miércoles, 28 de abril de 2010

211

-Te digo que si los hielos son demasiado grandes el alcohol no se mezcla bien.
-Y yo te digo que la chatarra que tengo por máquina hace los hielos así y punto.

Ocho de la tarde en Blackson’s, un bar elegante, dentro de lo que cabe, de Mercado Muro. Es elegante por varias razones, como que los vasos están perfectamente limpios, la gente no se queda pegada a la barra o que los frutos secos que te ponen a veces no caducaron hace un año. Pero sobre todo destaca la galería de licores que reposan en inestables estanterías, en antiguas botellas de cristal cuya etiqueta ha perdido su color e incluso ha sido mordisqueada por ratones en oscuras bodegas. Distintos rones de Costa del Sol, tan oscuros como las manos que lo mimaron, magníficos licores de flores recogidas en Wutai… El orgullo de un hombre sibarita que en un tiempo viajó de aquí para allá deleitándose con las más diversas bebidas, pero que ahora las vendía en pequeñas copas para mantener un techo donde dormir. Su idea fue montar un bar y disfrutar sus tesoros entre amigos, tomando un buen copazo de whiskey o cogiéndose una cogorza a base de un licor cuya fruta creció cerca de un reactor Mako. Pero con el tiempo los amigos se murieron de sobredosis, se casaron o simplemente se largaron de Midgar.
Cual cuadro tenebrista propio del barroco, todo el bar parecía en absoluta oscuridad salvo una sección de la barra, en la que conversaban dos personas. Los demás parroquianos, antes sentados en los amplios sofás, discutiendo sobre banalidades o leyendo el periódico, parecían estar callados por alguna razón, dando pequeños sorbos a su taza de café y mirando de reojo al dueño del bar y su acompañante.
La barra barnizada con tono ambarino, una copa y una botella con un líquido amarillento y las bombillas arrojando luces doradas conformaban la gama de colores del tapiz. Más allá del bodegón, las dos personas charlaban tranquilamente. El dueño, pasando un trapo por la madera, enarcaba las pobladas cejas y asentía a su interlocutor. No alcanzaba los cuarenta, pero su calva lanzando destellos y su barriga apretando los botones de la camisa negra, dejaba claro que su vida era monótona y descuidada. Tenía una cara grande y redonda, con una nariz ancha que respiraba de manera brusca y un cuello que enrojecía al mínimo contacto.

-Pero Jack, es que no puedes presumir de tal colección de licores si luego no se pueden degustar en su máxima expresión…
-Hace tiempo que eso me la suda Arguish… ¡De qué me sirve servir de lo mejor si va a venir cualquier gilipollas y lo va a mezclar con un refresco de naranja!

Jack se dio cuenta del error y se mordió la lengua, pero le bastó con levantar un poco la mirada para ver que tres personas volvieron a sus cosas disimulando y otras dos se marcharon ofendidas. Resopló y miró a su compañero.

-No te molestes en pedir disculpas mi querido barman, la gente es así. Escucha conversaciones que no les incumben y después se hacen las víctimas- el cliente echó un suave sorbo a su vaso y lo volvió a dejar sobre su correspondiente posavasos, señalando con su índice izquierdo a una botella con cordón de terciopelo- Alcánzame esa botella por favor.
-¿Para qué?-preguntó el camarero con cierta desconfianza- Ya te he servido.
-Tengo la ligera impresión de que si añado un poco de esa botella, esto estará mucho mejor- explicó agitando su vaso.
-Ni hablar.
-Oh venga, esto no es lo mismo que mezclar un refresco de naranja, quiero mezclar este magnífico licor de avellana con un poco de aquella botella del cordón tan bonito.
-¡Que he dicho que no copón!


Entonces llega el momento de levantar el telón, de destapar la bandeja, de abrir la caja con interrogante. Es como si una cámara ficticia hubiese estado observando la situación, grabando el escenario, los gestos… Pero siempre enfocando al mismo sitio, aquél tapiz barroco en el que uno de ellos nos da la espalda y el otro dirige la mirada al espectador. Ahora la cámara se mueve lentamente, como si tuviese un par de pequeñas alas o un ligero motor acoplado. Se va acercando con ritmo constante, ya podemos ver como va vestido el que se hace llamar Arguish. Está sentado en un taburete de cuero blanco, al igual que los sofás, con los pies apoyados en una fina barra de metal. Su espalda es amplia, nuestro teleobjetivo se sitúa sobre sus hombros mostrándonos una cara chaqueta americana de un perfecto negro; le queda un poco larga, pues el final termina colgando y tapa prácticamente el cuero blanco del taburete. Pero de todas formas es un hombre bastante alto y su cabeza supera prácticamente la altura a la que están las pequeñas bombillas de la barra, así que su rostro permanece en una misteriosa penumbra. Nuestra cámara imaginaria decide resolver el misterio y comienza a girar en torno a él hasta colocarse de espaldas al camarero, encuadrando un contrapicado del rostro misterioso. La americana va acompañada con su camisa blanca de rigor, abrochada hasta su último botón, y una corbata pintoresca que alterna franjas de color blanco y rojo, apretada con un nudo doble.
Y simplemente, cuando todos están expectantes, se quedan más extrañados que antes.
No hay rostro.
En efecto, no hay rostro, sino una máscara de látex que lo cubre. Es un plástico fino y translúcido, incluso se adivina ligeramente una barba de dos días bajo el color óseo que lo recubre. ¿Por qué están los demás clientes tan incómodos con su presencia? He ahí la respuesta. Aquella máscara de látex no emula otra cosa que una blanca calavera ceñida al cuello. Bajo ella se averiguan perfectamente sus rasgos, una mandíbula ancha y una nariz no muy grande, pero con el tabique torcido. Los ojos son dos simples círculos negros incapaces de mostrar expresión alguna; en algún dibujo, en alguna figura, el hecho de inclinar más o menos una línea te da ya la posibilidad de crear alguna expresividad, ya sea alegría, enfado, llanto… Pero esos ojos son distintos, castigados a no mostrar gesto alguno. La boca, cuya línea recta de la mandíbula superior no hace más que parecer una siniestra sonrisa, además tiene una pequeña abertura por donde asoman las comisuras de los labios, gruesos y mordidos, y unos dientes blancos que no hacen más que jugar de lado a lado con un chupa-chups de fresa, a juego con su vistosa corbata.


-Oh, ya sé lo que pasa… -intuyó Arguish sacándose el chupa-chups de la boca y señalándole con él.
-¿El qué?
-Sabía que había algo, lo sabía desde el primer día que vine aquí… Me ha costado un mes averiguarlo pero te he pillado Jack- Sus ojos negros seguían inmóviles, pero bajo la máscara era evidente su mirada burlona y su sonrisa victoriosa- Esa botella no es cómo las demás, tiene algo de diferente… ¿Me equivoco?

La víctima del descubrimiento dejó caer los hombros y soltó un largo soplido, cual delincuente se da por vencido cuando ve una grabación de su fechoría.

-No, no te equivocas.

Una sonora pero escueta carcajada resonó en las oscuras paredes del Blackson’s y los demás clientes sintieron un escalofrío en todo su cuerpo. No era porque hiciese frío, no era porque los asientos les hubiesen dado a cada uno un calambrazo, sino porque aquél hombre daba palmadas en la mesa y reía a pleno pulmón, dejando ver su propia boca bajo la de la máscara.
Sencillos y absurdos prejuicios corrompiendo sus entrañas… A Arguish no le hacía falta darse la vuelta para saber qué cara tenía cada uno, los gestos que ponían, los desvaríos que les pasaban por la cabeza. Da igual que fuese un honrado empresario que había decidido tomarse una copa, que tal vez fuese un soldado retirado, un físico teórico que había contribuido al correcto uso del Mako, un héroe que arriesgó su vida repartiendo medicamentos tanto a soldados de Wutai como de Shin-Ra… Yonqui, traficante, asesino a sueldo, mafioso, putero… Era lo más fácil, para qué complicarse más, joder, que era un tío enorme con una calavera en la puta cabeza.
Arguish tosió un par de veces, echó un leve sorbo a su vaso y volvió a meterse el caramelo en la boca.

-¿Y cuál es el misterio de esa botella?
-No hay nada que contar…
-Anda, no seas así, si apenas hay gente ya en el bar.
-¡Claro! Yo tengo que hacer como que tú eres el hombre más normal del mundo sin rechistar y yo te tengo que contar todo lo que me pidas…
-¿Acaso me has preguntado por qué voy así?
-Está bien… ¿Por qué vas así?
-No te lo voy a decir.
-Te odio.

En ese momento la única pareja de clientes restantes decidió que era momento de marcharse y se acercaron a la barra con sus vasos aún por la mitad. Uno de ellos, con el pelo rapado, la nariz y las cejas llenas de piercings y una camiseta tan ajustada como sus brazos llenos de vitaminas se lo permitían sin romperse, tuvo el coraje de situarse junto a Arguish y dirigirle miradas furtivas mientras su compañero, con las mismas pintas llamaba la atención de Jack.

-¿Nos lo puedes poner en vasos de plástico?- solicitó cuando el camarero se les acercó.

Jack puso mala cara, sacó unos vasos estrechos de plástico transparente y echó el vodka de las elegantes copas cuadradas sin tener cuidado de si se caía algo fuera. Arguish se inclinó ligeramente hacia la derecha, miró a aquél chaval por encima de su hombro y soltó un bufido hinchando los carrillos. “El gesto indicado en el momento indicado hace saltar muchos resortes.” Eso lo sabía muy bien Arguish, que observaba la reacción del joven sin que se diese cuenta, mirando al frente, hacia un pequeño espejo que colgaba en la pared. Entonces la víctima de su pequeño juego hizo lo que esperaba que hiciese, esperó unos segundos después del bufido y volvió a observarle de reojo, esta vez con una ceja levantada. Entonces el hombre calavera giró su taburete todo lo rápido que pudo y se quedó frente a frente.

-¿Pasa algo?
-N-no…-aquella pregunta le pilló de improvisto, pero tampoco se echó atrás. Ante él tenía a alguien que le sacaba dos cabezas y cuya máscara podía expresar de todo y a la vez nada. Aún así, su orgullo no le permitía echarse atrás- Es que… Con ese traje… Pensaba que eras un Turco.
-¿Podría un Turco hacer esto?

>Con los vasos de plástico servidos en la barra, Arguish levantó el brazo derecho y su mano, con la palma abierta, cruzó el aire como un obús hasta impactar en la nuca del joven. La colleja sonó como un látigo y le empujó hacia delante hasta tirar las bebidas con la cara; cuatro dedos perfectamente marcados en el cuello del muchacho, las lágrimas costosamente retenidas en los ojos marrones, su amigo sin atreverse a levantar la mirada del suelo y Jack maldiciendo y limpiando el vodka derramado con una bayeta.
A Arguish le estaba costando un infierno contener la risa, mordiendo el palo de chupa-chups con fuerza. Se imaginaba perfectamente todo lo que le rondaba a aquel chaval por la cabeza, veía cómo apretaba los dientes y tensaba los nudillos, pero no le quedaba más remedio que tragar y agachar la cabeza. ¿Estaba un turco en su derecho de asestarle semejante hostia? Por supuesto. Y no podía arriesgarse a descubrir si de verdad era un agente de Shin-Ra o no.
Con el orgullo herido, giró sobre sus pies y se marchó sin su vodka y el cuello rojo, seguido de su indeciso amigo; así que el Blackson’s quedó vacío a las diez de la noche y Arguish se tiró sobre la barra desternillándose de la risa.

-Jajaja… ¿Has visto qué leche le he dado?
-¿No eres de Turk verdad?
-¡Qué coño voy a ser yo de esos!

Al barman se le contagió la risa y cogió la botella misteriosa junto con un vaso de vidrio rojizo lleno de arañazos y muescas.

-Este vaso me acompañó durante quince años por todo el mundo. Se lo compré a un vagabundo del sector 6 por un guil diciendo que lo fabricó soplando y moldeando una extraña esfera de color rojo- se echó un par de hielos y quitó el enmohecido corcho de la botella, aspirando el aroma encerrado en ella durante largo tiempo.
-¿Me estás diciendo que ese vaso fue una materia invocar?
-Ni más ni menos. En cambio, este licor… En uno de mis viajes me vi envuelto en la peor tormenta que he presenciado en toda mi vida. Al salir de Kalm ya me advirtieron de que el tiempo estaba cambiando, pero ignoré sus consejos. A media mañana comenzaron a formarse nubes en el horizonte, unas nubes bajas y vaporosas. Cuando me quise dar cuenta tenía sobre mí un cielo totalmente gris y turbulento y se levantó un viento que formaba remolinos aquí y allá. Te lo juro Arguish, era la naturaleza en estado puro. El viento parecía un grupo de camorristas zarandeándome de un lado a otro, el cielo parecía romperse a cada nuevo trueno… Yo ya pensaba que no llegaba a Midgar, que en cualquier momento me caía un rayo en la puta cabeza. Y es que encima, no sé cómo todavía, me perdí.
-¿Te perdiste de camino a Midgar?
-Ya se que suena absurdo, pero pronto empezó a anochecer y yo estaba bajo un jodido árbol esperando a que escampase. El suelo embarrado, charcos gigantescos, unas gotas tan grandes como canicas… Yo ya pensaba que me iba a dar una hipotermia o algo, tenía la ropa tan calada que el agua simplemente resbalaba por ella. El caso es que cuando ya era prácticamente de noche, vi una pequeña luz a lo lejos. Resultó ser una mujer con un pequeño candil, enfundada en un yukata de color caqui y un paraguas de color rojo.
-Eso te lo estás inventando…
-¿Me dejas seguir o no? Te juro por todo el alcohol de este bar que pasó de verdad.
-Continúa, continúa… Pero dame otro chupa-chups de esos que tienes ahí, que se me ha acabado este.
-Anda que eres raro… ¿Y ese vicio por los caramelos?- preguntó Jack sacando de un tarro de cristal un dulce de fresa.
-Saben mejor que el tabaco...
-Bueno…- continuó Jack, que había alargado el silencio para esperar una respuesta más extensa- Pues ella se acercó hasta mí y me cogió de la mano. Era una joven preciosa, de veinte años tal vez. Tenía el pelo, de un castaño color miel, recogido con una coleta, pero un par de mechones le caían empapados sobre la frente. Su piel era pálida y junto a la lluvia y la luz del candil, parecía frágil y suave.
-Se te da bien relatar eh…
-¿Quieres dejar de interrumpirme? El caso es que se me quedó mirando un buen rato y después tiró de mi brazo con fuerza. Sin que me diese cuenta estábamos corriendo por el bosque, sin poder ver apenas lo que había delante por culpa de la lluvia. Aquella chica tenía una agilidad impresionante, parecía saberse la posición de cada árbol, de cada piedra que podría hacerte tropezar, de cada desnivel… Imagínate yo, con una mochilla hasta arriba de frascos y botellas de alcohol, pocas veces lo he pasado tan mal. Aún así conseguía seguirla el ritmo, conseguía ser igual de rápido que ella con tal de que no soltara mi mano, como si el hecho de separarnos durante el trayecto supusiese que no volvería a verla jamás. Entonces apareció de repente una sencilla cabaña de madera de la nada, entre una salvaje vegetación tan verde que contrastaba con la oscuridad de la tormenta. Un escalón, una veranda, un tejado hecho con unas cuantas ramas… Entramos atropelladamente y yo caí rendido sobre la mohosa madera con los pulmones casi fuera. Yo la dije “muchas gracias por ayudarme”, pero ella ya estaba ajetreada como si aquella choza fuese su casa. Sacó una materia piro de entre los ropajes… Sí, no me mires así, no sé de dónde la sacaría pero tenía una materia piro. Entonces salió de nuevo cubriéndose la cabeza con las manos y volvió con unas cuantas ramas; las tiró en el centro del oscuro cuarto y te juro que las prendió aporreando el suelo con la materia. Al cuarto golpe salieron unas cuantas chispas y al quinto un chorro de fuego formó la hoguera. Yo quería ayudar de alguna manera pero ella no dejaba de moverse de manera sistemática y con una precisión que sólo podía haber heredado de la experiencia. Después fue hasta una esquina, levantó una tabla y sacó dos pasteles de arroz y un pequeño recipiente de madera con tapón, tallada de manera inexperta.
-¿Y eso era el licor que tenemos aquí delante?
-Así es, pero déjame acabar. Yo le agradecí mil veces su amabilidad, pero ella simplemente se quedaba quieta, mirándome fijamente con una sonrisa tan pura e inocente… Allí estuvimos, junto al fuego, mientras fuera, el bosque se convertía en una mancha totalmente negra y uniforme. Pues fue ofrecerme ella echar un trago y caí totalmente inconsciente. En el mismo momento en el que volqué su contenido por mi garganta, perdí el conocimiento. Además, fue una noche muy confusa, no sé si era que tenía fiebre por culpa de la lluvia o es que el alcohol realmente me había sentado tan mal, pero entre el sueño y la vigilia no hacía más que oír voces, gritos, susurros, llantos, risas… Desperté al día siguiente con cierta pereza. Esperaba algo de resaca o tal vez dolor de cabeza, pero era al contrario, me sentía totalmente reconfortado… ¿Quieres saber el verdadero secreto de este licor?
-¡Joder Jack, te he aguantado hablando durante media hora, cuéntamelo ya!

El barman se sacó un mechero del bolsillo de la camisa y lo suspendió en el aire con una sonrisa del que sabe que está generando expectación.

-Cuando desperté, salí de aquella caseta que había resistido la fuerza de semejante tormenta con vehemencia y busqué a aquella chica. La encontré unos metros más lejos agachada en la hierba, recogiendo flores de distintos colores y tamaños. Yo me acerqué con disimulo y ella me respondió con una de sus sonrisas inocentes- dicho esto, Jack giró la rueda del mechero y acercó la llama a la bebida. El alcohol prendió al instante, pero con un color verdoso intenso, casi fosforescente- En aquel bosque, tras la caseta, aquella chica recogía flores que luego hacía fermentar. Pero esas flores no crecían en cualquier sitio, sino que, formando un corro, se elevaban enérgicamente en torno a una minúscula brecha en la tierra. Una brecha que brillaba con un intenso y fluctuante color verde…

Arguish se echó para atrás y la máscara se estiró, formando una gran O en la abertura de la boca y dejando caer sin querer su querido chupa-chups.

-No puede ser…
-Exacto, corriente vital atrapada en este licor. Ahora dejemos de hablar tanto y brindemos con ello joder…- Arguish se bebió lo que quedaba en su copa y Jack le echó un escaso chorro de su tesoro, flambeándolo como había hecho con el suyo. Ambos brindaron y el líquido bajó por sus gaznates de un tirón- Y bien… ¿Qué te ha parecido?
-Pues la historia es verdaderamente bonita… ¡Pero esto está podidamente asqueroso! Ahí te quedas, otro día me cuentas qué pasó con aquella chica de los bosques.
-¡Que te jodan Arguish! No te vuelvo a dejar probar nada jamás- pero su último cliente de la noche ya había bajado del taburete y se despedía de él agitando la mano- ¡Y tú algún día me dirás por qué coño llevas esa ropa y esa máscara!


Ya por la noche las calles cambiaban totalmente. Mercado Muro seguía con su ritmo frenético, con sus luces caóticas por allí y sus prostitutas por allá, pero bastaba con alejarse unas cuantas calles para envolverse en una urbe solitaria y silenciosa.
En su paseo hacia ningún lado, Arguish apenas se encontró con gente, tan sólo un grupo de amigos que marchaba hacia la estación de trenes con ritmo hebrio y una pareja que, poseídos por las hormonas, les pareció conveniente ponerse a follar en una esquina hasta que se dieron cuenta de que un tío enorme con cara de calavera les observaba sin apartar la mirada. Ella pegó un grito tremendo y cayó al suelo al intentar echar a correr y tropezarse con las bragas; él la ayudó a levantarse y ambos se largaron a paso ligero por un callejón.

-¡Por mí no os cortéis eh…!

Arguish siguió a lo suyo caminando con las manos en los bolsillos. Se pasaba la lengua por los labios continuamente y tragaba saliva con cierto placer. La verdad es que aquél chupito le había encantado, no había probado algo similar nunca. Sentía la potencia del alcohol aún rascando su garganta, pero aquél cosquilleo reposó un momento en estómago y fue extendiéndose por todo su cuerpo después. Sin duda haría lo que fuese con tal de que Jack le volviese a dejar beber de aquél brebaje espirituoso.
Caminaba imaginándose a si mismo en aquél bosque bajo la tormenta, respirando aquél aroma tan delicioso de la hierba mojada y la corteza húmeda, que apenas se dio cuenta de que frente a él habían aparecido cuatro personas.

-Perdonen caballeros, pero me bloquean el… ¡Anda, si vosotros sois los dos que estaban en el bar antes!

En efecto, los dos jóvenes con ropas ajustadas, orejas llenas de pendientes y cabeza rapada que se fueron intimidados del Blackson’s estaban allí con los brazos cruzados. Sólo que ahora estaban respaldados por otros dos grandullones, cual camorristas ansiando su zurra diaria. Todos llevaban una ropa y un estilo parecido, uno con un brazo totalmente tatuado, otro con varios tubos metálicos que le atravesaban la nariz…

-Tú no eres turco… -se aventuró a decir el que fuera el compañero del golpeado en el bar. Ahora se sentía protegido entre los suyos, pero su voz no dejaba de ser débil. Desde luego aquél no era el líder del grupo.
-Sí lo soy- contestó simplemente Argish.
-Enséñanos la placa- el más grande de todos, el del brazo tatuado, habló con una voz torpe y lenta, pero que destacaba sobre todas las demás.
-Caballeros…- Argish estaba totalmente sereno, viendo a través de su máscara todas y cada una de las expresiones y gestos que ponían, leyendo perfectamente sus posibles reacciones- Obviemos el hecho de que a simple vista parezco un hombre peligroso, con traje de marca y una calavera que cubre mi bello rostro. Obviemos también que pueda llevar un arma bajo la chaqueta y que en cualquier momento os pueda coser a tiros. Voy a ser sincero caballeros, no soy turco…- entonces levantó el brazo y señaló con el dedo índice una señal de stop situada en la esquina de la acera de enfrente- Pero mi amigo sí y él si que es peligroso.
-Ahí no hay nada gilipollas- este vez fue la víctima de su colleja la que habló, sacando pecho con claro gesto de resquemor.
-Claro que sí. ¿No le veis? Ahí, atado a la señal con una cadena. Lo que pasa es que es bastante más informal que yo. Lleva la misma corbata que yo, pero ni siquiera la lleva anudada… Y su camisa, bueno, la lleva totalmente arrugada… También lleva una máscara, pero tiene mucho peor gusto que yo, es una de esas máscaras que se usan en las orgías de masoquismo y esas cosas… Yo ya le he dicho que no me gusta nada, pero él insiste en llevarla…
-¿No está vacilando?-preguntó de nuevo el grandullón tatuado a sus amigos.
-Yo no miento señores. Lo que pasa es que es mi amigo imaginario, pero bueno…- los muchachos estaban a punto de abalanzarse a por él y lo sabía, así que tranquilamente, y prologando el silencio que había creado, se llevó la mano a un bolsillo interior de la chaqueta. Sacó una pulcra pitillera metálica y sacó de ella un nuevo chupa-chups. Después hundió las manos en los bolsillos del pantalón con toda la calma que le era posible y los volvió a sacar con dos puños americanos en cada una, de color dorando aunque totalmente desgastado- Que no exista para vosotros no quiere decir que no exista… ¿No? Venga, acabemos con esto cuanto antes que me está pidiendo que le desate.

No hubo falta más palabras, el más canijo de los cuatro, harto de tanta palabrería absurda, corrió hacia él. Argish echó a un lado el chupa-chups en el interior de su boca y adoptó una posición de boxeo con sus armas en los nudillos. El chaval no conocía más allá de las simples peleas callejeras, donde lo importante era pegar más que el otro sin importar lo que recibieras, así que a Arguish no le costó ni un suspiro. Esquivó el primer puñetazo moviéndose rápidamente hacia la izquierda, desvió el brazo del contrario para desequilibrarle y hundió el metal de su mano derecha en estómago del rival. El chico despegó los pies del suelo por un momento y se elevó medio metro en el aire con el puño de Arguish aún apretándole. Al caer vomitó en el acto y después perdió el conocimiento.

-Caballeros, atended aquí por favor- les dijo llamando su atención. Arguish mostró el interior de su chaqueta; en uno de los bolsillos estaba la pitillera con los caramelos, pero en la otra todavía surgía un tímido brillo amarillo- Esto de aquí es materia, en concreto, materia golpe mortal. Con vuestro amigo me he contenido, pero si buscáis más leña… La tendréis.

Aquellos chicos no atendían a razones. Al hecho de haber pegado a uno de sus amigos, ahora se le unía el que el más grande de todos había dado un paso hacia delante, así que el resto se vio con suficientes ganas y energías como para dar una paliza a Arguish. El primero de ellos, el de la nariz perforada, intentó tirarle al suelo agarrándole por la cintura, pero el puño del enmascarado bajó hasta su coronilla y le dejó fuera de batalla nada más empezar. El cuerpo sin conocimiento le sirvió para empujarlo contra el resto de luchadores, que se vieron indefensos al intentar agarrar a su amigo. Ese fue tiempo suficiente para que Argish saltase sobre el que había vomitado y acabase propinando una patada en los riñones al que iba con una camiseta de tirantes negra. La materia brilló bajo la chaqueta y el chico salió despedido hasta chocar contra una farola cuatro metros más lejos. Las cosas estaban mal para ellos, así que el gorila del grupo decidió pasar a mayores sacando una navaja mariposa.

-Muchacho… Eso no te va a servir de nada.

Y en efecto así ocurrió. Aquél contrincante era igual de alto que él e incluso más ancho, pero carecía de la agilidad necesaria. Primero intentó sacarle las tripas con un tajo horizontal, pero Arguish se echó hacia atrás. Después dibujó una diagonal hacia arriba con la cuchilla, pero de nuevo consiguió esquivarla y el metal del puño americano rompió cúbito y radio desgarrando músculo de por medio. El enmascarado ignoró sus gritos de dolor y le asestó otro puñetazo en la cara, arrancando la mandíbula y deformando parte del cráneo.
Ahora ya solo quedaba el más miedoso de los cuatro, el que no sabía si quedarse ahí e intentar ayudar a sus amigos o salir corriendo y abandonarles a su suerte. Arguish se agachó y tomó prestada la navaja, que se había caído al romperle el brazo al grande. Temblando de arriba abajo, se encontró con un Arguish distinto al del bar, con una sombra más alargada, más siniestro, respirando agitadamente y con una sonrisa que incluso se veía a través del látex. Sintió cómo su cuello se oprimía y sus pies se levantaban del suelo, sentía que le faltaba el aire y que por primera y última vez era más alto que aquél asesino.

-A mi amigo imaginario le van mucho estas cosas, pero yo no soy muy partidario… ¿Sabes lo que me está gritando desde el otro lado de la calle? Que te raje de arriba abajo, que te deje morir sujetándote las tripas o demás aberraciones que son realmente asquerosas. Yo odio esas cosas, de verdad, pero es que si no le hago caso de vez en cuando… Pues se vuelve un pesado. Así que ya lo siento.

Clavó la navaja justo bajo el esternón y bajó como si fuese una cremallera. Entonces dejó de asfixiarle y lo lanzó al suelo, viendo cómo los intestinos se manchaban con la suciedad de la acera, cómo intentaba metérselos de nuevo y tapar con unos dedos cada vez más débiles el enorme tajazo. Pasados unos minutos la calle volvía a estar en silencio, pero con más de diez litros de sangre desparramados en el cemento.
Arguish sacó un minúsculo PHS del pantalón y marcó un número de trece cifras. Esperó paseando por la calle, teniendo cuidado de que la sangre no manchase sus caros zapatos, hasta que una voz modulada le contestó al otro lado de la línea.

-¿Qué ocurre?
-Necesito limpiar una calle cerca de Mercado Muro. Dos muertos, tal vez tres no sé… Tiene una brecha muy fea en la coronilla.
-Eso te costará…
-ya lo sé joder, pero qué remedio…
-Está bien, ten una buena noche, del resto nos ocupamos nosotros.

Arguish resopló y colgó, echó un último vistazo a la escena y cruzó la carretera para acercarse hasta la señal de stop. Hizo como que desataba una cadena invisible de la barra metálica y comenzó a andar de nuevo.

-Ya has tenido tu puto espectáculo, así que calladito. ¡Qué puto asco me das…!



Noche cerrada cerca de Mercado Muro, más bien ya altas horas de la madrugada. Un hombre vestido con americana negra y camisa blanca, acompañada de una corbata que recuerda a un caramelo de fresa y nata, una máscara de látex con forma de calavera y un palillo de plástico entre sus dientes camina hacia su casa. Parece cansado, tal vez ha tenido una noche ajetreada. Sólo tiene ganas de llegar a la cama y caer rendido en el colchón. Antes de llegar a su casa ya está sacando las llaves y juega dando vueltas a una arandela que tiene por llavero. Cuando llega a su portal, ve a un hombre de piel tostada hecho un ovillo, durmiendo. Se agacha y le zarandea hasta que despierta. Tras unos segundos de incertidumbre, el joven se levanta y le ofrece la mano.

-¿Fuiste tú quien me dio esta dirección?
-Y tú eres…- el hombre enmascarado parece desconcertado.
-Maximiliam… Max White. Es que verás, aquella noche estaba borracho y no me acuerdo de nada, pero… Creo que fuiste tú quien me dijo que sabía cosas de Callisto.
-¡Ahh! Sí, ya sé quien eres. Pasa, pasa, como si estuvieses en tu casa.

sábado, 17 de abril de 2010

210

- Mirad, parece que va a haber bronca… - dijo uno de los tipos trajeados, mientras posaba la botella y observaba el fondo del local. Los otros dos parroquianos a su lado se volvieron un poco y centraron su mirada en el espacio reducido entre dos de las mesas de billar.
Estaba con sus compañeros de facultad, como cada jueves… sólo que no era jueves en absoluto. Desde su despido, con demasiado tiempo libre en su haber, y con ganas de evitar en lo posible a su esposa, el científico (ex científico, como se recordaba a menudo) quedaba más con los amigos. Elliot no tenía intención de contarle a Marie nada sobre su ignominiosa marcha de la compañía. Se le había pasado por la cabeza disimular y seguir con la misma rutina de siempre, para ahorrarse preguntas incómodas, pero al final lo había descartado. No podía dejar pasar la ocasión de dormir más, sobre todo teniendo en cuenta que le costaba cada vez más conciliar el sueño. Así que había dejado de madrugar.

Al preguntarle Marie sobre ese cambio de horario, Elliot se dio la vuelta, para que no le viera la cara.
- Ah… es que con todo el lío del cañón, y el estado de excepción… pues se ve que nos han reducido la jornada, y entramos más tarde.
Sorprendida, pero confiada, Marie se había alegrado por él. Como todas las mañanas, ella tendría que acudir a su cita con la redacción, pero aquel día no le importó llegar algo más tarde. Marie le abrazó, dejando caer el ondulado río negro de su cabello sobre su hombro y enlazando las manos por delante de él. Elliot las cogió entre las suyas y las besó, secretamente consolado en aquel abrazo.
- Bueno, estos días parecía que estabas como más inquieto. Puede que tener menos horas de trabajo te siente bien. Ojalá yo también pudiera ir más tarde - susurraba mientras le rodeaba con los brazos, besándole -. Y más lástima aún que no me den vacaciones. Tengo días libres, pero estamos hasta arriba. A este paso, no sé cuándo podremos hacer ese viaje, con la ilusión que te hacía - había contado haciendo un mohín. Le besó de nuevo y, con reticencia, se apartó de él para ir a trabajar, no sin despedirse.
Cierto, habían planeado hacía ya tiempo un viaje, como una segunda luna de miel. El destino era un hotelito en Costa del Sol, o quizá una escapada al Gold Saucer. Algo típico, pero siempre agradecido. Elliot sólo había ido al Gold Saucer un par de veces, de pequeño y tenía ganas de volver. Le encantaba pasearse por Wonder Square, y también era aficionado a los sustos del hotel que había en el interior del parque. A despecho de sus aventuras, Elliot deseaba con toda el alma hacer ese viaje con ella. Casi se sintió agradecido con su ahora silencioso chantajista; desde que había llegado su primer mensaje, había dejado de tener esas “excursiones”, y estaba más en casa, cosa que la encantaba. En eso pensaba, mientras sus pupilas reflejaban continuamente la desaparición de las burbujas en la cerveza, cuando la voz de Sigurd le sacó de su ensimismamiento.

- ¿Tío, estás bien?
- Has estado completamente ido desde que nos sirvieron. Diría que tu nivel de patetismo ha subido un 50% y sería quedarme corto
- soltó Edmond con una risita.
Elliot se apartó un mechón castaño de la cara y se puso de espaldas a la barra. Dos de sus amigos le observaban preocupados, y otro, preocupado y conteniendo mal la risa por su comentario. Era una panda en la que había de todo dentro de un abanico de edades limitado. Sigurd Lander era su viejo compañero de cuarto; de su misma edad, había empezado los mismos estudios que Elliot, pero aunque tenía buena cabeza para los números, lo del mako no se le daba bien, y en lugar de en un laboratorio, había terminado como uno de los administrativos de la compañía. No estaba casado, aunque tenía pareja estable. Posiblemente, de los tres, fuera el más cercano a Elliot, y el que mejor comprendía lo que le pasaba por la cabeza.
Luego estaba el más joven de los tres: Edmond Clerk, un sujeto relativamente alto y esbelto, con una increíble habilidad tanto manual como verbal. Muchas veces se habían librado de broncas, tanto en el instituto como más adelante, gracias a su verborrea (aunque ésta también les metía en líos a menudo). Cuando su palabrería no bastaba, era más que capaz de vérselas con cualquiera, pero le gustaba más ganar batallas con el ingenio. Jugador, bebedor y aventurero, decía que trabajaba en una cadena de montaje, pero no como obrero, sino como supervisor, algo que no creía casi nadie cuando lo contaba.
Finalmente, siempre envuelto en humo, Ranier C. Hind, el mayor, un tipo algo bajo, ancho de hombros, atildado y serio. Hablaba poco, salvo con sus amigos. Tenía por costumbre expresarse de forma completamente pasada de moda o definitivamente arcaica, una de sus no pocas rarezas. Había estudiado historia y lengua, algo que no dejaba de ejercitar, y muchas veces Edmond hacía traducciones no siempre correctas (¡y lo que se reía cuando le creían!) cuando alguien decía no entenderlo. No hacía mucho que había abierto su propia librería, tras años de currar en una de ellas. Pese a su rara parlamenta y gusto por el tabaco caro, era buen tipo, y había tenido concurso en muchas de las correrías de los otros tres. Cuando necesitaban algo y Edmond no podía conseguirlo, normalmente era Ranier, el de posición más acomodada, quien se encargaba de todo.

Estaban los tres trajeados, como era propio al salir de sus respectivos horarios, y destacaban bastante. Sigurd estaba tal cual iba en la oficina, mientras que Edmond tenía la chaqueta abierta, los dos primeros botones de la camisa desabrochados y la corbata le hacía un bulto en el bolsillo derecho de la primera. Ranier iba formal, pero sin corbata. Hacía rato se había quitado la gorra color marrón claro. Otra de sus peculiaridades era precisamente no llevar la cabeza descubierta salvo estando bajo techo. Elliot iba vestido de manera más informal; detestaba el traje, y si lo llevaba era a requerimiento de la empresa, de modo que ahora iba más a su gusto. Los cuatro compartían su bebida y vivencias cuando empezó a haber jaleo.

- Ah, conozco a ese tío moreno. Viene de cuando en cuando y a veces la lía justo en el mismo sitio.
- ¿Hace nada que la han vuelto a abrir y ya tenemos buscalíos?
– inquirió Sigurd.
- Tal parece- repuso Ranier secamente.
- ¿Cómo es que no le han echado ya? Conociendo a los gemelos, a poco que alborote le prohíben la entrada a él y sus monos…
- …Con las clavas de emergencia
… - puntuó Edmond.
- Poderoso caballero es don Dinero, que todas puertas abre y todas bocas cierra- sentenció Ranier en una de sus citas.
- Quizá les guste pagar tacos rotos, sí. Bueno, a ver si esta vez no… ¡Ouch! ¡Joder, eso tiene que hacer daño! - comentó Edmond, no sin alborozo. Han acababa de aplicarle al tipo moreno un bolazo en plena nuca.
- ¿Hacer daño? ¡Le ha collejeado con una bola de billar! ¡Eso no hace daño, directamente te revienta la cabeza! - exclamó Sigurd, llevándose inconscientemente la mano a la nuca.
- Pues aún se alza buscando más, y el fulano que le zurra gusta de dárselo.
-Elliot, te lo estás perdiendo…


Pero Elliot no estaba para nadie que no fuera la jarra de cerveza que había delante. Tenía la mirada perdida, como si buscara algo en una de las miles de burbujas doradas y, al desvanecerse esa, buscaba otra donde prender la vista. Mientras, Rolf zancadilleaba vilmente a uno de los pandilleros, para risa discreta de los tres compadres, que no perdían detalle. Al cabo, terminó la trifulca, saldada, a decir de Ranier, con buena mano de bastos servida para los pandilleros.
Una mano se posó en su hombro y le zarandeó suavemente.

- Oye, para ser la primera vez en tiempo que quedas con nosotros entre semana… - empezó Sig.
- Sin ser jueves… - apostilló Edmond, atento a todo, bebiendo a morro de la botella.
- … Sin ser jueves, sí, gracias, Ed. Pues eso, que te veo poco animado. ¿Ha pasado algo con Marie?
-No, aún no. Pero no sé lo que dirá cuando sepa que me han despedido. No, no se lo he dicho, y como a alguno se le ocurra comentarle algo se acuerda de mí - advirtió, cortando los posibles reproches -. Es complicado, ¿sabes? Buscar otro trabajo es lo de menos. Por poder, puedo meterme en cualquier sitio… pero es que todo, todo lo hecho hasta ahora, no ha servido de nada. Me revienta. Y me jode mucho más tener que decírselo a Marie. Pasé mucho tiempo sin prestarle atención por culpa de mi proyecto, metiendo horas y faltando de casa. Luego, años sin poder presentarlo, años de quejas que ha aguantado con paciencia de santa; y ahora me encuentro con que no tengo manera de hacerlo realidad y que se ha ido todo a la mierda. Trabajo, esfuerzo y tiempo, perdidos sin remedio para nada.

Edmond y Ranier se volvieron hacia ellos. Los tres colegas quedaron en silencio, mientras la trifulca a sus espaldas terminaba con tres tipejos inconscientes o dolientes, y un cuarto que ponía tierra de por medio. Por su lado pasó el bando ganador, en dirección a la puerta, mientras Aiden se llevaba la mano al bolsillo. A no tardar, entre él y Garth sacaron a los tipejos noqueados al callejón, quedándose con las caras por si volvían.

Pasó una hora en la que los compañeros siguieron en la taberna, comentando la pelea y otras minucias. Varios intentos de animar a Elliot se sucedieron, pero realmente había poco que decir. Tras una partida en una de las mesas de billar, ahora vacías, en la que Edmond apostó con Sigurd una ronda del copazo más caro del local, y el trasiego de dicha ronda (que pagó Sigurd, como era de prever), salieron del bar. Ya era hora de cada mochuelo a su olivo, que al día siguiente todos menos Elliot madrugaban. Todos vivían en la placa, pero de vez en cuando cambiaban de aires y bajaban a un par de sitios bien escogidos de los suburbios, como era el caso. Iban andando en dirección a la estación del sector 3, conversando. Ranier llevaba de nuevo puesta la gorra de piel y acababa de encenderse otro de sus caros cigarros.

***

Susurro se levantó una vez más. Llevaba aún el brazo en cabestrillo, y el torso vendado. A pesar de los avances médicos del departamento, los daños recibidos habían sido considerables y tardaría en volver al servicio activo, a decir de los especialistas y del director. Varias costillas rotas, que tardarían poco en soldarse, pero con las que había que andarse con cuidado para no ir a peor. Y luego, el brazo roto. Según el médico, estaba roto y astillado en varios puntos; fue gracias a la materia Cura que el dolor no le dejó inconsciente antes de ser encontrado. El atropello por parte del monstruo le había pillado por sorpresa, y combinado el peso de la bestia con la mala caída, el resultado había sido bastante malo. Aunque estaba vivo. De su unidad, sólo quedaba vivo otro agente, Kal, mientras que tanto el resto como la unidad de Mallet al completo, estaban muertos.

No, no todos. Recordó cómo alguien mencionó de pasada a uno al que habían encontrado casi exangüe. No había podido verlo, de modo que ignoraba de quién se trataba. Pudo escuchar que había sufrido heridas de importancia y tuvieron que hacerle una transfusión que casi resultó inútil, pues estaba más muerto que vivo. Milagrosamente, o quizá científicamente, tratándose del experimento andante que eran considerados los SOLDADO por algunas personas, había salido adelante. No había oído de ninguno más de sus subordinados o los de Mallet. Supuso que sus cadáveres ya habían sido recogidos de los túneles, y más tarde se lo confirmaron. Antes de caer inconsciente a causa del dolor, Susurro les había informado sobre la presencia del monstruo, de modo que fueron precavidos. Por lo visto, los encargados de recoger a los caídos habían ido con una fuerte escolta que trató de no internarse demasiado en los túneles. No encontraron más rastro del monstruo que grandes marcas de arañazos en las paredes metálicas y sangre, que bien podía ser de los SOLDADO y no de la criatura. Al final del recuento de bajas, faltó uno, al que encontraron días más tarde bajo la placa, convertido en una grotesca y sangrienta pegatina. El monstruo negro le había mandado volando fuera de una pasarela, y el suelo de los suburbios del sector 2 se había convertido en testigo de su caída y receptor de su maltrecho cuerpo. Cuando lo hallaron, faltaba la espada y la materia. Los carroñeros del suburbio, humanos y bichos, hacían su trabajo rápida y eficazmente.

El agente volvió a acercarse a la ventana, desde la que se apreciaba una buena panorámica de la urbe. Las luces de Midgar, que desafiaban a las estrellas a brillar sin parpadeo, iluminaban continuamente la ciudad. En alguna parte de ella se encontraba la Tower of Arrogance, con las luces acordes al evento que se celebraba en su interior. Un evento para el que Susurro tenía entradas… aunque carecía de ánimo para ir a disfrutar de la música y el ambiente. El plan habría sido ir con Mallet y otros compañeros de permiso… No tenía demasiados amigos (de hecho, prácticamente no tenía), así que se las había dado al primero de su promoción que encontró. El compañero le había mirado con extrañeza al principio, hasta que lo atractivo de la oferta venció su estupor y las entradas cambiaron de manos. El agente prometió brindar a su salud y se lo agradeció sin cuestionar el motivo del regalo.
Eso había sido hacia las siete, y eran las ocho y veinte. Se encontraba en las dependencias de SOLDADO, prácticamente solo. Había ido, como todos los días, pero no podía hacer realmente nada en ellas y era igual que si no se hubiera levantado esa mañana. El director le había obligado a darse de baja hasta estar completamente restablecido. Ni entrenar, ni combatir, ni tan siquiera patrullar por el más tranquilo y pacífico de los barrios pijos, y por supuesto nada de salir de la placa. Era un SOLDADO inhabilitado para luchar por sus superiores, a pesar de tener aún un brazo sano y en perfecto estado. Lo único que Susurro hacía era pensar. En sus vueltas y revueltas al tema del director, le vino a la mente Lazard Deusericus, que no hacía tanto tiempo había dirigido el departamento de SOLDADO, llegando incluso a estar bastante más cerca de la línea de frente de lo que le era recomendable. Era, además de un administrativo, un buen estratega e intendente. Se le echaba de menos, tanto a él como a su manera de hacer las cosas. Desgraciadamente, había desaparecido, como varios 1ª clase, por el mismo tiempo en que a Sefirot se le dio por muerto. Seguramente, Lazard se habría encargado de darle ocupación, por mísera que fuera.

El actual director de SOLDADO (un administrativo puesto por Heidegger, poco más que un contable que no tenía nada que ver con el anterior) le había amenazado con suspensión de empleo y sueldo, y hasta confiscación de su equipo y materia si se negaba a permanecer de baja, o si le pillaba yendo por su cuenta. Los agentes consideraban que aquel administrativo únicamente valía para asignar su número de identificación a las misiones que le llegaban y reducir el salario, pero era el que mandaba. Le podían las cifras, y más desde que muchos de los agentes se vieran afectados por una rara chifladura y se volvieran contra sus antiguos camaradas. “No tenemos tantos 2ª clase como para desperdiciarlos por ignorar los consejos de un médico”, le había dicho al salir del hospital, acompañando su advertencia de un gesto prepotente y la amenaza de suspensión.

- Qué sabrás tú de los SOLDADO, sean de segunda o decimoquinta clase… Sólo eres un cabronazo chupatintas en un cargo que le permite jugar con nosotros como si fuéramos soldaditos de plomo - murmuró irritado por enésima vez, pensando que le hubiera gustado decírselo de frente y ver qué cara se le ponía. Desgraciadamente, había dejado pasar la ocasión. Ahora no quedaba otra que aguantarse y esperar.

***

-Bueno, ¿ahora qué? ¿Tienes algún plan? -dijo Sigurd.
-¡Ya lo creo, Sig! El otro día conocí a una rubia que…
-Me refería a Elliot, Ed.

-Oh… - dijo visiblemente decepcionado.
-Antes o después tendrás que decírselo. No puedes ocultárselo toda la vida. Marie notará que no entra el mismo dinero en casa, se preguntará qué ocurre, y no puedes refugiarte siempre en los bares.
-¿Crees que no sé todo eso? ¡Lo he pensado y dado vueltas hasta que me ha dolido la cabeza!
-Dar la veraz noticia puede resultar complicado, pero es lo mejor. El mal trago, que pase rápido. Intentar fingir o engañar mucho tiempo puede dañar más que un segundo de verdad desnuda.
-Ya lo sé, ya lo sé, pero… necesito tiempo. Se lo diré, pero antes tengo que pensar la mejor manera de hacerlo y escoger el mejor momento. No quiero empezar a contárselo y terminar sollozando de pura frustración, y que me vea convertido en una patética imitación de mí mismo.

-A veces me pareces más estirado que Ranie, aquí presente, Elliot - empezó Edmond, apoyando a los demás -. Nunca hubiera pensado que le dieras tanta importancia a las apariencias, y menos en lo que respecta a tu esposa. Ni siquiera le has escondido tu inferioridad a la media. ¡Que esa mujer te ha visto desnudo, hombre! ¿Qué más da que te desnudes ahora por dentro delante de ella? Lo mismo hasta te ayuda, o hace que se sienta mejor con su elección de marido. Además, si nos cuentas esto a nosotros, que sólo te aguantamos porque nos invitas cuando estás de buen humor, bien puedes contárselo a alguien que te quiere de verdad.
A pesar del eterno tono de chanza, Elliot sabía que Ed tenía razón, al igual que sus otros dos compañeros, que le observaban con afecto. Sigurd le palmeó el hombro, satisfecho de que su amigo empezara a dejarse llevar por los ánimos que le daban.
-¡Y cuando lo hayas arreglado y estés contento otra vez, nos volverás a invitar! -
saltó Ed, sonriente.
El científico se le quedó mirando. Tardó apenas un segundo en intentar rodearle el cuello con el brazo, llamándole interesado, gorrón, buitre y lindezas más malsonantes, apropiadas todas. No fue complicado, porque Edmond se había echado a reír al ver la cara que se le había quedado y casi no tenía fuerzas para resistirse al agarre.
-Edmond tiene razón; es justo un pago por un servicio, Elliot. Si de verdad te dices amigo nuestro, nos devolverás la ayuda que te estamos prestando con obras y rondas. Y a no tardar esperamos otro incidente, para de nuevo socorrerte y ver crecer la deuda.
-¿Tú también? - exclamó el aludido, completamente desprevenido ante la situación.
-¡Ja, ja! ¡Agárrate, mundo, Ranie ha hecho su primera broma! No está mal para ser la primera, chaval.
-Lo dije hace años: que cuando Ranier hiciera una broma y tú fueras serio, se acabaría el mundo. Ahí tienes, Meteorito sobre nuestras cabezas y la broma. Creo que mejor te ponemos un bozal, no sea que se nos caiga encima antes de que encuentren la manera de destruirlo.

A pesar de lo serio del tema, el alcohol se encargaba de convertirlo en algo trivial. Siguieron durante un rato las chanzas y anécdotas de última hora, hasta que cuando el tren llegó a la placa, los compañeros de universidad se separaron para volver a casa. Ranier decidió que Edmond no estaba en condiciones de conducir, así que le acercó con su coche tras despedirse de los demás. Sigurd acompañó a Elliot hasta que enfiló su calle con un andar algo inestable. El científico iba relativamente contento. Parte de ello tenía que ver con el alcohol, pero la otra estaba alegre al contar con un poco más de resolución. Había decidido hacerles caso. Mañana por la mañana se lo contaría. Marie merecía saber la verdad dicha por él y sólo él, y ya vería lo que le deparaba el futuro, si es que había futuro con un amenazante asteroide sobre sus cabezas.

***

Al día siguiente, Susurro se vistió de uniforme, ese uniforme con el que decían que parecía haber nacido. Se puso el arnés, no sin complicaciones, y colgó en él la espada. También cogió su materia, y volvió de nuevo a la sede central como si fuera un día normal. Afortunadamente, el imbécil del director no había dicho nada en contra. Bastante le había costado convencer al tozudo agente de permanecer alejado de las misiones, hasta el punto de amenazar con la suspensión. Susurro estaba alegre, todo lo que se podía en su caso, de poder escapar de casa. Se sentía como un mueble más de su apartamento, y prefería cualquier cosa antes que quedarse apalancado ante la televisión hasta convertirse en una prolongación de los presentadores farsantes y los colaboradores chillones y cutres de la basura rosa. Antes le quitaría el trabajo de oficina a uno de los recepcionistas.

El día comenzó como los otros tres desde su salida del hospital. Identificación a la entrada, saludos insustanciales a un par de conocidos, aburrimiento en el ascensor hasta la planta 53, y tramo de escaleras hasta las dependencias para evitar el embotamiento y pereza típicos de las mañanas. Luego, horas de aburrimiento en las que trataba de encontrar algo que hacer en los terminales de la sala de reuniones, o comprobando sus puntuaciones en la sala de entrenamiento. Lo poco que le animaba el día era las charlas del resto de agentes.
Sin embargo, ocurrió algo que no esperaba. Estaba sentado en la sala de reuniones, moviendo inconscientemente la mano del brazo roto mientras con la otra tecleaba buscando noticias y comentarios sobre la juerga de la Tower of Arrogance del día anterior, cuando un SOLDADO de 3ª clase entró y le saludó, al tiempo que consultaba una libreta.

-¿SOLDADO de 2ª clase, Dwight Dastre… Diaestraf…? Oh, al diablo. ¿Susurro?
-Sí, ¿qué quieres?
- contestó en voz baja, como siempre.
-Te llama el Contable… digo, el director, a su despacho - corrigió con voz trémula el 3ª clase. Susurro tenía una expresión completamente neutra, pero el chaval parecía intimidado.
-Qué sorpresa. Si mal no recuerdo, estoy de baja gracias a él. ¿Te ha dicho para qué quiere verme?
-No, pero parecía preocupado. Estaba nerviosísimo, no paraba quieto y sudaba como un cerdo
- la cara del 2ª clase se movió en una socarrona sonrisa al escuchar eso.
-No podría sudar como otra cosa aunque quisiera. De acuerdo, ahora voy. Y el apellido es Diastraefen.

-Ya era hora, soldado Diastraefen.
-Siento el retraso, señor
- murmuró Susurro.
Tal como había dicho el emisario del director, éste estaba sudando, su cara ancha brillante enjugada a ratos con un pañuelo. Contable era el mote más suave que le daban los del departamento, y cuadraba bastante con él: un tipo algo bajo, rechoncho, con lentes y una incipiente calvicie, que se frotaba las manos como un tendero avaricioso. Apenas se cerró la puerta, alzó su voz de cotorra.
-Bien, vayamos al grano. El bicho ha aparecido.
-¿El bicho, señor?
- a pesar del tono de sorpresa, Susurro siguió manteniendo su cara de póker.
-Sí, el monstruo de nombre, características fisonómicas y hábitos desconocidos. Usted ya lo conoce, Dwight, es el que acabó con casi toda su unidad hace menos de una semana en el interior de la placa.
Los músculos del brazo sano se contrajeron con fuerza, y ambas manos de Susurro se crisparon, pero su expresión no cambió un ápice. La causa de su reacción eran tanto que aquel cerdo se tomase confianzas con su nombre como la mera mención de aquel asqueroso engendro.
-Una de nuestras patrullas que deambulaba por los suburbios lo ha encontrado. Se toparon con él cerca de la salida del sector 3, que estaba cerrada. Pensaban que era un Bégimo joven, pero coincide con la descripción que usted nos facilitó. Los muy idiotas no pensaron otra cosa que plantarle cara creyendo que estaba acorralado. Ahora mismo están en el hospital, y tenemos a nuestros efectivos y los PMs cerrando el tráfico a la zona y vigilando para que no salga. Cuando hayan acabado con eso, nuestros agentes dejarán a los de seguridad cuidando la retaguardia y rebuscarán entre la chatarra hasta enviarle al infierno.
-No veo que tiene eso que ver conmigo, señor. Por si no lo recuerda, estoy de baja
- replicó, sin importarle demostrar su resentimiento.
-¡Ya sé que está de baja, maldita sea! ¡Yo mismo se lo ordené! Sin embargo, hay una tarea que quiero que desempeñe en esta misión.
La ceja derecha de Susurro se alzó de manera casi cómica. Aquello no lo esperaba en absoluto.
-Quiero que usted acompañe a un equipo de 3ª clase y que dirija la captura. Nada de temeridades; permanecerá fuera del perímetro dispuesto para la misión, sin separarse de su unidad. Su único cometido será dirigir a los demás grupos y coordinar sus acciones por radio. Usted ha combatido a esa cosa, espero que algo habrá aprendido que nos sea de utilidad - concluyó secamente el director.
Al SOLDADO no dejaba de resultarle divertido ver a aquel tipejo patético referirse a sí mismo como parte del departamento o aun a considerar a los demás agentes “los nuestros”; y que encima se hubiera referido a la unidad que le acompañó en el desastre bajo la placa como de su propiedad, como si le culpara a él de sus muertes. Casi sonrió. Casi.
-Sí, señor, a la orden- masculló de forma casi inaudible.
-Así que por eso le llaman Susurro, ¿eh? Pues cuando hable conmigo más vale que le entienda, o le quitaré las ganas de poner motes a la gente. ¡Vamos, la compañía no le paga por asentir como un tonto! Un transporte le espera con su unidad. Espero que no la vaya a pifiar haciendo alguna locura. ¡No se le ocurra desobedecer y lanzarse a combatir, Diastraefen! No necesitamos a más locos en el departamento.

No habían tardado gran cosa en llegar a los suburbios del sector 3. Alrededor de aquel rincón de los suburbios se habían desplegado numerosos efectivos de seguridad, con pequeñas escuadras de SOLDADO como refuerzo para asegurarse de no dejar ni una brecha en la vigilancia. Contento de estar por fin cerca de la acción, tras algo más de una semana (que le parecía más de un mes) a Susurro le costaba no sentirse satisfecho. Ponía coto a su disfrute el hecho de que, si se le ocurría salir del vehículo donde se encontraba para ir a vérselas con el monstruo, los PMs serían testigos, y sin duda sus compañeros darían parte. No les caía bien el director, pero eh… era el jefe, y había que hacer puntos de alguna forma.
Así pues, estaba confinado a la parte de atrás de un furgón oculto tras una vieja grúa, conformándose con unos auriculares, un micrófono y el terminal portátil que marcaba las posiciones del resto de agentes. Junto a él, un técnico destacado para acompañarles controlaba a los pequeños autómatas de Shinra. Los diminutos droides usaban detectores de infrarrojos para localizar a la criatura. Era una apuesta segura, dado su tamaño, y no tardaron en detectar su presencia y transmitirla al terminal del furgón.
-E-1, se dirige hacia vosotros. Aguantad la posición - ordenó con voz serena.

A eso se reducía la misión encomendada por el director. A dirigir a otros y perderse la diversión. Susurro no sabía si creer que aquello era una compensación por su malestar o una venganza especialmente refinada: poner la miel en los labios, como se decía. Pero no estaba enfadado.
-E-4 y E-3, avanzad desde donde os encontráis y aprovechad para atacar por los flancos.
-Es rápido, señor. Y no sólo eso, también es escurridizo. Cuando intentaron…
-E-1, retroceded unos cien metros, recoged a los heridos de E-2 y replegaos, salid de ahí ya
- Susurro ignoró el comentario, y el técnico que controlaba los autómatas se interrumpió lo justo para ojear por encima del hombro de Susurro. Luego continuó con su charla.
-El muy cabrón se entierra bajo la chatarra, como si fuera tierra, señor y así puede llegar a burlar los detectores térmicos. Me han dicho que, antes de que usted llegara, intentó salir de la zona cerrada. No lo vieron venir hasta que un montón de basura saltó por los aires y cayó sobre la tropa. Por suerte pudieron rechazarlo, pero aún así…

Aún así no era fácil. Era un hijo de puta grande, sí, y metía ruido al moverse. Sin embargo era negro, y bajo el manto de oscuridad que lanzaba la placa, un segundo de despiste le garantizaba un blanco seguro. Tener contacto visual no servía de mucho cuando podía desaparecer tras cada montón de hierro oxidado y desperdicios. Se quedaba completamente quieto para no ser escuchado hasta que se le acercaban. Y siempre atacaba por sorpresa, dando escasa oportunidad a los soldados para plantarle cara. Cuando empezaban a rehacerse del susto y reforzar su ofensiva, el bicho huía y esperaba mejor ocasión. Ahí era donde la guía desde el furgón marcaba la diferencia. El monstruo debió sorprenderse cuando llovieron espadas de izquierda y derecha mientras avanzaba hacia los agentes de E-1, y el punto rojo que le representaba se fue por donde había venido rápidamente, seguido de cerca por dos luces amarillas que indicaban las escuadras.
-E-5, fuego de cobertura con materia de largo alcance. Haced bailar a ese cabrón hasta que se le derritan las patas.
Los puntos titilaban en la pantalla y se movían siguiendo una compleja danza de la que Susurro no perdía detalle. Ya le había cogido el punto a su adversario. Atacaba por sorpresa a grupos o agentes aislados. Si acababa con ellos, se ocultaba y aguardaba a que otros pasaran en ayuda de los que acababan de caer. Ya había perdido a la mitad de E-2 de esa manera, cuando fueron a socorrer a los compañeros. Si resistían, escapaba y buscaba un lugar desde el que acecharles. El 2ª clase no tardó en darse cuenta del sitio donde podía estar en aquel momento, por suerte para los que estaban a su cargo, y se dio cuenta también de que la mejor manera de acabar con él era usar una presa que no hubiera visto hasta el momento.
-E-1, retiraos hasta alcanzar el cordón de seguridad. E-3, avanza unos cincuenta metros y espera mi orden.
El técnico miró la pantalla. Sobresaltado, salió de la furgoneta y, pidió silenciosamente unos prismáticos de infrarrojos a uno de los 3ª clase de la escolta. Con ellos, distinguió las rojizas siluetas de la unidad E-3, a lo lejos. Un sudor frío le recorrió la espalda cuando un espantoso chirrido rompió el silencio, primero a la izquierda de la unidad en espera, luego de la derecha… ¿o se trataba de un eco? Al agudo sonido siguieron otros, rítmicos, como los latidos de un corazón acelerado, si es que un corazón acelerado podía latir a esa velocidad. Tuvo el tiempo justo de volver al interior del furgón para observar a Susurro y escuchar su orden. Habría jurado que sonreía, enseñando los dientes como haría un lobo de Nivel que ha visto una liebre.

-¡E-3, lo tenéis enfrente mismo! ¡Está cargando hacia vosotros! ¡Fuego de supresión, ya!
El fulgor de numerosas bolas de fuego cortó el aire oscurecido de la placa y fueron a impactar entre la chatarra, con gran estruendo. De nuevo, algo chilló, y al hacerlo, heló la sangre en las venas del técnico. El acelerado pulso se escuchó más cerca. Al poco, acompañando otra instrucción de Susurro para E-4, el ruido de truenos y el brillo de las materias Electro sacudió otra vez los montones de basura. El técnico se acercó al 2ª clase, casi apartándolo de un empellón. El gran punto rojo iba derecho hacia ellos, escapando de las luces amarillentas que lo hostigaban.
-¡¿Pero está loco?! ¡Lo está trayendo directamente aquí!
-¿De veras? Qué torpe soy… no se me dan bien estos trastos. Pero tranquilo…
- dijo entre dientes.
Haciendo a un lado al técnico, Susurro se levantó, posó los auriculares y movió un poco el hombro derecho. En la espada, las mismas materias que había llevado durante la última misión brillaban amenazadoras, como anticipando lo que se avecinaba. Lentamente, el SOLDADO se encaminó a la puerta del furgón, mientras la mano derecha se cerraba fuertemente en torno a la empuñadura del arma y la desenganchaba del arnés. Antes de salir, dirigió otra mirada lobuna al técnico. Los ojos característicos de los que habían sido tratados con mako igualaron el brillo de la materia. Nuevamente una sonrisa se adueñó de su habitual rostro serio.

-Ahora mismo lo arreglo…

domingo, 11 de abril de 2010

209

Al fondo de un garito mal iluminado, en una suerte de bar sórdido y barato, hay una puerta medio oculta junto a la del almacén. Si llamas, se abrirá una mirilla, tras la que un hombre de piel parduzca te dedicará una mirada torva. Se llama Roman, se está quedando calvo y siempre lleva un feísimo sombrero de ala corta, excepto cuando trabaja, ya que su jefe se lo ha prohibido terminantemente. Esto le frustra. Además, Roman es un hombre con muy poca imaginación. Le gusta su trabajo, porque aunque su jefe sea un gilipollas, puede follar gratis una o dos veces a la semana. “Roman el castigador”, lo llaman las fulanas de su jefe. Él cree que porque siempre las deja reventadas. Puede follar, puede pegarle a la gente y hacer que le tengan miedo, y le pagan. Realmente es todo lo que alguien como él podría pedir, tantas horas aburrido junto a esa puerta con la única compañía de una peli porno y una escopeta.

Si Roman no te para, llegarás a un local con una barra, unas cuantas mesas donde se juega a diversos juegos de azar y una gran sala privada detrás. Ahora mismo la sala está en silencio, con la luz apagada, pero todo el mundo sabe lo que sucede dentro: Rolando “3d” Hernansaez vigila como un halcón. Se dice que pasa las horas a oscuras, comiendo comida a domicilio y bebiendo una extraña mezcla de café, ron y una bebida energética. Alerta, contempla sin parar la pantalla de un ordenador portátil con el que, a través de las cámaras que hay en los techos del local, los gestos de los jugadores, las manías, los estilos… Llega a conocerlos mejor que ellos a sí mismos, y es capaz de vislumbrar una partida quinientas veces, si cree que se le ha escapado algún detalle. Pocos juegan con él. Pocos son invitados, y menos aún son los que aceptan. Rolando lo entiende, es lógico que la gente desconfíe de alguien que ha llenado un local de póker con cámaras de vigilancia. Sin embargo, se tiene por un jugador honrado y realmente nunca hace trampas mientras juega. Simplemente estudia, y va más allá de los demás.

Un tipejo recorría las mesas, persiguiendo a la camarera con gesto desesperado. Llevaba el pelo desarreglado y sucio, y una sudadera gris cubierta de lamparones. Era evidente que no se la había quitado en días.

- ¡Venga! ¿Por qué tienes que ser tan zorra?
- Porque eres un payaso, un idiota y un pringao. Tienes menos futuro aquí que como conejillo de indias para inyecciones letales, y debes dos mil giles.
- ¡No seas zorra! ¡Solo necesito una buena mano! ¡Confía en mí, tengo una corazonada!
- ¡Una cabezonada es lo que tienes! No gastes más saliva porque no te volveré a responder. Para responder a la chusma como tú tenemos a Roman. – Al fondo se oyó el grito de placer de la actriz porno de turno experimentando su orgasmo. Quizás un poco teatral de más, pero muy oportuno: El insistente deudor entendió que por ese camino sería él quien acabase gritando como una furcia.
- ¡Está bien, traeré el dinero, ya lo verás! – Dijo mientras abandonaba la sala a zancadas, ante la mirada indiferente del portero.

Al cabo de media hora, un estallido hizo estremecerse a los jugadores. Le siguieron un par de ellos, pero segundos después, el silencio que sobrevino persistía inalterable. Solo Roman, con la polla a medio guardar, miraba paranoico por su mirilla, escopeta en mano.

- ¿Qué cojones? – Preguntaba un cuarentón barrigudo con un engominado tupé.
- Idiota. – Dijo la camarera, sin levantar la vista.
- ¿Qué pasó, hija mía? – Preguntó otro de los jugadores, calvo, con gafas y una impecable camisa negra que indicaba que había un alzacuellos escondido en uno de los bolsillos.
- El payaso de antes, que debía dinero a la casa. Se fue jurando traer el dinero, y supongo que habrá intentado atracar al viejo armero de la esquina.
- Espero que no sea juzgado muy duramente…
- ¡Bueno, que! – Gritó un ejecutivo treintañero con los aires de suficiencia de quien se cree superior a esto pero cuyo temperamento ha logrado que se le prohibiese la entrada en varios casinos. - ¿Jugamos o no?
- ¡Calla! ¡Concentra en juego! ¡Quinta carta! ¡Quinta carta! – Gritaba un hombre de cuerpo fibroso, pero con una barriga delatora de la vida cómoda. Sus rasgos orientales dejaban claro su origen, y explicaban además sus extraños modales y su poco dominio del idioma.
- Te diré una cosa… - Dijo el último jugador, mientras ponía la cuarta carta de la mesa boca arriba. – Mi padre solo me atizó una vez. Yo tenía once años, y él estaba viendo el campeonato internacional de póker en la tele. Wilson Tungsiao contra Petrevko, en la final. Mi padre veía ese video miles de veces, viendo como se retaban el uno al otro con pequeños gestos, intentando cada uno descubrir la jugada del otro. Mi padre era jugador profesional, además de camionero, y de vez en cuando se sacaba algún fajo adicional con el que nos compraba regalos, y cosas para la casa. Otras veces comíamos arroz y pasta durante meses. – Intrigados por su historia, el joven jugador los miraba tras sus gafas de espejo. Tenía el pelo negro y liso recogido en una coleta, y mientras hablaba hacía pausas para encender un cigarrillo con un mechero de gasolina prácticamente nuevo.
- ¿Y qué pasó, jovencito?
- Bueno, yo ya tenía el gusanillo metido, y me gustaba sentarme con él a ver los vídeos. Le sacaba todo lo que podía a mis colegas y practicaba todos los trucos que me enseñaba mi viejo.
- ¿Tu viejo te dejaba jugar? ¡Vaya padre! – Exclamó el ejecutivo, distraído.
- ¡Calla! ¡Calla! – Gritó el oriental. - ¡No palabras, quinta carta!
- Jodido Tung… Siempre repitiendo la mierda de siempre: ¡Quinta carta! ¡Quinta carta! – Imitó el joven, al que le había tocado repartir en esa mano. – Mi viejo me dejaba, era legal, pero nada de jugarme las pelas hasta los dieciséis.
- Seguías siendo un crío… - Dijo el rockabilly. - ¿Y qué le dijiste para que te diese?
- Lo miré a los ojos y dije “Papá… ¿tú por qué no sales en la tele con este juego?”. De la bofetada que me dio me tiró del sofá.
- Le tocaste el ego al viejo… - Empezó el ejecutivo, pero se detuvo al ver una sonrisa torcida en su compañero de juego. Éste dio una calada a su cigarrillo y se lo pasó a la mano antes de seguir.
- No fue ego. Me pegó por decir que el póker era un juego. “Puede que así lo llamen muchos idiotas”, me dijo, “pero si es un juego se va a perder el dinero, la dignidad e incluso mucho más. Para esos dos de la tele no es un juego, para mí no es un juego, y si vas a coger un solo naipe en tu vida, más te vale saber que vas a hacer con él.”
- Vaaaaaya… - Dijo el gordo. Nadie le respondió y las tandas de apuestas se hicieron en silencio, hasta llegar al turno del fumador.
- Mierda… - Dijo mirando sus cartas. - ¿Alguien acepta esto? Es un bajo: un Rockenbach de cinco cuerdas, recogido después de ser destrozado en un concierto por Ian Willis y reparado. Se podría vender en una tienda de música por mil doscientos.
- ¡Iye! ¡Iye! ¡No! ¡Dinero! ¡Diineeeerooooo! – Gritó el oriental.
- Pues yo lo veo… - Dijo el Rockabilly.
- Si… Seguro que a las tías les encanta. – Dijo el empresario.
- ¿Hecho entonces? – Preguntó el joven, apagando su cigarrillo. – Bien: Tung tiene dobles parejas. Quiso un full, pero no lo pudo ligar con este último dos. Míster tupé ha logrado su color, pero con esa dama de tréboles y esos dos doses, el trajeado si tiene full.
- ¿Y tú que tienes, hijo? – Preguntó el sacerdote, aliviado por no haber confiado en su mano.
- Los otros dos doses. – Dijo el chaval levantándose, guardando las gafas de sol antes de recoger sus fichas y el estuche de su instrumento. – Un placer, señores, pero hoy tengo un bolo, y mi micro nuevo no puede esperar ni un segundo.



Daphne se bajó corriendo del deportivo blanco de Han y se lanzó corriendo hacia el interior del taller. Remache tuvo que apartarse de un salto, ante una fiera bajita e impetuosa que recorría su local con mirada ansiosa y eufórica.

- ¿Cuál es? - Preguntaba una y otra vez, antes de darse cuenta de que Han no le podía responder: Aún estaba cerrando su coche. En ese momento se fijó en Remache y se giró hacia él. - ¡Mira! – Exclamó mostrando un nuevo e impoluto carné de conducir. Provisional, pero válido. Remache asintió, rascándose con gesto vago.
- Felicidades, chico…- Daphne hizo un mohín.
- ¡Viejo amargado!

Remache no dejaba escapar ninguna oportunidad de meterse con la transexual. A Han le hacía gracia, porque él sabía que la causa había sido la sorpresa de descubrir que esa chica tan guapa no era tan chica. A él le había tocado su parte de vacile con forma de insinuaciones acerca de su amistad. En ese momento estaba cruzando las puertas, pero su amiga ya se le había adelantado, corriendo hacia la parte trasera, donde los coches estaban cubiertos con una lona. Ella se había lanzado a retirársela a uno bajo, a todas luces un cupé deportivo.

- ¡Si tocas ese lo vuelves a limpiar tú! ¿Me has oído, chaval? – Gritó Remache desde la oficina. – Han lo confirmó negando con la cabeza: Ese no era.

Cuando la lona correcta estuvo tirada en el suelo, Han sonreía de nuevo con satisfacción, a diferencia de Daphne, que con una cara bastante larga se planteaba la posibilidad de darle un par de golpes. Aunque sabía que su amigo no habría hecho esto sin motivo, estaba visiblemente decepcionada.

- ¿Qué es esto?
- Es tu coche-pum.
- ¿Coche-pum? ¿Estás de broma?
- En absoluto. Créeme, me lo agradecerás. – Dijo mientras le pasaba el brazo por los hombros, gesto que a ella le produjo la incómoda sensación de ser objeto de una broma. Sintió el impulso de buscar a Rolf, partiéndose de risa, oculto en algún rincón del taller. – Es un RS5: En el ochenta, Shin-Ra buscó un coche práctico para el rally de Corel, así que cogieron el R5, un coche para chavales jóvenes y le hicieron unos apaños. Hicieron un motor de mil cuatrocientos centímetros cúbicos, con turbocompresor, y lo situaron atrás para no tener el subviraje típico de los coches de tracción delantera. Le he puesto un liberador de presión, rebajado la culata dos milímetros para mejorar la compresión del motor y cambié las válvulas por otras más grandes. Entre eso y que va por carburación y no por inyección, bebe como una docena de juerguistas, pero es cojonudo: Le he logrado sacar unos ciento setenta caballos, aunque las versiones de rally llegan hasta los cuatrocientos.
- Ya… ¿Del ochenta, dijiste? ¿Año ochenta? ¿Y donde ha estado todos estos años? ¿En un desguace?

Pese a los halagos de Han, siendo honestos, al coche simplemente se le habían hecho apaños para que funcionase, y a Daphne, ciento setenta caballos no le sonaba a cifra excesiva, al compararla con los deportivos que tenían algunos de sus compañeros de profesión con más éxito. El coche no había recibido más arreglos que los mecánicos y algunos de seguridad, reducidos a dos asientos deportivos con buenos cinturones de arnés de cinco puntos.
Sin embargo, la estética no había sido tenida en consideración, y su color azul estaba quemado por el sol, los embellecedores metálicos estaban todos oxidados, con la excepción de los que simplemente no estaban. Un faro estaba roto y el interior tenía un aspecto lamentable. Daphne se subió con reparos, mientras Han ocupaba el asiento del copiloto.

- ¿Qué es eso? – Preguntó ella, al fijarse en la radio. - ¿Un lector de cd?
- Con mp3. – Dijo el piloto, mientras pulsaba el play. Un rugido de death metal a volumen atronador inundó el habitáculo.
- ¿Qué mierda?
- Te mantendrá cabreada, y te mantendrá concentrada. – Dijo Han, con una sonrisa confiada. – Aquí tienes las llaves, sabes lo que hay que hacer, ¿no?
- Sé conducir… - Dijo ella con paciencia.
- Mentira: Sabes mover un coche y sabes circular. Conducir es lo que vas a aprender ahora.



Los corrillos seguían, no tan discretos como creían serlo, en la oficina de la pequeña asegura. Pequeñas voces, susurrando teorías en torno a una vetusta máquina de café, intrigadas, despiertas y conspirativas. Intercambiaban opiniones y teorías, sin dejar de mirar de reojo al extraño trabajador silencioso. Este hombre, paradigma del oficinista gris y tranquilo, de la noche a la mañana había dado un cambio brutal. Empezó de golpe a exigir tiempo para sí mismo, como si fuese un nuevo y joven macho alfa, desafiando a todas las instituciones del pequeño universo laboral. Los cambios desde entonces habían sido sutiles, pero ciertos: Un hombre gris, sin carisma, sin amigos, y que nunca abría la boca en cenas de trabajo o quedadas para tomar copas después del curro, se había convertido en el primero en levantarse en cuanto el reloj alcanzaba la hora de salida, dejando su escritorio mas lleno de trabajo resuelto que ningún otro.

Ensimismados en su telaraña de pequeñas intrigas y curiosidades, siguieron un buen rato, hasta que uno de ellos notó a un profano y dio la alarma con dos rápidas palabras.

- ¡Hostia! ¡Radbruch!

Y tan espontáneamente como se organizó, la pequeña multitud corrió a guarecerse en sus respectivos escritorios, ante papeleo y teléfonos, allí donde el depredador no pudiese alcanzarlos con su ira.

Radbruch, reforzada su autoridad oficial, se tomó un par de segundos para elegir pausadamente el café y dar un pausado sorbo a su expreso. A su mente en blanco en este pequeño intervalo le sucedió al instante el asalto del tema del día, solo que Radbruch, solo en la cima no tenía con quien someterlo a debate. Tampoco lo necesitaba, ya que él no tenía problema alguno en acercarse y salir de dudas.
Un nuevo sorbo para envalentonarse y se acercó a su extraño subordinado. Había dado cambios en su actitud últimamente, muchos de ellos en los que había llegado incluso a sentir que cuestionaba o incluso confrontaba su autoridad. Sin embargo no: El trabajo seguía siendo impecable, por parte del extraño cabrón.

- Buenos días…
- Buenos días, señor Radbruch. – Le interrumpió. Sin dejar de teclear, él se giró unos instantes, mirando a su superior como quien mira a un leve impedimento, al que va a arrollar como este ose a crecer lo suficiente para convertirse en molestia. Esos ojos… Esos ojillos grisáceos pequeñitos lo miraban con la intensa llama de un depredador rabioso y violento. Sus dedos seguían con el tranquilo martilleo a las teclas, pero había algo que simplemente no…
- Buenos días. Siga con el buen trabajo.

Radbruch se sintió afortunado al ver que no le respondían. Odiaba reconocer ante sí mismo que no se había atrevido a preguntar, pero ahí estaba… ¿Qué mierda significaría ese corte de pelo?



- ¿Te vas? – Sonó la voz. Suplicante y desvalida, como su cuerpo desnudo entre las sábanas.
- Si. – Dijo con voz tranquila. Al fin y al cabo, no era la primera vez que pasaba por este tipo de situaciones. – No sabía que estuvieses despiert…
- No pude dormir en toda la noche. – Interrumpió con la voz neutra de quien la usa como disfraz de una compostura frágil. – Y probablemente hoy tampoco pueda. Esto… Esto ha sido hermoso…
- Vicioso, diría yo.
- Si, también, pero… Ha sido natural. ¿Entiendes? – Se había parado y se había vuelto a hablarle. ¡Había una posibilidad! - ¡Después de tantas dudas! ¡Después del autodesprecio y de la ira reflejada!...
- Si… Sienta bien… Y se me da bien. ¿O no?
- Demasiado bien… Podría rendirme a ti cada noche… Cada hora… - Esta vez su súplica cobró un leve matiz insinuante, lascivo. Se ve que hay gente que aprende rápido.
- ¿Acaparas para ti lo bueno? ¡Que mala persona! – Rió desde la puerta con desdén.
- Hablo en serio, con la sinceridad con la que no he hablado nunca a nadie: Ni a mis padres, ni a mis mejores amigos ni a nadie. Mi vida ha cambiado esta noche, y quiero que este cambio perdure… ¡Mira el meteorito! ¡No se cuanto tiempo nos queda, pero…!
- ¡Coge ese tiempo y disfrútalo! ¡Aún eres un crio, joder!

Rolf salió del piso de estudiantes con paso tranquilo pero inmisericorde, sin volver la vista atrás. Si algo odiaba de los jovencitos recién salidos del armario era la maldita llantina de Julieta. Conocía el ritual de memoria: Llegaban con paso inseguro a un local de ambiente al que pocos se atrevían a entrar. Algunos más y otros menos tímidos, y sin embargo todo era más o menos igual: Primero no se atrevían a soltarse, pero mostrabas algo de naturalidad y se dejaban llevar. Había que tirar siempre un poco de ellos, con esa mierda de timideces y pasividades, pero al final valía la pena. Dos días después bailaban como putas locas, sin camiseta, refocilando como expertos ante viejos salidos que les pagaban las copas que necesitaban para desinhibirse aún más.

Su PHS, aún en silencio, no había parado de iluminarse y vibrar. Ya eran altas horas de la tarde, por mucho que esta mierda de pantomimas fuese antes del amanecer en las películas. ¿Quién cojones es capaz de levantarse al amanecer después de todo este pifostio? Nah… Rolf prefería que le dejasen dormir en paz.

Cogió el maldito aparato y llamó. Han le había dejado un mensaje para ir a recoger a Daphne a un rodaje y tomar una cerveza de relax. Era una propuesta a la que no podría negarse, pero la única condición era que él elegiría el sitio. Había sido una noche intensa, e iba a necesitar un buen desayuno.



En los suburbios, en el sector dos, había un gimnasio pequeño, pero popular. Era el típico local de barrio que había estado abierto durante décadas, y era conocido entre todos los vecinos.
En ese momento, Mark surcaba el pasillo principal con tranquilidad, mientras evitaba cruzar la mirada con los cachas que estaban machacándose en la sala de musculación que tenía a su izquierda. A su derecha un grupo de mujeres practicaba el aerobic, lo cual se lo ponía fácil.
Al fondo del pasillo vino el característico sonido de un cuerpo al ser estampado contra las colchonetas. Aula de defensa personal. Megan estaría preparando a un grupo de chavales para algún campeonato, o a algún grupo de marujas para convertirlas en el terror de violadores y atracadores. Se plantó ante la ventana desde que la clase era visible y la vio, erguida ante sus alumnos. Ellos quedaban de espaldas a la ventana y no podían verlo, pero ella hacía enormes esfuerzos por mantener la concentración. A espaldas de todos esos futuros campeones de Judo, Mark disfrutaba como un crio actuando como tal, haciendo muecas contra el espejo, o fingiendo bajar por una escalera.

Haciendo un esfuerzo por ignorar las payasadas de su amigo, Megan prosiguió con la instrucción. Siempre le habían gustado las artes marciales, pero hace pocos meses que se dio cuenta realmente de cuanto: El día que empezó como instructora en el gimnasio, al retirarse su viejo sensei. Ella era justa, pero sus castigos eran más temidos. Ahora mismo, Izumi, una joven vanidosa, obligada a venir como medida desesperada de sus padres para inculcarle algo de gusto por el esfuerzo, estaba padeciendo su último día como “tonta de la semana”, y Megan veía en los ojos rasgados de su amiga la determinación de no volver a serlo nunca más. Algunos de los alumnos más difíciles, o más avanzados y confiados en sus habilidades, habían abandonado el gimnasio por despecho. No le importaba: Para ella se habían roto por no ser lo suficientemente fuertes.

- Venga: Por parejas, diez repeticiones cada uno y podéis ir a las duchas.



- Algún día, pedazo de cabrón, te voy a meter ahí dentro y te voy a usar de sparring hasta que llores. – Juró la instructora, mientras dejaba atrás a sus alumnos, practicando.
- Me encanta cuando te pones lasciva, cariño. Precisamente he venido a buscarte porque me encanta como te mueves. – La luchadora lo miró con desprecio, y el efecto era mayor al ser esta más alta que él. Sin embargo, aunque Mark conservaba esa sonrisa insolente que le hacía destacar ante el micro, su mirada no tenía ni un ápice de irrespetuosa.
- ¿Hiciste la compra?
- Dos micros de voz y un juego de micros de batería. Serie 500 SSG.
- ¿La 500 SSG? ¿Pero tú de dónde sacas el dinero?
- Tú no me preguntas y yo no te miento. – Mark se quedó mirando fijamente a su amiga, hasta que esta asintió.
- Espérame en la puerta. – Dijo mientras le retorcía suavemente la mejilla. – Estaré en diez minutos.



En veinte minutos, ambos estaban montados en el coche de Han, cruzando ya el sector tres, camino de la Tower of Arrogance, donde Mark y Megan montarían su parte del equipo. Han había quedado después, y volvería para la prueba de sonido.
El piloto fluía entre el tráfico como la mente de un maestro zen abriéndose paso entre los entresijos de un acertijo. No sabes como, pero lo hace, y en este caso implica que no eres un amasijo de hierros salpicados de algo que no es pintura roja.

- ¿Ansioso, conductor? – Preguntó Megan desde el asiento de atrás.
- ¿Ansiosa, psicoanalista? – Respondió este, acompasando volante, pedales y corte de mangas al gilipollas del coche de al lado.
- No hace falta psicoanalizarte, Han. Es suficiente con psicoanalizar a tu coche. – Intervino Mark. – Por cierto, ¿le has puesto nombre ya?
- No… De momento no se me ha ocurrido nada, pero tampoco está completo. – Indicó, señalando al capó, recién lijado y aún sin pintar.
- ¿A que a este tampoco te atreverás a ponerle un nombre femenino?
- ¿La Muerte no era femenino? – Respondió el piloto a su baterista.
- La muerte es un símbolo del que los hombres os habéis apropiado. Se puede feminizar, como “la dama de la guadaña” o “la parca”, pero “muerte” por si solo es más bien neutro masculinizado.
- Entonces, ¿femenino como cual?
- Gacela… Avispa…
- Dos animales que son más veces presa que depredador. Además, lo mío es perseguir y dar caza, no tomar la delantera y escapar. – Mintió Han, sintiendo un latigazo de nostalgia por el “Pájaro”. – Además, por sexy que sea una mujer piloto, cumplís normalmente otro papel en las quedadas para correr.
- Furcias… - Maldijo Megan, pensando en las mujeres florero de los pilotos callejeros.
- No lo ha dicho ninguno de nosotros. – Intervino Mark, rompiendo una lanza a favor de la caballerosidad.
- Ni falta que hace.
- Sí, pero es cierto. Mira.

Han vio como uno de los semáforos se le cerraba, aunque no de forma contraria a sus cálculos. Los siguientes semáforos se abrirían poco a poco, pero la gente acostumbraba a lanzarse. Así llegaban demasiado pronto al siguiente semáforo y tenían que detenerse, momento en el que Han aprovechaba para tomar la delantera y disfrutar unos segundos más de una carretera despejada.
En ese semáforo en concreto solo había otro coche parado, aunque una buena fila de ellos se acercaba tras el Fenrir blanco. Faltaba poco para las cinco de la tarde, y en breve los currantes de los suburbios de Midgar abandonarían sus lugares de trabajo camino de un bendito viernes de reposo. El otro coche era un Supreme negro. Han señaló hacia la insignia de la corona que lucía donde deberían estar la inscripción con el nombre del modelo. Era el detalle que indicaba que era el modelo más alto de gama. Consciente de las limitaciones de ese vehículo, mucho más impresionante y moderno que el suyo, Han bufó despectivamente y se situó a su derecha. Las ventanillas estaban bajadas, tanto en el Supreme negro como en el Fenrir blanco, y era posible distinguir a los ocupantes del otro vehículo. En el negro había un hombre corpulento, con la cabeza rapada y los ojos rasgados. Su gesto era abiertamente hostil, pero no así el de su copiloto. Ella era una mujer joven, con una densa mata de pelo negro, y un par de gafas de sol dando un toque de misterio a unos labios bien curvados con picardía. Ambas miradas presentaban un desafío en toda regla.

- Doctora… - Preguntó Mark, mirando preocupado el detalle que Han parecía aún no haber visto: Los trajes negros que vestían sus vecinos. – ¿Nuestro aguerrido piloto se ha tomado la medicación de hoy?
- Parece que no, y eso podría implicar un correctivo. – Amenazó Megan desde atrás. – Un seveeeero correctivo.

Pero ya era tarde: Han los ignoró a ambos. Su mirada iba desde las manos del otro piloto a sus ojos, en claro gesto de desafío, pero solo en intervalos breves. Acababa el reto ignorándolo, mostrándole que no lo consideraba una amenaza, mientras dedicaba sonrisas a su compañera.

- ¿Te gusta el coche? – Le preguntó ella. Era un caso habitual: Algunos se quedaban impresionados ante el Supreme, pero tenían la cautela de intentar no provocar a sus pasajeros.
- La verdad es que no. – Respondió Han.
- ¿No te gustan los coches rápidos? – Insistió la turca, sorprendida.
- Los adoro. Precisamente por eso no me gusta el coche. – El piloto del Supreme dio claros gestos de no encajar bien la puya.
- ¿El tuyo es mejor? – Escupió este, manteniendo la compostura.
- El mío es increíble. – La respuesta de Han seguía dirigida hacia la turca. – En velocidad, pero también en resistencia.
- Páralo. – Dijo esta a su compañero.

El Supreme arrancó aún con el semáforo en rojo, cruzándose sobre el paso de cebra y bloqueando la salida al Fenrir. Su conductor salió rápidamente, pistola en mano, pero fue la pasajera la que se anticipó, plantándose con brazos en jarras ante la puerta de Han.

- Apague el motor y salga del vehículo, por favor. – El piloto había sido sorprendido, y sus compañeros lo miraban con odio. Especialmente Mark, consciente de que su reserva de marihuana no superaría un simple registro. - ¿No me ha oído?
- ¡Mierdamierdamierdamierda! – Se oyó al bajista murmurar desde atrás.
- ¡Joder, Han!
- ¡Silencio vosotros dos! ¡Tú! ¡El guerrero de la carretera! ¡Bájate! – Por encima del Fenrir, el turco miró a su compañera sorprendido, pero ella lo ignoró.
Han obedeció en silencio, mientras la turca animaba a su compañero a calmar sus ánimos. Con brusquedad, ella lo giró y lo empujó contra su coche, ordenándole poner las manos contra el techo.
- Quietecitos… - Dijo el turco a Megan y Mark. Esto no tenía pinta de ser oficial, y eso los libraría del registro… A lo mejor. No discutieron.
- Dale una hostia de mi parte. – Dijo Megan a la turca, haciéndola reír. Pese a intentar mantenerse tranquila, era plausible su nerviosismo.
- Seguro que eres uno de esos conductores suicidas… - Prosiguió la turca mientras cacheaba a Han.
- Me gusta la vida.
- ¡Silencio! - Tomó su cartera y leyó su documentación. Luego prosiguió el registro, subiendo desde los tobillos hasta la cadera para acabar tomándose unos segundos con su culo. Luego se inclinó hacia delante, hundiendo una mano por su entrepierna. – Han Parker Cliff… Está limpio.

Han no vio el gesto con el que ella indicó a su compañero que volviese al coche para apartarlo del tráfico. Empezó a girarse, pero ella lo retuvo agarrándole el hombro. Por el rabillo del ojo vio como ella sacaba un bloc y un bolígrafo, maldiciendo su suerte y su arrogancia.

- Aunque fardes de ser un demonio de la carretera no te he visto cometer delitos contra el tráfico, pero obstaculizar la labor del departamento de investigación es bastante grave con el estado de excepción. – Dijo mientras escribía. – Tienes suerte de no venirte al calabozo. ¿Y sabes qué? Me iba a encantar retenerte un par de días…


Finalmente arrugó el papel y lo tiró dentro del Fenrir, que cayó en el regazo de Mark. Han los vio arrancar y perderse entre el tráfico. Luego se subió a su coche con gesto de fastidio y suspiró profundamente.

- ¡Considérate afortunado, cabrón! ¡Casi nos dejas sin concierto! ¡Te juro que te voy a crujir en cuanto te bajes del escenario! – Tronó desde el asiento de atrás.
- ¡Joder, Megan! ¡Ya viste sus miraditas de superioridad de mierda! ¡Puede que mi coche no esté completo, pero puedo ganarles mientras me saco la polla y les dejo un rastro de meados para que no se pierdan cuando los deje atrás! ¡No soporto que me reten, joder! – Protestó Han en respuesta. Luego suspiró y se giró hacia Mark. - ¿Muchos dígitos? – Preguntó con resignación.
- ¡Joder! ¡Nueve! – Los otros dos palidecieron de la impresión.
- ¡¿Qué cojones…?! – Alcanzó a preguntar Han, en cuanto logró sobreponerse a la impresión.
- ¡Esto es un número de teléfono, tío! ¡Un puto número de teléfono! ¡Y en “tipo de infracción” pone “mi día libre son los jueves”!
- Señores… - Dijo Megan, desde el asiento de atrás, mientras se calaba unas oscuras gafas de sol con gesto teatral. – ¡Esto es una señal de Odin! ¡Hoy solo podemos triunfar!

Mientras el Fenrir quemaba asfalto, con la misma fiereza con la que su tocayo mitológico se lanzaría para devorar el sol, una voz desgarrada gritaba desde la radio una frase lapidaria: “It’s calling me"



La Highlander Tavern, ya totalmente reconstruida y con los clientes habituales acostumbrados ya al servicio ofrecido por los gemelos. Aiden era el dueño y señor de la barra, mientras que Garth se dedicaba a vagabundear de una mesa a otra. No pocas veces habían tenido que hacer honor a su reputación familiar, saliendo armados con sendas clavas de detrás de la barra. Las armas, las clásicas mazas de madera que usaban los pastores norteños, eran el alma de la Highlander, expulsando por las malas a bebedores poco resistentes y amigos de la trifulca durante cinco generaciones.

Al fondo, varias mesas de billar ocupaban una sala aparte del mismo local. Eran seis en total, colocadas de modo que se aprovechaba todo el espacio posible para jugar, a cambio de que los jugadores tuviesen que verse apiñados, y muchas veces dejar tirar al vecino antes de poder tirar uno mismo. En esta situación, los choques se sucedían continuamente. Sin embargo, los clientes habituales lo asumían, y solían tomárselo con paciencia.

- ¡Hijo de puta, me has movido! ¡Por tu culpa he fallado y quizás pierda! – Gritó un joven corpulento, de piel oscura típica de Corel al igual que su acento. El que lo había provocado se pasó una mano por la cara, limpiándose los salivazos con gesto serio y tranquilo.
- ¡No mientas! ¡Cuando te dio ya habías tirado y fallado! – Gritó una chica desde el otro lado de la mesa del que estaba siendo abroncado.
- ¿Qué? ¿Me estás llamando mentiroso? ¿Me estás llamando mentiroso, pedazo de zorra? ¿Es eso lo que dices? – Los otros tres que iban con él, más o menos de su mismo corte y maneras, se acercaron, atentos a cualquier desenlace de la conversación.
- ¿Se está metiendo contigo, T-Shak? ¡Deberíamos disciplinar a esa furcia!
- ¡Sí! ¡Enseñarle que es lo que debe hacer con esa boquita!

El hombre que había empezado todo se giró hacia su amiga.

- Daphne, por favor, no interrumpas. – Esta, asustada por lo que pasaba, miró a su otro amigo, mientras se llevaba la mano al bolso, en busca del tacto tranquilizador de la pistola. – Siento haberte estropeado la partida. Si pierdes, te invito a una.
- ¡Ya lo creo que me vas a invitar a una, mariconazo! – El matón, envalentonado, hablaba cada vez más alto, para que lo oyesen todos.
- Creo que te acabas de quedar sin partida…
- Han, ¿nos vamos? – Preguntó el que había estado jugando contra él. Era un joven atractivo, de llamativos ojos verdes. Iba bien vestido, y se podía ver que tenía una oreja mutilada.
- No te vas a ir a ningún lado. – Dijo el tal T-Shak. - ¿Me oyes? ¡Mírame cuando te hablo! – Gritó empujando a Han contra la mesa de billar.
- Lo siento, es que aquel de allí te estaba imitando y era bastante gracioso.
- ¿Qu…?

En cuanto sus ojos no estaban fijos en el piloto, el matón se encontró con una bola de billar en la nuca. No sintió la patada en la rodilla tanto como el suelo al chocar contra su cara, pero Han se cuidó de pisarle la cabeza para asegurarse de que no se levantaba. Rápidamente, fue a por el más próximo de sus adversarios, arrojándole la bola a la cara sin parar de correr. El pandillero alzó las manos. No fue lo suficientemente rápido para evitar que la bola le diese de refilón en la frente, pero si para taparse los ojos durante los pocos segundos que Han necesitó para patearle la entrepierna.
El piloto estaba concentrado en estampar una y otra vez la cabeza del que acababa de patear contra la esquina de la mesa, de modo que no pudo ver como el tercero del grupo corría hacia él con una navaja en la mano. Cuando iba a pasar entre dos mesas, algo le hizo trastabillar. Rolf se había colocado discretamente al lado del pasillo por el que iba a ir, y le coló el taco de billar entre las piernas, derribándolo. Miró sus caros zapatos de diseño un par de segundos, antes de decidir que no los estropearía pisándole la cabeza. Esperó a que se levantase unos centímetros para saltar sobre su espalda, estampándole la cara contra el suelo y sonrió con satisfacción al ver que su nariz se había encontrado con las baldosas una segunda vez, celebrándolo con un sonido húmedo y desagradable.
El cuarto había sido el más listo de todos. Sigilosamente sacó su navaja y avanzó hasta el que estaba estampando la cara de su amigo contra la esquina de la mesa. Ese cabrón lo había empezado todo, y no se iba a ir de rositas a estas alturas. Agarró firmemente su arma, se agachó, ocultándose tras la mesa, se preparó para salir y…

- ¡Si das medio paso más te agujereo, chupapollas de mierda! – ¡Esa zorra había ido directa a por él y le había plantado una pistola en toda la puta cara! ¡Hasta se le había puesto la voz más ronca con la tensión de la pelea! El piloto alzó la vista y vio a su amiga con gesto furioso.
- Daphne, baja eso. – Dijo mientras dejaba caer al pandillero que tenía agarrado. Este estaba demasiado aturdido para moverse y había perdido unos cuantos dientes. – Bájalo, o te meterás en problemas. – Tomó un palo de billar y apartó a su amiga, interponiéndose entre ella y el último pandillero.
- ¿Estas seguro? Tiene un pincho…
- Ya lo veo, y sí, lo estoy. – Respondió sin dejar de mirar a su oponente. – Y tú, hijo de la gran puta… ¡Ven aquí y demuéstrame como te las gastas! ¡Ven a jugar una partida conmigo! – El pandillero miraba a Han fijamente, cubierto de un sudor frío. ¡Nadie le plantaba cara a T-Shak! Todos sabían eso en su barrio, y sin embargo, el chaval este le había estampado una bola de billar en la cabeza y lo había noqueado en dos golpes. Han tenía el gesto decidido, y no parecía intranquilo en absoluto.
Esgrimía su taco, esperando a que su rival tuviese los cojones de ir a por él, o en caso contrario, a que se le acabase la paciencia y fuese él quien tomase la iniciativa. En cualquier caso, ni el idiota ese ni sus armas iban a ser suficientes para amedrentarlo.

Treinta segundos después, Aiden estaba a la puerta de la sala de billar, con la escopeta de los debates apoyada en el hombro, preguntando quien era ese moreno que acababa de cruzar su taberna a toda prisa, como si lo persiguiese el mismísimo demonio. Rolf le dejó un billete de cien guiles en el bolsillo, con sus disculpas por las molestias, de modo que el tabernero entendió en seguida lo que había sucedido: Cuatro bandarras de los suburbios que no sabían aguantar el alcohol se habían peleado. Se despertarían en el callejón y tenían la entrada prohibida desde ya mismo.


Cuando se estaba relajando para retomar la partida, Han sintió un fuerte pellizco en el costado.

- ¡Ay, so hijaputa! ¡Eso dejará moratón!
- ¡Te está bien por liarlas, broncas de los cojones! – Respondió Daphne.
- ¿Qué yo qué? ¿Pero tú oíste lo que te llamaron?
- Lo oímos todos, Han, pero Daphne tiene razón. ¿Qué cojones sucede contigo? Te creía más listo que eso…
- Venga ya… Son cuatro mierdosos. Carne de obra, o algo peor.
- Si, Han… Pero las navajas son de verdad y matan. ¿Eres carne de hospital o de cementerio? – Repuso el tirador. – ¡Y precisamente hoy!
- ¡Cállate, joder! – Gritó furioso el piloto, acordándose del incidente con los turcos. Inmediatamente bajó la voz. – Tú deberías entenderlo mejor que nadie.
- ¿Qué debería entender? – Preguntó Rolf. Ambos miraron hacia Daphne, pero esta vez ella se negaba a ser excluida. - Daphne… - Ella negó con la cabeza, y Han suspiró.
- Es por tu amigo “alfa”. – Rolf asintió, entendiendo a quien se refería el piloto. - ¿Crees que después de vérmelas con alguien así, puedo tener miedo de estos maricones?
- No es tan sencillo… - Intentó argumentar el tirador.
- No, pero sí: Son cuatro idiotas sin futuro ni beneficio que solo saben gritarse y no tienen ni idea de pelear. Tenerles miedo es faltar al respeto a todo lo que he pasado, y a mí mismo.
- Ya he oído a demasiada gente llenarse el pecho y la cabeza con esa basura de hombría, valor y respeto.
- Se llama “ser un hombre”, pijo comenabos, y requiere cierta dedicación.
- Me alegro de no habérsela dado nunca. – Intervino Daphne.
- ¡Vete a la mierda! ¿Qué vas a entender tú?
- Entiendo lo que duelen las patadas en los cojones, Han, y tú tienes una muy cerca. – Rolf se interpuso.
- ¿Eso es todo? ¿No te sientes hombre si no vas abriéndote paso a hostias? ¿Así es como quieres ser? ¿Un amargado, deforme y mutilado?
- Sabes de sobra que eso no es lo que es.
- Si nos ponemos cabrones, es parte de lo que es, Han. La otra parte es que es listo y elige sus peleas, no se lanza hacia delante a cualquiera que lo mira mal.
- Y tú eres un hipócrita. ¿Acaso no aceptas tus desafíos?
- Han… No estás teniendo en cuenta una cosa. – Dijo el tirador, acercándose al piloto y encarándolo.
- ¿Qué?
- Que si no fuésemos amigos, ya estarías muerto. – Los ojos de Rolf bajaron y los de Han lo siguieron, encontrándose con una navaja que el tirador había tomado del pandillero del que se ocupó. Estaba abierta, y su punta afilada y un poco curvada estaba quieta a un centímetro del torso del piloto, justo debajo del esternón. Rolf cerró la navaja para que ambos se tranquilizasen antes de seguir hablando. – Mira Han. Me las he visto con el que se suponía que era el mejor tirador de Midgar y he salido con vida, de modo que he de ser el mejor en activo… Pero te aseguro una cosa, y quiero que tú también la oigas, Daphne: Tengo miedo. Cada vez que tengo que vérmelas con alguien del gremio me asusto de cojones. ¡Me vuelvo paranoico! No me atrevo a repetir rutinas, ni ir más de dos veces por el mismo camino en una semana. No me fio de que acate las reglas, ni de que no intente jugármela. Me he confiado muchas veces en el pasado, y dos veces he estado a punto de perderlo todo. La primera vez, la bala pasó a un palmo de distancia, y la segunda… Miradlo vosotros mismos.

Ambos contemplaron al tirador en silencio, sin saber que decir. Daphne apartó la mirada, disgustada, pero Han seguía con el gesto de determinación. Erguido, le sacaba una cabeza al tirador.

- Se merecían las hostias más que nada en el mundo.
- ¡Amén! ¡Los cien giles mejor gastados de mi vida! – Rió el tirador, acabando con la tensión reinante. – Y es cierto: Nadie que haya encarado a quien encaramos nosotros podría tenerle miedo a estos idiotas. - Ambos sonrieron, y el piloto se giró para ir a recuperar su bola blanca, cuando el tirador lo retuvo, serio de nuevo. En su otra mano estaba la navaja. – Quédatela, como recordatorio.



Un sedán familiar recorrió los callejones de los suburbios del Sector 4. Esquivaba el tráfico con un cuidado casi quirúrgico, mientras se apartaba de los demás coches con un pánico evidente a dañar la pintura con cualquier roce, por pequeño que fuese. Finalmente, el vehículo logró aparcar y de su parte trasera salieron dos chavales, con gesto hosco y aburrido. El mayor vestía prendas holgadas, entre las que destacaban una gorra puesta del revés y una sudadera varias tallas mayor, ambas decoradas con diseños estilo graffiti. El otro, muy parecido a él en su aspecto ligeramente rubicundo, tenía el pelo engominado y peinado de punta, pero vestía un jersey de punto, un polo y unos pantalones de pinzas. A sus nueve años no le quedaba otra que asumir que su madre elegiría su indumentaria. Cuando esta se bajó, lo hizo llamando a ambos al orden. Era una mujer de figura ancha, con una cintura que había sido estrecha tiempo ha, antes de dos embarazos y una vida más dedicada a la carrera profesional. Tenía el pelo suelto y lucía maquillaje, pero se la veía poco acostumbrada a ir arreglada.

- ¡No es Wilhelm! ¡Es W-street! – Protestó el mayor, en lo que parecía un día más de lucha para que sus arcaicos progenitores entendiesen que su apodo no era un capricho: Era un nombre de guerra.
- Wilhelm es tu nombre, jovencito, y a tu abuelo le parecería muy feo ver que rechazas ese nombre que te pusimos en su honor.
- ¡W-street mola más! – Apoyó su hermano menor.
- ¿Ves, vieja? ¡Sig-boy me da la razón!
- ¡No me llames así! ¡Y no llames así a tu hermano! ¡No te atrevas a…! – Mientras pensaba como acabar la frase, la mujer se vio interrumpida por el contundente sonido del maletero al cerrarse. Se giró y vio a su marido cerrando el coche.
- ¿Vamos, Frida? Hemos tardado demasiado en aparcar y estamos bastante lejos. No quiero llegar tarde.
- ¡Bah! ¡Tú y tus caprichos de mediana edad! ¡Mira otra vez que pinta tienes! ¡Casi me da vergüenza ir contigo así por la calle! ¿Qué van a decir nuestros vecinos, los Schmidt?
- No hay nadie por los suburbios a estas horas.
- ¿Cómo lo sabes? – De repente, la astrofísica residente en el apacible pueblo de Kalm se dio cuenta de que ella y su familia se encontraban en medio de una de las llamadas zonas peligrosas de Midgar. Podrían ser asaltados, asesinados, atracados, violados, asesinados otra vez… - ¿Estás seguro de que quieres hacer esto, querido? – Dijo ella, intentando conmoverlo.
- Más que nada en el mundo. – Dijo su marido, mientras avanzaba decidido.


A los dos minutos de caminata, la gran sala de fiestas conocida como Tower of Arrogance ya era visible entre las restantes estructuras del sector: Almacenes, naves industriales abandonadas y algunas reconvertidas en edificios de viviendas de protección oficial. Un poco más cerca ya podían oír el rugido del heavy metal que manaba de su interior. Hoy era la final de la batalla de bandas y se esperaba un llenazo absoluto. La cola daba la vuelta al local antes de adentrarse en el aparcamiento. Frida vio como su marido avanzaba con tranquila indiferencia hacia un fornido portero de aspecto amenazador. El matón vestía un caro traje, pero sin camisa ni camiseta debajo, luciendo su pecho cubierto de tatuajes. Estos cubrían también las manos y el cuello del sujeto, que con su pelo rapado al nueve miraba fijamente a su marido mientras sonreía de forma amenazante.

- A dond’ vas, ¿viejo? ¿Te has creído que el garito es de esos de entretenimiento familiar?
- Vera: me esperan ahí dentro, porque…
- No hay porque, viejo. – Lo interrumpió el matón. – No se me ocurre quien cojones querría verte con tus pintas de rockerillo cuarentón salido aquí dentro, junto con tu fulana y los críos.

Frida miró a su alrededor. Temió que Wilhelm pudiese lanzarse, siempre tan gallito, pero esta vez estaba visiblemente asustado. Sigfrid sin embargo, miraba tranquilamente a su padre, confiando en que encontraría la forma de vencer a ese “hombre malo”. Temía que su hijo pequeño estaba a punto de llevarse una decepción. No pudo evitar pensar en que su marido si iba un poco ridículo: Se había puesto una camisa de manga corta, negra con llamas naranjas, y la llevaba abierta, luciendo bajo ella una camiseta de su antiguo grupo. Tenía unas gafas de sol en uno de los bolsillos de la camisa, pese a que había anochecido una hora atrás, y se había dejado crecer un poco el pelo para llevarlo de punta. Su bigote también era más largo por los lados, y se había dejado una pequeña perilla, del grosor de un dedo, desde el labio inferior hasta la barbilla.

- Vera… Insisto en que debería comprobarlo: Yo tengo que estar ahí dentro.
- Mira vejete, este es mi último aviso: O te das el piro a la de ya o donde vas a entrar es en el hospital. ¿Me he espresano con claridá?
- Se dice “expresado”…
- ¿Me acabas de corregil? ¿Te he oído bien? ¿Me acabas de corregil? – El cuarentón se alejó varios pasos, dándose la vuelta, mientras a sus espaldas el portero lo insultaba con obscenos desvaríos lingüísticos. Sacó el PHS.


- ¿Helmut? – Frida se giró al oír llamar a su marido y vio a un joven melenudo, con barba corta, saludándolo de forma amistosa, como si tuviesen mucha confianza. El joven iba vestido con unas horribles botas de motero, unos vaqueros desgastados y una camiseta igual de horrible y pueril que la de su marido. - ¿Qué tal, tío?
- Hola, Han. Te presento a mi mujer, Frida, y los chavales: Wilhelm y Sigfrid. – Dijo el guitarrista a su compañero, señalando hacia su familia con una mano abierta, sin ser capaz de apartar la vista de lo que sucedía a espaldas del recién llegado. – Oye, ¿Qué pasa con el portero? – Han se giró y vio como otros tres trajeados le daban una paliza con saña, mientras Keith, el principal asistente de Isabella, caminaba hacia ellos con su eterno cigarrillo en la boca.
- ¿Es este? – Preguntó el motero retirado. – No me lo imaginaba así.
- Keith, ¿recuerdas a los Atomic Wasteland? Te presento a Hell Mouth. – Keith se apartó el flequillo de delante de los ojos, intentando creérselo.
- ¿Hell Mouth? ¿Eres… Es usted ese tío que compuso Corpse paved way, con un solo de dos minutos brutal solo para dejar claro que Avenging Atom no sería capaz de tocarlo cuando ocupase su lugar?
- También la compuse para usarla de tarjeta de visita para otros grupos, pero nunca llegué a buscar más. La vida… - Dijo encogiéndose de hombros. – Por cierto… ¿Qué pasa con ese portero?
- Está siendo despedido. – Respondió Keith. – Ahora mismo, como puede ver. No queremos un portero que insulta a los vips. Pero acompáñenme al interior…
- Eh… Gracias… - Dijo el administrativo de la aseguradora, mientras lo seguía acompañado de su familia y de Han.


El interior de la Tower hacía honor a su reputación: Un escenario inmenso para ser de un local cerrado, ante un patio en el que cabían fácilmente más de mil personas, y muchas más en las plantas superiores, viendo los conciertos por medio de pantallas gigantes instaladas para el evento. Su familia desentonaba enormemente en el lugar, repleto de macarras, heavys, rockers, hedonistas, borrachos, liantes, moteros… La más selecta clientela de los suburbios se daba cita en la colosal estructura para entregarse a fiestas legendarias, incitadas por su conocida propietaria Isabella Sciorra.

- Antes mencionó las tarjetas de visita, señor Liebermann
- No recuerdo haberle dicho mi nombre… Señor Keith.
- Usted está inscrito para tocar hoy, ¿recuerda? Yo me ocupo de parte del trabajo aunque la señorita Sciorra es meticulosa y profesional en todo lo referido a los negocios. – Mientras hablaba, sacó un tarjetero de un bolsillo de su chaqueta y le ofreció una a Helmut. Este la miró: Era de color blanco, con un toque violáceo muy leve y las iniciales I.S. en color lavanda. – Aquí tiene. Con esto podrá consumir gratis y acceder a cualquier lugar del recinto.
- Vamos tío… - Intervino Han. – Hay que preparar el show.
- Eh… Si, gracias. ¿Podría alguien acompañar a mi familia a un lugar cómodo, por favor?
- En la zona VIP serán tratados como reyes. – Indicó Keith, con una sonrisa amarilla por efecto del tabaco, a la vez socarrona y servicial. – Y tendrán una vista inmejorable del espectáculo.



“¡Espectáculo! ¡Bah!”, bufó para sus adentros Frida, abiertamente disgustada: El local era ruidoso, sucio… El camarero un afeminado con una desagradable afición al látex y al cuero. ¡Menos mal que sabía preparar combinados sin alcohol! No estaban mal…
Allí estaba ella, una eminente astrofísica, con una tesis a medias y todos esos cálculos pendientes, acerca de la trayectoria del cometa y formas de desvío. Con tan poco tiempo para estar con los suyos, y tenía que tirarlo en este sitio. Pero Helmut se lo había pedido, y casi nunca le pedía nada. Ya no tenía edad para subirse a hacer el idiota en un escenario, sin embargo, había que dejarle: Las decepciones se curan, pero los anhelos incumplidos no lo hacen nunca.

El sitio, que tanto la incomodaba estaba decorado con una grotesca afición por lo gótico y tenebroso, aunque la propietaria al menos no vestía como si fuese un fantasma del siglo pasado. ¡Menos mal!
La propietaria le causó una impresión aceptable. Si: Aceptable. Su cabello era de un extraño color lavanda, y las mallas que cubrían sus piernas eran ceñidas como una segunda piel. La mandíbula de Wilhelm estuvo cerca de descoyuntarse, pero ese hombre tan educado, Keith, pese a su peste a tabaco, le dijo discretamente que aquel forzudo de dos metros que había al fondo de la sala era su novio. ¡Eso tendría a W-street callado un rato! Sigfried, por su parte, se dedicaba a mirar a todos lados con un ligero temor en los ojos y una sonrisa llena de ilusiones infantiles.

La sala vip, situada en la última planta, estaba rodeada de pantallas gigantes, desde las que era posible contemplar todo el local. Estaba también llena de gente de todas las raleas: Degenerados, borrachos, gritones, punkarras, heviatas, niños de papá ansiosos de emociones… Desde su repentina aparición, meses atrás, se había convertido en poco tiempo en uno de los puntos neurálgicos de Midgar, tanto para estas fiestas como para algunos eventos culturales o deportivos, Wilhelm estuvo pesado toda la semana hablando al respecto.
Puede que Helmut no fuese un dios del rock, pero al menos la había llevado hasta la sala vip del local de moda. Hacía tiempo que eso no sucedía.

- ¡Atención! – Isabella se había subido a un taburete. Con su abrigo largo, su corpiño, sus mallas y esas botas altas parecía una suerte de corsaria. A Frida no le extrañó esa ausencia de un “por favor”, tan típica de la gente acostumbrada al mando. ¿Sería ella así en casa? – Señores: He de anunciar al grupo, así que todos abajo: Hora del rock’n’roll.



El escenario, totalmente vacío y en calma, era como la calma en el ojo del huracán. A su alrededor, el mundo daba vueltas a una velocidad vertiginosa: El público, la bestia inmisericorde que devora a aquellos incapaces de satisfacer su infinita ansia de emociones, se movía como una marabunta, atronadora en sus miles de murmullos expectantes. Tras el figurativo telón, se retorcían clavijas y se tensaban cuerdas, en busca de la perfecta afinación. Se apuraban cervezas y se gastaban bromas, mientras se saludaba a amigos, se pisoteaban colillas y se intentaban contener gestos de nerviosismo. Algunos dudaban, cierto. ¿Todo estaría bien? Afinación, conexiones, instrumentos… La prueba de sonido había sido buena, pero… Pero…

Pero no todo el mundo dudaba. Erguido tras el escenario, con la guitarra preparada, aunque con el volumen al mínimo, Hell Mouth, el devastador, miraba a sus pies, mientras sus dedos surcaban los trastes como estrellas fugaces. Las luces de su afinador se encendían y apagaban, alocadas por ese incesante cambio de notas, pero él lo ignoraba. Todo estaba probado y todo funcionaba, él incluido. Se tomó un último segundo para mirarse a sí mismo de abajo a arriba. Sus botas de motero, sus vaqueros rotos y su camisa en llamas. La última camiseta de su época con los Atomic Wasteland, guardada como oro en paño, como la espada clavada en la piedra, a la espera de la llegada del verdadero rey. Se planteó unas gafas de sol, pero sus compañeros le dijeron que con ellas solo lograría parecer una especie de policía de película. Lástima que fuese miope... Lo que sí le habían prestado, para ponérselo justo antes de subir al escenario, cuando Frida no tuviese posibilidad de impedírselo, eran sendas muñequeras cubiertas de tachuelas. Aquí se había venido a tocar lo que se iba a tocar.

- ¿Nervioso? – Pregunto Megan a sus espaldas. La joven baterista y luchadora no tardó en cogerle afecto a Helmut, con su apariencia apacible y mansa. Sin embargo, Megan conoció el alcance de su furia el día de su presentación, cuando Han y Helmut tuvieron su primer choque de egos.
- ¿Hell Mouth nervioso? – Respondió este, mirándola de reojo para darse aires de masculinidad.
- ¡Nunca! – Concedió ella. Megan si estaba algo nerviosa, y agradeció la broma. – Lo has echado de menos, ¿a que si?
- Megan… - Esta vez, el macho se desvaneció en una nueva imagen, paternal y tranquila. – Ya sabes cómo es la vida: Llega la hipoteca, los hijos, las letras del coche…
- Y sin embargo, aquí estas: Listo para volver a los escenarios con un grupo veinte años más joven que tu.
- Es que ya acabé de pagar la hipoteca.
- Pues no te cargues estos micros o los pagas tú también. – Advirtió Mark, que se acercó a ellos tras afinar su bajo. Estaba dándole las últimas caladas a un porro, mientras les acercó unas cuantas cervezas mediadas. – No podemos subirnos a un escenario teniendo asuntos pendientes.
- Ni tampoco bajarnos. – Completó Megan, alzando su birra para un brindis.

Cuando estas entrechocaron, una cuarta mano se unió, con su respectiva botella mediada. Era un brazo crispado, con algo de vello, y a su otro extremo había un guitarrista crispado y enfurecido. Han siempre estaba furioso en las grandes ocasiones. Por lo visto, la mentalidad combativa le hacía superar sus límites. Con su camiseta metalera, su melena revuelta y su barba, parecía más un raro berserker norteño que un músico, pero eso tampoco importaba demasiado: Megan parecía que fuese a hacer deporte, Helmut a salir de excursión con un grupo de moteros cuarentones urbanitas, y Mark… Esta vez Mark no era un fumeta con sudadera. Era un vocalista principal, con ajustados pantalones de cuero negro, deportivas blancas, una camiseta hecha jirones y mitones de tachuelas.

- ¡A por todas! – Sentenció Han. En ese momento, Keith aparecía en el backstage, encendiendo un cigarrillo.




El telón cayó, y rugió el sonido. Como un solo animal de gesto impasible, el público se volvió. Gestos de entusiasmo aparecieron de la nada, como estrellas en un mar de negrura celeste. El resto, se debatían entre la curiosidad y el desinterés, cuando no era directamente la risa. El cardado de Mark no era algo para el día a día, ni el aspecto de sus dos compañeros, pero las pupilas convergieron claramente en un punto: ¿Qué cojones hacía ese viejuno en medio del grupo? ¿Era algún tipo de coña?

Y la coña les explotó en la cara. Tras un rápido rasgueo atronador, se hizo el silencio mientras el grupo miraba al público, devolviéndoles ese desprecio. Helmut permanecía impasible tras sus gafas de sol (graduadas, por necesidad). Mark sonreía con lascivia, con el bajo apoyado en la entrepierna mientras buscaba rostros femeninos con cuerpos que se merezcan una canción. Megan simplemente sonreía. Sonreía y contaba mentalmente.

Un, dos, tres y… Blam. La batería abre camino mientras las guitarras rasguean sus cuerdas apagadas, emitiendo un sonido espasmódico, que lleva a un nuevo rugido. Así empieza el concierto: Como una paliza. Debes dar un gran golpe inicial, para dejar claro a que has venido. Pero no empiezas dándole duro, sino que sigues una especie de ritual de cortejo. Unas reglas no escritas, pero respetadas en todos los antros a medio civilizar.
Primero, una mirada. Haces llamar la atención del enemigo y le muestras con claridad a que has venido y cuales son tus intenciones. Es una mirada con desdén y falta de respeto. Así se empieza también un concierto: Con ganas, para llamar su atención, pero con calma.
Los mejores golpes se guardan, pero sin embargo, esto es una pelea. No quieres amenazarle y que se vaya, sino que se quede, creyendo que puede contigo.

- ¿Queréis coger aire? – Gritó Mark al público. - ¿Necesitáis respirar? ¿No? ¿Qué necesitáis entonces?... Ah… Entiendo… ¡Queréis guerra! ¿Eh? ¿Queréis guerra? ¡No os oigo! ¡¿Queréis guerra joder?! ¡Pues somos los Rooftop Ravens, y hoy habéis encontrado al mejor grupo para que os dé guerra!

Las siguientes canciones son un poco más suaves, pero movidas. Tonadas de metal llenas de distorsión, pero sin grandes ataques, como el doble bombo, o los efectos más crujientes de las guitarras. Es el momento para que el cantante, como buen frontman, brille con luz propia mientras llama la atención de todos. Es el momento de enganchar a la gente, de conectar con ella… De buscar a esa persona sola, al fondo de la sala, si, esa, y enseñarle a que ha venido: A ser parte de algo: De un concierto. A hacer que la noche sea putamente inolvidable… Y dejarle claro que es uno del grupo, lo quiera o no.

Y entonces se acaba el ritual de cortejo. El público mira al grupo, a la espera. Algunos gritan y animan, otros se burlan, y los que quedan, simplemente contemplan. Es suficiente: Ya son parte de esto, quieran o no. Ahora tienes su atención y vas a por todas. Hell Mouth se aparta el sudor de la frente y se acerca al micro.

- Corpse paved way.

Megan esperaba la señal de pie. Alza una de sus baquetas y se deja caer, machacando la batería con todo el impulso. En ese momento, el escenario explota, ardiendo en una tormenta de decibelios. En distintas octavas, el mismo solo ruge en ambas guitarras a la vez. A veces se separa, y luego vuelve a rugir. “El rock no ha muerto. El metal no ha muerto. Solo os ha dado un descanso.” Helmut mira al público, sonriendo para sí mismo mientras, a sabiendas de que ya no es tan joven. Esas ideas no le sirven. No le ayudan a despegar. Sin embargo, viendo al público, sabe que la pista de despegue, hace tiempo que quedó mucho atrás, y la tierra no es más que un pequeño borrón azul a la cola.

Megan golpea el bombo, haciendo que este retumbe en el interior de su cuerpo, alzándolo y haciéndole vibrar. A su izquierda, Han mantiene su gesto, mientras parece mirarle con odio. Es un hombre brutalmente competitivo, y ahora mismo parece estar echando fuego por la boca. Iguala su solo, en cada nota, como un perfecto reflejo, pero se le ve sudar. A veces aprieta la mandíbula, y acaba cada tramo difícil con un gruñido. Es una forma de subirse a tocar terriblemente mezquina y destructiva, pero ¡que se le va a hacer! Es Han, y antes se comería su propia guitarra que quedar atrás en un simple rasgueo.

Helmut había tocado Corpse Paved Way miles de veces, tanto con la guitarra como sin ella. Había surcado tanto en la realidad como en la imaginación cada una de sus notas, buscando formas de mejorarla y hacerla aún más brutal. Había analizado miles de variantes, algunas de las cuales no había tocado nunca, pero sabía perfectamente la manera en la que iban a sonar. Era su mantra de paz, y su refugio, más allá del estrés, de las frustraciones y de los desprecios, Corpse Paved Way era la prueba de que muchos podían tocar la guitarra, pero solo uno podía ser Hell Mouth, de los Rooftop Ravens.
Helmut se sumergió en la canción. “Abandona toda esperanza, tú que entras”, dice la inscripción sobre la puerta. Abandónalo todo, y sumérgete en la música. En el rock.
En el ojo de un huracán sónico, el guitarrista no era consciente del mundo. Simplemente aceleraba, tocaba y clavaba algún armónico de vez en cuando. Un buen barrido de sweep picking iba a abrir bocas, y cinco o seis seguidos romperían alguna mandíbula. “Esto es una pelea”, había dicho Han. ¡Que lo sea! El grupo estaba tocando, pero Hell Mouth no estaba con ellos. Surcaba el borde del infinito a lomos de una secuencia de notas perfecta y hermosa, y a la vez brutal y violenta, como una bestia salvaje sacada de los ensueños de la fantasía. Sus manos surcaban una pradera de trastes y cuerdas, prendiendo fuego al mundo a cada nota, como explosiones atómicas concentradas en el interior de un nervio a la vez óptico y auditivo. El mundo se desdibuja, y el tiempo es un solo instante repetido eternamente, aquí, al borde del infinito. El mundo carece de importancia, solo existe la canción.

La música dejó de sonar. Mark y Megan acabaron de tocar, luchando por mantener la concentración, pero Helmut seguía con su solo. Han dejó de tocar también, rindiéndose ante esa aplastante avalancha de virtuosismo. En un escenario a oscuras, rodeado de silencio y admiración, Hell Mouth seguía tocando como si la guitarra acabase de ser creada, y un dios estuviese naciendo en ese preciso lugar, en ese preciso instante.
Cuando volvió a ser consciente de sí mismo, Helmut Liebermann se sintió un poco ridículo por una milésima de segundo. Estaba erguido al borde del escenario, con su guitarra blanca con forma de flecha alzada sobre la cabeza, y el rostro congelado en un hierático gesto de superioridad. “¡Que se jodan!”

A su izquierda, en medio del silencio, otra guitarra empezó a sonar de nuevo. Alzándose de entre sus cenizas, como un fénix de llamas negras, Han apareció erguido, con su guitarra de ébano gimiendo a la vez de dolor y placer. La música es el maltrato, amando e hiriendo a un instrumento para tu gozo y lucimiento. Sin dejar de tocar, se lanzó corriendo contra una de las pantallas, subiéndose a una de ellas y tocando como un demonio vengativo.
Ardía. No había otra forma de describirlo. Helmut era como el átomo primigenio del universo surfeando en un tsunami, y Han era como el relámpago que incendia el mundo. Fuerzas de la naturaleza opuestas, enemigas y aliadas a la vez. Eran vida y muerte, eran luz y oscuridad, eran todo y nada. Eran rock.

Han acabó por bajarse de la pantalla entre vítores. Caminaba hacia su lugar cuando se encontró a su compañero interponiéndose ante él. La guitarra blanca estaba dispuesta, y la negra inmediatamente se le opuso. El concierto sigue adelante. La pelea está ganada, pero aún no ha transcurrido ni la mitad. Todo lo que se haga de ahora en adelante, es ensañamiento.



Desde la sala vip, todo era más relajado, pero no habían logrado escapar del ambiente. Se gritaba y se rugía, se saltaba y se entregaba el alma en cada nota. Wilhelm y Sigfried no habían dicho nada en bastante rato, salvo alguna expresión suelta de alucine. Ella misma reconoció encontrarse bastante conmovida, de ver al hombre de su vida alzarse como un dios sobre la multitud. Había venido al concierto con la triste idea de ver a Helmut tocar, más o menos dignamente, ante un público joven que no le iba a perdonar ser un cuarentón, y estaba mentalmente preparada para darle consuelo por ello, pero el resultado había machacado todas sus expectativas. Hell Mouth, el brutal y apasionado guitarrista que le había echado el ojo desde el escenario, nunca había muerto, y era una parte importante e inseparable del tranquilo y amable Helmut que la había enamorado.

En ese momento, el tronar del metal se apagó. Se aclararon un poco las luces y el cantante apareció detrás de un teclado, dando las primeras notas de una poderosa balada. Una que Frida nunca había podido olvidar, tan profunda y tan parte de sí misma como su sangre o el aire que respiraba.

- No, Helmut, por favor. – Susurró suplicante. – “Flame of Passion” no.

Pero ya era inevitable. La canción había superado su introducción instrumental, y cruzaba un claro punto de no retorno: El teclado quedaba atrás, y entraban las dos guitarras. Lentas y pasionales, como la súplica de un amante necesitado. La astrofísica, la fría mujer de ciencias, no fue capaz de superar la oleada de sentimiento, de nostalgia y de amor que la sobrecogieron, y le hicieron entender porque siempre acababa aceptando las protestas de su marido y sus negativas a vender o tirar la guitarra. Nunca había oído esa canción, desde la última vez que sonó en lo alto de un escenario, casi veinte años atrás.
Nunca la había olvidado.

- ¡Mamá! – Oyó la voz trémula de Sigfried. - ¿Mamá? ¿Estás llorando? – Frida lo miró en silencio, pero tras aguantar unos segundos, acabó por rendirse.
- Si, cariño. Solo un poco…
- ¿Por qué?
- Porque esta canción siempre emociona a mamá. Y tu padre la está tocando maravillosamente.
- Mamá… - Insistió Sigfried, volviendo a su pregunta. - ¿Papá es guay?
- Papá es el puto amo. – Respondió Wilhelm. - ¡El puto amo!



Finalmente llega el bis. El bis es la única parte del concierto que no parece una pelea. Es la parte en la que hay que dejar una última tarjeta de visita, y asegurarte de que el público la toma.

- Quiero dedicar esta canción… - Dijo Han, tomando el micro para hablar por primera vez en todo el concierto. – Pero antes, ya que va a ser la última, quiero un aplauso.

¡A la batería, la diosa de múltiples brazos e ira terrible! ¡La mujer capaz de causar trastornos sísmicos con su ritmo imparable, cuyas baquetas deberían catalogarse como armas de destrucción masiva!: ¡Megan Fowler!

¡A la voz, bajo y teclado, el mago, el hombre de las mil caras y del millón de tretas! ¡El gesto insolente y seductor! ¡El enemigo de todos los novios celosos del mundo!: ¡Mark Khaspard Owen!

A la guitarra… ¡El portavoz de la condenación! ¡La pasión! ¡La llama eterna! ¡La leyenda!: ¡Hell Mouth!

- Y a la otra guitarra… El fénix negro. – Han se giró, sorprendido por la interrupción, y pudo ver a Helmut en el micro. – ¡El vengador furioso! ¡El trueno arrollador! ¡Mi hermano en alma e instrumento!: ¡Han Parker Cliff!

Ambos se miraron. Para sorpresa de Helmut, el rostro de Han tenía una expresión serena y a la vez solemne. Lo miró desde su extremo del escenario, sostuvo la guitarra como una espada e hizo una reverencia. Él la devolvió, igual en respeto e inclinación. Así hay que hacer un concierto: Con pasión, camaradería y ganas de hacer explotar la noche.



Mientras el grupo hacía reverencias y posaba para las fotos de los presentes, sonriendo orgullosos ante su conquista, desde las mesas del piso superior, Daphne no podía dejar de manosear su vaso.

- Pareces inquieta… ¿No te ha gustado?
- No seas idiota, Rolf.
- ¿Entonces?
– Ha sido brutal. - Sonrió mientras intentaba relajarse. - Han... Han ha estado tan sexy que… ¡Dios! ¡Me lo follaría aquí mismo!
- Una pena que él no vaya a dejarse hacer eso… - El tono de Rolf insinuaba una cierta decepción, pero sus ojos estaban atentos a otro sitio, mientras hacía un gesto con la mano. Daphne había seguido hablando, de forma entrecortada, hasta que fue interrumpida.
- ¿Otra copa? – Dijo el recién llegado. – Esta bien que asumas tu papel de reinona vieja en ciernes, y vayas cambiando los niñatos por… La ginebra te pega bastante. ¿Un dry Martini, tal vez?
- Y otro para mi amiga. ¿Nunca te la había presentado? Daphne, este es Malcolm. Un buen camarero, pese a sus continuas insolencias. Malcolm, esta es mi hermosa amiga Daphne.

Cuando se giró a mirar, esta se encontró con un hombre increíblemente atractivo. Jugaba con la androginia sin abandonar la masculinidad. Vestía un ajustado pantalón de cuero y una extraña camiseta de spandex negro cerrada en torno a su cuello como una gargantilla pero abierta desde su pecho hasta sus abdominales bien definidos. Tenía las mangas largas hasta casi los dedos, y las uñas de estos, pintadas de negro, creaban un efecto gótico bien logrado.
Su cara estaba perfectamente afeitada y blanqueada con maquillaje, y su melena lisa caía hacia atrás, recogida en una coleta suelta. Era a todas luces un animal nocturno, al que Daphne había visto muchas veces tras la barra, aunque de mejor humor. Esos ojos marrones siempre le habían resultado extrañamente familiares.

- ¿Oh, hoy toca esa acera? Más de algún niño se ha librado hoy de su primer desengaño amoroso.
- Mal… No seas grosero… Estás delante de una señorita.
- Disculpa. Aunque Rolf sea un íncubo bastardo de una monja zoófila, tú no debes pagar por sus, más que incontables pecados.
- ¡Habló la reinona de cuero y látex!
- Pijo… En fin. Es un placer, Daphne, pero hoy es un día ajetreado: Todos los que han estado viendo el concierto están asediando la barra por sus consumiciones. ¿Te traigo algo antes de irme?
- El… El dry Martini estará bien… - Dijo ella, ligeramente turbada ante tal giro hacia la simpatía.

Vieron como el camarero se iba abriéndose paso entre la multitud, saludando a conocidos o apartándolos con la bandeja.

- Le estás mirando el culo, ¿a que si? – Preguntó Rolf. Su amiga se ruborizó como una colegiala.
- ¿Cómo…? Joder, está buenísimo.
- ¿Y qué es lo que más te gusta de él? – Insistió con malicia.
- ¿Aparte del morbo, y el físico, y todo? No se… Tiene algo que…
- ¿Familiar?
- Si… Pero no alcanzo a saber lo que es. No es algo igual, solo parecido… - Dijo ella, aún mirando como Malcolm hablaba con una de las camareras antes de meterse hacia el almacén.
- Piensa en alguien a quien te querrías tirar ahora mismo. Ahora ponle un estilo más trabajado, quítale esa barriga fruto de incontables cervezas, mejora su aspecto y hazlo gay.
- Creo que te entiendo, pero no me lo creo. – Respondió ella tras pensarlo unos segundos, mirándole a la cara con cautela.
- Si no sé que es lo que crees, no te puedo sacar de dudas. – Insistió Rolf, obligándole a decirlo, mientras se recreaba en el último sorbo de su copa y en la confusión de su amiga.
- ¿Me estás diciendo que esa es la versión gay gótico-fetichista de Han?
- Su mismísimo hermano gemelo.



- Mierda… ¿Dónde se supone que está el vermouth bueno?

Malcolm levantó una caja y la depositó a un lado segundos después, sonriendo al fin ante su hallazgo. La situación en la barra estaba bastante más que desbordada, y tenía que volver a su puesto cuanto antes, pero su orgullo le impedía que ese cabrón de Rolf tuviese una mala copa que reprocharle. Cuando se agachó para coger un par de botellas, oyó una voz desde la puerta que lo sorprendió.

- Me encanta que te vayas preparando, pero prefiero disfrutar un poco más de los preliminares.
- ¿Quién? Ah… Eres la amiga de Rolf. – Ella había cerrado la puerta y le esperaba recostada contra esta. Había levantado una pierna, insinuándose con la abertura de su falda, luciendo ligueros y medias de rejilla, mientras con una mano bajaba un top al que un simple lazo impedía caer. – Oye, lo siento mucho, pero creo que Rolf te ha gastado una broma pesada. – Dijo mientras caminaba hacia ella. – Verás, tú y yo no jugamos en el mismo equipo.

Cuando Malcolm alargó el brazo para girar el pomo de la puerta, Daphne lo tomó de la muñeca. Se lo acercó a la boca y, tranquila y sensualmente, dio un suave lametón a la yema del dedo corazón, mientras clavaba sus pupilas en las de su víctima. Luego, sin perder la sonrisa lasciva, posó las yemas de esos dedos en su esternón y fue bajando, hasta esconder esa mano bajo su falda. El brazo de Malcolm, interpuesto entre ambos, se tensó con la sorpresa inicial, para luego relajarse, mientras su rostro aún seguía marcado por la sorpresa.

- Y… ¿De qué equipo me hablas?



- ¿Qué tal?
- Jonaaaas…

Al otro lado de la mesa, una mujer lo miraba. No una mujer cualquiera, sino el ideal perfecto de mujer. Ante un hipotético caso de extinción humana, una foto de Aang en ese momento habría sido suficiente para que la idea de la femineidad perdurase para siempre: Tranquila, reposada, fuerte, vital… Embarazada… Apenas un par de semanas faltaban ya, y en su vientre hinchado y lleno de vida, Jonás sentía algo a lo que hablar, tocar y considerar parte de sí mismo.
Aang, sin embargo, no dejaba de pensar en esa maldita manía de preocuparse por ella a cada segundo.

- Sé que no eres capaz de dejar de preguntar, ¿hai?, pero tienes que tranquilizarte.
- Ya, bueno… El concierto ha sido ruidoso y no quisiera que el ruido o el estrés pudiesen alterar…
- El concierto ha sido maravilloso y conmovedor, Jonás. – Dijo ella con una fuerza y una serenidad que no dejaban de impresionar a su novio. Ella se acercó a él, mientras este jugueteaba con su pequeña trenza. – Aunque yo no sea muy “heavy”, siempre recordaré al grupo de Han en el momento en que vinieron a tocar para nosotros. ¿Hai? A todos nos encanta su música, y nos encanta venir a verlo.
Mientras decía esto, con una mano había tomado la de Kurtz, y con la otra, acariciaba su vientre con gestos amplios y protectores. El turco no se quitaba una cosa de la cabeza: Ese cabrón de Krauser tenía toda la puta razón.



Entre bastidores, todo era un incesante movimiento dondequiera que uno mirase. En medio de un silencio atronador y apabullante, creado por el vacío de su música, que el dj de la Tower no fue capaz de contener, la gente se apresuraba para recogerlo todo mientras llegaban informes de espectadores intentando invadir el backstage para ponerse en contacto con los Ravens. Entre los cuatro componentes del grupo, todo eran miradas de complicidad y sonrisas nerviosas. Fanfarronadas, bromas y gente que traía cervezas, aguas y toallas. Gente que felicitaba, o hacía preguntas que apenas se podían oír.

- Grupo… - Mark tomó la palabra a medida que la realidad iba sobreponiéndose a la adrenalina. Se situó entre todos ellos, apartando a los trabajadores con sus cervezas. – La fiesta que nos espera ahora será apoteósica, y la resaca de mañana será como una caída a los infiernos, pero antes de entregarnos a la bebida y renunciar a nuestra consciencia, quiero pediros un favor: Cerrad los ojos. Recordad sus caras. Recordad sus voces, sus gritos, sus gestos, sus súplicas… Somos dioses, gente. – Sonrió mientras abría los ojos y estiraba sus brazos, tocando las frentes de sus compañeros que a su vez le devolvieron ambos gestos. – Somos dioses. Recordadlo pasado mañana en el ensayo: ¡Así es como tiene que ser!
- ¡Dioses! – Gritó Han, alzando la primera birra de una nueva era del rock midgariano.
- ¡Dioses! – Lo acompañó Megan.
- ¡Los jodidos cuatro cabrones ruidosos del apocalipsis! – Rió Helmut.
Cuando las cervezas bajaron y los cuellos volvieron a su posición normal, ahí estaba Keith, inquietante y servicial, con sus dientes amarillentos y su eterno cigarrillo encendido en la mano. Parecía haber aparecido de la nada, pero ninguno de los músicos podía afirmar en este momento ser demasiado consciente de su entorno.
- Seguidme. – Dijo el fumador trajeado. Las puertas se abrieron, y los cuerpos de seguridad de la Tower of Arrogance formaron un pasillo por el que el grupo se abriría paso hasta la zona vip. Un camino entre matones trajeados hacia la gloria. El público gritaba y los esperaba ansioso. - ¿Vamos?
- Tú delante, Keith. Tener a los de seguridad abriendo paso dará la imagen de ser un grupo grande. – Dijo Megan. – Luego, a una distancia Mark que es el frontman. Luego…
- Helmut. – Dijo Han sin dudar. – Y luego…
- Luego va Megan, idiota. – Interrumpió Mark. – El bastardo oscuro y misterioso siempre debe ir al final. – Ambos sonrieron. – Y ahora, ¡seguid el camino de flashes!