jueves, 27 de noviembre de 2008

148.

- Coge un papel y un lápiz.
- Aquí los tengo. ¿Qué hago ahora?
- Muy bien – carraspeó, y después de toser dos veces en su puño, continuó – Ahora dibuja un círculo, y divídelo en 8 partes. Eso es. Ahora señálalos del uno al ocho, en orden. Da igual por donde empieces o si vas en sentido horario o no, pero que se sucedan los números. Muy bien, ahora marca los siguientes puntos: borde exterior de la zona cuatro, zona interior del cuatro, zona exterior del tres, zona interior del tres; ahora marca un punto intermedio del siete y otro igual en el dos, y ve haciendo unos catorce puntos hasta que unas estos dos últimos. ¿Lo tienes? Aja, pues ahora une esa curva de puntos entre sí, y luego traza una línea entre esos del tres, y luego une esos dos del cuatro. ¿Qué obtienes?
- ¡Su puta madre!

El acompañante no dijo más, y se quedó con una expresión que se suele calificar como “estúpido”. Esperó hasta que cerró la boca, y sin darle tiempo a pronunciarse, le dijo:

- Ahí tienes el patrón.

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El hielo se movió y golpeó el elegante vaso del caro whiskey. La mano lo movió un par de veces para escuchar el alegre tintineo cristalino antes de sorber una generosa cantidad del ambarino líquido. Miró sin ningún interés especial el vaso, durante un breve instante, y dejó caer el brazo pesadamente, aún con el recipiente entre sus dedos. Las piernas cruzadas se elevaban desde la inclinada silla hasta un aparador, donde los pies descansaban dentro de sus botas. Volvió a beber otro trago, más corto esta vez, y de nuevo dejó colgando el brazo. Respiró hondo, llenando sus pulmones del viciado aire de los suburbios, y dejó que este se escapara entre sus dientes. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que salió de fiesta, y por fin parecía estar de nuevo en plena forma para arrasar. Esa noche iba a disfrutar como si fuera la última, iba a triunfar

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- Los dos turcos del otro día tenían razón para meterme un balazo en la cabeza. Durante una operación, su jefe quedó tuerto, con la lengua cortada y los tendones que movían las manos… En fin, que quedó hecho un trapo. Fue el que peor parte se llevó, después de los que murieron. La chica sobrevivió sin mayor consecuencia después de ser intervenida, quizás una fea cicatriz; el guitarrista que servía de cebo no parece que viera nada, pero sigue en un estado de shock casi catatónico, menuda crisis nerviosa que arrastra… El borracho, también muerto. Ese creemos que pudo haberle visto de cerca, pero el hijoputa de él no soltaba prenda.

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Aqua di luna crescente, un buen peinado, y unos condones en la cartera junto a un par de billetes de los grandes. Ya había acabado, y podía salir a disfrutar.
Cerró la puerta lentamente, y bajó los escalones con cuidado. Pasaba completamente de que los vecinos se enterasen de que salía, pues en su edificio parecía que todos tenían la mala costumbre de asomarse cada vez que alguien cerraba una puerta, para después salir al patio de la escalera a cotorrear.

Al salir del portal, se fijó en la apagada actividad de la calle. Los comercios comenzaban a cerrar, y los neones habían empezado a apagarse, dando a los suburbios un aspecto nocturno que solo el Sector 7 y su falta de techo había logrado casi con plenitud. Ya casi nadie parecía recordar aquella bóveda, y todo el mundo había vuelto a la normalidad después del revuelo inicial que había causado aquel gigantesco estallido que había eliminado el Sector 7 y parte de los colindantes. Buena prueba de esa actitud despreocupada era la excursión de aquella tarde de un joven rubio para practicar en moto junto con otro tipo.

Llamó a un taxi, y se subió: no quería estropear el calzado ni manchar el bajo de los pantalones con el barro que había en el camino, que era largo y cansado para los zapatos que llevaba. La bromita le costó pagar al conductor más de veinte guiles: le hubiera partido la cara si no fuera porque tenía prisa, otros planes y pocas ganas de discutir con aquel maloliente ser que de seguro trabajaba sólo para llevarle a su gorda mujer el dinero que ésta le exigía, si no era al revés y él le propinaba soberanas palizas.

El vehículo le dejó a dos manzanas de la discoteca, diciendo que él no se adentraba más por aquellas calles llenas de niñatos colocados o follados, si no ambas. Seguramente por miedo a perder la licencia si atropellaba a aquellos niños de papá.
Caminando por el Sector 2, por fin llegó a las puertas de aquel gran edificio que se levantaba al margen de los edificios: la discoteca Doors of Heaven. A sus puertas ya comenzaban a agolparse chicas adolescentes y babosos que las observaban, admirándolas como ciegas diosas que desprecian a los simples mortales que pretenden acostarse con ellas.

Treinta minutos tardaron en abrir las puertas, vigiladas por el enorme gorila de cabeza afeitada que pasada, como siempre, el detector de metales, salvo a una chica, morena habitual que tenía un piercing en sus zonas íntimas. Cuando entró por las decoradas puertas, el cargado ambiente pasó de un polvoriento aire a una atmósfera cálida, donde todo el mundo bebía, bailaba, se metía mano por todas partes o jugueteaban con los sentimientos de los demás. Se mezcló entre la gente, y en la barra se pidió un vaso cargado de vodka con limón, para acto seguido dirigirse hacia la pista de baile. Allí, en medio de la gente, estaba una chica de 19 años, de largo flequillo negro y curvas exuberantes. Tenía un top negro y un pantaloncito con tutú del mismo color, que unido a la sombra de los ojos, le daba un bonito aspecto de chica mala y prohibida. Se acercó, disimuladamente, y cuando estuvo cerca de ella se chocó, derramando parte de su bebida:

- ¡Vaya! ¡Cuánto lo siento! – dijo, con un fingido aspecto de arrepentido - ¿Te he manchado?
- No, no ha sido nada… Ten más cuidado la próxima, ¿quieres?
- Me siento mal… Venga, te invito a una copa para disculparme
- No hace falta – la chica había vuelto de nuevo a bailar, sin apartar apenas la mirada de los ojos que suplicaban invitarla – No, en serio – le dio un golpecito amistoso en el hombro, y declinó – Venga, vamos a por un cubata…

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- ¿Y dices que se escapó camuflado y luego mató a los de la ambulancia? Yo eso lo he visto en una película.
- ¿En serio? Pensé que sería más original…
- Bueno, al menos en principio tampoco nos lo pareció. Crímenes sangrientos con temática religiosa o sexual, y resultó que todo era una tapadera para que no tuviéramos idea de lo que hacía en realidad.

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Tras tres vasos bien cargados de vodka, la chica se había vuelto muy simpática, y ahora hablaba con bastante tranquilidad a su acompañante. Charlaban amistosamente, pedían otra consumición y volvían a la pista de baile, para nuevamente repetir la operación. Ya había perdido la cuenta de cuánto había bebido la chica, que en esos momentos estaba susurrándole muy cerca del oído. Como quien no quiere la cosa, de pronto la chica deslizó sus labios sobre el lóbulo de la oreja, y agarrando su barbilla, acercó sus bocas hasta que ambas se fundieron en una sola. El piercing del labio inferior de la chica morena estaba frío, y resultaba agradable al tacto mientras lo saboreaba con la lengua.
Poco a poco, se separaron, y ella, agarrando su mano, caminó hacia la salida, en donde se agarró a su cintura metiendo la mano en el bolsillo trasero de su acompañante, que a su vez pasó la mano hasta situarla en la cintura de la chica, por encima del elegante tutú.

Dos callejones más abajo, encima del capó de un coche, ella se retiró el flequillo de la cara y volvió a darle otro apasionado y largo beso, más profundo y húmedo que el anterior. Casi sin aliento, se apartaron el uno del otro, y comenzaron a juguetear con sus cuerpos. Enredaron sus dedos entre los botones de la camisa, y ella besó su cuello. Encima del top, la boca hizo que el pezón se marcara con su forma redondeada, y el abrazo fue infinito y lleno de pasión. Sacó su cartera del bolsillo, y ambos quedaron desnudos casi por completo.


Pasó un largo rato, cuando unas calles más allá alguien vitoreó y aplaudió al gemido de la chica. Acarició su mejilla derecha, y volvió a besarla, más suavemente, y se fijó en la sonrisa que ella exhibía. Sonrió también:

- Me encanta tu pelo, no sé si te lo había dicho antes – la chica acarició la mano, y continuó elogiando su figura – Ha sido fantástico.
- Sí… Me va a dar pena hacer esto.

Colocó la mano izquierda sobre la sien derecha de la chica, y sin previo aviso golpeó la mejilla derecha de la muchacha, arrancándole la mandíbula inferior ante su mirada, que representaba un dolor atroz. Hizo un ademán de removerse, posiblemente para escapar, y hubiera gritado pidiendo ayuda si hubiera tenido lengua, pero el agresor y antiguo amante fue más rápido y agarró su cuello, que no pudo soportar la fuerte presión y se quebró con un crujido que resonó cuando el cuerpo cayó, inconsciente, contra el capó del coche.

- Hora de trabajar.

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- ¿Qué ha ocurrido allí?
- ¿Alguien sabe qué ha pasado? ¿Por qué hay tanto ruido? Seguro que algún crío ha hecho saltar la alarma de algún coche
- Pues por allí parece haber humo

Algunos de los clientes del “Doors of Heaven” habían salido a tomar el aire o simplemente a continuar con sus instintos reproductivos, y cual fue su sorpresa al encontrarse con que la alarma de un coche atronaba escandalosamente, apenas unas calles más allá de distancia. Pero mayor fue todavía cuando un inmenso humo negro apareció del mismo sitio.

Unos cuantos curiosos se acercaron, y no fueron pocos los que gritaron, chillaron o vomitaron: era una de las escenas más grotescas, si es que algo no lo era en aquella ciudad, que se habían visto en mucho tiempo.

En la pared del fondo, un cuerpo semicalcinado y colgado con clavos de la pared se cocía junto a unos bidones llenos de gasolina y papel quemados. Le faltaba la mandíbula, y habían sujetado su espalda con cuerdas que sobresalían y se ramificaban, ardiendo lentamente y dando el aspecto de alas ígneas para un ángel oscuro. En el suelo, crepitaban unas azuladas llamas producto de los hidrocarburos, otorgando unas gigantescas sombras que se proyectaban en el callejón como figuras acosadoras, poderosas e intimidatorias; aún podían verse los ojos oscuros sin párpados, mirando fijamente a los curiosos que se agolpaban para salir. Encima de su cabeza, grabado a fuego, estaba escrito el fatídico mensaje:


“Madres, esconded a vuestras hijas. Frank Tombside ha vuelto”

lunes, 17 de noviembre de 2008

147.

La motocicleta de gran cilidrandada se detuvo en seco para dejar paso a una pareja de lo más extraño: él un vagabundo totalmente acabado, y ella una preciosa y escultural chica reina de las fantasías de los transeúntes masculinos. El piloto escaneó intensamente con la mirada a la semidiosa, quien aceleró el paso, indignada.
El motor de la BlackRacer 650 rugió al recibir la nueva inyección de potencia que la puso en marcha. Algún que otro chaval se volvió y soñó con tener algún día una de esas preciosidades que sólo algunos podían permitirse, principalmente los habitantes de la placa.
La luz roja de los pilotos traseros dejaba una impronta lumínica por todo el recorrido. Atravesó los suburbios a una velocidad de vértigo, divirtiéndose con los diversos baches que hacían saltar el vehículo y que arrancaban algún grito, fruto de la adrenalina, del tipo que la cabalgaba.
Utilizó un viejo atajo para irrumpir en el Sector 7, en el que ya habían empezado las obras para limpiarlo de escombros, dejando amplias áreas libres de obstáculos. Detuvo el vehículo junto a uno de los cascotes de la placa destrozada, cerca del Sector 0.

Hacía frío. Las estaciones a penas se notaban en los suburbios. Bajo la placa se creaba un microclima que se mantenía más o menos estable a lo largo del año, pero aquí, con el cielo abierto expuesto, el viento gélido del final del otoño se deslizaba entre los escombros. Los indigentes que solían habitar el derruido sector habían migrado ya a lugares más idóneos para pasar la noche, aunque de día aún se veía a alguien rebuscando entre los escombros.
El motero se quitó el casco decorado con motivos tribales que daban una trepidante sensación dinámica y lo posó entre sus piernas. Subió hasta el tope la cremallera de la gruesa cazadora de cuero, incómodo por la incesante brisa. Se pasó la enguantada mano por el cabello corto y oscuro, sacudiendo algunas perlas de condensación.
Parecía que habían pasado años desde la última vez que había estado allí. Recordaba aquella tranquila tarde: los somormujos habían cruzado el cielo destino a Mideel, su graznido atravesó el silencio impenetrable del Sector, como si tras y sobre aquellos muros y placas no existiera la enorme ciudad, o como si ésta hubiera callado también a la espera de oír el primer disparo. Aquí fue donde Élacor Königssen se dejó matar.
Y sin embargo ya no parecía el mismo sitio ni él la misma persona.

Cuando su mente volvió a su sitio se encontró con su mano recorriendo el lóbulo trepanado, como manía que había adoptado cuando reflexionaba. La BlackRacer aún ronroneaba debajo de él, recordándole su estancia en este lugar, y se divirtió al pensar que hoy le tocaba a él ser el maestro. Idea que se afianzó cuando vio a su pupilo acercándose, encorvando y con la capucha de la sudadera cubriéndole la cabeza. Los pantalones cortos hasta la pantorrilla le decían que no era precisamente por el frío.
- ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de que el cielo se caiga sobre nuestras cabezas? – se carcajeó el motero, que finalmente dejó dormir a la bestia.
El chico gruñó, lanzando una mirada esquiva al enorme espacio libre sobre sus cabezas. Tan encorvado como estaba, los ojos de ambos hombres quedaban a la misma altura.
- Preferiría el cementerio de trenes – rechistó el más joven.
- Eso cuando tengas más práctica, aquí hay más zonas limpias. Además, en el cementerio de trenes hay fantasmas – bromeó el motorista, haciendo alusión a algunos artículos de prensa sensacionalista que defendían la existencia de pequeños fantasmillas tocapelotas en la vieja estación.
El encapuchado lanzó otra mirada de soslayo al cielo, intranquilo, aunque su interlocutor notaba su intención de mantenerse en un estado sereno.
- Tranquilo, en cuanto subas verás como te olvidas de lo demás – le guiñó el ojo verde en gesto cómplice, logrando arrancar media sonrisa torcida del más joven.

Rolf desmontó para ponerse al lado de su pupilo, adoptando ese porte confiado y concentrado que adquiría cuando estudiaba planos y ángulos de tiro.
- ¿Has leído el libro que te di? – le preguntó.
- Sí, normas de circulación, señalización, blablabla – respondió el otro, no demasiado interesado por ese aspecto.
- Ten cuidado con los coches de aspecto caro y color negro. Podrían ser turcos, y sólo faltaría que te detuviesen por saltarle las normas. En mi caso no es mayor problema pero no podría decir lo mismo de ti.
- Ya, ya lo sé – el joven se encogió de hombros, la verdad es que ser interceptado por las autoridades le pondría en un grave aprieto, más de lo que Rolf pensaba.
Posó los ojos azules en la bestia en frente de él, de coraza negra brillante, con la horquilla y el basculante en rojo oscuro y la protección del motor en plateado.
- ¿Es la misma de siempre? – le preguntó, recordándola más robusta y en otros colores.
- No. Ésta es la “mía”, la que llevo ahora es un “regalo”.
- Ah.
- Y tú te quedarás con esta – Rolf captó por el rabillo del ojo la mirada indescifrable del chico – ¡Eh! Que no está en mal estado ni nada. De hecho anda como la seda, no llega ni al año de antigüedad. Además, su control es más sencillo.
- Vale…
- Bueno, te explico. Más o menos supongo que sabes dónde están las cosas – esperó la confirmación del joven antes de proceder- Este es el cuadro, los indicadores de combustible y velocidad, presión e inclinación; el controlador del faro delantero, luces de freno, intermitente, acelerador, maneta de embrague, freno delantero… - Rolf iba señalando cada parte, para situar su posición en la mente de su alumno, que asimilaba la información como una esponja.
Una vez ubicados todos los elementos, el tirador comenzó a explicar su función. Paris no pudo evitar recordar a Jonás cuando se ponía a hablar sobre coches, o pistolas: ambos disfrutaban de cada palabra y cada explicación, sintiéndose magnos cuando el inexperto chaval hacía alguna pregunta y se interesaba por algún detalle menor. Esta vez el joven no se sentía tan perdido, después de todo la lectura del manual le ayudaba a seguir y comprender la teoría sin demasiada complicación.
Paris se mantenía a cierta distancia del vehículo, observando como Rolf indicaba aquí y allá, se sentaba para enseñarle algo de dinámica, se volvía a levantar para hablar del amortiguador.

- Sube – dijo Rolf de pronto, tras una pausa.
- ¿Eh?
- No vas a aprender a conducirla por inspiración divina. Vamos.
Paris obedeció sin poner demasiadas quejas, después de todo no podía ocultar el naciente sentimiento de excitación. Rolf le dio el casco, el chico lo miró con cierto recelo, pero el semblante del tirador no ofrecía alternativa. Lo intentó poner un par de veces, aunque una y otra vez el cabello se le metía en los ojos, cada vez de forma más incómoda.
- Joder, qué puto manco - rió Rolf. Recibió un golpe en el pecho que le cortó la carcajada: era el casco, aún sujeto por su interlocutor.
- Coge – dijo éste.
Buscó una goma en su muñeca, lo suficientemente elástica para cubrir desde la base del cráneo hasta la frente, usándola de cinta para apartar todo el cabello del rostro.
- Con el pelo así pareces el erizo ese de la tele.
- Muérete.
Paris arrebató el casco y se colocó, seguía siendo incómodo de narices, pero al menos podía ver. Se sentó a horcajadas sobre la bestia, preguntándose cómo alguien con las piernas mucho más cortas que las suyas podría abarcar todo el ancho de la moto.
- Levanta la pata de cabra o no irás muy lejos – Sugirió el tirador, con su predefinida sonrisa adornando el rostro.
- No me digas, ¿en serio? – reprochó el chaval, sarcástico.
Inclinó la moto hacia un lado, apoyando el peso sobre una pierna y usando la otra para levantar el pie del vehículo.
- Dale al contacto, aprieta la maneta del embrague y pon la primera marcha… – Rolf lo observaba ejecutando la orden, con más o menos rapidez, fijándose bien dónde estaba qué para no darle a la palanca que no era – ve soltando el embrague despacio o…
La moto metió un acelerón de pronto para parar en seco un metro más allá, empujando al inexperto piloto hacia delante.
- ¡DESPACIO! – gritó Rolf, que perdió la sonrisa, aunque no llegaba a sentirse preocupado.
Paris sin embargo lucía una mueca que, de no haber sido porque el rugido del motor acalló los demás sonidos, apostaría era el residuo de un aullido o una carcajada.
- No te rías tanto, puedes cargarte el motor si haces eso – exageró el tirador, más preocupado por el vehículo que por el temerario chaval – Vuelve a intentarlo, esta vez despacio o saldrás disparado.
- Que sí…
Paris soltó el pedal de freno lentamente, notando como la moto se ponía en marcha a una velocidad más que moderada, tan lento que aún sus pies se mantenían en tierra, aunque avanzando. Rolf le seguía caminando, evaluándolo.
- Cuando ganes velocidad suficiente debes poner los pies en los estribos, así que deberás equilibrar la moto con el tronco para que se mantenga recta. Si hubieras montado alguna vez en bicicleta esto no tendría más problema…
No sabía muy bien por qué, quizá por la maestría con la que Rolf conducía, Paris se imaginaba que esos cacharros tenían algún sistema de equilibrio propio… pero las cosas nunca eran tan fáciles como parecían.
- Acelera – sugirió el tirador.
El vehículo adquirió velocidad suficiente para hacer al piloto elevar los pies, aunque su incursión no duró mucho, el mando viró violentamente hacia un lado obligando al chico a frenar y apoyar un pie.
- ¿Qué haces? Ibas bien – aseveró el tirador, para él era algo tan sencillo ahora que a penas recordaba cómo fue su iniciación en este mundo.
- Tenía… me daba la impresión de que me iba hacia un lado.
Rolf escrutó al chico unos instantes.
- No te falta sentido del equilibrio, joder, ¡Eres como una puta saltimbanqui! pero no estás aplicando tus conocimientos de la misma forma y en realidad es algo muy parecido. Debes mantener siempre el centro de gravedad estable.
Paris captó el mensaje, hasta ahora había pensado que conducir era un mundo totalmente diferente que desconocía, pero las palabras de Rolf le habían esclarecido el camino: tan sencillo como aplicar algo que dominaba a la perfección como era el equilibrio a un vehículo en movimiento.
Volvió a intentarlo, más concentrado esta vez. Dio un par de virajes a ambos lados antes de estabilizarse. Un ciclomotor de anciano iría más deprisa pero al menos se mantenía en su sitio, y esa sensación de vértigo por el balanceo fue pasando.
El tirador indicó al joven que conduciera hasta la verja del Sector 0 y volviese, lo que implicaba un giro de 180º. Para sorpresa de ambos, más para Paris que para Rolf, no hubo mayor problema con la maniobra, un alumno de la autoescuela no lo hubiera hecho mucho mejor en su primer día.
- ¡Vale, ahora mete la segunda, abuela! ¡Y no te olvides del embrague! – gritó el tirador, animado por que tanto moto como piloto aún siguieran enteros y sin rasguños.


Rolf miró su caro reloj de cuarzo y correa de piel de adamantaimai, con la tontería habían pasado un par de horas. Alzó un brazo para llamar la atención del chico, que se encontraba practicando el giro de 180º cerca de la puerta del Sector 7 y volvió enseguida.
- ¿Qué tal? – preguntó el tirador cuando el chico frenó a su lado, aunque sabía la respuesta mejor que él mismo.
- Tengo que aprender a ir más rápido – respondió Paris, con una mueca mezcla de gozo y resignación, mientras se quitaba el casco, con el cabello húmedo pegado a las mejillas y el cuello, algunos mechones del flequillo se escaparon de la goma, quedando erguidos en el aire.
- Tranculo, follastero; cada cosa a su tiempo. Para ser la primera vez ha estado bastante bien, aunque te anticipas demasiado.
- A veces me daba la impresión de que ya lo tenía controlado pero… - Paris sacó su PHS para ver la hora, encontrando un mensaje por leer, tratando de aplastar el rebelde flequillo que adquirió vida propia tras quitarse la goma.
Rolf lo observó un momento antes de abordarlo con otro tema, aprovechando que el chico parecía más animado y accesible de que costumbre.
- Aún no me has dicho… - aventuró, siendo un alzamiento de las cejas del joven que no apartó la vista del aparato el gesto que le instó a seguir – que tal fue la famosa cita.
El tirador fingió no saber nada al respecto, como si él no hubiera estado allí velando por su esquivo amigo, quien, para su sorpresa, no hizo lo propio y le respondió.
- Bastante bien… al final – hizo hincapié en este último detalle.
- ¿Al final? – inquirió Rolf, haciendo que la pregunta adquiriese matices subversivos.
Paris guardó silencio antes de contestar, entrecerró los ojos hasta que fueron a penas dos rendijas azules y escrutó al tirador, decidiendo obviar el tono insinuante de la pregunta.
- Durante el concierto de Han- aclaró- antes de eso fue una noche de lo más rara.
- Ya me lo imagino… - Rolf rodó lo ojos verdes, no tenía en demasiada estima ni a la turca ni a su amigo el barman de sexualidad indefinida. Expiró largamente - ¿Te apetece tomar algo? – la pregunta era casi más pura formalidad que una verdadera invitación, aunque si el chico aceptase no dudaría en acompañarle.
- Va a ser imposible – Paris se apeó y se volvió a cubrir la cabeza con la capucha, el aire no paraba de agitarle el cabello haciendo que éste se le metiese en ojos, nariz y boca – Esta semana tengo horario diurno, entro en poco menos de una hora.
- Agh… dichosos trabajos – refunfuñó el tirador, con un comentario propio de alguien que no trabaja para vivir, en su caso era por diversión – A ver si te buscas algo más decente.
- No decías eso cuando quisiste repetir el Mako Stream – rió Paris, aunque la verdad es que un curro mejor remunerado y con un mejor horario no le vendría nada mal, ya no tanto por sus planes para limpiar Midgar sino por las facturas que, tras la crisis por la aparición del meteorito, se habían encarecido.
- Entonces me iré a llorar solito en un rincón de mi enorme casa porque el principito no quiere jugar más conmigo – así anunció Rolf su despedida, volviéndose levemente en una actitud que para nada correspondía con las palabras.
- Coge la moto, entonces – sugirió Paris.
- Ya te he dicho que esa es tuya.
- ¿Y cómo…?
- Por favor… - el tirador cortó la pregunta casi ofendido – Si puedo pagar la reparación de ese cacharro infernal que nos sacó del Edificio Loble, puedo pagar un taxi.

Ah, es verdad que aquellas cosas existían, para la gente de los suburbios eran casi como leyendas urbanas, algo que se veía una vez cada mucho tiempo.
Aún con todo, Rolf se empeñó en ir de paquete en el breve trayecto hasta el Sector 6, que resultó más accidentado de lo que cabría esperar debido a las numerosas correcciones y putadas que le hacía a su chofer, quien juro que sería la última vez que montaría con nadie en una moto.


Con Rolf camino a la placa superior y la moto a buen recaudo en el garaje del vendedor de maquinaria y artículos electrónicos, Paris pudo por fin llegar a casa y relajarse unos minutos antes de empezar la jornada laboral.
Revisó el mensaje de texto que le había llegado en el Sector 7.
“Tiene un nuevo mensaje de voz.
Pulse 1 para escucharlo.”
Se sintió intrigado, sólo se le ocurría una persona que pudiera haberle dejado un mensaje de voz, pero, para su sorpresa, la voz que sonó era hosca y masculina.
- “Buenas niño … Yo… Déjalo, da igual. [Fin del mensaje]”

martes, 11 de noviembre de 2008

146.

Vino, una mezcla de carne picada con largos tallarines rancios que encontré en una papelera y jugos gástricos fue lo que salió de mi estómago. Tenía tanta hambre esa tarde que apenas mastiqué los spaghetti, y el resultado fueron unos asquerosos gusanos entintados por el morado del vino. Verdaderamente repugnante para alguien normal, pero yo iba tan ciego que aquella anécdota se me antojó cómica.

-¿Todos esos gusanos han salido de mi estómago?

Me encontraba en un oscuro callejón(como no, mi relación con los callejones en los últimos días era más que habitual). No es que no quisiese traumatizar a los transeúntes con mi espectáculo de arcadas, más bien me avergonzaba que alguien me viese vomitando.

La pequeña luz de emergencia de la puerta trasera de un local brillaba tenue, parpadeando con cierta agonía. Eso, en mis ampliamente dilatadas pupilas era un festival de luces, cosa que no ayudaba a mi “mareo”.

Me encontraba en el sector 3(es lo bueno que tiene deambular por ahí, no hago más que visitar distintas calles todos los días) sin saber qué hacer. Bueno, en realidad no, mi plan era acercarme a la estación de tren, con la esperanza de ver de nuevo a Lucille; había pasado una semana exacta y ella me prometió volver a vernos en el mismo bar, pero yo era incapaz de esperar y fui directamente a la estación.

La verdad es que estaba allí hace horas, pero la espera me puso nervioso y me bebí aquél picado e insípido vino, lo que me hizo alejarme a un oscuro callejón dando tumbos.

Cuando acabé mi “retro-alimentación” me sentí mucho mejor y el efecto del alcohol se desvaneció ligeramente, aunque mi garganta quedó resentida y me producía picor. Con el agua acumulada en un oxidado bidón me lavé la cara y me eché el pelo hacia atrás; momentos después me dirigía de nuevo hacia la estación.

Ese día no me había metido nada por culpa de mi estúpido embobamiento por Lucille y, aunque en el fondo debería agradecérselo, de nuevo mi cuerpo pedía más.

Atravesando una calle llena de farolas y agobiante tránsito de personas, volví a la lúgubre estación de trenes.

Había poca gente allí: una pareja tonteando en un banco haciéndose caricias, un hombre leyendo el periódico a la luz de una parpadeante farola y un niño agarrado a la pierna de su madre suplicando y lloriqueando palabras ininteligibles. Yo me senté en uno de los bancos de roída madera y escamada madera y metí las manos en los agujereados bolsillos de mi chaqueta; Los dos tortolitos, al verme, se fueron dos bancos más lejos.

-Maldita sea ni que fuese un molbol- dije con un ebrio eructo.

Pasó media hora, una, dos…Lucille no venía. En una de las paradas bajaron dos hombres, uno joven y el otro con pelo entrecano y gabardina. Dos jóvenes Turcos intentaron burlarse del más mayor pero otro más veterano les dio un buen golpe en la cabeza a ambos. La cosa no llegó a más y la extraña rutina volvió a la estación.

Yo tenía mucho frío y el vómito de antes comenzó a sentirme peor de lo que pensaba. Estiré las piernas y ocupé todo el banco, acurrucado mirando hacia los barrotes de madera. Sin darme cuenta de que poco a poco se me fueron cerrando los ojos, sumiéndome en un frío y aletargado sueño, mezcla de somnolencia cansancio o alcohol.



-Te digo que Sephiroth gana a cualquiera.

-Pues mi padre siempre dice que está sobrevalorado.

Dos chicos andaban por las calles del sector 5, por encima de la placa. Los dos llevaban a la espalda mochilas con sendos y pesados libros de texto, uno rubio y con la raya en medio y el otro con una corta melena morena, que ondeaba libre al viento. Ambos, amigos inseparables iban al mismo colegio e iban vestidos con el mismo uniforme de verano; pantalones vaqueros de un azul marino y camisa blanca impoluta.

Era el último año que estaban en el colegio, pronto darían el salto a la enseñanza secundaria.

Mientras uno de ellos imitaba a su héroe lanzando estocadas con una quimérica espada gigante, el otro le reía las gracias y miraba al cielo con melancolía; ese verano su amigo se iría de vacaciones a Costa del Sol y no podrían verse hasta el comienzo del nuevo curso.

-Oye Wolt, ¿por qué no te quedas en mi casa este verano?-preguntó por infinita vez con tal de que su amigo se quedara en Midgar-Así no tendrías que irte a ese asqueroso paraíso de jubilados.

-Ya te lo he dicho Yief, mi abuela es muy cabezota, seguro que si no voy me tacha de su herencia-contestó el compañero bromeando-Además, después iremos a Wutai. Dicen que ahora está muy de moda ir a relajarse allí.

-Bueno, pero entonces quédate esta tarde conmigo, tengo un videojuego que te va a encantar, me lo ha regalado mi hermano.

-¿Tu hermano aún está en casa?

-Sí, dentro de dos meses se presentará a las pruebas de Turk-dijo Yief con ojos soñadores, a pesar de que no era él-Imagínate: Björn Vanistroff de turco, que envidia me da.

-¡Pero si tu siempre has sido un enclenque! Es imposible que llegues a ser como tu hermano-bromeó de nuevo Wolt.

-¿A que le digo que te pegue?

Entre risas y bromas continuaron los dos amigos andando hasta llegar a la fachada de una suntuosa casa. Era un recinto enorme donde se erigía un edificio de dos plantas con pintura de color crema. Fuera, un muro del mismo color que la casa cercaba el terreno, ocultando el interior con un cuidado y esbelto seto. Yief y Wolt pasaron a través de un arco natural, producto de los entrelazados espinos de un rosal, y empujaron hacia delante una puerta de barrotes de hierro, decorados con florituras y un baño de oro. Corrieron por un césped perfectamente regado y cortado, con varios juguetes tirados desde hace días, y un perro delgado les dio la bienvenida.

-¡Hola Fenrir!-saludó al perro Wolt-Vaya Yief, cada vez es más grande.

El perro, un pastor de Corel de pelaje totalmente negro y pecho blanco, hiperactivo desde que nació, saltaba, brincaba y babeaba de felicidad al ver a su dueño y su amigo. Tenía tres meses y ya le llegaba a Yief por la cintura.

Rápidamente llegaron a la puerta principal, decorada a los lados con tiestos de flores rojas y una enredadera que serpenteaba por la pared y se agarraba a unas columnas, las cuales soportaban el peso de un arco abovedado(el súmmun de lo hortera, así se resumía aquella casa. Lo que Yief no sabía es que la afición de su madre por la jardinería, no era más que para evadirse de los problemas que había en casa).

-¡Mamá, ya estoy en casa!-dijo Yief a grito pelado.

Los dos chicos tiraron las mochilas en la entrada y acto seguido fueron corriendo al salón; un mayordomo, con pantalones grises y chaleco negro de botones, recogió los bultos y los llevó escaleras arriba, escaleras de mármol pulido.

-Oh, si ha venido Wolt también-dijo una voz femenina y llena de ternura-Esperad que os haga un bocadillo para merendar.

La madre de Yief, una mujer corriente y modesta pese a su estatus social, apareció con un delantal decorado de mazorcas de maíz para saludar a los chicos y volver a la cocina. Tenía el pelo rizado y de un color tostado, acompañado de los mismos ojos que tenía Yief: de un hipnotizador marrón claro. También tenía los mismos labios, rosados y con cierta prominencia que resultaba sensual. Claro que Yief aún no había adquirido tales rasgos de adulto, aun le quedaba pasar por la adolescencia.

-Te vas a enterar, he estado entrenando y te voy a meter una paliza.

Yief encendió la videoconsola que se apoyaba al lado izquierdo de la televisión y metió lo que parecía el disco de juego. Ambos se sentaron en un amplio sofá de cuero blanco y comenzaron a jugar con un alarde de éxtasis y mala leche, aporreando los botones del mando.

-¿Pero qué haces cogiendo así el mando? Que no es una guitarra-dijo a carcajadas Yief al ver que su amigo agarraba el aparato de una forma muy extraña.

-Tu calla, ya verás como así te gano.

Tras diez minutos de tortura para Wolt en los que acabó sudando y no ganó ni una sola partida, una voz de mujer surgió de la cocina, contigua al salón por una de sus puertas. Yief se levantó y fue decidido a recoger su merienda…Para seguir jugando después. Abrió la puerta, enmarcada con cristal translúcido, risueño y feliz, sentimiento que se desvaneció al entrar en la cocina.

-Ah, hola Padre-saludó mirando de reojo al hombre que se erguía apoyado en la encimera-Pensaba que hoy estaba ocupado con su trabajo.

-Pues no es así…¿Quién es ese que hay en el salón?

Su padre, de donde salía todo el dinero que tenían, hombre de negocios que trabajaba en Shinra, era un hombre serio, sin pizca del humor y lo exigente que era consigo mismo le impedía estar con su familia habitualmente…Aunque eso no le importase. Sólo le importaba el dinero y creía estar inculcando en sus hijos un buen modelo de vida y doctrinas, cuando lo único que hacía era obligarles a hacer lo que le parecía a él bien.

Ahora estaba en la cocina de su casa, con un pantalón y una americana a juego(negro con rayas verticales grises) y una corbata roja perfectamente atada. Tenía el pelo ya entrecano y echado hacia atrás, marcando más las entradas de su frente. Unos ojos totalmente oscuros, unos labios caídos y las arrugas que se formaban en la frente, le daban un continuo aspecto sombrío y de enfado.

-Pues dile que se vaya pronto, no quiero desconocidos en mi casa.

-Somos amigos de toda la vida, no me conoces nada-murmuró Yief en un nivel casi inaudible

-¿Perdona?

-Nada Padre, si quiere se lo digo ahora mismo.

-Cuanto antes mejor. Juliet, estaré en mi escritorio, a las ocho hazme la cena.

-De acuerdo cariño-contestó su mujer nerviosa ante tal tensión. Ella si que había oído lo que había dicho su hijo-Acabo de regar las petunias y me pongo a ello.

-Maldita sea…-murmuraba el padre mientras se iba-Algún día conseguiré vivir en el Sector 1…

Yief cogió el par de bocadillos que había en la mesa y se dirigió de nuevo al salón. Antes de que cerrase la puerta pudo oír a su madre des de el otro lado:

-Por favor, no hagas enfadar a tu padre.

Los dos amigos se comieron el bocadillo en absoluto silencio. Wolt rumiaba con energía el jamón del interior y Yief hacía una bola intragable en su boca inconscientemente; como el nudo que se le había quedado en la garganta.

-¿ha dicho algo tu padre?-preguntó al final Wolt.

La pregunta cogió a Yief por sorpresa y no sabía que responderle. “No quiero que mi padre se enfade, si no mamá llorará” pensó mirando a los ojos de su amigo, pero al instante un pensamiento rebelde y algo egoísta se colocó por delante en la lista de importancia, “qué narices, Wolt se va mañana, quiero pasar esta tarde con él”

-Que disfrutemos del jamón de estos bocadillos, que es muy caro.

Estuvieron jugando un rato más a la videoconsola hasta que se les hizo monótono y decidieron salir al jardín para entretener al perro.

Tiraban una pelota mugrienta y babeada una y otra vez y Fenrir, como un auténtico perro, la cogía cuantas veces fuesen necesarias. Cuando una de esas veces, el perro se abalanzó sobre Yief y comenzó a darle lametones, mientras Wolt se desternillaba de la risa tirado sobre la hierba, su hermano Björn entró en casa. El perro liberó a Yief y fue a saludar al nuevo dueño. Él le acarició detrás de las orejas y después ayudó a su hermano a levantarse del suelo; tenía toda la cara llena de babas.

-¿Qué tal hermanito?-dijo con un tono grave y desganado.

-¡El videojuego que me has regalado es genial! Salen ranas con espadas…Y tienes que rescatar a otra rana y…

-No subas al piso de arriba ¿De acuerdo?

Esa frase le heló la sangre a Yief, sólo podía significar una cosa: algo que de seguro enfadaría al cabeza de familia llamado Elric.¿Qué podría haber pasado para que Björn trajese una cara tan mustia? Los ojos marrones que también había heredado de su madre ahora reflejaban depresión y nerviosismo y bajo ellos dominaban un par de ojeras sombrías. Se llevaba continuamente la mano al costado derecho y hacía muecas de dolor.

-¿Ha pasado algo?¿Estás bien? No puedes entrar ahí dentro, Padre ha venido-dijo Yief cada vez más flojo.

-Algún día tendré que afrontar mis miedos y entrar en esta casa…Hazme caso y no subas por favor.

Björn agitó la cabeza de su hermano pequeño con ternura y le dirigió la sonrisa más creíble que pudo; después empujó la puerta para dar las noticias que fuesen, buenas o malas. Aunque todo parecía que malas.

Los dos amigos permanecieron en silencio durante un incómodo minuto, el cual rompió Yief con cierto nerviosismo en su voz.

-Tal vez deberías irte Wolt.

El aludido sabía que algo marchaba mal, pero no llegaba a entender el qué…Aunque sí notaba que allí sobraba, él tampoco quería despedirse tan pronto de su amigo.

-…Nos veremos en otoño-murmuró como si las palabras no quisiesen salir-Te prometo que te traré algo de Costa del…

-¡Yief Vanistroff, Ven arriba ahora mismo!-interrumpió el inconfundible alarido de Elric.

Yief, con lágrimas en los ojos, dio media vuelta y se las enjugó con la manga de la camisa.

-Vete por favor, y no me traigas nada de tu viaje, esos souvenir suelen ser horribles-lapidó sollozando.

Ni siquiera miró hacia tras para ver si su amigo se marchaba, cerró la puerta con fuerza y soltó un pequeño pero sonoro sollozo.”Toda la culpa es de mi padre, él siempre lo estropea todo”.

Las manos le temblaban mientras subía por las escaleras de mármol y se apoyaba sobre la barandilla. Las voces ya sonaban desde abajo, una de ellas enfurecida y la otra entre la ira y el lloro.

-¿Cómo que te han echado…?¡No vales para nada…!

Cuando Yief subió el último escalón vio a “Padre” y a Björn discutiendo en el baño. Juliet no estaba, seguramente se hubiese escapado para podar el seto o regar plantas con tal de no escuchar la conversación.

La bañera, al más puro estilo barroco, con detalles en oro y plata, estaba llena de agua tibia.

-Yief, ven aquí-ordenó Elric con siniestra amabilidad-Tú, Björn, de rodillas.

El hermano mayor se puso de rodillas frente a la bañera, ya con lágrimas surcándole las mejillas.

-Yief, eres un chico estudioso y muy educado, espero grandes cosas de ti, pero hoy Björn me ha decepcionado como hijo y como persona, así que merece un castigo y tú le escarmentaras.

-¡No, eso no! ¡No le obligues a hacer nada!-gritó Björn lloriqueando.

-¡Tú calla escoria! Yief, métele la cabeza en el agua.

Todo fue extrañamente rápido, como un instante que quieres pasar lo más veloz posible. Yief obedeció, con el rostro totalmente pálido, y agarró a su hermano mayor por la nuca, metiéndole la cara en la templada agua de la bañera.

Björn burbujeaba, gritaba bajo el líquido, se retorcía, tiraba, agonizaba.

-¡Padre, ya!

-No, no le sueltes.

-¡Se va a ahogar!

-Tú sigue.

Björn cada vez se revolvía menos y apenas salían burbujas. Cuando su cuerpo no hacía más que convulsionarse, Elric le sacó de un tirón. El chico volvió en si, emitiendo horribles arcadas y estertóreas toses; su cuerpo temblaba del frío y la conmoción.

-Espero que hayas aprendido la lección…O la próxima no te sacaré de ahí.

-Eres un hijo de puta-se atrevió a decir Björn con silbante respiración.

-¡¿Qué has dicho?!

-Lo que oyes, todo lo que piensas tú crees que está bien…

-Hermano para por favor…-quiso detenerle Yief.

-No, llevo veinte años aguantando demasiado. Que a ti te enseñaran con mano dura no significa que sea lo correcto. Además, tú apenas nos conoces, pasas diez horas a la semana en casa y te atreves a mandar en ella esclavizando a mamá y castigándonos a Yief y a mí.

-¡Cállate!- Bramó desde su mismísimo espíritu Elric- Ya has dicho demasiado en esta casa.

Después, cogió la alcachofa de la ducha y comenzó a asestarle fuertes golpes en la cabeza a su hijo mayor.

-¡Padre para, lo vas a matar!

-¿Y qué?-gritó de nuevo con los ojos inyectados en sangre.

Todo volvió a suceder extraña y rápidamente; Björn intentaba defenderse con patadas y se cubría la cabeza con los brazos, Yief agarraba el brazo de su padre con fuerza pero sin éxito y de repente su amigo Wolt apareció en el umbral de la puerta.

-¡No te dije que echaras a ese puto niño!



-Yief…¿Yief eres tú?

-¿Lucille?-dije desperezándome.

-Así es, ¿vamos a tomarnos una copa?

Y allí fuimos, al bar de hace una semana, a “nuestro bar”.

Yo fui todo el camino intentando borrar de mi mente aquél horrible recuerdo, después de aquél día no volví a ver a Wolt en la vida.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

145.

- Hola, me llamo Gerald McColder, y soy alcohólico.
- ¡Hola, Gerald! – el murmullo general de la sala fue lento, similar a esas voces que resuenan cuando sale una reunión en las películas.
- Yo antes pertenecía a Turk – tomó un sorbo de café humeante, y volvió a apoyar el vaso de plástico sobre la silla plegable de oscuro metal y con el acolchado asomando por diversos roturas -, pero fui expulsado. Estábamos en una misión de entrenamiento de varios días, y yo no podía aguantar la presión. Necesitaba un trago y una buena calada de hierba cuanto antes, y por mi culpa mi equipo fue duramente castigado. Después de eso, se vengaron, y sufrí una lesión que me impidió seguir en el cuerpo, con lo que comencé a beber todavía más que antes. Hubiera seguido fumando si no hubiera tenido que estar a base de colirios y oxígeno durante meses. Era un vaso tras otro, de ginebra, ron, o el alcohol de curar. El caso es que – volvió a beber otro sorbo, y carraspeó -, después de un escándalo de desnudez en una licorería, fui condenado a tres meses de prisión y de seis meses a año y medio acudiendo a reuniones como ésta. En fin, el caso es que hace poco estaba trabajando, o más bien colaborando, de nuevo con Turk, realizando una operación para detener a un tipo. Y volví al arroyo. Como no tenía un puto guil para pagar hipotecas, letras o mierdas de esas, me tuve que tirar a la calle a pedir hasta que un gilipollas millonario me cambió una tarde de mendicidad por pasta gansa que estuve cambiando por ginebra. ¡Ah, las viejas amigas transparentes y cuellilargas! Fue entre una de esas botellas cuando comencé a cavilar sobre mi despido, y por fin vi claro lo que debía hacer: pillar a ese puto psicópata. Lo tenía todo: patrón, fechas, víctimas… Podíamos asegurarlo todo. Sólo nos faltaban él y su motivo. Por eso, ahora que trabajo por mi cuenta, prefiero estar sobrio y despejado.
- ¿Y por qué sigues tras ese tipo, si puedes hacer lo que quieras ahora? – preguntó un tipo sin tabique nasal, que acudía a multitud de conferencias y reuniones sobre adicción – Te puedes pasar el día ebrío, tirado… Tiradote a la fresquicha de un árbol…
- Dos hombres me han jodido la vida. El uno es intocable, por pertenecer a los altos cargos de Turk. El otro, un hijoputa al que pienso destrozar.
- ¿Y no tendrás por ahí un cigarrico, o un algo de dinerillo… Dinerito para comer…? – la voz le tambaleaba bastante.
- Jefferson… - le reprendió el educador social.

Mucho café después y unos pastelitos de crema cerraron la sesión, y todo el mundo fue desapareciendo; incluso el hombre sin tabique nasal que parecía llamarse Jefferson se marchó a otra reunión sobre cocaína en una salita contigua. En la sala únicamente quedaron un envejecido Gerald que acababa su séptimo vaso de café especialmente cargado de azúcar y aquel educador social que dirigía la sesión: un chaval de pelo moreno y peinado en punta, que además poseía unos ojos dorados como monedas.

- Parece que ambos estamos destinados a ascender para luego caer desde muy alto… ¿No te parece a ti también, tío Jerry?
- Qué dejes de llamarme así, coño, ya te he dicho que no somos familia – dijo el detective mientras recogía de la silla su remendado abrigo de aspecto viejo y descuidado, que se parecía tanto al hombre que lo llevaba, que sí era verdad eso de que los perros se parecen a los dueños, al arrugado sabueso de McColder lo habían apaleado, despellejado y convertido en gabardina – Y tú mismo lo sabes.

Cierto era aquello de que ambos no poseían apenas parentesco: el abuelo del joven educador había sido primo de un tío del anciano. Como quien no quiere la cosa, tres grados de separación como mínimo, incluso puede que más.
Sin embargo, Jerry siempre había sido admitido dentro de la casa Lambert como uno más de aquella pandilla de baja nobleza empobrecida que poseía un título cuyo valor era tan reducido que hacía generaciones que se habían mudado a Mideel para trabajar el agro.

- Tras un incidente con los turcos, me decidí a dar un vuelvo a mi forma de vida. Dejé atrás las recompensas, la caza de gente, y me decidí a ayudar a los demás, a gente que se parece al pobre Stevenson, que en paz descanse. Creo que puedo mejorar el mundo de una forma más pacífica, así que he colgado las armas y me he volcado en ayudar a las personas. Gente como el pobre Stevey… - mencionó como rememorando – En lugar de cargarme a hijos de puta, ahora ayudo a desgraciados – había dicho eso último asegurándose de que nadie más que él mismo era capaz de oírle; aún estaba tomando calmantes, y la última cosa que quería era tener que atiborrarse con más pastillas porque algún yonki le pegaba un navajazo. Y mucho menos quería que alguien que conocía fuera quien daba el puñetazo contra la nariz.

Mesándose la perilla, se puso el raído abrigo, recogió la silla plegable y ya estaba a punto de marcharse cuando se topó con el brillo dorado de la mirada del chico, que sostenía una sonrisa de oreja a oreja.

- ¿No me dirás que ya te vuelves a tus cartones? Tú te vienes conmigo, se acabó el mendigar. Hoy estreno piso, y tengo sitio de sobra para que te puedas venir.
- ¡Bah, déjalo! –dijo con gesto aburrido el anciano.
- ¡Venga, hombre! Sí no tienes que hacer nada, sólo venirte…
- Lo normal sería negarse un poco más, pero creo que voy a aceptar antes de que cambies de opinión – ambos soltaron una carcajada al unísono – Hoy un gigante se estaba pegando con unos matones y por poco no me aparca uno encima – comentó el detective como si fuera lo más corriente del mundo.

Nada más salir del centro social del sector 5, tomaron el tren para recorrer los dos sectores que les separaban de su nueva vivienda. El sucio tren lleno de pintadas estaba lleno de vagabundos, y en dos ocasiones, un poco antes de cada parada, se produjo un registro de identificación, cosa que no ocurría tan a menudo desde que Avalancha se encontraba en la ciudad. Quizás están intentando aparentar seguridad, pensó Jerry, o son tan sumamente subnormales que esperan que alguien tenga una tarjeta que le identifique como “Frank Tombside. Psicópata”.

La llegada a la estación no fue mucho mejor: cuando ambos bajaron, una pareja de turcos jóvenes que rondaban la zona les encararon. El aliento les olía a una extraña mezcla de anís y vodka, y quién se podría imaginar qué más se habían estado metiendo aquellas personas en el cuerpo:

- ¡Hola, McMasFríoQue! – dijeron ambos al unísono.
- ¡Hola tu puta madre! – les respondió Gerald, que cortó sus risas y les hizo sacar a ambos una pistola: el primero llevaba una Shadowstar alterada para añadir diversas estrellas grabadas a lo largo del cañón, mientras que el segundo Ravenwing del 97, niquelada. Ante aquella visión Edward se acobardó, y sintió un nudo en el estómago, pero Jerry hizo uso de su entrenamiento psicológico como Turk y no se achantó, y plantó cara.
- ¡Eh, niño! ¿Quieres que te dé un caramelo? –Edward casi se atragantó de la risa al oír eso y ver las caras que pusieron los dos tíos, mezcla de incredulidad y de duda, como si ambos estuvieran preguntándose al mismo tiempo “¿Qué nos ha dicho?” y “¿De verdad llevas un caramelo?”
- Te la estás ganando – dijo uno cuando por fin parecía que se hubo aclarado con lo que pensar – Tú eres de esos que tiran para otro lado, para otra acera. Eres de ellos, eres de ellos.
- ¡De la mala puta que os parió soy! ¡Corred con vuestros trajecitos, corred a colocaros! ¡Oh, mirad! Parece que papá viene a recogeros.

Un turco grande y de pelo castaño, que Jerry conocía de vista, apareció tras los dos turcos, y agarrando sus cabezas las entrechocó fuertemente, para después llevarles arrastrando por el suelo ante la atónita mirada de los transeúntes, que observaban cómo aquella pareja se marchaba forzados por una masa de músculos mientras gritaban que “aquello no quedaría así, y se vengarían por su padre y su jefe, que había sido mutilado por su culpa”. Gerald se alegró de acabar con aquello rápido, pues no estaba en su mejor momento; el mono le hacía estragos los nervios, apoderándose de él y haciéndole mella. Así que desistió de seguir discutiendo con aquel par de imbéciles, deseoso de una buena botella de ginebra helada en cuanto no le viera nadie.

Aún tardaron un buen rato en llegar al nuevo piso del antiguo cazarrecompensas y nuevo educador social. La verdad es que, sí se comparaba, había pasado de una chabola a un palacio: ahora por lo menos tenía estancias separadas, y no tenía que salir al pasillo cada vez que quisiera ir al baño. No había sido barato, pero gracias a la venta del anterior antro había podido adquirir ese nuevo antro superior.

McColder se quedó cohibido. Apenas se atrevía a moverse de la entrada, y se quedó mirando aquel mueble lleno de cajones sobre el que descansaba un espejo de pared y a cuyos lados había un par de ganchos a modo de perchero. Estaba completamente quieto, igual que cuando entraba en casa ajena donde no había un cadáver en el suelo o una caja fuerte vacía. Mientras Edward colgaba su abrigo y salía disparado a la cocina preguntando que si preparaba café, té y un sinfín de bebidas y alimentos a una velocidad pasmosa, el anciano Jerry se quedó allí parado, sin saber muy bien qué hacer o decir.

- O si no, siempre puedo bajar a por algún refresco de esos azulados y brillantes… - se quedó mirando como el detective encogía los hombros y se quedaba con una expresión de bobalicón, achaparrado - ¡Pero pasa, hombre! Ponte cómodo y relájate. Puedes dejar tus papeles por aquí, luego ya nos ocupamos de ellos.
- ¿Nos? - de pronto McColder abandonó la timidez, y recuperó el habla al oír que el muchacho pretendía ayudarle.
- Desde luego que sí. Tengo tiempo libre – no mucho, pensó – y me aburro, y nada me gustaría más que mejorar Midgar de una forma activa. Más de lo que ya hago, quiero decir.

Sirviendo un poco de té rojo en dos tazas, ambos se sentaron el uno junto al otro en un viejo y mullido sillón, mirando fijamente el humeante líquido que tenían entre las manos. Nadie dijo nada durante un buen rato, hasta que Edward, tras un sorbo, rompió el hielo:

- Tío Gerald…
- Dime – no había prestado demasiada atención a la palabra “tío”
- Me alegro de que estés bien.

“Yo también, Edward”. Las palabras quedaron ahogadas en la garganta, sumidas en los pensamientos. “Yo también”.