miércoles, 2 de enero de 2008

102. EVENTO ESPECIAL

Una ovación se hizo presa del Highlander Caver, Garth y Aiden alzaron sus jarras y las chocaron en al aire, el golpe seco que se produjo fue el escopetazo de salida para las afiladas guitarras que pronto silenciaron cualquier otro sonido y establecieron su dominio seguidas de la salvaje batería, pronto la voz profunda del cantante tomó el control de la nueva jerarquía auditiva.
Interrumpido varias veces por borrachos que lo confundían con antiguas leyendas del rock, Paris se abrió paso hasta que una mano le asió el brazo con fuerza.
- ¡Hey, princesa! – exclamó Rolf desde su mesa con una sonrisa cínica curvando sus labios- Pensé que no ibas a venir. Siéntate un rato.
- No creas que estoy aquí por gusto – soltó el joven con la expresión resignada mientras apoyaba el brazo en la silla que su socio le ofrecía. Saludó con un gesto a Daphne y Kowalsky, él alzó su copa con aire ausente y ella le dedicó una preciosa sonrisa, a veces le costaba recordar que la imponente rubia había nacido como Steffan.
El enorme tipo barbudo al otro lado de la mesa extendió el brazo hacia el recién llegado con cordialidad.
- Soy Henton – dijo el uno.
- Paris – respondió el otro mientras su mano era sacudida con vigor.
- Si no has venido para pasar un buen rato, ¿qué haces aquí? – inquirió el tirador, con una mirada indescifrable, entre el recelo y la comicidad.
- Pensé que encontraría a Scar, le van este tipo de cosas y todos sus colegas están aquí.
- ¿Entonces no te ha respondido las llamadas?
- No. Desde la última… “fiesta” no he podido localizarle. Y aún no he tenido tiempo para acercarme al Sector 2.
- Antes ví a su chica – soltó Kowalsky como quien no quiere la cosa, observando con interés las pequeñas burbujas de su bebida en su ascenso para convertirse en espuma- Iba sola.
Paris torció el gesto, Rolf echó un largo trago a su cóctel y Daphne comprobó que sus zapatos aún seguían en sus pies. El joven decidió revisar su PHS por si acaso se había obrado el milagro pero en la pantalla únicamente se reflejaba la hora. No tenía muy claro qué coño estaba pasando pero sí sabía que fuera lo que fuera no podía ser bueno.
- Tengo que ir a trabajar – anunció finalmente con fastidio- Ya nos veremos.
- Llámame cuando sepas algo –Rolf le lanzó una mirada significativa, el asesino no estaba seguro si le preocupaba más lo que pasaba con Kurtz o el quedarse sin un entretenimiento.


Paris salió a la fría noche de los suburbios dejando el barullo del concierto atrás, sacó nuevamente su PHS y pulsó el botón de rellamada, los tonos se repitieron una y otra vez durante un buen rato pero nadie contestaba, una leve crispación recorrió la mano del joven mientras anulaba la llamada y guardaba el aparato en el bolsillo interior de su cazadora.
- Estoy empezando a cabrearme.
Y no era mentira, desde hacía cosa de una semana su ánimo general se había oscurecido: había comenzado a sufrir migrañas y sus oídos eran azorados por un incesante y lastimero quejido. Para colmo hoy se había levantado con el cuerpo en completa tensión, cada ínfima célula vibraba con fuerza como si quisiera explotar y cada músculo se contraía esperando el momento de entrar en acción. Había conseguido mitigar ligeramente esa sensación tras haber hecho deporte por la mañana pero ahora la notaba con más fuerza. Los calmantes conseguían mantenerle en su sitio aunque no hacían lo suficiente.

Antes de medianoche ya había alcanzado el Sector 6, su turno empezaba a las doce así que tendría tiempo para darse una ducha y cenar algo. El piso estaba en un completo y sepulcral silencio, las luces de neón del exterior se colaban por la ventana del salón reflejados en la mesita metálica sobre la que reposaba el ordenador portátil y arrojando haces verdes y rosados que bañaban la estancia. Nada en las paredes salvo estanterías repletas de archivadores, libros y CDs ordenados alfabéticamente. La única nota decorativa la daba un jarrón de cristal modelado sinuosamente que contenía una frágil rosa blanca, a su lado un peluche azul de ojos saltones. Dejó un cazo con pasta en el fogón, se descalzó y llevó las botas en la mano. Al pasar cerca de la rosa alzó la mano y la acarició con un dedo aunque no se detuvo, dejó el calzado a los pies de la cama y se desvistió tirando toda la ropa a una cesta a excepción de la cazadora que acabó colgada de un perchero tras la puerta. La manía le llevaba a asearse prácticamente siempre que venía o se iba a la calle así que su próximo destino fue la ducha; dejó que el agua templada, tirando a fría, le relajase, apoyó la frente en los azulejos y se quedó allí un rato sintiendo sus miembros más livianos.

“¿Puedes oírlo? Es como un gemido. Aeris dice que es el planeta”

- ¿Katthy?
Su voz se perdió en el sonido de la cascada de agua. La había oído claramente, como si estuviera allí a su lado. A veces el recuerdo de la voz de su hermana le asaltaba pero nunca había sido tan nítido, tan real. Cerró el grifo, había algún motivo para recordar precisamente esa frase. No tardó mucho en darse cuenta de lo que todo aquello significaba, era tan sencillo como mirar atrás.
- Tú siempre lo habías oído, Katthy – se sonrió con tristeza, alegre de poder compartir algo con su hermana aunque ella ya no estuviera a su lado.
El sonido del agua derramándose sobre el fogón lo sacó de su embelesamiento y le hizo apresurarse. Se secó con vigor y vistió con ropa limpia, hoy tocaba camisa, el jefe quería que sus camareros tuvieran un aspecto medio decente esa noche, se murmuraba que Don Genco volvería a la “Cuadra Ganadora” esta noche y había que dar buena imagen. Se ató el cabello con un coletero oscuro y se quitó los aros plateados de sendas orejas para dejarlos en una pequeña cajita lacada sobre la cómoda de su cuarto, Reynold, el dueño, no aprobaba la idea de que un hombre llevase pendientes aunque esto fuese algo bastante común.

Los tortellinni a penas le duraron un suspiro, tardaba menos en comer que en desenvainar su daga. Fregó todos los cacharros y pasó la gamuza varias veces sobre la encimera, luego lavó la propia bayeta y la dejó sobre el escurridor. Se lavó las manos un par de veces y acudió al cuarto de baño para lavarse los dientes.
El cuchillo asegurado en su pantorrilla y camuflado bajo la tela vaquera del pantalón y las botas de estilo militar, los auriculares de su reproductor en mp3 taponándole los oídos, las llaves en su mano derecha y los calmantes en la izquierda. Listo.

Bajó al trote la escalera del edificio saludando a la vecina del primero que lo miró con una mezcla de miedo y confusión, “ni que fuera la primera vez que me ve” pensó para sí. Una corriente cálida le saludó al alcanzar la calle, en Mercado Muro siempre hacía calor debido a la cantidad de luces y puestos de comida al aire libre que había. Hoy estaba especialmente transitado, vio un par de abejitas corriendo calle abajo apresuradas por llegar a su colmena, algunos hombres trajeados haciéndose pasar por grandes empresarios de la placa superior para timar a los incautos e indigentes apurando la última gota de alcohol de sus cartones de vino; la música se extendía por las vías entrelazándose las melodías folklóricas con otras más modernas. El callejón que escondía a la “Cuadra Ganadora” era fácilmente identificable por el chocobo de neón que corría con un jinete sobre sus hombros.
El local, como no, estaba abarrotado, la ola de calor y el olor a alcohol y dinero sucio fue la primera en recibir a Paris quien se escabulló entre las sombras hasta saltar tras la barra. Su compañera, Holy, ya estaba allí; había empezado su turno hacía un par de horas, su fino vestido de falsificación de seda dejaba a la vista sus pechos realzados, seguramente, con algún relleno, llevaba el pelo negro recogido en una coleta alta, con el flequillo teñido de rosa.
- ¿Qué tal? – preguntó ella enérgicamente sin siquiera mirarle mientras preparaba dos copas del cóctel más famoso del local, el “Mako Stream”.
- Como siempre – respondió él sin mucho ánimo.
Se dirigió al cuarto para el servicio y dejó su cazadora en un improvisado perchero, cuando regresó se topó de frente con Holy.
- ¿Qué llevas en los ojos? – ella le observaba sorprendida, esbozando una sonrisa.
- ¿Qué?
- Te quedan genial pero no sabía que te iban las lentillas – la camarera se acercó un poco más para observar bien las misteriosas pupilas de su compañero – Mi novio tiene unas parecidas pero son amarillas. Un día podría pedírselas e ir a dúo. ¡Pero que no te pille el jefe!
- ¿Eh?
Fue reclamado enseguida por un cliente así que no puedo preguntarle a Holy de qué coño hablaba. Durante un buen rato recibió miradas reprobatorias, temerosas o incluso seductoras dependiendo del cliente. Cuando vio la oportunidad Paris dejó la barra y fue al baño, suponía que como mucho le habrían reventado algunos capilares debido a la tensión que llevaba sufriendo todo el día pero no podía estar más equivocado: sus pupilas se estaban alargando tomando la forma de dos rendijas.
- Mierda… - eso no era bueno, nada bueno. Hacía mucho tiempo que no le pasaba y creía tenerlo bajo control.
Sacó el botecito con los calmantes y se metió una ración doble, estaba al borde de un ataque y ni siquiera se había dado cuenta. Apoyó los brazos en lavabo con la cabeza caída, esperando algún resultado positivo… y esperó lo que le pareció una eternidad con los ojos cerrados y los labios fruncidos, podía sentir los latidos de su propio corazón retumbándole en los oídos, una gota de sudor le resbaló por la mejilla y rodó sobre la cicatriz hasta desprenderse y caer al suelo. Temía alzar la vista y que su reflejo le devolviese otra vez esa mirada afilada y antinatural, odiaba esa parte de sí mismo que no podía controlar, odiaba profundamente su propia debilidad y depender de calmantes para poder controlarse, odiaba… odiaba… dejó la mente en blanco, aspiró hondo y contuvo la respiración.

Una ola de silencio asoló el local, quizá era sólo cosa de su aislamiento mental en ese momento pero eso no explicaría por qué sólo el murmullo producido por el televisor vencía al mutismo reinante. Paris, aún con el corazón latiendo en sus oídos, salió del aseo y encontró todas las miradas dirigidas a la enorme pantalla donde se proyectaba la filmación de un enorme astro rojo sobre el cielo de Midgar.

<<… aún no han confirmado nada. La población está a la expectativa de un comunicado de Shin-Ra. Los expertos han estimado que se trata de un objeto de grandes dimensiones debido a su tamaño, aún no han desvelado nada acerca de su trayectoria por lo que les informaremos a medida que se sepa más.
Ya se han registrado los primeros ataques de histeria en zonas de…>>

Dejó de oír el noticiario, a los latidos de su corazón se unió nuevamente el quejicoso lamento.


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La división de SOLDADO al completo había recibido un aviso de carácter urgente. Los de más alto rango habían sido informado primero: Sephiroth había invocado a Meteorito. No faltaron aquellos que se sorprendieron al comprobar que, efectivamente, el legendario héroe de SOLDADO seguía vivo y que tal como se había rumoreado se había vuelto en contra de Shin-Ra. Tenían orden de pasar las instrucciones a las divisiones inferiores pero no debían entrar en detalles en cuanto a explicaciones. Lo primero era salvaguardar el orden en Midgar, ya se habían comunicado brotes espontáneos de histeria y violencia y no querían que sucesos parecidos volvieran a repetirse. También se pretendía dar una imagen de normalidad para tranquilizar a la población por lo que las escuelas militares seguirían funcionando aunque con cambios en su plantilla.
Alma Farish volvía a ser SOLDADO en activo, sus días de entrenar cadetes habían terminado.

101. EVENTO ESPECIAL

Acabado el concierto, Yvette aun tarareaba entre dientes una de las canciones que más le habían gustado, aunque se la notaba distraída... Distante. Harlan la interrumpió justo cuando iba por "I watched with glee as your kings and queens fought for ten decades for the gods they made".

- ¿Que tal con tus viejos amigos? - Preguntó, refiriéndose al grupo de turcos jóvenes. - ¿Fue un bonito reencuentro?

Su compañera tardó en responder. Inagerr era lo suficientemente listo para darse cuenta de que había sido bastante desagradable. Estuvo hablando con ellos, pero los dejó en seguida, dando la espalda a sus gritos, y no les volvió a dirigir la palabra. Finalmente suspiró, mientras se sentaba en asiento del piloto.

- ¿Que tal te caigo, Har? - Su compañero, extrañado, encontró bastante sinceridad en sus ojos. Le aguantó la mirada impasiblemente para finalmente responder.
- Lo suficientemente bien como para que te deje llamarme "Har". – El tono suave y grave de su voz tranquilizó un poco a la agente de Turk. - ¿Por que lo preguntas?
- No lo se... Quería estar segura.
- ¿Que ha pasado, Yvette?
- Bueno... Fui a saludar a esos gilipollas... Me interesé por el brazo de Jim, y por sus avances buscando al que lo hizo, y ellos me dieron un regalo que me tenían: Un dvd de porno de viejos.
- Que chistosos... - Harlan había sido el compañero del violento Scar muchos años, y eso le había convertido en un experto "poli bueno". Sabía como crear un vínculo de confianza, y como decir lo justo para que la persona con la que hablaba se sintiese apoyada y siguiese dándole a la lengua. Yvette sonrió levemente.
- Te lo enseñaría, pero lo clavé en uno de los "pinchos" del flequillo de Van Zackal.
- ¿Ese no era el que te...?
- Y luego - prosiguió ella como si no lo hubiese escuchado. - le dije que la próxima vez me comprase uno de porno de enanos, que así vería rabos más grandes que el suyo. - Por respeto, Harlan se contuvo una carcajada, pero vio venir que la cosa no había acabado ahí. Por lo visto, aún quedaba lo peor. - Luego Jim Grim me miró a los ojos, desde su sillón, y me dijo con su reposado tono de sorna "Últimamente he percibido en ti una cierta decantación hacia tus mayores. ¿Ya conocen de tus... Artes?" - En ese momento Yvette notó ese sutil espasmo de crispación silenciosa que aparecía cada vez que Harlan se cabreaba en serio. En sus primeros días como equipo le indicó cuando había estado a punto de morir después de haber lanzado una pulla. Sus ojos se entrecerraron y respiraba profundamente, con las aletas de la ancha nariz muy abiertas y la mandíbula tensa y apretada. - Har... - La mirada seria, casi suplicante de su compañera logró instar al turco a tranquilizarse, muy en contra de lo que realmente deseaba, sin embargo, por respeto, Harlan Inagerr se calmó y la dejó proseguir.
- ¿Que le respondiste? - Preguntó al ver que ella no empezaba a hablar.
- Me ofendí... Sentí ganas de empezar a tiros con él, pero me contuve. Montes, Van Zackal, Grim, y unos cuantos más me miraban desafiándome a hacer algo, pero me mantuve quieta. "¿Probarme?", les dije. "¡Querrás decir que aún no los probé yo a ellos! Y siendo honesta: Despues de haberme divertido con vosotros, lo que me apetece es un hombre de verdad" - Harlan sonrió levemente, culpándose por no haberse dado cuenta de que ella sabía mantener el tipo sola.
- ¿Cual fue su respuesta? - Preguntó
- Me dijo que me mataría. Que no había mujer viva que no hubiese vivido la mejor noche de sexo de su vida con él, así que, por el bien de su reputación, yo debía morir por mentirosa. - Harlan había empezado a sonreír, lo cual era sinónimo de violencia casi inmediata. Ella se anticipó continuando la historia antes de que él tuviese tiempo de hacer nada. - Yo lo reté. Le dije "Se lo que tienes entre las piernas, pequeñín, y no vi cojones suficientes para algo así"... Y él sacó su pistola. Apuntó hacia mí y dijo "Bang!" mientras sonreía. Me limité a levantar una ceja, poner cara de poker e irme despacio, dejándolos con sus carcajadas. Si te digo la verdad, llegué a creer que me iba a disparar por la espalda.
- ¿Crees que hará algo?
- No lo se... Es un loco impredecible. No se si lo decía en serio o solo quería asustarme, pero ahora la pregunta: ¿Te caigo bien?
- Le caíste bien a Rosemary Krauser, niña. Eso es un voto de confianza para todo el grupo. - Intentó tranquilizarla.
- Bueno... Es un alivio saber que no me he quedado sin amigos... - Sonrió ella, no sin cierto sarcasmo. - Pero bueno... La verdad es que cuando se os conoce sois majos... Incluso Svettlana.
- ¿Majos? - Ahora si que Harlan estaba sorprendido. - Somos Peres, Varastlova, Kurtz e Inagerr. Somos los cuatro turcos más veteranos, duros y cabrones que han pisado Midgar, y no nos ascienden porque en el momento exacto en que uno de nosotros deje de pisar las calles el índice de criminalidad subirá un 10%. ¿Eres capaz de imaginarte cuantos años hace de la última vez que alguien nos llamó "majos"?
- Menos de los que merecéis, probablemente, pero todos tenéis ese encanto del rollo "vieja escuela"... ¡Hasta tengo ganas de conocer mejor al cara cortada!
- No me extraña... ¿Sabes quien pateó a Van Zackal y Montes y disparó en el brazo a Garrison?
- Estas de broma... - Los ojos azules cristalinos de Yvette se abrieron de par en par por la sorpresa.
-Oficialmente lo estoy: Esto no ha pasado nunca. ¿Entiendes? - Ella asintió, pero tenía esa sonrisa incrédula de alguien que acabase de ganar la lotería. - Pero bueno... Si quieres conocerle, arranca. Nos ha tocado el dudoso honor de ir a decirle que su excedencia ha sido revocada. – Algo parecido a una sonrisa había aflorado en los labios de Yvette, pero rápidamente se extinguió, consciente de que no les esperaba nada agradable.
-¿Qué órdenes tenemos?
-En hora y media tenemos que estar ante el trono, para recibir instrucciones sobre ese jodido meteorito de parte del presidente Rufus en persona: Se ha declarado el estado de excepción, lo que significa uso de armas especiales: Cuando recojamos a Scar, habrá que ir por el cuartel a por kevlar y artillería. – La alusión al principal despacho de la ciudad era clara: No se admitía demora alguna, y no iba a ser nada bueno.




Tras agilizar los tramites circulatorios con algo de la temeridad que caracterizaba el estilo de Yvette al volante, aparcaron el coche en el descampado del mercado viejo, en el sector dos, frente al edificio donde vivía el antiguo compañero de Harlan. El portal estaba abierto, y subieron los 5 pisos en silencio. Yvette estaba algo ilusionada, pero al ver la seriedad con la que iba su compañero se olió que no iba a ser agradable.
Nadie respondía a sus llamadas. El timbre parecía a punto de fundirse de tanto uso y el continuo aporreo hacía crujir la puerta. Dentro se oían los lamentos de un perro, y algunos ruidos extraños, concluidos con un “perro de los cojones” dicho con voz pastosa, antes de que la puerta se abriese. Lo que vieron ahí dentro, dejó a los visitantes anonadados: La casa estaba hecha una mierda, llena de muebles tirados y algunos rotos. Caminaron hacia el salón siguiendo los pasos que oían al dueño, errantes y torpes, seguidos de los gemidos de un perro negro al que veían dirigirse hacia un cuarto que parecía una zona de guerra. Había un par de pistolas tiradas sobre una mesita, rodeadas de botellas vacías de cerveza y vodka, y cargadores y balas esparcidos por todo el suelo. La televisión estaba encendida, ignorada en un rincón mientras un informativo especial interrumpía la emisión. El abnegado perro se subió a un sillón, encogiéndose para no provocar la ira de su amo, siendo su única compañía y vigilando que no levantase la voz, o rompiese cosas. El estado en el que Harlan e Yvette encontraron a Kurtz era desesperanzador. Estaba tirado en el sofá, totalmente borracho, acabando una botella de vodka mientras se entretenía cogiendo balas y lanzándolas contra el techo.

-Hola rubita. Hola, Har. – Comentó el anfitrión sin cesar en sus lanzamientos, con el ánimo apagado.
-Hola, Jonás. – Dijo su antiguo compañero, con voz grave y tono neutro, a la espera de que le diesen alguna explicación del caos reinante. El silencio no hizo sino confirmar sus peores sospechas. - ¿Por qué se fue?
-Miedo. – Dijo Kurtz, tras un breve silencio. Había estirado el cuello y dejado caer la cabeza desde el borde del sofá, y ahora miraba a sus visitantes bocabajo. – Tiene miedo de lo que yo represento. De lo que ha vivido, y de las pesadillas sobre la puta guerra que jodió su vida y la mía. Tiene miedo de vivir con un asesino de su pueblo, y de estar ignorando todo el sufrimiento y el horror de esos años al ser feliz aquí, conmigo, mientras su país lucha por reponerse y es pisoteado por ShinRa una y otra vez. Tiene miedo de no luchar por algo que cree que debe luchar, o no sabe porque, o que... No se, joder... El caso es que se ha ido.
-¿Lo habéis dejado? – Intervino Yvette, segundos tarde para darse cuenta de la mirada de Harlan que le sugería cederle el control de la conversación.
-¿Qué si lo hemos dejado? – Preguntó, enfocando sus ojos marrones hacia ella. Era una mirada llena de violencia contenida: Esa ira irreflexiva que producen en algunas personas el miedo y la incertidumbre. – “Dejarlo”... Puta palabrota... ¡Que mal suena, la hija de puta!... – Kurtz se incorporó. En un caso extremo, Yvette se creía capaz de defenderse: El veterano estaba borracho, y Harlan acudiría a separarlos... Pero el modo en el que la encaró la hizo dudar como no había dudado en mucho tiempo. - ¡No! – Dijo alzando la voz, con una sonrisa cínica. - ¡No lo hemos dejado! ¡Seguimos siendo novios! ¿Y sabéis por que? ¿Eh? – Scar los señalaba, haciéndoles sentir incómodos. - ¿Sabéis por que, malditos hijos de puta? – Gritó haciendo aspavientos, como si se lo dijese al mundo entero. - ¡Por que Shyun Tsuun Fo Aang es gilipollas! – Y rompió a reír.

Harlan e Yvette lo miraban sintiendo compasión hacia la piltrafa humana que se alzaba entre ellos, buscando una botella en la que quedase algo que beber, para dirigirse a la ventana y mirar largamente la calle, como si esperase verla entre las farolas, caminando hacia la entrada del edificio.

-Gilipollas... – Siguió Jonás, tras acabar el vodka. Tiró la botella al suelo, que cayó sobre la alfombra rebotando un par de veces y rodando hasta los pies de Yvette, que la recogió y la puso sobre la mesa. – La muy gilipollas me ama. – Rió mientras se dejaba caer contra la pared, sentándose en el suelo. – Me ama, y me teme. A mi y a todo lo que yo represento. Dice que necesita aclarar sus ideas, y olvidar la guerra del todo, antes de volver aquí.
-¿Y todo esto? – Preguntó Inagerr, señalando a las balas que Yvette recogía e iba colocando en cargadores. Él mismo cogía algunas y se las iba pasando, consciente de que era mejor ganar tiempo.
-Quería tener las pistolas cerca... Para... ¡No lo se!... Pero también las quería inutilizadas, para no hacer ninguna estupidez.
-¿Ibas a pegarte un tiro? – Harlan estaba escandalizado. Nunca habría esperado eso de su compañero. - ¡Maldita sea, Jonás! ¡¿Ibas a suicidarte y matar contigo cualquier posibilidad de volver a vivir junto a Aang?!
-¡Come mierda y muere, puto subnormal! – Gritó Scar, lanzando una botella contra su ex-compañero que estalló en mil pedazos contra una pared próxima. - ¡Siempre has tenido un jodido matrimonio perfecto, con dos hijos increíbles, puto maricón! ¡Ni te imaginas lo que es esto! ¡Ni te imaginas lo que es vivir sabiendo que eres la peor pesadilla de la puta persona más importante de tu vida! ¿Me has oído, cabronazo? – Harlan aguantó el tipo, pero agachó la cabeza. – ¿Sabes por qué hay un arma de fuego junto a mí? ¡¿Lo quieres saber?! – Yvette estaba asustada. Inagerr permanecía quieto, frente a su amigo, erguido e impasible, mientras Scar estaba poseído por la rabia. Tenía los ojos enrojecidos, respiraba fuertemente, y su cuello estaba totalmente tenso, como si apretase la mandíbula. Sus manos, crispadas, zarandeaban con fuerza a Harlan, al que tenía agarrado de las solapas. – La persona que más quiero en este mundo me miró fijamente, antes de irse, como si yo fuese un monstruo, Har. ¡Un monstruo! Y cada vez que se me pasa la borrachera no puedo evitar preguntarme si realmente seré un monstruo... Y si como tal no será mejor que me quite de en medio.

El tío más duro de todo el cuartel de Turk estaba destrozado. Sus rodillas parecían incapaces de sostenerle, y su cara estaba enrojecida por la rabia. Llevaba días borracho, sin asearse o siquiera dormir en condiciones y estaba ojeroso y demacrado. Era la ruina de lo que había sido... Su voz estaba rota, evidenciando un nudo en la garganta. Parecía que iba a decir algo, pero no se veía capaz. Entonces gritó. Yvette se quedó bloqueada en un primer momento, tanto que cuando al fin fue capaz de moverse, Scar ya había estampado a Inagerr contra la pared, y lo tenía agarrado por el cuello con una mano, mientras la otra golpeaba su cara con la fuerza de un animal enloquecido. Cuando el turco finalmente logró alzar las manos para defenderse, su amigo lo agarró de las solapas, cruzándolas para estrangularle, mientras pegaba un tirón con el que desequilibró a su corpulento ex-compañero, aprovechando para clavar su rodilla en el plexo solar de este. Fue entonces cuando una botella se rompió en el lado izquierdo de la cara de Kurtz, cegándole con una nube de astillas y cristales rotos. Yvette sabía que no tendría tiempo para hablar, así que aprovechó la ventaja de atacar desde el flanco para castigar a puñetazos las costillas del enloquecido turco, mientras el perro ladraba furiosamente desde el otro lado de la sala, confuso, pero enseñando unos dientes muy seguros de si mismos. Intentando aprovechar el factor sorpresa, la turca pateó la parte trasera de la rodilla del veterano, intentando derribarlo, pero este dejó su pierna ir, cambiando el peso a tiempo y aprovechando el movimiento para patear la entrepierna de su otro rival, ganando tiempo para dedicárselo a la novata. Con su mano izquierda agarró una botella de entre las que había tiradas y la arrojó con fuerza contra ella, aprovechando el momento en que intentaba detenerla para abalanzarse y patearle el estómago. Acto seguido, empezó una serie de puñetazos a la cara esperando a que ella levantase los brazos para protegerse, momento en que agarró uno de ellos, pegando un tirón que dio paso a una llave sencilla pero efectiva, que hizo a la joven agente caer al suelo, vaciándose de golpe el aire de sus pulmones. Un fuerte puñetazo en la frente hizo que su cabeza rebotase contra el suelo, aturdiéndola aún más, junto a la falta de oxígeno. Al ver a Inagerr recuperarse, Scar actuó por reflejo, aprovechando el movimiento con el que se incorporaba para impulsar un codazo hacia el torso, pretendiendo dejar sin respiración al inmenso hombre negro, pero este vio venir el golpe y estaba preparado para encajarlo, y listo para sacudir la cabeza del violento borracho con dos puñetazos simultáneos, uno en cada sien. No dudó en aprovechar los segundos que acababa de ganar en atacar de nuevo, castigando la cabeza de Kurtz con una serie de puñetazos, haciéndole retroceder, mientras le partía el labio. Harlan se preguntaba cuanto aguantaría su ex-compañero antes de caer, pero perdió la oportunidad de descubrirlo cuando su serie de golpes se ralentizó medio segundo para respirar. Aún no había acabado de tomar aire cuando fue agarrado de la ropa por Scar, que se dejó caer hacia atrás, rodando ambos, de modo que quedó sentado sobre su amigo, que estaba tumbado boca arriba en el suelo, encajando un golpe tras otro. A Harlan lo salvó la caballería, formada por un único y valiente perro que demostraba ser más sensato que su amo. Etsu se arrojó contra Scar, derribándolo antes de que pudiese ensañarse demasiado contra Harlan. El perro, para su desgracia, no recibió un trato especial, sino que el puñetazo que tuvo que encajar fue el mismo que recibieron el resto de los que se opusieron a Kurtz, que se levantaba con una mirada asesina.

-¡Se acabó! – Gritó Yvette, amartillando su pistola. – ¡Maldito loco de cara rajada, si das un paso mas te vuelo las rodillas!

Kurtz se detuvo en seco, tanteando a escondidas en busca de algo con lo que improvisar una escapatoria, mientras Harlan se levantaba magullado, lentamente. Etsu ladraba como un poseso hacia Yvette, tras cambiar de bando descontento por la jugada de sacar un arma.

-Hijos de puta... – Murmuraba Harlan, interponiéndose entre sus compañeros levantando las manos, mientras Etsu se sentaba, aliviado de no ser el único cuerdo de la sala. – Yvette, guarda el arma. – Dijo con calma.
-¿Qué? Har, maldita sea... ¡Tienes que estar de broma! ¡Ese psicópata se abalanzó sobre ti sin motivo!
-No fue sin motivo, y ahora baja eso, por favor. No quiero que esta mierda vaya a más.
-¿Qué no que? – Preguntó ella, incapaz de pensar con claridad y temblando por el subidón de adrenalina, mientras un hilillo de sangre caía desde su frente y otro desde la comisura de sus labios. Sus ojos no se apartaban de él, agachado al otro lado del salón, mirándola atento a cada movimiento. Sus ojos oscuros ardían, mientras todo su cuerpo parecía inmóvil, excepto por la respiración. Desarmado, magullado y en inferioridad numérica, Jonás “Scar” Kurtz la miraba atento a cada gesto, a cada detalle. Para él la pelea aún no había acabado, simplemente esperaba. En ese momento, Yvette se dio cuenta de que, a pesar de sus diecisiete balas de nueve milímetros, no tenía el control de la situación. Levantó la mano izquierda y con la derecha guardó el arma, agachando la cabeza, derrotada. Satisfecho, su compañero se giró hacia Kurtz.
-Y tu, tíralo. – El aludido se incorporó, dejando sobre una mesa el puntiagudo trozo de vidrio que escondía en la mano izquierda, oculta tras su cuerpo.
-Joder... Lo siento mucho. – Dijo el anfitrión, recobrando la cordura. – Estoy hecho una mierda, Har. Peor que nunca. Necesito a esa mujer, y la necesito más que el aire.
-Tranquilo, tío... – Harlan le dio un abrazo, ante la confusa mirada de Yvette. – Ya sabes lo que se dice: Hoy por ti...
-Estáis locos... – A la pobre mujer le iba a dar algo. El sabio y maduro veterano se abalanzó como una bestia furiosa sobre los dos, y los habría matado de no ser por el maldito perro, y ahora se daban abrazos. Sin embargo, en el fondo, no pudo evitar entenderlo. Kurtz estaba destrozado... Desesperado. Estaba a punto de derrumbarse y necesitaba una válvula de escape. Perdió el control, pero a todo el mundo le podía pasar. Claro que con su entrenamiento era mucho mas peligroso que un ataque de rabia de cualquier hijo de vecino, eso había quedado patente, pero aún así, Yvette no pudo evitar reconocer el pobre intento de un hombre desesperado por no derrumbarse. – A ver, par de vejetes... Hacedme un sitio en el abrazo o vais a parecer gays. – Dijo ella, mientras los agarraba a ambos. – Y tu, cara cortada, por lo que más quieras: ¡Dime que te queda algo de vodka!



Una hora más tarde, Turk al completo se erguía en el despacho del presidente Rufus Shinra, escuchando órdenes precisas de acabar con cualquier alteración del orden que pudiese surgir a raíz de un fenómeno astral inusitado: Un cometa había aparecido en el cielo, y las suposiciones del departamento de ciencias eran unánimes: Su trayectoria era de colisión. Por el momento, el cometa no era más que una pequeña y lejana llama roja en el firmamento que se iba acercando a gran velocidad a cada segundo que pasaba, como un siniestro reloj en cuenta atrás, marcando el tiempo que le quedaba al planeta.
Los hombres y mujeres allí presentes vestían chalecos de kevlar reforzados, y llevaban escopetas, subfusiles y algunos fusiles de asalto. La situación no estaba para bromas, y no hubo chiste alguno entre las dos facciones en las que se dividía la organización.
Harlan e Yvette compartían aspecto impasible, desastrados por la paliza pero erguidos y orgullosos. Armados él con una escopeta Bonfire del calibre 12 y ella con una carabina MF22A4. El, a pesar de estar allí, escuchando órdenes que iba a cumplir aunque le pesasen, tenía claro que antes que turco, era marido y padre. En ultima instancia, Midgar entera podía irse al infierno, con tal que sobreviviesen Grace y los niños. Yvette, que no tenía tantas responsabilidades, se limitaba a observar sin mostrar la tristeza que la embargaba. El mundo se iba a la mierda, a pequeña y gran escala, y la peor sensación que había vivido nunca, volvía para tomar nuevamente el control de su vida: La impotencia.
Kurtz agarraba firmemente su viejo fusil MF22A1 modificado, erguido junto a su nueva compañera Svettlana, mientras escuchaban las órdenes. Los golpes y la resaca lo habían dejado para el arrastre, pero más le dolía llevar el arma que había destrozado el país de Aang, y ver que sus brazos agradecían su presencia y su peso, como si fuese un amigo largamente añorado. Sin embargo otra cosa había traído consigo, más cerca de su corazón, bajo el chaleco de kevlar y el uniforme de turco, enganchado a la cadena que tenía sus tres placas de identificación, dos con su nombre y grupo sanguíneo y una con su nombre en clave, la única que llevó durante su época en el batallón de black ops, en la que solo ponía “Tigre”. Al lado de esos tres testigos de su vida como soldado durante la que Scar había matado, por muchos y diversos motivos, pendía un anillo de oro, sencillo pero elegante, a la espera de ser entregado a la única mujer que podría suponer para un superviviente nato como Jonás, un motivo por el que dar la vida.


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Llevo tres días sin salir de casa. No he padecido enfermedad alguna, si es lo que preocupa a mis lectores, sino que afortunadamente gozo de buena salud. El tema es que nunca os imaginaríais lo literal que puede ser la palabra “afortunadamente”. Hoy hace ya cuatro días desde que es visible un cuerpo celeste nuevo en el firmamento. Incluso su brillo es tal que prevalece sobre la contaminación lumínica de la ciudad (una de las muchas que tiene, todo hay que decirlo). No llevaba ese cometa diez minutos ahí arriba cuando las calles ya se habían inundado de teorías. ¿Es una profecía? ¿Una señal, quizás? ¿Una nave extraterrestre? ¿Un dios? ¿Será amistoso u hostil? Amigo o enemigo, en resumen.
Al principio la gente estaba maravillada. El cometa es una figura hermosa aunque inquietante, avistable a simple vista desde la puesta del sol hasta el amanecer. Me pasé una noche entera, observándolo desde la casa de un amigo que tiene la fortuna de vivir en la placa superior. Hicimos una pequeña reunión, una cena, vino, risas... La verdad es que lo pasé muy bien. Era un pequeño refugio de la dignidad humana, una Arcadia formada por mis cuatro mejores amigos, cena, vino y jazz. Pues bien: La cena acabó y salimos a la calle. No habíamos dado dos pasos cuando nos cruzamos con un hombre enloquecido por la visión de lo que el llamaba “un astro de la perdición, que viene a ejecutar nuestra sentencia”. Tenía materia de fuego, y desató el caos en la calle. Veinte personas murieron delante de mis ojos, destrozadas por descargas flamígeras que surcaban el aire más rápidas de lo que la vista era capaz de percibir. Ese pobre loco habría aniquilado toda la ciudad en nombre de la salvación. Preocupado por evitar que nuestras almas acabasen en el infierno, nos quiso mandar a todos al cielo cuanto antes. Había desatado su propio hades en la calle, y cuando estaba a un metro de distancia de donde yo me hallaba oculto, me miró. Sus ojos azules muy abiertos y su melena y barba crispadas y sus manos tensas... Era un hombre desesperado. Me miró, como ya dije y habló conmigo: “Entiéndalo, no podría soportar verlos sufrir”, fueron sus palabras, antes de ser abatido por tres disparos en el pecho. Al desplomarse pude ver su cara. Reflejaba incredulidad, pero también pena. Intenté ponerme en su piel y lo comprendí: No esperaba sobrevivir, solo “salvar” a todas las personas que pudiese. Era consciente de que sus intenciones serían malinterpretadas y se le mataría por ello, y eso quedó claro cuando oí como suspiraba sus últimas palabras: “Solo veinte almas... Tan pocas...”
He estado tres días enteros sin moverme de casa, pensando sobre ello, y en esos tres días solo se formó un silencio oficial por parte de Shin-Ra. Nadie anuncia, confirma o desmiente nada, y los rumores crecen. Hay optimismo a veces, y otras se cree que nos quedan dos telediarios. La vida se ha vuelto peligrosa y miserable, cada vez más. Estamos ante nuevas amenazas y nuevas formas de morir, con la presencia cada noche de una inmediata y drástica, que trata sobre la absoluta aniquilación de toda la vida del planeta, y con ella, el material del que nacen los héroes, los villanos, los amigos para siempre y las leyendas: El recuerdo. La imagen que queda de uno más allá de su propia vida.
Toda persona aspira a dejar su impronta en el mundo, cuando se haya ido. Sus planes para lograrlo son más o menos ambiciosos o a veces espectaculares, pero siguen estando ahí: Si hay un miedo mayor a la muerte, ese es el miedo a caer en el olvido. Por eso, muchas veces cometemos heroicidades y estupideces. Es un impulso egoísta quizás, que, pensándolo fríamente, no hace sino un flaco favor al mundo. De todos modos, escribir una columna de opinión es de por si un acto de egoísmo, aunque sin embargo no sería nada de esta sin contar con un grupo de lectores fiel al que se podría comparar casi con una segunda familia. Pues bien: Mi intención en este artículo es disculparme con todos ustedes, ya que quizás les estropee el pequeño placer que significa leer esta humilde reseña periodística a diario, motivada por el morbo de ser escrita por una persona desconocida de sexo indeterminado. Sin embargo, no puedo evitar hacer esto, aunque sepa que mi decisión está motivada por el egoísmo y el miedo. No quiero que en mi tumba ponga “Al soldado desconocido”, y espero que ustedes, apreciados lectores comprendan el paso que estoy dando:
Soy un hombre de veintinueve años que trabaja de colaborador en el canal 4 de noticias de Shin-Ra, llevando cafés y comiendo mierda en general, muerto de asco con la caterva de trepas que me impide crecer y vive bajo la placa, esperando a que surja su oportunidad de triunfar, como todos en esta vida. Me llamo Kazuro Kowalsky, y me alegro mucho de haberlos conocido. Hasta el artículo de mañana... Y hasta siempre.

Fdo: King Tomberi.



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Vuestro mundo no es el mío... Vuestras vidas son tan distintas que parecemos especies diferentes, y aún así, no me distinguiríais entre vosotros si nos cruzásemos por la calle. Vuestra vida transcurre de día. La mía empieza al caer la noche. Muchos conocidos, románticos, chistosos o simplemente gilipollas, me han comparado a veces con los vampiros, pero no: Solo de noche es cuando vosotros desaparecéis, y dejáis de entorpecer mi mundo: Un mundo con unas reglas muy sencillas formadas por infinitas directrices variables y complicadas que se entrelazan cada vez que hay que aplicarlas, resumidas en una sola frase: Cágala y habrás muerto.
No estoy yo solo recorriendo la ciudad de noche, con la única compañía de la radio, sino que cada vez son más los que me acompañan. A veces compañeros, a veces rivales. Enemigos incluso, aunque esto no es nada raro. Es lo que tiene la competición.

He vendido mi alma y todo lo que me representaba para tener lo que ahora estoy probando, y aunque sé que el precio que habré de pagar, será caro, el premio lo vale. He perdido el contacto con el suelo, y cada tramo del camino parece más y más irreal. Tanto que a veces, el mundo se desdibuja mientras avanzo. La adrenalina surca mi cuerpo con la fuerza de las mareas, y el ruido ensordece mis oídos a la vez que acelera el ritmo de mi corazón. ¡Incluso me tiembla el pulso! Han pasado años desde la última vez que esto fue así, y sin embargo ahora no me cuesta recordar lo joven e inexperto que era entonces, pues exactamente así es como me siento ahora. Curvas que conocía como si me hubiese criado en ellas eran nuevas y extrañas. Cada maniobra era imprevisible, y poco a poco fue dominada a base de entrenamiento.

Mi mundo es simple, y así son sus reglas: Izquierda, derecha, freno, embrague, palanca y acelerador. Cualquiera puede creer que lo conoce. El coche es nuevo; un flamante Shinra Cavalier, y han hecho falta semanas de trabajo a tiempo completo para prepararlo, instalando el nuevo motor, corrigiendo el equilibrio en general, la suspensión, los frenos... Nadie que lo viese podría imaginarse la bestia que es en realidad, y sin embargo, ya no me siento igual con él. Ya no soy un espíritu negativo de perdición, ni un guerrero ni nada parecido. No soy ningún símbolo de autoridad ni sello de referencia para surcar las calles al volante de esta atrocidad mecánica. Simplemente, cuando lo conduzco, estoy vivo y soy libre. Esta no es la única forma que tengo de sentirme así, pero indudablemente es la mejor. En mi corazón no hay latidos, sino revoluciones por minuto. El porcentaje de agua en mi cerebro ahora es pura adrenalina. Mis ojos perciben todo: Las luces cambiantes de los semáforos, con su rutina habitual, las calles más transcurridas, los callejones transitables, los radares de tráfico... Simplemente busco la mejor carretera, piso el acelerador y vuelo.

Mi vista empieza a estar cansada, el depósito de gasolina llega a su fin y el motor empieza a calentarse demasiado. Además, estoy gastando demasiado los neumáticos. Sin embargo, algo me dice que debo hacerlo. El hombre a quien acepté seguir a cambio de este coche parecía preocupado por los acontecimientos seguros, y la aparición del cometa en el firmamento es sin duda un acontecimiento. Llevo cuatro horas seguidas al volante. Empiezo a estar agotado, pero es igual. Debo seguir entrenando... Algo va a pasar.