viernes, 26 de febrero de 2010

A vueltas con los 200 Relatos: Entrevistas

Se han comentado un par de juegos en el tagboard, así que va siendo hora de darles sanción oficial con una entrada al respecto: Vamos a jugar a las entrevistas.
La cuestión es simple: Se pone una fecha para cada entrevista y hasta las 0 horas de ese día, todos los que no vayan a ser entrevistados (luego explicamos a quien se va a entrevistar) pueden enviar todas sus preguntas, sin límite de número. Tanto serias como anecdóticas o estúpidas (Desde "¿Ukio, que te ha motivado a escribir siempre? ¿Cual es el truco para escribir un 150?" hasta "¿Han, seguro que ese dolor de culo cuando te despertaste pedo en casa de Rolf era por la incomodidad de los asientos de competición?"). Cuantas más preguntas mejor, y que conste que estoy hablando de fácilmente 30 cuarenta preguntas entre todos, sin límite. Luego lo que os respondan ya es cosa del entrevistado ("¡No había ningún dolor de culo! ¡Era el nervio ciatico! ¡Todo mentiras!")
En la fecha, todas las preguntas que hayáis enviado a azoteasdemidgar@gmail.com serán compiladas y reenviadas al entrevistado, que responderá en una entrada a modo de relato, describiendo posturas y caretos que ponga la victim... persona entrevistada.

La última cuestión es a quien entrevistar:

1) Podemos entrevistar al escritor de turno. Simple, directo y entretenido
2) Podemos entrevistar a uno o varios personajes acordados por los que vayan a preguntar o decididos por el propio escritor. O simplemente, uno decidido por el escritor y otro votado. Así podremos hablar de nuestro personaje favorito y los demás oirán a su favorito.
3) Entrevista conjunta: Uno o dos personajes y el escritor, en una especie de figuración. Como ¿Quien engañó a Roger Rabit? pero con materia y rollo cine negro.

Esto se decide aquí en los comentarios, y ya de paso, decidir el orden de entrevistas.

Espero bastante participación, así que animáos. Diez preguntas por cabeza son pocas!

domingo, 21 de febrero de 2010

205

Era imposible que existiera una persona en toda la ciudad que no supiera que el alzamiento definitivo del cañón se estaba produciendo este día. La prensa y los medios de comunicación en general se habían hecho eco durante semanas de lo que llamaban una “muestra de ingenio y de capacidad de tomar decisiones difíciles para el aún reciente presidente Rufus”, ensalzando la decisión del traslado desde Junon de la monumental arma y detallando cada día las previsiones acerca de cuándo sería instalado definitivamente. Incluso si existiera alguien que hubiera estado aislado de cualquier medio de comunicación durante todo este tiempo, una simple mirada sobre la placa bastaba para ver la colosal instalación que se había realizado. Sólo en el supuesto caso de que esa persona no hubiese salido de los suburbios o estuviera ciega se podría dar el caso de que no identificara el monumental estruendo que se estaba produciendo en toda la ciudad, sobre y bajo la placa, seguramente pensando que ésta iba a derrumbarse una vez más, como ya ocurrió en el sector 7. El ruido era infernal: las grúas no paraban de chirriar y cada vez que una se venía abajo temblaba toda la placa; el estrépito de los gigantescos motores retumbaba como si la ciudad tuviera un corazón propio y estuviera forzándolo hasta su límite; algunos gritaban, otros observaban la maniobra con estupor y miedo, y muchos rezaban, suplicando que no se soltara y provocara una catástrofe.

En el interior del Midnight Bell la gente parecía haberse quedado estática. El pequeño pub ya tenía bastantes años y había pasado a sustentarse casi exclusivamente a base de clientes habituales, lo cual aportaba a Mijail, el dueño y único camarero del bar, el dinero suficiente para mantener su establecimiento en el sector 6 y poco más. Estos clientes que habitualmente charlaban de política o de la última carrera de Chocobos miraban ahora la pantalla de la televisión con miedo, como hipnotizados por el movimiento ascendente del cañón al elevarse por las grúas. Llevaban ya un buen rato sin pronunciar palabra, como temiendo que se cayese si alguien decía algo; tras la barra, Mijail, visiblemente nervioso, limpiaba el mismo vaso que cinco minutos atrás ya había dejado perfectamente pulcro, sin apartar la vista del televisor. Tan sólo una persona permanecía ajena a las imágenes retransmitidas, apoyada sobre la barra y más pendiente de su jarra, dentro del cual sólo quedaba un pequeño rastro de espuma en vertical, vestigio del último trago.

- Otra – Su voz se alzó por encima del reportero que comentaba la maniobra, acompañando su petición con un ligero golpe contra la mesa con el culo de la jarra.

El viejo barman despertó de su absorto estado, sirviendo raudo más cerveza para su cliente, a la vez que miraba el reloj. Éste solía pasarse bastante por el Midnight Bell, pero raramente compartía conversación con alguien. Quizás eso se debía en parte a que su aspecto intimidaba bastante: Warren Miller era un tipo muy corpulento y musculado, había pasado hace poco la treintena y no era especialmente conocido por su buen humor. Había tenido un par de peleas en ese mismo bar, pero el viejo barman poco o nada podía hacer para impedirle que volviese. Generalmente acudía al bar cuando había algún combate televisado, ya que a su chica nunca le había gustado ceder su programación predilecta por “un par de gorilas dándose palos”; pero esta vez no había bajado por ningún combate, aunque el motivo también tenía que ver con su chica, o bueno, con la que había sido su chica hasta hacía dos horas.

Warren dio un largo trago a su cerveza. “Maldita zorra...” suspiró para sus adentros. Cierto era que Bárbara llevaba bastante tiempo dando signos de que la relación no funcionaba adecuadamente. Ella nunca había querido dar palo al agua, y eso a él no le molestaba; tenía un trabajo bastante exigente pero que le aportaba un dinero más que suficiente para mantenerla y darle caprichos. Al principio ella colaboraba: se ocupaba de la casa, las compras, cuidaba su aspecto... Warren se había llegado a convencer a si mismo de que realmente era lo mejor, ya que si algún día tenían un hijo, idea en la que ella tantas veces había insistido, podría tener todo el tiempo para cuidarlo, y él no tendría que preocuparse en exceso por un jodido crío. Pero precisamente su dejadez en el tema de formar una familia fue lo que empezó a cansar a Barbara, y la relación empezó a replegarse sobre si misma. Ella dejó de hacer sus tareas e incluso de arreglarse, y él lo consideró un insulto, teniendo en cuenta que estaban viviendo en su casa y gracias a su sueldo. Las discusiones fueron convirtiéndose en el pan de cada día, creciendo cada vez más en intensidad. Y todo terminó la misma noche que ahora anunciaba su fin con los primeros rayos del amanecer, cuando ella cruzó la línea diciéndole que si no tenía los cojones para ser un padre, quizás tendría que buscar una polla que sí los tuviera. Warren había montado en cólera ante tal atentado a su hombría y había golpeado a su chica en la cara, no con todas su fuerzas, pero sí con intención de hacer daño. Ésta había quedado tumbada en el suelo, mirándole con incredulidad y los ojos llenos de lágrimas; él se había marchado con un sonoro portazo no sin antes advertirle: “cuando vuelva, espero no volver a ver tu cara, porque entonces te la partiré del todo”.

Y ahí estaba desde entonces, ajeno a la preocupación de la gente por el inmenso cañón que se alzaba sobre la ciudad apuntando a ese cráter en el norte del que tanto hablaba la gente. A Warren todas esas tonterías le importaban bien poco, igual que se la habían traído al pairo la explosión del reactor, la caída del sector 7 e incluso la aparición de Meteorito. Nada de eso le afectaba directamente, y estaba seguro de que a todos los inútiles que miraban la pantalla acongojados también, no entendía el por qué de tanta excitación. La puerta del bar se abrió, anunciando un nuevo cliente, al que Mijail saludó sin mirarle, centrado en la televisión. Él devolvió el saludo y se sentó justo al lado de Warren, apoyándose sobre la barra y pidiendo un vaso de ginebra con limón.

A Warren le llamó la atención el tipo, que era junto a él mismo el único que prefería tomar alcohol a un café para despertarse. Vestía muy elegante, incluso para lo que era habitual sobre la placa. Un conjunto de traje negro con la chaqueta abierta se pegaba a su figura delgada, sobre una camisa roja apagada y una corbata con rayas grises verticales. Parecía el tipo de tío que se toma un combinado en el pub elitista de moda del mes, no en una taberna ajada por los años y llena de clientes de clase media. Aparentaba estar más cerca de los veinticinco que de los treinta y era muy pálido. A juzgar por su constitución física, el corpulento Warren calculó que podría darle una paliza con un brazo atado a la pierna. Volvió a fijar la vista en su cerveza, y cuando estuvo dispuesto a perderse de nuevo en sus pensamientos acerca de Bárbara, el individuo habló.

- Supongo que a Rufus no le bastaba con que sus soldados portaran espadas de más de metro y medio de longitud, también necesitaba que Midgar tuviera un gigantesco cañón. - Alzó su vaso hacia la pantalla, en un brindis imaginario – ¡Por la ciudad con el presidente más acomplejado y el símbolo fálico más grande del mundo!

La gente no le siguió, mirándo con cierto resquemor al individuo, al que nadie había visto anteriormente, por andarse con bromitas en una situación tan crítica. Warren, por su parte, no había entendido muy bien lo que había dicho, pero agradeció que alguien rompiera el ambiente de tensión, necesitaba distraerse, no estar en un entierro.

- Estos tipos no te responderán nada – Dijo echando una mirada al recién llegado. - Están demasiado acojonados pensando que esa mierda se va a caer.

Warren se sumó junto al individuo a la lista de gente que no sería escuchada esa noche por los clientes del Midnight Bell. Éste, sin embargo, pareció apreciar que alguien respondiese a su comentario.

- En cambio a ti no parece preocuparte en absoluto. - Inquirió mientras se giraba hacia él.
- Tengo mis propios problemas. - Se encogió de hombros. - No veo la razón de interesarse por un cacho de metal, por muy grande que sea.
- ¿Y cuáles son esos problemas, amigo? - Adoptó pose de quien está dispuesto a escuchar una larga historia.

Warren se sintió algo confuso. Por una parte nunca le había gustado hablar demasiado con gente que no conocía, y menos con un pijo al que sacaría varios años; pero por la otra, se sentía con ganas de tener una conversación sobre el tema con otra persona, precisamente por su condición de desconocida, quizás así podría soltarse y los pensamientos no le reconcomieran tanto la cabeza. Además el ambiente era digno de un velatorio y realmente necesitaba alguna distracción. Volvió a encogerse bajo sus voluptuosos hombros y le contestó.

- Mujeres... - Bufó con desprecio. - Llegan a los 30 y si no se ponen a parir como cerdas ya sienten que están incompletas o algo.
- Vaya por dios. - El individuo chasqueó la lengua, dando un trago a su vaso antes de continuar. - El problema es que tu... ¿novia? ¿mujer? se está poniendo muy pesada con el tema familia unida y todo eso, ¿no?
- No es mi mujer, y desde hace unas horas tampoco es mi novia. - Hizo lo propio con su jarra, un chorro de cerveza se escapó por la comisura de su boca, mojando su perilla. - Y eso que desde el principio pensé que era la definitiva. He cogido el coche y bajado al bar para intentar despejarme, pero había olvidado que hoy era el jodido día del cañón ese.
- Vaya, amigo, lo siento por ti. ¿Llevabais mucho tiempo juntos?
- Casi tres años, ya estábamos viviendo juntos y con planes. Pero mira, que le follen. Tengo un piso sobre la placa y cobro más de lo que esa furcia puede ganar en un año. Que tenga todos los hijos que quiera y los cuide en las ruinas del Sector 7 si le sale del mismísimo coño, yo ya encontraré otros para mí.
- Así se habla – Chocó su vaso contra la jarra de Warren, aunque ésta estaba apoyada sobre la barra. - Parece que tienes un buen trabajo, ¿qué haces exactamente?
- Oh, bueno... - Hizo un gesto despreocupado con la mano, como queriendo apartar el tema. - Ya sabes, cosas aquí y allá, encargos... la gente con dinero paga sin problemas para que le traigan las cosas hechas. ¿Y tú? Por como vas vestido, diría que tampoco te mueres de hambre.
- Tampoco te creas que tengo muchos de estos – Dijo con una sonrisa ladeada, mientras se cogía el traje por el cuello, mirándolo – Tan sólo un par, lo que pasa es que les doy mucho juego. En mi trabajo decían que el traje daba buena imagen y respeto. Ya sabes, diferencia los que están arriba de los de abajo. Pero tampoco era nada impresionante, papeleo y poco más – imitó el gesto con la mano de Warren – Me cansé, ahora estoy buscando algo más interesante y...

Un gran estruendo se escuchó en el bar, para ser retransmitido un segundo después por la televisión. El cañón finalmente había alcanzado su soporte y había encajado con la pieza de unión. Todos suspiraron aliviados, y el ambiente retornó al bullicio habitual de una taberna; súbitamente parecían entusiasmados con la idea del cañón y no tardaron en escucharse vitores hacia el presidente de la compañía que gobernaba la ciudad.

- Vaya capullos... - Bufó Warren.
- Todo el mundo se siente más seguro con un arma, sobre todo si ésta tiene más de un kilómetro de longitud. - Dio un trago más a su cubata, que anunciaba ya su último estertor. - Sabes... yo también tuve una chica que consideraba la definitiva.
- ¿Y qué ocurrió? - Se fijó en que el gesto del tipo se había ensombrecido, esta vez era él quien miraba su vaso.
- Pues... digamos que se fue.
- ¿Se fue? ¿Así, sin más? ¿Por qué?
- Aún no lo sé... - Volvió a mirarle. - Pero créeme, lo acabaré sabiendo.
- ¿Y la acabarás trayendo de vuelta, no? Je... - Warren terminó su jarra, hablar le daba sed y estaba perfectamente dispuesto a pedir otra.
- No, ella no volverá... - El gesto terminó de ensombrecerse del todo, para un segundo después volver a la habitual cara de perfecto optimismo. - Pero... ¿quién las necesita, eh? Ambos somos hombres con una vida labrada y bien situados socialmente, pueden irse todas a tomar viento. - Llamó con un gesto al camarero. - Me has caído bien, amigo, y creo que todo cambio importante en una vida necesita un brindis para iniciarse. ¿Me permites invitarte a algo más fuerte que esa cerveza?
- Oh, déjalo, puedo pagármelo...
- ¡Insisto! - El joven exhibía una gran sonrisa – Me tendré que ir dentro de cinco minutos, pero no quiero despedirme sin al menos haberte hecho el día algo más llevadero. - El camarero acudió a su llamada, poniéndose frente a ellos. - Para mí, otro de lo mismo, para mi amigo, lo que él quiera.
- Está bien – Aceptó, realmente le apetecía algo más fuerte – Whiskey, con dos hielos.

El barman asintió, retirándose a preparar las bebidas. Warren volvió a observar al tipo, que pese a su aspecto, había que reconocer que le estaba cayendo bien. Y tenía toda la razón del mundo: él era un triunfador, ganaba dinero y tenía la vida solucionada; Bárbara no era más que una furcia que quería ser mantenida, engendrar críos y vivir una vida regalada. Pues que le dieran mucho por el culo, él no tenía por qué aguantar ese lastre. Estiró sus musculosos brazos, juntando las manos tras su nuca y dispuesto a despejarse e iniciar una nueva vida de soltero. Después de todo, ahora podría ver sus combates favoritos en casa, comer lo que se le antojara y tirar toda esa decoración cursi que se había adueñado poco a poco de la casa. Dio una palmada en la espalda del tipo, que aun sin ir con mucha fuerza casi lo derriba de la silla, lo que hizo reír a Warren mientras Mijail depositaba sendos vasos frente a ellos.

- ¡Haz algo de ejercicio hombre! ¡Que estás escuálido!
- Cualquiera parecería escuálido a tu lado, grandullón. - Sonrió mientras se recolocaba las gafas, cogiendo su ginebra y alzándola frente a él. - ¡Por el cambio que se producirá desde hoy en nuestras vidas!
- ¡Así sea! - Warren chocó su vaso con el del tipo y dio un copioso trago a la par que él. El fuerte licor recorrió su esófago directo al estómago, dejándole un sabor fuerte en la garganta, acentuado quizás por el hecho de estar bebiéndolo antes de las ocho de la mañana. - Por cierto, no me he presentado. Soy Warren, Warren Miller – Tendió la mano al individuo, el cual se quedó mirándola un par de segundos para después mirarle a él, con esos ojos grises amplificados por las gafas.
- Ya sabía como te llamabas, Warren.
- ¿Cómo? - No entendía, era muy temprano y realmente se encontraba algo somnoliento. - ¿Acaso nos hemos visto antes?
- Yo sé cosas de ti, y tu sabes cosas de mí. - El tipo simplemente le mantuvo la mirada, como si estuviera esperando algo.

A Warren le dolía la cabeza, quizás había bebido demasiado para ser esas horas de la mañana. Todo empezó a oscurecerse lentamente y los párpados súbitamente le pesaron como losas. No comprendía, no era capaz de entender qué estaba sucediendo. Ese tipo sólo seguía mirándole y él no sabía qué decir, se sentía confuso y desorientado. La sala empezó a tambalearse y los ruidos producidos por las obras del cañón se convirtieron en percusiones dentro de su cerebro. Se llevó las manos a la frente, la cual sentía muy caliente y sudada. Se sintió como si toda su sangre descendiera hasta sus pies y se escapara por un orificio. Ese individuo sólo le miraba, impertérrito, sin sorprenderse. Con sus últimas fuerzas, Warren intentó hacerle una pregunta.

- ¿Quien...? ¿Quien eres? - La voz sonó ajena en sus propios oídos.
- Soy Érissen, Érissen Colbert. Encantado de tenerte frente a mí, grandísimo hijo de puta.

Sin conseguir asimilar el nombre del todo en su cabeza, el gigante se derrumbó. Se cayó de la silla hacia atrás, produciendo un sonido similar al de una de las grúas del cañón al desplomarse. Todo el bar se giró hacia el lugar donde había aterrizado, observando el enorme cuerpo de Warren desparramado sobre el sueño de la taberna. Mijail, ya en edad de ser considerado viejo pero no anciano, salió tras la barra y, asegurándose de que todos le oían, exclamó:

- ¡Me cago en dios! ¡Esto le pasa por beber como un cosaco a estas putas horas! - Dio una ligera patada al cuerpo de Warren, el cual no se movió ni un centímetro. - Este cabrón está durmiendo la mona. ¡Es la segunda vez que tengo que pedirle un taxi!
- No hace falta. - Érissen dio un último trago a su copa, la cual quedó a medias, también asegurándose de que tods le oían antoes de continuar hablando. - Dijo que tenía el coche por aquí aparcado, puedo llevarlo a su casa si me dice la dirección. - Me siento mal por haberle casi forzado a tomarse una copa conmigo siendo que él no quería.
- ¡Pues mira, llévatelo! ¡Vamos! ¡Un par de voluntarios que ayuden a este tipo a transportar a éste mastodonte hasta su coche!

Los más allegados al dueño del bar acudieron raudos en su ayuda, un cuerpo de más de 150 kilos esparcido no daba buena imagen ante los posibles nuevos clientes. Poco a poco y con dificultad fueron arrastrando el cuerpo hasta su coche, situado a la salida del Midnight Bell y, después de que Érissen encontrara las llaves del coche en el bolsillo trasero de su pantalón, lo metieron en los asientos traseros, no sin cierta dificultad.

- ¡Hala! - Dijo el barman desde la entrada de la taberna. - ¡Y dile que no se atreva a volver a mi bar! ¡Siempre la está liando, de una forma o de otra!
- No se preocupe, se lo diré... - Érissen introdujo su mano en el bolsillo interior de su chaqueta, sacando una cartera. - Por cierto, no le he pagado las copas. - Sacó unos cuantos billetes, doblándolos. - Aquí tiene, quédese con el cambio, por las molestias.

Mijail observó desde el umbral de la puerta como el coche se alejaba, para probablemente no volver a verlo jamás. La oferta que ese niño pijo le había hecho había sido difícil de rechazar, máxime cuando implicaba la más que probable desaparición de la faz de la tierra del cliente más problemático de su bar tan solo vertiendo unas cuantas gotas en su bebida. Quizás al día siguiente tuviera la visita de algún PM o Turk, pero un bar entero resultaría testigo de que el joven trajeado se ofreció a llevárselo y a todos les pareció apropiado. De todas formas, cuando el barman volvió tras la barra, se cuidó muy bien de guardar sigilosamente en su bolsillo y no en la caja registradora los 500 guiles escondidos entre dos billetes de 10.




Aún sin sentirse despierto del todo, Joseph Hermann se veía prácticamente parapetado tras varias pilas de documentos. Su pelo revuelto formaba un telón asimétrico a unas gafas de pasta tras las cuales unos ojos oscuros, los cuales, pese al gran volumen de papeleo, permanecían fijos en el único folio que sujetaban sus manos, muy concentrados. Vestía ataviado con una bata amplia bajo la cual se apreciaba una camisa azul clara y una corbata negra. Una taza de café negro humeaba apoyada sobre el escritorio de caoba, iluminado por una luz artificial sumada a los primeros rayos de un atardecer tímido que se transparentaba por la gran ventana a las espaldas del doctor. Tras mantenerse pensativo durante un par de minutos más, pulsó el botón que abría la linea del micrófono que tenía acoplado.

- Helen, por favor, manda un correo al jefe indicándole que necesito reunirme con él urgentemente.
- Enseguida, señor Hermann. - Contestó una voz femenina muy dulce, aún distorsionada por el altavoz.
- Muchas gracias.

Volvió a fijar sus ojos en las 10 únicas palabras escritas en el folio, escritas con una caligrafía que conocía sobradamente, ya que él mismo había enseñado a escribir a la persona a la que pertenecía. Era un mensaje claro y directo; y eso, sumado a las compañías que había frecuentado el que les había entregado el mensaje, le inquietaba bastante. “Al renacuajo le han salido agallas”, pensó. El altavoz volvió a encenderse, pero la voz dulce de la secretaria hablaba ahora atropelladamente y nerviosa.

- ¡Señor Hermann! ¡Señor Hermann!
- Sigo aquí, Helen, ¿qué ocurre?
- Es... es ella señor. - La voz le tembló – Han llamado desde la sala de recuperación, ha montado en cólera y está destrozándolo todo.
- Mierda... Voy para allí, que no la dejen salir.

“Aunque me gustaría saber cómo”, pensó para sus adentros antes de ponerse en pié y salir por la puerta, guardando el folio dentro del bolsillo de su bata. Tenía que darse prisa, el último ataque de ira de la chica resultó extremadamente caro, tanto en material como en personal.

- Jodida Irina...


...

lunes, 15 de febrero de 2010

204

   Pasadas las ocho de la mañana hubo un gran alboroto en la calle. O en lo que habría sido una calle, de no estar tan soberanamente llena de basura. Era lo acostumbrado en los suburbios: pasos estrechos entre montañas de chatarra inservible y atestada de vagabundos, delincuentes y otros desechos aún peores. Un rayo con forma de transporte oficial de SOLDADO se hizo un hueco entre los montones de basura metálica, tal como lo había hecho antes entre los coches en la carretera asfaltada de la placa del sector 6, de tal modo que muchos habían tenido que detenerse donde estaban y otros casi se subieron al edificio más cercano. Al paso de la unidad de élite quedaba una considerable congestión de tráfico y muchos juramentos.
   Y es que había prisa. La unidad, compuesta por varios SOLDADO de 3ª clase y dos de 2ª, mantenían el equilibrio como bien podían en el interior del transporte sin soltar sus armas. Alguno maldecía al conductor, aunque con cualquier otra persona ocupando su puesto habría sido lo mismo. Cada uno de los segunda tenía que comandar una mitad de la unidad hasta encontrar y neutralizar su objetivo. Ahora uno de ellos se entretenía bregando por hacerse entender por encima del ruido del motor, explicando la misión encomendada. El segunda sostenía el casco con una mano, dejando que se aireara su cráneo afeitado. Mientras, con la otra mano enguantada jugueteaba con la larga empuñadura de la espada de doble filo en una clara señal de impaciencia. Una vez que el vehículo tomó una ruta más estable, su voz ronca se escuchó con bastante claridad.
   -Es probable que alguno de vosotros, aficionado a programas del corazón y cotilleos de marujas, haya escuchado algo de esto. Se ocultó a los medios, como suele ocurrir en estos casos, para evitar el pánico, pero también para que no quedáramos como idiotas, ni nosotros ni la compañía; pero siempre hay alguno cuya lengua estaría mejor en su culo que esparciendo rumores. Para los poco informados, os diré que hace unos días, y por suerte para nosotros, un guardia de seguridad encontró a uno de su departamento desmembrado y colgado cabeza abajo de una escalera de incendios. Digo por suerte, porque de haberse tratado de un ciudadano de a pie, a estas alturas la historia estaría vendida al mejor postor y ya hay bastantes problemas con Arma y Meteorito como para añadir un crimen así a la prensa sensacionalista. Y más si tenemos en cuenta que el informe forense reveló que no se trataba de algo perpetrado por un asesino típico o un perturbado; las heridas del guarda habían sido producidas por garras. Su cuerpo había sido, según el informe, “atravesado por garras de unos cinco y ocho centímetros varias veces, recibiendo heridas en el torso, cuello y espalda.” Así pues, creo que está bastante claro que el culpable es un monstruo, o más de uno.
   El SOLDADO hizo una pausa, aprovechando un bache para tomar aliento. Al parecer, el conductor estaba tomando atajos de nuevo. El consecuente salto del transporte hizo que la cabeza de uno de sus hombres chocase contra el techo, para gran regocijo del resto. Aún así, las risas y comentarios no duraron mucho. Para algunos era la primera misión donde se les encargaba algo más que desfilar y entrenar en el cuartel, y estaban nerviosos y excitados. 

  El otro segunda, más serio, se encargó de continuar la explicación. A éste no le hizo falta gritar. Quienes le conocían le llamaban Susurro. Solía pasar desapercibido casi siempre. Pelo negro corto, ojos castaños, rasgos anodinos de expresión seria e indiferente, y el uniforme característico, que vestía como si en vez de ponérselo se lo hubiera injertado. Una cosa le diferenciaba de otros oficiales de descripción parecida: su voz. Los que habían trabajado con él sabían que hablaba bajo siempre, como el siseo de una serpiente. También sabían que su voz tenía la cualidad de hacer que moderaran su tono los demás oficiales cercanos, y a veces hasta los oficiales de más rango que él. Claro que en parte era para poder escucharle, pero su forma de hablar decía algo a favor de sus agallas cuando un primera exigía una respuesta a voz en cuello de sus subordinados y él seguía contestando a su manera. En aquel momento a algunos les pareció que incluso el estruendo del motor bajaba el volumen.
   -Investigando la zona con ayuda de planos del Departamento de Desarrollo Urbano, se encontró una vieja red de tuberías, junto con una entrada al interior de la placa, inadvertida entre dos edificios durante años. El precinto estaba roto y la compuerta abierta. Con ayuda de dichos planos se confirmó que la entrada conecta con un tramo clausurado de la red de ferrocarriles, y ésta a su vez con los suburbios del sector 2. Nuestro cometido es encontrar el acceso bajo la capa de mierda del suburbio y acabar con el o los monstruos, si es que siguen ahí. La compuerta se ha sellado por el acceso de la placa, de manera que si intenta escapar en por la red ferroviaria estará acorralado; le reventaremos el culo y podremos volver el cuartel antes de que el marica de Mallet sienta que debe maquillarse de nuevo.
   -Me encanta que vayas siempre al grano, cariño.
   El 2ª clase más serio lanzó su casco hacia Mallet, pero éste ya se lo esperaba y no tuvo problema en pararlo con la mano que un segundo antes remoloneaba en la empuñadura del arma. Los 3ª clase rieron la gracia, cuidándose de no exagerar demasiado para evitar las represalias de Mallet. En esas estaban, cuando los ocupantes del vehículo notaron un fuerte tirón hacia la derecha y que se habían detenido. Habían llegado. Mallet se pasó la mano por la rapada cabeza y empezó a dar instrucciones.
   -Hora del vals. Recordad, que cada uno siga a su maestro de ceremonias y no se separe de su pareja de baile. No quiero que nadie, repito, NADIE, vaya por libre. Os quiero sincronizados como si esto fuera una puta exposición de relojes. ¡Venga, movimiento! ¡Quiero ver cómo los talones os azotan el culo al correr!
   Susurro se puso el casco y abrió la puerta del vehículo. No dijo nada: consideraba que lo dicho por su compañero valía para todos. Se habían detenido no muy lejos de la estación que unía la placa con el suburbio del sector 2. Cerca había un andén abandonado y también, alzándose sobre ellos como si fuera a aplastarlos bajo su mole, la imponente base de Midgar y de Shinra: lo que algunos llamaban el sector 0. Las vías del tren se perdían en el interior de un túnel, y a lo lejos se entrelazaban con otras igualmente añejas para ir a rodear la gigantesca estructura, antes de subir en una enorme espiral metálica y penetrar en el interior de la placa. Susurro hizo una seña y los SOLDADO a su cargo salieron rápida y eficientemente. Mallet hizo lo propio y al poco ambas unidades de élite estaban moviéndose.
   En honor a la verdad, ni Mallet ni su compañero habían contado todo a sus subordinados. Susurro lo había omitido, y Mallet no consideró necesario comentarlo si el SOLDADO de más edad prefería pasar de ello. Ciertamente, temía que el resto del informe pudiera acobardarles. Con tanta gente ocupada en el traslado del cañón y su instalación, y el últimamente perenne temor a ataques terroristas, a Sefirot, a Arma… les habían dejado a un puñado de novatos para encargarse de aquella tarea. El propio Mallet, al revés de lo que parecía, no estaba del todo tranquilo. Creía que Susurro tenía más experiencia que él y, de no ser así, era lo bastante inexpresivo como para aparentar que no le corroían los nervios. Tener que inspeccionar los olvidados entresijos de la placa en busca de un monstruo, aunque resultara ser un Lobo de Kalm (algo poco probable, dado el informe) se le antojaba demasiado surrealista. Era como estar dentro de una de esas angustiosas películas de bichos alienígenas. Bichos que desguazaban a los protagonistas como papelinas, a pesar de que éstos parecen ser siempre más duros que doblar una viga de mitrilo con los dientes.

   “La contusión más grande de la espalda es el resultado del primer impacto. El asesino habría asestado un fuerte golpe al guardia con un objeto dotado de puntas o púas, aunque no hemos sido capaces de determinar de qué se trata. El guardia debió de darse la vuelta, y fue entonces cuando recibió las heridas de los hombros, pecho y abdomen. Seguramente el asesino se abalanzó sobre él después de que se volviera. Sin duda fue en ese instante cuando el guardia, desequilibrado, se golpeó la cabeza contra uno de los contenedores. La contusión de la sien lo confirma. Seguramente aún estaba vivo cuando llegó a la mitad del callejón. A juzgar por las marcas dejadas en el tobillo, el asesino no se lanzó sobre él de nuevo, sino que lo sujetó por la pierna derecha, y debió levantarlo en el aire. Como resultado, la articulación se dislocó. Creemos que, dados los lugares del escenario donde se encontró sangre, y las contusiones y heridas de la cabeza de la víctima, fue golpeado contra los cubos de basura y la propia escalera de incendios en la cual se le encontró colgado. Hay otras heridas y hematomas que parecen consecuencia de dicho acto. Toda la sangre hallada pertenecía a la víctima.
   Aparte de las manchas de sangre, restos del uniforme y el casco, y los típicos desechos propios de un callejón, sólo hemos encontrado un par de muestras que asemejan escamas. Mostraban cierto nivel de mako, lo que confirma lo que se pensaba inicialmente: que se trata de un monstruo. Todavía no hemos podido determinar qué clase de monstruo asesinó al guardia; por ahora únicamente nos dedicamos a comparar patrones de ataques anteriores y descartar a las criaturas cuyas marcas no coincidan con las dejadas en la víctima.”


   Mallet sacudió la cabeza e hizo varios movimientos de calentamiento con los brazos al bajar del transporte. No necesitaba llenarse la cabeza con datos: únicamente tenía que encontrar al animal en cuestión y enseñarle que era fácil jugar con los del Departamento de Seguridad, pero que no se jugaba con SOLDADO a no ser que quisieras volver a casa llorando.

***

   -¿Despedido?
   Elliot Rigar no salía de su asombro, aunque tampoco pudo disimular cierto alivio. Completamente estupefacto, no fue capaz de decir otra cosa que no fuera la tan temida palabra. Ante él, Gina Leman se mostraba seria, serena e implacable en su rol de jefa intransigente y puntillosa. Si en aquel momento el Meteorito hubiera caído sobre el sector de al lado, Elliot no se habría visto más sorprendido.
   El científico había temido que la imprevista charla con la jefa de departamento tuviera que ver con el robo, cometido no hacía mucho, de cierta pieza perteneciente a la máquina de refinamiento de mako que usaban en el laboratorio. Con una combinación de suerte, ingenio y la ambición impaciente de un compañero, había podido llevársela sin problemas, seguro de que le caería el muerto a él. La cosa había ido bien; a Dylan Metroy le había caído una condena por intento de robo. Le habían pillado con las manos en la masa, forzando el escritorio de un compañero que estaba de vacaciones y con el mecanismo de concentración de mako encima. Tras aquel turbio asunto, Elliot había deseado fervientemente poder olvidarlo por completo y que la investigación se diera por concluida. Confiaba también en que Metroy no relacionara su desgracia con él. En todo caso, los guardias habían registrado a Elliot antes de que pudiera salir del edificio la misma noche que sonó la alarma y no habían encontrado nada sospechoso entre sus pertenencias, y el científico ya no tenía la pieza consigo. Consideraba que no había indicios que le delataran.
   Sin embargo, aquel concentrador de mako no era la única pieza desaparecida desde hacía un tiempo. El misterioso chantajista de Elliot había seguido pidiendo de cuando en cuando no sólo relaciones de las materias que le tocaba tratar, sino también piezas. Elliot había aprovechado la excusa de hacer horas extras para entrar subrepticiamente en el almacén. Por suerte para él, la maquinaria estaba bien cuidada y no se estropeaba a menudo, pero los registros de costes de las piezas no mentían, y cada vez que un contable visitaba el departamento para ver a Leman, una garra fría le agarraba el estómago y no dejaba de estrujárselo hasta que la jefa estampaba indiferente su firma, sin siquiera mirar dónde plantaba su rúbrica. Tarde o temprano se notaría que faltaban cosas.
   Pero no tenía otra opción. Las últimas misivas, siempre entregadas de manos de distintas personas, eran cada vez más concisas en sus peticiones. Y también más explícitas en lo que pasaría si se acobardaba y la idea de pedir ayuda a las autoridades se le pasaba por la cabeza. Ya no amenazaban sólo con revelar sus aventuras, con divulgar sus proyectos, o directamente con sacar a la luz que era el responsable de los robos en el almacén de piezas de repuesto. Ahora hacían uso del perfecto conocimiento de su domicilio y su rutina para amenazarle de muerte, tanto a él como a su esposa. La última nota la había recibido hacía cerca de dos semanas, y Elliot deseaba que siguieran sin pararle vagabundos por la calle para entregarle sobres en blanco.
   La voz átona de Leman le sacó de su estupor como si le hubieran dado un latigazo.
   -Sí, eso me temo. Y también me temo que no será el último, Rigar. Cosas de la compañía.
   -Pero… no entiendo… ¿No será por algo que he hecho, verdad? Mi contrato no termina hasta dentro de dos años y…
   -Y ha estado haciendo una labor espléndida. Hasta había mejorado, tal como informé en su expediente. Son cosas de la compañía, y si por mí fuera no despediría a nadie y dejaría las cosas como están. No soy precisamente amiga de los cambios, como ya sabe… Pero es lo que ordena la plana mayor.
   Elliot se calló, como si en aquel mismo instante hubiera perdido el habla. Ni tan siquiera tartamudeó. Ante su reacción, Leman siguió hablando. Durante el tiempo que Elliot llevaba haciendo horas extras y puliendo detalles de su trabajo y su comportamiento, se sentía algo más inclinada a tratarle con respeto y hasta con algo de familiaridad. En la actualidad, se llevaban lo bastante bien como para ser cordiales el uno con el otro, pero no como para dejar de tratarse de usted ni presentar “ideas demasiado innovadoras”. A veces, el científico sentía que la estaba engañando vilmente. Sabía perfectamente que no metía horas por el trabajo atrasado precisamente.
   -Todo es a raíz de la época que estamos atravesando, Elliot. El Departamento de Seguridad Urbana está frenético. Nuestro gran jefe, Heidegger en persona, está que se sube por las paredes. Por si no fuera bastante con el asesinato del anterior presidente de la compañía, los atentados y el Meteorito, ahora se añaden las Armas. El presidente Rufus ha hecho instalar el cañón de Junon aquí como precaución en caso de ataque, o eso es lo que dicen, pero llevará tiempo acoplarlo y evitar que se desplome tras disparar. Desgraciadamente, el cañón funcionaba con un tipo de materia que era generada en el reactor submarino, y la que tenemos en Midgar no serviría para hacerlo arrancar. La materia enorme de los otros reactores la gastaron ya para tratar de volar el Meteorito en pedazos, así que no queda más. Por esto, han decidido conectar la salida de mako de los reactores con la cámara de disparo del cañón y adaptarla para que funcione con mako puro en lugar de con una materia enorme. Pero la presencia de ese armatoste hace algo más que chupar energía, Rigar. Nos afecta a todos, tanto a usted, como a los demás, como a mí misma.
   -Pero que el cañón esté ahí no debería afectar en nada a nuestro departamento… Nosotros nos dedicamos a refinar y procesar la materia que luego usarán los agentes de SOLDADO y los Turcos. ¿Qué tiene que ver la instalación del cañón? -preguntó el científico, confuso.
   -Pues sí que tiene que ver. Y créame, ojalá esa snob repelente de Escarlata y sus científicos locos de las armas hubieran encontrado otra solución. Están colocando conductos para trasladar la energía directamente de los reactores a ese inmenso industrio, su “Hermana Ray”, como le gusta llamarlo. Quieren que todos los reactores, todos, incluido el que surte a la sede central, estén conectados cuanto antes. Pero no verá más obras cerca del edificio que las que se realizan para mantener el cañón estable, no verá cables ni conductos desde el edificio al arma, ¿y sabe por qué? Porque piensan usar los sistemas de la propia sede para alimentarlo. Así que, mientras no termine la amenaza de esos monstruos y el cañón siga donde está, los sistemas que nos aportaban el mako para el refinamiento serán redirigidos hacia ese trasto. En otras palabras, no podremos trabajar, y eso nos hace prescindibles.
   Gina Leman se acomodó mejor en su silla, y suspiró con indignación. Por su parte, Elliot no quiso creerlo. Se negaba a creerlo. No sólo porque perdería su trabajo; eso era una faena, pero Marie seguía teniendo el suyo como redactora. Con eso podían vivir hasta que encontrase otro empleo. Lo que más le dolía era perder todo el esfuerzo que había hecho para llegar a ese punto, que no era ni por asomo su meta final. Todos sus progresos en la universidad, su emoción al entrar a formar parte de la mayor compañía energética del mundo, sus ideas y proyectos revolucionarios… Todo eso se echaba a perder. Y en el fondo de su pensamiento, una voz le decía que no era lo peor. No si su chantajista seguía pidiéndole favores relacionados con su trabajo. Deseó gritar para ponerle fin a aquel sinsentido, pero no funcionaría. Nunca funcionaba, por desgracia. Aquello no podía funcionar, y tampoco podía funcionar la medida adoptada por Shinra.
   -Pero, ¿por qué? Es decir… si hacen eso, llevará mucho tiempo volver a ponerlo todo como estaba, y durante ese tiempo ni nosotros ni los de Creación de Materia estaremos operativos. No habrá materia que valga para los agentes de SOLDADO.
   -Exacto. Pero supongo que mandarán a recoger la materia de otros reactores. Sea como sea, eso no es asunto nuestro, pero sí una mala jugada con la que tenemos que vérnoslas. Por eso me hacen tramitar todo este papeleo ahora -suspiró, señalando la pila de papeles e informes que esperaban a un lado del amplio escritorio-. Quieren que el cañón esté conectado cuanto antes, y empezarán por darle energía usando nuestro sistema de suministros, que es lo más rápido. De esta manera, en caso de que un gigante como el que atacó Junon se nos eche encima, tendremos algo que tirarle hasta que el resto de alimentadores estén colocados. O eso piensa Heidegger. Yo sólo pienso que está tirando por la borda el futuro de mucha gente sin necesidad.
   Hubo una pausa, mientras Leman esperaba que su subordinado se hiciera a la idea y se resignara. Estaba pálida y algo ojerosa. Nunca había sido especialmente atractiva, pero los efectos del trabajo acumulado, junto con la tramitación de los despidos, hacían que pareciera verdaderamente demacrada. Las canas que se infiltraban insidiosamente en su cabello castaño habían crecido en número. En el laboratorio estaba prohibido fumar; no había tardado diez segundos en dejar de hablar y ya tenía un cigarro de los caros encendido. Le daba igual. Sabía que pronto se le podía acabar aquel vicio. Finalmente, Elliot ordenó sus ideas y volvió a hablar.
   -De modo que… Todo el departamento se irá a la calle, sin más. ¿No hay garantías tampoco de volver cuando termine el estado de excepción?
   -Espere que se acuerden tan siquiera de pagar el finiquito -respondió la jefa, desabrida-. Creo que conservarán a algunos de los más “capacitados” de Creación de Materia para el mantenimiento. Ya sabes a quiénes me refiero. Pero no dejarán a nadie más -hizo una pausa mientras daba una larga calada al cigarro. Luego exhaló y bajó la cabeza. Empezaba a tener jaqueca, y acababa de empezar el día-. Dios, si yo fuera el presidente y de verdad tuviera que enchufar ese puto trasto al edificio, daría vacaciones indefinidas o nos trasladaría a otro departamento… pero despidos generales… Es demasiado.
   Ambos callaron de nuevo. Desde luego, las cosas no estaban bien. Si los despidos eran cosa de la plana mayor, estaba todo dicho. Heidegger seguiría tranquilo apoltronado en su sillón; sus guardias, Turcos y SOLDADO haciendo el trabajo sucio, patrullando, jugándose la vida o las tres cosas. Al menos cobraban por ello, y seguro que no les faltaba trabajo. Pero a la vista de los acontecimientos, los científicos de la compañía que se encargaban de suministrarles materia de calidad para facilitar sus labores tendrían que buscarse la vida en la ciudad. Una ciudad que en cualquier momento podía saltar por los aires de un canicazo astral, o bien convertirse en el patio de recreo de bestias colosales. Daba la impresión de que las cosas sólo podían ir a peor.
   Aquella misma mañana, Elliot recogió sus cosas. No fue el único. Leman había ido llamando uno a uno a los demás trabajadores del laboratorio, para comentarles el asunto y acordar sus finiquitos conforme a las horas de cada uno. A decir de la cuarentona mujer, no habían dado siquiera el aviso de despido quince días antes, y encima, tenían que desalojar el laboratorio el mismo día. A lo largo de la mañana, muchos otros científicos salieron de la sede central, varios ocultos bajo una máscara de estoicismo, maldiciendo unos, sollozando otros. Se quedarían solo cuatro gatos, enchufados la mitad, para gestionar el redireccionamiento de energía y hacer su mantenimiento. Con la excusa del estado de excepción, se habían saltado a la torera multitud de normativas creadas por la propia compañía, habían echado a la calle a muchos profesionales fiables y trabajadores, y habían aplastado los sueños de al menos uno de ellos.
   Eran apenas las nueve y media. El tercer jueves de aquel mes, de aquel año horrendo. Elliot tomó el tren para llegar a casa. Abrió como pudo la puerta sin soltar la caja con sus cosas y entró. Todo estaba silencioso, como era de esperar. Marie y él siempre comían fuera los días laborales. Sin siquiera un suspiro, se dirigió al armario que usaban como trastero y dejó la caja dentro, tapada con un mantel viejo que Marie no se decidía a tirar. Uno de los regalos horrendos de su madre.
   Los jueves solía quedar con los viejos compañeros de facultad para charlar y tomar algo. Normalmente procuraba no pasarse, pero Elliot tenía claro que colgar la bata era abandonar sus proyectos y sueños, y eso merecía que se les hiciera una despedida por todo lo alto. Uno de sus compadres siempre estaba hablando de un antro que organizaba peleas y juerga. Era perfecto. Mejor emborracharse en un sitio donde no le conocieran, que en uno donde Marie sabía que iba casi todas las semanas.

***

   Unos ojos rasgados perforaban la oscuridad del interior de la placa, sin ver aún nada fuera de lo normal. Se habían abierto hace unos minutos y aún parecían soñolientos. El ruido de un ascensor en marcha había terminado de despertar al dueño de dichos ojos.
   Vivía dentro mismo de la placa. No sobre ella, en los barrios elegantes, ni debajo, en los suburbios. Al menos la zona donde se encontraba no era por donde discurría el alcantarillado, sino una cercana a la antigua red ferroviaria. Era una sombra que vivía en la oscuridad, a medio camino de una gran ciudad y una gran caída. Nadie pasaba nunca por esos lugares lóbregos y olvidados, ni tan siquiera personal de mantenimiento. Todos aquellos túneles de hormigón y vigas habían sido abandonados hace tiempo, al terminar la construcción de la urbe. Era como si su función hubiera terminado con un fundido en negro que iba a durar para siempre. Actualmente sólo se usaban unos cuantos para permitir que los ferrocarriles conectaran la placa con los suburbios y con el resto del mundo. Los demás permanecían clausurados, o sellados, durmiendo bajo la ciudad. Había algunos accesos para personal en la parte superior de la placa, casi todos precintados por Shinra. También existían muchos ascensores de los que habían llevado a innumerables técnicos, obreros e ingenieros desde el suelo hasta las obras, todos ellos cercanos a los pilares que mantenían los sectores en su sitio. Que la sombra supiera, nunca se usaban.
   Los ojos se volvieron en ambas direcciones. Nada por ninguna parte. El murmullo constante del viejo ascensor seguía resonando en el túnel ferroviario donde se encontraba. El elevador estaba situado en un pasillo lateral, un poco más adelante. Abandonó las vías y se acercó sigilosamente al hueco del ascensor. Sus ojos miraron hacia abajo. La profunda abertura estaba iluminada por luces rojas a intervalos regulares, que se reflejaban en sus iris haciéndolos brillar. Casi al límite de su vista, podía divisar cómo se apagaban mientras la cabina se dirigía hacia él. No sabía de quién se trataba, pero sí que debía tratarse de gente de Shinra. Por lo que recordaba, sólo el personal de la compañía podía tener acceso a aquel ascensor. La sombra pensó que quizá tenía relación con el cierre de la salida a la placa.
   No importaba. Fueran quienes fueran, tenía que hacer algo. Por el momento, únicamente tomaría precauciones. Si se trataba de encargados de mantenimiento, probablemente no habría ningún problema, siempre que no pasaran de cierto punto. En caso contrario…

***

   Llevaban ya cerca de una hora avanzando a través de metal retorcido, deshechos y óxido. Aproximadamente veinte minutos tras su llegada, habían dado con un viejo elevador de servicio que les había llevado directamente hasta la parte inferior de la placa; de ahí que aunque el suburbio quedase ahora a cientos de metros más abajo, siguieran rodeados de chatarra, si bien ésta tendía a ser más resistente por fuerza. En todo el tiempo que llevaban de misión, no habían tropezado más que con algunos engendros menores, monstruos de poca monta, que a pesar de todo tuvieron ganas de suicidarse contra la espada de los SOLDADO. Uno de ellos había recibido una herida, que estaba supurando con rapidez. Mallet le aplicó un vendaje, no sin antes darle radiarle con su materia esna para combatir el más que probable veneno. Hasta el momento, era el único incidente de la misión. El ascensor, aunque bastante viejo, era sólido y funcional. No tuvo problemas en cargar a los SOLDADO y llevarlos hasta el nivel de las vías en un solo viaje. A la salida del ascensor habían encontrado un pequeño panel de control, pero los intentos de iluminar los pasillos habían sido frustrantes e inútiles. Decididos a no perder más tiempo, recurrieron a las linternas incorporadas a los cascos.
   Susurro iba unos metros por delante, con sus muchachos. Los haces de luz de las linternas danzaban en las paredes y mostraban un tapiz interminable de tuberías, rejillas, cableado, vigas y hormigón. La unidad iba abriendo camino e inspeccionando el techo y el suelo, cerciorándose de que fuera seguro. Mallet y su unidad cubrían la retaguardia e inspeccionaban los túneles laterales que comunicaban aquel corredor con el resto del titánico laberinto que era el interior de la placa. No querían sorpresas. El aire estaba viciado, y la atmósfera lo bastante tensa como para escupir y que el esputo no llegara al suelo de rejilla metálica que pisaban. Más de una vez, uno de los 3ª clase se volvía en una dirección espada en ristre, sólo para que la linterna del casco hiciera escapar a una rata.
   Finalmente dejaron atrás los angostos pasillos y las vías de tren, y llegaron a un espacio más amplio, débilmente iluminado por algunas luces de servicio que llevaban años ahí. La unidad de Susurro bajó por una estrecha escalerilla y miraron a su alrededor. Estaban sobre una pasarela metálica de apenas dos metros de ancho, con barandillas de aspecto endeble. Por debajo de ellos sólo se veía oscuridad, pues las luces de las paredes no llegaban hasta abajo. A los lados y encima, podían ver un gran techo plagado de tuberías y canalones, y pasarelas exactamente iguales a la que pisaban; descendían hasta perderse de vista, o terminaban en la pared, junto a una escalerilla de mano que bajaba aún más. Otras ascendían suavemente y acababan en la pared, cerca una pequeña compuerta del techo. Eran los accesos a la parte superior de la placa. Sobre ellos se asentaba la ciudad, el edificio central y ahora, también el cañón. Uno de los chicos de Susurro empezó a sudar y a agobiarse. El segunda se le acercó y le tranquilizó. Todo aquello llevaba años así. No iba a caerse sin más. Una vez comprobada la situación, Susurro pulsó un botón en un aparato enganchado a su cinturón.
   -Vía libre por ahora, nada aquí delante. ¿Qué tal vais vosotros? -preguntó con su habitual voz serena.
   -Todo tranquilo, sin novedad. Nada aparte de mí te frotará la espalda si puedo evitarlo, cielo.
   El grupo de Mallet rió la gracia quedamente. El oficial de mayor rango creyó oír cómo uno de ellos incluso se atragantaba, al tiempo que se imaginaba a Susurro conteniendo una réplica malsonante. El 2ª clase siguió hablando.
   -Esperad un poco en el túnel. Vamos a echar un vistazo. Según el plano, la entrada por donde subió el monstruo está cerca de aquí. Quizá haya otro túnel de regreso a las vías al final de la pasarela, de modo que podríamos estar dando vueltas eternamente sin encontrar a ese condenado bicho. Si no hay nada, volveremos atrás y buscaremos por otra parte.
   La comunicación se cortó en ese punto. Confiado, Mallet hizo un gesto para que sus leales se relajaran. Dos de ellos se acercaron a la salida del corredor, por si pasaba algo. El resto permaneció en el interior. Pasaron apenas cinco minutos cuando Susurro volvió a comunicar con su igual.
   -Efectivamente, hay otra entrada de vuelta a las vías al otro lado de la pasarela. Y hemos encontrado rastros. Diría que a nuestro pequeño asesino le gusta afilarse las garras en las rejillas metálicas.
   -Bien, vamos para allá. Es hora de darle una clase de esgrima a ese puto engendro.
   Mallet dio la orden de marcha, pero se detuvo al notar un ligero toque en la bota. Inclinó la cabeza y vio que una gota de algo le había caído en la puntera. Enfrente, uno de sus chicos estaba apoyado en la pared y miraba hacia abajo, como arrepentido. Mallet hizo una mueca de desagrado.
   -Hay que joderse, Viner, mira dónde escupes la próxima vez. Cuando acabemos con esto me vas a limpiar las botas hasta que deje de parecerme divertido Y muévete, que hay trabajo -dijo el segunda, dirigiéndose rápidamente hacia el túnel. Otros agentes le siguieron y bajaron hasta la pasarela metálica.
   Viner se quedó donde estaba mientras sus compañeros pasaban. Uno de ellos le miró con sorna y pasó por delante mientras el SOLDADO seguía con la cabeza gacha. Ni su compañero ni Mallet se habían percatado de que Viner ya estaba camino de la corriente vital y de que la sustancia que manchaba la bota negra del oficial era sangre. Cuando todos los SOLDADO hubieron salido del pasillo, el cuerpo inerte de Viner se desplomó, con la espalda atravesada.
   El aire fuera del túnel estaba menos viciado, y los SOLDADO respiraron algo más a gusto. Una vez sobre la pasarela, avanzaron con cuidado. Era bastante amplia, pero chirriaba cosa mala, y la distancia hasta el suelo era más de lo que podrían aguantar sus cuerpos tratados con mako si les diera por hacer equilibrios en el pulido pasamano. Estaban ya por la mitad cuando notaron vibrar el metal bajo sus pies. Detrás de Mallet, alguien gritó. Toda la pasarela se movió, y acto seguido empezó a trepidar. Presas del pánico, los SOLDADO se agarraron como mejor pudieron. Mallet se giró para ver qué pasaba, y de pronto se encontró abriendo la boca para alertar a los suyos.
   Una criatura negra y enorme acababa de salir del túnel y se dirigía hacia ellos sigilosamente. Su cuerpo era alargado y a la luz de las linternas brillaba como si estuviera húmedo. La cabeza de la bestia era vagamente cónica, y sobre su morro crecía un amenazante cuerno de color marfil. El lomo estaba cubierto de escamas del tamaño de una mano abierta, y la cola terminaba en una protuberancia que parecía una maza negra. Desde su situación, Mallet no pudo verlo, pero el monstruo se movía sobre cuatro pares de patas armados con garras aceradas. Se movía con la certera y letal agilidad de un felino que sabe que su presa está delante de él. Sus ojos eran pequeños, propios de un depredador inmisericorde; teas azuladas que reflejaban la luz de las linternas y se entrecerraban al recibir de lleno la luz. Una vez descubierta su presencia por el SOLDADO que había gritado, abrió las fauces (unas fauces armadas de colmillos curvos y afilados como cimitarras), soltó un espeluznante chillido y cargó. El primer SOLDADO en su camino fue instantáneamente arrollado y aplastado por las desgarradoras zarpas. El que estaba a su lado no tuvo tiempo siquiera de sacar la espada y el cuerno del monstruo le alzó en el aire, por encima de la barandilla. Lo último que se vio de él fue la luz de la linterna de su casco desvaneciéndose en la oscuridad debajo de ellos. El resto de la unidad, aunque asustada, se mantuvo firme. El entrenamiento y la disciplina recibidas en la instrucción se impusieron al instinto de escapar, y desenfundaron sus armas, manteniendo el equilibrio a duras penas. Intentaron por todos los medios ignorar los movimientos quejumbrosos de la pasarela.
   Desgraciadamente, habían perdido la formación al tratar de sujetarse a la barandilla. El monstruo avanzó y su carga hizo que otro cayera al suelo. Su compañero atacó a la bestia, intentando alcanzar los ojos. La espada rebotó en el sólido cuerno y el SOLDADO fue lanzado hacia atrás. El agente caído se levantó y esquivó como pudo un certero golpe que le habría cortado en rebanadas. Quedaban ellos dos y Mallet. El 2ª clase no había perdido el tiempo, y tras alertar a los suyos había encendido el comunicador. Susurro estaba cerca y escucharía los gritos y el ruido de los golpes. Acto seguido activó su materia. Durante un segundo, su cuerpo brilló y una película translúcida le cubrió por completo. Con un alarido salvaje, cargó contra el monstruo.
   Éste había conseguido atrapar entre sus fauces a uno de los dos agentes de SOLDADO, y cuando Mallet cargó frontalmente volvió la cabeza y soltó a su presa, deslumbrado por la linterna del oficial. A pesar de estar libre de los colmillos de la criatura, el SOLDADO sangraba profusamente y no tardó en caer inconsciente.
   La espada de Mallet se incrustó profundamente en el cuello escamoso. El subsiguiente chirrido de dolor casi le dejó sin tímpanos, y un pitido se impuso al resto de ruidos propios de la situación. Satisfecho por haber causado daño, trató de retirar la espada para seguir atacando, pero la hoja estaba atrapada entre dos escamas. Sudaba copiosamente por el esfuerzo y las venas se le marcaron sobremanera en los músculos, pero no consiguió arrancarla de la carne. Fue el golpe de una gran zarpa lo que le ayudó a sacarla, siendo lanzado hacia atrás en el proceso. Afortunadamente, la magia Coraza que había conjurado momentos antes le salvó de tener siete costillas convertidas en catorce. Tardó una décima de segundo en recuperarse y volver a atacar, mientras su subordinado hacía lo propio tratando de rodear al enemigo y apartarse de las garras.
   Cuando la unidad de Susurro llegó, el agente de 3ª clase estaba tumbado en el suelo, cerca del túnel por el que habían entrado. Susurro ni siquiera se preguntó si vivía. Tenía el casco completamente aplastado y la sangre caía sobre su cara y su cuello. Sin duda un coletazo del ser de pesadilla que podían ver a partes, cuando la luz se posaba en su cuerpo viscoso. Mallet aún se mantenía en pie, esquivando a duras penas los golpes del monstruo, que rugía frustrado cada vez que fallaba. El 2ª clase había retrocedido y ahora apenas diez metros le separaban de la otra unidad. Susurro ya había desenfundado su arma y preparaba su materia.
   -Preparaos. Reld, tú y Aeren id por delante. No ataquéis frontalmente, procurad pasar por sus flancos y colocaros detrás de él antes de hacer nada. Kal, Retrid, apoyad a Mallet. Linsen, conmigo. Vamos a asar a ese hijo de puta. ¡Moveos, ya!
   Los 3ª clase desenfundaron sus armas y avanzaron a toda velocidad. La criatura apenas si se dio cuenta de que dos acababan de pasar bajo sus narices y a no tardar ambos agentes se ensañaban con las cuatro patas traseras y sus costados. Kal y Retrid se acercaron a Mallet, y mientras uno de ellos blandía la espada para mantener las garras del monstruo lejos, Retrid le dio una poción y sacó una bomba de humo, que lanzó por debajo del vientre de su enemigo. Una humareda empezó a crecer y espesarse. Mallet y el resto de agentes se retiraron hacia atrás. En ese momento, Susurro y Linsen alzaron los brazos. La energía se acumuló en sus manos y ardió.
   La nube de humo explotó mientras los SOLDADO lanzaban Piro una y otra vez a su interior. El monstruo chilló de dolor. Reld y Aeren notaron el temblor de la pasarela. Se apartaron a tiempo de no ser embestidos por la mole negra que, desprendiendo un tufo insoportable a carne quemada, enfiló el túnel por el que habían entrado anteriormente y desapareció por él. Los SOLDADO se reagruparon y se miraron sin bajar la guardia. Los novatos estaban temblando. Sus corazones latían desbocados y respiraban agitadamente. Mallet, aún herido, maldijo en voz alta.
   -Le hemos hecho gritar, al menos. No estoy tranquilo. Es mejor que salgamos de aquí.
   -En la pasarela puede lanzarnos por los aires cuando quiera. En los túneles podremos bombardearle con magia y no tendrá tanta libertad -convino Susurro.
   -Pues en marcha.
   Uno de los novatos preguntó qué pasaba con los muertos. Mallet no dijo nada, pero Susurro le dirigió una mirada significativa. No tenía sentido preocuparse por eso ahora, a no ser que quisieran acabar como ellos. Mallet maldecía.
   -Una puta película de alienígenas…

***

   Tardaron poco en dar con el rastro del monstruo. La herida en el cuello hacía que perdiera bastante sangre, por lo que era bastante fácil seguir su pista. Eso sí, no vieron ni oyeron ninguna otra señal de su presencia. Mallet estaba deseando convertir la cabeza de aquel bicho en un trofeo, y quizá hasta vender su cuerno a algún coleccionista. Era una de las pocas veces que había estado como jefe de grupo y había perdido a su unidad al completo. Peor aún, habían tenido que ayudarle los de la otra unidad. Iba tan furioso que cuando Susurro, que marchaba delante de él, se detuvo de golpe, estuvo a punto de empujarle para que le dejara pasar. No obstante, el sentido común se impuso a su ira.
   -¿Qué ocurre?-inquirió en voz baja.
   -El rastro se acaba. A partir de aquí no hay más sangre, pero no me cabe duda de que está cerca. Aún huele a barbacoa-dijo con una sonrisa desagradable. Y era cierto, aún se notaba una peste penetrante a carne quemada. Los SOLDADO sacaron las armas de nuevo y miraron en todas direcciones. En el techo había un gran agujero que sin duda daba a un conducto de ventilación. Algunos cables de las paredes estaban cortados, y la rejilla del suelo tenía marcas de arañazos. Seguramente estaban cerca de su guarida. Intranquilo, Mallet reparó en un boquete que había en el hormigón de una pared, una de las pocas partes libres de tuberías y canalones.
   El agujero parecía tener cerca de medio metro de profundidad. El fondo era irregular y parecía húmedo. Algo brillaba dentro del hueco con un color pálido. Lentamente, su mano fue hasta la linterna del casco y la apagó. El brillo no desapareció cuando la luz dejó de darle. Creyendo que quizá se trataba de una materia, Mallet se acercó. El objeto era redondo, perfectamente redondo. Un orbe azulado y brillante. Bajó el brazo del arma y se acercó. Miró a su alrededor. El resto de agentes seguía pendiente de Susurro, que examinaba el suelo. Uno de los 3ª clase observaba vigilante el techo, por si pudiera aparecer una de las ocho garras del monstruo a través de ella.
   Olvidándose de los demás, Mallet volvió su atención al objeto. Aún se encontraba ahí, en el hueco de la pared. Poco a poco, extendió la mano derecha en dirección al suave brillo. De pronto, Mallet sintió un escalofrío. Al acercarse vio que en su centro, una pupila rasgada le devolvía la mirada. El orbe parpadeó, y sintió que algo cálido y punzante se le clavaba en el brazo. Gritó, y al hacerlo el dolor se hizo aún mayor. Algo tiró de él hacia el interior del hueco con tanta fuerza que se golpeó la cara contra la pared. El resto de agentes de SOLDADO, asustados, se giraron. Al principio creyeron que era una novatada, una broma de mal gusto en un momento inadecuado, pero cuando escucharon gritar a Susurro que ayudaran a Mallet, se dieron cuenta de que era de verdad. Reld y Linsen agarraron al 2ª clase y tiraron de él para apartarle de la pared, consiguiendo que gritara aún más fuerte. Dentro del agujero, un horroroso chirrido les informó de quién trataba de apoderarse de él. Susurro se acercó y trató de lanzar una bola de fuego por el hueco, sin conseguirlo; el monstruo tiraba de Mallet demasiado fuerte y no había espacio suficiente.
   -¡Mi brazo! ¡Mi brazo! ¡Suéltame, jodido hijo de puta! ¡Voy a reventarte esa asquerosa cabeza, puto alien de serie B!
   El monstruo debió de tirar más fuerte, pues Mallet dejó de jurar y pasó a gritar sin más. Los alaridos del 2ª clase salían ahora con desesperación de él. Finalmente los esfuerzos de Reld y Linsen se vieron recompensados cuando lograron apartar a Mallet del hueco. Desgraciadamente para el oficial, la mitad de su antebrazo se quedó en su interior. Ni corto ni perezoso, Susurro abrió la mano frente al agujero y descargó una ráfaga ardiente que explotó en un espacio reducido. Su ataque se vio correspondido de forma aguda y chillona. Lo siguiente que escuchó fue un raspar metálico que se prolongó por la pared y desapareció. Interpuso la espada entre él y la negra abertura e iluminó el interior. El muy cabrón acababa de largarse, a saber en qué dirección.
   -¡Llevadle hasta el ascensor y atendedle! ¡Retiraos de forma ordenada! ¡Volvemos al ascensor!
   Los 3ª clase no necesitaban que los azuzara demasiado. Retrid se pasó el brazo sano de Mallet por detrás del cuello y tiró de él. Aeren tuvo que ayudarle, porque Mallet no ponía demasiado de su parte para moverse. Sólo maldecía entre dientes y miraba alternativamente en dirección al agujero de la pared y al lugar donde antes había tenido un brazo entero.
   -¡Ojalá mi mano te haga un nudo en el intestino, bichejo cabrón de mierda!-decía mientras intentaba desembarazarse de Retrid.
   Los SOLDADO se movieron ligeros de regreso al elevador. Salieron de los pasillos y llegaron hasta las viejas vías. Linsen iba el primero, espada en alto y con una materia Hielo brillando en la ranura del arma. Le seguían Mallet y sus guardianes y los otros dos 3ª clase. Susurro iba el último y tuvo tiempo de ver cómo la criatura aparecía una vez más de la nada, como si fuera un tren emergiendo del fondo del túnel. El chillido le ensordeció. El rancio aliento le provocó náuseas. Apenas pudo activar su materia y gritar mientras era pisoteado por las afiladas garras.

***

   El monstruo siguió corriendo tras los que escapaban. Le habían hecho daño. Mucho. Dolía y quemaba. Por si fuera poco hasta habían alcanzado la sensible piel bajo las escamas. Tras pisotear despiadadamente al humano que le había quemado, corrió tras el resto. Dos intentaron volverse y lanzaron más fuego, pero ya había tenido bastante de eso para mucho tiempo. Ahora con más espacio que en el estrecho pasillo o la angosta pasarela, no tuvo problemas para saltar a un lado y luego otra vez, sobre ellos. A uno le empaló con las garras delanteras. El otro, más rápido, fue obsequiado con un latigazo del hueso de la cola, que le alcanzó en pleno pecho y le mandó dando tumbos contra la pared. Quedaban tres más. Uno se dio la vuelta y echó a correr. Los otros dos le atacaron a la vez, y también murieron a la vez. Apenas le dirigió una mirada al otro humano, que tirado en el suelo gritaba mientras se sostenía el muñón. Se acercó lentamente y poniendo una mandíbula a cada lado de su cabeza, apretó. La sangre manó, dulce y cálida, como cuando le había arrancado el brazo.
   Una punzada recorrió sus nervios y le causó escalofríos en el cuello. ¡Las órdenes! La gran cabeza negra se giró en dirección a otro pasillo, por el que había escapado el último humano. El monstruo echó a correr. Unos metros más adelante vio a su presa. Hizo un esfuerzo más y esprintó. Sus garras repiquetearon en el suelo metálico y se confundieron con los violentos latidos del corazón del humano. Cuando casi estaba sobre él, saltó y abrió la boca. El agradable crujido al cerrarla le indicó que había tenido éxito. Pero… Sus ollares se movieron. Flotaba un olor conocido cerca. Miró hacia el frente, sin dejar de correr. Al final del túnel atisbó algo inesperado. Las garras levantaron chispas en el suelo hasta que quedaron encajadas en él, para evitar arrollar a la figura que se perfilaba delante de las luces del ascensor. Dicha figura parecía humana. Llevaba un amplio abrigo, quizá de una talla mayor de la que necesitaba, y estaba envuelta en tiras de ropa vieja. Una capucha cubría la cara. Tenía la mano derecha, de uñas largas y renegridas, a la altura del pecho. En ella, un orbe lanzaba destellos amarillentos. El encapuchado se aproximó al monstruo y le tocó la oscura cabeza. Ni le tembló el pulso. El aliento jadeante de la criatura apestaba, pero no se echó hacia atrás. Habló, y cuando lo hizo su voz sonó algo entrecortada. Como si hubiera hecho un gran esfuerzo.
   -Lo has hecho bien… Desgraciadamente, fueron más lejos de lo que debían. Lo peor es que ahora habrá que abandonar este sitio… Tarde o temprano mandarán… a otros a buscarles. Tú también te irás. No te necesitaré, y… de todas formas, no creo que pueda seguir… no podré seguir controlándote por más tiempo.
   Obediente, la criatura negra dio media vuelta y desapareció por los túneles. Aunque el ruido de las garras sobre el suelo se había apagado ya, el encapuchado no se relajó hasta pasados varios minutos. Cuando lo hizo estuvo a punto de caer, teniendo que apoyarse en la pared para mantenerse en pie. Usar aquella materia era agotador, pero la suerte le había acompañado. De no contar con aquel gran monstruo de su lado, se habría visto obligado a intervenir él solo. Él solo contra una escuadra formada por miembros de SOLDADO. Sin duda, un suicidio. Pero todo había salido bien. La materia de Manipulación sería inútil por un tiempo, pero tenía otras cosas en que pensar. Sentía tener que trasladarse, pero no quedaba más remedio. Volverían. Y él tenía mucho que hacer, mucho tiempo que recuperar.

***

   Esa misma noche de jueves, Elliot acompañaba a sus antiguos compañeros de facultad a tratar de olvidar, bebiendo y viendo las luchas del Foso. Nunca había estado en aquel local, y conocía varios de los sitios más conocidos, tanto encima como debajo de la placa, de sus tiempos de estudiante. El cambio no le vino mal. Sus colegas no le habían visto beber tanto desde los tiempos en que el acné campaba por sus respetos en su cara. No dudaba que le esperase una buena bronca al llegar a casa, pero con todo no le importaba. Sus sueños de futuro se esfumaban a la misma velocidad que el alcohol del vaso que tenía delante. No le diría nada a Marie. No se merecía saber que su esposo había perdido su futuro, aun cuando fuera por culpa de un gigante creado por el planeta o por un estúpido pedazo de roca volador.
   Mientras, también esa misma noche, Susurro se despertó. Le dolía todo el cuerpo, pero estaba vivo. Como descubriría más tarde, era más de lo que podía decir el resto de los SOLDADO. La materia Cura que tenía le había salvado el cuello. Aplicándola como Regeneración, el daño infligido por el monstruo mermó progresivamente. Aún dolía el pecho, y el SOLDADO estaba seguro de que no bastaría la magia para curar eso. También tenía fracturado el brazo izquierdo, pero las piernas estaban en buen estado. Se incorporó lentamente, al tiempo que decenas de estrellas se agolpaban en su campo de visión si respiraba demasiado fuerte o se apoyaba accidentalmente en el brazo roto.
   No se oía nada en los túneles. Poco a poco, fue caminando sin hacer ruido hacia el ascensor. Por el camino descubrió asqueado los restos de Reld; Kal estaba prácticamente empotrado en la pared, y algo más alejado, el cadáver decapitado de Mallet, junto a Aeren y Linsen. No encontró rastro de Retrid. Su oído captó algo, y antes de darse cuenta de lo que hacía ya tenía la espada en ristre con ambas manos. El brazo herido mandó aguijonazos de dolor hasta el cerebro, pero no soltó el arma. Susurro se quedó quieto como una estatua. El ruido volvió. Parecía alguien tosiendo. El segunda se dio la vuelta y vio a Kal, tratando de coger aire para toser de nuevo. El oficial se acercó a él y le quitó el arnés para que respirara mejor. El novato tenía el pecho hundido, pero a juicio del escaso conocimiento médico de Susurro, quizá sobreviviera. Con cuidado, le cogió por el brazo y le ayudó a levantarse. Luego ambos fueron penosamente hasta el ascensor.

viernes, 12 de febrero de 2010

203

Un pequeño suspiro surgió de su boca mientras aquella placentera sensación se expandía por todosu cuerpo, desnudo y empapado. Aquella había sido una noche extraña, surrealista y por encima de todo, preocupante. No esperaba acabar teniendo a Alex en su cama. Pero ahora mismo todo podía irse a la mierda, pensó mientras volvía a suspirar y se concentraba en el placer...



"Tenemos que hablar".

Alexander estaba acostumbrado al viejo chiste de que ésta es la peor frase que puede decirte una mujer, pero él para sus adentros añadía con cinismo que es mucho peor cuando quien te la dice es tu familia. Ascanius le había citado en un elegante (entiéndase pijo) café de la parte superior de la placa, remarcando que si NO acudía, habría consecuencias.

Si hubiera sabido de antemano las consecuencias de ACUDIR, quizás se lo hubiera repensado, pero aquella mañana él no tenía el don de la videncia.

Dado lo poco habitual que era que su hermano se metiera en su vida, las cosas habían sido predecibles. Lo que llevaba a entender el por qué estaba él sentado en un cómodo sillón anaranjado delante de una copa de crema de nuez Zeio y con un cigarrillo de liar en la mano, insultantemente vestido con su ropa de diario en uno de los locales más elitistas del Alto Midgard. Una cosa era acudir, porque no quedaban más pelotas, y otra ser un mamón sin dignidad ni orgullo.

– Llegas pronto.- saludó una grave voz.

– Y tú en punto y un segundo, para no variar. Eres peor que un puto reloj iciclano.-

– La puntualidad es una de las bases de la educación de un caballero.-

– Otra de esas bases no escritos es que os meten un pal por el...- susurró entre dientes Alex.

– ¡Basta! No te he llamado para que muestres tu irreverencia.- le cortó con brusquedad su hermano.

Físicamente eran muy parecidos. Ambos habían heredado los chispeantes ojos verdes y la piel bronceada de su madre, así como los rasgos afilados y la nariz recta de su padre, pero mientras que Alexander tenía el pelo negro azabache, el de Ascanius era cobrizo. Y aunque llevaban un corte similar, ahí acababa todo parecido. El mayor vestía un caro traje de corte exclusivo en negro y tenía un porte austero, serio y distante, en tanto que el menor llevaba sus vaqueros como una segunda piel, una camiseta ajada en negro con el logotipo de un viejo grupo rockero y pequeños accesorios en plata y cuero negro. Su cazadora reposaba en el respaldo de su asiento, y su pose desenfadada rezumaba descaro y depredación a partes iguales.

– Alex, deberías volver a casa...- empezó el mayor.- Esta vida te está afectando...-

– Sabes por qué me fui. No puedes pedirme ahora que agache la cabeza.-

– No es tu cabeza la que me preocupa.-

Con cuidadosos movimientos, Ascanius extrajo un sobre y lo lanzó sobre la mesa. De su interior se desparramaron unas fotografías que hicieron a Alexander entrecerrar los ojos.

– No preguntaré de donde han salido, pero sí qué cojones haces tú con esto.- siseó mientras señalaba una excelente instantanea de su cena con Victoria.

– Mejor yo que padre.-

– No te salgas por la tangente. Lo que yo haga en mi vida privada no es asunto vuestro, y nuestro padre puede decir misa al respecto. No le debo nada, me gano mi propio sueldo.-

– Alex...- suspiró su hermano masajeándose el entrecejo con la diestra.- Lo que importa no es que te hayas estado luciendo con una muñequita menor de edad por los restaurantes. Como si la alta sociedad no tuviera muchos otros escándalos de losque hablar. Pero si yo he conseguido estas fotos, otros lo harán. No sé si eres consciente de que la has puesto en el punto de mira.-

– ¡Son mis asuntos!-

– ¡Y es su cabeza, imbécil!-

– ¿Me has llamado para dicutir mi vida privada, o hay algo más?-

Ascanius contubo un resoplido. A pesar de lo que pudiera parecer, él y Alex se llevaban bien y se apreciaban, pero su díscolo hermano sacaría de quicio a un santo, incluso a un santo que lo conociera desde que nació.

– Es evidente que no...-



Era oficial. Iori se había vuelto paranoico.

Podía resultar dificil de ver para la gran mayoría que asoctumbraba a verlo por los pasillos de la universidad, o en los laboratorios, pero Laura había tenido el "privilegio" de llegar a conocerle, y que ni ella fuese capaz de sacarlo de su piso para tomar un vulgar aperitivo clasificaba como alarma urgente.

– En serio, I-kun, estás raro...- comentó mientras preparaba café. Un pulcro joven de tez pálida esperaba en el sofá, releyendo datos. Incluso para andar por casa tenía que ir perfecto, refunfuñó mentalmente la chica. El chandal gris que llevaba no hubiera estado más impoluto de haber colgado en una percha.

– Imaginaciones tuyas.-

– Sí, claroooooo... y las vacas vuelan. Desde que hablaste con mi padre vives con un pie fuera de la realidad. ¿Vas a contarme de una vez lo que pasó? Papá no puede, cada día está más olvidadizo.-

– Lo sé... cuando fui a verlo ni se acordaba da que nos había presentado hace años y me recitó tu biografía.-

El comentario era pequeño, pero por lo menos demostraba que Iori aún podía seguir una conversación. Siempre que le sacases las frases con sacacorchos.

Laura puso la taza de café negro delante del chico, y se sentó en el sillón contiguo, sorbiendo su capuccino. El estado de su padre, por la avanzada enfermedad que lo consumía, había pasado de preocupación a resignación. Y una ex-militar no podía dejarse llevar por la pena de ver morir a alguien. Sería como tratar de secar el mar con una bayeta muy húmeda.

– Contesta.-

– No.-

– ¡Contesta!-

– Acabo de hacerlo. Mi respuesta es no. No te voy a contar lo que pasó.-

Ni siquiera la miraba. Toda su atención se centraba en aquellos puñeteros papeles, y su rostro ligeramente demacrado se veía iluminado por sus ojos como ascuas que devoraban ávidamente cada párrafo. La chica ojeó el pequeño salón, de paredes blancas y con una lámpara de pie por toda fuente de luz, el sofa, los sillones, la mesita, el estante con la tele, y cuando llegó al interruptor de la luz se dijo que ya había divagado bastante y que era hora de sonsacar al chaval.

– Hay dos opciones...- la inclinación hacia delante de Laura si consiguió sacarlo de su indiferencia, o al menos eso pareció.- O es algo avergonzante entre hombres... o es algo que debió quedar enterrado en el pasado.-

Iori maldijo la puntería de Laura. No sólo era buena disparando armas de fuego.

– En caso de que fuera alguna de la dos, como comprenderás, mi respuesta sigue siendo "no".-

– Pues ya me dirás entonces como pretendes que te ayude, "genio".- resopló la chica.- Para eso me llamaste, ¿no?-

El chico la miró. Aunque era mayor que él (ella rondaba los treinta y seis), no aparentaba en absoluto su edad. Tenía el cuerpo nervudo, con los músculos bastante marcados para una chica, la piel tostada y el pelo rubio ceniza, largo y rizado. Usualmente se lo soltaba, pero hoy lo recogió en una cola de caballo. Vestía unos pantalones militares y una camiseta blanca, y su expresión enfurruñada se le antojaba encantadora al témpano de hielo que era su mente.

– Necesito que encuentres a alguien, y antes de que me preguntes, yo no puedo salir a buscarlo... o buscarla...-




Dejarse llevar, no pensar... hmmm, y era tan delicioso... aquel tacto deslizándose por su piel expuesta.... Victoria ronroneó.

El calor aumentaba, empañándolo todo.

Y ella sólo se veía capaz de suspirar y seguir...


– No me puedes pedir esto, Ascan...- la mueca de dolor de Alexander no era, por una vez, fingida.- Por favor, no...-

– No tenemos otra opción. Ni tú ni yo. ¿O es que crees que me siento feliz?- arrojó el periódico del día sobre la mesa, abierto por la mitad. En una pequeña esquina se detallaba el informe de un incendio en los suburbios la noche pasada. Un pub de mala muerte, según leyó.- No fue un simple incendio. Hay rumores entre los de la jet set que fue una venganza de los mandamases. Pero nadie se atreve a decir nada en voz alta, lo cual indica que es algo "oficial".-

Su hermano asintió. "Oficial", en dicho contexto, era la palabra clave con la que ambos hermanos designaban los actos de organismos oficiales del gobierno. Y hasta que nadie sacase la versión oficial, todo quedaba en murmullos de corredor.

– En cualquier caso...- preguntó Alex tomando un sorbo de su crema.- ¿Qué quieres decirme con esto?-

– Que no podemos escapar, Alex. Tú lo hiciste a medias, pero sigues siendo un Castro e Andrade, con todo lo que eso conlleva. Tienes que hacerlo. No es una petición.-

– Ascan, no...-

– Las órdenes vienen de arriba. Sabes a lo que te arriesgas si desobedeces... y a lo que nos expones a los demás.-

– ¡A la mierda, Ascan, yo no voy a matar inocentes!-

Esto estaba siendo más dramático de lo previsto, pensó el mayor. Ojalá yo sólo fuese un pijo dedicado a llevar los negociones de la familia, pensó. Ojalá tú sólo fueses la oveja negra y mi rebelde hermanito. Alex estaba punto de derrumbarse... y él no podía ayudarlo ni salvarlo. No podía decirle que no pasaba nada. Lo miró con tristeza.

– Puedes llorar ante mí...

– ¡Que me follen con alabre de espino antes que eso!- escupió entre dientes mientras apretaba
los puños. Si tenía que hacer patente su desesperación, lo haría con la furia.

– No tienes elección...-

– Lo sé, joder... lo sé.- apoyó las manos en la mesa y las contempló.- Eso es precisamente lo que no puedo aguantar. La falta de opciones.-

– Lo harás bien.-

– Lo haré y punto...-

Soy bueno en lo que hago. Por eso me encargan estos trabajos. Lástima que sea bueno matando. Lástima que me encarguen asesinar a gente que no ha hecho nada sólo para gobernar a través del terror...

Alexander miró impotente la hoja que su hermano le tendía, y que detallaba su misión: enfrentar a la gente los suburbios unos con otros. Ni siquiera le decían el para qué.



Eduardo revisando su vieja colección de Cds de música era la viva imagen de la felicidad. El Saucer iba viento en popa, su nieta por fín tenía en la cabeza algo más que matar gente y esa noche había concierto libre en su local a cargo de una banda novel pero a su juicio muy buena, Impel Down.

Y sin embargo, a veces le daba la impresión de faltarle una pieza en el puzzle. La mirada feliz se transformó en añoranza cuando vió la foto junto a la caja de los Cds. Tenía toda una pared de su salón con instantáneas de los reclutas que habían pasado por su mando, todos ellos, pero esa foto nunca terminaba de decidirse a colgarla. Jamás logró decidir quién ganó la pelea entre su rencor o su afecto.

Quizás fuese mejor relegarla a un cajón de esos que sólo abres una vez cada diez años, en medio de la gran limpieza caótica que organizabas cuando las pelusas ya te saludaban al salir de debajo de la cama.

"No es más que otro recuerdo para la colección, viejo. No intentes resolver ahora lo que no resolviste hace dieciocho años..."

Silbando, metió los últimos compactos seleccionados en la caja y bajó al local. Todo estaba listo par la noche y sólo le quedaba matar el rato haciendo cosas típicas de barman, como limpiar vasos con un paño.

Acústicamente, la siguiente escena puede resumirse en: puerta que se abre, vaso que se rompe, voz que susurra un nombre.

"Laura..."



Llegaba tarde al lugar donde había quedado con ella, lo sabía. Seguramente estaría furiosa. Y contra lo que pudiera parecer, no le daba igual. Pero le estaba costando llegar...

Ajá, el parque a la vista... sólo deseaba que la acera no se moviese tanto.

– Tú, maldito imbécil de...-

– Hngoooooooooolaaa... qué passssha... ssssssssiento la tardanza, en serio, hgaaaa sido... una estupideeeeeezzzzzz...-

Victoria alucinó. Un Alexander disculpándose era raro, pero un Alexander ebrio y medio arrastrado era el colmo. Su enfado no pudo con su preocupación... y eso la molestó. Se suponía que ese tío no le caía bien.

– ¿Tienes alguna excusa para tu borrachera, o simplemente va a ser un "porque puedo"?-

– Vaaaaaaa, Vic... ngooooooo te enojesssssss congmigo... ¿estoy borrasho?-

– Mucho.-

– Cojjjjjjjjjjonudo... hay coshas a las que no debería enfrentarssssse alguieng sobrio...-

La niña lo agarró por el brazo y lo guió a través de Mercado Muro. Su paciencia era de mecha corta, pero esperaba que el trayecto hasta el club de su abuelo fuese aún más corto. El chaval necesitaba un jarro de agua fría en la cabeza. Y a lo mejor también el agua fría.

Veinte minutos más tarde, Alex estaba razonablemente semisobrio sentado en el borde de la cama que Vic utilizaba cuando se quedaba con Eduardo, y ella estaba esperando una explicación.

– Soy un mierda...-
– ¿Por cual de los muchos motivos disponibles lo dices?-

Él la miró con seriedad.

– No es algo para tomarse a broma.-
– Perdona...- la disculpa fue sincera. Alex estaba demasiado amargo y con la mirada desmasiado desesperada como para continuar por el camino del sarcasmo con él.- ¿Qué ha ocurrido?-
– Que voy a ser un puto bastardo de SHINRA, y lo voy a ser porque no tengo elección...-
– Eso no me aclara mucho...-
– Es mejor no saber más.- respondió huraño.

Victoria no tenía mucha experiencia consolando gente. Su abuelo hubiera sabido manejar la situación, pero no estaba en el club. De modo que ella hizo lo único que sabía: lo abrazó como a un niño y le susurró.

– Calma, calma... estoy aquí...-

Su madre solía actuar así cuando, de niña, estaba triste.

Pero por lo que Vic recordaba, el paso siguiente no era que el consolado se echase a llorar a moco tendido.



Ahhhhhh, dioses, no quería terminar... aquello le gustaba demasiado. El gozo era superlativo.

Aquella sustancia blanco lechoso resbaló por su cuerpo. Suspiró antes de quitársela con desgana, porque sabía que eso era un "se acabó la diversión".

Y así, desnudo y húmeda, Victoria salió de la ducha. Envuelta en una toalla, regresó a la habitación y contempló a un Alexander que, agotado, se había dormido. Había llevado un buen rato de lacrimógena confesión entender lo que le pasaba, y de momento Vic prefería no juzgar.

Alex iba a tener que disparar a gente de los suburbios. Porque sí.

Porque SHINRA lo quería.

Y ella no podía volverle la espalda, ni tampoco detenerlo. Quien mandasen después de él si fallaba podría ser incluso peor.

"SHINRA debe caer..."

sábado, 6 de febrero de 2010

202

Taza de café en mano, despeinado y con unas ojeras bien marcadas, Kurtz entró en la cámara refrigerada del depósito en la medianoche del viernes. Ahí estaban Rookery, con su característica pose relajada y su inquietante sonrisa, y Svetlana, seria y expectante, sentada sobre el escritorio del agente forense, que los había dejado solos.
Tres cadáveres: Jóvenes, atractivos, con fortuna… Los tres se las habían arreglado para acabar tumbados en las frías mesas metálicas de la morgue del edificio Shin-Ra, en el mismo momento y por el mismo motivo: Meterse con quien no debían cuando no estaban preparados para ello.
Kurtz dudaba a la hora de atribuirse el dudoso mérito de la hazaña. Mientras lo hacía, contemplaba los cadáveres, apaleados hasta quedar casi irreconocibles y rematados a tiros. Un trabajo concienzudo, sin duda. Los tres pobres idiotas no tuvieron ninguna oportunidad.
Rookery miraba a Scar estudiando sus gestos, intentando leer alguna emoción. Si lo hizo o no, se guardó el resultado para sí mismo. Se encontró a Svetlana mirándolo y levantó sus gafas oscuras para guiñarle un ojo. Erguido entre ambos, Harlan era como una mancha en el universo. Un foco de negrura que atraía y consumía la luz a su alrededor. Siempre daba esa impresión cuando estaba de mal humor, y siempre se ponía de mal humor cuando algo que creía que podía salir mal acababa dándole la razón.
- Te resultan familiares, ¿a que si? – Kurtz contempló el contraste entre la sonrisa burlona de Rookery y la expresión de gravedad de los otros dos unos segundos y luego les correspondió con una carente de humor.


- ¡Joder, Jonás, no me dispares! ¡Por favor! – Gritó Paris.
Erguido sobre él, el turco lo miraba con odio y desprecio. Rolf estaba en silencio a su lado, aún doliéndose por el golpe recibido. Scar había sacado una pistola, y la sostenía en la mano izquierda, mientras seguía empuñando la llave inglesa en la derecha.
- No lo hará… - Respondió Rolf con un hilo de voz. – No hasta que lo sepa todo. – El tirador alzó la vista y vio al turco mirándolo fijamente. Su sonrisa dejaba entrever una cierta incredulidad. Se agachó al lado de Rolf, haciendo oscilar la llave inglesa ante él.
- ¿Sabes, Vassaly? Mi trabajo consiste precisamente en pegarle a la gente por decir cosas como la que acabas de decir teniendo razón. – Rolf le devolvía una mirada todo lo desafiante que era capaz de mantener. Tenía ganas de decir algo osado. Algo como “si, pero no vas a matarnos aún”, pero sabía que conllevaría uno o más golpes, y el no era tan dado a las estupideces por orgullo.


Rolf miraba su vaso, reluciendo a la luz coloreada del local. Era un bar ruidoso, para su gusto, pero cómodo y con un alcohol bastante barato. El sitio tenía además una lista de cafés elaborados y exóticos, que le habría apetecido más degustar en otro sitio, con otra gente y en otra coyuntura. Sin embargo, su decisión era irreversible. No afrontar el precio de sus actos sería una cobardía y una infamia, y ahora no podía permitirse esas cosas. Si hubo en su vida un momento en el que cambiar y esforzarse por ser mejor persona, era sin duda este.
Tras recorrer el local con la mirada, con los sofás al fondo, volvió la vista a su vaso. Un pequeño chupito, lleno de la combinación que acostumbraba a reservar para sus momentos introspectivos o románticos. No eran las únicas veces que los bebía, pero si le gustaba darle un cierto significado.
- Un trino más… - Dijo mirando el líquido dorado antes de apurarlo de un trago. Eso amortiguaría el dolor de los golpes del día anterior. Harían falta muchos chupitos para hacer justicia a la experiencia vivida.
Lo dejó caer y paró a una camarera para pedirle un café. Uno con algo de alcohol, nata y leche merengada, algo para tomar despacio y disfrutándolo. Luego, mientras la veía irse con cierto disimulo, oyó la campanilla de la puerta. Se giró y vio a la gente a la que esperaba, mientras se esforzaba por sonreír.



El Fenrir entró en el garaje, y el turco cerró la puerta tras él, dando dos vueltas a la llave. No soltó su pistola en ningún segundo, ni perdió de vista a Paris y Rolf, que seguían presos y magullados. Scar se había obligado a sí mismo a tranquilizarse. No era el momento de perder el control: Se la jugaba con Paris, sus habilidades sobrehumanas y toda la parafernalia que tuviese tras él. ¿Tendría un localizador? ¿Cuánto habría cantado? Si lo hubiese hecho, ¿no les habrían dado caza antes de dejarle entrar a saco en aquel piso lleno de black oppers? Tantas preguntas… Entonces se dio cuenta de algo malo: Solo Han se bajó del coche.
El piloto tenía el recipiente en una mano, el ordenador portátil en la otra y la pistola de Kurtz a un metro de la cara, cargada y lista para destrozarlo.
- ¿Por qué no has cumplido? – Por el tono, eso no era una pregunta: Era una orden. Terriblemente intimidado, Han titubeó. Miró hacia el recipiente de comida, y recordó su determinación.
- Decidí que no te entregaría a Fixer.
- Eso no es lo acordado. – El tono de la voz del turco era tan imponente, tan lleno de ira contenida y determinación que hizo a Han preferir suicidarse a morir a manos de él. - ¿Sabes lo que haré, verdad? – Han no era capaz ni de aguantarle la mirada. Le temblaba el pulso, y si fuese capaz de pensar en ello, se sentiría aliviado por no tener ganas de mear. Respiró profundamente un par de segundos, antes de dirigir su vista al frente, hacia el cañón de la pistola y hablar.
- ¡No harás una puta mierda! – Si le dijesen que él había dicho algo así a Scar Kurtz mientras le apuntaba con una pistola, no se lo habría creído. Sin embargo, ahí estaba. Cogió aire y levantó la vista un poco más, hacia los ojos del turco. Se sintió desnudo, encarando a una bestia feroz. – ¡El trato era que yo no desaparecía, y tú no levantarías un dedo contra mis amigos!
- No me has dado lo que quiero, Han.
El piloto le tendió el ordenador portátil, que no era capaz de mantener recto. Kurtz lo tomó y renovó la diplomacia de la pistola, señalando hacia la esquina donde estaban retenidos Paris y Rolf. Al verlo marchar, posó el portátil y lo detuvo.
- Deja aquí tu PHS. Luego pon el recipiente sobre el coche y ábrelo. – Ordenó el turco. Han obedeció. De su interior salió el delicioso aroma de la carne de faisán, y la guarnición de trufas, zanahorias, guisantes y patatas, junto con una salsa de alta cocina. Kurtz probó un trozo de carne.
- Es mi cena. – Le recriminó Han.
- ¿De dónde ha salido?
- Fixer la tenía preparada, y me la dio como agradecimiento cuando decidí dejarlo al margen.
- Claro… - Dijo Kurtz. – Quédate donde he dicho y cómela, mientras seas capaz de masticar.



Sentado en el suelo del garaje, Han tenía la mirada perdida. Aparcados el uno al lado del otro estaban el Cavalier, modificado con el motor Blackbeast y el Fenrir, al que había retirado muchas piezas que había que mejorar. Unos metros más adelante, varias manchas de sangre deslucían el suelo de hormigón. Tirada a un lado, junto a ellas, estaba la llave inglesa que Kurtz había usado.
Han no podía evitar pensar en lo cerca que había estado, mientras degustaba en silencio lo que Fixer había preparado. Pensó que tenía que llamarlo y felicitarlo por ello, aúnque no se le ocurría cual podría ser un buen momento. Ahora mismo, eran las doce del mediodía. Han había estado trabajando sin parar en ambos coches alternativamente. Quitar piezas al Fenrir… Desmontar el carburador al “Pájaro”… Arreglos de chapa… Lo que fuese, con tal de no pensar, y sobre todo, de no mirar esa mancha de sangre.
Han agradecía que fuese fin de semana: Remache no aparecería por el taller, sino que se quedaría en esa cafetería roñosa de su barrio, viendo los deportes y discutiendo sobre política. Tenía tiempo para seguir negando los rastros de pelea unas horas más, antes de admitir que todo lo que había sucedido era cierto y limpiarlo.
Al menos, con el soldador, el aceite y la gasolina, ya no olía a pólvora quemada.



- Vas a acabar como nosotros, Han. Lo siento.
- Tus disculpas me llenan de alegría, Rolf. – El tirador mantenía su enfermizo humor, mientras que Paris permanecía en silencio. Le había dedicado al piloto una mirada carente de emociones mientras este leía el tatuaje de su pecho. Al hacerlo, su gesto era de absoluta consternación.
- Está bien querer ser feliz durante todo el tiempo que te quede, indiferentemente de cuanto sea.
- Pues yo preferiría ser feliz en otro sitio, con una de tus amigas chupándome la polla y la otra pasándome las tetas por la cara.
- Si no estuviese esposado y pegado al suelo, buscaría algo con lo que brindar por eso.
El piloto no respondió. Se quedó sentado, con la mirada perdida en los coches, intentando no pensar en nada. Rolf podía ver su mano temblando, cada vez que se llevaba el tenedor a la boca.
- Han. – Suspiró el asesino. - ¿Puedo ser sincero contigo? – El piloto le devolvió una mirada sarcástica, en silencio. – Hablo en serio, por favor.
- Habla.
- Lo siento.
- Ya, claro… - Bufó el piloto.
- ¡Hablo en serio! – Insistió. – ¡Por una puta vez, hazme caso!
- A buenas horas.
- Lo sé, ¿vale? Lo sé, pero probablemente antes de que amanezca, ese tío de ahí me habrá volado la cabeza y usará su materia terra para hacerme desaparecer bajo el cemento. Ni lápida, ni recuerdos, ni tías buenas de luto diciendo “Rolfhelm era un hijo de puta, pero hay que reconocer que te divertías con él”. No quiero llevarme esto, ¿vale? Me llevaré muchas malas acciones, pero siento haberte jodido a ti. No tenía que haberte disparado, pero no podía ir a por estos y dejarte.
- ¡Oh, vaya…! ¡La comprensión me desborda!
- No me extraña… Mira, tío. Sé lo que eres: Quieres pilotar, tocar la guitarra, y echar un polvo de vez en cuando. No juegas en la misma liga que nosotros, no eres un cabrón ni un quita vidas. Kurtz te puso delante un motorazo y un plan para ser un héroe de la resistencia y entraste.
- ¿Por qué lo hiciste, tío? Cuéntamelo desde el principio, porque lo que más me jode es que no entiendo una mierda. Y aún te tengo ganas por como trataste a Daphne.
- Lo hice porque si me odia no tendrá que llorar por mí.
- Ya, claro… ¡Muere como un héroe de western, desplomándote sobre tu caballo mientras te pierdes en el horizonte!
- Han… Tú no lo viste, porque estabas llevando a Darren al hospital, pero ese día me pillé una borrachera y como era incapaz de llegar hasta mi casa, aquí el príncipe rubio me dejó dormir en su palacio.
- Rolf… - Habló al fin el asesino, conminando al tirador a guardar silencio.
- El caso es que al día siguiente, por mirar algo que no debía, una habitación vacía y mantenida impoluta, el rubiales se me echó encima como un macho de lomo plateado enfurecido, y casi me rompe el brazo. Al girarme, me encuentro la sorpresa del tatuaje ese con marca y modelo en el pecho.
- ¡Rolf, eres un hijo de puta! – Gritó Paris, revolviéndose para intentar atacarles. Kurtz los vigilaba de reojo, pero decidió no intervenir.
- ¡Tú eres el hijo de puta, maricón mentiroso de los cojones! ¡Ni Han ni yo hemos ocultado nada, y si la vamos a palmar, lo menos es saber por qué!
- Pedazo de mierda… - Masculló el rubio, impotente y amargado.
- El caso es… – Dijo girándose a Han, que había seguido comiendo con gesto ausente durante la discusión, sin apartar los ojos del turco. – Que días más tarde, cuando supimos de Fixer, este preguntó a Kurtz si sabía si había existido el Comandante Elfo Oscuro. ¿Has oído hablar de él? – Han negó con la cabeza. – Es el que se dice en círculos de paranoicos conspiratorios que era el líder del escuadrón oculto de Shin-Ra: la 99 Fantasma.
- ¿Y quiénes son?
- Se dice que ellos ganaron solos la guerra de Wutai. Secuestros, asesinatos y sabotajes, todos los actos que ayudan a ganar una guerra pero que queda feo y poco heróico. Se dice que solo con lo que quemaron y dinamitaron, atrasaron al país varias décadas, en lo que se refiere a tecnología e infraestructuras.
- ¿Y yo?
- ¿Eh?
- Tienes indicios claros de que estos dos trabajan para Shin-Ra, y sin embargo, yo entré a la vez que tú en el grupo. Tienes las mismas pistas de que yo soy un cabrón, como las que yo tengo de ti.
- Cabos sueltos, Han… Ya sabes como funciona esto.
- Igualmente, eres un hijo de puta.
- ¿Yo? Me cité contigo para ponerte sobre aviso y saber en que bando jugabas. Sin embargo, te presentaste con Daphne y me quisiste partir en dos.
- Porque fuiste un hijo de puta. Además, tú me quisiste llenar de plomo.
- Apúntate la pelea como ganada y no me toques los cojones, anda… Y déjame probar eso. – Han lo miró. Con los ojos desencajados por la tensión, aguantó la mirada del tirador estoicamente, hasta que finalmente cedió, dándole un bocado.
- ¡No les des de comer! – Gritó el turco desde el otro lado de la habitación. – Uno te ha mentido, el otro ha intentado matarte. – Han no respondió, solo hizo un gesto con la cabeza, indicando que le había oído.
- Siento haber intentado matarte.
- Ya… Sientes que se haya quedado en el intento.
- Sí, pero solo por como voy a acabar por haber fallado. Lamento de verdad joderte, tío. Lo que te dije el otro día de que apreciaba tu amistad era totalmente cierto, y sigue siéndolo.

Un silencio incómodo volvió a llenar la habitación. Paris se giró como pudo, dándoles la espalda y mirando hacia la pared. Era el más tranquilo de todos. Rolf, por su parte, tenía un aspecto desastrado y los ojos rojos. Le temblaba el labio cuando no estaba hablando, y por eso había intentado por todos los modos mantener una conversación. Era un hombre acostumbrado a la posibilidad de la muerte, no a su certeza. Han, por su parte, comía en silencio, acostumbrándose poco a poco a los temblores.
- Parece que te tomas la espera mejor que nosotros.
- No estoy esperando lo mismo que vosotros.
- ¿Ah, no? ¿Y ese optimismo?
- Yo estoy esperando a que pase el camión de la basura y lo distraiga. –Al decir esto, se giró levemente, mostrando a Rolf la pistola que tenía oculta en la cintura, a la espalda.



Yvette lanzaba un golpe tras otro. Semanas atrás se había sorprendido por su propia habilidad al ponerla a prueba contra rivales distintos al propio Kurtz. Contra el veterano, la rutina era de una derrota tras otra, en peleas eso sí, cada vez más disputadas. Cuando se las vio por primera vez con Kaluta y Traviesa, hubo una sorpresa por todas partes: Ellos no esperaban encontrar un oponente tan astuto, instintivo y capacitado en la pija maquillada. Ella tampoco.
Hoy, sin embargo, se estaba levantando una vez más del suelo, con la mirada ausente. Kaluta había encontrado de nuevo un hueco en su guardia, derribándola con facilidad. Cuando se levantó, ni siquiera se tomó la molestia de provocarlo, llamándolo por su mote.
- ¿Seguro que estás bien? Realmente estás distraída.
- Pues en este trabajo, si estoy distraída y me crujen, me lo tengo que comer, ¿no?
- Tú misma. – Respondió el novato. – Venga, al rincón.
- No recuerdo haberme rendido… - Repuso Yvette.
- No, agente, pero me toca a mí. – Dijo Traviesa a sus espaldas. – Rey de la pista. – Por la mirada que la veterana le dedicó parecía que la estuviese viendo por primera vez. Definitivamente, la turca tenía la cabeza en otra parte.
- Si, vale… Decidid vosotros quien perderá los dientes en cinco minutos.
Ambos la miraron marchar, y bajar del cuadrilátero para sentarse junto a su bolsa a verlos combatir. Yvette se dejó caer pesadamente en una butaca. Tomó una toalla y empezó a secarse el sudor del rostro. Bebió algo de agua y se distrajo mirando al combate, intentando concentrarse. Podría comprobar una vez más el PHS, ¿pero para qué? No habría mensajes, llamadas perdidas, ni ninguna otra respuesta a todas sus llamadas, igual que todos los días anteriores.


- Han, has perdido tu oportunidad. Ahora deja eso.
El camión de la basura cumplió su horario, y el turco apartó la vista del portátil y de sus rehenes el tiempo suficiente como para que Han sacase el arma y apuntase. El piloto llegó a apretar el gatillo, pero este no se movió. Maldiciéndose, tiró rápidamente de la regleta, recordando que ese arma no era de juguete, pero cuando lo había hecho, un grito de Kurtz le hizo alzar la vista. El turco había gritado “¡No!”, y lo estaba apuntando a su vez.
- Yo diría que estamos en tablas.
- Tengo un chaleco de kevlar, mi cabeza es un blanco bastante pequeño y tu mejor posibilidad es apuntar al brazo del arma. Si me das, te freiré con magia.
- Y sin embargo, si te encajo un tiro en la frente…
- Escúchame, hijo de puta afortunado: Tenías papeletas para ver amanecer mañana, pasado y unos cuantos más, pero las estas tirando como confeti. Tira el arma. ¡Ya!
- ¡Cómeme la…!
La tierra tembló, mientras la materia oculta bajo el chaleco de Kurtz emitía un brillo verdoso que le daba un aspecto siniestro. El turco corrió a hacia el piloto, con la intención de acabar de reducirlo. Con la derecha seguía apuntándole, ya estiraba la mano izquierda para apresarlo y en ese momento, un grito de Rolf le hizo detenerse.
- ¡Quieto! ¡Ahora, maldita sea! – Scar pareció congelarse. El tirador sintió como el aura aterradora del turco lo envolvía, mientras lo veía mirarle de reojo. Han tuvo la precaución de pasar el arma al sentirse caer, y Rolf la recogió con sus manos esposadas. Ahora tenía al turco encañonado por el flanco, listo para abrir fuego como este se girase lo más mínimo.
- Vaya… Así que de repente os habéis hecho amigos de nuevo, ¿eh? Cabrones. – Rolf sintió la amargura en su voz. La ira y la determinación, en una lucha por sobrevivir, aún deteniendo el meteorito a puñetazos si hiciese falta.
- Kurtz… No te muevas ni un milímetro, ¿vale? – El turco lo miraba en silencio, con odio. Era fácil leer su mente, calculando estrategias y posibilidades. Era realmente intimidante. – Dime… ¿Lo que has leído concuerda?
- ¿Qué? – Preguntó sorprendido. El tirador estaba echando por tierra su oportunidad de ganar, hablando, cuando solo tenía que apretar el gatillo y luego leer por sí mismo lo que fuese.
- Lo de Paris. – Kurtz miró al asesino, que aunque taciturno, seguía impertérrito, contemplando la escena en silencio.
- Proyecto Balance. Un montón de documentos borrados, dos sujetos, supongo que él y la famosa hermana, y poco más. La anciana señora Carroll, con dirección y todo y el cementerio donde está la tumba de la hermana, Katherinna Barans. Causa de la muerte, hemorragia interna. Por lo visto algo la golpeó de forma muy brutal. Fracturas de hueso horrendas y órganos internos destrozados. Un atropello y fuga es la hipótesis más probable.
- ¿No hay vínculo suyo con Shin-Ra? ¿En la actualidad?
- Nada. Y yo tampoco. Acabada la guerra, acabada la 99. ¿A dónde quieres llegar, Vassaly? – Preguntó el turco intrigado. Sus ojos se centraban alternativamente en Han y Rolf. El segundo lo seguía teniendo encañonado, mientras que el primero había corrido a levantarse y salir del alcance del turco. Rolf sonrió, con su habitual teatralidad y soltó el arma, que quedó colgando del índice del gatillo, mientras levantaba las manos en un gesto de rendición.
- ¿A la mierda entonces? – Los otros tres sintieron que el corazón les daba un vuelco. Especialmente a Han y Paris, que creían haber visto un rayo de esperanza con Rolf que asumían que no iban a tener con Kurtz, y ahora este deponía las armas, entregándose a la benevolencia del turco.
- ¿A la mierda? – Preguntó Scar con desconfianza.
- A la mierda. – Asintió de nuevo el tirador. – Dejo este grupo, montado por el rubiales y por ti. Me voy a mi casa, sigo con mis negocios, vivo, bebo, follo y ya moriré otro día como me toque. Prometo incluso no aceptar nunca un contrato contra ti, y prevenirte si llegan a ofrecérmelo. – Se giró hacia Han. – Y eso te incluye, piloto.
- ¡Prometo no atropellar a nadie! – El aludido se apresuró a apuntarse al armisticio. – ¡Kurtz, te quedas tu grupo, el “pájaro”, el Fenrir y lo que quieras!

Ambos parecían contener el aliento mientras el turco parecía recapacitar. Estaba erguido, de modo que tenía al alcance de su pistola tanto a Rolf como a Han. Millones de cosas pasaban por su mente: Aang varias veces, y la mirada confiada del tirador cuando soltó el arma. Su vida podía haber acabado minutos atrás, pero en su mente, al final solo quedaban dos cosas: La sonrisa de Aang con un bebé mestizo en brazos y la voz de Krauser, recordándole una de las lecciones más importantes de su vida.
- Hay un problema, chavales. – Dijo con una sonrisa irónica. – Yo no decido eso. – Mientras los demás se preguntaban que pasaba, Kurtz quitó de un rápido tirón la pistola a Rolf y guardó la suya. A la otra, una versión de la Aegis Cort de bolsillo, típica para usar de arma de apoyo, que algunos agentes llevaban en una tobillera, le quitó las balas, la de la recámara incluida, y se la arrojó a Han. – No es “nuestro” grupo. El rubiales me reclutó a mí. De modo que, Paris… Ahí te quedas.
Fue en ese momento cuando el asesino reaccionó. El cemento del suelo liberaba sus pies, mientras Kurtz retiraba su conjuro. Rolf estaba quitándose las esposas, y se aseguró de alejarse, antes de lanzarle la llave a Paris. Han estaba sentado en el capó del coche, mientras Kurtz iba al portátil y eliminaba los archivos que Fixer había reunido sobre ellos. Probablemente, el hacker tendría copias, pero no interesaba dejar cabos sueltos.
Paris se levantó anonadado y los miró uno por uno: Kurtz le ignoraba, Han evitaba su mirada y Rolf sonreía como si no fuese con él.
- Pero… ¿Os dais cuenta de lo que hacéis? – Gritó. - ¿Os dais cuenta?
- Si. – Dijo Han, sin mirarle. El piloto se concentraba en buscar un asiento, acabar su cena y mirar al vacío, como si hacer algo normal y pacífico se hubiese convertido en un asunto de vida o muerte. Desde luego, su cordura lo demandaba como tal.
- ¡Vais a dejar que ganen! ¡Vais a dejar que todo se vaya a la mierda!
- Esto… ¿Exactamente lo qué se va a la mierda, Paris? – Preguntó Rolf.
- ¡Todo! – Gritó el asesino, cada vez más enfurecido. – Ellos están… ¡Mirad lo que hacen a la gente! ¡Nos manipulan! ¡Juegan con la vida, creando gente como…!
- Como tú. – Interrumpió Kurtz, con voz grave. – Sobrehumanamente ágil, atlético, fuerte, buenos reflejos, coordinación felina…
- ¡Y hasta está buenísimo! – Completó Rolf.
- ¡Ellos juegan con el mundo! ¡Kurtz, tú lo dijiste! ¡Cometen ellos los actos de terrorismo para poder promulgar estados de excepción! ¡Usan el miedo como política de control! ¡Inventan guerras para diezmar la población! ¡Están destruyendo el planeta!
- Si… Y puedo declararme culpable de algunos de esos cargos, así que… ¿Qué quieres que te diga? ¿Por qué debo ser yo el que salve al mundo?
- ¡Porque tú sabes cómo hacerlo! ¡Sabes donde golpear y donde defender! ¡Porque no eres su instrumento de control! – Paris gritaba en su llamamiento a la cordura. ¿Acaso no se daban cuenta de todo lo que se perdería si ellos renunciaban?
- Yo puedo proteger mi hogar y a los míos, Paris. Puedo asegurarme de que nadie jode en mi barrio y poco más. Tengo amigos que me ayudarán, y a los que he tenido que apuntar con un arma por esta loca cruzada estúpida. En mi trabajo, por primera vez, siento que estoy defendiendo algo. ¡Voy a ser padre!
- ¡Pues dale un mundo a tu hijo! – Paris encaró a Kurtz. El asesino era un poco más alto que el turco, y al gritarle, lo vio por primera vez como un hombre. No como el amigo confidente, ni como el perfecto soldado, sino como una persona, simple y vulgar, que tenía que levantar la mirada un par de centímetros para encontrar sus ojos, y que movía la cabeza de un lado a otro, negando tristemente.
- Paris, no lo entiendes… No me fío de ti. Supongo que esos dos tampoco se fiarán de mí, pero tú… Eres un misterio demasiado grande.
- Kurtz… ¿Qué importa eso? ¡Puedo prometer tu seguridad! ¡Puedo…!
- No me sirve: La confianza no es una cuestión de velar por mi pellejo, sino que va más allá. Te invité a mi casa, te presenté a algunas de las personas más importantes de mi vida, y me siento culpable por ello. Siento que las he expuesto a un peligro. – El turco, inconscientemente, intentaba alejarse todo lo posible de Paris. Pequeños gestos lo delataban, como echar un paso atrás, ponerse de lado, adoptar una posición defensiva… Ninguno de esos detalles escapó al asesino, que los asimiló como si fueran balazos.
- ¡Kurtz! ¡Jonás! ¡Soy yo, maldita sea! ¡Soy el mismo! ¡No voy a hacerte nada a ti, ni a tu familia! ¡Fue Rolf quien quiso matarte, no yo!
- Esto es más grande que tú y que yo: Eres uno de los bioterrores de Hojo, o de cualquiera de su sarta de tarados con bata blanca, y yo no quiero mezclarme con eso. Aún recuerdo las veces que hubo “fallos de seguridad”, y tuvimos que partirnos la cara contra seres salidos de novelas de terror escritas por mentes enfermas, y no. No voy a dejar que tú, uno de esos seres, esté cerca de mí, y mucho menos de mi gente.
- ¡¿Cuándo he hecho algo contra ti?! ¡Has peleado conmigo, y no has visto nada de novela de terror!
- Te he visto esquivar balas, Paris. Balas, metralla… No eres humano. Te he visto sangrar, y ni con esas me extrañaría que fueses un jodido robot.
- ¡No soy…!
- ¡Cállate! ¡No me importa! ¿No te das cuenta? – Kurtz perdió la paciencia, y la discusión estaba llegando a un fin abrupto. - ¡No pareces saber ni lo que eres, no me puedo fiar de ti, y además esta mierda escapa a tu propio control! ¿Qué pasa si alguien te descubre? ¿Qué mierda mandarán a cazarte? ¿Turcos? ¿SOLDADOS? ¿Más engendros de Hojo? ¡No voy a permitir ni de casualidad que estés en mi puta casa ese día!
- Jonás… - Paris buscaba y buscaba, pero no había respuesta a ese incidente, salvo una. – Sabes que lucharía hasta la muerte para protegeros a Aang o a ti. ¿Y vosotros? ¿Dónde estuve yo, cuando hubo que pegarse por Kowalsky? ¿Eh, Rolf? ¿Y cuando los novatos entraron a tiros en la Tower of Arrogance?
- Paris… - Intervino Rolf. – Lo voy a simplificar: La muerte de tu hermana parece haber sido el detonante de todo esto, así que lo pondré simple: ¿Cómo murió?
Paris enmudeció. Sus ojos se volvieron vidriosos, mientras miraba suplicante a Rofl, a Jonás y a Han. Sin embargo, los tres mantenían el gesto adusto. El asesino los miró a todos una y otra vez, antes de agachar la cabeza y negar en silencio. Sabía que eso supondría la disolución del grupo, pero no podía compartir la carga.
- Lo siento, Paris. – Dijo Rolf con tono apesadumbrado. – Quédate la moto, y no te hagas matar por alguien que no volverá a la vida. – Dijo mientas se volvía.
- Tío… - Han se adelantó. No quería estar ahí cuando Kurtz hablase, o se sentiría muy fuera de lugar. – Lo siento, pero ya ves: No soy un héroe, solo un peligro para la circulación. – Paris lo vio dar media vuelta e ir hacia el otro lado del taller, y luego se giró hacia Kurtz, quedándose solo junto a él. En silencio, esperó la despedida del turco.
- Es demasiado grande, Paris, y te lo has callado todo este tiempo. Al hacerlo nos has puesto en un peligro mayor del que creíamos estar. Yo… Simplemente no puedo seguir con esto. No ahora, y no con lo que estoy esperando. – El asesino apartaba la mirada con cara de asco. ¿Se lo has dicho a Yvette? ¿Lo vio?
- No… Yo… Lo escondí con un vendaje.
- Mal asunto…
- Pero asunto mío. – Quiso zanjar el asesino. – Y si todos vosotros os vais a rajar, idos a tomar por culo. ¿Me oís? ¡A tomar por culo! Cobardes hijos de puta…
- Gracias por salvar el mundo, Paris, y no te mates conduciendo. – El rugido de la moto acalló la voz del tirador. Los tres lo vieron alejarse en silencio hasta perderlo de vista. Todos suplicaban a la vez porque nadie fuese a aparecer ante ellos con, con una identidad no reflejada en los archivos públicos y potestad para hacerlos desaparecer. Luego se giraron los unos a los otros, en una situación un tanto incómoda.
- Tíos… Sabed que ninguno de vosotros va a tener problemas por… Mi antiguo trabajo. – Dijo Kurtz.
- Es un alivio saberlo… - Respondió Han.
- ¿Ni siquiera por esto? – Rolf rebuscó y sacó de un bolsillo una chapa de reconocimiento en la que únicamente estaba visible la inscripción “Pastor”, junto con unas cuantas muescas. – Que conste que fue un duelo justo, aunque el tarado empezó a abrir fuego contra los transeúntes. - Los tres la miraron en silencio, y Kurtz la tomó y la hizo desaparecer en un bolsillo.
- ¿Por lo qué? – El tirador suspiró agradecido. – Nos has hecho un favor despachándolo. En Turk íbamos tras el culpable. Ya les diré que ha sido resuelto. En ese momento, el piloto sacó algo del bolsillo, y agitó una copia de las llaves del “Pájaro”. Kurtz asintió.
- Ya sé que el divorcio está siendo amistoso, pero…
- Tuyo. – Dijo el turco sin dudar.
- Tío me alegro muchísimo de que este “divorcio” esté siendo amistoso, y sé que fui el primero en empezar con los regalos, pero… ¿Ibas a matarnos y ahora eres Papá Noel? – Intervino Rolf.
- Soy un veterano de guerra, tengo derecho a mis desvaríos mentales, ¿no? – Rió el turco. – Además, Han ha sacrificado su antiguo coche por esto. Es justo que se lo quede.
- Ya, claro… Veinticinco litros a los cien. Cambios de aceite a los cuatro mil kilómetros, menos de la mitad que un coche normal. ¿Crees que soy rico?
- Yo sí. – Respondieron los otros dos a la vez.
- Si, y ninguno de vosotros lo es de forma honesta. – Bromeó el piloto. – Sin embargo, prefiero quedarme el Fenrir, gracias.
- Pues me lo quedo… - Suspiró Kurtz. – Pero tienes que enseñarme como morir hecho pedazos en esa fiera, y montarle el limitador que le quitaste al Fenrir.
- Sí, bueno, intentaré sacar tiempo… Y me ha quedado pendiente un detallito mecánico…
- ¿Un detallito mecánico? – Ambos estaban sorprendidos. ¿Realmente esa bestia podía ir a más?
- Si. En lugar de los dos carburadores de doble cuerpo, que hay que hacer malabares para alimentar a los diez cilindros, llevo un tiempo diseñando una solución. Un único carburador que alimente las diez tomas…
- Y eso… Lo va a hacer más rápido, ¿no? – El piloto sonreía como un salvaje.
- No te preocupes, no te daré nada que no haya probado antes.
- Vale… Puedo llegar a necesitarlo. Si lo estampo, niego toda responsabilidad.- Concedió el turco. – Tú dame clases de conducción atroz y yo pago la puesta a punto del blanco. – Los ojos del piloto tenían la forma del símbolo del Gil.
- Hecho.
- Pues me voy, que es tarde y el perro tiene que pasear.
- Y yo también me merezco unas copas… Por esto del hielo y las contusiones… - Rolf se giró y empezó a caminar tras el turco, pero Han lo atrajo hacia sí de un tirón. En la otra mano sostenía el PHS contra su oreja.
- Tú te quedas…



“Están encantados…”, pensó el sargento Kurtz con sarcasmo, viendo a su pandilla de inútiles quejarse y bostezar. Los habían arrancado a todos de la cama a las tres de la mañana, con órdenes de estar a las cuatro en el cuartel. Nunca los había visto tan pulcros y uniformados. La verdad es que este estaba siendo un buen ejercicio: Kurtz había aprendido cuales eran los que dejaban la ropa de payaso preparada la noche anterior y cuales “creaban” sobre la marcha. Algunos incluso se habían maquillado. El que no está aquí, pese a la situación es ese cabrón de Van Zackal… Probablemente le carguen a él todo el muerto. A estas alturas, ya casi todo le importa una mierda, de modo que ni siquiera se molesta en preguntar por el otro sargento instructor, o mandarlo llamar. Además, tiene que ser él quien se ocupe de esto. Ellos deben aprender como se resuelven este tipo de incidentes.
- ¡Buenos días, nenas! ¡Veo que estamos todos!
- No estamos todos… - Corrigió Traviesa, fiel a su carácter respondón.
- ¿Y quién falta? – Preguntó su sargento. A nadie se le escapó que había trampa en esa pregunta. La forma en la que sonreía el loco sargento Scar Kurtz era una promesa de horror y emociones brutales. – ¿Habéis entrenado juntos intensivamente durante todo este tiempo y ni siquiera os conocéis todos?
- Faltan Provonne, Angais y Echaie. – Dijo Maravloi con voz temblorosa, recordando a sus tres compañeros. Los dos primeros eran hombres delgados y esbeltos, siempre bien arreglados, aunque con un cuidado mínimo por su físico. Echaie era una mujer, de veintitantos, bien arreglada y con maneras agresivas y algo malhabladas. Los tres tenían en común todos los rasgos que el sargento despreciaba: La vanidad, el orgullo, la falta de cuidado…
- ¡Vamos a buscarlos! – Gritó Kurtz, sonriendo de forma cínica. - ¡Pertrechaos y en fila de a dos! ¡Ya! – Gritó, mientras se preparaba para encabezar la columna, con su chaleco de kevlar ya puesto y su MF22 colgando del hombro.

Entre maldiciones y quejas, el destacamento de novatos cruzó el edificio Shin-Ra dirigiéndose hacia sus entrañas. Apartaban a todos a su paso con gestos de agresivo desdén. Sin duda, Turk no era la unidad de la que alguien querría ser amigo. Simplemente querría no llamar la atención.
A su paso dejaron la sensación de que una procesión de ultratumba hubiese desfilado ante ellos: No te atrevías ni a mirar, y por lo más sagrado, ojalá no te lleven consigo.
Kurtz llegó ante la puerta y dio media vuelta, contemplando detenidamente la expresión de cada uno. Kaluta lo asumía como algo normal, y Traviesa estaba indiferente. Maravloi tenía el rostro medio desencajado, mientras asumía que la voz que le había advertido no había exagerado. Sus pupilas se clavaban en su sargento, que le devolvía una sonrisa de cinismo y resignación.
Seranzolo, por su parte, quería vomitar. Quería esconderse en un lugar lejos de todo el universo y vivir la vida tranquila de sexo, copas, rayas y risas que gente como Van Zackal le habían prometido. A cambio solo tendría que ser guapo, ingenioso y admirado.
Esa mentira se desintegraba poco a poco ante los ojos de sus pupilos. Kurtz los había preparado. Había sido honesto en el trabajo, pese a saber que no hacía sino reforzar al grupo de novatos que estaba esperando para vengarse por lo de Dravo.
A sus espaldas, la puerta abierta del depósito de cadáveres esperaba.



- Sargento, ¿es que acaso son tan pobres sus dotes como instructor? – Se burló Grim, antes de tocarle el culo a Soto y largarse con una carcajada.
Sentado en la sala común, Dekk van Zackal miraba las fichas de los tres novatos fallecidos en silencio, mientras esperaba a que Montes le acercase la bandejita donde le esperaba una hilera de blanco consuelo. ¿Realmente ese cabrón de Grim tendría razón?
- ¡Joder wey! ¡Una gotita de éter en la papela antes de cortarlo y tenemos el desayuno de los campeones! – Dijo su problemático compañero, mientras el sargento disfrutaba de su turno.
- Carlitos, te he dicho muchas veces que ahora tienes que llamarme sargento, o “sarge”.
- Ya lo hago, wey. Lo hago siempre que tú pagas los tragos.
- No tiene gracia, maldito cabrón costeño. – Gruñó van Zackal. – En este momento nada tiene gracia.
- Oye, Dekks… No es culpa tuya que esos tres pendejos se hicieran matar, ¿o sí? ¿Les dijiste tú que entrasen en ese sitio? ¿Qué sitio era, por cierto?
- El Goldfish. Un antro de punkarras, harapientos y gentuza de los suburbios.
- ¿Y qué pasó exactamente?
- No lo sé… Simplemente aparecieron en un contenedor, a unas calles de distancia. – Dijo el sargento. – Me jode porque eran buenos chavales. Provonne le echaba huevos, Angais sabía partir un par de caras, y Echaie… Hacía unas mamadas cojonudas. Y le echaba aún más huevos que Provonne. Buenos fichajes… Necesarios.
- Necesarios… ¡Bah! – Bufó su agresivo amigo. – ¡Aún espero la oportunidad de volver a vérmelas con ese pinche cabrón de Kurtz!
- Si… Pero Yvette espera la oportunidad de volver a vérselas contigo. La he visto, y le planta cara bastante bien a ese cabrón de Cagarruta.
- ¿Quién es Cagarruta?
- Kaluta. Te hablé de él, antes de Turk estaba en la 90 de fuerzas especiales. – Carlos asintió en respuesta. – Ese no se vendrá con nosotros. Ese cabrón de Kurtz se lo ganó con su rollo de disciplina y camaradería militar. “Amor duro” y esa mierda…
- ¡El “amor duro” sí que es lo que le va a ese hijo puta! – Exclamó, mientras imitaba con el brazo la forma de un falo. Dekk rió.
- Pues que lo siga dando. En menos de veinticuatro horas, todos esos novatos serán agentes de pleno derecho. Los viejos tendrán dos amiguitos nuevos y nosotros a quince. ¡Fuerza en número!
- ¡Fuerza en número! – Le respondió su compañero, chocando su puño con el de van Zackal.
Tumbado en un sofá, fingiendo dormir con el rostro cubierto por su sombrero de cowboy, Tex lo oía todo, mientras miraba de reojo por una ventana. Fuera solo había grúas y ruido. En pocos días acabarían de instalar el cañón. Definitivamente, este no era el momento para este tipo de problemas.



Maravloi tomó la iniciativa al grupo y había sido el primero y único en preguntar que le había sucedido a sus compañeros. Kurtz había sonreído y se había echado a andar. Eso fue hace diez minutos. Ahora mismo, el novato se arrepentía de haber formulado la pregunta.
- ¡He dicho que lo vuelvas a contar todo! ¡Desde el principio! –
Pocas cosas son tan crueles y desoladoras como ver a un hombre adulto llorar. Esta vez no era una excepción. El hecho de que ese tío fuese en parte responsable de la muerte de sus compañeros no lo convertía en una. La palabra “tortura” no era nueva para ninguno de ellos, pero esto realmente no cabía en una mente cuerda y civilizada.
El hombre respondió con más sollozos. No había nadie en la sala a quien contárselo, más que aquella turca de mirada acerada y modos bruscos. Ya había contado la misma historia una y otra vez, más de veinte, hasta perder la cuenta. Eso fue hace tiempo… Horas quizás. Días. No lo sabía. El dolor, los gritos y el maltrato lo hacían todo confuso. Ella agarró su mano y un latigazo de dolor llegó hasta su cerebro, golpeándolo como un vendaval. El chasquido de los huesos al romperse era desagradable de oír, pero lo era mucho más si lo sentías en tu interior.
El hombre gritó durante segundos, abriendo una boca ensangrentada a la que faltaban varios dientes. Tenía la voz ronca de tanto gritar y llorar, los labios hinchados y la lengua reseca. El dolor seguía, pero el miedo se impuso cuando sintió las manos de su captora cerrarse sobre uno de sus dedos sanos.
- ¡No! ¡No! ¡Lo cuento! ¡Eran tres! ¡Venían con el uniforme, o con algo parecido! ¡Entraron dando una patada a la puerta y exigieron unas cuantas copas, que decían que no iban a pagar!
- Vas bien… Si sigues así no tiene porque dolerte mucho.
- ¡Por favor! – Suplicó el hombre. – Yo… Yo… Estaba detrás de la barra, y el jefe me dijo que les sirviésemos. Les dimos una copa tras otra, mientras jugaban a apuntarnos con la pistola, rompían vasos o daban porrazos a las cosas. Iban de una silla a otra, echando a los ocupantes, y cuando se emborracharon…
- ¡Cuando los emborrachasteis! – Lo corrigió Svetlana, haciéndole gritar con el dolor de una nueva fractura. - ¡Les disteis una copa tras otra para emborracharlos y darles una paliza!
- ¡Sí! ¡Sí! ¡Los metieron en el almacén a hostias y empezamos a pegarles! ¡Iba a ser solo eso! ¡Una paliza! ¡Nada más!
- ¿Solo eso?
Desde fuera vieron a Svetlana escupir en la cara del que parecía ser uno de los camareros del local. Luego le dio varias patadas en la cara que dejaron esta irreconocible. Kurtz oía murmullos a sus espaldas. Frente a ellos, los golpes de la suela de la bota de su superiora contra el rostro del detenido sonaban como cañonazos.
- La silla está atornillada al suelo. Eso hace que no puedan escapar, ni caer y romperse el cuello. Podéis aporrear con toda confianza. – Dijo a los novatos su sargento instructor. Ninguno se sintió con ánimos de responder nada.
- ¿Tan solo esa minucia? – Preguntó la agente Varastlova con tono dulce, dando una leve tregua a su presa. – ¿Solo una paliza? ¿Para que aprendiesen?
- ¡Sí! ¡No queríamos que nadie muriese!
- ¡Escúchame bien, hijo de puta, y apréndelo para los pocos segundos que te quedan de vida: Nadie jode a Turk! ¡Nadie le toca los huevos al departamento de investigación, me entiendes!
- ¡No! ¡Por fav…! – Svetlana le arrancó los dientes que le quedaban con un certero porrazo, luego sacó un inmenso cuchillo de combate y le atravesó la boca de mejilla a mejilla.
- ¡Cállate! ¡La ley en esta ciudad, la única ley que debes saber cada vez que levantes tus ojos de alimaña es que en medio ves un edificio grande que lo gobierna todo! ¿Sabes qué significa eso? ¡Que nosotros imponemos la ley! ¡Nosotros decidimos, y no puedes hacer nada al respecto! ¡Nada! – Dejó el cuchillo clavado, mientras el camarero la miraba al borde del shock, y encendió un cigarrillo. – Nosotros, por cabrones que seamos, somos la única protección que tenéis, y somos los únicos que estamos haciendo algo para que cuando os levantéis por la mañana haya una puta ciudad en la que vivir. A cambio, hay que jugar según nuestras reglas. Si no os gusta, id a vivir a otro puto lado, pero nunca, y con eso quiero decir que más os vale volaros los cojones antes de tan siquiera plantearos la idea, os atreváis a joder con nosotros. – Svetlana lo miró fijamente, luego apartó la mirada y echó el humo largamente. – Bueno… Vosotros no aprenderéis una mierda. Ya me imagino como fue todo: Unas hostias para que aprendan, pero uno de ellos se rebota y sabe dar un par de hostias, entonces se le golpeó en la cabeza con algo… Y cuando cayó, los otros no podían quedar con vida, de modo que no quedaba otra que ir a por todas, ¿no? – El camarero no respondió. Solo intentaba gritar, pero no se atrevía a hacerlo. – O simplemente, no hubo en ningún momento intención de advertir nada. Hemos comprobado el informe de balística, y a ninguno de los turcos se le disparó con su propia pistola, de modo que alguien tenía un arma. Esto es lo que va a pasar, pedazo de mierda: Me iré fuera de esta sala, acabaré mi cigarro, y cuando acabe, tú morirás. Y luego, nos vamos a follar ese puto bar. Con explosivos.
Svetlana se mantuvo erguida de espaldas al detenido, mientras lo oía mearse encima. Cerró la puerta lentamente y caminó hacia Kurtz y los novatos a los que entrenaba. Los más disciplinados lograron no dar un paso atrás, aunque fueron minoría. Svetlana se sintió decepcionada.
- Veo que habéis traído toda la artillería. – Dijo con una sonrisa. – Yo me perderé la redada. Llevo más de veinte horas, suficientes como para dejar de contarlas y seguir tomando café. – Algunos sonrieron, mostrando simpatía. Otros fueron brutalmente indiferentes. Por lo visto ella no representaba aquello que ellos aspiraban a ser. Suspiró y siguió con la charla. – Mirad, esto es importante: Tenemos toda la información. En ese bar han matado a tres de los nuestros, de vuestra misma generación. En Turk no devolvemos golpes. Aquí prendemos fuego, disparamos y pisoteamos las cenizas. Dentro de una hora, de ese bar no quedarán más que cadáveres y rescoldos humeantes. Nosotros no decidimos tirar la placa, pero lo hicimos. ¡Imaginaos de que seremos capaces ahora que sabemos que han matado a uno de los nuestros! ¿Qué vamos a hacer? – Un silencio tenso dejó la pregunta flotando en él.
- ¿Qué vamos a hacer, señoritas? – Preguntó Kurtz.
- ¿Matarlos a todos? – Kurtz se giró. Dio dos pasos y se plantó delante de “Virgen”. Pese a tener uno de los apodos más humillantes de todos, se las arregló para mantener la compostura.
- ¿Me lo estás preguntando, Gertschen? – El joven asintió. A Kurtz le sorprendió que era de los pocos que parecía venir levemente arreglado, con algo de sombra de ojos y el traje impecablemente vestido. Se preguntó si tendría algún ayuda de cámara.
- ¿De verdad vamos a matarlos a todos? – Preguntó una de las bulímicas por detrás.
- ¡Podías haber sido tú! – Gritó su compañera. Kurtz empezó a sentir vergüenza, y Svetlana se fue a mirar su PHS por consideración, fingiendo que no veía lo que sucedía.
- ¡Silencio! – Gritó Kurtz, haciendo que se pusiesen todos firmes. Por primera vez parecían darse cuenta de que estaba sucediendo: ¡Habían matado a tres de los suyos! - ¿Algún voluntario? Gertschen… Tengo entendido que Provonne era amigo tuyo… Y que con Echaie… Te llevabas bien. – Kurtz se internó en medio de los novatos, preguntando y viendo como sus ojos se apartaban por la vergüenza y el miedo. - Y vosotras dos, Felson y Kuzuma, decíais que Angais os gustaba. ¿Nadie va a hacer algo por ellos?
- ¿Cómo tengo que hacerlo, Sargento? – “Virgen ha hablado”, pensó Kurtz.
- Como te dé la gana, pero no tardes mucho. Tenemos que asaltarlos antes de que se den cuenta de que nadie ha visto a este idiota en lo que va de noche.
- ¡Yo también voy! – Una voz tronó desde el fondo del pelotón. El sargento se abrió paso a empujones hasta su fuente, y asintió lentamente al ver lo que se había encontrado.
- Vaya, Seranzolo… Al final había algo colgando entre tus piernas y le has encontrado utilidad… - El chaval tenía un aspecto totalmente desastroso. Sus ojeras eran inmensas, y su traje estaba tan arrugado que parecía haber dormido con él. – Tienes mala cara, chaval.
- Cené más fuerte de lo que estoy acostumbrado, sargento.
- ¡Vamos!
Kurtz fingió que a Virgen no le temblaba la voz. Él y Margarito entraron en ese cuarto. Miraron fijamente al tío, que lloraba. Margarito también lloraba. Con la mano temblándole, Margarito retiró el cuchillo de Svetlana y lo dejó caer en el suelo con cara de asco. Luego Virgen lo miró fijamente. Levantó su fusil y le estampó la culata en la cara. Miró a su compañero, que seguía paralizado, y volvió a golpear. Margarito miró hacia la ventana por la que había estado viendo todo el interrogatorio y se encontró un falso espejo. Se vio a sí mismo, con las lágrimas corriendo por sus mejillas. Su pulso temblaba, y su fusil MF22A4 estaba a punto de caer. Era una imagen patética, y tras ese espejo estaría Kurtz, con su eterna mirada de desaprobación. “No eres lo suficientemente duro”, “eres una mancha en mi unidad”. ¡No sería él quien tuviese que oír eso! Margarito se giró y agarró el rifle tal y como ese maldito sargento barriobajero le había enseñado. Encadenó varios golpes contra la cara y estómago del hombre esposado a la silla, que gritaba y lloraba, sabiendo que estos serían sus últimos segundos.
Virgen lo apartó para dar él unos cuantos golpes, hasta que el hombre dejó de gritar y pasó a simplemente llorar desconsolado.
Entonces ambos dieron un paso hacia atrás, y aseguraron sus respectivos rifles en sus hombros. Como un solo hombre, quitaron el seguro y miraron al hombre en silencio. Apretaron el gatillo a la vez y vaciaron el cargador en su cuerpo. Iba a hacer falta una fregona para sacar el cadáver de la habitación. Sin embargo, de ella salieron Victor Gertschen y Mario Seranzolo: Sombríos, taciturnos, pero erguidos.



Daphne estaba subiendo las escaleras de un callejón, camino del Universal Coffee, donde se había citado con Han. Pudo ver aparcado a unos pocos metros el deportivo blanco del que el piloto había presumido una y otra vez. Sonrió al ver que no había llegado tan tarde esta vez. Se detuvo ante la puerta, queriendo ver a su amigo a través del cristal, pero este estaba cubierto por una cortina. Miró una vez más al coche, sorprendiéndose de que le gustasen coches tan viejos y cuadrados, y se dispuso a entrar.
Y era cierto: El Fenrir era más cuadrado, la puesta a punto de la chapa aún estaba a medias, y además era un coche muy poco estilizado de por sí. Tan cuadrado que no dejó que Daphne viese la motocicleta de gran cilindrada que había aparcada detrás, y entrase con aire alegre y distraído.
- ¡Hijo de puta! – Todo el bar se giró. Rolf se levantó lentamente de la mesa, alzando su copa de café y saludando con leves reverencias, mientras la gente los miraba confundida. Daphne se estaba arrojando contra él, pero algo la agarró por detrás, empujándola suavemente hacia una silla.
- Se dice “hola”. - Le dijo Han al oído con voz firme. – Y luego te sientas y preguntas que tal. De forma discreta, si eres tan amable: El marica y yo estamos un poco paranoicos últimamente…
- ¡Han! – Dijo ella, sonriendo con disimulo. - ¡Rolf! ¿Qué tal tu madre? – Preguntó con sarcasmo en voz más discreta.
- Una puta, pero no porque tú lo digas. – Dijo dando un sorbo a su café, mientras llegaba el camarero, mirando a Daphne con una cara que decía exactamente “no te serviré alcohol”.
- Café. – “¿Cafeína?”, pensaba el camarero, levantando una ceja de forma intimidante. – No, mejor un refresco de naranja… Sin azúcar. – Luego esperó a que el camarero se hubiese ido, y se giró hacia Han, expectante.
- Rolf es un hijo de puta, pero un hijo de puta entrañable. – El tirador correspondió con una cara propia de un arcángel en su duodécima noche consecutiva de putas y éxtasis non-stop. – Ha pasado una época trastornada y fue con motivos.
- ¿Qué motivos? – Daphne quiso oírlos directamente del tirador.
- Paris. El colega rubio guaperas… - Rolf vio la cara de Han, que resaltaba sus labios cerrados con fuerza. – Quise… Bueno. Quise probar suerte y se lo tomó mal, y la verdad es que hubo muy mal rollo dentro del grupo…
- Los que… Ayudasteis a Kazuro.
- Si. El caso es que ya no hay grupo.
- ¿Dejarás de jugarte la vida? – Preguntó esperanzada.
- No. – Rolf tomó un sorbo, inconscientemente con la intención de cubrir su cara como los malos mentirosos. – No dejaré de trabajar, cuando lo crea necesario, o de aceptar desafíos. Es el precio de estar arriba.
- ¿Y por qué no retirarse en la cumbre? – Preguntó ella, buscando una posibilidad.
- ¿Nunca viste esas pelis de la mafia en las que uno quiere dejarlo? ¿Cómo acaban todas? – A Rolf le dolió ver como los ojos de Daphne se humedecían. – Lo siento, pequeña, pero con un rifle en la mano tengo una posibilidad. Pero lo siento. Esto es difícil de entender desde fuera, y cuando tú lo estabas asimilando, yo me burlé de ti y fui hiriente. Lo siento, y prometo no volver a ser tan cabrón cuando no lo merezcáis.
- ¿Y cuando sí? – Han le dio un leve golpe en el hombro.
- ¿Quieres que sea cabrón contigo, Han? ¿”Cabrón” en el sentido de “desconsiderado” o en un sentido más… activo? – El piloto se quedó con cara rara, mientras Daphne contenía una risita. Cuando este la miró, ella acabó por confesar.
- Cabrón el que da, maricón el que recibe. ¿No lo sabías? – Han se puso tenso.
- Me da que voy a probar penetraciones dolorosas… Concretamente, voy a salir ahí fuera, coger mi coche y “penetrar” este bar hasta que seáis dos trofeos en esa pared del fondo.
- Que alguien apunte este día. Han. Has logrado matar mi libido.
- ¿No te da vergüenza? – Se sumó la transexual al reproche.
- ¿Os reconcilio y ahora os volvéis contra mí? Sois lo peor…
- ¡Vosotros sois lo peor! – Rolf alzó la voz, fingiéndose el ofendido. – Me hacéis esperar más de media hora, tú me insultas al llegar, tú te quejas de todo… ¡Me voy al baño! ¡Dos minutos sin vosotros serán unas vacaciones! – Se levantó con mucha dignidad y dio media vuelta de forma teatral, pero antes de que empezase a caminar le oyeron decir. – Tres, por otra parte, serían una condena.
Bajaron la vista mientras veían al tirador hacer una de sus jugadas más célebres camino del baño: Cruzarse con una pareja y guiñarle el ojo a él. Ella creería que es un amigo de su novio, él que quiere tirarse a su novia. Ambos fallan: Si le llaman la atención lo suficiente como para hacer la jugada, es que preferiría tirárselos a ambos.
- El hijo de la gran puta… - Murmuró Han, mirándolo, mientras agarraba distraídamente su cerveza. – Es imposible guardarle el enfado.
- ¡Y eso que te sacó una pistola! – Acompañó Daphne.
- Sí, y a ti te dijo cosas impensables.
- Oye… Lo de Paris no es cierto, ¿verdad? – Dijo ella, intentando indagar algo más.
- No del todo, pero tampoco es del todo falso: Fue el detonante del problema y no lo veremos más. Rolf solo se puso así porque fue el primero en descubrirlo y no sabía cómo contarlo.
- ¿Y tú como lo contarías?
- No lo contaría. – Críptico como siempre, pero el mensaje era claro: Lo saben todos los que tienen que saberlo y punto. Para acabar de echar tierra sobre el asunto, Han cambió de tema. – Voy a volver a correr, con el blanco.
- Ya lo vi, es muy feo.
- Si: Lo es. Es cuadrado, tosco y brutal, y lo adoro por ello. – Sonrió el piloto. – Mi venganza para Rolf será pasarle unos meses por la cara que en ninguna moto ha sentido la velocidad como en el asiento de copiloto de mi coche. ¿Y tú?
- Pues viendo que día es hoy, probablemente salgamos todos… Tú incluido, ¿no? – El piloto asintió. – Luego beberemos, y luego follaremos. Entonces me vengaré con todo mi “amor”. – Algo golpeó la rodilla de Han. Llevó la mano al sitio y se encontró con un pequeño frasco de plástico que su amiga le estaba ofreciendo a escondidas, mientras sonreía a Rolf, que ya volvía del baño. – Haz desaparecer esto. – Dijo entre dientes, mientras se giraba para atender al camarero, que ya traía su consumición. Han sacó la cartera, y aprovechó el momento para guardar el bote, leyendo parte de su etiqueta: “Gel Lubr…”
- Hey, he tenido una idea. ¿Y si pasamos a recoger a Kazuro y a Caprice? Ya le ha de quedar poco para poder moverse, aunque sea en muletas, o en silla de ruedas, o algo, ¿no? – A Rolf le parecía una buena idea, pero tampoco era para tanto: Daphne y Han no paraban de asentir y sonreír.






- ¡Dale, maldita sea! ¡Apunta a la cabeza y dale!
- Ya voy, déjame apuntar bien. ¡Si fallo te heriré a ti!
- ¡Dale! – El impacto dio de lleno en el blanco, haciendo que la cabeza de un zombi de dos metros de alto y ciento veinte kilos de músculo putrefacto, reventase como una calabaza. El detective privado al que estaba levantando cayó sobre su ahora ya definitivo cadáver, cubriendo su traje y gabardina de restos de sangre, sesos y carne a medio pudrir.
- Eso no ha parecido muy agradable…
- No… Te lo aseguro.
El inspector estaba limpiándose con cara de asco. Su compañera, una mujer atractiva pero seria, hizo un ademán para que la siguiese. Era policía, y lo demostraba con fría precisión en cada disparo.
Avanzaron a lo largo de varios pasillos de una mansión en estado ruinoso, por los que rostros muertos décadas atrás los miraban reprobadores desde sus grandes retratos descoloridos. El suelo húmedo crujía bajo sus pies, y entonces, el detective se detuvo en seco, llevándose el índice a los labios. La policía obedeció, y a sus oídos llegó un ruido siniestro: Huesos de pies descarnados, arrastrándose por el suelo de madera. ¡Zombis! Sus pasos muertos vagaban sin rumbo en un gran salón, a pocos metros de donde ellos estaban ocultos. Aullaban levemente, helándoles los huesos de terror.
Ella se echó instintivamente contra la pared, y su compañero quiso imitarla, pero no vio los restos de un jarrón, tirados en el suelo. El leve estallido de la porcelana al partir dejó tras de sí un silencio palpable, asfixiante. Un rugido procedente de la otra habitación anunció un ataque inminente.
Sin perder tiempo, los intrusos corrieron hacia la puerta por la que habían entrado, pero esta estalló ante sus ojos. Tres de esas repulsivas criaturas, alertadas por sus inmundos hermanos, habían acudido a reclamar su parte de la pieza. A sus espaldas, los torpes pasos de los demás se acercaban. Como un solo hombre, ambos levantaron sus armas y se prepararon par a abrirse paso.
- ¡Dales! ¡En la cabeza! ¡Los otros llegarán en seguida!
- ¡Deja de gritarme lo que tengo que hacer y recarga!
- ¡Mierda! – Gritó ella, bloqueada. - ¡Mierda, mierda, mierda!
- ¡Dispara fuera de la pantalla, maldita sea! ¡Dispara fuera, que solo te quedan dos vidas!
- ¡Ya voy!
Tres minutos de estallidos, gritos y ataques, la policía y el detective privado se alzaban sobre un salón de té pavimentado con cadáveres en descomposición. Él había perdido una vida, pero habían dado a un par de monedas secretas y eso eran diez mil puntos cada una.
- Cada vez se nos da mejor… - Dijo Caprice.
- Si… Nunca te imaginé como una maestra de los videojuegos de tiros. – Respondió a esta Kowalsky, que disparaba con la mano izquierda. Su radio estaba casi bien, aunque su muñeca derecha necesitaría algo más de tiempo. Aún así, tenía que usar el brazo derecho para apoyar el izquierdo. – Lo que más me gusta es que nunca te imaginé jugando conmigo…
- Kazuro… Deja de decir que creías que yo era tan superficial…
- Si… El día en que me levante por la mañana, te vea a mi lado y me lo crea.
- Mira que eres… - Rió ella, dándole un beso rápido en la mejilla, sin dejar de mirar como en la pantalla un zombi le lanzaba un hacha. - ¡Mira! ¡Por tu culpa!
- ¡Dispara, mujer! ¡Aún te queda una vida!

Minutos y un par de continuaciones después, mientras disfrutaban del video que aparecía después de matar al jefe del nivel, ambos se permitieron relajarse un poco y hacer algún que otro estiramiento. Caprice rotaba las muñecas con la pistola de plástico en el regazo y Kazuro comía un puñado de palomitas.
- Deberíamos seguir haciendo esto, aunque dejemos de necesitar… Ya sabes…
- Prometido.
Ante ellos, en una pequeña mesa para café, la consola les preparaba un nuevo desafío. Mientras tanto, ellos permanecían atrincherados en su sofá. En la mesa tenían un bol de palomitas, una bolsa de patatillas, una botella de refresco (sin azúcar, que Kowalsky tiene que bajar kilitos y Caprice mantenerse), y dos Matryonas de nueve milímetros.




Kurtz permanecía inclinado sobre la barandilla del balcón. Desde su quinto piso, contemplaba relajado como la actividad del mercado viejo iba muriendo poco a poco a medida que anochecía. Etsu estaba tirado en su trono, como siempre, centrando toda su atención perruna en el telediario de las nueve. En la mesilla del salón, había perfectamente organizadas las piezas de dos pistolas: Una Aegis Cort, automática, y un autorrevolver Griffon de calibre 45. En medio de ellas una foto enmarcada, junto con una botella recién empezada de cerveza. Mientras volvía a montarlas, se veía a sí mismo en el espejo que había sobre el mueble de la entrada: Perfectamente afeitado y con un buen corte de pelo, aunque conservando la trenza. Su pelo húmedo ya se había secado, y se dejó caer pesadamente en el sofá. Al hacerlo, sus dientes se apretaron en una mueca de dolor. A pesar de la magia de cura, el brazo le seguiría doliendo mientras seguía recuperándose del todo. Es la forma que tiene el cuerpo de decirle a uno que aunque se puedan arreglar estas cosas por arte de magia, es mejor no dejarse disparar. Por suerte, la herida fue de servicio, así que no tendría que dar explicaciones.
Era un buen domingo, día de coincidencias: Svetlana, Harlan, Yvette y él tenían el día libre simultáneamente por primera vez en mucho tiempo. Habían coincidido en no tener nada que hacer, de modo que hicieron una pequeña comida familiar, en un restaurante del Sector 6. Svetlana eligió el sitio: Un cómodo restaurante al estilo de ciudad cohete, decorado con fotos antiguas de su construcción y desarrollo, fotos anteriores al cohete y retratos de sus ciudadanos. Un lugar agradable, más atento a la calidad de la comida que a su estilo modernista deconstruido.
- Entro al despacho y no hay sorpresa: Jacobi y van Zackal me esperaban, el primero sentado y el otro de pie detrás de él. El muy cagón tenía la chaqueta abierta, y la pistola a la vista, como si yo fuese a marcármela a lo loco y liarme a tiros por algo que supe desde que me llamaron “sargento Kurtz” por primera vez.
- Entonces se acabó el ser oficial, ¿no? – El turco asintió a Yvette y siguió su historia.
- “Agente Kurtz… Bueno… Le sorprenderá que le llame “agente”…” – Dijo el turco, imitando el tono snob y pretencioso de su superior. – “La verdad es que no, y si no hay nada más…”, le dije y me salta “¿Qué? ¿Ya le notificaron su degradación?”. Tenía cara de idiota, como si esperase el momento de darme la noticia como si fuese a echar un polvo, o algo. Me apuesto la piel a que a ese maricón solo se le pone dura cuando hace de jefe cabrón.
- Nunca miré para comprobarlo. – Dijo Svetlana. - ¿Y tú?
- Yo cuando llegué estaba explorando mi época lésbica, de milfs y todo eso, y solo tenía ojos para ti. – Yvette le devolvió la pulla.
- El caso es que se quedan los dos con cara de idiotas mientras yo me rio y les digo “Sabía que sería degradado en cuanto hubieseis sacado de mí lo que queríais, aunque aquí el bicho azul se los llevase de juerga y me llegasen hechos mierda”. Al cabrón casi le temblaba la voz: “¡Se dirigirá a su superior por su rango!” y salta el van Zackal “Sargento”, con tono de listillo. “Le tendré el mismo respeto que a usted, capitán.”, le dije. Y me piré.
- Joder… - Protestó Yvette. – Hago yo eso y me suspenden un mes.
- Ya, pero nosotros somos veteranos, y somos imprescindibles. Turk necesita músculo para imponerse. Los trajes, los coches y las pistolas dan miedo, pero necesitan alguien capaz detrás. – Intervino Harlan, que vigilaba de reojo a los críos mientras iban a por helados.
- Eso os pasa por ser funcionarios. No como yo, que trabajo en el sector privado. – Jorik se burlaba de ellos, aportando historias de bolas de papel y de lanzamientos de tizas a sus peleas y tiroteos.
- Tío… - Dijo Kurtz. – Algún día vamos a ir todos a tu clase y vamos a meterle tanto miedo a esos pequeños cagones que van a estar tiesos hasta que acaben la universidad.
- No te mates, Jonás. Para eso ya viene una capitana de SOLDADO todos los años, a dar una charla de seguridad y educación vial. – Yvette se rió, mientras Kurtz murmuraba un “¡joder como odio a los maricones esos!”.
- Está bien… Pero creo que la charla de prevención contra las drogas sería más efectiva si nos ocupásemos nosotros. – Dijo Harlan. – Al fin y al cabo, nosotros también somos padres preocupados…
- Padres preocupados con escopetas. – Svetlana terminó la frase, chocando la mano con la de su compañero.
Mientras hablaban, entretenidos, los chavales volvieron y Grace venía con ellos. Tironeó de la mejilla de Yvette, al descubrir que la joven había pagado la cuenta a traición. Esta se contuvo un “¡jódete, soy rica!” cuando vio que Grace estaba comiendo un helado y había traído otro para ella. Vio a los chavales y entendió el mensaje: “Si Yvette lo come, yo también, que quiero estar igual de buena”. Los ojos inocentes de Amira, la hija de Harlan y Grace, la miraban expectantes, mientras su helado permanecía intacto en su mano.
- ¡Vámonos! ¡Hay partido, y aprovechemos que ayer acabaron el montaje del cañón para tener un día sin ruidos! – Propuso Jorik.
Todos empezaron a caminar hacia la puerta, quedándose Harlan y Jonás al final. Kurtz estaba sacando un puro de su cazadora y Harlan poniéndose las gafas de sol.
- Jonás, acuérdate: A las once de la noche en San Justo. La puntualidad es vital. – Subrayó su compañero.



Era una noche fría, pero ideal para rondar los alrededores de un cementerio. Harlan supo que su amigo había sido puntual, al ver que el único coche que había en el aparcamiento cuando él llegó era el suyo. Se puso su levita y fue hacia la puerta del viejo Supreme.
- Hola, Har. – Sonrió Jonás desde el asiento. – Tres cafés: Uno negro con azúcar para ti, con leche y cargad para mí y uno sin azúcar y con “edulcorante”. – Dijo mientras daba un par de toques en su pecho, haciendo sonar la petaca metálica que llevaba en el bolsillo. – Harlan tomó el suyo en silencio. En la otra mano portaba una bolsa con una botella de ron y otra de contenido rojo, y llevaba una pequeña bolsa de gastado cuero marrón colgando del hombro por un cordel. Se puso su chistera y se adentró en el umbral del cementerio de San Justo.
Cuando Kurtz siguió sus pasos, al cruzar la entrada de acero forjado, sintió como si su cuerpo se aligerase. Turco de día, por las noches su amigo se convertía en el sacerdote Hana Garu, protector de almas y guardian del último cruce de caminos.
Caminar tras él en un cementerio, era como internarse en otro mundo. De repente, la luna era visible más allá del borde de la placa. Llena y sonriente, como una extraña calavera. Tenía los dos cafés sujetos con ambas manos, con miedo a que se le cayesen. Los pies de Harlan sonaban como golpes en la gravilla, en el silencio reinante, y su silueta era lo único que era capaz de ver en la oscuridad, recortada por el resplandor de la linterna que portaba. Los pasos se detuvieron, y Jonás también lo hizo. Sentía la boca tremendamente seca, y el vacío de la inquietud en el estómago, apretando como una garra helada.
- Siéntate, Jonás. – Dijo el sacerdote, mientras se ponía una chistera. Le dio la espalda y empezó a pintarse la cara usando los dedos. Cuando volvió, había una calavera blanca sobre su rostro negro como el ébano, que le sonreía de forma espeluznante. Kurtz creía oír tambores. Siempre tenía estas extrañas sensaciones de delirio. – Siéntate y apoya la espalda en el reverso de la lápida. – Kurtz obedeció. Sus pasos eran lentos y titubeantes. Sintió la tierra, húmeda bajo él. Sintió la piedra helada en la espalda. La hierba a su alrededor se revolvía, como si hubiese serpientes recorriéndola. El sacerdote se agachó ante él. Tenía las manos manchadas de sangre, y un puñado de plumas negras en una de ellas. Con la otra tomó un puñado de barro. – Sangre y plumas de un gallo negro, y tierra de camposanto en la primera luna fría del año. – Dijo mientas mezclaba todo. Lo puso en su mano izquierda y con la derecha untó la mezcla en el las manos y rostro de Kurtz. – Dedos para tocar. – Dijo al cubrir sus manos. – Orejas para oír, boca para hablar, nariz para oler, y ojos para ver al que acuda a tu encuentro. – El resto de la mezcla fue esparcido sobre la parte superior de la lápida en la que estaba apoyado Jonás. – Ahora cierra los ojos, Jonás Kurtz, y espera a ser llamado.
Kurtz obedeció. Tenía una sensación de quemazón en la cara, no en la piel, sino en su interior. El frío que emanaba de la lápida se extendió por todo su cuerpo, menos en su cabeza y sus entrañas, donde el calor del ungüento extendía su efecto ardiente. Los silencios del cementerio se incrementaron, con el rumor del aire de la noche entre las lápidas, haciendo danzar la hierba.
Su boca estaba seca, y olía a tierra húmeda y removida. Kurtz apretó los párpados, esperando, y entonces oyó la llamada. Era como si alguien aporrease la lápida desde dentro. No la sintió moverse, pero el ruido de cada golpe sonaba como un pesado llamador de bronce en una casa vieja y vacía. Golpes pesados, distantes y atronadores, como el sonido de un ataúd al cerrarse. Tres golpes. Kurtz abrió los ojos.
- Te he echado mucho de menos este año, amigo mío.
- Yo también, Donald. Yo también…
Kurtz se levantó, sonriendo mientras se preguntaba que decir. Llevaba toda la tarde intentando descartar temas de conversación, pero le era imposible. Primero quería hablar de todo, y ahora no le salía nada.
Esa noche, al igual que cada primera “noche de luna fría” del año, Harlan hacía uso de sus malas artes por media hora de conversación con Donald Krauser, su difunto mentor y rescatador. Donald se presentaba con el aspecto saludable que había tenido en vida. Harlan le explicó a Kurtz que cada uno aparecía como se veía, o como se había sentido en su mejor momento, y su amigo había tomado la del inspector de policía de treinta y pocos que acababa de ser padre por tercera vez. Vestía una camisa blanca, con el cuello abierto, con una chaqueta sujeta bajo el brazo. “El frío es para los vivos”, había explicado. A Kurtz se le hizo muy rara la primera vez que paseó junto a un Donald Krauser fantasma que aparentaba tener su misma edad.
Esa noche, como cada año antes, Krauser tomó el café que era para él.
- ¿Andamos? – Propuso el fantasma. Kurtz asintió. Sus pasos nunca emitían sonido alguno, y su cuerpo emitía un tenue resplandor azul al rozar la gravilla.
- ¿Qué te ha parecido este año?
- Estoy contento con lo que has hecho con esos chicos. Solo espero que no conviertan en costumbre lo de ayer.
- Casi me alegro de que no tengas que vivirlo…
- Pero lo veo, Jonás. – Dijo Krauser pesaroso. – Veo cada escena y cada falta de respeto. Veo a esos chavales que no son más que delincuentes del sistema, meándose en la gente a la que tienen que proteger. Veo a tus superiores, puteándoos porque saben que sois más aptos que ellos, y lamiendo culos para conservar su sitio y su título. Veo los problemas en los que te has metido y como has salido de ellos. Y me jode no poder hacer nada…
- Donald… Estás muerto. – Kurtz no quería hablar de novatos, ni de sus mierdas. - ¿Sabes? Siempre creí que de haber un paraíso, tú deberías estar en él.
- Chaval, mi paraíso es este: Preocuparme por Rosemary, por Donald jr, por Curtis y por Maggie… Y por ti, pedazo de cabrón, y por esa belleza de ojos rasgados que sigue soltera. ¡Jonás, eres tan tonto que cuando murió el mandril del zoo debieron ponerte a ti de sustituto! ¡Solo sirves para hacerte pajas y lanzar tus propias cagarrutas a la gente!
- ¡No me jodas! ¿Vale? ¿No te suena “me follé a Wutai como si fuera una puta de medio gil y dejé sus restos en llamas”?
- ¡Ella te quiere, maldito payaso! ¡Y si fueras un tío con dos cojones, esa mujer tendría un anillo y estarías con ella en las clases pre parto, en lugar de estar bebiendo cervezas y viendo la tele! – Se formó un silencio tenso, solo interrumpido por los pasos de Kurtz en la oscuridad.
- Así que tú ibas a las clases de preparación al parto, ¿eh? – Donald se detuvo en seco. No se había ofendido, pero tampoco se había tomado la pulla a broma.
- Hijo… Ser padre es lo más grande. Es tan grande que cuando tengas a tu hijo en brazos, no tardarás ni dos segundos en tener la cabeza llena de pájaros acerca de cómo lo vas a educar, que va a ser de mayor y como le enseñarás a dar un buen derechazo. Y a ti te queda poco para descubrirlo.
- Si sobrevivo… - Krauser sonrió.
- ¡Eres la hierba más mala que he visto nunca, Jonás! ¿No te dije que me entero de todo? ¡Te he visto hace apenas una semana sobrevivir al francotirador mariquita ese!
- Tú me dirás si alguien me quiere por ahí…
- Jonás… Eres un hombre justo. Otra cosa no, pero eso sí que lo he logrado, y los que son como tú siempre tienen quien cuide de ellos. – Aseguró el fantasma, guiñándole un ojo.
- Ya, claro… Ya veo como te fue a ti.
- Después de todos mis años de servicio, morir con la familia, en lugar de ser tiroteado en un supermercado, o devorado por alguna de las criaturas que recorren esos vertederos de los suburbios, no es tan malo. – El vivo asintió, concediéndole el punto. – Pero deja eso, que hay poco tiempo. ¿Qué tal todos? ¿Sveta?
- Bueno, ya no tiene tantos piques con Jorik, y hasta se lleva bien con Yvette.
- Buena chica esa Yvette… Que tenga cuidado con el rubiales.
- ¿Sabes algo de él? – Kurtz tenía curiosidad. Seguía preocupado por que alguno de sus ex compañeros no quisiese dar el tema por zanjado.
- No puedo saber nada. Sea lo que sea ese crío, han usado mako de una forma muy extraña con él. Quizás habrías podido enderezarlo… Pero no te culpes. Yo habría hecho igual.
- Gracias, Donnie.
- De nada, chaval. – El fantasma dio un sorbo a su café, Kurtz ya ni se preguntaba cómo, aunque le hacía gracia que el gusto por el vodka fuese más allá de la propia muerte. – Piensa que si la cosa salía mal podrías perderlo todo. – El turco vivo miró a su amigo con una cara de dignidad herida. Sabía que si llegase de nuevo esa pelea, el resultado volvería a ser incierto, especialmente ahora que Paris había aprendido unos cuantos trucos, pero se negaba a apostar contra sí mismo. – Hablo en serio. Tenemos poco tiempo, por ahí viene Harlan, así que abre tus putas orejas y escúchame, ¿vale? – Eso tenía que ser muy importante para que Donald usase ese lenguaje. – Mañana madrugas. Te pones guapo y apareces en casa de Aang, ¿y sabes que vas a decirle?
- ¿Qué me voy a casar con ella? – Rió Kurtz. – Ya lo sé, Donnie… ¿Y cómo se lo digo? ¿Cómo en las pelis? ¿Sigo la forma tradicional de Wutai, llamo a su familia y les regalo ganado?
- No me importa una mierda, Jonás, pero hazlo. Recuerda que cada segundo cuenta. – Mientras hablaba, su índice se vio translúcido en la luz rojiza que manchaba el horizonte como una herida sangrante. Los ojos de su ex compañero se abrieron como platos al interpretar el mensaje. – Las cosas van a ir a peor, hijo… - Jonás asintió.
El turco aún estaba asimilando lo que acababa de oír, cuando llegó Harlan, aún con el rostro pintado. Se quitó la chistera y ofreció una mano negra con el dorso pintado simulando huesos.
- Don…
- Padre Harry… - Respondió el fantasma, con amistosa sorna.
- ¿Es tan difícil llamarme “Har”? – Protestó el sacerdote.
- Después del susto que me llevé al creer que estaba descansando en paz y encontrarme con que tus brujerías eran ciertas…
- Muchas tienen algo de cierto. Yo simplemente muestro las cosas a través de un velo.
- Un velo que me deja apestando a sangre y barro… - Puntualizó Kurtz. – ¿Si todo tiene algo de cierto, no me podrías recomendar algo distinto?
- ¿Prefieres sacrificar animales? ¿Automutilarte? ¿Tomar drogas alucinógenas?
- ¡Ni de broma! – Interrumpió Krauser. – ¡No te imaginas lo inaguantable que era este bastardo cuando tenías que aguantarlo pasado de cualquier mierda! – Kurtz se sumó a reír la pequeña broma a su costa. Años atrás le parecían molestas, pero acabó por comprender que su ex compañero las hacía para demostrar que su mala época había quedado atrás. – Dime, Har. ¿Qué tal la familia?
- Amira está empezando a mostrar algunas aptitudes, así que es posible que algún día te pille curioseando por casa, y Rubanza está hecho un león. He de buscarle algún deporte. En cuanto a Grace, sigue siendo tan guapa como siempre.
- Tú también estás en el ajo, ¿no? – Preguntó Kurtz a Harlan. – También quieres bodorrio.
- Jonás… Hijo… Tú sabes lo que es que tu corazón no sea tuyo, ¿no?
- No te pongas ñoño, viejo. – Dijo Kurtz, intentando cortar el tema. – No te pega en absoluto.
- Piensa lo que quieras, chaval, pero mírame y no me olvides: Por la mujer adecuada, uno renuncia hasta al cielo. – Harlan asentía a su lado.
- ¿Queréis comentar algo más? Ya casi se ha acabado el tiempo.
- Sí, y va para los dos. – Dijo el fantasma. – Tened cuidado con esos novatos: Son más peligrosos de lo que aparentan, y si las cosas se salen de madre, no van a ser ellos quienes se coman el marrón. Sigo orgulloso de vosotros, protegiendo la ciudad a pie de calle. Y tratad bien a los nuevos: Kaluta, Adalia y Maravloi. Harán bien su trabajo, pero no dejéis que se desmadren demasiado…
- Joder, Donnie… ¡Pareces mi madre!
- El juego. – Recordó Harlan. - ¿Por quién quieres apostar esta vez? – El fantasma se quedó pensativo unos segundos.
- Ese chaval, Jackson. – Dijo tras una duda muy breve. – He visto que llegará lejos. – Dijo mientras sonreía a Kurtz, que le devolvió el gesto. Ahora ellos tendrían que apostar en el siguiente combate que tuviese Henton, y comprarle algo a Rosemary con las ganancias. Era lo que dictaban la costumbre.
- Todo dicho entonces… Es la hora, Donald. – Dijo el sacerdote. – Toca despedirse.
El fantasma asintió y se volvió hacia su pupilo. Para él, Kurtz era un hijo. Cuando lo conoció era un joven capaz de cargarse a cincuenta con un cuchillo de postre, y dispuesto a hacerlo a la menor provocación, y había hecho de él un hombre decente. Donald jr, Curtis y Maggie habían dado sus problemillas, pero hacer alguien decente de alguien tan violento, hostil y mentalmente destrozado como Kurtz era lo que, según decía, le haría ganarse el cielo.
Krauser avanzó con sus pasos silenciosos y abrazó a Kurtz, que podía sentir como se desvanecía la magia, a medida que el cuerpo de Krauser se iba convirtiendo en un frío vacuo.
- Un vodka cojonudo… Pero el año que viene tráeme la foto de la boda o te va a venir a aguantar el fantasma de tu abuelita.
- Joder con el tema…
- Hasta el año que viene, chaval… No intentes verme antes, ¿vale?




El local se llamaba “Goldfish”. Era un antro de mala muerte, de apuestas ilegales y trapicheo en un barrio de mala muerte, en los suburbios del sector cuatro. En la madrugada del viernes al sábado, a las cinco de la mañana, todos los clientes eran habituales del local, a los que se dejaba pasar cuando el resto del público se encontraba una verja cerrada. En su mayoría, eran de una pandilla de barrio. Simples delincuentes, aunque con poco miedo a mezclarse en delitos mayores.
El asalto fue torpe, caótico y brutal: Gas lacrimógeno y granadas aturdidoras, seguidas de una entrada a culatazos y armas blancas. Se lanzaron hechizos de confusión y freno, que aumentaron el caos para los defensores. Estos, impotentes, no podían sino intentar defenderse de un grupo de turcos que se movían el triple de rápido que ellos.
Se les apaleó a todos, pero los mejores tiradores de la unidad, no participaron en la paliza. Estos, entre los que estaban Kaluta y Gertschen, se dedicaron a cubrir a sus compañeros, abatiendo con certeros disparos a cualquiera que sacase un arma, o tan solo aparentase hacerlo. No iba a haber concesiones de ningún tipo. El propietario de local, su novia y un par de camellos fueron arrastrados por las malas hasta el centro del local, donde recibieron el mismo trato que habían recibido los tres difuntos novatos. Punto por punto: La paliza, la tortura y el tiro final en la cara. Seis de los novatos cometieron esa parte de la venganza, mientras que el resto se aseguraban de que ninguno de los presentes apartaba la mirada. El sargento, famoso por sus maneras brutales, dio orden de dispararles a todos los demás en las piernas. Luego se juntaron varios para arrastrar una nevera y bloquear la puerta con ella, de modo que ninguno de los heridos pudiese salir.
Estos estaban confundidos. Estaban heridos, y sangrando. Algunos de ellos habían sido alcanzados en la arteria femoral. Mientras algunos se esforzaban en vano por intentar salvar la vida de los tres ejecutados, el resto se dedicaba a gritar de dolor y suplicar por ayuda.
En el exterior, el sargento eligió a unos cuantos de los novatos. Les tendió granadas de fósforo blanco, a las que llamó “whiskey papa”, y estos entendieron las ordenes sin que hubiese que decirlas.
El bar, edificio de dos plantas, ardió como una maldita pira funeraria. Un funeral vikingo para tres aprendices de turco que durante un periodo de instrucción de dos semanas creyeron ser dioses, pero olvidaron en ello que eran demonios. El poder es parecido, pero la diferencia es que los mortales no te adoran, y te derribarán a la menor oportunidad.
Los diecisiete restantes vivían para aprender una lección que costó la vida a tres de sus compañeros y quince personas más. Eso es lo que supone ser turco: La ley es un pretexto, la cuestión es imponer el orden. Pueden salir de fiesta, posar para las revistas de famoseo y meterse coca con van Zackal junto a ricas herederas, actrices porno, estrellas del pop y gurús de la moda. El uniforme sirve para dar miedo, pero lo realmente importante debe ser el arma en la mano.