joven, moreno y con gafas.

- Mejor – la chica no pudo disimular una sonrisa –así no se moverá cuando haga esto.

Alzó el puño, y su enguantada mano hizo impacto con los nudillos en el pecho del hombre tendido. Apenas se movía ni se quejaba, así que la chica levantó de nuevo el brazo para golpear los cojones de su víctima, pero el golpe no se hizo efectivo cuando el camillero le agarró por la muñeca.

- Le quieren enterito y vivo. Recibimos órdenes, y debemos cumplirlas.

- ¿Y a mí que coño me importan las órdenes de un puto sanitario? ¡Soy la autoridad!

- Pues me temo que tendrá que leerle los derechos, e irse a golpear a otro. Las órdenes no vienen del hospital – levantó el índice y señaló hacia arriba tres veces.

- Este mamón se libra, Yvette – el gigante de ébano sacó sus dientes de marfil a relucir en una sonrisa – Por ahora.

Se iban alejando, pero aún se podía oír a la rubia gritando sus quejas a su compañero. “¿Cómo puede llamarme ese tipo niña? ¡Pero si ni siquiera llega a los treinta!”

--

- Levanta, hijo de puta.

- ¿Carl?

Allí estaba, o eso creía ver. Todo era borroso, salvo la figura nítida de su amigo, erguido frente a él con sus habituales galas de ropa y botas negras, abrigo largo incluso en verano y mascarilla en la cara.

- Este no es el Frank que yo conozco. El poderoso Tombside se folla a la muerte, no se sienta para que ella le folle – su voz era despreciativa.

- No te jode, cabrón. – intentó ajustarse la máscara de oxígeno, pero sus brazos no conseguían moverse – Me gustaría verte a ti agotado, sin poder usar ni una puta materia, y rodeado de TODA la puta élite de combate.

- Desde luego, no me cogerían vivo.

- A ti no te cogen porque estás encerrado, hijo de puta. No sales si no te lo ordenan.

- Bueno, eso no es mi problema. ¿Cómo piensas huir?

Frank no contestó, y O’toole empezó a reírse. Cada vez más alto, cada vez más fuerte.

Se retiró la mascarilla, y ahí donde debía haber una boca, sólo había hueso, amarillento, que se burlaba de él. La piel caía a tiras, y el músculo se había podrido en la zona delimitada por la tela sanitaria, cubriendo la gastada encía de color negro. De pronto, el vendedor de droga y esclavas sexuales se transformó en un viejo mendigo, de luenga barba grisácea, dentadura picada y plagado de viruelas. Vestía las ropas de su amigo, excepto la mascarilla, que se había convertido en una botella de vidrio verde oscuro llena de vino tinto. Le dio la botella, y Frank la recogió, sin caer en la cuenta de que ahora estaba de pie y se movía con demasiada fluidez. Arrojó el recipiente contra el rostro picado, que se contrajo en una aullante mueca.

El vagabundo que le había tendido la botella comenzó a aullar, apretándose la cara fuertemente, al tiempo que Tombside sacaba la cuchilla y acababa con su sufrimiento.

Había renovado sus fuerzas, sacándolas del vacío más profundo de su ser, pero aún así seguía mareado. Comenzó una ciega carrera, atravesando un laberinto de calles que surgían y desaparecían milagrosamente. Los edificios nacían y morían, ramificándose y soltando sus frutos en el pavimento que se abría como gargantas deseosas de devorar el manjar arquitectónico. Miles de pájaros de acero pasaron volando por encima de su cabeza, a la vez que un conejo de hormigón se lanzaba contra un tigre de cemento, dispuesto a devorarlo con sus colmillos de hierro.

- Mierda. Estoy flipando.

Una gigantesca mujer de arena y viento se levantó, desnuda frente a él, y sopló su abrasador aliento encima de él, a la vez que un caballero con armadura y montado en caballo atravesaba con su lanza una sábana blanca tendida en una cuerda que se sujetaba en el infinito. La mujer comenzó a menguar, y surgió una mujer rubia de enormes pechos, uno de ellos con una herida mortal que había sido curada. De pronto, la mujer se metamorfoseó en un dragón de siete cabezas y diez cuernos, cada una con una herida mortal curada. Montado encima del dragón, había un coloso de azabache que sonreía con dientes de perla, y de pronto se fundió hasta mezclarse con el gigantesco reptil volador, que también se derretía hasta convertirse en un chorro de lava que atravesó su pecho. No le dolió, pero lo notaba, igual que sentía el aroma dulce de la mujer-dragón.

La lava endureció hasta formar un edificio de piedra negra, junto al que miles de personas desfilaban con trajes negros, grises, azules y morados. Dos figuras blancas se situaron a su lado, al tiempo que una luz se encendía en la estructura oscura.

- ¿Quién o qué coño sois? – espetó - ¡Apartad del camino de Blooder!

- Blooder tendrá que esperar –contestó la luz.

- ¿Quién eres? Sácame de aquí.

La luz se acercaba, cada vez más. Y salió de su sopor.

--

Ahora recordaba dónde estaba. Seguía en el solar, medio muerto y rodeado de turcos y soldados que esperaban para matarle. Seguía con la vista el movimiento de las personas, que entraban y salían del solar. Frente a él, había un gran edificio oscuro, similar al que había tenido en su visión. Pero algo no le encajaba en aquella visión: ¿Qué eran los pájaros de metal, que el conejo de hormigón y el tigre? ¿Qué era la luz que hablaba?

Pensó en sus víctimas, y cada ave de metal adquirió un rostro: no siempre definido, ni real, pero simbolizaba algo. El tigre devoraba a los pájaros, y comprendió que era el mismo asesinando, mientras que el conejo era el sistema contra el que había luchado. Por fin entendía su trance, el momento en que pasado, presente y futuro se mezclaban en un punto que el podía observar al mismo tiempo: había subestimado a todos, y se había sobrevalorado a sí mismo. Se veía como un fiero animal que simplemente se asustaba de sus presas.

Quería reír: reír de pena por sí mismo. Se veía lamentable al recordar sus propias palabras:

“Yo soy aquel a quien vosotros llamáis Blooder. Yo soy quien libra una batalla, la batalla contra el mundo, dispuesto a sumirle bajo mi yugo gracias al poder que ejerce el terror. Tal es el terror que causo en vosotros, población de Midgar, que incluso los cielos se han venido abajo, y hoy una nueva estrella ha surgido para anunciar que yo soy aquel que subyugará a toda la basura de este mundo. El propio mundo es su basura, las gentes corrompen, queman, roban y destruyen todo cuanto tienen a su alcance. Yo limpiaré todo es, y para ello, comenzaré por causar tal miedo en este mundo, usando la corrupción, el fuego, el robo y la destrucción. Yo seré vuestro soberano, bañado en la sangre de miles de inocentes, bebiendo los fluidos de los recién nacidos. Yo soy Blooder, y a la vez soy vuestro asesino.

Yo te reto, ciudad de Midgar. Yo te reto, Rufus, a ti y a tu maldita compañía. Yo os reto, miembros de SOLDADO, que habéis creado a las mayores escorias del mundo. Yo os reto, departamento de Turk, que os paseáis con vuestra opulencia matando y riendo de vuestra barbarie.
También os desafío a vosotros dos, “Fantasmita” e “Inexistente”, asesinos que encabezan la lista; os desafío a encontrarnos y desangrarnos mutuamente hasta que solo uno sobreviva.

A todos vosotros, os reto. Hoy comienza la batalla que decidirá al mayor asesino del mundo. Ése seré yo, Frank Tombside”

Quería reír, pero ni siquiera podía lanzar una lágrima. Resolvía los enigmas, pero era incapaz de comprender que era la luz del edificio. Del edificio…

Alzó la vista, y se sorprendió al ver a un anciano en una de las plantas. Un simple vejestorio, carcamal que se rodeaba de soldados de élite, tropas de investigadores, y un largo etcétera. De pie, frente a la ventana abierta del segundo piso, en una vivienda.

Los helicópteros y furgones de noticias comenzaron a inundar el solar, saltando todas las prohibiciones e ignorando a los agentes de la ley. Todo querían ver al terrible asesino que había traído en jaque a las autoridades durante tanto tiempo, y nadie quería perdérselo. Alejar a las masas era una prioridad, pero para Tombside era otra.

- Has venido al final – dijo al viejo, que permanecía desafiante - ¿Quién eres tú: el fantasma o el inexistente?

Algo brillante refulgió en la palma del anciano, y el destello fugaz permitió a Frank Tombside reconocer al viejo detective. El foco de un helicóptero que grababa imágenes iluminó por completo el edificio, y el asesino pudo ver cómo murmuraba unas palabras. No podía oírlas, pero sabía cuales eran: Lo siento.

La fugaz luz inició una serie de disparos confusos, donde todo el mundo comenzó a disparar. Cámaras, periodistas, soldados, enfermeros, empezaron a correr sin sentido mientras algunos abrían fuego contra objetivos aleatorios. Nadie sabía cómo, pero se había iniciado un tiroteo en el solar.

Los sonidos comenzaban a disiparse en los oídos de Frank Tombside. Una bala había alcanzado a Edward Lambert, el asesino conocido como Blooder.

miércoles, 8 de julio de 2009

181

El olor a ozono inundaba sus pulmones, mientras llevaba una mano hacia la herida. Se había visto sorprendido, y solo ahora, con la impresionante quemadura de su costado, había alcanzado a entender la gravedad de la traición de Yief. Si denuncias a Blooder, Shin-Ra va a ir a por todas, solo por la publicidad que ello conlleva. No había tenido la agilidad de pensarlo en ese momento, y ahora su chaqueta estaba adhiriéndose a la carne abrasada de su costado izquierdo. La fuerza de la descarga había recorrido su cuerpo como un vendaval, dejándolo aturdido y tembloroso. Tambaleante, Frank dejó que el instinto de supervivencia pensase en su lugar y lo arrastrase hasta el interior del edificio. ¿Quién cojones era capaz de lanzar rayos de esa potencia? Si le hubiese dado de lleno, no lo habría contado.

Desde lo alto de la azotea frontal, un hombre corpulento y siniestro sonreía, mostrando unos dientes blancos y brillantes que producían un efecto turbador en su imagen, enmarcados en su piel de ébano.
- Va hacia tu posición. Muy hecho, como a ti te gusta.
La respuesta procaz le arrancó una pequeña carcajada, antes de hacer un gesto que arrancó destellos de las distintas piedras de materia que llevaba engarzadas en su collar, y saltó hacia la calle.


El pecho le temblaba, tanto que temía que la descarga le hubiese dañado el corazón. Aún veía pequeños destellos, mientras se tambaleaba a lo largo de las paredes derruidas. Sabía donde estaba en ese momento: En una serie de edificios demasiado próximos al sector siete, que habían tenido que ser abandonados al declararse inhabitables desde la caída de la placa. Por desgracia para los habitantes de los suburbios, reconstruir sus hogares nunca había sido una prioridad para Shin-Ra.
La curación había remitido la gravedad del daño, pero la quemadura seguía cauterizando y tenía que quitar los restos de ropa antes de acabar de curarla con magia, o esta le traería una infección que acabaría con él.
Ahora solo tenía que lograr atravesar la manzana, encontrando huecos entre las paredes que separaban las viviendas, o abriéndolos el mismo gracias a la materia de golpe mortal, si fuese necesario. ¡Debía huir ya! Y el coche estaba demasiado lejos.

- A mi señal.

Todas las paredes parecían iguales. Sabía que seguía avanzando hacia el mismo sentido, pero aquella maldita manzana debía de tener por lo menos, quinientas putas viviendas. Edificios de la hostia de plantas, con seis putas casas por planta, todas hechas con materiales de mierda y jodidamente parecidas entre sí, con sus putos cascotes. Sabía que estaba caminando en la dirección indicada, y aún así, quedaban unos cuatrocientos metros hasta el callejón donde estaba aparcado su coche. Las sirenas lo atronaban, ayudadas por el zumbido que persistía en sus oídos. Todos sus sentidos le daban información confusa. Sus pasos resonaban en las viviendas abandonadas, más preocupados de la prisa que del sigilo. Su vista estaba emborronada por el dolor. Su boca estaba seca, y el sudor cubría su piel, mientras que el dolor lo mantenía consciente y alerta.
Pero el olfato volvió a traerle un perfume familiar. Azahar y vainilla…

- ¡Sin tregua!
La ancha hoja de la espada de un SOLDADO impactó fuertemente contra su escudo, cuya estructura se cubrió de grietas. Sobrepuesto al susto, su mano recordó el cuchillo al que estaba unida por las nudilleras, que le sirvió para desviar una segunda hoja, lanzada a por él. Retrocedió para intentar encontrar cobertura tras el hueco que acababa de cruzar, cuando una ráfaga de balas de MF22 surgió de su interior, destrozando lo que quedaba de su barrera. Tuvo la suerte de que sus restos desviaron las balas de los puntos vitales de su anatomía, pero varias lograron hender su carne, desgarrándola sobre su clavícula y agravando la quemadura. Los impactos lo aturdieron el tiempo suficiente para que los SOLDADOS, ambos de tercera clase, ahora que pudo ver el color de sus uniformes, se echasen sobre él, ganando confianza. Se levantó tan rápido como pudo y se preparó para esquivar sus ataques, mientras intentaba preparar un segundo conjuro de curación, con la esperanza de que eso acabase con los efectos secundarios del impacto anterior. Ambos estaban tomando posiciones a su alrededor, mientras desencadenaban una serie de golpes, pensados para no dejarle margen alguno al ataque. La serie se sucedía, mientras poco a poco los soldados daban pequeños pasos laterales para flanquearlo.
Sus cascos, con el visor bajado, los hacían parecer androides, y sus movimientos mecánicos y disciplinados acababan en golpes cuya fuerza descomunal empezaba a aturdir el brazo de Tombside. Si seguía bloqueando sus espadas con su pequeño cuchillo no iba a durar ni un minuto más. Miró de reojo al de su izquierda y saltó hacia él, adelantándose al golpe que este estaba lanzando, con una sonrisa maníaca y la hoja de su cuchillo brillando pocos centímetros a la derecha de su ojo, cuando la extraña fragancia volvió a inundar sus pulmones, y recordó donde la había olido con anterioridad.
- ¡Yo te maté! – Alcanzó a decir, mientras la porra extensible típica de Turk surgió de su ángulo ciego contra la quemadura, impactando de lleno.
El soldado, un novato, seguramente, se vio sorprendido por el grito que profirió, mientras sentía sus costillas romperse. Quiso reaccionar, pero entonces la presa rompió las reglas del juego, convirtiéndose en depredador. De repente todo se cubrió de llamas y la confusión se adueñó del lugar.
Tombside se abalanzó hacia la primera silueta que alcanzó a ver, agarrándola de la ropa y lanzando potentes puñaladas contra su pecho. Recordaba con ira la melena rubia, y la fragancia de azahar y vainilla.
- ¡Si Blooder te mata, te quedas muerto, maldita sea! – Gritaba, mientras la hoja de su cuchillo partía costillas al entrar en los agujeros intercostales. Busco la cara de su víctima y sintió frustración al encontrar sus dedos el casco, que pagó rajando la carne desprotegida del cuello de su víctima. La llamarada le había dado segundos, a costa de sus maltrechos ropajes y algunas quemaduras menores. No importaba. El pelo crecía de nuevo, los pulmones no.
Con un grito de frustración se giró rápidamente, apuñalando hacia su espalda por puro instinto. Cuando la punta de su cuchillo fue detenida por la parte plana de la espada del otro Soldado, sonrió de nuevo, estirando el brazo y lanzando una bola de fuego a quemarropa que lanzó a ambos despedidos hacia extremos opuestos.
Mientras volaba, pudo sentir como antes de verse contra la pared, la porra de Turk dio de lleno contra su zona lumbar, fallando su columna vertebral por pocos centímetros.
Se levantó magullado, lanzando una nueva barrera sobre sí mismo, que llegó justo a tiempo para detener varias balas de pistola, que cayeron inertes al suelo al perder su fuerza con el impacto. Tras ellas, pudo ver a una mujer rubia y enfurecida, que se alzaba contra él, empuñando una Aegis Cort en una mano y la porra que tan certeramente lo había machacado segundos atrás en la otra. A su alrededor también podía percibir el aire enrarecido que delataba que ella contaba con su propia barrera.
- Me alegro de volverte a ver, hijo de puta, y justo ahora que necesito un desquite más que nunca. – Sonrió ella. – A lo mejor me encuentras algo cambiada.
- Tu pistolita no tiene calibre para jugar con mi barrera, niña, y creo que habrías hecho mejor quedándote en casa para masturbarte con eso en lugar de haber ido hoy a trabajar.
- ¡Tu puta madre! – Escupió la turca sin contemplaciones, lanzando varios porrazos que fueron desviados por el peligroso cuchillo, cuya proximidad hacía que un sudor frío bajase por la columna de la turca.
- Parece que el ingenio haya muerto, niña. ¿Eso es todo lo que sabes hacer? – Dijo mientras se movía de forma escurridiza, evitando que su enemiga pudiese colar el cañón de su pistola dentro del escudo para empezar a disparar. Cada giro de cadera incrementaba la quemazón que surgía de su costado, pero Tombside ocultaba su dolor tras una viciosa sonrisa.
- Además de acordarme de tu madre y mantenerte a raya, podría citar ahora mismo una colección de enfermedades de transmisión sexual a las que me recuerda tu cara de tarado sifilítico, salvo por un pequeño inconveniente… - Sonrió mientras lograba clavar una puntera bajo su rótula y desequilibrarlo, antes de lanzar la bola del extremo de su porra contra la sien del asesino, que se dejó caer hacia atrás para evadir el golpe. – El pequeño Frankie es virgen.
- ¡No te atrevas a llamarme así, sucia guarra!
El impulso tomado por el asesino al levantarse vino dado por la furia y la materia golpe mortal, lanzando a la turca contra la pared que había a sus espaldas de un poderoso puñetazo contra su vientre, que esta pudo cubrir, pero no contener su inercia. El golpe llenó la estancia de polvo y restos de yeso, de entre los que surgió la figura del asesino, cargando, con la punta del cuchillo por delante. La rubia se agachó y rodó, apartándose del rincón, mientras el brazo de Tombside se hundía hasta el codo en la pared.
Ese mismo brazo volvió a relucir con el resplandor amarillo de un golpe mortal, cuyo impulso fue utilizado para arrancar un pedazo de pared, grande como un adulto entero, y arrojado contra la turca.
Mientras el asesino conocido como Blooder se daba a la fuga por el boquete que acababa de abrir, su oponente vio con ojos como platos como una figura corpulenta se interponía entre ella y el pedrusco, tan fugaz que parecía un borrón, y con un gesto de apariencia casual, desviaba el trozo de pared, que reventó en mil cascotes al impactar contra una columna de hormigón.
- ¿Te ha herido ese rufián, moza?
- ¿Quién cojones…? – La turca no sabía si se encontraba ante una suerte de loco, gilipollas o tarado de alguna otra clase, pues el hombre que tenía ante ella era un tipejo grande y muy ancho de hombros, bien vestido. Llevaba una especie de casaca por encima de un uniforme gris, y sus botas de cuero tampoco parecían demasiado “reglamentarias”, salvo que se fuese un miembro de la “Guardia Real de Alejandría”, de esos dibujos que tanto le gustaban a su hermanastra pequeña. Al reconocer el uniforme se puso en pié y se irguió. - ¿Señor?
- ¿Ese es lenguaje para una señorita? – La reprendió, erguido y de espaldas para que esta no viese su sonrisa burlona.
- Probablemente no, señor. Si veo a alguna, me ocuparé de decírselo.
- Que fría… - Murmuró. - ¿Quién la ha entrenado así, agente…?
- Agente Yvette Marie Giulianna Louise de Castellanera e Bruscia, señor. Y me entrenó el agente Kurtz. – El oficial no pudo contener una risita. – Veo que lo conoce, Capitán.
- Llámame Galen, pero solo cuando hayamos atrapado a esa rata, moza. – Sonrió el oficial de SOLDADO.
Sonrió mientras la veía maldecir por el tiempo perdido, y se fue caminando tras ella, mientras hacía memoria: Kurtz. Alto, veterano de Wutai y como todos ellos muy despectivo con su unidad. Galen no le guardaba rencor por ello, pero tampoco lo aprobaba. Allí todos cumplían órdenes, y él mismo se había estado pateando campos de batalla desde mucho antes de que Kurtz empezase la instrucción.
Galen Hawthorne era toda una institución entre la unidad de SOLDADO, el más veterano, sin duda, aunque no el de mayor rango, dadas sus conocidas excentricidades. Nunca se le veía en público sin su casaca, sus botas, su cabello cano en las sienes, y recogido en una coleta, y su conocido sable, cuya empuñadura estaba cubierta por una ornada cazoleta, llena de arañazos y alguna que otra abolladura entre los rugosos y contundentes relieves, con los que le gustaba golpear en la cara a sus adversarios. Era imposible ver su uniforme, salvo en situaciones oficiales o misiones de campo, y de él se decía de todo a lo largo y ancho del sector cero. Se creía un pirata, un truhan, un héroe de novela barata… Pero la verdad era una sola. Poca gente escapaba de él cuando decidía que algo era “affaire privée”.
También era rápido reconociendo cuando algo era “privée” y ajeno, de modo que, a paso relajado, empezó a correr tras la tal “Yvette”, que tanto había atraído su curiosidad. Sobre todo con las referencias que traía consigo.


Frank corría. Había retomado su huída, esforzándose por pensar con frialdad por encima de la sangre que parecía hervir en su cabeza. Algo le gritaba que esa testigo viva sería su perdición, pero no importaría una mierda ahora que Yief había reventado su tapadera. Se maldijo por confiar en ese miserable hijo de puta, y la parte de él más encantada Blooder se alegraba de que esa sabandija respirase: Vivo para darle caza, vivo para alimentarle con su miedo, y por encima de todo, vivo para obligarle a ver morir a su adorada Lucille.
Su huída por el edificio llegó a su fin, mientras los pasos reaparecían a sus espaldas mientras aminoraba la velocidad para buscar a través de la ventana el mejor camino para cruzar la calle hasta su coche, ya a pocos metros. Aprovechó el respiro para aclarar sus ideas, mientras bajaba por los restos mal sujetos de una escalera de incendios, que solo llegaba hasta el primer piso. Había una pequeña escala metálica, extensible, que permitía alcanzar la acera, pero estaba destrozada y era imposible usarla, de modo que decidió no complicarse la vida: Respiró hondo, enfundó su cuchillo y saltó los tres metros que lo separaban de la calle.
Mientras cruzaba corriendo la carretera vacía, creyéndose lejos de las patrullas de soldados decididos a cazarle, se descubrió a sí mismo en un nuevo error, cuando el gemido de unos neumáticos al derrapar anunció la imponente presencia de un Shin-Ra Supreme oficial, apareciendo tras la esquina del edificio y cegándolo con sus luces como a un animal en medio de la carretera.
El asesino reaccionó por instinto, saltando hacia el callejón más cercano, pero el piloto estaba decidido a darle caza, siguiéndolo mientras barría a su paso viejos cubos de basura de metal, restos de la construcción y demás desperdicios, y espantando a los animales y alimañas que lo poblaban. Frank corría desesperado, lanzando todo lo que tenía a mano contra el parabrisas del vehículo de su perseguidor, pero lo único que logró de este fue agrandar su sonrisa voraz. El callejón estaba cortado por una valla de alambre, que la presa superó de un salto, apoyándose en el tubo de acero que había al tope superior de esta, tras la que dobló hacia la derecha. A su espalda, el Supreme atravesó la valla sin contemplaciones, arrancando la malla metálica del tubo que la sostenía.
Mirando hacia su espalda, Tombside vio al piloto, de piel oscura y aspecto siniestro, girar hacia él y seguirlo con intención de atropellarlo. Corrió a ocultarse en un segundo callejón, donde el Supreme no cabría, pero la valla que delimitaba el callejón era de madera. Mientras Tombside corría saltando una valla tras otra, huyendo por los patios traseros de una pequeña barriada de los suburbios, el coche lo perseguía destrozando todo a su paso. El asesino permanecía atento a lo que ocurría a sus espaldas, y rápidamente saltó hacia su derecha, hacia la desvencijada puerta trasera de una de las casas. El turco se había desviado y ya no invadía los patios traseros, sino que reventaba toda la valla que los comunicaba como un huracán negro. La madera podrida por el tiempo se quebraba al menor impacto, y el potente motor del coche lo movía como una bola de demolición en una tienda de porcelana. Tombside sonrió al verlo pasar de largo, mientras corrió de nuevo, hacia su izquierda esta vez. Al fondo podía ver el purísimo e impoluto color blanco de su deportivo. Su Shin-Ra Vendetta estaba lejos de la potencia del Supreme de su perseguidor, pero era un coche mucho más ligero y ágil, ventajas que favorecían su fuga.
Mientras el rugido del Supreme se alejaba, Blooder saltó al asiento deportivo del piloto, errando varios intentos de introducir las llaves en el agujero, y girándolas con fuerza desmedida hasta casi romper la cerradura. El motor de su roadster respondió al instante, dejando que el cambio automático hiciese su trabajo mientras él comunicaba su prisa al vehículo, hundiendo el acelerador tan hondo como podía. El coche ganó velocidad mientras salía del callejón, derrapando en la salida y obligando a Tombside a clavar frenos en un intento desesperado por recuperar el control, pero aún así el coche dio un trompo, quedando a ciento ochenta grados de la dirección que pretendía tomar. Giró lentamente para intentar hacerlo de una sola maniobra, cuando al dar media vuelta se encontró de nuevo al maldito Supreme taponando su calle, mientras una tanqueta cargada de varios soldados PM se acercaba a sus espaldas desde el fondo de la calle, disparando ráfagas de ametralladora. El mil veces maldito Supreme cubría toda la calzada, pero la esperanza tenía el ancho restante entre una vieja farola de hierro forjado y la pared. Frank acabó su giro en la acera, enfiló su ruta de huída y apretó los dientes y el acelerador, golpeando su retrovisor derecho contra la farola y quedando este colgando de los cables que manejaban su orientación.
- ¡Mierda!
En ese momento, ante los ojos confundidos del asesino, un hombre negro y corpulento salió del Supreme, con un collar iluminado por el brillo verde de la materia. Señaló a su coche mientras el asesino maldecía a gritos, y lanzó su conjuro. El gélido brote congeló casi al instante el parabrisas del Shin-Ra Vendetta, cegando a Tombside, que clavó freno sin pensar, derrapando de nuevo mientras golpeaba una y otra vez el parabrisas.
- ¡Maldita sea, joder! – El cristal de seguridad, reforzado por la capa de hielo, no cedía a los golpes de su puño, de modo que acudió de nuevo a la materia, destrozándolo con un golpe mortal que dejó su puño cubierto de cristales y escarcha. – ¡Mierda! – Exclamó de nuevo al ver que acababa de perder el retrovisor central. Sus restos volaron por la carretera, crujiendo bajo las ruedas de su perseguidor.
El roadster empezó a fluir entre el tráfico, seguro en su tracción trasera y mayor maniobrabilidad. Su piloto aprovechó la breve tregua para ponerse el cinturón. Se planteó la posibilidad de subir la capota, pero temía que esta fuese arrancada por el viento. Evitando los coches mientras pulsaba el claxon como un poseso, ganaba terreno poco a poco, y confiaba en ganar toda la distancia posible a sus perseguidores, pero algo le hizo sentirse incómodo. Los conductores ante él se apartaban mucho antes de que él llegase a tener que esquivarlos. Extrañado se giró para ver que sucedía a sus espaldas. Apenas echó el menor vistazo, casi saltó del asiento del conductor. Quiso acelerar, pero su instinto pisó el freno a fondo por él, mientras viraba todo hacia su derecha, y su torpeza precisamente fue lo que lo salvó: Un grupo de SOLDADO de tercera, motorizados, había salido a su persecución, y el rápido frenazo hizo que el que estaba a punto de hundir su espada en la nuca de Tombside errase el golpe y pasase de largo, mientras que el volantazo derribó a otro de su montura.
- ¡Hijos de puta! ¡Fuera de aquí, cabrones! – Gritaba desesperado, pero sus palabras se perdían entre el bullicio del tráfico y el rugido del aire que le daba en la cara, cegándolo.

- Aquí líder de manada. Lo tenemos, pero el cabrón es escurridizo, y bastante hábil.
- Mucho cuidado con él, Arsen. – La voz de su capitán sonó en el comunicador integrado en su casco de motorista. – Ha matado a dos terceras en el edificio, estando rodeado y en inferioridad numérica.
- Aquí también ha dado cuenta de uno, Capitán Hawthorne. Creo que ha sido Fendrad.
- Recibido, joven compinche. Haré que envíen sanitarios. Sigue al rufián, tenéis que marcarlo.
- ¡Eso, marcadlo bien! Os vemos a lo lejos. – Interfirió la tercera voz de una mujer furiosa en su comunicación.
- ¿Eres tú, moza? – Preguntó el oficial de SOLDADO.
- La misma, capitán corsario. Tu rufián se fue sin que le dijese un par de cosas.
- ¡No hables así al capitán Hawthorne! – Exigió Arsen. Esperaba una respuesta, pero solo se oían peleas: Déjame… ¡No!¡Suelta!... ¡Cierra la puta boca y conduce!... ¡Cómeme el…! ¡Ay! ¡Cabrón!
- Arsen, soy Inagerr. – Dijo el turco victorioso, sujetando firmemente la radio, mientras miraba de reojo a su compañera. – Tenemos un par de asuntos con ese bastardo, y ya te vemos a lo lejos. Te sugiero que te apartes, vamos a “pacificarlo”.
- Procede, Inagerr. – Dijo el Capitán, evitando una respuesta de su subordinado llamando al orden a la turca. La verdad es que le caía bien esa diablilla deslenguada, y eso de “Capitán corsario” sonaba realmente bien. – Mucho cuidado con los civiles.
- Oído, capitán. Corto y cierro.
- ¡Y embisto! – Añadió Yvette.

El roadster blanco había pegado necesitado un contravolanteo y un impacto contra unos contenedores de basura para reorientarse, empezando a zigzaguear entre el tráfico para evitar los soldados y sus espadas, que lo hostigaban como perros de presa. Con una mano ante los ojos para intentar bloquear el aire que lo cegaba y con un solo retrovisor lateral para vigilar su retaguardia, Tombside dejaba que fuese la paranoia quien marcase la ruta, sembrando el caos en todos los carriles de la calzada. A sus espaldas, el rugido del Supreme se perdía entre el ruido de su propio motor y el del viento atronando sus oídos. Yvette lo vio acercarse a su defensa frontal, reforzada con una barra de hierro, pero en el último segundo, su presa giró, a pocos metros de una bifurcación. Rugiendo, la turca se negó a dejarlo ir, atropellando una hilera de mohosos pivotes reflectantes a su paso. El hombre marcado como Blooder huía en línea recta, mirando hacia atrás con la tensión reflejada en el rostro, viendo como sus perseguidores le ganaban terreno.
Se iban internando cada vez más en los suburbios, en calles cada vez más degradadas y miserables, donde los desperdicios apilados a los bordes de la carretera impedían a Tombside encontrar un camino por el que desaparecer. Su búsqueda desesperada se vio interrumpida por un sonido metálico a sus espaldas: El Supreme, aprovechando todos los ángulos muertos del coche sin retrovisores, se había aproximado desde su derecha, asomando el morro hasta la altura de su eje trasero, y luego empujado hacia la izquierda, forzando al Vendetta a realizar un trompo en la estrecha calzada.
El Supreme pasó de largo, y pocos metros más adelante hizo su propio trompo, dando media vuelta con un sonoro derrape que acabó de frenar contra una pila de basura. Blooder, viéndolo arrancar a por él mientras un grupo de motoristas de SOLDADO se acercaba desde el lado contrario, hundió de nuevo el acelerador, dejando que el cambio automático de su coche se ocupase del resto, arrollando los restos de una verja e internándose por un callejón sin pavimentar. El suelo de tierra volvía su suspensión loca, y el rugido del motor acelerado llamó la atención de un grupo de delincuentes juveniles, pero Frank no era el tipo de hombre que se apartaba. Dos de los adolescentes salieron despedidos con el impacto, y el roadster del asesino salió desviado hacia la pared derecha del callejón que transitaba, arañando la carrocería contra el ladrillo. A su espalda, los tres motoristas habían esquivado el Supreme que les venía de frente, y se daban a su persecución por el callejón. El último se desvió por una callejuela lateral, mientras los otros dos se daban a su caza.
Arsen vio su oportunidad. Giró el acelerador hasta el tope y se inclinó hacia atrás, levantando la rueda delantera de su moto, mientras embestía el maletero del coche, aplastando la chapa y pasando a trompicones. Encajó su motocicleta en el asiento del copiloto mientras tomaba de nuevo su espada y empezaba a golpear con ella el escudo que aún protegía al desquiciado asesino. Frank intentó clavar frenos, pero el SOLDADO estaba demasiado bien sujeto al reposacabezas del copiloto con su mano libre, y lanzaba mandobles sin parar contra él. Levantó la mano derecha para cubrirse instintivamente, pero los tajos no habían llegado a alcanzarle… Aún. Con su cabeza hirviendo, empezó a dar volantazos mientras buscaba una salida. No podía darle un golpe mortal por las buenas. Como fallase podría hacer explotar la moto, y Piro tampoco era una buena idea… ¿O sí? Decidido a subir las apuestas, Tombside vio a lo lejos un puesto de comidas, y gesticulando con la mano derecha, prendió fuego a uno de los soportes del techo, que privado de su punto de apoyo empezó a combarse.
Arsen vio al alero del techo aproximarse a su cabeza, cada vez a más velocidad, y se tumbó sobre el maletero, agarrándose al reposacabezas como si fuese un bote salvavidas. El alero impactó en la moto, tirándola al suelo en varios pedazos, y el coche blanco se cubrió de chispas. Cuando el SOLDADO abrió los ojos de nuevo, su mirada se encontró con la de Blooder. Empuñaba un cuchillo ensangrentado, sujeto con una nudillera y con la hoja curvada hacia delante, y se había girado sobre su asiento para rematarlo. Apretando los dientes, Deemer Arsen lanzó un mandoble contra él con toda su fuerza de SOLDADO, intentando que su brazo izquierdo, cada vez más entumecido, no se soltase del reposacabezas, pero ante su mirada perpleja, Blooder desvió su ataque. Su sonrisa irradiaba satisfacción y una viciosa ansia. Alzó el cuchillo, y lo bajó rápidamente, pero solo logró hundirlo en la chapa del maletero. Su presa prefirió soltarse, y estaba rodando sobre la tierra, mientras se iba quedando atrás.

- ¡Quieto Ainsley! – Gritó el SOLDADO de primera desde la radio, justo cuando el novato pasaba con su moto zumbando a su lado.
- Puedo atraparlo… - Respondió este con los dientes apretados.
- ¡Quieto, es una orden! – Tras unos segundos de incertidumbre el veterano vio como su protegido se detenía y volvía junto a él. – Mi radio hace ruido de estática por la caída. Llama a urgencias y ordena que traigan dos ambulancias, y que permanezcan a la espera, ya que probablemente se vayan a necesitar más.
- Podía haberlo cogido y no se necesitarían. – Deemer lo miró fijamente. Hundió sus ojos claros de mako en el visor de su subordinado, que lo alzó pero no tardó en desviar la mirada y empezar a cumplir sus órdenes. Era tan parecido a Yzak… Y ese animal habría hecho picadillo con él. Ainsley necesitaba un par de hervores, antes de un desafío semejante.
- Obedece… Y di que me preparen un chequeo médico para cuando lleguemos. – Dijo mientras montaba en la parte trasera de la moto de su subordinado. – ¡Arranca!

Frank tiró de su cuchillo, frustrado por una nueva víctima que escapaba tras dar un buen vistazo a su cara. Posó el arma en el asiento de copiloto, manchado de restos de aceite y gasolina que habían saltado cuando esta impactó con el alero del tejado, y volvió a mirar al frente. El callejón doblaba a la derecha y seguía a lo largo de cien metros, ancheándose a medida que se aproximaba a su desembocadura en una especie de solar rodeado de partes traseras de edificios. Entró en él, reduciendo para buscar una salida. Sus ojos estaban cubiertos de lágrimas por culpa del viento que le había dado en la cara durante todo el trayecto, y sus manos aún crispadas, sujetaban el volante con furia. El ruido del motor cesó y de repente, fue capaz de volver a oírse pensar.
Lo que realmente empezó a oír fue un rugido atronador a su derecha, y al girarse vio al Supreme ganando velocidad y terreno, a escasos metros de su puerta derecha. Tras tanta tensión y pánico, su cuerpo estaba realmente sobrepasado. Había huido de SOLDADOS, PM y turcos, se había librado de un primera clase subido a su coche atacándole con su espada, pero finalmente había superado su propio límite. Hundió un pedal, sin fijarse ni siquiera en cual era, mientras veía como el turco negro que iba en el asiento de copiloto se agarraba a cualquier asidero disponible, y la rubia al volante lo miraba con odio en los ojos.
Las luces de freno se apagaron al instante, mientras el ruido del metal y el plástico chocando a toda velocidad recorría el sector VI de los suburbios de Midgar con la fuerza de un trueno.