miércoles, 28 de enero de 2009

155.

-¡Joder, Lucille aguanta!
[…]
-¡Eh, eh…! ¡Maldita sea, despierta! ¡Lucille!

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Tenía la sensación de estar flotando entre nubes o sobre algodón etéreo mientras me despertaba. Era la primera vez que dormía en una cama desde…Más de un año. Mis sueños se desvanecieron y abrí los ojos justo cuando los primeros rayos de luz se filtraban por la persiana. “¡Luz!” grité mentalmente. Me parecía maravilloso algo tan simple como la luz vista sobre la placa. La cama, el calor de un hogar, ropa limpia…Había olvidado lo que era eso.
A mi lado, aún dormida, estaba Lucille, desnuda entre las sábanas. Respiraba profundamente y su brazo derecho se elevaba ligeramente sobre su costado a cada respiración. Pasé un nudillo por la línea de su columna y ella sintió un escalofrío.
Dejé que durmiese un rato más y me levanté de la cama. Con un pijama de rayas azul y una camiseta interior de algodón, comencé a andar sobre la tarima. El piso era un loft, así que no había opción de pérdida, aunque fuese la primera vez que pisaba su casa. Con cuatro columnas de soporte, el salón estaba en el centro, con un sofá verde, una pequeña mesa de cáñamo con revistas apiladas y una televisión de treinta y dos pulgadas. La tela del sofá me gustaba, es de estas en las que te pasas horas dibujando con el dedo y luego estirándola de nuevo. Subiendo un escalón, a la derecha, estaba la cocina: Muebles de madera lacada en verde pistacho soportando una encimera de mármol en forma de L. Los electrodomésticos eran estrechos y no robaban espacio. En una esquina estaba el cuarto de baño, la única parte del piso que no tenía entarimado, sino cerámica esmaltada de color blanco. La forma de la esquina se había aprovechado para elevar dos mamparas de plástico que formaban la ducha; El lavabo y el váter se encontraban a los lados. Aquello me hizo gracia, por mucho que viva sólo no me imagino meando sin unas paredes que me envuelvan, por mucho que se diga que ir en pelotas por tu casa es lo mejor.
En el otro extremo había varias estanterías repletas de libros y un diván pegado a la ventana junto con una lámpara para cuando la luz de la calle ya no era suficiente. Un poco hacia la izquierda había otra estantería más, pero llena de discos y a su lado un potente aparato de música. No había mucho más en el piso, un par de plantas de interior y varios cuadros colgados de las paredes. La puerta de salida tenía un interruptor que llamaba a un ascensor; tú abrías tu puerta con la llave y luego bajabas en ascensor. Recuerdo que la noche anterior, en la que ambos habíamos bebido bastante vino en una cena austera pero maravillosa, el tema del ascensor me fascinó y no daba crédito cuando subíamos por él.
-Pero…Pero…-balbuceaba ya de madrugada- Es decir, ¿el ascensor para directamente en la perta de tu casa?
Lucille se rió bastante con mi cara de perplejidad.
Subí el escalón de la cocina y comencé a abrir los armarios uno por buscando una cafetera. No entendía por qué, pero estaba claro que ella vivía sola: un vaso, un plato, un par de cubiertos…No había mucho más. Como no encontré café, puse a calentar agua en una tetera y fui a lavarme la cara.
Entonces comenzó a sonar una canción y la reconocí al instante, no porque me encantase, sino por la ironía del título y de que sonase justamente en esa casa. No recuerdo al autor exactamente, pero era un blues llamado Help The Poor. Me pasé la toalla por la cara y me reí con disimulo.
Lucille, apagó la alarma del despertador y la canción se terminó.

-Buenos días-dije desde la cocina- ¿Puedo usar la ducha?

No creo que sea lo más bonito que se puede decir cuando tu chica se despierta, pero ella estaba dormida y yo de resaca…

-Has dormido aquí, no creo que pase nada si te duchas.

La tetera empezó a silbar así que la aparté del fuego.

-¿El té?
- Segunda puerta por la derecha.

Abrí la puerta y eché un vistazo.

-No está.

Ella se levantó. Se puso la ropa interior y una camisa que le llegaba casi hasta las rodillas. Vino hasta la cocina, abrió el segundo cajón, apartó de en medio un bote de azúcar y me señaló con el dedo.

-Ahí- Yo me hice el tonto y me rasqué la nuca- Todos sois iguales…A ver si aprendéis de nosotras, a veces no vendría mal que nos leyeseis el pensamiento.

Yo me callé, pero la próxima vez me llevaría la materia a las manos para no cagarla de nuevo.

-Vaya…-dije al agacharme y ver el interior del cajón.

Té verde, té rojo, té relajante, manzanilla, tila, melisa…Había infusiones de todo tipo. Abrí el tarro de té rojo, lo olí y eché dos cucharadas en una bolsita. Tapé la taza con un plato y me preparé para ducharme.
Abrí el grifo del agua caliente y dejé que me cayera por la cara un buen rato. Levanté las manos y me eché el pelo hacia atrás. “Es la segunda vez que me ducho en esta semana” pensé como record personal. Y empecé a pensar. Primero fue una cerveza, luego una segunda cita, después ropa nueva, una cena y su amor. Parecía todo tan idílico… ¿Y qué hacía yo? Aceptar todo y drogarme más. ¿De verdad la amaba yo a ella? No resolvería nada si leyese mis propios pensamientos con la materia.

-Dejaré la droga- murmuré bajo el gorgoteo del agua- Me lo tomaré como un reto, una prueba de que la amo.

Salí de la ducha con una nueva conciencia y me coloqué una toalla en la cintura. Lucille estaba de pie frente a la cama, con mi abrigo en una mano y cuatro bolsitas con polvo blanco en la otra.

-¿Qué significa esto?-dijo sin dirigirme la vista.

Había descubierto la coca.

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Esa noche auguraba ser la mejor de mi vida. Lucille me había invitado a cenar en un restaurante y eso era estupendo. Así que para estar al nivel de la situación, necesitaba un poco de “inspiración y locuacidad”. Me encontraba en las calles de Mercado Muro y era de día.
Tenía ropa nueva y eso me daba un placer tremendo. Unas deportivas blancas, unos pantalones de pana verdes, un jersey que me hacía parecer el doble de grande y una americana gris con coderas. Reconozco que a la moda no iba precisamente, pero para mi era lo de menos, ya no se me metía el viento por las zapatillas.
Otras veces el camello se situaba en puntos estratégicos, calles que conocían perfectamente sus compradores, pero ésta vez me dijo que no le quedaba nada. Yo le insistí y él me dio la dirección de un amigo suyo, Jack.
Así que allí estaba yo, entre los edificios semiderruidos de Mercado Muro. En la mayoría vivían inmigrantes hacinados o simplemente ocupas, menos la gente que se dedicaba al mundo de las “esencias espirituales” y usaba aquellos pisos como laboratorios.

Giré hacia la derecha en una calle estrecha y me dirigí al último portal de un alto y viejo edificio. A la que pasaba por el primero, salieron dos personas: una mujer rubia tremendamente guapa y un hombre alto de piel oscura. Ella parecía bastante cansada.
Entré en el edificio y subí por las deterioradas escaleras. Había un hueco en el centro con una oxidada malla de alambre, pero el consiguiente ascensor de madera reposaba abajo totalmente astillado. El camello estaba en el último piso, seguramente para que los vapores de sus experimentos no le matasen a él. Me detuve frente a la puerta, de barniz totalmente escamado y carcomida en el extremo inferior, y me llevé la mano al bolsillo.

“Joder, soy la hostia, estas pastillas se van a vender de puta madre. Eh, ¿He dicho que dejes de chupar?

Estuve a punto de irme, solo con oír aquello sabía que el tío no podía ser de fiar, pero un dolor palpitante en la cabeza pareció decirme en código morse que necesitaba droga.

“Joder con la zorra esta, cómo la chupa” “Y……… ¡Toma glaseado!”

Dejé de aferrar la materia. Creo que la pésima metáfora de aquél tío decía bastante de él, seguramente era camello desde los dieciséis…Y puede que putero también. Cojo la coca y me voy-pensé sin darme cuenta de que ya estaba llamando a la puerta.

-¿Quién es?-sonó al otro lado con voz ronca.
-Me llamo Matt-dije yo con voz alta. No tenía relación alguna con él, así que decidí no darle mi nombre real-Tu colega, Bob, me ha enviado aquí.
-Espera un momento.

Unos segundos y unos extraños ruidos después la puerta se abrió raspando el deteriorado entarimado. Si cabía la posibilidad, ese tal Jack parecía más vagabundo que yo en mis peores épocas. Llevaba un gorro de lana negro tapándole el grasiento y corto pelo, una barba de dos meses al menos y una gabardina que cubría un escuálido cuerpo. Definitivamente no encajaba con el típico camello negro y lleno de abalorios.

-¿Contraseña?-dijo mirándome con unos ojos vacíos y oscuros.
-Tú vienes con los brazos abiertos, te tropiezas y me comes toda la polla-recité de un tirón.

Se quedó en el umbral de la puerta, mirándome atentamente. “Como ese jodido Bob se haya querido reír de mí y me haya dado una contraseña falsa, me puedo dar por muerto” pensaba atemorizado. Unos instantes después rompió en una carcajada.

-Puto Bob, siempre con las mismas paridas. Pasa, soy Jack-me ofreció en tono paradójicamente amable.

El piso era lo que me esperaba: un pequeño ático con una cama para follar, un escritorio y un par de mesas llenas de fardos, jeringuillas, enchufes y cachivaches humeantes. El tío tenía hasta su propio laboratorio de metadona.

-¿Qué y cuánto?-dijo apoyándose en el escritorio.
- Cocaína, lo suficiente para una noche corta- Tampoco quería abusar, mas que nada, por lo mal que estaba mi economía.
-Espera un segundo, que no lo tengo preparado.
“¿Habré descubierto al primer camello que no es arrogante ni presumido?” pensé a cada cosa que decía Jack. Mi vida estaba rodeada de anti-estereotipos, Lucille, ahora ese tal Jack…Bueno, lo de la loca de los gatos sí es comprensible.
Me llevé las manos a los bolsillos y esperé a que acabase de medir los gramos y meterlos en bolsitas.
“Ayúdame”
¡Se me había olvidado que antes había escuchado a dos personas! Eché otro vistazo rápido por la casa y encontré el origen de esa súplica; tumbada en la cama, sin más que un tanga y la cara manchada de “glaseado”, había una joven en el umbral de la sobredosis. Sangraba por la nariz y había vomitado sobre las sábanas. Dejé de tocar la materia e intenté hacerme el despistado, pero ahora sabía que ella estaba a punto de morirse y a Jack no parecía preocuparle.

-Eh-me dijo el hombre al ver que observaba a la chica-Zoe es mía, es algo que no te interesa.

Esta vez su voz pareció más intimidante y su aspecto afable desapareció por completo, sabía que si seguía por ahí saldría mal parado. Pero Zoe seguía tirada en la cama y casi podía oírla balbucear un intento de “ayúdame”.
Jack dio un puñetazo a la mesa y me dijo con evidente furia:

-Mira Matt, si te digo que dejes de mirarla, lo haces ¿Vale? Son 120 guiles.

Yo obedecí y metí de nuevo las manos en los bolsillos.

“Una más y le reviento la cara” “Uh…Parec…que est…o…tien…inero”

Cada vez que metía la mano en el bolsillo para sacar los guiles podía oir lo que pensaba aquél tío y no me gustaba ni un pelo. Le di su dinero y añadí:

-Creo que la chica está mal, deberías llevarla a un hospital.
“¡Atomarporelculohostiaputaya! Un buen gancho y arreglado”-pude escucharle en su mente.

Pero yo estaba prevenido antes de que su cuerpo actuase y me eche hacia atrás. Su puño ascendió pegando al aire y yo aproveché para darle en la boca del estómago con todas mis fuerzas. Se dobló como un resorte y se llevó las manos al vientre con asquerosas arcadas. La verdad es que me sorprendí del efecto de mi puñetazo, pues no me creía tan fuerte, pero el caso es que funcionó. No sabía que hacer, era cuestión de segundos, así que cogí una probeta con agua destilada y la estrellé contra su cabeza. Definitivamente ese tal Jack debía estar hecho de papel o algo así, porque cayó redondo al instante. Me temblaban las manos y no pensaba con claridad. Debía salir de allí enseguida, pero la chica necesitaba mi ayuda.

-Si trafica, deberá tener un kit de primeros auxilios o algo parecido por si acaso-comencé a hablar sólo, consciente de que uno estaba inconsciente y la otra echándose una partida de cartas con la muerte en la frontera del limbo. Tuve que abrir cuatro cajones hasta encontrar lo que buscaba. En el primero encontré papeles con los compradores más habituales, en el segundo revistas porno y en el tercero uno de esos trozos de cuero donde se lleva lo necesario para meterse heroína. En el cuarto había un maletín con la cruz roja y cuatro ampollas de adrenalina.
Corrí al otro lado del ático, preparé una jeringuilla y me preparé para la brutalidad. Nunca lo he dicho, pero soy de esa gente a la que no le gusta las jeringuillas y el hecho de que una dosis de adrenalina va directa al corazón no me ayudaba mucho.

-Bien, por lo menos ya está desnuda-proseguí palpando el esternón con una mano. Si hubiese sido otra situación, seguramente me hubiese empalmado, porque la chica estaba tremenda, pero ahora mismo tenía el pulso a ciento veinte.
Intenté apuntar bien y clavé la aguja en su pecho. La joven dio un respingo y tan pronto le suministré el líquido, comenzó a reaccionar. Tampoco se si eso fue lo correcto, pero el caso es que se levantó por su propio pie, puso una cara de no entender lo que estaba pasando y se largó dando tumbos. Yo me encogí de hombros y decidí irme también.
Bajé las escaleras, recapacité, volví a subirlas y cogí otras dos bolsas más de cocaína.

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-Yief, no me habías dicho esto
Yo me sentía el hombre más abochornado de todo Midgar. Justo cuando todo parecía ir bien, la droga lo estaba volviendo a joder todo, aunque no fuese tomándola.
-Lucille, he decidido dejarlo-murmuré con dificultad. Tenía la sensación de estar tragando arena- Cuando acabé en la calle me sentía fatal y caí en ellas, pero ahora es diferente, te tengo a ti y dejaré todo lo que haga falta por estar contigo.

Viva el festival de la cursilería.

-Vale.
-¿Vale? ¿Ya está? ¿Te fías de mí así de fácil?
-Si dices que lo vas a dejar, te creo-dijo ella con una sonrisa de complicidad.
-No te mereces alguien como yo…-susurré bajando la cabeza- No soy más que un vagabundo yanqui.
-Mira Yief, se que eres de la familia Vanistroff y si acabaste en la ca…

En ese momento llamaron a la puerta, tres golpes con los nudillos.

“Tampoco quiero que las cosas se compliquen. Le diré que me devuelva la coca, le obligaré a que me pague el doble y me iré.”

Era él, era el camello Jack y me había seguido.
Los nudillos de Jack volvieron a golpear la puerta, esta vez cinco veces.

-Se que estás ahí, será mejor que me abras por las buenas.

Me dirigí a la puerta; si era verdad lo que decía, le devolvería la droga y el se marcharía. Me coloqué frente al marco, respiré hondo y giré el pomo.

-¡Buenos días!-dijo empujando la puerta en cuanto ésta estuvo abierta. No me dio tiempo a moverme y la esquina del marco me dio en la nariz-¡Ay, cuánto lo siento!-dijo con absurda ironía- Mira, yo soy un tío legal, tu hostia de ayer por esta de ahora, pero me tienes que dar la droga que robaste.

Yo me di media vuelta, me acerqué a la mesa del salón, cogí las cuatro bolsas y se las lancé. Ni siquiera me atrevía a mirar a Lucille…

-Buen chico, sabes lo que te conviene… ¿Pero qué coño? ¿Te estás quedando conmigo chico?

-¿A qué te refieres? No te entiendo- le dije yo, cosa que era cierta.
-¿Te pensabas que no me iba a dar cuenta de que esto es levadura? Al sillón.
-¿Qué?-no comprendía nada de lo que estaba pasando… ¿Levadura?
-¡Que te sientes en el puto sillón! ¿Quién es esa preciosidad, tu novia?
-No metas a Lucille en esto.
-Espera… ¿Lucille?-dijo con una gran carcajada- ¿has oído alguna vez lo de que el mundo es un pañuelo? Pues voy a llamar a Bob y nos vamos a reír todos juntos.

Entonces fue cuando sacó la pistola, una Hayter Cobra bastante deteriorada. Puede que el día anterior le pude tumbar de un puñetazo, pero la presencia de una pistola cambiaba mucho las cosas. Tiró las bolsitas al suelo y comenzó a rebuscar por toda la casa algo que yo ya intuía. Al no haber una cuerda a primera vista, cogió la sábana de la cama y la hizo jirones. Volvió al salón y, con la pistola siempre en alto, me dijo:

-Siéntate- señalando una silla de cáñamo cerca del sofá.- ¿Qué valoras más, tu vida o la de ella? Es para saber a quién apuntar y que no hagas tonterías.

Con un trozo de sábana hizo un nudo alrededor de mis muñecas. También hizo dos nudos en mis antebrazos, pegándolos al respaldo, al igual que mis piernas con las patas delanteras del asiento. Atarme parecía gustarle, como si fuese un juego o una especie de fetiche; Lucille permanecía en el sofá, totalmente rígida y con el rostro pálido.
De lo que no se dio cuenta Jack-el-camello, es que antes de atarme había agarrado la materia y ahora estaba en mi puño.

-Voy a hacer una llamada, no hagáis ninguna tontería o cuando vuelva comenzaré a malgastar plomo.
Con total confianza, se adentró en el ascensor y dejó la puerta entreabierta. A los pocos segundos se pudo oír un apocopado murmullo, signo de que estaba hablando con Bob, su compañero de trabajo y también conocido mío.

-Lucille… ¿Tienes algún arma?-dije con un susurro casi imperceptible.
-¿Estás loco?-dijo ella mirándome fijamente. Esa mirada era la peor que me había echado nunca, pero al ver que no yo no respondía, añadió-Sí.
-Ve y cógela.


Fue con sigilo hasta el pequeño mueble y cogió la pistola que guardaba bajo un libro, una Aegis Cort. Volvió corriendo intentando hacer el mínimo ruido posible y la metió tras un cojín. Yo no quería asustarla más, pero lo que podía escuchar gracias a la materia me estaba volviendo loco. Cosas como “Ven, está aquí una amiga tuya” o “Venga, vale, te la puedes follar antes” me estaban poniendo los pelos de punta. De Lucille solamente podía oír una y otra vez “Que no sea él, que no sea él…”

-Bien, Bob vendrá en unos minutos- Dijo Jack mientras entraba de nuevo en el piso y se guardaba el PHS en un bolsillo de la gabardina-¿Qué hacemos mientras?

Sacó una pitillera, un zippo y empezó a fumar un fino purito de vainilla. Comenzó a pasearse en un intento de elegancia intimidante. Creo que ese tipo había visto demasiadas películas de gángsteres…

-¡Oh, vaya, si me habéis preparado té! ¡Qué detalle! ¿Tienes algo de música por ahí?

Sin necesidad de respuesta, se acercó al aparato de música y comenzó a mirar discos. Una de dos, o entendía de estilos musicales o intentaba hacerse el listillo, porque a cada disco murmuraba algo sobre la voz del cantante o la profesionalidad del guitarrista.

-Me gusta la colección, pero le falta algo de rock añejo…-Dijo poniendo una lenta balada con voz femenina-¿Vosotros me entendéis no?

Cinco, diez minutos. Yo seguía atado y todo intento de deshacerme de los nudos era inútil, mientras Jack se bebía mi té y tarareaba las canciones. Cuando al fin sonó de nuevo la madera barnizada de la puerta, el pulso se me aceleró sobremanera.

-Hombre, ya era hora.
-Lo siento, había un atasco de tres pares de cojones-dijo Bob quitándose un gorro de lana. Lucille dio un grito ahogado y él la miró- ¡Serás hija de puta!
-Tranquilo Bob, cálmate, ella va más tarde-dijo su amigo viendo el colérico rostro de Bob-Primero va el chico. ¿Tú te crees que le vendo coca a buen precio, se mete donde no le llaman, me noquea, me roba droga y cuando vengo a pedir lo que es mío me intenta dar el cambiazo?
-¿Quién, éste?-dijo señalándome- pero si la última vez que le vendí algo vivía entre cartones.
-Pues parece que se ha beneficiado de Lucille y me ha intentado pasar la coca que me vendiste tú por levadura.
-¿Qué coca?
-Esa de hace dos días, que decías que la hacían unos en Wutai especialmente para ti.
-Ah, vale.- Pero ahí había gato encerrado. Se algo de interpretación y aquél tío miró hacia la derecha al decir aquello.
“Joder, se ha enterado, como me pille el timo me mata”

Y el gato estaba a punto de salirse de su jaula. Intenté controlar la situación, barajar distintas posibilidades, ni siquiera sabía como podía terminar todo eso. Tener la materia me ayudaría, pero en mi cabeza tenía todo el rato “Yief, qué has hecho, qué has hecho” de una Lucille que parecía estar al borde de las lágrimas.

-¿Y por qué no preguntas a Bob? Tal vez sepa algo de lo de la levadura-dije yo. Vale, era el típico plan de enfrentar a los amigos, pero por lo menos yo sabía que Bob no decía la verdad.
-¿Me estás diciendo que desconfíe de mi colega? ¿Es eso lo que insinúas?-Comenzó a decir Jack cada vez más alto-Mira, Bob, tenemos un listillo.

Pero Bob permaneció en silencio, con algo de sudor en su frente y un tic en su mano derecha.

“Este gilipollas no puede saber nada, lo habrá dicho para probar suerte. Sí, tiene que ser eso. Le vendí a Jack un kilo de coca falsa y ya está, nadie sabe nada salvo yo. Eso es.”

-Un kilo de cocaína, mezcló la coca con levadura, proporción ¾, a seis mil guiles la broma-recité yo como si leyese de un libro- Quedasteis en Mercado Muro, en tu piso, a las cinco y cuarto.

Una sonora carcajada resonó en el piso y ahogó la música por un instante. Con una mano Jack me seguía apuntando, pero la otra se la llevaba al pecho para reírse.

-¡Qué te parece, tenemos aquí a un escritor en potencia, menudas historias! ¿No crees Bob?- Pero la semilla de la duda había germinado ya en el camello barbudo y miraba a su compañero de otra forma.
-Te lo puedo explicar…
-Bob…-dijo dando un profundo suspiro-Dame una razón por la que no tenga que hacerte un agujero del 9 en la frente.
-¡Eh, a mí no me apuntes con esa mierda! ¿No ves que se lo está inventando todo?
-¿De verdad?-dijo desviando la trayectoria de la pistola-¿Lo juras por tu querida exnovia?

Ahora ya entendía por qué Lucille estaba así de nerviosa; aunque a la vez no entendía nada, ¿Ella exnovia de un camello?

-Jack…-Soltó Bob con una voz casi gutural-Yo no jugaría con esas cosas-Y dicho esto, sacó una Giordano del abrigo y apuntó a su compañero.

Entonces Lucille, con la mano temblorosa, sacó su Aegis Cort de detrás del cojín y apuntó a Bob. “Cabrón hijo de puta, No te atreverás a tocarme” es lo que podía escuchar de Lucille. Las cosas se habían complicado demasiado.
-A ver, tranquilos-intenté decir yo-bajad las pistolas.
-¡Cierra la jodida boca, tú eres el único aquí que no tiene pistola!
-A ver, que levanté la mano el que no quiera morir-dijo Bob alzando su brazo. No sabría decir si hablaba en serio o en broma.
-No me jodas Bob, tú tienes la culpa de todo esto, así que eres único que merece morir.
-¡Pero es que necesitaba el dinero!
-¿Timando a tu colega? ¡En mis santos cojones, como que me llamo Wolt Dawson, que tu hoy sales con dos jodidos ombligos!

¿Wolt Dawson? Pensé yo con un escalofrío.
Pero no llegué a preguntárselo. Se oyó un disparo, Bob soltó un grito, sonó otro disparo, una bala trepanó a Jack y sonaron otros dos disparos.
Yo me caí al suelo, silla incluida. Comencé a notar un dolor inimaginable en la rodilla y el pantalón mojado. Estaba en la única posición posible, mirando al techo y con la fuerza de la caída notaba las muñecas muy magulladas. Cuatro disparos, cuatro disparos…Uno de Bob, otro de Jack o Wolt, como cojones se llamase, y otro parecía que en mi rodilla. ¿Dónde estaba la cuarta bala? La respuesta no llegó en forma de buenas noticias. De los dos camellos ya no se oía nada, pero mi materia pudo detectar un tímido y agonizante pensamiento.

“Yief…Ayúdame”

-¡Lucille, maldita sea di algo!-grité descontrolado.

Comencé a agitarme alocadamente en la silla. Me balanceé hacia los lados hasta que di la vuelta y quedé mirando al suelo de rodillas. Me levanté como pude y sentí un tremendo y lacerante dolor en mi pierna derecha. Dicen que un tiro en la rodilla es de los más dolorosos. Es una gilipollez, porque para decir eso has tenido que probar en más sitios, pero puedo afirmas que aquél dolor era inhumano. La bala seguía ahí, lo podía sentir, un leve movimiento de la rótula y mi cerebro recibía toda la información nerviosa posible.
Di media vuelta y vi a Lucille en el sofá, con una mano en el costado y la mirada perdida. La tela verde estaba ahora manchada de rojo.

-¡Joder, joder…!-vociferé llorando-¡Lucille aguanta!

Superé las barreras del dolor, iba prácticamente doblado con la silla atada a mi espalda y evitando mover la pierna derecha lo más mínimo. Salté y caí al suelo. Todo mi ser me obligaba a parar, pero yo no estaba dispuesto. Tras otra serie de palpitantes y horribles dolores, me puse de pie de nuevo y volví a lanzarme. Y otra vez, y otra…A la quinta el respaldo se astilló y fui al fin libre. Tenía la espalda llena de moratones y seguramente debiera de llevar los brazos en cabestrillo durante una temporada, pero me quité todos los trozos de sábana y agarré a Lucille. Mi peso más el suyo era insoportable, pero iba cojeando como podía.

-¡Joder, Lucille aguanta! ¿Dónde tienes el coche? No hables, sólo piénsalo. Vale, segundo sótano, la 54.
No era el momento de explicar mi extraña habilidad, Lucille tenía un disparo en el vientre y se moría.
-¡Eh, eh…! ¡Maldita sea, despierta! ¡Lucille!
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Lucille en estado grave, yo con una luxación en el brazo izquierdo y muletas. Estaba en la entrada del hospital fumando. ¿Si se moría que iba a ser de mi? Otra vez en la puta calle, otra vez solo… Toda la culpa la tenía Blackhole, todo comenzó con él, si no me hubiese hecho aquello, nada de esto habría ocurrido.
Saqué la materia con el brazo bueno y me quedé observándola. ¿Acaso todo era por culpa de aquella esfera? No, todavía podía resultarme útil…
La bola amarilla se me resbaló de las manos y cayó en el bolsillo de mi pantalón, algo me había asustado. Esa mentalidad, esa barahúnda de bizarros pensamientos…Sólo podían ser de una persona. Alcé la cabeza y le vi.

-Tú…

lunes, 26 de enero de 2009

Escuesta 3

Alma Farish
SOLDADO 1ªClase de 39 años. Pertenece a la primera generación de SOLDADO y fue la primera y única mujer de la división hasta el ingreso de Jaune la Gualda.
Ha pasado los últimos 5 años de su carrera militar sirviendo como instructora.
Es una mujer alta y atlética, sus aptitudes físicas poco tienen que envidiar a las de sus compañeros varones aunque son su carisma y astucia las que la convierten en un miembro preciado dentro de la unidad.
Se define por su firme moralidad y su hermetismo emocional. Aunque no apoya del todo según qué acciones de Shin-Ra su lealtad es inquebrantable y arriegaría su vida y reputación por defender sus intereses.
Cuando era instructora se mostraba mucho más abierta y cercana y solía vérsela con dos de sus mascotas: Baljhet, un perro-lobo entrenado y Luna, una gatita lisiada que se encaramaba a su hombro. En la actualidad y tras su vuelta a SOLDADO en activo ha adoptado una actitud más marcial.

Desde hace varios años comparte su vida con el doctor Connor Wolfe, que trabaja para el Departamento Científico de Shin-Ra. Aunque su relación es fluída y compenetrada en ocasiones sus puntos de vista y sus propias profesiones chocan.

Además de sus misiones como SOLDADO, se le ha encargado encontrar y traer de vuelta a Balance, aunque no se sabe exáctamente qué relación hay entre ambos.

En cuanto al personaje en sí, creo que es evidente su inspiración: The Boss de Metal Gear Solid 3. El trabajo de desarrollo de este personaje me pareció soberbio y ella es tremenda, totalmente incorruptible y leal, la mujer más dura en un mundo de hombres. SOLDADO me pareció el grupo perfecto para desarrollar un personaje similar, porque nunca se ha hablado de miembros femeninos en él. Sin embargo al tratarse de un personaje en, digamos, nivel muy alto, me pareció más conveniente usarla como instructora en sus primeras apariciones y el meteorito fue la excusa perfecta para llevarla a su papel original.
Aún con todo y pese a su hermetismo, Alma es muy emocional, pero no es una mujer frágil.
Su nombre: por la época en la que la creé acababa de leer Blacksad: Alma Roja, en el que la protagonista femenina lleva este nobre, que siempre me ha parecido muy evocador y femenino. "Farish" es una mezcla de tributo a Faris de FFV y una variación del nombre árabe "Faris" que significa "caballero". La mezcla es uno de esos juegos de significados que tanto me gusta hacer.



Alban Weisz
SOLDADO de 2ªClase recientemente ascendido. Sólo cuenta 19 años pero ya se ha convertido en la estrella más brillante de su promoción y no son pocos los que esperan de él al mejor miembro de SOLDADO de los últimos años.
Es originario de Mideel y auténtico paradigma de la salud y fortaleza de la juventud. Desde pequeño ha gozado de una buena estatura y es corpulento sin llegar a ser masivo.
Es el mayor de cuatro hermanos y por ello siempre ha pensado que su deber es proteger a los demás... y encontró la forma de llegar a más gente en SOLDADO.
Su juventud y el hecho de haberse criado en una ciudad pequeña y tranquila le hacen poseedor de una visión casi demasiado utópica del mundo, y se esfuerza porque la realidad se ajuste a ese ideal.
Al igual que Alma, es tremendamente leal pero no tanto a Shin-Ra como a sus compañeros y el ideal que estos representan.
Alban tiene un caracter tremendamente pasional, para lo bueno y para lo malo, costándole sudor y sangre reprimirse en muchas ocasiones. Es vivaracho, abierto y positivo, aunque sabe cuando es momento de ponerse serio.

El personaje en sí nació casi sin querer en el relato en el que SOLDADO volvía de Junon. Aproveche que marqué diferencias entre varios soldados y tiré del filón... y nació Alban, como muestra de una nueva generación y una especie de sucesor de Alma.
Pienso que Alban es como esperaba que fuera Zack en base a lo visto en FFVII y aunque en Crisis Core es adorable le faltaba esa determinación y madurez que aparentaba en el original.
Su nombre y apellido son alemanes y ambos significan "blanco". Me hacía gracia que tuviera un nombre tan ario y el fuera morenísimo XDD Sus hermanos responden a los nombres de Blaine (amarillo), Cyan y Ruby.



Aaron Conway
Un chico de 15 años que por problemas económicos en la familia tuvo que dejar su cómoda vida en la placa superior y mudarse a los suburbios.
Pese a este revés sigue estudiando en el Instituto Militar Shin-Ra Nº6, en la placa y al que acuden incluso chicos de buena familia.
Es nieto, hijo y hermano de militares y perdió a su abuelo, padre y hermano mayor en acto de servicio. De él se espera que siga el mismo camino que el resto de su familia pero Aaron no está muy por la labor, tras la muerte de su hermano Elijah ve la guerra con malos ojos y a los militares como carne de cañón. Unido a este pensamiento va su escasa fortaleza física y su poco interés en desarrollarla. Prefiere los retos mentales y entre sus pasatiempos están montar puzzles y maquetas y completar juegos de habilidad mental.

Aaron es un chico inseguro y con tendencia a menospreciarse al verse incapaz de hacer sentir orgullosa a su madre. Ese sentimiento se acentúa cuando entra en juego su mejor amigo, Evren Jeyd, que no sólo es heredero de una inmensa fortuna, sino un guaperas empedernido y bueno en prácticamente todo. Aunque por algún motivo, quizá una mezcla de envidia sana y orgullo cabrío le hace querer superarse y superarle a toda costa.

Aaron es un chaval de lo más normal, podría ser tu vecino o ese compañero de clase simpático que siempre está ahí. No hay una referencia ni inspiración clara para él, lo creé para el curso de escritura tratando de hacer un personaje corriente y realista para desligarme de ese manojo de perfección que es Paris. Al tener poco pasado tras él es un personaje complicado para desarrollar, pero poco a poco empezará a crearse su propio camino.
Su nombre, Aaron siempre me ha gustado y nunca tuve oportunidad de bautizar a un personaje con él. Su apellido es un nombre galés que significa "agua bendita". Más tarde tiré del filón y acabé usando nombres bíblicos para los tres hermanos: Elijah, Isaiah y Aaron.



Paris Barans
Joven de 19 años que trabaja en un bar de apuestas como camarero... aunque esta es sólo parte de su vida: la otra es la de un justicieron enmascarado que busca limpiar las calles de Midgar de todo aquello que la infecta. Curiosamente, y pese a hacer un "servicio social" él en sí mismo es prácticamente asocial, evitando si puede cualquier situación que le lleve a tratar con otras personas, aunque en los últimos meses su estrictamente hermética personalidad ha empezado a salir a base del roce con sus compañeros de campaña.
Desde hace un tiempo trabaja en colaboración con un grupo de aliados que por una razón u otra decidieron unirse a su causa, descubriendo así nuevos lazos afectivos que había enterrado tras la muerte de su hermana gemela, Katterinna, la única y verdadera razón de todas sus acciones y su existencia.

Por lo general se muestra frío y retraído, amable y conciliador cuando trata con gente extraña, y ligeramente pícaro cuando está en confianza. Por otro lado es como una bomba de relojería, las situaciones más inesperadas pueden llevarle a un ataque de ira que debe tratar con medicación específica.
Su mente es como un papel en blanco, no tiene prejuicios arraigados por lo que le es fácil adaptarse a las situaciones y aprende rápidamente.
Por otra parte, su escaso conocimiento de la sociedad actual le pone en aprietos en muchas ocasiones y deja translucir en otras tantas una genuina inocencia e ingenuidad haciendo ver a sus conocidos que bajo el frío exterior asesino hay sólo un chico.

Pese a que odia esa acepción, es un asesino consumado, tiene conocimientos de varias disciplinas de artes marciales y es un experto en la lucha a corta distancia con cuchillo. Su mejor baza es la agilidad, pese a su gran estatura es rápido y fléxible. Se ayuda de distintos tipos de materia y tiene especial afinidad con el rayo, que suele usar canalizándolo desde la hoja de la daga.
Para Paris no hay momentos de relajación, parece estar siempre en tensión en espera de algo.

En acontecimientos recientes se ha echo patente su relación con Shin-Ra, para los que responde con el nombre de Balance Nº2.

Lo que más destaca de él, aparte del atractivo físico, son los fríos ojos azul-grisáceo que hacen honor a aquella expresión de "si las miradas matasen..."

Paris, todos ya lo conocéis. Es fruto de un sentimiento de resentimiento que tuve al ver un documental sobre la tortura a presos de guerra en Guantánamo. La idea de un justiciero imbatible vino a mí y decidí crear a un personaje con ese eje central. El plan era hacer un one-shot con un personaje que fuera casi como un ángel y se sin embargo se dedicase a asesinar a los malos como un demonio. El Paris del primer relato es totalmente pasional e incluso psicótico. Más tarde fue evolucionando y madurando, ganando más profundidad y pasando de personaje pajas estándar a personaje pajas con motivos.
Aunque no lo parezca, Paris es un personaje muy complicado porque con él caminas siempre en la línea que separa lo creíble de lo marysue, y por tanto tener sus luces y sus sombras muy bien equilibradas es importante, y al tratarse de un personaje relacionado con Shin-Ra conocer el juego como la palma de mi mano es vital.
Su diseño está inspirado en tres referentes muy claros: Hyoga de Saint Seiya, Raiden de Metal Gear Solid 2 y los rockeros de los 80. La aspiración era clara: crear un modelo de belleza casi nazi, lo más parecido a un ideal divino, para luego rellenarlo de un interior oscuro, quebrantado e inestable.
Su nombre es otro que siempre me ha gustado, a parte de las connotaciones épicas, principescas y trágicas que tiene. Su apellido... no creo que haga falta que diga de dónde viene. ¿verdad?

154

- ¡Oh, vamos! ¡No ha sido tan malo! ¿O si?
- ¿Estuvimos en la misma cena? – El rostro de su acompañante lo evidenciaba: La última pregunta había resultado ser algo más que retórica.
- Siempre cínica… - Dijo él, apesadumbrado. Yvette no tardó en sentirse culpable y posar su mano sobre la rodilla de su padre.
- Si te hago esto es porque te quiero. – Le dijo, besándolo en la mejilla.
- ¿Ah si? ¿Ser de Turk es amor paterno-filial?
- ¡La pregunta de siempre! ¿Cuál es esta vez? ¿Por qué soy un engranaje del organismo represor de Shin-Ra o por qué no me voy a otro trabajo menos arriesgado mientras dure el estado de excepción?
- ¡Di lo que quieras! Eres guapa, niña… Podrías ser modelo, actriz, cantante famoso…
- Diva del fetichismo… - Francesco Castellanera a veces deseaba matarla. Muchas veces. – Mira, Ces… - Explicó ella, con tranquilidad, refiriéndose a él por el apelativo que le habían dedicado sus amigos de juventud, en torno a los que ella se había criado – Se que puedo ser muchas cosas, pero la verdad es que con este trabajo si me siento realizada. He conocido a una panda de hijos de puta, pero a otra de gente muy legal. Además, así, si me ataca un psicópata, al menos tengo materia en lugar de maquillaje, un subfusil en lugar de un bolso y kevlar en lugar de un vestido pret-a-porter.
- Tú y todos los que están contigo en primera línea…
- ¡Se acabó! – Intervino ella, harta. – ¡Tú mismo dejaste de lado tu vida bohemia, con amigos, fiestas y lecturas de poesía para volverte un engranaje del organismo opresor de Shin-Ra!
- Si… Cuando tu abuelo y tu tío murieron y yo tuve que ponerme al frente de la familia: El hijo menor, díscolo, rebelde y creativo se convierte en un tiburón empresarial a toda prisa y por las malas. – Respondió enfurecido por como su hija había retorcido sus palabras. – ¡Perdí millones en activos, y ni te imaginas lo que tuve que hacer para ser respetado! – Yvette, en los ojos de su padre, seguía siendo la niña que le pedía poemas antes de dormir, la adolescente que se iba despectivamente, fingiendo no contener las lágrimas mientras arrojaba un doloroso “tu antes molabas”, y la mujer que permanece impasible a su lado.
- Si que me lo imagino…
- ¡No te imaginas una mierda! ¡Mírate! ¡Tienes un cardenal en el pómulo, y no quiero ni imaginarme cuantos tendrás por todo el cuerpo! Brigitte se ha fijado, y seguro que mañana serás la comidilla de ese círculo de arpías con las que va a aerobic.
- ¿Crees que me importan? – Preguntó ella.
- ¡A mí si! ¡Hago negocios con sus maridos tres veces al mes!
- ¿Y que tal la chupan?
- ¡¿Qué?!
En el asiento trasero del caro coche ejecutivo, Francesco Giacomo Donatello de Castellanera e Bruscia rompió a reír, acompañado de la única hija que tuvo con su primera mujer, antes de que esta se fuese “a encontrarse a sí misma”, veinte años atrás. En el pequeño universo personal de esta, todo era obsceno, humorístico y, en cierto modo, hermoso. No pudo pararla cuando a los 17 años se levantó del sofá con un “a la mierda”, dejó el equipo de animadoras y volvió tres horas después, con un corte de pelo rarísima, un maquillaje que la hacía parecer una bruja y vestida con cuero, vinilo y tela negra. Con los años, su gusto por la oscuridad se desvaneció junto con las preocupaciones de Francesco, cuando había leído en el blog personal que Yvette estaba planteándose participar en algún tipo de ritual de magia negra. Sin embargo, empezó a ir a clubes extraños, conocer a gente rara, y desarrollar una vida sexual libre y promiscua que su bohemio reconvertido y ocupado padre no encontró el modo ni el valor para vetar.
Era su espacio personal, y siempre que eso se respetase, su hija siempre sería su amantísima niña.
- ¿Realmente te gustó la cena? La cocinera es nueva, y Brigitte dice que la despida.
- Estuvo muy bien, no le hagas caso. ¿Acaso no le pagas un nutricionista?
- Va por el cuarto… - Suspiró él. - ¡Nunca está contenta!
- ¿Y tú? – Preguntó Yvette, dejando claro que su frívola madrastra no le importaba lo más mínimo. - ¿Estás contento? – Los ojos verdosos de su padre la miraron fijamente, ponderando la respuesta. Finalmente, revolvió los cabellos dorados de su pequeña musa y sonrió.
- A veces. – Dijo. – Pero últimamente tengo demasiado estrés encima. El estado de excepción me está machacando.
- Y a mí me está dando la vida. – Ces la miró fijamente, con el ceño fruncido por la sorpresa. – No es lo que crees: No me gusta reprimir manifestaciones, ni cosas por el estilo. Simplemente, he hecho amigos en el trabajo.
- Ya tenías amigos…
- ¡Es distinto! Estos son de verdad, no gente para salir, beber y follar. Son más bien compañeros, como en las pelis.
- ¿Compañeros?
- Si. ¡El moratón me lo hizo uno que es increíble!
- ¿Es increíble por partirle la cara a novatas? – Preguntó horrorizado su padre.
- Lo es por partirle la cara a cualquiera: Es un veterano de Wutai, y me está enseñando defensa personal. Un tío duro, de los de antes, de esos que te partirían la cara si te viesen maltratando a tu novia por la calle.
- No se si eso lo hace sonar mejor… - Si que lo sabía: Todo lo contrario, lo hace sonar mucho peor. Un hombre violento con su propio rasero moral y tendencia a tomarse la justicia por su mano. Yvette lo ignoró y siguió hablando.
- Mi compañero antes estaba con él. También es un tío duro, rollo “vieja escuela”, y la tía que va con el que me enseña a pelear también es capaz de hacer mearse encima a un bloque de celdas entero sin tener que desenfundar un arma. – En la horrorizada memoria de Francesco, ese entusiasmo era el mismo con el que su hijita a los cuatro años le contaba cuales eran sus series televisivas preferidas. – Dime que pasa. – Su semblante lo había delatado.
- Me estás hablando emocionada de gente que parecen auténticos terrores… - Su tono de voz había descendido, y parecía hundido en su asiento. – Y me aterra la idea de que tú también te estés convirtiendo en algo así. – El comentario la dejó hundida. Nunca se lo había planteado, pero su futuro era aún peor que el de Svetlana: Su compañera era una dama de hielo, fría, dura e implacable, durante las horas de servicio, pero al final era una madre preocupada y cariñosa. Sin embargo ella fuera de servicio era una juerguista salvaje. Aún tenía que controlarse para no abusar de su estatus como se había acostumbrado a hacer mientras iba con el grupo de niñatos fashion. Incluso le sorprendió pensar en ellos como “niñatos fashion”, ya que era como los veían el resto de veteranos, sin embargo Yvette no era austera, espartana ni despreocupada con su aspecto, sus maneras o su modo de vida: Era fashion.
- Yo… Solo quería hablarte de mis compañeros, y de que con ellos me siento protegida. – Dijo, tomando la mano de su padre. – Son mucho más nobles que los que tenía antes. Aunque representen al puño de Shin-Ra, fuera de servicio son buena gente, mientras que los de antes siempre estaban abusando de su estatus. Incluso uno cometió un homicidio hace dos días, fuera de servicio, y no fue publicado en la prensa.
- ¿Entonces, que hacías antes?
- De todo, y queda ahí, ¿vale? – Dijo queriendo cerrar el tema, aunque la reticencia de su padre logró imponerse por medio de una mirada terca. – Mira, te diré tres cosas, ¿vale? La primera es que he aprendido a ser más reflexiva – “un poco al menos”, pensó ante la mirada de incredulidad de su padre –, lo segundo que al aprender autodefensa, estoy ganando disciplina… Y tercero: He dejado la cocaína.
- ¡¿Qué?! – Exclamó. – ¿Estabas consumiendo esa mierda?
- ¿Te recuerdo la de veces que te he visto caerte redondo borracho y drogado antes de que muriesen el abuelo y el tío? – Su padre se ruborizó, pero no por ello dejó de mirarla a los ojos, a la espera de una explicación. – Empecé con diecinueve años, y aun empecé tarde, para el modo de vida que llevaba. Cuando cambié de grupo en Turk me replanteé muchas cosas, una de las primeras fue desintoxicarme. Lo hice porque me dijeron claramente y a la cara que si era un lastre, me matarían.
- ¿Tus compañeros? – Ces no podía estar más horrorizado, mientras que su hija agradecía que la parte delantera del vehículo estuviese aislada e insonorizada.
- Si… No te preocupes, solo fue los primeros días. Ahora soy una más del grupo, nunca me harían daño, ni dejarían que me sucediese nada malo. – En su rostro había verdadera convicción. Francesco nunca había visto esa implicación en su hija, a la que recordaba desatando su lengua viperina contra sus compañeras del equipo de animadoras. Prácticamente, Yvette era una mujer nueva: Más inteligente, más fuerte, y más… Noble. Y aún así, seguía siendo la misma.
- Así que disfrutaste la cena… - Cambió de tema. Apenas veía a su niña dos veces al mes, con lo que le frustraba enormemente discutir con ella en estas contadas ocasiones.
- Tanto como disfrutar… - La mirada de Yvette se perdió en el techo, como siempre que tenía algo más que decir, pero prefería que le tirasen antes de la lengua.
- Dijiste que la cena estaba rica. – Sonrió al haberle cazado el juego, aunque se olía la respuesta. – Es Brigitte, ¿verdad?
- Brigitte te da igual.
- Si: Brigitte me da igual. – Concedió Ces. – He aceptado que nunca te llevarás con ella, aunque no recuerdes a tu madre.
- Mi madre no era buena. No veo por que tendría que buscarla. Es más: Siendo como dices que era, no se ni siquiera si seguirá viva. El problema son…
- ¿Son? – Insistió Francesco, aunque mentalmente recitó la respuesta mientras la obtenía.
- Marina y Giacomo. – “Vaya”, pensó su padre, “al menos Clarisa no lo es ya”.
- ¿Clarisa no?
- ¿La peque? – Preguntó Yvette, viéndose pillada. – La verdad es que empieza a tener su gracia.
- Ya vi que vino maquillada a la cena. Brigitte estaba horrorizada. – Las finas cejas de la turca se alzaron un segundo, mostrando su indiferencia a lo que pudiese decir su madrastra. Ces no podía sino reírse.
- Si, pero me apuesto lo que quieras a que Giacomo ahora mismo está pajeándose como un mandril. – Francesco se reía aún más. - ¡No me quitó ojo del escote en toda la cena! ¡Y Marina tampoco!
- ¿Aún sigues creyendo que es lesbiana?
- Y que me quiere llevar al huerto. Si. – Se jactó, recordando como su hermanastra le había recordado una vez que al ser ambas hijas de matrimonios anteriores, no habría nada endógamo en un pequeño escarceo. Giacomo y Clarisa si eran consanguíneos de Yvette, por parte de padre.
- No me creo que sea lesbiana: Es demasiado elegante.
- ¿Elegante? – Rió la turca. - ¿Quieres decir que no es marimacho? – Ces respondió con un asentimiento. - ¡Venga ya! ¡Claro que no! ¡Es cantante de ópera! – Se abandonó a una carcajada con su padre, durante unos minutos. – Pero es una lame-felpudos de primera, te apuesto lo que quieras. Y no hace falta ser marimacho para follar con mujeres.
- He sido bohemio, se que es el amor libre, pero una cosa es experimentar y otra es tener una orientación sexual. Esas vienen por configuraciones hormonales distintas de lo normal, ya sabes… Esos rollos… - Dijo intentando explicarse. – Un gay nace, no se hace.
- Yo misma he “experimentado”, papá, pero nunca me tiraría a Marina. No es fea, pero… Es hija de Brigitte. – Único motivo, y a la vez implacable. Ces asintió, esperando alguna explicación más, pero esta no daba llegado.
- Supongo que el hecho de compartir cenas en familia con alguien que sabes lo bien que “lame el felpudo” no te atormenta lo más mínimo…
- Eso solo les daría interés…




No sin cierto alivio, cruzó la puerta acorazada de su ático y encendió la luz. El amplio salón se abrió para acogerla en su cómodo sofá, con sus cojines y su delgada manta. Rechazó esta segunda, porque le recordaba los problemas que estaba teniendo estos últimos días para dormir.
Dejó la bolsa de deporte en la que llevaba su equipación y casi saltó hasta el teléfono, mirando con anhelo la parpadeante luz del contestador. Cinco llamadas en todo el día: Publicidad, reunión de ex alumnos de su colegio, publicidad, la gente de la Tower of Arrogance explicando que la zona vip estaría cerrada por asuntos legales y Harlan. Paris seguía sin hacer acto de presencia de nuevo en su vida.
Desencantada, se descalzó y caminó a lo largo del tibio parquet hasta la cocina, donde tomó una botella de vino blanco de la nevera y una copa. Las dejó en el salón antes de subir al piso superior a dejar la chaqueta en su habitación, y desprenderse también de los pantalones. Estaba más ocupada de lo normal, y había tenido que asistir a su compromiso familiar con el traje de faena. La bolsa de deportes con el rifle de asalto y el chaleco se desplomó como un hombre muerto sobre el suelo.
Había dejado de usar corpiños, al ser muy incómodos para llevarlos junto al chaleco, y se limitaba a una camiseta ceñida de algodón blanco, que retiró para quitarse el sujetador. Una camiseta de andar por casa, el tanga y los calcetines serían más que suficientes para no tener frío, junto con el caro y eficaz sistema de calefacción. Con desgana, volvió a su sofá y su vino blanco, con un breve sorbo que paladeó lentamente. No era una entendida, ni mucho menos una alcohólica, pero le gustaba tomarse una y ver que echaban en la tele. A esas horas, todo era tan malo, que el guión más elaborado era el que estaban emitiendo en el canal erótico, donde una mujer gozaba del “cortejo” de tres hombres simultáneamente, cosa que a Yvette le trajo recuerdos. Intentó evocarlos, pero todos acababan tomando la forma del contestador automático y su luz apagada, carente de nuevos mensajes. Resignada, decidió dedicarse a sí misma lo que quedaba de noche.


Se despertó sudando, tras un sueño extraño, turbador, y levemente erótico. En él, Yvette era una mujer de piel del color del café, en medio de una fiesta en una aldea exótica y tropical. Era capaz de recordarlo todo al detalle, desde las guirnaldas, la música, un tragafuegos, mucha gente bailando… Se recordaba a sí misma, o mejor dicho, su yo onírico, con un vestido blanco muy ligero, sandalias e incluso una marca de nacimiento en el dedo índice de la mano derecha.
Frustrada, vio la hora: Las siete de la mañana, treinta y pico minutos antes de su hora habitual de levantarse. Decidió aprovechar para darse un baño y lavarse el pelo, a ver si el masaje de la ducha le quitaba el dolor de espalda por haber dormido en el sofá.


Harlan y Grace intercambiaron miradas de incredulidad cuando sonó el timbre diez minutos antes de lo habitual. Ambos sabían que la compañera del turco no era famosa por su puntualidad precisamente, y sin embargo, no esperaban a ninguna otra persona a esas horas. Al minuto entró el pequeño Rubanza, confirmando que a la chica o le habían saboteado el despertador o no había dormido en toda la noche. Grace se limitó a preparar un café cargado y echarle un trozo de chocolate dentro, que Yvette encontró ya en la mesa cuando subió.

- Buenos días… - Dijo con voz cansada. – Traje unos cuantos bollos.
- Gracias – respondió Grace, tomando la bolsa de papel. – Tienes tu desayuno en la mesa.
- No se que haría sin vosotros…
- Matarte a barritas energéticas hechas con el equivalente cereal de un zombi. – Respondió Harlan desde la mesa.
- Al menos, las barritas las compras en centros comerciales normales.
- ¿Eh? - Harlan, siempre dado a las pocas palabras, a veces no llegaba a formular casi ninguna, sino a mirarla fijamente hasta que respondiese, como en los interrogatorios a sospechosos, solo que sin golpes.
- ¿Recuerdas el tronao que se me quedó mirando mal porque salí de la cafetería a la vez que él entraba, cuando fui anteayer a por bollos? Hoy lo volví a ver. Se me quedó mirando con odio, y me rodeó a un metro de distancia, para irse, como si yo tuviese lepra. - Bajó el tono, mientras se sentaba. - Este la lía seguro, ¿tu que dices? ¿Materia o arma?
- ¿Quieres cereales Gunga Mojo? – Interrumpió Amira, mintras su hermano y ella venían de sus habitaciones, vestidos con el uniforme escolar. La niña envidiaba el estilo de Yvette, y había visto como esta había defendido las barritas con el argumento de que no engordaban, y cada dos por tres hacía el “test Yvette”: Si la turca rechazaba algún alimento, era porque engordaba, así que Amira también lo rechazaba.
- Unos pocos, por favor. – Respondió esta, intercambiando una mirada con su compañero. Amira no sabía que hacía ya semanas que habían cazado su juego, y lo usaban para que aprendiese a comer de todo.

Tras el acostumbrado desayuno, Harlan e Yvette marchaban en el deportivo de esta al cuartel. No era un trayecto largo, pero si duradero, por el infernal tráfico de Midgar. Habían hecho llegar a Heidegger una petición para usar los coches oficiales para ir y volver del trabajo, con lo que podrían tirar de sirena y saltarse el atasco, pero aún no habían recibido respuesta. Con las noticias sonando en la radio, recorrían las amplias avenidas de la placa camino del megalítico Edificio Shin-Ra, donde les esperaba una nueva, violenta y sorprendente jornada laboral.

- Lo he vuelto a tener… - Expuso Yvette, tras contarle la cena familiar de la noche anterior. – El sueño.
- ¿Y que hacías esta vez? – Se interesó su compañero.
- Bailar.
- ¿Bailar? – Rió, sorprendido. - ¿Con alguien en especial?
- Con mucha gente. Muchos venían a cortejarme, e incluso recuerdo las caras de algunos, pero eran gente normal, de la zona de Costa del Sol.
- Y tiene que ver con todos los demás, supongo.
- Si, en el sueño yo era la misma mujer. – Mientras hablaba, permitía al resto de los conductores deleitarse con la esbelta presencia de su dedo corazón. – Distintos sitios, distintas edades, pero la misma una y otra vez.
- ¿Y no viste ninguna otra presencia? ¿Ningún hombre o mujer que te llamase especialmente la atención?
- Nada…
- Hmmm… Cuando lleguemos al garaje, te haré una prueba para asegurarme.
- ¿Una prueba? – Preguntó ella, girando la cabeza hacia su compañero. Un bocinazo le hizo volver a mirar al frente antes de que sucediese estropicio alguno, mientras casi se podía oír como el asidero de la puerta de Harlan crujía bajo la presión de sus dedos.
- ¿Qué pasa? – Su compañero la notó renuente. – Ya sabes como va esto…
- Si… - Se tomó un par de segundos, eligiendo las palabras con cuidado. – Pero no es precisamente un buen recuerdo… Es decir, si que lo es en el sentido de que… El otro lado, por llamarlo de algún modo, era agradable y plácido. Sin embargo era estar muerta. Recuerdo perfectamente la puñalada, la herida… ¡Ni siquiera estoy acostumbrada a la cicatriz!
- Tiene que ser incómodo…
- Ni te lo imaginas: Fui criada por un padre bohemio, y educada de forma agnóstica. No había nada al otro lado, con lo que si había algo que hacer, había que hacerlo en esta vida, y por tu cuenta, sin depender de deidades algunas que interviniesen por ti. Básicamente, aprendes a resolver tus problemas por tu cuenta.
- Es una buena filosofía de vida. – Dijo Harlan, inclinando su asiento para ponerse cómodo. No hacía falta conocer demasiado a Yvette para saber que cuantas más palabras aglomeraba entre una pausa para respirar y otra, más turbada estaba, al contrario que Harlan, que cuando lo sacaban de sus casillas se volvía silencioso y siniestro.
- ¿Lo es? – Eso solo había logrado confundirla aún más. – Es decir… Harlan, eres un sacerdote. ¿Cómo que vivir pasando de los dioses, a los que, por cierto, he conocido en persona, es una buena filosofía de vida?
- ¿Tú crees que a Legba, en su infinita bondad paterna, tiene ganas de aprobar todos esos exámenes que no has preparado bien? ¿Qué Ogun va a darte valor y fuerza si no te esfuerzas por tenerlos? ¿Qué mamá Brigitte va a cuidar de los muertos a los que tú olvidas?
- ¿Mamá Brigitte?
- Si, la esposa de tu amigo Samedí.
- Que curioso: Se llama igual que mi madrastra. – Bufó, no sin cierto desprecio.
- No te extrañe que eso haya motivado a Samedí para salvarte… - Sonrió Harlan. – Su sentido del humor es característicamente bizarro.
- ¿Ves lo que acabas de decir? Vivía por mí misma, y ahora una entidad sobrenatural me ha salvado.
- Será que le gusta como vives… - Dejó caer Harlan.
- Ya, pero eso no es lo que más me revienta. Lo que más me choca es la otra vida en sí: Yo nunca he creído en eso, y menos aún en “tu otra vida”, aquella en la que tú crees, y de la que, precisamente, nunca me habías hablado antes.
- ¿Y como me habrías mirado si te dijese de buenas a primeras que soy un houngan?
- Como si tuvieses una túnica y un cartelito que dijese “Líder de secta de tarados. ¡Esconda sus ahorros!” – Rió ella.
- Fuiste a “mi otra vida” porque yo te llevé a ella, cuando ya estabas moribunda e inconsciente.
- Ya, y… ¿Cuándo vuelva a morir? ¿Qué pasará?
- Que irás a donde quieras, incluida “mi otra vida”. Si estoy ahí, será un placer recibirte, y sino, probablemente lo hará mi padre, el anterior Hana Garu.
- Espera, espera, espera, espera… ¿Le has hablado de mí? ¿A tu padre? – Preguntó incrédula. – Como si yo fuese la típica tía que llama a su madre cada dos días y le cuenta su vida.
- Parecido, pero distinto. Mi padre está muerto, pero hablo con él a veces, igual que con el resto de mis ancestros.
- ¿Y como…? Nah, déjalo. Te creo. – Dijo, mientras pulsaba el botón del elevalunas eléctrico, para pasar su identificación por el lector.




Con sumo cuidado, Yvette movió su coche a lo largo del colosal aparcamiento hasta llegar a su plaza, una de las mejores, al pertenecer a la unidad de Turk, al lado del viejo Supreme de Kurtz. Por lo visto ese día había ido a trabajar por su cuenta.

- ¿Lista para la prueba? – Preguntó Harlan, quitándose las gafas de sol.
- ¿Ahora?
- Solo serán dos minutos. Necesito algo de música, que sea muy percusiva.
- Tengo algo de Drum & Bass por ahí, no creo que te sirva otra cosa. – Dijo, eligiendo un cd e introduciéndolo en el lector. El sonido era disonante y extraño, y tenía tanto que ver con los recuerdos de la otra vida de Yvette como su vida con la de una virtuosa ama de casa, sin embargo su compañero asintió, la tomó de la barbilla y la alzó mientras le pasaba la áspera yema del pulgar por los labios y las mejillas.
- Cierra los ojos. – Dijo con voz profunda y evocadora.


Yvette le obedeció, sumiéndose en la oscuridad. Sintió que con la caída de sus párpados, el ritmo disonante de la música se volvía un poco más lento y acompasado, y la voz del cantante se difuminaba, perdiéndose en medio de la percusión. “Ábrelos”, oyó, y lo hizo, viendo ante sí misma a Harlan, que la contemplaba con semblante inexpresivo. Aún creía sentir su mano en el rostro, pero cuando los abrió, vio que no era así, sino que Harlan se había colocado al cuello su cadena, adornada con su colección de esferas de materia. Confundida, aún creía sentir no una, sino las dos manos del brujo, a pesar de estarlas viendo sostener uno de los extremos de la cadena, cuyas esferas brillaban con sus distintos colores, recorrer su rostro suavemente. “Ciérralos otra vez”. En la oscuridad, la música que había dejado de oír por completo al abrir los ojos, volvía con una nueva forma: Tambores. Infinitos tambores, rítmicos y acompasados, de distintos tamaños y sonidos, imitando sístoles y diástoles, como si estuviese de nuevo en la fiesta de su sueño y oyese los corazones de todos los danzantes, acelerándose poco a poco. Olía a tierra húmeda, como una tumba removida, y a flores de cementerio. En su boca sentía sabor a ron, a tierra y a azúcar, y podía sentir una húmeda brisa por toda su piel, como si pasease desnuda por un bayou.
Unos golpecitos en la ventanilla del coche la hicieron abrir los ojos, y al hacerlo pudo ver al hombre negro de la risa profunda y estridente, al otro lado de la puerta, detrás de Harlan, que la seguía mirando inmóvil. Su rostro estaba igualmente pintado con forma de blanca calavera, y en su cuello había pequeñas figuras con forma de vértebras. Llevaba un chaqué negro, y bajo él, el torso descubierto y pintado con los mismos macabros patrones. Ahora mismo estaba bajando el bastón con el que había llamado su atención, y con una sonrisa brillante. Mientras clavaba en ella unos ojos oscuros y sobrecogedores, alzaba su sombrero, saludándola con elegancia, antes de desvanecerse en la nada.
Yvette estaba pálida, aturdida y casi catatónica, pero Harlan sabía perfectamente que algo había pasado. Bajó del vehículo, llevando su escopeta y el rifle de asalto de su compañera y lo rodeó, abriéndole la puerta a esta y tendiéndole la mano. La turca la necesitó para poder ponerse en pie. Sus piernas temblaban, y su pulso era el de alguien que acabase de encararse con la parca, sin embargo, en el fondo de las pupilas de Yvette brillaba el habitual destello de determinación.

- Esta noche tenemos que hacer algo, Harlan. Cuanto antes.
- ¿Esta noche? – Preguntó él.
- Si. No estoy muy segura de por que o como, pero se exactamente todo lo que tengo que hacer. Confía en mí.
- Confío en vosotros. – Respondió el houngan, turbando aún más a su compañera, mientras fichaban su entrada, reincorporándose a la realidad y al servicio.


Hoy Kurtz entrenaba solo. Al acabar su turno, Yvette y Harlan se habían esfumado de la central, surcando la ciudad en el caro deportivo de la joven turca hacia los confines del sector seis. Para alivio de su compañero, Yvette dio un respiro al acelerador mientras surcaban los alrededores del célebre Mercado Muro. El tráfico era fácil, y ella normalmente habría llenado la calzada con marcas de neumáticos, sin embargo, esta vez transcurría un poco por debajo del límite de velocidad, mirando a derecha e izquierda con aire distraído. Harlan reconoció en el leve fruncimiento de labios y entrecejo un síntoma de frustración, antes de tener que tomar una agarradera mientras el acelerón lo hundía en su asiento.
Cerca de los límites del sector, allí donde el pavimento no había sido asfaltado en años, y los continuos baches hacían el viaje más lento por miedo a dañar los amortiguadores, Yvette dio varias vueltas antes de aparcar su coche en un taller. Entró memorizando cada rostro y ofreció a su propietario una generosa propina por un rápido cambio de aceite, asegurándose de que su identificación como agente de Turk era visible en todo momento en el que estuvo moviendo billetes. Harlan la seguía en silencio, imponente y trajeado, al igual que su compañera, aunque él se había desprendido de la corbata, y abierto el botón superior de la camisa para estar algo más cómodo.

Recorrieron varias calles, entre camellos, inmigrantes ilegales, pandilleros y proxenetas, en una de las zonas más depauperadas de la ciudad, incluso para ser de los suburbios. La mitad de las casas tenían órdenes de demolición pendientes por parte del ayuntamiento, ya que su estado ruinoso suponía un peligro para los vecindarios, y sin embargo, sus habitantes seguían poblándolas, incluso más allá de su capacidad, con varias familias compartiendo cada vivienda, especialmente los inmigrantes. La rubia guapa y el negro grande eran el centro de todas las miradas, ella con sus dos Aegis Cort bien visibles, una a cada lado del arnés en el que sostenía sus pistoleras, y él con una cadena de plata con adornos de oro y varias esferas de materia engarzadas. Los trajes negros evidenciaban su procedencia, y su estilo característico, violento, cruel e implacable, era conocido a lo largo de todos los suburbios, especialmente desde que se había declarado el estado de excepción. Dos turcos eran un buen premio a cualquiera que quisiese hacerse una reputación, pero la calle estaba llena de historias: Mata a un turco, y los turcos te matarán a ti. Sin consideraciones de ningún tipo. Se hablaba de volar edificios enteros para dar caza a un solo delincuente, de palizas a lo largo de horas y horas, hasta la muerte de la víctima, visibles para todos los que tuviesen capacidad para conectarse a la página web de videos más famosa de toda la red Shin-Ra, y el resto de los rumores eran mucho más escabrosos.
Poco que ganar, y todo que perder, decidieron uno tras otro, mientras apartaban sus miradas al paso de la pareja y volvían distraídamente a sus conversaciones anteriores.

Harlan vio a Yvette entrar en un edificio antiguo, con unas escaleras en la entrada en la que varios jóvenes discutían sobre las chavalas del barrio, centrados en cual estaba más buena o era más fácil. La turca se abrió paso entre sus rostros boquiabiertos como si estos no existieran, y la presencia del houngan era lo suficientemente fuerte para asegurarse de que los chavales fuesen educados y se apartasen de su camino. El vecindario estaba lleno de inmigrantes procedentes de Costa del Sol, entre los que Harlan era bien conocido, no solo por su trabajo para Shin-Ra, sino por otro tipo de servicios comunitarios mucho menos mundanos.
El interior del edificio apestaba a polvo y humedad, aunque hacía años que no veía caer una gota de lluvia. Las cañerías, viejas y oxidadas habían reventado más de una vez, y habían sido reparadas de forma improvisada, aunque hábil, por sus habitantes. La madera del suelo crujía a cada paso, y las puertas de los vecinos, normalmente abiertas y llenas de miradas curiosas, se entrecerraban al paso de la pareja.
Al doblar el rellano del cuarto piso, un grupo de gente de diversas edades y aspectos miró confundida a Yvette. Todos inmigrantes de Costa del Sol, acusaban la intrusión de la turca con miradas confusas y hostiles. Los niños se abrazaban a las piernas de sus madres, escondidos tras ellas mientras la miraban de reojo con la cara enterrada contra el cuerpo protector de la mujer que, inconscientemente, buscaba con su mano la de su marido. Estos se interponían sutilmente ante sus familias, intentando aparentar una amenaza, a la vez que procuraban la seguridad de los suyos. La extraña intrusa subía los escalones con pasos casi silenciosos, a pesar del mal estado de la madera. Exhibía sus armas, y sus manos colgaban inertes a sus costados, no lejos de estas, pero tampoco evidenciando la intención de abrir fuego al menor movimiento. Cuando Harlan apareció tras ella, un suspiro generalizado de alivio llenó el ambiente: La multitud lo saludaba y se interesaba por su familia, mientras él respondía a sus saludos con asentimientos y sonrisas, deteniéndose apenas dos segundos para posar su mano en el vientre de una embarazada y pronunciar una leve bendición sobre su futuro hijo. No quería perder de vista a su compañera, extrañamente segura de sus pasos.

Yvette entró en la única vivienda que había en ese piso, adentrándose entre la multitud de personas de piel oscura y miradas inquietas que seguían sus pasos a través de cada pasillo, pero apartándose, como si su presencia evocase miedos atávicos, grabados con fuego y sangre en lo más hondo de sus subconscientes. Vestidos de distintas formas, más o menos lujosas, más o menos prósperos, todos murmuraban breves plegarias en una extraña lengua, mientras con sus dedos hacían gestos religiosos de protección, algunos no sin cierto disimulo. Cuanto más se acercaba, más intranquilos estaban los habitantes, hasta el punto de que ni siquiera la compañía del sacerdote era suficiente para justificar su intrusión.
Entró finalmente en un dormitorio, presidido por una carcomida cama de matrimonio, en torno a la cual cerraban filas cinco hombres, de piel oscura como el café, corpulentos y sanos, fuertes y de edades comprendidas entre la veintena y la cuarentena. Sus miradas eran suspicaces y llenas de resquemor, y sus respiraciones se tornaban cada vez más agitadas, a medida que la rubia joven se acercaba a ellos.
A pesar de que algunos temblaban por el esfuerzo de voluntad para tan solo mantenerse firmes, lo lograron, obligándola a detener sus pasos. Yvette se limitó a mirarlos a los ojos, uno por uno. En ellos vio rechazo, terquedad y negación, violencia en unos, y súplica en otros. Miedo en todos ellos, aunque ninguno de los hombres podría justificar a que se debía esa sensación, como si alguien estuviese mirándolos fijamente, mientras hacía memoria de donde había enterrado la tumba de cada uno de ellos. Harlan se alzaba con los brazos cruzados tras la multitud, mirando la escena con gesto reprobatorio.


- Pasa… - Invitó una voz cansada y susurrante, más allá de la muralla humana. – Siéntate, por favor.

Los hombres se giraron, algunos con la incredulidad patente en sus rostros, pero un asentimiento los hizo apartarse. Tras ellos apareció una anciana, tumbada en el centro de la cama. Con una mano palmeaba la cama, a su vera, mientras dedicaba una cálida sonrisa a Yvette. Sus ojos, cegados por las cataratas, parecían saber perfectamente donde se encontraba la mujer. A su lado, la joven pudo ver una antigua fotografía, en blanco y negro, enmarcada en la mesilla de noche, que mostraba aquella mujer que había protagonizado todos sus sueños, tomando la mano de un hombre apuesto, de aspecto amable y protector. El vestía un traje, y ella un vestido que acentuaba su ya de por si deslumbrante belleza, complementado con unos guantes de encaje blanco y un pequeño collar, con un par de perlas en su colgante. Habrían pasado unas siete u ocho décadas desde ese feliz momento, pero ni el tiempo ni las vicisitudes que había enfrentado esa mujer habían logrado ocultar la joven belleza salvaje que había sido.

- Eres muy guapa… - Dijo mientras deslizaba sus dedos por el cabello de su invitada. – Que sedoso… Parece aire.
- Gracias. – Respondió la turca, sin saber como actuar, limitándose a tomar la mano de la anciana cuando esta se la ofreció, dejando de lado su pelo.
- Hana Garu, ¿serías tan amable de sentarte al otro lado? – Preguntó con un seseante y musical acento. Harlan ocupó el lugar indicado con una sonrisa, mientras tomaba la otra mano de la anciana. La cama acusó su peso, pero resistió, no sin unos cuantos crujidos.
- Buenas tardes, Marie. ¿Qué tal se encuentra hoy?
- Cansada… - Su respuesta era como un funesto augurio para todos sus parientes, que abarrotaban el edificio para acompañarla en las que parecían ser sus últimas horas. – Te esperaba, Hana Garu. Y a ti también, chica. ¿Queréis tomar algo? ¿Café? ¿Galletas?
- No, gracias… - Respondió Yvette. Harlan había cumplido con su papel, avalando a su compañera para que le permitiesen cumplir su cometido. Ahora, no era más que un mero observador.
- Estás muy delgada… Pero bueno. Supongo que a los chicos de ahora les gustáis delgadas. En mi época unas caderas tan estrechas eran mala señal. Hacían falta unas buenas caderas para dar niños fuertes.
- Ahora los médicos son capaces de todo. – Yvette sonrió, medio en broma. Harlan pudo ver como las lágrimas empezaban a poblar los ojos de la joven, sin llegar a desbordarlos. – Lo siento…
- ¿Por qué, hijita?
- He… He soñado con usted cinco noches seguidas, sin entender lo que significaba. El sueño era borroso: Un baile, una cena, un paseo a la orilla de un río, pero su rostro era siempre el recuerdo más claro cada vez que me despertaba. Sabía que tenía que venir… Que hacer algo, pero no he podido entender lo que hasta ahora.
- ¿Y que has entendido?
- No se como supe que tenía que venir aquí a verla, Marie. No sabía el camino, y nunca he pisado estas calles.
- No has venido sola, ¿verdad? – Yvette posó su mano izquierda sobre el dorso de la de la anciana, que sostenía con su derecha, y la mujer entendió la respuesta. - ¿Por qué estás aquí?
- Porque hice un trato. – Dijo con sequedad.
- Y quien aceptó tu trato… ¿Viene contigo? – Yvette asintió. La mujer, aunque privada de la vista, tenía un modo de verla, más allá de sus ojos. - ¿Quién es?
- Samedí. – Dijo Yvette. La sala entera dio un respingo, y se llenó de murmullos, disonantes y preocupados. La anciana rompió a reír, y su risa mató a las voces como un rayo de sol abriéndose paso entre las nubes.
- ¿De que os extrañáis? ¿Acaso creéis que siempre he sido la dulce abuelita Marie? No, ingenuos míos… - Dijo con ternura a sus familiares. – Soñaste con un baile, niña, y en ese baile todos los hombres del pueblo habrían dado la mitad de sus vidas por estar conmigo. Viste un paseo junto al río, y en ese paseo vuestro bisabuelo Ben me pidió que fuese su mujer. Viste una cena, en mi décimo aniversario de bodas, cuando Ben ahorró durante dos meses para comprarme un vestido y llevarme a un restaurante de la placa superior. Todos son recuerdos muy hermosos. – Harlan vio que Yvette se había tranquilizado. De todas las personas presentes, todas se resignaban a las circunstancias, menos tres, que simplemente entendían la naturaleza y la aceptaban como debía ser. - ¿Por qué te disculpas, niña?
- Porque usted ha estado seis días en esta cama, esperándome.
- Pero has venido… Y con vosotros el buen Barón, para llevarme con Ben… - Dijo girándose hacia el retrato. - ¿Ves que guapa era yo entonces? – Yvette sonrió, arrancándole una sonrisa a la anciana. – Toma el retrato, cariño. Guárdalo para que te recuerde que una vieja te desea que seas tan feliz como ella lo fue.
- Señora… - Dijo la turca, en medio de un nuevo murmullo de sus familiares.
- ¡Quédatelo! ¡Yo no me lo voy a llevar! – Bufó, entre el pesar de sus parientes y una sonrisa de Yvette. La vieja, cerrada en su tozudez, no abrió la boca hasta que la joven turca hubo tomado el retrato, viendo en él a la mujer que había poblado sus sueños. Un alma salvaje y vivaracha, casi gemela. Entonces Marie volvió a sonreír.
- ¿Y ahora que, niñita? – Preguntó.
- Ahora la espero a usted. – Respondió Yvette, sin entender del todo que tenía que hacer, pero en cierto modo, segura de cada paso que tenía que dar.
- Hana Garu… - Se giró de nuevo hacia Harlan. – Una última bendición, por favor. – Harlan asintió. Tomó su cadena de materia y enredó un extremo en su mano derecha, con el otro colgando de su hombro. Posó su mano izquierda sobre la frente de la anciana y empezó a recitar unas palabras en un extraño lenguaje foráneo. Aunque Yvette no entendía palabra alguna, supo con toda claridad su significado. Cuando hubo acabado, apartó su mano y la anciana volvió a girarse hacia Yvette.
- Ha sido hermoso… - Dijo, sonriendo. – Ya estoy lista, cariño. – Apretó la mano de la turca. – Cuando quieras…

Yvette no respondió. No sabía que hacer, así que se limitó a esperar. La mano de la anciana la aferraba con suavidad, esperando algo, pero poco a poco, su fuerza fue disminuyendo hasta desvanecerse por completo. Harlan en ese momento cerró los ojos a la señora, posando su mano inerte sobre su vientre. Yvette aún sostenía la diestra de la anciana, mientras su compañero se situaba a su lado. Colocó la otra mano en el vientre de la mujer, tras tomarla suavemente de entre las palmas de la joven turca. Luego, como unidos por un extraño vínculo, sus miradas se orientaron al unísono hacia la puerta de la habitación, donde más allá de una pequeña multitud de dolientes familiares, una mujer joven y hermosa partía, con un vestido blanco de algodón, al lado de un hombre alto y apuesto que la tomaba del brazo. Solo los dos turcos vieron como ambos se reunían y se alejaban caminando sobre la nada, hasta desaparecer. Fue entonces cuando una carcajada llamó la atención de ambos hacia una esquina de la habitación, la más oscura y la única vacía. Allí vieron al hombre negro, de rostro pintado con forma de calavera, chaqué y sombrero de copa, apoyado en un elegante bastón de ébano. Su mera presencia inundaba la sala con el sonido de tambores, oscuras celebraciones y danzas salvajes, en medio de un olor a hogueras y tierra húmeda de tumba. Samedí los miraba fijamente a los dos, riéndose con voz profunda, mientras los saludaba alzando su sombrero a la vez que estallaba en una nueva y siniestra carcajada.





Al volver, era Harlan quien conducía. El coche de Yvette era ágil y rápido, y un placer de conducir. Su compañero normalmente era el copiloto, siendo ella quien conducía para él. Por eso era el jefe. Sin embargo, esta vez ella estaba aturdida, y él decidió dejarla descansar. Apenas hablaron durante todo el camino, una vez el sacerdote hubo aclarado un punto importante.

- Aún no has acabado de cumplir tu deuda.
- Lo se… - Respondió ella con aire ausente.
- Parece que el barón Samedí quiere que aprendas algo sobre la vida.
- Él mismo me concedió el don… - Dijo ella, como justificándolo.
- Ya te hablé de él: Es el señor de la muerte, pero también de la resurrección, del amor y del sexo. Es un loa oscuro, pero no necesariamente maligno. Seguro que te volverá a llamar. Entonces…
- Acudiré a ti, Har. Gracias. – Yvette acabó la frase por él, girándose hacia su compañero y dedicándole una sonrisa. Acababa de pulsar el botón de enviar en su PHS, lanzando un breve mensaje de texto: “¿Cndo qdams otra vz, waperas?
- Es mi deber… - Respondió el con una leve inclinación de cabeza. – Como tu compañero y como tu Hana Garu.

domingo, 18 de enero de 2009

Encuesta 2

Gerald McColder

A pesar de que solo posee 45 años, ya tiene el aspecto de un anciano completamente senil. Quizás se deba al continuo estrés al que se ve sometido, o a la medicación que estuvo tomando durante bastante tiempo, pero las arrugas y las canas han ganado suficiente terreno, algo que, por fortuna, no ha conseguido la calvicie. Tiene un ojo medio cerrado, y como si tuviera un tic nervioso, se abre y se cierra; la nariz es ancha y torcida, y la boca está rodeada por una espesa perilla de colores blancos, negros y grises variados. Va siempre bien tapado con gabardina, y no deja que se vea nada del cuerpo que no sea las manos o la cabeza debido a unas espantosas cicatrices. Intentó entrar en los Turcos, pero fue expulsado debido a sus heridas, y por ello guarda un gran rencor hacia el causante de todo su malestar. Después de eso, se hizo detective, y comenzó a aprovechar su cerebro para resolver crímenes y asuntos de difícil solución. Poco después, aquellos mismos que le repudiaron volvieron a llamarle para resolver un último caso, antes de retirarse prematuramente debido a sus múltiples ganancias gracias a casos resueltos.

Actualmente: Jerry estaba en la calle, y un pariente lejano suyo le recogió de las aceras para ayudarle a salir adelante con la detención por su cuenta de Tombside. Ahora mismo tiene el método que sigue el asesino para elegir a sus víctimas, y solo tiene que atar cabos para acabar con él.

Inspiración: Necesitaba un némesis para Tombside, y se me ocurrió crear un detective contratado por Turk para investigar. En un principio, iba a ser el propio McColder Tombside; después pasó a ser una de sus víctimas. Pero no me convencía, y decidí convertirle en algo más profundo: iba a ser un turco expulsado por su homosexualidad, pero como tampoco me convencía, acabó siendo expulsado por su incapacidad.
Después, leyendo un libro de historias cortas de Oscar Wilde, me centré en uno de ellos, en el que hablaba de un hombre que recibía una fortuna por darle limosna a un millonario disfrazado de mendigo. Y así McColder pasó a estar en la calle, y recibir bastante dinero por dejarle hacer de mendigo.
Para sacar la foto, su imagen sería una extraña mezcla de Joe Mantegna y Old Snake.




Edward Lambert

Chico de 27 años, moreno y ojos dorados, procedente de Mideel. Pasó de ser cazarrecompensas a educador social tras un incidente con los Turcos. Antes, se ganaba la vida asesinando a gente de ShinRa por dinero, como venganza por la muerte de su novia y a la vez para asegurarse el sustento. Cuando cobró una importante suma, fruto de la muerte de un amigo hijo de un capo mafioso, fue detenido por el asesinato de un jefazo de una división de la compañía. Sin saber como, acabó libre, y decidió mejorar el mundo de otra manera, menos arriesgada; así fue como acabó viviendo con McColder.

Inspiración: Necesitaba escribir algo para el curso de escritura de Ukio, y cree a este personaje y a su amigo Steve. Tras las destripadas, pasó a mejorar un poco, y saltó al verdadero Azoteas. Comenzó siendo el clásico marysue, que reventaba todo a patadas y era bello a más no poder. Como acabó prácticamente tirado por los suelos y sin protagonismo, no tuvo una forma muy bien definida; así, la forma de describirle era poner una foto de Kimbley (Fullmetal Alchemist), pero más tarde, acabó siendo una mezcla del anterior y de Sylar (Héroes), algo más joven y amable que ambos. Para el nombre, cogí el mío propio, y añadí un apellido que me vino a la mente sin más. Fue una aglomeración de ideas que tenía en mente, y su aspecto al final se acabo pareciendo mucho Kimbley, de Fullmetal Alchemist, pero su pelo de punta y rasgos faciales son los de Zachary Quinto en su papel de Sylar, y su coleta era más larga (ahora ya no la tiene, se la corto al hacerse asistente social)



Frank Tombside

Inspiración: Iba a ser un personaje salido de los cursos de escritura de Ukio, que en principio se llamaba Tobias. Deseché la idea. Poco después, pensé que necesitaba un personaje mejor que Edward, dado que este no tenía historia planeada. En sus orígenes, iba a ser uno más de esos justicieros nocturnos que patrullan las calles. Pero la gente ya había visto muchos, y sonaba a idea repetida. Entonces me dije: "¡Eh!, ¿por qué no creo un tipo que al principio parezca un justiciero, pero luego resulte ser de lo peor?" y recordé que había tenido uno antes; pero ese ya apenas tenía nada que hacer, y decidí crear algo más misterioso, más elaborado. Acabó convirtiéndose en un asesino de identidad desconocida. Poco después, decidí que este personajillo dejaría de ser un One Shot, para convertirse poco a poco en un personaje de otra trama (que aun sigo maquinando poco a poco) dado que pensé que necesitaba un personaje mejor que Edward, puesto que este no tenía historia planeada.

Lo de su nombre es curioso. Un colega se pasaba todo el rato hablando de un rapero español, llamado Frank T. Así surgió la raíz. El Tomb salió de la nada, para darle toque macabro recargado e innecesario (si, Ukio, este nombre estaba pensado para eso). El "side" surgió mirando mazos de Magic, viendo el "sideboard".

Ixidor Bryce

El menos original de los personajes. Ixidor, tanto en forma como en nombre (no así el apellido), es propiedad de Wizards of the Coast. Las historias y personalidad, así como todos los aspectos que lo rodean, son cosa mía. En la historia original, era un luchador de los fosos de la Cábala que, junto con su novia Nivea, utilizaban las ilusiones que Ixidor dibujaba para combatir. Cuando Nivea murió, Ixidor fue lanzado al desierto, y allí obtuvo el poder de crear realidades a partir de su arte: ya no eran simples ilusiones, sino que eran seres de verdad. La parte de la tortuga varía bastante; de crearla a matarla y comerla cruda va un trecho...
Como era un personaje que me gustaba, decidí hacer una pequeña historia con él, en la que conocía a un niño moribundo y le contaba sus historias de guerra, sin mayor trascendencia. Y como parecía que gustaba, decidí esforzarme en sus historias, pero nunca le encuentro hueco.





Carl Loc O’toole


Putero, vendedor de drogas y eterno colgado son buenas formas de definir a este hombre. Siempre se deja engañar por las mujeres, y en el fondo solo le importa su negocio y su buen amigo, apodado Big Hole (por su piel negra y su descomunal tamaño). Ahora mismo, ha perdido su negocio, por no hablar del trozo de bazo, intestino delgado y apéndice que se llevó por delante una chica de su negocio, y si Big Hole no hubiera estudiado medicina ahora mismo engrosaría las filas del camposanto.

Inspiración: surgió del one shot de Sonya, donde ella le timaba robándole cocaína. Poco después, decidí crear un nuevo personaje, y salió él. Su apariencia surgió cuando, viendo la televisión, apareció una fotografía antigua de OBK, y encontré a Carl, solo que añadiendo más arrugas, el pelo algo más largo y completamente castaño. Después solo hizo falta enfundarle de negro, y ponerle una pistola bajo el abrigo largo.




Micky


Sí, señoras y señores: niño-rata es personaje. Para una futura línea paralela a la de Ixidor, pero lo es. Cruza una rata con un niño de diez años, y ya tiene a este chaval de trece cubierto de pecas y rubio. No solo su aspecto es de rata, sino que también chilla como una rata y come como una rata. Siempre repite mucho la estructura “Y esto, y esto, y luego esto, y esto…” en sus frases, y cree ser el líder de su pandilla por derecho propio. Amenaza bastante a sus amigos con pegarles, y nada le gusta más que asustarles con historias.

Inspiración: necesitaba un niño con aspecto repulsivo, y su imagen vino a la cabeza de golpe. El nombre creo que es algo evidente para cualquiera que conozca Disney.

jueves, 15 de enero de 2009

153

Justo, implacable, imparcial, puntual y “suputamadre”. Theodor Napier recitó mentalmente de forma pausada las cinco palabras con las que describía a su despertador cada mañana. Tas varios golpes fallidos contra la mesita de noche y la lámpara de flexo y el derribo involuntario de un libro bastante pesado, consiguió apagar la melodía infernal de esa odiosa máquina. Casi hubiera preferido no apagarla, pues eso significaba que tocaba levantarse de la cama para no volver a caer dormido, y desgraciadamente después de ello era el momento de empezar la tediosa rutina de un día nuevo. Con movimientos lentos, como si con ellos fuera capaz de ralentizar el inexorable paso del tiempo hasta acoplarlo a su propio ritmo, procedió a realizar la procesión lenta hacia el baño para su aseo matinal. Su único consuelo era que ese día le tocaba desayunar fuera y ahí podría leer el periódico con tranquilidad durante los quince minutos que podía permitirse de pausa.


Y eran quince minutos, ni uno más, ni uno menos. Theodor tenía calculado cada segundo de su rutina. Conocía los horarios del tren intersector posiblemente mejor que cualquier oficinista de información en el edificio central de transportes de Midgar. Al estar controlado mediante un sencillo sistema electrónico con un periodo fijo en lugar de por un conductor, el intervalo en el que el tren llegaba a la parada del sector 6 jamás variaba de un espacio de 30 segundos. Theodor lo sabía, y gracias a ello nunca había llegado tarde a su trabajo. Él era un hombre sencillo, de estos que si hubiera que describirlos con un color sería el gris, o el más soso que pueda ocurrírsele a alguien. Y es que se podría decir sin exagerar que desde la muerte de su madre, hacía ya cinco años, el mayor cambio en la eterna rutina de Theodor había sido cambiar su sitio habitual de desayuno a uno nuevo que habían abierto dos meses atrás. Tras un complicado proceso de reflexión interior, había podido observar que le cogía mucho más de camino en su habitual ruta hacia el tren, así que podía reposar en el unos minutos mas. Los dueños del antiguo local donde acudía cada mañana estaban tan acostumbrados a su presencia, que el día en el que dejó de ir dieron por sentado que había seguido la misma suerte que su madre. Y es que Theodor desayunaba fuera tres días a la semana, siempre los mismos, y tenía más puntualidad a la hora de entrar y salir por la doble puerta del bar que el mismísimo tren intersector en su ruta. Cualquiera hubiera dicho que se esforzaba por ser mas exacto que un complejo sistema de placas de silicio, transistores y cableado, y no se hubiera equivocado. La vida de Theodor era tan aburrida que competir en puntualidad con el tren, cual genio ajedrecístico enfrentándose a máquinas con IA de última generación, suponía uno de los mayores entretenimientos. Cuando llegaba con puntualidad a la estación y veía el tren girando la última curva, alzaba una ceja y chasqueaba con aires de superioridad, su victoria duraba hasta que las puertas del tren se abrían, momento en el que volvía a su habitual actitud de abúlico. Si alguien se pusiera a investigarle en algún momento, encontraría más incongruencias en su vida que en una sopa de letras hecha por un chocobo esquizofrénico. El señor Napier tenía una cuenta bancaria con una inexplicable cantidad de dinero para ser una persona que trabajaba en un trabajo tan modesto. Había cobrado íntegra la herencia de su madre, incluyendo el piso donde habitaba ahora mismo, y además su seguro de vida a todo riesgo. Eso le hubiera permitido prácticamente seguir viviendo veinticinco años más sin dar palo al agua solo con la rentabilidad bancaria que suponía tener semejantes ahorros ingresados. Pero Theodor no concebía una vida sin su recorrido habitual, sin su casa que no había abandonado en sus 32 años de vida, sin su apuesta diaria contra el tren y sin su cortado con leche desnatada y sacarina con un croissant tres días a la semana. Pero había un dato aun más inquietante: El odiaba toda esa rutina. Si hubiera que explicarlo de una forma sencilla, se podría resumir en que Theodor era un preso cobarde. Tenía la puerta abierta de su prisión, y unas descomunales ganas de abandonarla, pero a su vez tenía demasiado miedo de lo que podría haber fuera.



El desayuno se produjo sin incidentes y según lo previsto. La prensa hablaba de lo de siempre: Rebeldes aplacados duramente por la ley, mejoría económica prevista, la recuperación estable de uno de los miembros del programa de radio “Midgar’s Morning” tras su accidental caída por las escaleras de su piso en la calle Wilkinson… Y un diminuto artículo en un lateral dando escasa información acerca del progreso del gigantesco bloque de roca espacial. Theodor cerró el periódico sin inmutarse un ápice por lo leído. Ni un derrumbamiento de un sector entero, ni la muerte de un familiar habían sido capaces de moverle un ápice de su ritmo habitual, de modo que ese gigantesco asteroide apocalíptico que pasaría a millones de kilómetros del planeta no iba a ser un impedimento mayor. Echó un último vistazo al local antes de irse, podía distinguir a dos personas que no eran clientes habituales, al resto podía reconocerlos. Se fijó un poco en ellos, eran dos jóvenes y estaban bastante callados. Seguro que se habían corrido una juerga durante la noche y ahora estaban sufriendo los efectos de una monumental resaca. Y con este pensamiento, mientras esquivaba un par de cucarachas, abandonó el bar.







- Lo siento Aang, la decisión está tomada.


La susodicha estaba apoyada en el marco de la puerta de la habitación en la que se alojaba Érissen, tenía los brazos entrecruzados y un gesto severo, no le gustaba la situación, no le gustaba un pelo.


- Déjame que vuelva a intentar entenderlo… No dispones más armamento que esa pistola con una bala. No tienes a donde ir, no tienes absolutamente ningún contacto, no sabes exactamente lo que vas a hacer y solo piensas en irte lejos de mi para “protegerme” ¿Hai?


Erissen continuó plegando la poca ropa que había ido comprando desde que vivía con Aang en una pequeña maleta, hizo un gesto afirmativo con la cabeza, tras lo cual la mujer bufó.


- Creo que soy capaz de soportar que estuvieras encargado de matarme en un pasado, pero una estupidez semejante va a superarme.

- Nos quieren a los dos muertos Aang, pero primero me quieren a mí. – Erissen se atrevió a enfrentar la penetrante mirada de la que ahora era su única amiga. Han efectuado un movimiento, y posiblemente me hayan localizado y ya sepan que me alojo aquí. Creía que habías entendido el poder que puede llegar a tener la organización y el peligro que conlleva que te busquen… Asesinan selectivamente, por encargo y sin dejar prácticamente ningún rastro. Eso en el caso de que sean asesinos chantajeados, no quiero ni imaginar que son capaces de hacer si envían a sus propios agentes. Ya fue un error volver a esta residencia, pero te había prometido que te lo contaría todo, y ahora has de entender que me tengo que ir. Y por favor, te investigué, se que tu novio es turco, y de los duros, lo suficiente para que no quisiera estar en el mismo sector que el mientras pensaba la mejor manera de… Bueno, ya sabes.


Érissen apartó la mirada, el sentimiento de culpa por haber estado a punto de asesinar a la mujer que mas tarde había sido su única guía y apoyo en su propia espiral de desesperación y dolor no lo había abandonado desde que se puso las gafas en aquella noche, hará ya casi un mes. Aang se lo había tomado sorprendentemente bien, parecía comprender a la perfección que no tenía mas remedio y que era víctima de una especialmente cruel tortura psicológica. Ella decía que lo había calado desde el principio, y que sabía que no era una mala persona, tan solo algo estúpido en ocasiones. Tampoco parecía especialmente alarmada por el hecho de que estuviera bajo amenaza de muerte, lo cual había sorprendido mucho a Érissen en el momento. Más adelante pensó en los relatos que ella le había contado acerca de la guerra de Wutai, y comprendió que no era la primera vez que se levantaba cada mañana con la posibilidad de amanecer muerta.


- Jonás no es una opción – Érissen agradeció que abordara el tema de su novio, en lugar del de su muerte. Ya te dije que nos habíamos separado temporalmente por algo necesario, y aún no ha finalizado. Además, si me presentara en su casa y le dijera que estoy en peligro de muerte… Posiblemente tire abajo cada puerta de Midgar y lance granadas dentro intentando encontrar al responsable. No, ni hablar. Buscaré otra residencia, pero si tú te vas, seguiré sola. – Érissen fue a contestar, pero ella le cortó. Lo siento Érissen, la decisión está tomada.


Érissen suspiró, y cerró su maleta. La cogió con su mano derecha y caminó hacia el marco de la puerta, donde Aang seguía bloqueando la salida.


- Escucha, tengo tu PHS, calculo que tardaré dos días en conseguir un refugio seguro. Quédate sola si eso es lo que quieres, pero por favor, ten muchísimo cuidado. Te llamaré y te vendrás conmigo. ¿Esta bien?


Aang refunfuñó por última vez, e hizo lo último que Érissen se esperaba: Lo abrazó.


- Ten cuidado tu, niño tonto, o desearás haberme matado cuando tuviste la ocasión.


Érissen sonrió, estuvieron abrazados un par de segundos más y finalmente Aang se echó a un lado y él recorrió el salón hasta la puerta que daba a la calle. No sabía exactamente como empezar, pero tenía claro que no iba a ser fácil. Tendría de tirar de gente de fiabilidad dudosa, para que le pusieran en contacto con gente de fiabilidad mucho más dudosa, los cuales igual podrían acceder a concederle un favor a cambio de otro favor… En definitiva, iba a tener que recorrerse media Midgar, y no precisamente para admirar su infraestructura.


Abrió la puerta, y se dio cuenta de que ese día no vería media Midgar, de hecho ese día ni siquiera cruzaría el marco de la puerta, ya que había alguien bloqueándole la salida.








- ¿Y tu que opinas, Terrance?
- Sinceramente Jude, si eso fuera a aplastarnos a todos y a convertir el planeta en una gigantesca bola en llamas, ¿Seguirían luchando los Turcos por conservar el orden? ¿Acaso no sería esto un “Viva la virgen” y reinaría la anarquía y el caos? Venga hombre… Recuerdo que cuando era crío un cometa pasó relativamente cerca de nuestra órbita y también salieron millares de gurús del Apocalipsis diciendo que todos moriríamos y no se que mas mierda. Yo ya no soy un crío, ¡Y Napier mucho menos! ¡Eh Napier! ¿Tu que opinas? ¿Conseguirás batir el record de estancia en la empresa o te lo impedirá un meteorito cuando reduzca todo esto a cenizas?


Las conversaciones de vestuario acerca de las noticias de actualidad eran habituales en Helen&Star, una de las pocas tiendas de ropa que poseían al menos cuatro tiendas en todo Midgar. Esta en particular, la del sector 4, contaba con dependientes y dependientas muy jóvenes y habladores, lo cual era un tremendo fastidio para Theodor, el cual se cambiaba tranquilamente al fondo del vestuario. Parecía mentira que tras nueve años trabajando en la empresa aún hubiera gente que se empeñara en hablar con el, cuando resultaba uno de los fracasos sociales mas desesperantes jamás salido de un útero humano.


- No se que decirte Ben… Digo Terrance, no me preocupa en exceso. Bueno, ya estoy vestido, el almacén no se va a organizar solo… Nos vemos muchachos.


Abandonó los vestuarios, pero la conversación de los dos jóvenes le acompañó durante un rato hasta que se hizo imperceptible. Por lo visto habían seguido hablando de él, de forma poco discreta, la verdad. Aunque no se extrañaba, estar nueve años trabajando en la misma empresa y no recibir un solo aumento de sueldo o ser trasladado a dependiente en lugar de mozo de almacén no era algo muy comprensible. No era comprensible para otra persona, está claro, porque Theodor lo tenía muy claro: El almacenaba cajas y cajas de diferentes productos textiles caros. No hay mucho mas que hablar, las aves vuelan, los gusanos se arrastran, los peces nadan y Theodor almacena cajas llenas de calzoncillos y sostenes durante ocho horas cinco días a la seman. A cada cual su cometido, y él se ocupaba de que no pudiera existir una mínima queja sobre su labor, cosa que no había sucedido desde el instante en el que se puso por primera vez su uniforme de mozo de almacén, a rayas blancas y negras y con una gorra con la inscripción H&S en bordado dorado. Uniforme que, por supuesto, aún conservaba, y sin un solo desperfecto.


La jornada de trabajo transcurría como si hubiera sido ayer o fuera mañana, exactamente idéntica y sin ningún tipo de contratiempo. El reloj de Theodor marcaba que ya llevaba tres horas de trabajo. Para cualquier otro trabajador eso hubiera sido un tanto exasperante, ni siquiera llevaba la mitad de su turno. Pero él no, él no era un trabajador cualquiera. Y para él, llevar tres horas trabajando solo significaba una cosa: Que faltaba una para salir a tienda a llevar el informe de stock a los diferentes dependientes. Y salir a tienda, aparte de ser la única ocasión de ver las magnificas estructuras de la parte cara al público de Helen&Star, ya que entraba y salía por la parte trasera del edificio para trabajar. También significaba que si ella no fallaba esta vez, y nunca lo hacía, la volvería a ver. Si, increíble pero cierto, Theodor Napier, azote del café cortado con leche desnata y sacarina, maestro y señor del almacén de ropa y eterno rival de un mecanismo electrónico, estaba enamorado. Pero por supuesto, no sabia su nombre, de hecho, ni siquiera conocía su rostro… Y eso era lo más mágico de todo para Theodor. Desde hacía ya tres semanas, cada vez que salía a tienda, podía verla. La veía siempre de espaldas, y solo la parte superior de su figura, ya que la inferior estaba tras un expositor de zapatos de tacón de aguja. Rigurosamente, siempre estaba ahí, con su cabello negro cortado a la altura de los hombros perfectamente recto. Siempre a la misma hora, siempre... Theodor no podía sino mirarse al espejo cuando veía la espalda de su amor. Ella era igual que el, siempre estaba a la misma hora en ese lugar, esperando que él saliera, pero incapaz de mirarle a la cara, ya que era tan socialmente inadaptada como él. Ese era su juego, llevaban disfrutándolo tres semanas y Theodor sentía que le iba a estallar el corazón cada vez que se acercaba la hora de volverla a ver… Si tan solo tuviera el valor de hablar con ella, pensó. Quizá podría poner fin a todo esto. Había llegado el punto del día en el cual más peligraba la inalterable rutina del eterno mozo de almacén. Normalmente ese pensamiento se reprimía rápidamente en cuanto encontraba algún jersey mal empaquetado o algo así. Pero ese día tenía algo de especial, ese día los jerseys estaban perfectamente doblados, las cajas magistralmente organizadas y los abrigos en un riguroso orden. Casi podía escuchar cánticos y odas que le animaban a cambiar su vida surgiendo de toda la hilera de cajas de mocasines talla 42. ¡Porque sí! ¡Porque algo era diferente, como esos dos chicos en el local! Theodor no se dejó llevar por la emoción, y decidió abordar la situación con la mayor tranquilidad del mundo. Hoy iría a hablar con su alma gemela, y escaparía así de su prisión. Continuó ordenando cajas mientras su reloj de pulsera le iba acercando cada vez más a ella.









Era realmente atractiva. Vestía de una forma algo estrafalaria, con un tejido similar al vinilo, pero con menos brillo, que se le pegaba a la piel definiendo aún mas su ya de por sí provocativa figura. Tenía el pelo castaño recogido en una coleta, y algunos mechones le caían sobre los ojos verdes, notó que estaba muy maquillada. Sus labios carnosos estaban coloreados de un color carmín muy sensual y lucía un nada despreciable escote. Érissen hubiera seguido analizando el cuerpo de la mujer que le bloqueaba la puerta, pero estaba más preocupado por los dos hombres que tenía detrás, con armas que podían intuirse bajo las solapas y que gritaban sin lugar a dudas “No hagas nada”.


- Vaya, esto soluciona mis dudas de si llamar a la puerta o tirarla abajo.


Érissen reaccionó echándose para atrás, intentó decirle a Aang que corriera, pero recibió un golpe en la boca del estómago que le llevó a dedicar todos sus esfuerzos a intentar no desmayarse por el dolor. Cayó al suelo con un ruido sordo. La mujer que le había golpeado entró en la casa, seguida de los dos hombres armados. Tenía una fuerza increíble para ser una mujer tan aparentemente débil, pero Érissen ya sabía que en los tiempos que corrían, la fuerza no solo se obtiene haciendo pesas. Aang se quedó petrificada, sin saber muy bien como reaccionar, la mujer resolvió su titubeo.


- Vosotros dos, llevadla a la cocina y que no haga ninguna tontería, me ocuparé de ella después.


Los dos hombres avanzaron hacia Aang, la cogieron de un brazo cada uno y la llevaron a la cocina. Érissen intentó mirarle, se sintió tan impotente y culpable a la vez que le dieron ganas de gritar. Pero tenía claro que tenía una bala, e iba a utilizarla antes de morir. La mujer limpió un poco el polvo del sofá con la palma de la mano, y se sentó de forma muy provocativa.


- Ahora estarás pensando en utilizar tu pistola con una sola bala y utilizarla. ¿No es así? – Érissen palideció. Tsk tsk tsk… Señor Colbert, no hace falta que nos enfrentemos, después de todo yo he venido aquí para convencerle de lo mismo.


Érissen se incorporó como pudo, con el brazo izquierdo apretando fuerte la zona donde había sido golpeado y se llevó la otra mano al bolsillo interior de la chaqueta, donde tenia guardada la susodicha pistola.


- Por cierto, y solo por dejarlo claro. Espero que hayas deducido que el que haya ordenado quedarme a solas contigo y sin armas significa que no las necesito para matarte.


Intentó no hacer caso a las amenazas y contener el miedo, pero ya era demasiado tarde… La mano le temblaba demasiado como para siquiera coger la pistola sin dispararla por error en el proceso. Él era un asesino, pero siempre había recurrido a artimañas para no ver la muerte cara a cara, y nunca jamás había corrido peligro en sus trabajos. Esto era muy diferente, iba a morir, y no podía pensar otra cosa. La mujer se levantó del sofá y se puso enfrente de Érissen, para después empezar a dar vueltas en torno a él. Se movía con contoneos seductores, y le pegaba la boca al oído, susurrándole.


- Mira… Me parece que no has podido pararte a pensar con tranquilidad… Te haré un resumen de lo que ha ocurrido. ¿Está bien?


Érissen tragó saliva. ¿Qué pretendía? ¿Por qué no le mataba ya?


- Sarah ya no está, señor Colbert. Murió, como usted bien ya sabrá, y de una forma bastante dolorosa he de añadir. Y usted estaba destinado a correr la misma suerte, pero por una broma del destino logró huir como una miserable rata, y esconderse en… ¡Dios mío! ¡La casa de la persona que le ordenamos matar! ¿Acaso no ve lo desesperado de su modo de actuar? ¿Acaso no ve que está intentando luchar contra lo inevitable?


Esto era más de lo que Érissen estaba preparado para oír. Sarah murió con dolor… Y el mismo tuvo la poca dignidad de huir porque tenía la posibilidad, en lugar de enfrentar la pena que él merecía, y no ella. Como un cobarde, estaba emprendiendo una lucha creyendo que con eso la vengaría… ¿Pero como, si fue él mismo quien la condenó?


- Creo que nuestra sugerencia es algo que debe tener en cuenta, señor Colbert.


Érissen empezó a llorar, todo por su culpa, todo porque no fue capaz de luchar lo suficiente por ella. Miró la pistola que tenía en su mano, ni siquiera sabía cuando la había cogido, sus lágrimas cayeron sobre el lateral del arma. Empezó a mirarla con otros ojos. La mujer debió darse cuenta de que sus palabras estaban surgiendo el devastador efecto esperado, sonrió y se pegó aún más a su oído.


- Olvidese de una vez del sufrimiento, señor Colbert, dígale adiós como se lo dijo a Sarah… Olvídese del dolor… Olvídese de la vida… Olvídese de…
- ¡Olvídese de sus amigos gordos que no saben ni atarse los zapatos! ¿Hai?


Volvió a despertar, la imagen de Aang saliendo de la cocina fue como ver a la esperanza en persona empuñando una Giordanno hacia la mujer que casi consigue que se volara los sesos. Reaccionó al instante, se echó hacia atrás con rapidez y apuntó con su pistola al mismo punto que Aang. La reacción de la mujer tampoco se hizo esperar, con un espectacular salto con alguna que otra voltereta más de la necesaria aterrizó detrás del sofá. Érissen retrocedió hasta donde se encontraba su amiga, agradeciendo a cualquiera que fuera capaz de oír sus pensamientos su valentía. La miró unas milésimas de segundo, estaba cabreada, muy cabreada, y la última vez que la vio cabreada a secas acabó con una navaja automática a dos milímetros de su tercera falange del dedo índice y a tres de la del corazón.


- Esta bien, seguid actuando como crios que intentan llegar a la luna. La próxima vez no intentaré ser benévola.


Sin añadir nada mas, la ventana estalló en miles de cristales, Érissen tardó unos segundos en darse cuenta que la mujer ya había salido por ella. Aang bajó su arma y le quitó de las manos la suya al joven.


- ¿Pero que?
- A ver… 9 milímetros Aegis Cort. Vamos a comprar mas balas, solo con una no vas a hacer nada.
- ¿Cómo te has cargado a esos dos sin hacer ningún ruido?
- Con una patata.
- ¿Qué?
- Cuando haces la guerra contra ShinRa usas lo que sea. Las patatas reducen la salida de gases de una pistola, así que sirven de silenciador.



Érissen, una vez acabada la adrenalina, volvió poco a poco al estado de depresión en el que estaba sumido.


- Mataron a Sarah…
- Yo tengo doscientos kilos de cadáver en mi cocina…


Érissen la miró extrañado.

- ¿Qué pasa? ¿No era un concurso de obviedades? Mira Érissen, a ti aun no te han matado, y no será por que no lo han intentado. ¿Hai? Busquemos ese refugio juntos, y desde ahí, podremos seguir conversando sin miedo a que nos interrumpa una putón rebozada en latex, por favor. Me replantearé ahí si hablar con Jonás… ¿Pero que miras? ¡Nos vamos! ¡YA!






A las cuatro horas de jornada en punto, Theodor salió del almacén con las listas de stock sujetas con dos clips a la superficie de cartón piedra de una carpeta que a su vez cogía con agarre titánico con su mano izquierda. Con la derecha trataba de alisarse un poco el pelo. No tardó en advertir que ahí estaba ella, como cada día, solo que esta vez estaba decidido a verla algo mas de los dos segundos habituales. Entregó las listas una a una a los dependientes, en riguroso orden autoimpuesto. Para cualquier otra persona hubiera resultado más fácil ir a hablar con ella nada mas verla, pero no para él, quería dejar todo en perfecto estado antes de aventurarse a salir de la rutina diaria, quería sentir que había dejado todo en armonía, quería aspirar una última bocanada de orden antes de adentrarse en algo que, por primera vez, no sabía como acabaría. Pero no podía ser casualidad, era el destino aquello que les había llevado a reunirse. Entregó la última de las listas, y tranquilamente, con paso pausado, fue dirigiéndose hacia el límite que la vida había elegido inponerle: El expositor de zapatos de tacón de aguja, tras el cual al fin podría ver el rostro de aquella persona que era como el, aquella que poseía la llave de su celda y la había abierto hace tiempo, y ahora él se atrevía a cruzarla para reunirse con…


- ¡PERO QUE COOOOOOOOOOJO…!


Theodor el soso, Theodor el eterno mozo de almacén, Theodor el justiciero de despertadores, estaba enamorado de… Un maniquí. Un precioso maniquí muy realista de pelo cortado a mitad que lucía ese día un elegante vestido rojo. Eso fue algo que superó aquello que una muerte de una madre no pudo, ni creía que un gigantesco meteorito destructor fuera a poder: Lo desquició. Theodor gritó y pateó el maniquí y todo lo que encontró a su paso ante la aterrada mirada de todos los clientes, los cuales depositaron lo que hubieran sido sus futuras compras y salieron huyendo de la tienda antes de que ese demente con un uniforme tan feo les partiera la nariz con uno de sus aspavientos. Uno de los dependientes jóvenes, Chein Terrance, quien había intentado detenerle al grito de “¡Quieto chiflado de mierda!” ya yacía en el suelo por esa misma causa, agarrando su tabique nasal entre grititos de dolor. No se volvió a saber nada de el eterno mozo de almacén en Helen&Star, sector 4. Un transeúnte informó mas adelante a la policía que había visto salir por la puerta trasera a toda velocidad, como si el edificio estuviera en llamas, a un tipo con gorra y traje a rayas que no paraba de gritar que perdía el tren.


La prisión no estaba mal, después de todo.