viernes, 26 de septiembre de 2008

139

"Konban-wa... oh, vaya... ¿me ha oído?

Qué curioso. Normalmente nadie me escucha. Y eso que podría narrar tantas maravillas... pero seguro que está ocupada y no desearía distraerla de sus quehaceres...

¿Que no lo está? ¿Que me oirá encantada? ¡Sugoi! ¡Acomódese entonces!

¿Por dónde empiezo? Bueno, como es evidente por mi ropa y mi aspecto, yo no nací aquí, en... Midgar, creo que se llama esta ciudad. Vengo de un sitio distinto, que me atrevo a suponer es mejor que esto, al menos de lo que he visto. No, yo nací en Wutai, y la verdad es que fui muy deseada.

Mi padre era un famoso y habilidoso artesano, aunque la gente lo llamaba artista. No había más que ver sus obras para darse cuenta de que era verdad. A él le debo esta piel tan blanca, estos labios rojos y estos finos rasgos... oh, perdón, a veces tiendo a alabarme demasiado... como decía, mi padre estaba muy orgulloso de mí. Presumía ante sus colegas y amigos de mi belleza y perfección. Mandó hacer para mí los vestidos más exquisitos y los adornos más intrincados, labrados en jade montado sobre oro rojo.

No me mire con esa cara, se lo ruego. Le aseguro que no miento.

Los días pasados en la gran casa de mi padre fueron felices. Me encantaba observarle cuado se tomaba su té del anochecer, con las puertas de papel de arroz abiertas de par en par para mostrar su hermoso jardín bañado por la luz anaranjada de poniente y el aroma a jazmín en el aire. En esos instantes él alcanzaba la Ochitsuki Ochii... lo que ustedes traducirían por "Gran Serenidad", y las arrugas de su rostro se ablandaban dulcificando su apecto, con sus cabellos de blanco lirio y su hakama azul oscura. Así lo recuerdo siempre que pienso en él. Lo extraño tanto...

No, le agradezco su preocupación, pero no voy a llorar. Una dama educada sabe cuando debe contenerse.

Fue en primavera cuando llegó el día que a todas nos llega de dejar el hogar paterno en brazos de otro hombre. Él era un noble señor, de porte arrogante pero de espíritu sensible, y quedó prendado de mi figura bailarina nada más verme. Ofreció a mi padre todo cuando poseía a cambio de mi humilde ser, y mi honorable progenitor leyó en los ojos del noble el ansia de fuego que había brotado en él, así como la sombra de la tristeza revoloteando de fondo, aguardando entrar en escena si la respuesta era una negativa. No tuvo corazón para negarse.

Así llegué a mi nuevo hogar, la mansión de Taichi-dono. Aunque estaba claro que no podía esperar yo otro destino, pues... ¿quién si no alguien de semejante categoría hubiera convencido a mi padre? Estaba escrito que acabaría en manos de un noble y rico señor, y tuve la suerte de que Taichi-dono me apreciase por algo más que por mi valor intrínseco. Estaba literalmente hechizado conmigo. Era capaz de contemplarme horas y horas con sus vivos ojos azabache, y llegó a escribir haikus sobre mí. Me dotaba de todas las virtudes. Era su hirameki, su musa. Ésa también fue una época feliz.

Hasta que comenzaron los males.

Me pareció que Taichi-dono en un par de ocasiones mencionó la palabra "guerra" para referirse a lo que estaba ocurriendo. Bueno, encerrada en casa, yo no sabía mucho, pero oía los rumores de los sirvientes y los extraños silbidos y lejanos truenos que más tarde supe que se trataban de explosiones. El noble Taichi-dono estaba tan triste entonces... no quedan hoy día hombres como él, ¿sabe? Y si no, fíjese en ése de ahí, hace falta tener mal gusto para ponerse a admirar a esa señora vieja de gran nariz en vez de a esta humilde narradora de usted, y no es que yo tenga nada contra la vejez... ya ve que yo también tengo mis años.

Oh, sí, pregunta usted por la guerra. Fueron tiempos terribles, se lo aseguro. Nadie en la mansión era capaz de conciliar un sueño tranquilo, y poco a poco los criados se marcharon... yo estaba muy angustiada por mi padre, hubiera deseado saber de su suerte, pero por supuesto, aquello era imposible.

Finalmente una noche la mansión de Taichi-dono fue atacada. Se declaró un pequeño incendio en el ala este y unos hombres con extrañas ropas penetraron en el recinto. Todo fue muy confuso, a mi alrededor reinaba el caos, y siguió reinando durante varios días de tenebroso cielo y estruendo de pasos y gritos. Pensé que era el fin y que tanto Taichi-dono como yo pronto seríamos enviados al Tenkai, pero me equivoqué.

A la guerra le siguió el saqueo, sin respeto ninguno. Las cosas fueron puestas patas arriba y mi humilde persona, tras dar muchos tumbos, acabó aquí, en Midgar, entre ignorantes incapaces de apreciar mi auténtico valor... ¿sabe que yo en realidad debería estar sobre la placa? Sí, sí, como se lo digo, pero aquí abajo nadíe sabe estimarme y aquí estoy, en un puesto miserable en una ciudad de gaijin que no me escuchan...

¿Cómo dice? ¿Que usted me llevaría si yo quisiera? Oh, eso podría ser fabuloso... es la primera que me ha oido desde hace tanto tiempo... ¿Que no cuenta usted con fortuna ni mansión adecuadas para mí? No se preocupe, pese a todo, yo reconozco en usted una princesa...

Vaya, vaya a por sus tomodachi que yo no me moveré..."


- ¡Malditos animales! ¡Largaos de aquí!-

Los transeúntes del emrcado pudieron observar cómo un grueso tendero de aspecto desaliñado imprecaba a varios gatos, aparecidos casi de golpe sin venir a cuento, que correteaban por su puesto. En su ir y venir, los mininos arrojaban mercancía al suelo, maullando todo lo que sus pulmones les daban. Los puestos vecinos también se vieron asaltados, y una estatua de una bruja quedó tumbada de lado entre otros objetos desparramados.

Con toda aquella algaravía, nadie se percató de la gata negra que saltó al puesto de figurillas exóticas de Wutai, agarró delicadamente con su boca una deliciosa muñeca de porcelana que representaba a una geisha y se escabulló sobre los escombros.

Y el agradecimiento del alma de la muñeca, que los humanos eran incapaces de oír (pero no así otras criaturas) hizo sonreír a Shinyoru.

A partir de ahora tendría una amiga (y un tesoro por el valor de miles de guiles) en su pequeño refugio.

- ¡¡¡¡Miyaaaaaaaaaaa...!!!!-

miércoles, 17 de septiembre de 2008

138.

- Nos vamos ya – dijo ella, con ese peculiar timbre de mujer y de niña.
- Os voy a echar de menos – respondió otra mujer mujer, de unos cincuentaitantos o sesenta años – Venid a visitarme cuando podáis, ¿eh? Bueno, a ti te seguiré viendo todos los días, Katthy – acarició la mejilla de la susodicha con ternura – pero tú ven por aquí de vez en cuando.
El aludido asintió, casi por cortesía.
- Y si tenéis algún problema o lo que sea…– siguió la mujer, incapaz de dejar ir a la pareja.
- Sí, tranquila, te llamaremos – interrumpió la chica, con una sonrisa tranquilizadora.
- No te preocupes, sabremos apañárnoslas – concluyó el chaval, son seguridad inquebrantable.
- Pues nada. Dadme un par de besos.
Los dos hermanos, copias casi iguales del mismo canon en masculino y femenino, se turnaron para despedirse de la que había sido como una madre para ellos en los últimos dos años y medio. A punto de cumplir los diecisiete, los gemelos habían decidido que era hora de tratar de vivir de forma independiente por primera vez. Aún en los suburbios la vida era difícil y lo único que podían permitirse con sus sueldos era un pequeño apartamento en el Sector 6. Pero saber que ellos eran los que iban a dirigir sus vidas desde ahora les animaba.
Saludaron desde la calle a Alaina, que había salido a la puerta a despedirlos, con congoja y desazón. Llevaban sus escasas pertenencias con ellos y algunos regalos de parte de la mujer para su nuevo hogar.
Katthy cogió la mano de su hermano, como solía hacer siempre que iban a alguna parte. Agachó la cabeza, dejando que su dorada cabellera cubriera los ojos grises.
- Paris… estoy algo nerviosa. ¿Tú no?
- Algo sí. Pero es lo que siempre quisimos ¿no? –la animó él, con tono amable.
- Sí, pero no es lo mismo decirlo que hacerlo – soltó una risita nerviosa, aunque sus ojos parecían más tranquilos ahora.
Paris la trajo hacia así, entrelazando sus dedos con los de ella.
- Anda tonta, no te preocupes, ya verás como todo sale bien. Esta vez sólo estamos tú y yo. Y nadie más.



- No arañes la puerta. ¡Eh! ¡Chst! ¡Quieto! Te dejo fuera, ¿eh?
Etsu observó a su dueño con esa expresión que parecía una enorme sonrisa, con la lengua colgando. Su mirada castaña volaba desde los ojos del hombre a la llave metida en la cerradura de la puerta, esperando oír el sonoro “clic” que significaba “estamos en casa”.
- No me mires con esa cara de gilipollas – soltó el tipo, con lo que pretendía ser una mueca seria, deformada por una mal disimulada sonrisa.
El perro se sentó, relamiéndose con lo que parecía ser indignación, aunque no tardó en adoptar nuevamente esa extraña sonrisa canina.
Finalmente la llave giró y la puerta se abrió, Etsu entró rápidamente, colándose por el resquicio bajo el brazo del hombre, lanzándose contra su -porque era ya era suyo por derecho- butacón, restregándose contra él y dando vueltas.
Kurtz entró detrás, con algunas bolsas de la compra en la mano y el periódico del día en la otra. Entre las noticias de la mañana con el clásico debate “científico” sobre el meteorito, se encontraba una pequeña reseña a un asesinato que parecía obra de “Blooder”. No había demasiada información ya que, probablemente el hecho se hubiera dado justo antes del cierre de edición, pero la misma columna prometía más información para la edición de la tarde.
El turco frunció el ceño, el bastardo cabrón que casi se carga a Yvette. La sardónica chica, con su explosivo temperamento y afilado carácter le había caído bien, había demostrado tener más cojones que los pijos de la nueva generación de turcos, y lucía sus cicatrices con orgullo...
Un estridente tono irregular rompió el cómodo silencio de la casa. Esperaba que no fuera Jacobi arrancándole de su día de descanso por culpa de la “reaparición” de Blooder, aunque no estaba seguro de que el del asesinato del periódico fuese él…
Miró la pantalla del PHS y se sorprendió aunque no demasiado, después de todo esperaba esa llamada, aunque quizá no tan temprano.
- Dime.
- ¿Estás en casa? – preguntó la voz algo cansada.
- ¿En mi día libre y a las once y diez de la mañana? – inquirió sarcástico el turco.
- No sé. ¿Has paseado ya al perro? – continuó antes de que Jonás pudiese responder nada – Voy de camino al Sector 1 pero antes quería mirar algunos puestos del Mercado Viejo.
Kurtz encontró la situación más que sospechosa. Se tardaba menos en llegar al Sector 1 desde el 6 atravesando el 7 y el 8. Comprendía que alguna gente diera todo el rodeo, temerosos de cruzar el derruido Sector 7, pero un saltimbanqui con un pincho de 30 centímetros no tenía excusa. Y su último pensamiento le hizo caer en la cuenta.
- Vamos, si no estás ocupado o lo que sea…
- Nah, el perro tiene ganas de salir – dijo esto observando al aludido, que le devolvía la mirada con la cabeza entre las patas delanteras, cómodamente acostado en su butacón
- Te veo en el mercado.
Tras la respuesta afirmativa al otro lado, Jonás dio a la tecla de colgar, aún con sus ojos castaños enfrentados a los del can, en una guerra interna que no estaba dispuesto a perder ninguno de los dos.
- Vamos. – le ordenó, cogiendo la correa del mueble cerca de la puerta.
Etsu se enroscó más en el butacón, bandera de su negativa. Kurtz caminó hasta él con determinación, haciendo al perro recostarse, con una actitud preventiva.
- VAMOS – repitió.
Casi nariz contra nariz, el perro se dio por vencido y bajó del butacón, aunque aún dio algo de guerra para dejarse atar. Pero, después de abrir la puerta de casa, su humor cambió y parecía más animado.


La calle del mercado estaba abarrotada, los domingos eran un día especialmente ajetreado y una multitud se agolpaba frente a los puestos, ojeando libros ajados, muebles antiguos y algunos, como el objetivo que buscaba su mirada, se entretenía observando armas de la vieja Corel.
El perro tiró de la correa al reconocer al chico, acelerando el paso del amo con él. Llamó su atención empujándole con las patas delanteras acompañadas de algunos gemidos.
- ¿Qué pasa contigo, enano? ¿Qué pasa? – le saludó Paris, con un tono infantilizado, mientras se agachaba para rascar al can tras la oreja, que lanzaba lengüetazos esperando que alguno llenase de babas la cara del chaval.
- ¿Y esa ronquera? ¿Tanto te hizo gritar? – bromeó el turco con una sonrisa torcida.
- ¿Eh? No. Han dio un concierto, no corearle habría estado feo.
El chico se levantó hasta quedar a la altura de su compañero, quien se fijó en la contusión en el pómulo derecho que ocultaba la cicatriz marca de la casa.
- ¿Y ese puñetazo también te lo dio Han?
- No, esto fue ella – respondió el más joven rozando con un par de dedos la zona, ya no tan hinchada como lo estuviera hacía no tantas horas.
- Apuesto a que fue bien merecida – le restó importancia Kurtz, haciendo uso de una extraña psicología inversa, mientras tiraba de la correa para poner en marcha a Etsu, que se había sentado a la espera de algo de movimiento.
- No. No, bueno a ver, sí. Más o menos.
Jonás guardó silencio, observando de reojo al chaval, que buscaba las palabras y algo de claridad mientras se echaba el pelo hacia atrás.
- Sigo sin comprenderlo del todo, pero al parecer no fui demasiado atento cuando ella hablaba conmigo.
- ¿Cuál es tu concepto de “no ser demasiado atento”? – preguntó el turco, haciéndose una imagen mental no demasiado desencaminada.
- El mío no, el de ella. Yo atento estaba, pasa que no hablé demasiado – Paris recordó los “26” monosílabos que ella había contado- Supuse que iba a lo que iba así que le seguí la corriente. A parte, ¿qué le dices a una tía como esa?
- Joder, yo qué sé – Jonás se paró frente a un puesto de artesanía de Mideel, tomando una figurita de madera de una bruja entre las manos, observándola distraídamente - Le das coba, le ríes las gracias, elogias su ropa o cualquier chorrada que lleve – hizo memoria para buscar en el banco de su mente alguna escena de película clásica.
Paris no dijo nada, le parecía una chorrada pero aún así lo meditó, después de todo ¿qué sabía él?
- También podías haberle preguntado a Rolf. Dijo que andaría por ahí. –el turco dejó a la bruja de enorme nariz en su sitio antes de seguir caminando hacia el próximo puesto.
El chico bufó, recordando lo que Yvette había dicho sobre él: “probablemente esté buscando su cuarto polvo de la noche”.
- Rolf tenía sus propios problemas. Como para ir a preguntarle chorradas – se sintió ligeramente avergonzado por la idea de depender de otro – De todos modos, el tema ya está solucionado.
Paris cruzó la estrecha calle para llegar a un puesto al otro lado, interesado por un puesto de utensilios de cocina de Wutai. Etsu lo siguió y Kurtz a él.
- Esto sí que es un pincho como dios manda – dijo Scar, cogiendo un cuchillo ancho y largo, de filo aserrado – Con esto cortas una lata de cerveza y aún queda perfecto para trocear un tomate sin que se chafe.
- Pareces la teletienda – bromeó el más joven – Mira, el pelador se parece a tu navaja nueva – indicó con la herramienta en la mano que, efectivamente, tenía un diseño ligeramente similar al de la navaja táctica del turco.
- Por eso nunca es bueno meterse con un cocinero de Wutai. Lo mismo te prepara un pato a la banora blanca de puta de madre que te rebana el cuello.
Jonás observó un momento a su compañero, que comprobaba el equilibrio de uno de los cuchillos.
- ¿Solucionado en qué sentido? – inquirió, retomando el tema que había quedado en el aire. La verdad es que si le dijera aquello de “sufrió un pequeño accidente” no le sorprendería tanto como debiera.
- Aclaramos las cosas – el turco no dijo nada, dando espacio al chico para seguir- Charlamos, nos conocimos un poco, vaya.
- ¿Sólo? Es decir, ¿la princesita del fetichismo y la extravagancia te lleva a una cita bajo chantaje y sólo charlasteis?
- No eres el primero en decir eso – rió el joven, hecho que perturbó al turco quizá más que lo tranquilo de la cita – A mí me sorprendió un poco después de lo que un amigo de ella me hablase sobre su reputación. En estos temas me pierdo, pero pese a todo lo que se dice de ella creo que es buena tía.
Paris calló, sopesando sus últimas palabras, aunque el hecho de tener un cuchillo entre las manos no era la más tranquilizadora de las escenas. Dejó el utensilio en el mostrador, luego con un gesto instó a su compañero a visitar el próximo puesto.
- Eso no lo niega nadie – “nadie que la conozca” matizó para sí mismo el turco – Entonces, ahora que sois amigos, volveréis a salir, ¿no?
- Nadie ha dicho que seamos amigos – se apresuró a aclarar el más joven- La acabo de conocer, apenas sé nada de ella. No es como contigo.
- ¿Conmigo? ¿Qué pinto yo en todo esto?
- Joder, que tú y yo ya nos conocemos.
“Así de aquella manera” pensó el turco aunque no se pronunció.
- Es decir, a ver – el chico parecía incómodo- como ahora, hay la suficiente confianza como para llamarte sin venir a cuento y charlar un rato. He estado en tu casa de pachorra y conozco a… - se interrumpió antes de cometer el error de decir “tu novia”, por suerte la bola de pelo negro andaba cerca- tu perro.
Un sentimiento de incomodidad se paseó entre ambos hombres, quienes no dijeron nada, en una especie de pacto silencioso, porque a veces el silencio decía más que las palabras y era menos bochornoso. Jonás terminó por esbozar una de esas sonrisas torcidas suyas, destruyendo la tensión del momento y dejando respirar de nuevo al chico. Una pared invisible se había roto para ambos y hablar ahora parecía más fácil.
- Aún así, no creo que tenga nada de malo que salgas más veces con Yvette, si os lleváis bien…
- Creo que… primero tengo que poner algunas cosas en orden. Necesito tiempo para…
- ¿Para qué? ¿Salvar Midgar y todo ese rollo? Nada te impide llevar una vida normal mientras lo haces. No seas imbécil, coño.

- Midgar es un lugar bonito después de todo.
- ¿Qué dices? Hablas de una ciudad que oculta su pobreza bajo una placa. Toda la gente de esta ciudad está podrida.
- No todos. Hay gente buena, como Alaina.
- Esos son los que menos. Kattherinna, tú lo sabes.
- Ya. Pero ¿No te gustaría cambiar el mundo?
- No aspiro a metas tan altas. Me conformo con una vida tranquila.
- Una cosa no quita la otra. Podrías ser como uno de esos superhéroes.
- Me gustan más los villanos.


- No es sólo eso – dijo finalmente Paris, que había quedado unos pasos más atrás – Es más… complejo. No quiero que nada enturbie mi cometido, ni olvidar por qué lo hago.
Scar se sonrío, viendo un filón del que tirar tan desprotegido.
- ¿Y por qué lo haces?
- Por Kattherinna – la respuesta fue automática.
- ¿Qué pasa? ¿Hiciste un trato con el demonio? ¿Si matas tantos malos te la devolverá?
Un silencio tenso se abrió entre ambos, tan denso que podría cortarse con un cuchillo. Kurtz se sentó en el pequeño muro que delimitaba el Mercado Viejo, unos metros más allá se alzaba el portón del Sector 1.
- Eres un hijo de puta.
- Oye, lo siento, no quería pasarme, pero las cosas como son.
- Ha sido muy bajo.
- Entiende una cosa Paris: Cuando limpias tu casa lo haces para vivir en una casa limpia.
Kurtz se levantó del muro, estirando el brazo hasta apoyar la mano en el hombro del chico, quien la miró como si de una víbora se tratase. Lanzó una mirada fulminante al turco, que la recibió con el semblante serio.
-No te lo digo a mal – eso era lo más cercano a una disculpa que había oído al turco. Sus ojos le decían que no mentían.
Observó nuevamente la mano sobre su hombro, ya no tan incómodo como intrigado, aunque parecía algo que los tíos solían hacer con frecuencia no había entendido su significado, aunque ahora, con las palabras Jonás parecía tener algún sentido.
Kurtz notó cómo la tensión del chico se diluía para pasar a un estado más parecido a la resignación o al abatimiento. Apartó su mano, aunque siguió de pie.
- No lo hago para mí. Mi egoísmo ya me ha hecho cometer demasiados errores y no quiero que se repitan –confesó Paris, con determinación pese a lo decaído que parecía hacía un momento.
El turco observó al chico con una expresión indescifrable, casi como si el tema que tratasen fuese el tiempo.
- Tú mismo – dijo al fin, volviendo a sentarse- Aunque no dar nada a los que se interesan por ti también es egoísta. – Jonás se encontró extraño diciendo estas palabras.
Casi sin quererlo había recuperado el hilo anterior al pequeño incidente.
- ¿Tú crees? Nunca lo había visto así – Paris hizo gala de un inusitado gesto de ingenuidad, que le recordó al turco que el niño no era más que eso, un niño.
En la mente del chico muchas cosas empezaron a cuadrar. Comprendió, o eso creía, el enfado de la turca, y pensó que tenía que empezar a hacer las cosas bien.
- Creo que… - el chico se sentó en el mismo muro, dejando un espacio de cortesía entre ambos, espacio que Etsu se encargó de rellenar, abofeteando con la peluda cola tanto a uno como a otro.
- ¿Mmmh?
- Tendría que llamarla, ¿no? A Yvette – un cosquilleo corrió por su brazo empezando en la mano y hasta llegar a la nuca. Tenía la impresión de que era la primera vez que pronunciaba su nombre, hasta ahora sólo había usado pronombres.
- ¿Ahora?
- No, ahora no. Supongo que estará durmiendo. Me refiero a un día de estos.
- ¿Para disculparte?
- Creo que se lo debo. No sé, aunque al final estábamos de buen rollo ahora me sabe mal haberme portado así con ella.
- Pues no sé qué me cuentas si lo tienes tan claro – Jonás habló mirando al perro como si se lo estuviera diciendo a él. Etsu le devolvió la mirada con seriedad, luego buscó su mano para recibir alguna caricia.
Ambos hombres se quedaron en silencio un rato más. Finalmente Paris se levantó, Kurtz observó al chico, que parecía tener la intención de hablar pero aún no se había pronunciado. El asesino finalmente encaró al turco, clavándole los fríos ojos azules.
- Gracias.
La palabra era sencilla y muchas veces usada por mera cortesía, pero Jonás comprendió: no le agradecía sólo la charla, el consejo, sino también el gesto que había tenido con él, pese a haberle tocado la fibra sensible de mala manera no se lo tenía en cuenta.
El veterano asintió, dejando claro su mensaje. Esto era lo que se debía hacer, lo que un amigo debía hacer. No había nada que agradecer.
Etsu no pensaba lo mismo y se tiró a Paris en busca de su recompensa por su segundo paseo de la mañana.
- Sí, sí. No me olvido de ti. Tú sí que eres un egoísta, todo tiene que ser tú – le decía entre dientes, bromeando y provocando al perro para que ladrase. Algo que no tardó demasiado en hacer.
- ¿Vas a ir a dormir de una vez? – le preguntó Kurtz, que no había pasado por alto la voz cascada y los ojos ligeramente oscurecidos y sanguinolentos debido al cansancio.
- Nah… estoy desvelado, hasta dentro de un rato no me entra el sueño otra vez.
- ¿Entonces? – inquirió nuevamente, temiéndose otro retraso en su agenda del domingo planificada para ver el combate de boxeo que había grabado la noche anterior.
- Dije que iba al Sector 1 y era verdad. Hay otra persona a la que tengo que pedir disculpas.
- ¿Otra chica? Como se entere Yvette… – puteó el turco
- Ella tiene a sus esclavos y yo no digo nada – Paris se sintió desconcertado por su propia respuesta y en la cara del turco vio reflejado el mismo pensamiento que se le había pasado a él por la mente - ¡Vete a la mierda!
Scar rió ante la reacción y el delator sonrojo del chico, que se encaminó definitivamente al Sector 1.



Aquella casa seguía tal como la recordaba, en la zona más ancha del Sector, cerca del límite donde terminaba la placa, desde el pequeño terreno que circundaba la edificación unifamiliar se podía ver, en el horizonte, el cielo. Sintió un escalofrío, no le gustaba demasiado esa zona tan abierta. Tras la verja de hierro repujado había unos columpios que sin duda habían visto mejores tiempos. Aún así, se notaba la diferencia de este Sector con respecto a los demás: no sólo era más tranquilo sino que se apreciaba una mayor renta per capita.
Llamó a la puerta, con un timbrazo peculiar que simulaban campanillas. Esperó un poco, algo nervioso por la reacción que suscitaría su presencia allí. Al fin una dama mayor abrió la puerta, con los ojos ocultos tras unas minúsculas gafas de lectura, la media melena entrecana recogida en esos rizos de abuela estándar y chaqueta de punto sobre un vestido sobrio.
- ¡Paris! – exclamó - ¿Pero qué haces aquí, cariño? Pasa, pasa. ¡Que alegría que vengas!
Le estampó un beso en cada mejilla una vez lo tuvo bajo el umbral.
- Ya era hora de que te hiciera una visita – dijo él, con un tono distendido y familiar poco usual en él.
- ¡Ay sí, niñín¡ Ya era hora. Siéntate, ¿Quieres tomar algo? Pareces cansado, ¿Desayunaste? ¿Te preparo un desayuno?
- Algo de beber no me haría mal – sugirió él, colgando la cazadora del perchero, a tiempo de ver como la mujer sonreía y desaparecía por la puerta de la cocina.
Todo seguía como siempre, desde el olor de las camelias de Kalm hasta los muebles de caoba de Corel, los mullidos sofás estampados con flores, los tapetes de ganchillo, las lámparas bajas. Aquella casa, según le había contado Alaina, llevaba allí desde antes de la construcción de la placa superior, era la casa de los padres de su difunto esposo, su hogar, donde tanto él en su infancia como más tarde sus hijos se habían criado. El puro apego emocional era lo que impedía a la mujer abandonarla, aunque tuviera recursos suficientes para permitirse una vida cómoda sobre la placa.
Sólo había una cosa que Paris echaba en falta en la decoración de la casa, y era esa bola de pelo blanca con patas grises llamada “Carbonilla” a la que tantas y tantas veces había deseado estrangular.
- ¡Ay! Pero siéntate, hombre – espetó Alaina, al verlo vagando por el salón, asomándose por la escalera que llevaba al piso superior.
- Buscaba al gato –se excusó él, cruzando a zancadas el trecho que le separaba del sofá.
- Ah, anda por ahí buscando ratas, ya aparecerá.
La mujer irrumpió en la sala con una bandeja con una tetera, dos tazas vacías, un vaso de leche, y otro de zumo de uva, pastas, y bollería variada. Paris hizo el amago de levantarse para ayudar pero la dama le indicó que se quedara quieto en su sitio.
Depositó su carga sobre la mesa de centro, comprobándola antes de tomar asiento en un butacón frente al chico.
- Si quieres otra cosa dímelo.
- No, tranquila. Gracias.
Alaina tomó la tetera y una taza ofreciéndosela a su invitado, quien la rechazo, el té no era su fuerte. La llenó para sí y la retuvo en sus manos, percibiendo el calor del líquido.
- ¿Cómo va el trabajo? – preguntó ella, rompiendo el silencio de cortesía – Pareces cansado.
- Ah, no, esto – indicó él al desgastado físico que lucía - No es por el trabajo. Ayer salí con unos amigos – mintió, para evitar preguntas incómodas.
- ¡Oh! Eso está bien – se alegró la mujer al oír la combinación “salir” y “amigos”, dos palabras que nunca atribuía a su chico. Aunque la preocupación también se infiltró en la ecuación – Beber una copa de vez en cuando está bien, mientras no se convierta en costumbre.
Paris captó esa manera encubierta que tenía Alaina de hablar de los temas delicados, como había hecho siempre. Se sonrió.
- No, yo no bebo –la tranquilizó- Bastante tengo con las copas que sirvo.
Ella también sonrió con cierta travesura, sabiendo que el chico había averiguado su técnica.
Paris se apartó el cabello de la cara para evitar tragarlo junto al zumo, descubriendo la magullada mejilla izquierda.
- ¡Ay! Qué golpe más feo tienes ahí, espera que le ponga algo de hielo.
- No hace fal… - dejó la frase a medio acabar ya que la pizpireta mujer ya había volado hasta la cocina.
Al poco volvió con una bolsita cargada de cubitos de hielo, que posó con delicadeza sobre la afectada mejilla, que ya no dolía salvo cuando la tocaban.
- Uy, ¿Y este pendiente? No es el que te regaló Kattherinna ¿O sí?
Alaina comprobó ambas aros, uno era liso y de acabado mate, el otro, sin embargo, estaba grabado y ornamentado, con un brillo afable.
- No – admitió él. Kurtz ni tan siquiera se había fijado en un detalle tan nimio, pero estaba claro que las mujeres sí se fijaban en esas irregularidades – Perdí el pendiente y una amiga – volvió a hacer uso de la palabra para ahorrarse preguntas más comprometedoras- me prestó uno suyo.
En realidad lo único que no era correcto era lo de “amiga”, pero tampoco le iba a dar a Alaina los detalles. La primera vez que Yvette le había golpeado el tirón desenganchó el arete y con todo el movimiento acabó perdiéndose. Más tarde, ella se fijó en que sólo llevaba uno y le dio uno de los muchos que perforaban sus redondeadas orejas.
Alaina se recostó, con una sonrisa pícara, sin duda la palabra mágica había sido “amiga”. Aún así, conociendo el carácter del chico no siguió por allí.
- Todavía me acuerdo cuando llegasteis tu hermana y tú los dos con las orejas perforadas. A ella le quedaban muy bien pero tú… ¡Te quedan… bien! –puntualizó- Pero en ese momento es que casi me da algo.
Paris también recordaba aquel día.

- Mira – dijo ella.
- ¿Mmmh?
- ¿Cómo que “mmmh”? ¡Mira!
Le lanzó la revista que estaba ojeando a la cara. Él se recostó en la cama y la miró sin demasiado interés.
- Pendientes. ¿Y?
- Me gustaría tener éstos – Kattherinna, sentada a su lado, señaló un par de diseño ecléctico, el mismo estilo que ella parecía estar siguiendo.
- No veo cual es el problema – él se volvió a acostar sobre la almohada, con los brazos tras la cabeza.
- Que todos los que me gustan requieren perforación. Éstos – se arrancó el par que llevaba, de pinza- se caen con menos de nada.
- Pues la solución es evidente. Un pinchacito con una pistola y hala, a otra cosa.
- No, ¿en serio?- dijo ella con sarcasmo – Eso ya lo sé.
Él guardó silencio, sabiendo que había algo más y que no tardaría demasiado en decirlo.
- Tengo miedo de que duela mucho – su tono adquirió un matiz serio.
Paris entendía la preocupación de su hermana, lo que para él no suponía más que un cosquilleo o un pinchazo para ella podía convertirse en auténtica agonía. Ése era su “defecto de fábrica”, como lo llamaban entre ellos, del mismo modo que él sufría ataques de ira y cambios extremos de humor, ella oscilaba entre la hipersensibilidad y la inmunidad al dolor, con todos los problemas que esto conllevaba.
Él se recostó de nuevo, encarándola.
- Si de verdad quieres hacerlo, estaré contigo y me lo harán a mí también.
- ¿Qué dices? – ella rió, no demasiado convencida – A Alaina le daría algo, ya no le gusta que lleves el pelo tan largo – apartó un mechón de la cara de su hermano, que rozaba casi la mandíbula.
- Pfff… Son mis orejas, no las suyas.
- No tienes que hacerlo si no quieres, con que vengas conmigo me vale – apuntó Katthy, incapaz de hacer pasar a su hermano por eso por mero capricho.
- Junto a la melena, los pendientes son el primer paso para ser estrella del rock –bromeó él, tratando de aliviar la tensión.
Kattherinna miró a sus ojos gemelos un momento, con el rastro de una sonrisa desdibujada. Sabía que para Paris pasar por el mismo dolor que ella pasaba era la única manera de soportar verla sufrir.
Buscó su mano, y él se la tendió, cerrando el pacto.
- Luego si no te gustan yo no quiero saber nada – ahora fue ella quien bromeó.

Aquella misma tarde habían ido a una tienda de tatuaje y piercing del Sector 3. Para Katthy no fue tan agónico como esperaba, en realidad fue soportable. Casi se sentía culpable de que su hermano se los hiciese por nada. Mientras a él le perforaban ella se encargó de comprar unos pendientes de repuesto para cuando los agujeros sanaran, dudaba mucho que a Paris le gustase llevar esas dos bolitas doradas por mucho tiempo. Encontró los sencillos aros plateados, de superficie lisa la opción perfecta. “Simples” había dicho “como tú”.

- “Un hombre sólo llevará joyas de la mujer amada” –citó Alaina, recordando una de esas absurdas y arcaicas normas de etiqueta.
Aún así las palabras irrumpieron en la mente del chico como un relámpago, sintiéndose incómodo por el nuevo aro que colgaba en su lóbulo derecho. No le había dado más importancia al gesto de Yvette pero ahora se preguntaba si, después de todo significaba algo, parecía que el mundo no iba a dejar de sorprenderle con sus mensajes ocultos.
- Era bonita, ¿verdad? – dijo la mujer, casi de forma distraída.
- Mucho – respondió con aire ausente. A la mente de Paris acudió la esbelta figura de cabellera rubia y profundos ojos azul celeste.
Ni tan siquiera se percató de que Alaina observaba una foto de Kattherinna.

viernes, 12 de septiembre de 2008

137.

Luces resplandecientes pasaban fugazmente frente a mi, deleitándome con un estrambótico e incesante baile que me hacía marear.

Allí estaba yo, de nuevo drogado, sentado en un banco destartalado con las manos en la cabeza y los codos apoyados en las piernas. Me odiaba a mi mismo por volver a caer en las drogas, todas mis promesas habían sido apartadas a un segundo plano por culpa de un par de pastillas.

Las manos me temblaban y mi cuerpo se estremecía irregularmente; era como nadar en unas espesas y putrefactas aguas que intentaban inútilmente otorgarme placer…Cuando abrazas a la droga, es difícil dejar de amarla, ella te llama con sensuales palabras y te susurra en lo más profundo de tu subconsciente; “Quieres más…Quieres más…”

Todo empezó hace unos días, poco después de encontrarme a los matones de Blackhole (madre mía, ya solo con el nombre parece el malo de la película…)

Entonces me encontré aquella materia mellada, el comienzo de mi sufrimiento. Todo apuntaba a que era una materia sentir, salvo por el pequeño detalle de que con ella podía escuchar lo que pensaban las personas. Al principio parecía un disparate, estuve a punto de perder la cabeza (si es que no estaba ya loco) pero si dejaba a un lado aquella esfera las voces de mi cabeza desaparecían.

La noche anterior había decidido ser el cabrón más cabrón de todo Midgar y me prometí a mi mismo volver a la vida que Blackhole me quitó, así que le atribuí un gran valor a esa materia, podría servirme de mucha utilidad.

Pero al día siguiente seguía con las roídas y asquerosas ropas de mendigo y así no podía ir a ninguna parte, así que decidí pasearme por las calles bajo la placa de Midgar, a escuchar lo que pensaba la gente con la esperanza de poder timar a alguien.

-Ya que voy, cogeré algo para Szieska-dije mientras atravesaba un callejón camino del sector 4.

Los brazos me picaban y tenía la garganta seca, pero no quise prestarle atención; pronto pude escuchar el ajetreo de las calles transitadas. Lo tenía todo planeado, pero lo que ocurrió en ese momento me hizo pensar que la cabeza me explotaba en un espectáculo de sangre y cerebro, adornado con eslabones plateados de miles de pensamientos. Tanta gente allí…La materia parecía arder en el bolsillo de mi pantalón, suplicando un descanso ante tanto trabajo. Corrí hacia la puerta trasera del bar más cercano y solté un alarido de dolor.

-¡Iros, fuera de mi cabeza!-grité al cielo.

Era insoportable, quién iba a imaginar que bajo la placa había tanta gente pensando.

La vena del cuello se marcaba bajo la piel y palpitaba estremecida, como si mi cerebro necesitase un extra de sangre. Rápidamente metí la mano en el bolsillo y dejé caer la materia al suelo. Las voces cesaron de inmediato, yo estaba jadeando, de cuclillas con la espalda apoyada en la pared. La esfera vibraba con fuerza en el terroso suelo y emitiendo un pequeño destello amarillo. ¿cómo se supone que me iba a ayudar esa materia? Lo único que conseguiría con eso es matarme…Pero era algo muy valioso como para dejarlo allí tirado. Si los de SOLDADO son capaces de controlar la máxima potencia de un piro, yo tendría que ser capaz de manejar aquello.

-Eh-susurró una voz femenina-¿Estás bien?

Tardé en reaccionar, no levanté la mirada hasta que mi pulso volvió a ser normal, pero cuando miré a la mujer me llevé una sorpresa. En la penumbra de aquél pasillo, las farolas de la calle no me permitían ver bien su rostro, pero tenía unas curvas más que envidiables. “Corta” es poco para describir la falda que llevaba puesta, de un color carmesí y lentejuelas que lanzaban cegadores destellos, mostrando unas piernas delgadas y esbeltas que parecían gritar de dolor ante semejantes zapatos de tacón.

Por encima de la falda llevaba una blusa blanca, prácticamente transparente porque desde el suelo podía apreciar un sujetador negro. Su larga melena negra dejaba caer algún que otro rizo sobre los hombros, ofreciéndola un toque más sensual, y girando levemente en sus orejas había un par de pendientes de aro pequeños. Como ya he dicho antes, la luz del exterior no me dejaba ver bien su cara, pero en la oscuridad se apreciaban unos refulgentes ojos azules que daban a la mujer un halo misterioso que no más excitante. También brillaban ligeramente sus labios; de un tono rosado y un poco de brillo de labios, valga la redundancia.

No se que pensaría ella cuando abrí la boca, con el labio inferior adelantado cual estúpido, y balbuceé algo sin sentido. Sin duda aquella mujer era de algún “club nocturno” o algo similar, pero había algo en ella que me resultaba irresistible. Entonces, moviendo a tientas la mano izquierda, cogí la materia y las voces invadieron mi mente de nuevo. Pero esta vez era diferente, estaba excitado (por no decir “ardiente”) Deseaba saber lo que pensaba aquella mujer, que impresión tenía de mi y, con suerte, saber si podría hacerme un “favorcillo”.

Como acabo de decir, esa vez era diferente, sabía lo que tenía que hacer; aparté de mi mente todo lo que no me servía: “brindemos de nuevo…” “Esta noche esperó dormir acompañado…” “¿Has traído lo que te pedí?” “¡Por favor no me pegue!” Todo eso no me concernía así que lo hice desaparecer, y mi cabeza lo agradeció, toda la marabunta de pensamientos se redujo a la mitad. También noté otra utilidad, y es que dependiendo de lo que la gente pensaba, podía intuir dónde estaban. Varios de los pensamientos se reducían a gemidos y gritos de placer y, aunque parecía sugerente seguir escuchando, aparté a las personas que disfrutaban en la cama de su amado/a. Tras quedarme con asuntos de amores, prostitutas y vagabundos, pude escuchar lo que parecía el pensamiento de aquella muchacha (porque parecía bastante joven)

“¿Pero qué le pasa a este tío? Oh, vaya, no sabía que podía haber vagabundos tan guapos…¿Qué le habrá pasado?

Me estremecí al escuchar eso y rápidamente hurgué en mis amplios bolsillos de pana roída. Para mi sorpresa encontré diez guiles en el bolsillo trasero así que me levanté con rapidez.

-¿Quieres tomar algo?-dije yo tembloroso. La verdad es que aceptar una oferta así de un vagabundo desconocido era un bastante improbable, pero yo lo intenté.

“Vaya, eso no me lo esperaba, pero si me va a invitar a una copa no le diré que no”

-Como quieras-contestó ella, pero yo ya sabía la respuesta de antemano.

Ambos salimos de aquél estrecho pasadizo y nos dirigimos a la puerta de ese mismo bar. Ella iba delante y de nuevo ese extraño impulso bullía en mi al ver moverse esas caderas. Muchos lo interpretarían como lascivia, pero para mi era algo más, algo que no llegaba a comprender, como alguien que anhela algo que desconoce o el niño que termina por coger algo que le han prohibido.

Una música estridente retumbaba entre las calles, perdiendo fuerza por el camino y terminando en un grave e incesante murmullo. Eché un vistazo, buscando el origen de aquél torrente de melodías, pues del bar no provenía. Un poco más alejada, había una nave industrial; viviendo en la calle no era muy difícil no haber oído hablar de aquél lugar, todo se resumía en cadenas, fustas, cremalleras y gente enfundada en cuero bailando continuamente. Cuando eché un vistazo a lo lejos había dos personas: una mujer y lo que parecía un hombre vomitando todo el alcohol ingerido durante la noche, transformándolo en una asquerosa mezcla de tono anaranjado.

Al abrir la puerta una corriente de aire caliente me golpeó y se podía apreciar el amargo olor de sudor y suelo pegajoso. Era un bar poco frecuentado, ganaba los suficiente como para pagar el alquiler y poco más, pero eso me reconfortaba; sólo había dos hombres en la barra tomándose unas cervezas, con la cabeza hundida, absortas en sus solitarios pensamientos. Nadie nos miró al entrar pero nosotros tomamos asiento en unos mugrientos taburetes. Golpeé la madera barnizada de la barra con las monedas, con el fin de llamar la atención del camarero, pero él me ignoró por completo. No le guardo rencor, ver entrar en tu bar a un vagabundo acompañado de una mujer como ella…

Entonces ella levantó el brazo y chascó los dedos.

-¿Nos atiendes por favor?

El camarero, que en ese momento estaba secando unos vasos, no puedo resistirse al guiño que le ofreció y, echándose el paño al hombro, se dirigió hacia nosotros.

-Ponme una cerveza y…-dijo ella señalándome con un dedo.

-Otra para mí.

El camarero, mientras echaba el líquido en un par de vasos de cuello alto, me obsequiaba con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados. No pude evitar coger la materia e intentar escucharle. Esta vez no me costó mucho, apenas había gente en el local, así que pronto descubrí sus pensamientos.

“En mi vida ha entrado una mujer a mi bar y ahora lo tiene que hacer acompañada de un puto mendigo…La suerte nunca ha sido lo mio”

No pude evitar una ligera risa y el hombre entrecerró más aún los ojos, sin darse cuenta de que la espuma de la cerveza se desbordaba en los vasos.

Cuando volvía, yo me dispuse a entregarle todo el dinero que tenía en mis manos, pero una mano suave y delicada me lo impidió.

-Tranquilo, no hace falta que lo pagues tu. Por cierto, ¿Cómo te llamas?-dijo ella mientras sacaba un monedero del bolso y pagaba al dueño del bar.

De mala gana nos sirvió los vasos completamente mojados y volvió a su oscuro rincón, cerca del aparato de música. Empezaron a sonar una serie de canciones de Death Metal, estas versiones instrumentales y relajadas.

-Yief Vanistroff-dije yo asombrado ante tal pregunta; esto parecía estar yendo bastante bien.

-Yo Lucille Kingston- y dicho esto me dio dos besos de bienvenida. Yo me quedé petrificado, tenía la ligera esperanza de conseguir algo con ella, pero esa esperanza la encontraba tan remota…Llevaba días sin afeitarme y el contacto de sus labios me hizo estremecer-No pareces el típico mendigo, tu cara me suena de haberlo visto en algún sitio.

Era un shock después de otro, por la cabeza pasó fugazmente la idea de que aquella mujer conociese a mi familia, o que hubiese estado con ella en una noche loca; Todo parecía tan irreal...Propio de una película romántica. Mujer conoce a vagabundo, comienzan a charlar en un bar, se enamoran, ella descubre quién es en realidad y juntos consiguen superar todas las adversidades, formando una familia y siendo felices para siempre. Toda una película se había formado en mi mente y en un arrebato estúpido deje de pensar en eso por si acaso ella también podía escuchar mis pensamientos. La idea de que Lucille fuese una prostituta se esfumaba de mi cabeza por momentos; su ropa así lo sugería, pero su comportamiento decía lo contrario y tampoco llevaba un kilo de maquillaje como suelen hacer las del oficio, es más el escaso brillo de labios y una ligera sombra de ojos era lo único que llevaba. Es difícil de ver, pero siempre he pensado que hay buena gente en Midgar, personas que te ayudan sin pedir nada a cambio, que no está metida en ningún asunto ilegal, etc.

-No creo-respondí yo dando un sorbo- Me habrás confundido con otra persona.¿Y tú que haces por aquí a estas horas?-me atreví a preguntar.

-No te ofendas, pero no me apetece hablar ahora mismo de eso-murmuró ella; acto seguido se bebió la cerveza de un trago y pidió una copa de vodka.

De nuevo me quedé en un estado de semiinconsciencia, abobado por la abrumadora belleza que irradiaba Lucille. Entonces me imaginé a ella paseando por una calle cualquiera; sería un sacrilegio no pararse y quedar prendado de ella, no quedar hipnotizado bajo esos increíbles ojos azules. En ese momento la quise sólo para mi, envidié a los hombres que podrían haber estado con ella y odié a los que en un futuro podrían acariciar su piel.

Ni siquiera se cuánto tiempo estuve mirándola fijamente, pero ella se dio cuenta y los colores ascendieron hasta los pómulos, sumiéndola en un soporífero momento de vergüenza.

-¿Qué te ocurre?-dijo ella observándome de reojo.

-Lo siento, es que me recuerdas a alguien-una sensación de deja vù invadió mis sentidos-Sí, me ocurre lo mismo que a ti.

Y por primera vez ambos nos reímos. El camarero lanzó un vaso contra el fregadero y uno de los zombis que bebían cerveza levantó ligeramente la cabeza.

-¿Perdona, puedes poner algo de jazz?-pregunté al camarero. En un primer momento pensé que me iba a echar del bar o se iba a abalanzar sobre mi para luchar como hombres por la fémina , pero finalmente murmuró algo inaudible e insertó un disco en el destartalado reproductor. El local mejoró increíblemente con el sonido de la nueva música y creo que el dueño del bar se dio cuenta de ello al elevar el oído derecho, como si no supiese cómo había llegado ese disco hasta allí.

-Vaya, ¿te gusta el jazz?- me preguntó asombrada.

-Entre otras cosas…¿A ti también?

-Me ayuda a relajarme…Definitivamente tu no puedes ser un mendigo, son cosas dispares. Hablas bien, eres educado, te gusta la buena música…¿Algún día me contaras quién eres en realidad?

-Oh, eso significa que nos veremos más de un día ¿no?-actué yo de manera rápida y perspicaz. De nuevo ella profirió una ligera carcajada-Entre tu y yo, soy un hombre rico, pero me apetecía probar este mundillo-Proseguí guiñándola un ojo y pasándome una mano por mi corta y grasienta melena- Y tú…¿me contarás algún día qué hacías a estas horas por la calle?

Volvimos a reírnos, y yo creo que la cerveza me había hecho algo de efecto. Era como una especie de juego en el que nos devolvíamos la pelota con tal de sacar algún tema de conversación.

-Hagamos una cosa, ¿Por qué no nos reunimos aquí todas las semanas?

Sólo la idea me dio un escalofrío de placer así que asentí rápidamente con la cabeza como un bobo.

Estuvimos allí largo tiempo, hablando sobre temas banales; música, literatura...Por un momento me imaginé a mi mismo siendo un gran escritor, hablando con Lucille, una gran amiga y profesora de un colegio exquisito, de todos los temas que nos gustaban. Pero aunque hube vuelto del mundo utópico de los sueños, la situación en la que me encontraba no me desagradó del todo.

Entonces me di cuenta de que aunque apenas nos conocíamos, estaba siguiendo con Lucille el camino de los buenos amigos y por un momento me sentí confundido. En mi interior comenzó una batalla encarnizada llena de confusión y algarabía; no sabía si quería seguir ese camino o por el contrario me había enamorado de ella…

Por un momento me sentí mareado y un nombre quiso gemir entre la mezcla de pensamientos que embotaban mi cabeza: Szieska. ¿Qué había pasado con ella? Llevaba días sin verla y creía estar profundamente enamorado de ella, pero nada más ver a Lucille todo sentimiento de amor se había esfumado. “Lucille por lo menos tiene dinero…” decía una parte de mi, “Pero Szieska y yo somos iguales” decía la otra.

Entonces comprendí la fatal confusión que se había montado en mi cabeza. Volví a mirar fijamente a Lucille y lo comprendí…Eran diferentes en cuanto a comportamiento, movimientos, gestos, etc. Pero no había duda de que entre Lucille y Szieska había un parecido razonable; el color del pelo, el ángulo de la mandíbula, la forma de la nariz…Aunque Szieska tenía los ojos de un azul intenso y los de Lucille eran de un pálido cegador.

-De acuerdo-murmuré yo totalmente ausente.

-En casa creo tener ropa que mi hermano ya no usa, el próximo día la traigo-me ofreció ella. El gesto por su parte era inmenso, pero esas cosas siempre me han parecido que discriminan a la gente como yo.

Ahora maldigo aquél momento en el que estaba inmerso en mis pensamientos pues apenas pude darme cuenta del tímido beso que me dio Lucille , y mucho menos disfrutarlo. Fue un hecho sin importancia, pero para mi significaba mucho más.

Tal vez fue que no la escuché cuando se despidió pero cuando quise darme cuenta ya estaba atravesando la puerta y me quedé solo en el local.

Aturdido, pasé mis dedos por los labios, intentando disfrutar del aroma de su perfume lo máximo posible, y una vez se esfumó, también decidí hacerlo yo del bar.

Fuera hacía frío, así que la mayor parte del recorrido dirección sector 7 lo hice corriendo, sin pensar en que cuando llegase Szieska estaría esperándome.

Tal vez la moraleja de este relato es que no vayáis pensando en otras cosas mientras corréis, porque el golpe que e di al tropezar con una piedra fue bastante espectacular.

Ya estaba a escasos metros del edificio abandonado cuando me caí y por ironías del destino, la materia de mi bolsillo comenzó a funcionar y a mis oídos llegaron los pensamientos de Szieska, potentes, afilados e hirientes como unas tijeras.

“En cuanto vuelva Yief le diré que estoy embarazada, que un chulo me violó o algo así, está tan embobado conmigo que hará lo que sea por mí…quien sabe, quizá en un futuro herede toda la supuesta fortuna que dice tener jajaja”

“La arpía ha mostrado sus garras”-pensé en mi último momento de lucidez del día. Segundos después me dirigía encolerizado hacia el edificio, una fuerza extraña y demoníaca me poseía con los odios más profundos del averno; un indescriptible odio que me resulta imposible relatar aquí.

Me desperté al día siguiente en un banco con un tremendo dolor de cabeza y una amnesia temporal que no llegaba a comprender, pero que fue disuelta gracias a la radio que llevaba un hombre corpulento en la mano. Lo que sonaba parecía un programa de opinión más que informativo, aunque comentaban semejantes atrocidades con total naturalidad:

“-Por lo visto ha aparecido una mujer calcinada en un edificio del sector 7, aunque su identificación ha sido imposible dado que vivía en la calle y no había datos sobre ella. Tales sucesos desgraciadamente ocurren a menudo en Midgar, pero por lo visto éste ha visto la luz en los medios de comunicación, ya que hay varias pruebas que pueden atribuirse al famoso psicópata apodado como Blooder…

-“Si, por lo visto el hecho de que haya sido quemada ya se relaciona con una de sus víctimas antiguas, pero es más impactante las pruebas que se han hallado en el cuerpo del cadáver; por lo visto le arrancaron los ojos y han sido encontrados en el recto, además de la cabeza de un bebé de juguete dentro de la vagina...”

No pude evitar vomitar, tal aberración me mareó totalmente y al hombre que sujetaba la radio le cambió el semblante completamente, por la noticia y por verme vomitar.

No entendía nada, tenía una laguna temporal en mi cerebro que me hacía pensar lo peor.

Así que estuve el resto del día lo pasé en ese banco, borracho con una botella de bozka( no lo he escrito mal, en la etiqueta ponía Bozka y me costó sólo tres guiles), y totalmente noqueado con un par de pastillas que encontré en el suelo y no dude en tomar.

Todo el día en ese banco intentando pensar en cómo podía haber ocurrido semejante barbarie.
Aunque había algo que intentaba superponerse sobre todas esas cosas, un nombre que resonaba más que otra palabra en mi cabeza y que sabía que podría volver a pronunciar dentro de seis días: Lucille

miércoles, 10 de septiembre de 2008

136.

La gente había empezado a salir en masa del local cuando terminó el concierto, intentando buscar un espacio libre en el que volverse a reunir con sus respectivos grupos. Taranis Byron llevaba casi una hora fuera, ya que había tenido que salir con un amigo que se encontraba mal y estuvo a punto de vomitar en el local. Sus compañeros de trabajo habían insistido en que fuera con ellos a aquel lugar, a pesar de que a ella no le entusiasmaba ese tipo de música ni el rollo sadomasoquista que se inspiraba allí.

La verdad es que se lo había pasado bien a pesar de aquel incidente, pero los demás no tenían pinta de querer ayudar a su amigo mientras babeaban alrededor de esa tal Yvette. Buscó entre la multitud a alguien conocido, esperando volver a casa pronto una vez se hubieran reunido todos.

- Taranis... – dijo su amigo borracho.

- Dime – contestó ella sin prestarle mucha atención, mirando de puntillas por encima de la gente.

- Lo siento – se disculpó abrazándose a su pierna sin moverse del suelo, donde se había sentado para sentirse mejor -. Siento mucho que hayas tenido que salir.

- No te preocupes, me estaba agobiando ahí dentro – apartó un poco la pierna para soltarse.

Ya había tenido que soportar esa conversación de borracho durante bastante tiempo, pero no podía irse hasta que llegaran los demás, no iba a dejarlo solo. En parte era divertido, pues quien estaba disculpándose a sus pies era el jefe de su departamento, un hombre serio y responsable en el trabajo. Sin embargo sus compañeros ya se habían encargado de cambiar eso invitándole a unas cuantas copas. Ella misma también se había pasado con el alcohol, y se daba cuenta de ello.

Un hombre pasó entre ambos a toda velocidad y empujó a la chica, haciendo que cayera de golpe al suelo.

- ¡Imbécil! – gritó con todas sus fuerzas.

Le dio un vuelco el corazón al ver que el hombre paró al escucharla. No debería haber dicho eso. No convenía meterse en líos en esa situación, quizá había bebido demasiado. Se acercaba a ellos y su compañero se levantó como pudo.

- ¡¿Qué quieresh?! – balbuceó éste sujetándose a Taranis.

- No esperaba encontrarte aquí – dijo el hombre con una expresión seria, ignorando al amigo ebrio de la chica.

Era un hombre un poco mayor que ella, de unos treinta y algo o cuarenta. Sin embargo era bastante atractivo. Tenía el pelo negro, brillante y largo recogido en una coleta. Su expresión era rígida y solemne, pero interesante y profunda a la vez. Además vestía un elegante traje de chaqueta y olía bastante bien.

- Perdona, pero no...

- Ah, soy Darien Kane, un amigo de tu padre. Estuve en su funeral, aunque comprendo que no me recuerdes – le interrumpió, ahora con una media sonrisa elegante.

¿Un amigo de su padre en un lugar así? Bueno, los peces gordos también solían frecuentar sitios de ese estilo, pero de un modo más discreto. De todas formas, su cara le sonaba de haberlo visto alguna vez, por lo que seguramente estaba diciendo la verdad.

- Oh... Encantada – respondió sin saber qué decir.

Aquel hombre imponía respeto y un cierto temor a su alrededor, pero no sabía muy bien por qué. Llevaba un minuto a su lado y ya se sentía bastante incómoda.

- ¡Eh! – gritó uno de sus compañeros desde la multitud. Llevaba la corbata atada a la frente.

- Ah, ahí están – dijo Taranis señalando quien le había llamado la atención y dando la espalda a Kane. Era una forma de escapar de la tensión que le provocaba ese hombre.

Kane no se movió de su sitio, incluso cuando Taranis hablaba con sus amigos y él permanecía callado, fumando, mirando a la multitud que seguía amontonada en la entrada del local.

- Eh, bueno... Yo me voy ya – dijo mirando a Kane, una vez se hubo despedido de los demás.

- ¿Quieres que te acompañe a casa? – preguntó él.

Era un hombre raro. De hecho había estado esperando ahí hasta que ella había decidido irse. Por mucho que fuera un amigo de su padre, eso no implicaba que fuera una buena persona. Además tampoco le apetecía recorrer todo el camino hacia su casa con un hombre con el que no tenía nada de qué hablar.

- No, gracias – respondió de manera educada -. Puedo ir sola.

- Bueno, la verdad es que mi casa está en la misma dirección, así que al menos puedo acompañarte un rato – dijo dando media vuelta. No parecía dispuesto a admitir otra excusa.

Caminaron juntos en silencio hasta que se hubieron alejado bastante de la multitud. Las calles seguían llenas de gente, pero no era lo mismo que la aglomeración del local.

- ¿Cómo va la investigación acerca de la muerte de tu padre? – preguntó de golpe Kane.

Era algo que la había tenido ocupada durante varios meses, y todos los que conocían a su padre sabían lo extraña que fue su muerte. Sin embargo esa pregunta iba demasiado al grano y era, aún si cabe, más incómodo viniendo de un desconocido.

- Pues no se ha confirmado nada todavía... – tampoco sabía qué decir en esta ocasión.

- Hay algunas pruebas que apuntan a tu hermano – dijo Kane tajante.

Taranis se quedó callada y miró al suelo. ¿A qué venía ese tema ahora? Había salido a pasárselo bien, y en ese momento no tenía ganas de pensar en esas cosas.

- Y además no se le ha vuelto a ver desde el asesinato – continuó mirándola a la cara, esperando ver su reacción.

- No sé qué pensar – respondió ella al fin.

Pasaron varios minutos caminando en silencio en una solitaria y estrecha calle en la que varias farolas parpadeaban.

- Pero yo te puedo decir que él no fue quien lo asesinó – mintió Kane -. Está cumpliendo un trabajo para Turk que le pedí yo mismo como favor. No puedo darte ningún dato de su misión, pero puedo asegurarte que cuando tu padre murió, el ya estaba fuera.

- ¿Eres un turco? – no sabía qué decir, y eso fue lo primero que se le pasó por la cabeza. Realmente no le sorprendía. No todos los tipos con traje eran turcos, pero ese hombre tenía algo que lo delataba.

Se alegraba de saber que no había sido su hermano, y quería creer a ese hombre. Durante los últimos meses se había intentado convencer de que Atlas no era capaz de hacer algo así, pero una confirmación externa valía mucho más que todo ese esfuerzo que había hecho.

- Fui yo quien le dio la noticia a Atlas – dijo Kane con un tono melancólico -. No pareció afectarle mucho, pero se preocupó por ti. Hace poco que hablamos y me dijo que fuera a ver cómo estabas. Iba a buscarte mañana, pero al parecer hemos coincidido hoy.

En realidad estaba siguiéndole la pista a un hombre que debía dinero a ShinRa, pero este encuentro le había venido bien. Era muy fácil actuar ante esa chica, más aún si le contabas lo que quería oír.

- Oh, vaya... ¿Sabes cuándo podré volver a verle? Ya sabes, cuando termine el trabajo ese...

- No creo que tarde mucho. De hecho hace poco me llamó un compañero diciéndome que Atlas había progresado.

La llamada que recibió no fue muy diferente. Un contacto llevaba siguiendo a Atlas desde que Kane le pidió que matara a Lucita. Al parecer, cuando llegó a su casa se encontró una foto en la que salían Lucita y el propio Kane, demostrando que lo que en principio era un encargo de Turk, al final había sido un encargo de Kane. Estaba utilizando a Atlas y él se había dado cuenta. Tampoco esperaba menos de él. De lo que no tenía ni idea era de qué iba a hacer ahora. ¿Iba a matarlo? ¿Iba a dejar el encargo y hacer como si no hubiera pasado nada? ¿Mataría a Lucita sin importarle lo que había descubierto? Probablemente sería lo primero, ese chico tenía unos prontos muy raros, y el contacto le había dicho que no salió demasiado contento del edificio en el que vivía Lucita.

De repente, Kane se volvió a Taranis y la besó. Ella se dejó llevar y continuaron así durante varios minutos. Finalmente ella le cogió de la mano y lo condujo hacia su apartamento. Se planeó si estaba haciendo lo correcto o si había bebido demasiado.

“¡¿Pero qué coño?!” – pensó -. “Hace siglos que no ligo y éste no está nada mal”.

Era una chica bastante atractiva, pero los últimos años los había pasado trabajando para ayudar a su padre a recuperar la importancia que perdió la empresa familiar con el tiempo, por lo que apenas se permitía momentos de ocio. Nada más entrar en la casa, Taranis se quitó los zapatos de tacón y los tiró tras un sillón.

- Sírvete algo del mueble bar, voy al baño un momento – dijo tras besarlo una última vez.

Kane obedeció y cogió dos copas de un estante. En el mueble bar había una gran variedad de botellas a medio terminar. Tras pensar unos instantes, cogió una que contenía ron.

Taranis se miró en el espejo del baño. Estaba totalmente despeinada, pero su cabello rizado de color escarlata solía quedarle bien de cualquier modo.

- Salvajemente sexy – dijo frente al espejo, desafiándose a sí misma con la mirada y echándose a reír después.

Oyó a Kane acercarse a la puerta del baño, por lo que supuso que se había reído muy alto. Se quitó el traje de fiesta y lo dejó encima del grifo. Luego cogió un pijama de seda que tenía guardado en un cajón. Tenía miedo de que el traje se rompiera con lo que fuera que hicieran después.

Kane notó vibrar su móvil dos veces en el bolsillo. Lo cogió y abrió un mensaje que acababa de llegarle mientras se quitaba la chaqueta con la otra mano.

“Atlas acaba de llamar a la puerta de tu casa”.

Si simplemente hubiera querido hablar le hubiera llamado al móvil, por lo que sus intenciones serían bastante diferentes. De cualquier forma, Atlas ya no era algo que le preocupase. Era poco probable que entrase a la fuerza en su casa si no estaba seguro de que él estaba allí. Y en el caso de que lo hiciera, no tenía nada de valor en aquel apartamento, pues su vivienda principal estaba sobre la placa. Volvió al salón y bebió la mitad de su copa.

Taranis salió del baño, se acercó a Kane y tiró de su corbata, llevándolo hasta su habitación. La cama estaba deshecha y chirriaba un poco al tumbarse en ella. Desabrochó poco a poco la camisa del hombre, aunque le desconcertó su expresión seria. Se incorporó y se puso sobre él para poder quitarle el resto de la ropa. Esperaba que él hiciera lo mismo con ella, pero al final tuvo que quitársela ella misma.

“Tu hermano quiere matarme” – pensó Kane.

Y sonrió.


Ya había amanecido, y Kane acababa de salir de la ducha. Apenas tuvo tiempo de dormir algo, pero ya aprovecharía algún rato libre más tarde. O se atiborraría a café, como solía hacer los días que tenía que seguir a alguien.

- ¿No te quedas a desayunar? – preguntó Taranis sin moverse de la cama.

- No, tengo mucho trabajo – respondió, serio.

Pudo ver cierta decepción en el rostro de la chica. Se acercó a ella mientras se ataba los botones de la camisa.

- Toma, mi número de teléfono – dijo sentándose en la cama y acercándole un papel -. Llámame regularmente, aunque sea para decirme que estás bien y que no ha pasado nada. Tu hermano se preocupa mucho por ti y quiero tener algo que contarle.

- Esto no se lo contarás, ¿no? – preguntó riendo, acariciándole la mejilla al turco.

- No.

Kane se levantó y se anudó la corbata. Poco después salió de la habitación y cogió su chaqueta.

- Bueno, me voy – dijo el turco abriendo la puerta.

- Adiós – dijo ella, que se había levantado de la cama y estaba mirándole desde el pasillo -. Te quiero...

Kane sonrió y cerró suavemente la puerta tras de sí. En aquel momento tuvo una sensación de dejà vu, pero no le dio mucha importancia. Bajó las escaleras para no tener que esperar al ascensor y notó una ola de calor antes de salir de nuevo a las calles del sector 6.

El móvil volvió a vibrar dos veces en su bolsillo.

viernes, 5 de septiembre de 2008

135.

La propietaria se abrió paso por las amplias puertas dobles, a la entrada del local, mientras los seis matones trajeados que la acompañaban apartaban a los curiosos, de modo que no tuviese que refrenar su paso ni un segundo. Lucía un vestido malva, cuyo escote se prolongaba hasta su vientre, donde un cinturón dorado lo sostenía. Iba calzada con unas altas botas de cuero, llenas de afiladas florituras, y sus manos lucían guantes de raso, manchados de sangre en los nudillos. Como nota discordante, llevaba atada en el brazo izquierdo una pañoleta de motero, que cualquier crítico de lo fashion y lo estilizado odiaría, pero la alabará hasta el paroxismo solo porque es ella quien la lleva.
También tenía un ojo morado y una pequeña herida en el labio, pero tras ella quedaban un grupo de diez macarras, sangrando y gimiendo en el suelo de la entrada. A su lado, el hombre conocido y envidiado como su amante, caminaba entre miradas de odio disimulado: Más de dos metros de amenaza y peligro se interponían entre ellos y su diva, su diosa, o el mejor coño del local, como pensó uno de los clientes, que repartía sus atenciones entre dos chicas. Una jugaba con su flequillo, y la otra con el piercing de su labio inferior.


- Vienes vestido como una puta, Malcolm, querido. – Dijo Isabella al camarero que imponía su dominio sobre la barra de la planta baja, la más conflictiva y atestada, al ser la más próxima a la pista de baile.
- ¡Eso es injusto, Izzy! ¡Hoy traje pantalones! – El hombre, protestó mientras buscaba una botella de los estantes. Era cierto: Su vestuario incluía un pantalón de cuero, ajustado, y las botas que llevaría cualquier superestrella de metal satánico si decidiese disfrazarse de vaquero. A partir de ahí, que el jurado decida si todas esas correas que se entrelazaban en la mitad superior de su cuerpo son considerables como prenda de vestir (o carencia de ella).
- ¿Todo bien?
- Relajado, ahora mismo. Voy a invitar al rubio ese de la barra a una copa, para que se quede algo más.
- Mal... Estas de servicio. – Recriminó ella con un suave tirón de la melena lisa y castaña del camarero, y una sonrisa socarrona, mientras tomaba un par de cervezas de la nevera y las abría.
- ¡No es para mi, pervertida! – Exclamó en su defensa. – Mira todas esas tías que lo miran. Si se va, ellas se van con él. Si se queda, ellas se toman algo mientras esperan una señal para entrarle.
- Entonces anímalo, que parece algo decaído... – Comentó mientras se iba.
- Decaído es lo último que va a estar Henton, ahora... – Dijo él, pasándole unos cuantos cubos de hielo envueltos en un paño. – Hazme sentir orgulloso.



El rubio en cuestión parecía hecho mierda. Hoy las marcas de puñetazo en la cara parecían estar tan de moda que Malcolm se estaba planteando insultar a Henton para ser el más fashion de todos. Estaba sentado en la barra, pero se había negado a tomar nada. Simplemente se limitaba a estar apalancado en silencio.

- Hola... – Saludó Malcolm con una sonrisa tranquila.
- No, no quiero nada, gracias...
- Invita la casa. – Malcolm guiñó uno de sus ojos marrones. – No soporto ver a nadie en mi barra, ocupando sitio sin más. Da la imagen de que mis combinados son malos.
- Bueno... – Se encogió de hombros. – Pero algo suave.
- No queremos perder el control, ¿eh? – “Uno difícil”, pensó.
- Mira... Yo también soy camarero, y conozco el rollo de dar conversación. Simplemente, no me apetece. No me sirvas nada si no quieres, ¿vale? –
- ¡Soy un camarero, no un ligón de discoteca! – Protestó, haciéndole sentirse incómodo.
- Lo siento... – Masculló, evitando mirarle a los ojos. – Es una noche rara.
- Muy bonito sería que lo normal fuese que no te quiten el ojo de encima todas las mujeres en cinco metros a la redonda.
- Créeme: Lo último que necesito ahora son más mujeres... – “Cuando quiera un hombre...”, pensó Malcolm, “Aunque como sea un poco más borde...”
- A ver... – Dijo con la infinita paciencia que caracteriza a los santos y a los buenos camareros. - ¿Qué pasó?
- Una loca... – Comentó disgustado. Su tono se iba endureciendo. – Monta una encerrona para salir conmigo y luego, cuando tiene lo que busca, se cabrea y me golpea.
- Hay de todo... – Dijo mientras depositaba ante él un vaso cuyo contenido parecía cambiar de color con la incidencia de la luz. – A ver... ¿Qué te parece? – El chaval tomó en silencio la copa, probándola con el ceño fruncido, pero apenas tardó dos segundos en sonreír con aprobación.
- Muy bueno... Lo reconozco: Mejor que yo.
- Soy Malcolm. – Se presentó el camarero, tendiendo su mano sobre la barra. El cliente la miró con suspicacia, pero luego tendió la suya, despacio.
- Yo Paris.


Malcolm se marchó cuando vino a llamarlo una camarera joven, que no apartaba los ojos de Paris. El joven acercó el frío vaso a su mejilla, calmando un poco la molestia. Esa histérica sabía pegar, y lo había cogido desprevenido. Sin embargo, la baja temperatura y el dulce sabor le hicieron relajarse un poco. Posó el vaso en la mesa y se volvió en el taburete, contemplando el lugar. La música era bastante de su gusto, a un volumen atronador que marcaba un ritmo constante, como el latir de un extraño corazón, que hacía a la gente seguirlo, convirtiendo la Tower of Arrogance en una especie de organismo vivo. Lo único que no le gustaba era toda esa estética sobrecargada con cadenas, collares de perros, amos y esclavos. Esas alusiones al sexo retorcido... ¡Y eso que esta planta era la más normal!
En el gran escenario del centro de la estructura con forma de teatro clásico, rodeado de dos pantallas sobre las que proyectaban extrañas imágenes y pin-ups eróticos, estaban apurando los preparativos para un concierto. Paris estaba pensando en que se quedaría a verlo, y así, de paso, nadie le podría acusar de haber desertado. Aún había posibilidades de arreglar la noche...

- ¡Eh tú, hijo de puta! – Una mano le tiró del hombro. Paris se volvió como un rayo, a tiempo de ver al camarero de antes lanzarle su copa a la cara, con gesto furioso. - ¿Quién coño te has creído que eres? – Paris se puso tenso, ofendido como si le hubiesen abofeteado. Sus manos se crisparon ante la posibilidad de responder con violencia, pero por encima de todo estaba confundido, y quería saber a que motivos obedecía esto. - ¿Cómo te has atrevido?
- ¿A qué? – Preguntó, sintiéndose acosado. Una parte de él quería agarrar a ese cabrón por el cuello, sacarlo de la barra a rastras y patearle la cara, pero no era el tipo de persona que agredía a otro sin motivo. No paraba de preguntarse que había hecho para merecer eso.
- ¿A qué? ¡¿Cómo has podido tratarla así?! – Gritó enfurecido.
- ¿Tratarla? A...
- ¡Yvette, maldito hijo de puta! ¡Se llama Yvette! – Malcolm levantó la mano blandiendo el vaso, ya vacío, pero los ojos de Paris se entrecerraron, dándole a entender que eso ya no era tolerable. Lentamente bajó el vaso y lo depositó en un fregadero. – Eres un cabrón. – Dijo con tono bajo.
- ¿Yo? – Paris no daba crédito a lo que oía. Esa mujer le había arrancado de su vida tranquila mediante el chantaje, y para colmo solo se lo estaba cobrando a él, ¿y ahora ella era la pobre víctima? – A ver... ¿Que mentiras te ha dicho?
- Me ha dicho que has pasado de ella. – Los ojos de Paris se abrieron de par en par, ofendidos.
- ¿Y que más te dijo? – Preguntó suspicaz.
- ¡Has actuado como si no existiese! ¡Lo único que dijiste en hora y media fueron veintiséis monosílabos! – Paris se quedó con la boca levemente entreabierta, con una respuesta a punto, que se vio interrumpida. – Si: Los contó.
- ¿Ella te contó como hizo para quedar conmigo? – Preguntó tras dudarlo un par de segundos.
- Espera... – Ahora era Malcolm quien se veía descolocado. - ¿Qué ELLA te propuso a TI quedar?
- ELLA... – Respondió Paris poniéndose de pie e imitando el tono. Se aproximó al camarero para poder hablar más bajo. – Me chantajeó. A MI.
- No me lo creo... – Malcolm se dejó caer sobre una nevera, con la incredulidad patente en el rostro. – No lo habría esperado de ella.
- ¿Por qué? – Paris sacó el cinismo a relucir. – ¿ Por su estilo y buenas maneras?

Ahora mismo, el joven recordaba la imagen con la que la había visto, desde que se subió al coche de ella en la plaza donde habían quedado. Llevaba un pantalón púrpura, ceñido y brillante. A Paris le había llamado la atención un material tan extraño, y ella le dijo que era látex. También llevaba botas altas hasta la rodilla, con adornos y altos tacones, y un top que parecía del mismo material que el pantalón, sujeto con un par de finas correas el cuello, y cordajes detrás. Llevaba también dos Aegis Cort en sendas pistoleras, sujetas a un extraño arnés hecho con varias correas, ceñido a su cadera y muslos. Se excusó, diciendo que el estado de excepción la obligaba a ir armada en todo momento.
Paris conocía el estilo: Mujeres astutas y atractivas que hacían de los hombres lo que querían por medio de un físico escultural y las insinuaciones adecuadas. Describió sus impresiones al atónito camarero, que escuchó con atención cada palabra.

- Acertaste... – Dijo finalmente. – Pero te quedaste corto. Yvette no es una seductora normal y corriente: Es una diosa. – Paris casi rompe a reír con sarcasmo, pero Malcolm lo ignoró, irguiéndose y mirando a lo lejos. - ¡Ahí está! ¡Mírala! – Paris se sentó de nuevo en su taburete, reticente, pero el camarero insistió a tirones de su camiseta.
- Está bailando... – Dijo sin interés. -¿Que es tan especial?
- ¡Mira a su alrededor! ¡Mira a los hombres que la rodean! ¡Y a las mujeres! ¿No lo ves? Mira la envidia y el deseo...

Paris intentó fijarse. Ella estaba bailando con una mujer de piel oscura. Una amiga suya, supuso. Jugaban a fingir el numerito lésbico, mientras bailaban al ritmo de la música, con sus largas cabelleras sacudiéndose con el ritmo estridente y salvaje. A su alrededor, la gente dejaba de atender a sus propios bailes para mirarlas. Incluso habían formado un círculo.

- Parece que no se atrevan a tocarlas... – Masculló.
- No sin su permiso. – Respondió Malcolm. Miles de hombres y mujeres habrían limpiado la ciudad con la lengua, por una oportunidad como la tuya. En los círculos de góticos, fetichistas y demás criaturas de la noche, Yvette es una musa. Su estilo, su actitud... ¡Ni te imaginas lo que llega a ofrecer la gente por humillarse a su servicio!
- ¿Y que quiere? ¿Qué yo me humille? – Preguntó con desprecio.
- ¿Por qué no pides otra copa, y así te la tiro también a la cara? – Malcolm tiró de Paris, para encararlo, y este alzó sus manos: Una lista para defenderse y la otra para noquearlo. Aún intimidado, no logró callarlo. – No te obligó a ponerte correas, ni la ropa que ella quiso, ni a caminar tras ella, abrirle las puertas o esperar de pie mientras ella tomaba algo... O incluso a ser el trono, y eso que esa es su favorita.
- ¿Ser el trono? – Paris se arrepintió de haberlo preguntado demasiado tarde. Si bien le costaba entender a la gente, el sadomasoquismo era algo tan fuera de su alcance como de sus apetitos.
- Ponerte a cuatro patas o como sea para que ella se siente encima. Llegué a ver como seis tíos se organizaban para hacerle una especie de butacón.
- ¿Qué? – Paris quería matar a Kurtz. Se juró que esta sería la última vez que se metía desprevenido en la boca del lobo.
- Uno para el asiento, otro para el respaldo, reposabrazos, un taburete para los pies y una mesa para su copa. – Paris ahora estaba directamente horrorizado. Nunca se había interesado lo más mínimo en una cita con nadie, pero esto era demasiado. - ¿A ti no te tocó hacer nada?
- No... – Respondió casi sin palabras. – Solo acompañarla, y darle conversación. – Malcolm fingió no haber oído eso último.
- Y eso que estás bajo chantaje...
- Si... – Paris pudo ver la trampa retórica, pero fue hacia ella de frente.
- Mira niño... Seré sincero: Si yo te tuviese chantajeado, a estas horas estaríamos por la vigésimo-séptima hora consecutiva de porno casero. ¿Y me estás diciendo que ella, la puta princesa de la Tower of Arrogance, porque la reina es Izzy, te ha invitado a salir, te ha traído y te ha tratado de igual a igual? ¿Teniéndote en sus manos? – Malcolm no controló el tono de voz y un corro de cotillas con el gesto igual de descompuesto por la sorpresa que el camarero. Avergonzado, Paris se volvió en silencio y desapareció entre la multitud.




El círculo de admiradores y esclavos se sintió ofendido al ver como ese chaval de aspecto profano se abría camino a empujones hasta la musa, y cometía la desfachatez de darle toquecitos en el hombro para llamar la atención, no una, ¡sino tres veces! ¡Y sin postrarse!

- Escucha... – Insistió, logrando al fin que se volviese.
- Hola. Paris, ¿verdad? – Dijo ella con una sonrisa angelical, seguida de un gancho a la mandíbula. El asesino pudo reconocer el estilo de cierto bastardo con muchas cicatrices en el golpe. - ¿Qué mierda quieres? ¿Obligarme a ver como pasas de mi?
- ¡Vete a la mierda, borde! – Algo ardía en el interior de Paris, pero lo contuvo. Con un pequeño ejercicio de abstracción, pensó que ella también había hecho concesiones en esta cita, y él igual no había sido todo lo atento que habría debido.
- Quiero hablar, ¿vale?
- ¿Hablar? – Gritó. - ¿De que? ¿De cómo me trataste como a una leprosa? ¿De cómo mirabas al paisaje mientras intentaba conocerte? ¿Qué pasa? ¿Qué como eres tan guapo y puedes tener a la mujer que quieras, no vale la pena molestarse, no? – Paris estaba empezando a hartarse seriamente de que le atribuyesen atractivo físico y arrogancia a juego.
- Mira... No se entender a la gente, pero igual no fui...
- ¿Igual? – Ella no bajaba el tono. Que subiesen el volumen de la música si querían oírla, que ella no se iba a cortar. - ¿Igual no fuiste que?
- ¡Igual fui como estás siendo tu ahora... Solo que más discreto! – Yvette se quedó paralizada, e incluso se ruborizó. El color se le contagió a Paris enseguida, cosa que la hizo sonreír levemente y tomarlo suavemente del brazo, aunque el primer impulso del joven tuvo un toque de jeet kune do, en previsión de otro golpe.
- Mira, vamos a ser sensatos. Nos vamos de la pista y lo hablamos. – Él asintió, acompañándola incómodo por el tacto de la mano de Yvette sobre la suya.




- ¿Quién empieza? - Preguntó ella, al llegar a una esquina de la barra, donde Malcom esperaba con un par de copas ya listas. Paris recibió otro combinado como el de antes, solo que este esperaba poder beberlo, y la copa de Yvette era de un tono rojo sangriento, con una rodaja de pomelo en el interior.
- Tú. ¿Querías salir conmigo en concreto por algo, o simplemente querías un esclavo más? – Ella se vio sorprendida por un comienzo tan directo, pero tras un segundo para reorganizar sus ideas, le dio su respuesta.
- Contigo en concreto, y el motivo es que no eres de estos círculos. – Paris no se esperaba una respuesta honesta, mientras ella lo miraba fijamente a la cara
- ¿Círculos? – Preguntó, extrañado e incómodo. – ¿El rollo sado y todo eso? – Ella asintió.
- Aquí todos se mueren por entregarse a mi...
- Ya me contó Malcolm. – Interrumpió Paris, con pocas ganas de que volviesen a entrar en detalles con esas historias extrañas. Sabía que con su pasado no era un ejemplo de cordura, pero recordar todas esas caras al borde del éxtasis mientras la admiraban le causaba escalofríos.
- Bueno... El caso es que eso está bien, y fue suficiente durante mucho tiempo. Ahora quiero algo más, o mejor dicho, distinto. Tengo la reputación que siempre he querido, pero ahora no puedo interesarme por un hombre sin descubrir que lo que a él le interesa no es conocerme a mi, sino a mi fusta.
- Ahá... – Murmuró Paris, para encontrarse con el nacimiento de una mirada furiosa. Recordó la recriminación del camarero sobre los monosílabos y sacó a relucir su experiencia tras la barra a la hora de hacer preguntas que incitasen a seguir hablando. - ¿Y por qué no buscas gente en otros sitios?
- Porque la otra gente es demasiado cerrada de miras, y me aburro en los sitios de fiesta normales, con su música electrónica cutre, o su pachangueo machacón.
- Y entonces aparecí yo... – Dijo el asesino. – Inmovilizado y medio aturdido en brazos de tu compañero de Turk.
- No solo eso... Me trasladaron en Turk hace algunos meses. Perdí la relación con mis antiguos compañeros, que demostraron ser un hatajo de cretinos de la peor clase, y cambié mi modo de ver algunas cosas. Y entonces SI que llegaste tu. Y la verdad es que no fue una entrada espectacular... – Paris se ruborizó, apartando la mirada.
- ¡Que tierno! – Exclamó Malcolm, asomándose tras la barra. – ¡Ese es el color de la virtud! – Yvette lo espantó lanzándole un hielo, con una sonrisa, mientras admiraba el creciente sonrojo de su acompañante. Pensó que para esta gente, tirarse cosas a la cara era una muestra de cariño. Entonces sus puñetazos deberían ser amor apasionado u odio visceral.
- Hay dos cosas que me hicieron pensar que valdría la pena ir a por un perfecto desconocido como tú y abrirse a él. – Ahora el asesino si que estaba intrigado. – La primera fue tu música.
- ¿Mi música? – Dijo Paris, mientras sintió que alguien le daba un suave golpe al pasar. Aún así, lo ignoró. - ¿Qué música?
- Harlan te quitó un reproductor mp3, con... Lo que habíais ido a buscar, y con música. – Paris asintió, recordando la lista de canciones que había ido escuchando mientas esperaba que lo viniesen a recoger, en la plaza. Se sentía levemente avergonzado.
- ¿Y la segunda?
- La segunda es el “Viejo Caracortada” – Dijo ella, en su turno para ruborizarse. Paris tardó en pillar el apodo.
- ¿Jonás? – Preguntó incrédulo. – ¿Has quedado conmigo por que soy amigo de Kurtz?
- Si... – Yvette buscaba la forma de explicarse. – Mira, hace poco tiempo que estoy con el grupo de los turcos viejos, pero se que son muy distintos. Son como esos hombres de las películas antiguas: Fuertes, pero a la vez protectores y justos. De esos que dicen “Por favor, no me obligues a abofetearte otra vez”. – Dijo imitado una voz ronca y varonil. - Ahora lo único que dicen es “Chorba, como no dejes de rajar, te parto la cara”. – Bufó con desprecio. – Aparte, recuerdo a esa mujer: Aang, y como está Kurtz desde que ella se fue. Pensé que yo quería llegar a ser amada así algún día, y como tu ibas con Kurtz, pensé que tendrías algo de esa fuerza y dignidad. – “¿Fuerza y dignidad?” pensó Paris, pensando en su amigo. “Es carismático y seguro de sí mismo, pero también es violento e inestable. Lo suyo sería más bien “Por favor, no me obligues a descuartizarte otra vez”.
- ¿Por ir con él?
- Bueno... Era una posibilidad remota, pero creí que valdría la pena arriesgarse. Eres su amigo, ¿no?

Esta pregunta confundió al joven justiciero más que todas las demás. Siempre había pensado en Jonás como en un aliado, pero para él su relación no iba más allá de las incursiones. Cumplían un cometido para el mundo, pero no se compenetraban más. Recordaba tomar unas cervezas en su casa, a la salida del trabajo, mientas planeaban asaltos, y a veces comentaban algún que otro tema, sin más importancia. No era un “amigo” en el concepto romántico de la palabra, ya que era algo que Paris siempre había rechazado. Evitaba tratar con la gente, y aunque no llegaba a considerar su relación con Kurtz “un mal necesario”, tampoco era para tanto.

- Mmmmseh... – Murmuró. – Pero somos muy distintos.
- Y sin embargo, sois justicieros. – Dijo ella. – Arriesgáis la vida por un ideal romántico.
- Arriesgamos la vida haciendo guerra sucia contra una empresa que hace su propia guerra sucia. No es romántico en absoluto. – Paris se dio cuenta mientras hablaba, de que había tardado en volver a ponerse serio.
- Lo que cuenta es la intención. – Dijo ella, con una sonrisa medio ausente, mientras miraba como el concierto empezaba.

Centrando todas las miradas en el escenario, donde dos guitarras afiladas y rugientes seducían a la multitud entre los truenos del doble bombo y la compañía de un bajo pendenciero, el cantante saludó al público, que respondió con gritos de entusiasmo. Paris volvió su atención hacia su copa, alegre porque acabaría empapando su estómago y no su cara. Mató lo poco que quedaba de un trago y se volvió hacia su acompañante.

- Creo que me toca... – Dijo, respondiendo a la mirada expectante que le dedicaban esos ojos azules profundos, enmarcados en piel pálida y melena rubia. “¿Por qué tiene que ser además rubia de ojos azules?”, se preguntó con fastidio. Cuando volvió a mirar tenía una copa llena junto a la vacía, y una sonrisa cómplice desde el otro extremo de la barra. Ese hijo puta de camarero le estaba haciendo lanzarse demasiado con el alcohol. – Me llamo Paris Barans y soy camarero. – Ella rompió a reír, y eso que nunca pretendió ser un chiste. – Vivo tranquilo, nadie me molesta, me dedico a mi... Cometido, y estoy aquí por lealtad a mis aliados.
- ¡Brindo por tus aliados! – Exclamó ella, arrancándole una sonrisa torcida y un sonrojo leve.
- Mira... – Dijo poniéndose serio. – Se que va a sonar mal, pero toda mi relación con cualquier ser que camine sobre dos piernas y respire es de desprecio. Las únicas excepciones son mis aliados, que son... Bueno... – Sonrió con la mirada ausente. - Rolf es un cabronazo al que le encanta provocarme y hacerme sentir incómodo, aunque sus bromas a veces son graciosas, y tiene unos cuantos amigos bastante raros.
- Probablemente estará tres o cuatro pisos más arriba, en este mismo local. – Añadió ella. – Y probablemente esté buscando su cuarto polvo de la noche. En cualquier caso, no le digas a Malcolm que conoces a Rolf. Su rivalidad es legendaria. – Entonces se dio cuenta de que lo había interrumpido. – Sigue, por favor...
- Jonás si es como esos hombres de cine clásico: Feo, fuerte y formal. No duda en patear a un rival hasta que sangre por partes de su cuerpo que no quería conocer, y tiene una especie de aura de hostilidad y violencia que le abre paso por las calles, pero en la intimidad es una especie de mentor raro... No entiendo que le ha llevado a confiar en mí, pero la verdad es que no entiendo a la gente en general. Sin embargo con él... No lo se. No es un amigo, pero se nota que es mucho más próximo que los demás. – Ella lo miraba en silencio, instándole a que siguiese. – Es como un hermano mayor. Cuando está tranquilo, ofreciéndote una cerveza, mientras te pregunta que te apetece ver en la tele... Estás bien, no sabría decírtelo. Me tengo pasado horas con ese tío, sentado en el borde del distrito, mirando más allá del muro. Él me cuenta cosas de cuando era pandillero, de joven, o de cuando estuvo en la guerra de Wutai, mientras paseamos al perro.
- A mi me pone... – Dijo ella con picardía. – Es tan viril que podría duplicar la natalidad de esta ciudad solo con darse un paseo por un colegio femenino religioso. – Esa broma hizo a Paris sentirse incómodo, e incluso un poco celoso, aunque se negó a admitírselo a sí mismo. Siguió para cambiar el tema rápidamente.
- Y Han es...
- ¡Y ahora, vamos a echarle un cable a un colega! – Gritó una voz desde las torres de bafles que rodeaban el escenario, antes de que un redoble de batería diera paso a los primeros compases de una canción de rock, con evidentes connotaciones sexuales. – I really love you baby... I love what you got!
- Han es ese del escenario... – Concluyó Paris, recordando el toque que le habían dado en el brazo minutos antes, para llamar su atención. – No lo conozco demasiado, pero es un tío bastante listo, y un experto haciéndoselo pasar mal a cualquiera que se suba a un coche con él.
- ¿Tan mal conductor es?
- ¿Recuerdas la fuga brutal en la que un conductor en un sedán de lujo dejó atrás a toda la policía de Shin-Ra y a media división motorizada de Soldado?
- Tres cuartos... – Corrigió ella, imaginándose lo genial que sería ir de copiloto en ese coche. Paris pareció reconocer sus intenciones en su cara.
- No estás segura de lo que deseas... – Murmuró, pero le quitó importancia.
- ¡Mata eso! ¡Vamos a disfrutar de nuestra canción! – Volvió a tirar de su mano, y Paris volvió a sentir como su vello se erizaba. Era una sensación horriblemente inquietante, aunque cálida.



Dos pares de ojos, unos marrones y otros verdes los veían alejarse hacia el escenario, con cierta malevolencia. A pesar de estar contemplando a la pareja, sus cuatro sentidos restantes y un par de poderes extrasensoriales adquiridos para la ocasión estaban concentrados en vigilarse mútuamente.

- ¿Qué haces tú con mi príncipe, pedazo de puta? – Dijo el hombre sentado a la barra, mientras miraba a Malcolm de forma amenazadora a través de su vaso de chupito lleno de licor.
- ¿Tu que? – Rió el camarero. – Es más... ¿”Tu”? ¿”Tu” el determinante posesivo?
- Ríete, pero no dejaré que le hagáis ninguna putada al crío, ¿vale? – Dijo mientras probaba el licor. – Es mi amigo, y como tal le tengo cierto aprecio.
- ¿”Amigo”? – Malcolm estaba disfrutando enormemente al provocarle. - ¿”Amigo” en el sentido de “me lo voy a follar a la primera de cambio”?
- “Amigo” en el sentido de... – Bebió su chupito de un trago, en un ataque de teatralidad. - “Te voy a meter tus botellitas por el culo y luego te tiraré desde un balcón para grabarlo con mi PHS y divulgar el vídeo como descubra que o tú o tu amiga la dominatrix le hacéis alguna putada”.
- Tranquilo... – Respondió mientras retiraba el vaso. – La dominatrix no tiene intención de hacerle nada que él no quiera.
- Creía que los esclavos no tenían decisión en eso...
- Eres un ignorante en lo referido al BDSM, pero no te lo tendré en cuenta. Sin embargo, como iba diciendo, Yvette está interesada en conocerlo, y la cosa tiene pinta de ir bien. Se conocerán, tendrán citas... Quizás se enamoren, aunque ella no lo admitirá nunca... Y yo me estoy esforzando porque ella sea feliz, por algo es mi “amiga”. – Se aseguró de usar el mismo tono en la palabra “amiga” que había oído usar al vividor. – Y como es mi “amiga”, si la haces infeliz, te arrancaré esa oreja mutilada que tienes con este sacacorchos, la pasaré por la licuadora y te la obligaré a beber mezclada con absenta. Y luego haré lo mismo con dos o tres más de tus apéndices. – El otro hombre sonrió ante la amenaza. – Te diré que entiendo perfectamente tu postura. ¿Entiendes tu la mía, Rolf?
- Sirve un par de “Trinos” más... – Respondió el francotirador, conservando su talante. Tendió uno de ellos hacia su adversario, para proponerle un brindis. - ¡Por los romances pacíficos!
- ¿Les deseas una relación aburrida y tranquila? – Malcolm lo encaró, tan cerca que Rolf pudo sentir su aliento.
- Nos la deseo a nosotros. – Su sonrisa era la de un zorro hambriento en un corral. – Así todos llegaremos a viejos.



El concierto duró un par de horas más, con dos bises y un tercero en el que la propia Isabella salió al frente del grupo, cantando una canción dedicada al fantasma de la ópera y otra era casi un himno épico, propio de una reunión de guerreros, que dedicó a su novio. El gentío, poco a poco fue obligándoles a pegarse más, una situación en la que el joven justiciero se habría sentido evidentemente incómodo. Sin embargo, centrado en el concierto, se dejó arrastrar por la fuerza de la música, a medida que esta subía de intensidad. Coreó, incluso, una o dos versiones de canciones famosas, sorprendiéndose de que Yvette también se supiese la letra, e incluso cuando ella apoyó su espalda en su pecho, pasando su brazo delante de su cuello, para que la multitud no los separase, sin darse cuenta, fue él quien la agarró a ella de la mano esta vez. Yvette disfrutó entusiasmada durante toda la actuación, recurriendo sin dudar a su estatus para lograr un hueco en primera fila, y un par de botellines de agua con los que evitar la deshidratación. Al comienzo del tercer bis, miró levemente hacia atrás, y vio a su acompañante con una sonrisa eufórica, disfrutando del concierto, para luego mirarla a los ojos con gesto ingenuo, mientras en el escenario Han e Isabella cantaban a dúo el estribillo.

Oh, rock from ages, do not crumble, love is breathing still!
Oh, lady Moon shine down a little people magic if you will!

134.

Relato ausente.


Kite, cabrón, date aire!!! Cuando esté me lo envías al email.