jueves, 19 de febrero de 2009

159

Con un gesto preciso y mecánico se ajustó las delgadas lentes sobre el puente de su recta nariz y examinó las diferentes flores con ojo crítico y gesto serio. Por supuesto, elegiría las más adecuadas. Iori nunca hacía nada sin asegurarse de que lo hacía milimétricamente calculado para que fuera perfecto, aunque se tratase de elegir un simple ramo de flores.




Suspiró, si es que era posible compararlo así, con la exactitud de un reloj, mientras se acercaba al mostrador. Iori rara vez fallaba en algo, pero hasta él admitía que no tenía ni idea del lenguaje de las flores.




- Disculpe.- llamó a la joven dependienta con voz neutra.- Necesito que me ayude.- y sonó más como una petición que como una orden.




La interpelada, una veinteañera de cabello castaño recogido en una coleta, alegres ojos a juego, vaqueros, camiseta verde pistacho y mandil blanco, en el que brillaba una pequeña plaquita con el nombre "Claire", se volvió hacia el cliente... secretamente encantada de atenderlo. Era un joven de aproximadamente su misma edad, con piel marfileña, ojos negros y cabello igualmente negro, cortado de manera formal pero con concesiones rebeldes como el flequillo de finos mechones. Tal vez pudiera ligar con él, aparentaba ser alguien serio y formal.




Sonrió mientras lo atendía.




- Por supuesto. Dígame que tipo de flores quiere.-




- Son para visitar a un ingresado en el hospital. Las quiero sencillas, sin ningún mensaje romántico.- un glaciar no hubiera sido más frío que la respuesta de Iori.




- Oh, pues... esto...- los nervios le iban a jugar una mala pasada a la novata, recién empleada en la floristería y obviamente no acostumbrada a una actitud tan formal y distante.




Recorrió con la mirada los diversos recipientes, pensando qué podría sactisfacer el pedido de aquel cliente de manera completa. Algo le decía que equivocarse no era una opción.




- Yo... le sugeriría unos crisantemos blancos y amarillo pálido.- hizo memoria acerca del significado de dichas flores para recitarlo.- Simbolizan alegría, optimismo, descanso y vida larga. Perfectas para un convaleciente. Sólo le costarán 10 guiles y le regalamos la envoltura.- hizo un nuevo y atrevido intento por simpatizar...




- El precio me conviene. No tarde, tengo prisa.-... que seguramente hubiera dado más frutos si lo aplicara a una roca cubierta de escarcha. Definitivamente este joven era un robot, pensó desalentada. Oh, bueno. No era el único de su tipo en todo el mundo, ya encontraría a otro más majo. Gafitas incluídas. A Claire le gustaban los gafitas.




Procurando no estropear el plástico, la chica envolvió el ramo y lo ató con una cinta blanca.




Iori pagó lo pactado y se marchó tras un leve "gracias". Ni tiempo le dio a Claire de decirla el clásico "Esperamos que vuelva a neustra tienda". Pero él no gastaba su atención en esas nimiedades superfluas. Educación sí, derrochar simpatía ni hablar. Eso era para seres patéticos que necesitaban agradar como fuese.




Arrancando su pulcro Youta IQ gris metalizado, puso rumbo al hospital donde estaba ingresado su mentor. En el asiento del copiloto, el ramo. A los pies de éste, su bolsa con el portatil, la agenda, los bolígrafos y otros ítems aburridos de detallar, impecablemente clasificados en compartimentos. En la radio, una canción de un viejo grupo, los Atomic Wasteland anunciaba el presentador... no era precisamente el tipo de música de Iori, que fue cambiando de emisora hasta encontrar la de clásica, con un concierto en violín de Yenessa Mae dispuesto a amenizar sus oídos. Conducir era algo que le gustaba: se trataba de una actividad tranquila, unipersonal y relajante. A veces cogía el coche y se daba una vuelta al sector por el puro placer de conducir.




Con lo cual, al llegar al hospital su alegría había subido un par de peldaños en la escala, aunque habría que ser un auténtico genio de la psicología gestual y facial para detectarlo, y aún así cabría la duda.




Aparcar, coger el ramo y encaminarse a la puerta no le llevó apenas tiempo. Su traje negro con corbata y su bata blanca le ayudaban a confudirse entre los pasillos atestados de médicos, enfermeros y pacientes, pero Iori no era médico, ni deseaba serlo. Él era un prometedor futuro científico, y eso era algo que le debía a...




Ajá, habitación 207. Allí estaba.




- Adelante, adelante, está abierto...- una voz vieja y cascada, débil coo el cruji del papel antiguo, contestó a sus toques.




- Saludos, maestro. Es un placer verle.- nada más ingresar en el cuarto depositó su ramo en la mesilla.




Sólo había una cama grande, y el ocupante era un hombre que ha visto pasar mucha vida ante sí. Escasos cabellos blancos, poblados bigotes y una venerable barba cana, unidas a unos rasgos tan arrugados como los de una tortuga y un cuerpo flaco y anciano componían al profesor Xero, doctorado en Ciencias de la Genética, laureado investigador en el pasado e inexplicablemente caído en desgracía unos años atrás. La vejez y la enfermedad habían hecho mella en su cuerpo, reduciéndolo a un estado inmóvil, pero pacífico. Su rostro amable mostraba la alegría calmada de quien ve llegar a la muerte y la saluda como una amiga.




- Iori, qué gusto verte. Mi mejor alumno, y también el único que se acuerda de su pobre y anciano profesor. ¿Quieres tomar algo? Sé que no aprecias los dulces, pero esas galletas de ahí son de jengibre amargo, sin azúcar ni glucosa.- el profesor Xero señaló la caja sobre la mesilla junto a su cama con una ducle sonrisa.




- Es usted muy amable, maestro. Ya sabe que me encanta conversar con usted y aprender de su experiencia.- aseguró el joven mientras se sentaba cerca y cogía la galleta ofrecida. Estaba rica, con un toque casero: la primera sonrisa del día, leve y tímida, asomó a sus labios.




- Me las prepara mi hija Laura, una muchacha estupenda. Es una lástima que no heredase mi pasión por la ciencia, pero me siento muy orgullosa de ella. Estuvo en el ejército, ¿sabes? Y fue de la unidad de francotiradores.- la respiración resollante del anciano daba fe de su debilidad.- Ojalá pudiera contarle a ella lo que llevo guardando tanto tiempo...-




- ¿Ese asunto del que nunca ha querido hablar, maestro?- preguntó de súbito Iori, repentinamente tenso e interesado.- Sabe usted que yo lo respeto y me siento muy agradecido por sus enseñanzas, pero...-




- Iori, eres inteligente y sabes que eres como un hijo para mí. Es evidente que deseo contártelo.-




- Maestro, no sé si será adecuado....-




- ¡Lo es, lo es!- la excitación creciente del profesor se convirtió en un acceso de tos que detuvo su perorata unos instantes, mientras su alumno le daba un vaso de agua.- Gracias, muchacho. Eres una buena persona. Es por ello, y por tus dones científicos, que quiero confesarte mi pecado. Tal vez tú puedas terminar mi empresa y darme la paz... Iori, yo no soy bueno.-




- No debe decir eso, maestro. Me brindó toda la ayuda, la beca de estudios y sus conocimientos cuando yo era un simple estudiante. Usted es bueno.-




- No, hijo, no... eso fue, en principio, para librarme de la culpa. Y luego, porque te empecé a querer. Pero debes saber que hice cosas terribles, cosas por las que debo pagar y por las cuales renuncié a seguir trabajando para Ellos.- la forma de pronunciar "ellos" mandó un escalofrío por la columna de Iori.




- SHINRA...-




- Yo trabajé para ellos en mi juventud, muchacho, en sus laboratorios. Por entonces tenía prestigio y una prometedora carrera: experimentábamos con MAKO y buscámabos combinaciones genéticas que nos permitieran crear mejores medicamentos. Diré en mi defensa que siempre busqué el bien para la gente... pero eso no me absuelve, hijo, no. Nunca debí aceptar el ofrecimiento. Pero la curiosidad de la ciencia es grande, tú lo sabes. No, no debí aceptar...-




Siguiendo el hilo tartamudeante del profesor Xero, Iori se asombraba internamente. Había ido con la idea de conversar un rato sobre genética con su antiguo mentor y protector, pero se encontró con un anciano consumido que deseaba entregarle sus oscuros secretos. Todo estaba ocurriendo demasiado rápido, pero no podía reprimir su ansia de saber más.




- ... es la enfermedad del científico y del investigador, hijo, y tú la tienes, más incluso que yo. Ay de aquellos que juegan a ser dios... y yo jugué, Iori, yo jugué por vanidad, por orgullo, por la ciencia... me creí capaz de arrebatar a Dios uno de sus misterios. Todo el equipo lo creíamos.- intentó mover su cuerpo frágil a un lado, dejando acceso cómodo a su almohada.- Bajo la almohada hay una carpeta. Quiero que la cojas y te la lleves, porque pasará a tus manos junto con el resto de mis archivos. Por favor, cógela...-




El joven no se vio con fuerzas para negarle aquella súplica y rebuscó hasta dar con la susodicha, gruesa y pesada. Una descolorida pegatina-letrero titulaba la carpeta.




- Proyecto Hesperia...-




- La locura del hombre sumado al poder de la tecnología, hijo. Yo trabajé en ese proyecto, y también en su ramificación.- tomó aire antes de soltarlo.- Era un experimento destinado a conseguir la eterna juventud.- una lágrima se deslizó por su arrugada mejilla.- Fuimos unos locos, hijo...-




- Pero maestro, eso es algo fabuloso, algo que hace tiempo que la humanidad busca. ¿Dónde estaba el problema?-




- Que experimentamos con humanos.-




- Cobayas voluntarias, claro está.-




- No, Iori... no fueron voluntarios. Nunca lo fueron.- otra lágrima cayó.- Los drogamos en secreto, y luego los secuestramos y lso turturamos con nuestras operacioens durante años, y todo por un sueño loco... fuimos unos monstruos, y nos alegramos de ello. Al principio todo era fiesta, champán, celebración de logros... los sujetos respondieron bien y pudimos ir avanzando. Pero...- incapaz de seguir, suelta un sollozo contenido. Un helado Iori no sabe que es peor: si la confesión digna de un demente o ver llorar a su respetado profesor.- ... pero eran seres humanos. ¡Niños! ¿Te das cuenta, muchacho? Tenían familia, amigos, vidas que nosotros les arrebatamos sólo porque ellos fueron marcados. Como instrumental. Como simple material. Tan horrible, tan inhumano, y al mismo tiempo tan apasionante... no podíamos parar... tan cerca...-




- Lo... ¿lo consiguieron?- preguntó con cautela.




- Nunca lo supimos, hijo... nunca lo supimos. El culmen de nuestro experimento se completó lejos de nosotros, y tal vez fuese mejor así.- tosió.- Pero yo sé que ella dio a luz. Siempre lamenté lo que hice desde el día en que la vi llorar cuando los separamos. Me acordé de mi mujer y de mi hija, y pensé como me sentiría si me alejasen de ella así de golpe. No pude seguir viéndola como una cobaya después de eso. Quise ayudarla, compensarla, pero ella desapareció, y jamás la pude encontrar por mcuho que la busqué.- de repente, el anciano bajó la voz a un susurro.- SHINRA quiso taparlo todo. ¿Sabes? Nos realojaron en otros puestos con el fin de olvidar el asunto. Pero yo no pude olvidarlo, muchacho, no pude. Fue una locura... y quise buscarla, compensarle todo el dolor. Fue entonces cuando te encontré.- lo miró con cariño.




- Maestro, sinceramente, no entiendo nada.- repuso un confuso Iori. Otros se hubieran hechaod a temblar, o esbozado caras incrédulas, o nerviosas, pero no él. Lo único que delataba su estado era el leve tic de su pierna derecha.




- Los archivos... está en ellos... ellos te mostrarán lo que pasó... leelos bien... y perdóname... perdóname... he querido redimirme... continué investigando solo después del incendio... también está en los archivos, mi trabajo... complétalo, hijo... complétalo...- la voz se extinguió.




El anciano seguía vivo, pero el agotamiento y los fármacos lo habían dejado fuera de combate, y sumido en un sueño reparador. Sin duda pronto vendría una enfermera a comprobar su estado. Su apreciado alumno se levantó, acomodó un poco el cuerpo del profesor y lo besó en la frente antes de irse.




El Iori que salió de la habitación era, en esencia, el mismo que había entrado: pragmático, metódico, perfeccionista, frío. Pero el gusanillo de la curiosidad había mordido su mente...




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Un rato más tarde, a solas en su estudio y tras leer los documentos, un Iori con la cabeza entre las manos, los cabellos mesados y los codos apoyados en su mesa lena de hojas desparramadas, apretaba los dientes y sudaba frío.




- Maestro... por esto podrían condenarnos a ambos. Pero tenía razón. La enfermedad del científico es nuestra perdición, y yo la tengo mas que usted.-

viernes, 13 de febrero de 2009

158.

“Juventud, divino tesoro…” pensó Helmut, mientras su autobús procedente de Kalm cruzaba el sector 4 pasadas ya las siete de la mañana. Apenas le quedaban veinticinco minutos más, leyendo la prensa en su incómodo asiento, mientras miraba con envidia a un par de jóvenes, risueños y algo bebidos, caminando de vuelta a sus casas. Bueno, solo él caminaba. Ella iba montada sobre su espalda, y se reían mucho. Los dos eran jóvenes, rubios, con el pelo largo, y muy guapos. Helmut no pudo evitar pasar una mano sobre su corta cabellera, de color pajizo y entradas profundas.
Los juerguistas quedaron atrás, y Helmut, mesando su bigote, abrió de par en par el Midgar Lights, yendo directo a por lo que le interesaba: La revista que escondía en su interior. No podía evitar sonrojarse ante tal obscenidad, tanta lujuria, tal cantidad de pecado e influencia contenido en simples páginas de papel cuché. Esa estética trabajada, muy distinta a como eran las cosas en sus tiempos (Helmut iba a cumplir los cuarenta y tres años dentro de mes y medio. Siempre se acordaba porque su eficiente y previsora esposa Frida le tenía el regalo escondido donde siempre; al fondo del armario, bajo el apolillado traje que había vestido en su boda).
Volviendo a la revista, todo era más sencillo en tiempos de Helmut, cuando él era un joven que buscaba su lugar en el mundo. Ahora todo era insinuación, provocación y muchas veces iban directos a la exhibición. Libertad y libertinaje eran prácticamente lo mismo, hoy en día, y aunque se sentía aturdido por los mensajes de sexo, violencia y lenguaje soez que sus hijos, Wilhelm de dieciséis años y Sigfrid, de nueve, recibían cada vez que encendían la televisión, o usaban el ordenador a solas en su cuarto, a él mismo lo emocionaba. Se sentía enormemente excitado ante la posibilidad de ser uno en ese mundo que durante años había desfilado ante sus ojos en papel impreso.
Avergonzado, sonreía bajo su poblado bigote, mientras sus ojos recorrían cada página, estudiando cada fotografía con todo detenimiento. Se sentía tan azorado que el vapor de sus exhalaciones había empañado sus gafas, y podía notar como el sudor empezaba a condensarse en su espalda y en sus manos. Tanto que tuvo que sacar su pañuelo, con sus iniciales bordadas por Frida en una esquina, y secarse con él las manos, el cuello y la frente. Podía sentir como el calor del rubor emanaba de sus mejillas, y la incomodidad acabó por asustarle, de modo que temeroso de llamar la atención a la vez que avergonzado, dobló cuidadosamente el periódico, escondiendo la revista en su interior, y tras leer la columna de King Tomberi en la página final (hoy de tintes optimistas a la vez que preocupados), lo guardó en su cartera portapapeles y colocó este en el estante del equipaje del bus, junto a un gran estuche de plástico.

En la oficina, comprobó que la habitual pila de formularios lo esperaba en su mesa, lista para ser rellenada por triplicado, seguida del repaso habitual al estudio de contabilidad y un par de proyectos. Helmut trabajaba en una aseguradora, mediana empresa, bastante conocida, que se las arreglaba para subsistir en una ciudad dominada por un grupo de gigantes empresariales, listos para matar a cualquiera que amenazase sus propósitos de adquirir las mejores subcontratas por parte de Shin-Ra S.A.
El trabajo se acumulaba cada vez más: El meteorito había incrementado hasta límites inimaginables tanto la criminalidad como el absentismo laboral con excusas baratas, de modo que a él y a unos pocos pringaos más les tocaba trabajar por unos cuantos listos. Él mismo comprendía a sus compañeros, que visto que un inmenso cuerpo cósmico estaba en ciernes de acabar con toda la vida del planeta, preferían pasar el rato con sus familias, a trabajar horas extra por la mayor carga de trabajo del momento. Incluso dejó caer en casa la posibilidad de tomarse un día o dos, pero Frida se mostró inflexible al respecto: Como ese meteorito pasase de largo, cosa que probablemente haría (no era buena idea discutir sobre estas posibilidades con una astrofísica de tal tozudez), iba a lamentar cada segundo fuera de su puesto de trabajo.
Sin embargo, las cosas no iban nada bien: Con tantos pagos por incidentes, la empresa tenía cada vez menos dinero, y estaba empezando a prescindir de personal. El puesto de Helmut no corría peligro alguno, ya que no iban a echar precisamente a los que si iban a trabajar, pero el trabajo se acumulaba igualmente. Con un suspiro, escondió lo mejor que pudo el aparatoso estuche de plástico bajo la mesa, ocupó su silla y se sumergió en un océano de partes de lesiones y de daños a la propiedad doméstica.


La hora del descanso había mejorado mucho, con el tiempo. Demasiado pocos para el comedor del edificio, encargaban la comida a un restaurante de la calle, que la enviaba. De cuarenta trabajadores, solo quedaban veinticuatro para hacer frente a la oleada de demandas de pago que recibía la compañía, obligados a buscar como halcones cualquier resquicio por el que poder minimizar el pago solo para que la compañía sobreviviese. Muchas de ellas, además, eran inventadas, lo que obligaba a varios de los empleados a estar recorriendo la ciudad en coches de empresa, estudiando lesiones y destrozos. El kilometraje diario de esos vehículos se había triplicado en tan solo unas cuantas semanas.
Lo mejor que tenía ahora la comida, era que como el jefe estaba obligado a sentarse a la mesa y comerse el papeleo como todos, estaba demasiado cansado para aburrir al personal con sus hediondas anécdotas sobre pesca deportiva. Se limitaba a sentarse con la mirada perdida, rumiando su comida como una vaca vieja. Siendo uno de los tiburones empresariales más jóvenes del lugar, parecía haber envejecido años, desde que le tocó sentarse y dar el callo como uno más. La gente formaba corrillos en el comedor y charlaban entre ellos, mientras Helmut, acabada ya su comida, se había disculpado y estaba sentado en una mesa apartada, escuchando música en un viejo reproductor mp3, de los que funcionaban con cedés y desplegaba su periódico para rellenar el crucigrama, como acostumbraba cada mediodía. En cuanto puso sus manos notó el bulto de la revista, y sintió una leve turbación al habérsela traído consigo sin querer. Buscó, cuidándose de mantenerla oculta, la página de pasatiempos, y, con su mejor cara de poker, se entregó al dichoso crucigrama.

Vertical, cuatro letras: Dícese de aquel poco atento o ido.
- ¡Liebermann! – Exclamó una voz muy cerca de su cabeza, haciéndole sobresaltarse. Su bolígrafo voló entre sus dedos, haciéndole manotear en el aire intentando coger el escurridizo trasto, hasta que rebotó en su frente, moviéndole las gafas antes de posarse en la mesa. La voz pertenecía a Radbruch, su joven jefe.
- S…s… ¿Si? – Preguntó, mientras devolvía las gafas a su sitio.
- Ese es el “Lights”, ¿verdad? ¿Puedo ver la sección de deportes? – El tacto de la revista, tan nuevecita, impoluta y vergonzante hizo saltar todas las alarmas de pánico en el cerebro de Helmut.
- ¿Eh? – Preguntó, jugando a la desesperada la carta de hacerse el loco.
- Solo necesito la sección de deportes un par de minutos, Helmut. ¡Vamos! ¡No interrumpiré su crucigrama!
- Y… y… y… ¡Ya! ¡En seguida! – Balbuceó, intentando encontrar la sección sin mostrar su pequeño y pecaminoso tesoro. – Un segundo.
Desesperado, Helmut retorcía el periódico en los más bizarros modos intentando conservar su secreto, mientras su jefe se impacientaba cada vez más. Rebuscaba en cada página, abriendo solo una esquina del periódico, sin desplegarlo, lo que dificultaba enormemente la búsqueda, y le hacía quedar como una especie de idiota ante su jefe, que a los pocos segundos acabó por perder la paciencia.
- ¡Deme eso! ¡Ya lo busco yo! – Dijo alargando su brazo.
En ese momento, las manos de Helmut se crisparon, cerrándose como garras sobre el periódico. Con su mente funcionando a la desesperada, su brazo pegó una sacudida espasmódica, como un latigazo, que tiró su bolígrafo al suelo.
- ¡Oh! – Exclamó el oficinista, agachándose bajo la mesa a toda velocidad, llevándose el periódico consigo. – ¡Deportes! ¡Aquí tiene, señor Radbruch! – Su jefe no podía sino mirarlo confundido: Todo había sucedido en unos cuatro segundos, aproximadamente. De repente, Helmut, barrigudo, gordo y algo torpe, había desaparecido y luego vuelto a aparecer, ofreciéndole con su brazo extendido la sección de deportes. ¡Por los cielos! ¡Si ese hombre resoplaba como una res moribunda si tenía que subir más de tres pisos andando! De repente fue consciente de… - ¿Y la sección de fina…?
- ¡Lelo! – Exclamó el empleado, con la mirada perdida en el crucigrama, mientras le tendía un puñado de papeles, extraídos sin mirar.
- ¿Perdón? – Preguntó Radbruch alzando una ceja, mientras tomaba la sección financiera de las manos de su subordinado.
- Vertical, cuatro letras, poco atento o ido. – Dijo Helmut sin mirar, buscando su siguiente palabra, mientras sus rodillas sujetaban su tesoro de papel cuche contra la parte inferior de la mesa.
- Acabe eso y reincorpórese al trabajo, ¿vale? – Dijo mientras se iba, sin dejar de mirarlo de reojo.

Helmut Liebermann tenía la mirada aparentemente perdida. Eso creían ver los que pasaban ante su cubículo: Un hombre sentado en su mesa de trabajo, con un informe entre manos, la pila de trabajo por hacer casi vacía y la mirada perdida en el infinito. Sin embargo, Helmut no estaba inactivo, todo lo contrario: Su mente era un hervidero de pensamientos enfrentados, mientras sus ojos estaban clavados firmemente en el reloj que había en la pared al fondo de la oficina. El segundero continuaba su avance inexorable, tanto que el oficinista podía oír cada uno de sus pasos, cada vuelta de sus mecanismos, resonando como martillazos en el interior de una campana gigante. Solo dos minutos para la hora de salida, y probablemente Radbruch vendría con un centenar de excusas para que se quedasen a hacer horas extras. La duda lo reconcomía como una criatura de pesadilla devorando sus entrañas: Responsabilidad contra instintos primarios. El bolígrafo temblaba en su mano, mientras el informe a medio terminar esperaba a ser ratificado. Un minuto y medio… Helmut no sabía que hacer… Se sentía perdido. Giró la cabeza y contempló la pequeña foto de su familia que tenía en el escritorio, regalo de su esposa por algún aniversario de bodas. Ahí estaba ella, con su traje chaqueta de color gris y sus zapatos de suela plana, con el pelo recogido en una trenza, como acostumbraba a llevarlo. Wilhelm llevaba una gorra de beisbol de medio lado, una sudadera en la que había sitio para el barrigón de su padre, que le llegaba casi hasta las rodillas y una pose extraña y agresiva. “Estilo callejero”, decía… Hip hop. Sigfrid tenía el pelo con raya a un lado, como exigía su madre, y la camisa tensa por que acababa de incrustársela bajo el pantalón. Y ahí estaba él; Helmut. Un hombre que había renunciado a sus deseos, sueños y ambiciones por el bien de su familia, durante casi veinte largos años. Intentó escuchar los pasos de alguien acercándose al cubículo, pero por lo visto, no había nadie lo suficientemente desocupado para husmear. Finalmente, sacó la revista, hojeándola lentamente… El último minuto de su jornada había empezado su breve y significativa vida, como bien indicaba el reloj. Helmut se detuvo en una página que llevaba marcada con el billete de autobús, con anuncios de particulares. Remarcó con su bolígrafo el círculo de aquel que había elegido la noche anterior y guardó de nuevo la revista dentro del periódico. Tomó el que iba a ser el último formulario del día y firmó en el borde. Luego tomó una hoja en blanco y escribió números del uno al siete, uno por cada informe pendiente. Ya los había revisado al llegar por la mañana y ahora solo quedaba rellenar los huecos en blanco. Escribió rápidamente el nombre del titular de cada reclamación al lado de su respectiva conclusión, justificando esta con un par de palabras. Plantó la nota en el centro de su escritorio y se levantó, vistiéndose la chaqueta, colgándose del hombro su portapapeles y tomando en una mano el periódico y en otra el estuche.

- ¿A dónde cree que va, Liebermann? – Preguntó Radbruch desde su despacho. Lo señalaba amenazador con un palo de golf, mientras se disponía a salir a su encuentro.
- ¿Para que es eso, señor Radbruch? – El jefe de repente miró su palo, como si no entendiese lo que hacía ahí y lo arrojó al interior de su despacho. Helmut aprovechó la distracción para llamar al ascensor.
- ¡Responda a la pregunta!
- Tengo asuntos que resolver. – Dijo, alzando su mentón con orgullo. – Y ya es la hora.
- También tiene asuntos que resolver en su mesa, Liebermann.
- Quedan siete y he dejado una nota con las conclusiones. Solo queda rellenarlos y listo. ¡Incluso los he firmado! – Su pie daba golpes inquietos, mientras se preguntaba por la demora del dichoso ascensor.
- ¡Quedan los que yo le diga que qued…!
- ¡Señor mío! – Insistió Helmut. – Tengo asuntos importantes.
- Helmut, como no vuelva a meter esos trastos suyos en ese maldito cubículo, ya puede coger ese periódico y…
- ¡Leer las tiras cómicas! – Acabó Helmut por él. – Radbruch, si cree que cualquiera de estos o usted puede hacer doscientos cuarenta y nueve informes a lo largo de un día, y permítame informarle que normalmente cada empleado necesita una quincena para hacer tan solo cien, es libre de despedirme cuando guste. Seguro que al sindicato le encanta oír como fui despedido por negarme a hacer horas extras.
- ¡No será capaz! – Susurró Radbruch, encarándolo. La tez rubicunda del empleado se ensombreció ante el atisbo de duda. Se inclinó sobre su jefe, haciéndolo retroceder instintivamente.
- Radbruch… Usted lleva tres años anotándose primas por alto rendimiento de su equipo gracias a que tiene a un trabajador puntilloso, rebuscado y metódico: Yo. Ahora, salga de mi camino o le prometo que no descansaré hasta encontrar la forma de sacarle indemnizaciones por todo, desde daños psicológicos por sus tediosas anécdotas sobre pesca deportiva, hasta por el bus que me está a punto de hacer perder. – El ritmo de su voz era calculadamente lento y amenazador, pero cambió de repente. – A no ser que usted sea magnánimo, me conceda esta excepción y deje todo aquí…
- Bueno… - Radbruch dio dos pasos atrás, aprovechando el cambio de tono. – Si dice que ha hecho todos esos informes, puede irse. Yo mismo haré los que quedan… Aunque ahora esté muy liado, ya sabe…
- Por supuesto, lo entiendo. – Helmut de repente sonreía como si nada de esto hubiese sucedido. Su aspecto era de nuevo risueño y bonachón. – Muchas gracias por su generosidad, señor Radbruch.
El ascensor se fue, y Helmut con él, pero no antes de oír el suspiro de alivio de su jefe mientras las puertas se cerraban.

En la parada del autobús, Helmut caminaba distraído, atendiendo al cartel luminoso con las próximas llegadas. “Cuatro minutos”, sonrió satisfecho, consultando su reloj de pulsera, “vamos bien de tiempo”. Caminó hacia el interior de la marquesina, posando en el suelo su estuche, pero cuando se disponía a hacer lo mismo con su cartera portapapeles, se levantó para ceder su asiento a una anciana y una mujer embarazada que venían juntas. Tampoco le importó demasiado, siendo como era un hombre maduro y educado, y respondió con una sonrisa a los agradecimientos de las dos buenas señoras, que volvieron a su conversación sobre el deterioro de los modales en la juventud. Su mente estaba abstraída en la espera del bus, cuando una voz femenina lo sorprendió, justo a su izquierda.
- ¿Tío Helmut? – Pregunto una chica. Lo miraba fijamente, con un par de ojos azules cuya inocencia podría derretir un iceberg.
- S… s… ¿Si? – Preguntó turbado, mientras el color inundaba sus mejillas. - ¿Te conozco, jovencita? – Era una pregunta puramente retórica, ¡por supuesto que no! Esa chica no era de las que se olvidan. Era bajita, tanto que no llegaba al metro setenta, y era totalmente encantadora. Cabello rubio, liso, menuda, aunque con unos pechos que, normales en otra mujer, en ella eran desproporcionadamente grandes. Tenía una boquita pequeña, y unas piernas largas envueltas en una media de red. La falda, de cuadros de color verde oliva y negro no le llegaba a la rodilla, y la camiseta negra de manga larga se abría con un pequeño escote que revelaba el sensual borde de un sujetador de encaje negro. Por encima llevaba una cazadora de cuero negro que ceñía sus formas, imitación para un cuerpo femenino de las típicas chupas de macarra, como aquella que Helmut guardaba en el fondo de su armario.
- ¡Es cierto! No me has visto desde antes… - Dijo ella, llevándose graciosamente la mano a la frente. – Soy Daphne Morgenstratch. – Dijo mientras se ponía de puntillas para dar a Helmut un beso en la mejilla, momento en el que susurró en su oído. – Antes era Steffan. – Helmut palideció, y su rubor se tornó lividez, para retomar en seguida el color rojo. ¡Era el hij…! ¡La…! ¡lo…! ¡De sus vecinos!
- Tus… Tus padres decían que habías tenido un… Accidente, esquiando en Icicle…
- En realidad solo me escapé de casa… - Respondió ella, pisando una colilla y retorciéndola con sus zapatos de tacón. – Mis padres no querían comprender mi… Personalidad. - ¿Qué tal están?
- Se mudaron hace dos años. Creo que ahora viven en Junon. – Dijo con nerviosismo. – Trabajo nuevo, creo.
- A veces me gustaría recuperar el contacto. – Confesó, algo triste.
- Comprend… ¡¿Eh?!
Algo sorprendió a Helmut, golpeándolo desde atrás: Era un simple crío alocado, en un monopatín, que desapareció sin mirar atrás, dando motivos a la anciana y a la embarazada para volver a la carga con su crítica anti-juvenil. Helmut manoteó intentando recobrar el equilibrio, y lo logró, a costa de casi ahogarse al enganchar la correa de su cartera con uno de los aspavientos y pegar un tirón de su cuello. Casi iba a suspirar de alivio, cuando el ruido de papeles al aire lo despertó. Horrorizado, no pudo sino ver como su periódico se deshacía en el aire y se dispersaba como semillas de diente de león, mientras su prohibido contenido impactaba en la acera con un golpe seco. Cuando quiso darse cuenta, Daphne ya se había agachado y estaba leyendo los titulares de la portada, decorada con una foto de cinco hombres en plena veintena que posaban de forma viril y desenfadada. La sangre subió a la cabeza de Helmut con tal fuerza que creyó que esta le iba a estallar, pero ella se limitó a cogerla con toda naturalidad y hojearla, mientras ajustaba bien el billete de autobús en su función de marca-páginas.

- Toma – dijo mientras se la entregaba, sonriendo. – ¡Veo que sigues como siempre!
- Eh… - Helmut se rascó la nuca, e hizo un gesto con la mano que sujetaba la cartera hacia el estuche, apoyado al pie de la marquesina, mientras asentía tímidamente con la cabeza. – Si… Como siempre. – Tomó la revista y la guardó en la cartera, visiblemente avergonzado.
- Siempre me gustó escucharte a escondidas, de crío – confesó la chica, mirando ruborizada a las puntas de sus pies. – ¡Le dabas caña de verdad! ¡Me habría encantado ser como tú! – Exclamó con admiración.
- Bueno… No se… Es simplemente práctica, dedicación y… ¡Oh! ¡Mi bus! – Dijo y corrió a coger su pesado estuche. – Me alegro de verte.
- ¡Disfrútalo, tío Helmut! – Dijo ella, sonriendo de forma radiante. Helmut pudo verla despidiéndose desde el bus.

Era esa calle, esas galerías y ese local. El ruido procedente del lugar lo delataba, pero Helmut sentía unas ganas incontenibles de sacar la revista para estar seguro. Abrió la puerta de hierro forjado que franqueaba el paso hasta las galerías y entró, resoplando pesadamente mientras avanzaba. El camino se hacía incómodo, y la galería parecía una especie de ruta siniestra. Su aspecto llamaba poderosamente la atención de los dos chavales, un chico y una chica, respectivamente, que estaban tirados en un sofá de lo que parecía una sala de espera, al lado de una puerta con un trozo de papel donde estaba escrito “Prueba aquí”.
- ¿Quién es el último? – Preguntó, tras aclararse la voz. La chica, una mujer extraña, con el pelo rapado en las sienes y peinado formando una cresta, empezó a reírse de él en su misma cara.
- Yo… - Dijo el chaval, de aspecto lánguido y enfermizo. Estaba maquillado con polvo de arroz, lo que le daba una palidez extrema, y se había pintado una especie de telaraña que tenía su ojo izquierdo como centro. El pelo lo tenía negro y violáceo.
- ¡Tú ni siquiera llegarás a entrar! – Bufó la tipeja con desprecio.
- ¡Fuera de aquí! – Un grito procedente del interior los sobresaltó a los tres.
- ¡Que os den por culo, hijos de puta! – Dijo un chaval gordito mientras se iba, recolocándose el peinado y cargando con un estuche parecido al de Helmut, que estaba cerrando ahora mismo. De repente un palo fino y alargado le rebotó en la cara, haciéndole trastabillar y caer al suelo. Se oyeron unos pasos violentos acercándose y el joven agredido recogió rápido su estuche y salió corriendo.
- ¡Vuelve aquí, emo de mierda, y verás lo que es la puta “agonía existencial”! – Gritó una joven, de poco más de veinte años, mientras se asomaba por la puerta por la que acababa de salir el desafortunado tipejo. Llevaba el pelo castaño y liso recogido en una coleta, y sus ojos marrones destilaban furia. Vestía un pantalón ancho, con varios bolsillos a la altura de las rodillas, y un par de camisetas de tiras, una negra con una verde de camuflaje por encima. Se tranquilizó y miró a los tres presentes, poniendo cara rara. - ¿Quién va?
- ¡Yo, hermana! – Dijo la chica de la cresta, levantándose. – Me ha molado tu actitud con ese marica. Seguro que el rollo hardcore es lo tuyo.
- ¿Te va el hardcore? – Preguntó la mujer de la puerta, recogiendo el palo. – ¿Obscene Machine, y esas mierdas?
- ¡Sí, tía! ¡Yo era la líder de las Sodomizer Sorority! – Dijo mientras cargaba con un estuche cubierto de pegatinas.
- ¡Pues eso lo resuelve todo! ¡Hardcore, recoge tu mierda y vete a montar un gang bang por ahí! ¡Siguiente!
El joven gótico se levantó despacio, y cruzó algo amedrentado la puerta, a pesar de que su guardiana le sonreía afablemente, para luego dar un portazo a sus espaldas. Helmut miró horrorizado la escena: Todo era muy distinto ahora de cómo se hacían estas cosas en sus tiempos. Bueno, no del todo. No había más que ver como despacharon a la tipa esa.
Mientras el oficinista esperaba, fueron llegando cada vez más jóvenes, de aspectos extraños y curiosos, desde las ropas monocolor negro hasta las histriónicas mezclas de tono propias de aves exóticas, con todo tipo de adornos y complementos: Cruces (de pie e invertidas), tatuajes, piercings, ropas holgadas, ajustadas, botas, ligueros… Una chica iba incluso con un sombrero de oficial militar y una fusta. Algunos lo miraban, e incluso parecían hacer chistes entre ellos, pero Helmut se mantuvo tranquilo, concentrado en la prueba que tendría que superar en unos instantes. La salita de espera se fue llenando, mientras la gente se entretenía charlando, leyendo o empujándose en broma. Había un gran ambiente de camaradería, lo que ayudaba a Helmut a sentirse aún más extraño. Finalmente, tras veinte minutos, el amable chaval gótico cruzó la puerta, con gesto de indecisión.
- Si eso te llamamos, ¿vale? – Dijo la chica agresiva. - ¡Siguiente!
Helmut se levantó. Alguien caminaba ya hacia la puerta, con su respectivo estuche, pero él se interpuso, levantando un poco la mano para llamar la atención de la joven.
- ¿Si? – Preguntó esta. - ¿Qué desea, señor? - Ese “señor” le sentó a Helmut como una patada en los huevos.
- Soy… - Titubeó. – Soy el siguiente.
- ¿Usted? – Preguntó sorprendida. - ¿Leyó bien el anuncio?
- ¡Si, un segundo! – Exclamó Helmut, rebuscando en su cartera hasta sacar la revista con gesto triunfador. - ¡Aquí está! ¡La Rolling Thunder de este mes, sección de anuncios, tercer aviso: Se busca guitarrista especializado en Hard Rock/Heavy metal, con algún toque de Power y de Thrash. Audición…!
- Si, si… - Interrumpió ella sorprendida. – Bueno, supongo que puede pasar.
- Muchas gracias… - Asintió el oficinista, sonriendo excitado. – Déjeme coger mis cosas.
- Soy Megan. – Le dijo ella, mientras pasaba a su lado por la puerta y la cerraba a sus espaldas. – El de pelo liso es Mark – señaló a un chaval de su misma edad, con el cabello negro recogido en una coleta que lo miraba desconcertado. Sus ojos verdes pasaron a Megan y volvieron a Helmut. – Y el que está afinando la guitarra de espaldas es Han. – El aludido se giró, dedicándole una mirada hostil. Sus ojos oscuros ardían y parecía estar teniendo un día particularmente malo. – Gente, este es Helmut. – La joven ocupó su lugar, detrás de la batería, tomó sus baquetas y esperó. Mark también, apoyando sus antebrazos en el bajo que colgaba de su hombro.
- ¿Y bien? ¿Qué va a ser? ¿Música de cámara, o quizás mejor algún adagio? – Helmut sonrió, viendo tan solo una broma mientas sacaba su guitarra. Era un instrumento de formas angulosas, de color blanco con un golpeador nacarado y dos pick-ups Humbucker de doble bobina.
- Ya… Ya la traje afinada. – Anunció sonriendo bobamente. – Un segundo para calentar y…
- Otro para la pastilla del reuma. – Mark y Megan intercambiaron una mirada de fastidio. Su guitarra solista parecía especialmente hosco esta noche. Ambos se preguntaban si acabaría llegando la sangre al río.
- Para eso, mejor cuidar la alimentación. – Helmut miraba hacia un pack de latas de cerveza que había posado sobre uno de los amplificadores, al lado de los restos de su hermano gemelo, del que solo quedaba ya un envase, y en las últimas. – En fin. Se tocar acordes mayores, menores, cuatriadas y quintas, y alguno que otro más así raro. Era muy rápido con los punteos, pero ahora estoy algo desentrenado.
- ¿Traes algo preparado? – Se apresuró a preguntar el bajista, evitando dar cancha a su compañero para continuar su acoso.
- Bueno… Compuse una cosita hace veinte o veintiún años… Esta era de mis favoritas. – Dijo mientras se quitaba las gafas y las posaba encima del amplificador que le indicaron, con aire nostálgico. - Compás de cuatro tiempos: Re, sol, mi menor, do, volvemos a re, sol y do. La parte del puente es mi menor y sol. Hago la primera vuelta, ¿vale?
El grupo agradeció esa primera vuelta: Helmut había sido muy rápido explicando todo eso entre dientes. Por suerte, una vez empezó a tocarlo, todo fue más simple. Rasgaba una vez por cada acorde, dejándolo sonar mientras aprovechaba para ajustar la ecualización de su instrumento y amplificador. Dio otra vuelta al ritmo, mientras los tres miembros se le unían, con actitudes aún entre el escepticismo y el hastío. No sonaba mal, pero no dejaba de ser muy simple. Un conjunto de acordes agradable, resonante, evocador, pero…
- ¡Puente! ¡Ya!
La mano izquierda del oficinista voló hacia la parte del mástil de su instrumento más próxima al cuerpo. Allí donde estaban los trastes de las notas más agudas, su dedo medio pulsó la tercera cuerda y la retorció, amplificando el sonido, mientras su otra mano pegaba un tirón a la palanca del trémolo, sobresaltando todo el local. En cuanto se repusieron, la mano de Helmut estaba empezando un solo basado en una escala descendente de sol, que recorría todo el mástil usando los cuatro dedos a velocidades relampagueantes. A esa belleza pálida solo le faltaba echar chispas. Rugió un rato, mientras intercalaba algunos chirriantes armónicos artificiales en medio de barridos de sweep picking que llenaban los segundos de notas. Al finalizar el puente, dejó su solo para tocar con los demás una secuencia de acordes que redondeaban la canción. Mark tenía los ojos abiertos de par en par, y Megan miraba preocupada a Han, sin dejar de tocar. Este había dejado de tocar para hacer un par de ajustes en su amplificador. Cuando se volvió, tocando de nuevo la suave parte del comienzo, su sonrisa mostraba intenciones predatorias. Si esto fuese un documental, otro macho acababa de entrar en su territorio y se había meado en su árbol favorito. Ahora Han tendría que demostrar quien tenía más cojones. Al otro lado del local de ensayo, Helmut rasgueaba suavemente su guitarra, mientras sus ojos grises brillaban, sosteniendo la mirada del joven.
Han empezó por los graves. Su guitarra estaba fabricada con ébano, y el barnizado brillaba bajo la luz de la cutre bombilla que alumbraba la sala. Tomó con la derecha el trémolo dorado que pendía del puente de su guitarra y empezó a tocar. Sus notas iban pegando pequeños acelerones antes de volver a frenar, como si fuesen ráfagas. Finalmente, cuando recorrió el mástil, dejó sonar una sola nota, hasta que volvió a estallar: Bajando desde la sexta cuerda, fue ganando velocidad y estridencia a medida que se alzaban notas cada vez más agudas. A la altura del traste quince empezó a marcar una secuencia, en la que iba acelerando y reduciendo sucesivamente, antes de descender un par de trastes para luego culminar con un ascenso hasta los agudos, forzando aún más con el trémolo.
A Helmut solo le faltó aplaudir. Se conformó con un asentimiento, mientras recogía la última nota tocada por Han y la acompañaba de un par de filigranas, marca de la casa. Descendió, subió… Mark miraba a Megan, encogiéndose de hombros. La canción ya no era una canción, y ellos simplemente se limitaban a aportar un acompañamiento para que esos dos se partiesen la cara. Se acercó discretamente para decir algo a la baterista, pero esta le indicó con un gesto que no molestase y dejase escuchar. “Tu eres la que hace judo. Ya los separarás tu…”, y con este pensamiento y un nuevo encogimiento de hombros, Mark se quedó tranquilo. Han contraatacaba, con un mensaje muy claro: No importa lo original que seas, yo también lo soy, y además soy más rápido. Helmut discrepaba con mayor o menor habilidad, mientras buscaba ocasiones entre cada barrido de sweep picking y cada secuencia de veloces hammer-ons y pull-offs, para mirar de reojo a su oponente. “¡A la mierda!”, pensó. “¡Es personal!”
Avanzando hasta el medio de la sala, interrumpió el solo de Han en plena pausa, siguiendo lo que estaba tocando para responder con una ráfaga de notas casi igual, pero en otro tono. Han, contrariado, alzó el rostro. Sus dientes apretados acabaron por formar una sonrisa. “Robando solos, ¿eh? ¡Bien! ¡Me encanta cuando empieza el cuerpo a cuerpo!”
Han encaró a Helmut y le devolvió la jugada, recuperando el fraseo que había estado tocando antes y llevándolo de nuevo a la zona de notas agudas. Helmut lo continuó en la misma zona, tocando durante un par de segundos y dejando un compás lo suficientemente incompleto como para que Han recogiese el desafío. Así lo hizo, y sus guitarras discutieron y aullaron durante varios minutos, en fraseos cada vez más cortos, hasta que finalmente Han limitó el suyo a una única nota, a la que Helmut se unió. Entonces, apartando la púa y usando la punta del dedo medio, empezó a hacer tapping. Su mano izquierda tocaba normalmente, pero la derecha en lugar de hacer sonar normalmente las cuerdas con la púa, golpeaba en el mástil, haciendo sonar aún más notas y a velocidades increíblemente endiabladas.
“¡No soy tan viejo!”, pensó Helmut, siguiéndole el juego. Su tapping era algo más torpe, pero lo compensaba haciendo vibrar las notas para darles cuerpo. Tocaron a la vez, por turnos, a la vez de nuevo, intercalaron rápidos punteos en medio... Sudaban como boxeadores, y sus tendones empezaban a tensarse y sobrecargarse, momento en el que Han aprovechó para atacar, viendo que se acercaba el final del compás.
- Mira… - Susurró, mientras pegó un rasgueo a todas las cuerdas, haciendo reventando el tapping hacia un rápido barrido de púa en el que se estuvo cerca de llegar a la decena de notas por segundo, pero Han no quiso bajar tanto la velocidad. – Y… - La mano derecha del joven ascendió hasta su cara, estirando índice y medio para señalar primero a sus ojos y a los de Helmut, sucesivamente, mientras su mano izquierda seguía tocando. Legato: Tapping a una mano, haciendo sonar las notas al pulsar los dedos contra el mástil. Helmut casi aplastaba su púa, mientras Han lo provocaba con su gesto, que acabó con su mano señalando a la otra mientras tocaba – No lo olvides nunca. – Concluyó, a la vez que rasgaba todas las cuerdas, cerrando la canción con un acorde.
Helmut lo miraba casi con rabia. Se sentía ansioso por sobreponerse a ese niñato. ¡Él ya había superado las quince pulsaciones por segundo cuando ese maldito tocahuevos aún usaba pañales! ¡Esto no iba a quedar así! ¡No podía quedar así!
- ¡Menos mal! – Interrumpió Mark. – Llevabais rufándoos cosa de veinte minutos.
- Si, yo ya me aburría de tocar siempre lo mismo. – Dijo Megan, secándose el sudor. – No estamos de adorno, ¿sabéis? A ver… Algo interesante.
Han asintió y empezó a tocar un ritmo de heavy metal, amortiguando el sonido con el canto de su muñeca en el puente para darle más fuerza a la canción, soltándolo en las notas adecuadas. Helmut esperó a que se hubiesen incorporado los otros dos, antes de saltar al ruedo con un nuevo solo que transformó en tapping, en el que introdujo algunos legatos. A pesar de sentirse furioso y obstinado, estaba gratamente sorprendido por el nivel que había logrado mantener a pesar de los años y la práctica esporádica. Tuvo que admitirlo, se estaba divirtiendo, y no pudo evitar sonreír de forma desafiante cuando Han se unió a su solo.
- ¡Esto ser una canción! ¿Vosotros recordar? – Gritó Megan, tras la batería. – ¡Como me toquéis los ovarios va a haber hostias! – Ambos asintieron, mascullando algún monosílabo en respuesta, mientras relajaban el pique. Mark dedujo que esta vez le tocaba cantar a él.
- Una suave, gente… A ver que tal se os da ser personas… - Dijo el bajista intentando pararlos. - ¿No? – Lo miraron a la vez, con caras que gritaban “¡victoria o muerte!”. - ¡Sea! – Y siguió con la canción que Han había empezado.
El resultado, dentro del marco definido de la canción, más allá de las rencillas y la prueba de masculinidad, era aún mejor. Si bien dentro de esas dos cabezas de hormigón esto seguía siendo un asunto entre dos, el bajo y la batería se las arreglaron para hacer sonar al conjunto como una banda, cosa increíble. Se relajaban lo suficiente para dejar cantar a Mark, pero aprovechaban cada milésima de segundo libre para lanzarse golpes de la forma más rastrera posible. La canción se convirtió en dos, y luego en tres. Mark y Megan se compenetraban para pasar de un tema a otro, arrastrando con ellos a los contendientes que seguían con la suya. Su liza era continua e igualada, limitados a jadear, mirarse de forma hostil, secarse el sudor y hacer sonar notas, rápidas como ametralladoras, que parecían cada vez más cerca de derrumbar el edificio.
Finalmente, con el solo de la quinta canción sucedió algo totalmente inesperado: Han había subido el listón hasta la estratosfera, y Helmut estaba cogiendo carrerilla con gesto confiado. Los dos estaban tan entregados a su música que desde hacía ya un par de canciones acompañaban sus intervenciones de movimientos espasmódicos y entregados, siguiendo el ritmo de la música y estremeciéndose, como si estuviesen actuando para cien mil fans. Sus dedos barrieron, en una escala en la que volvía sobre sus pasos, surcando los trastes con sus dedos casi más rápido que el propio sonido de las notas. Alzó el rostro, tocando más despacio, estirando las notas y mirando con soberbia a Han, que permanecía con la cabeza gacha, concentrado y midiendo el ritmo. Apenas le faltaba medio compás para entrar, cuando de repente…

FRLAAAAAAFGGRGH

¡La corbata! ¡La puta corbata! La dichosa prenda, diseñada por algún estúpido con la finalidad de mancharse de sopa y molestar los días calurosos, había caído sobre las cuerdas, justo bajo la mano derecha de Helmut, interrumpiendo su solo como el estallido de una bomba de hidrógeno. Megan lo miraba horrorizada, y Mark fue incapaz de seguir cantando por la sorpresa, pero Han no se dio cuenta en el momento. Empezó a tocar, tan veloz, preciso y agresivo como siempre, hasta que echó de menos el sonido del bajo y la batería. Sin dejar de tocar, se volvió para mirar y se encontró a Helmut paralizado, con la corbata aún bajo su mano. Su rostro era la viva imagen de la desolación, tanto que Mark estaba dándole palmadas en la espalda en ese mismo momento. Han volvió a mirar su propia guitarra, acelerando su solo. Ante los ojos de los presentes, su mano derecha se crispó de una forma extraña y su púa de color verde fosforescente, cayó al suelo.
- Menuda mierda, tío… - Dijo mientras la recogía con una sonrisa. – Cuando estamos, estamos, y cuando no la cagamos a la vez.
- Ya… - Dijo Helmut, mientras miraba la corbata, de color azul con motitas blancas y plateadas, probablemente regalo de Frida. – Mala suerte…
- ¡Descanso de diez minutos! – Han buscó la toalla para secar su frente. – Voy a mear.
- Yo a fumar… - Se unió Mark.

- ¡Joder! Eh…
- Helmut. – Ayudó, mientras se estiraba y volvía a afinar su guitarra.
- ¡Helmut! – Exclamó Megan. - ¿Dónde cojones aprendiste a tocar así? – El guitarrista sonrió mientras resoplaba con nostalgia.
- ¿Conoces un grupo que se llama Atomic Wasteland?
- ¡Hostia puta! – Gritó mientras salía de detrás de su instrumento para tocar al cuarentón, a ver si era real. – No serás tu Avenging Atom, ¿verdad? – Mientras tanto, intentaba asociar los rasgos del legendario guitarrista a los del hombre que se alzaba ante ella, pero algo no cuadraba.
- No, ese entró en mi lugar cuando yo me negué a esa patochada de los disfraces y el maquillaje de zombi radiactivo.
- ¿Y que has hecho este tiempo?
- Bueno, hubo un par de grupos, pero la cosa no fue a más. Luego cumplí veintitrés, acabé el curso superior de auxiliar administrativo y entré en una aseguradora… Te casas, sientas cabeza… Pero luego, lo echaba de menos.
- No está mal. – Concedió ella. – A mí siempre me ha gustado aporrear cosas. Por eso toco la batería. – Helmut rió, pero ella insistió. – En serio: Soy cinturón negro de judo, jiu jitsu y aikido, y he sido campeona en el interdistrito cuatro años seguidos.
- ¿En cual?
- ¿Cómo en cual? ¡Ah! Judo y jiu jitsu. No hay campeonatos de aikido. – Respondió. – Y como las artes marciales son todo prácticamente sentido del ritmo, esto se me da bien… - El cuarentón seguía sin decir nada, estirando cada músculo de sus brazos con gestos de dolor, de modo que el silencio era muy incómodo. - ¡Jo-der! Los wasteland… - Dijo, intentando llenarlo.
- Megan… - Helmut ignoró el comentario, mientras apoyaba su guitarra en el estuche, buscando un lugar donde sentarse. – Se sincera. ¿Crees que podré tocar con vosotros?

Mientras tanto, en el exterior, Han miraba asombrado como había unas cuarenta personas, cada uno con su guitarra a cuestas, con la mirada perdida. También había algunos de las bandas que ocupaban los locales contiguos, igual de anonadados. Se dio media vuelta y arrancó el cartel que anunciaba las pruebas de guitarristas.
- Esto… ¡Tío! - Dijo uno de los aspirantes, dándole unos toquecitos en la espalda. - ¿Podemos quedarnos a escuchar?
Han se quedó mirándolo unos segundos, confundido. Entonces rompió a reír, aplastó el papel y se lo guardó en el bolsillo, mientras caminaba hacia el baño. El aspirante lo siguió con la mirada, confundido, y luego se giró hacia Mark, que se encontró con varias decenas de pares de ojos suplicantes, mientras rebuscaba la cajetilla de tabaco entre sus bolsillos. Se llevó uno a los labios, levantó el mechero, lo prendió y saboreó lentamente la primera calada, mientras cruzaba sus ojos verdes con los de toda esa gente.
- Como os de la puta gana. – Respondió encogiéndose de hombros.

martes, 10 de febrero de 2009

157.

Decenas de conversaciones se fundían en los vestuarios de la planta de Turk, en el Edificio Shin-Ra. Algunos hablaban de lo que iban a hacer esa noche, otros tan sólo tenían ganas de volver a casa a tirarse a la bartola. Y otros se preparaban para quedarse un rato más en las instalaciones.
Yvette acababa de anudarse la coleta alta, cerró la taquilla y se ajustó los protectores de los nudillos.
El chiquillo del peinado estrafalario y las lentillas azul eléctrico pasó a su lado al tiempo que ella se volvía.
- ¿No te vas? – le preguntó, levantando la vista de su PDA.
- No, voy a entrenar un rato con el viejo caracortada.
- Suerte entonces – el chico sonrío – Nos vemos mañana.
- Sayonara, Mashi.
Yvette palmeó el hombro del proyecto de canario antes de avanzar por el pasillo hasta llegar al gimnasio. En la sala sólo había una pareja que ya estaba recogiendo los bártulos y Jonás Kurtz, calentando al otro lado.
Se despidió con un gesto de cabeza de los otros compañeros y caminó a la esquina donde el veterano rotaba las muñecas.
- Más te vale que estés preparado porque te voy a machacar, nenaza – amenazó ella, bravucona.
- ¿Has tenido un mal día o es que buscas revancha por la paliza que te di el otro día? – Kurtz sonrío con aquella mueca extraña que deformaba sus cicatrices, sabía que eso siempre perturbaba a sus oponentes.
- Llevo con un mal día desde hace… yo qué sé, semanas – Yvette empezó a calentar, trazando círculos con la cabeza.
- Creía que la regla sólo duraba tres o cuatro días.
- Anda que no eres gilipollas ni nada – la rubia sonreía aunque su mirada parecía amenazadora
- ¿Entonces? – Kurtz dejó de calentar y se puso en guardia.
- Por culpa del idiota de tu amigo estoy que exploto – Yvette dio unos pasos de lado, buscando algún punto por dónde empezar el ataque.
- ¿Qué te ha dicho? – Jonás sonrió.
- ¡Ese es el puto problema! ¡No me ha dicho nada en semanas!– la rubia lanzó un gancho de derecha aunque al veterano no le costó demasiado esquivarlo – O sea que al final me he zurrado tanto la badana que los adolescentes pajilleros a mi lado son unas nenazas. Le envié un mensaje esta madrugada y como no me responda antes de terminar el día lo mando a tomar por el culo. Estoy tan cargada de hormonas que me follaría cualquier cosa.
Kurtz esquivó otro derechazo, esta vez agarrando el brazo y lanzando a Yvette al otro lado de la sala. Ella se volvió unos metros más allá para observar en el rostro de su maestro una cómica pero amarga expresión, con los ojos muy abiertos y la boca torcida en una mueca acusadora.
- ¿Perdona? – dijo él – Y yo qué, ¿eh? ¡Lo mío sí que es para llorar y no me oirás quejarme, ninfómana del carajo!
Yvette se llevó las manos a la boca al caer en la cuenta.
-¡Hostia, perdona! ¡No me acordaba, lo siento!
- Hay que joderse con la follodependiente esta – Jonás volvió a ponerse en posición, haciendo un gesto a la rubia para que atacase.
Ella adoptó una postura de ataque y se acercó con cautela.
- Pero tienes que reconocerme que a mi edad es normal.
- No creo que nada en ti sea normal.
Yvette lanzó un revés que fue bloqueado y acto seguido giro el tronco por debajo del brazo en alto para tratar de hincar el codo del otro en la nuez de Kurtz, aunque no esperó el golpe en la parte anterior de las rodillas que la desestabilizó, trastabillando hacia delante aunque sin llegar a caer ya que Scar hizo presa de su brazo derecho y lo retorció. Recuperado el equilibrio Yvette lanzó una patada hacia atrás sin llegar a impactar ya que fue capturado por la otra mano del turco.
- ¿Y ahora qué? – Jonás se sonrió ante la extraña postura de la chica en esos momentos, si se le ocurría dar otra patada él podría soltarla y caería de bruces, y con el otro brazo no tendría fuerza suficiente para liberarse.
Yvette gruñó, frustrada, se sacudió desesperadamente hasta que Scar accedió a soltarla, a penas recuperó sus miembros se volvió y le lanzó una patada baja que consiguió alcanzarle en la espinilla, a veces las acciones infantiles eran las que mejor funcionaban.
- ¡Por idiota! – le gritó ella, retrocediendo enseguida.
- Serás perra…
Kurtz parecía más violento en sus envites, sin duda buscaba venganza por aquella bajeza contra su espinilla. Yvette se aprovechaba de su estatura y su agilidad para esquivar a la iracunda mole. Recibió un par de golpes que logró bloquear con más o menos éxito.
En un momento dado Scar se abalanzó contra ella, los fuertes pasos retumbaron en la sala, extendiendo un sentimiento de alarma en la rubia. Ella se preparó, encogiéndose y adelantando un hombro para reducir el impacto aunque éste fue tal que logró arrancarla del sitio. Recuperó enseguida la postura defensiva aunque Jonás no volvió a embestir, en su lugar agarró una de sus muñecas y trató de separarla del torso de ella, Yvette se resistió pero finalmente el veterano se hizo con ella y ahora se lanzaba a por la otra haciendo que la rubia abriese los brazos de lado a lado, ella lanzó un cabezazo contra la mandíbula de Scar, mientras hacía fuerza con las piernas hacia abajo para liberarse. Kurtz devolvió el mismo golpe y causa de su movimiento hacia delante y la presión de ella hacia abajo acabaron en el suelo. Yvette fue lo suficientemente rápida para encoger las piernas sobre su pecho y tratar de hacer palanca para quitarse de encima al veterano. Él apoyó una rodilla en el suelo y puso la otra sobre las piernas de ella, oprimiéndole el pecho con el peso de ambos. Con un brazo a cada lado y las piernas inmovilizadas la turca se sintió atrapada y se convulsionó logrando únicamente cansarse más.
Jonás acercó el rostro al de su prisionera, para jactarse de su victoria. Ella jadeaba, sus pulmones estaban tan oprimidos que apenas podía respirar.
- Te tengo dominada, ¿qué piensas hacer aho... – una perla de sudor se desprendió de su frente y rodó por la mejilla de ella.
Yvette sonrió. Kurtz se dio cuenta demasiado tarde de lo comprometido de sus palabras en aquel contexto y con el recuerdo de su conversación anterior aún golpeándole en el fondo del hipotálamo.
Deshizo el agarre y se levantó, ni demasiado lento ni demasiado apresurado, tratando de restar importancia a ese momento. Le echó una mano a su pupila, que miraba distraída hacia otro lado.
- ¿Qué tal una ducha y a casa?
- ¿A la tuya o a la mía? – dijo ella, socarrona, recibiendo una colleja por respuesta.


La ducha había sido fría y larga. Si tuviera polla se le habría más puesto más dura que una barra de pan de dos semanas. La verdad es que, y aún pareciéndole un tío atractivo, nunca se había planteado a Kurtz como una posibilidad pero si hubiera estado un segundo más en esa posición la cosa habría acabado en más que una ducha.
Se vistió con la ropa de trabajo y echó un vistazo al PHS, una vaga esperanza le llevaba a hacerlo pero en el fondo sabía que no habría nada… y hoy, para variar, se equivocó.
“Tengo libre la noche del jueves”
Tan escueto como él mismo.

Habían pasado los días e Yvette podía sentir como la tensión crecía en su interior. Sus compañeros de trabajo podrían decir que pese a verla más sonriente había crecido en susceptibilidad.
El jueves por la noche se encontró a sí misma esperando en una plaza del Sector 6 apoyada en su coche. No le gustaba ser la primera en llegar, y no se iba a admitir a sí misma que el motivo de que hoy hiciese una excepción era la impaciencia.
Eran las diez y media de la noche pero no se sentía insegura pese a encontrarse en uno de los Sectores más bajos de Midgar, nadie con dos pipas bien visibles lo estaría, y pese a que dos tipos de mala pinta la miraban desde el otro lado de la calle no se atrevían a acercarse: había dejado la placa de Turk a la vista sobre el salpicadero. Yvette era osada pero no idiota.
Obedeciendo a sus hormonas había decidido vestirse para poner el mundo a sus pies: minifalda de cuadros rojos, medias de látex negro de un corte original que recordaban a la silueta de los ligueros, botas de correas de tacón alto y para esa noche había elegido una ceñida cazadora de charol negro con múltiples cremalleras y zurcidos; su arma secreta se escondía bajo ella.
Recorrió con la mirada la destartalada plaza, zapateando en el suelo. La gente iba y venía de un lado a otro, algunos chiquillos fantasearon en voz alta con su despampanante figura. Ella clavó la mirada en un tío al que parecían haber pegado la paliza de su vida, con el brazo en cabestrillo y que avanzaba arrastrando los pies y rostro contraído, como si hubiese visto un fantasma.
Finalmente su cita se dignó a aparecer, cruzando la calle con paso ágil.
- ¿Llego tarde? – preguntó a un par de metros de la rubia.
- Nah… tengo el reloj adelantado – mintió ella.
Yvette recibió al chico con dos besos. Pudo captar el aroma a menta en su cabello y por un momento deseó que él hubiera sentido el mismo chispazo en la nuca al oler su perfume de flor salvaje de Nibel.
Se echó hacia atrás para echar un vistazo rápido a su acompañante, sorprendiéndose de que lo único que parecía distinto en él con respecto a su primer encuentro era que vestía camisa en lugar de nicky.
- No es que te mates eligiendo la ropa, ¿eh? – rió ella.
- ¿Es que eso importa? - aunque Paris amagó una sonrisa, Yvette notó cierta frialdad en sus palabras - ¿Las pistolas son parte de tu conjunto?
- ¿Te gustan? Si quieres podemos jugar con ellas – la rubia se arrepintió enseguida de esas palabras, estaba demasiado acostumbrada a jugar en su terreno. Para su sorpresa el chico se limitó a sonreír, descolocándola y dejándola sin saber cómo reaccionar.
- ¿Algún plan?
Una nota de frustración se coló en el ánimo de Yvette, que notaba cómo una vez más parecía que el chaval estuviera allí por obligación. Decidió darle el beneplácito de la duda y creer que sólo se trataba de inseguridad inicial.
- Trabajas en un bar ¿no? ¿Qué tal si tomamos allí la primera copa?
- No creo que sea de tu agrado.
- No me menosprecies, soy muy adaptable – por mucho que lo intentase no lograba que sus palabras no tuvieran un tono insinuante y ambiguo.
- Está bien.



Extrañamente y pese a que Paris se mostraba más hablador y atento, Yvette tenía la sensación de que algo raro pasaba. No sabía muy bien qué exactamente, pero él actuaba de forma muy condescendiente y amable, casi como cuando alguien está preparando la situación para soltar una mala noticia y mantiene una barrera emocional contra el aludido. Y ese pensamiento la desconcertaba.
Yvette se deshizo de la cazadora de charol mientras esperaba que su acompañante llegase con las copas. Era la técnica más antigua pero la que mejor funcionaba, sobre todo cuando se trataba de ella.
Cuando Paris llegó con sendos vasos de líquido turquesa se encontró a la rubia lanzando su cabellera hacia un lado, dejando ver el ceñidísimo corpiño negro con bordados y lazada rojos que realzaba su voluptuosa delantera, y un collar de intrincado diseño del que colgaban varias lágrimas negras.
- Vaya cicatriz – fue lo único que llegó a decir mientras posaba las copas sobre la mesa.
- ¿No te han dicho que es de mala educación mirar de forma tan descarada el pecho de una mujer? – reprendió ella, socarrona.
- No creo que llevases esa ropa si quisieses que no lo mirara – respondió con sencillez, haciendo que Yvette se atragantase con el primer sorbo.
- Touché – la rubia alzó su copa, proponiéndole un brindis – Pero deberías saber que no nos gusta que los tíos descubran nuestras tretas.
Paris rió.
- Lo tendré en cuenta – chocó su vaso contra el de su interlocutora y bebió un sorbo.
- ¿Para tus otros ligues? – aventuró ella, sin sonar demasiado acusadora.
- No sé por qué piensas que soy un ligón empedernido.
- Es lógico, eres un tío atractivo. Raro y un capullo, pero atractivo.
- Eh… no sé muy bien como debería tomarme eso – el chico se removió en su silla, buscando una postura más cómoda – Y no, no estoy muy interesado en ligar.
- La camarera no te quita ojo…
- Es una cotilla… y tiene novio.
- Ah… - Yvette lanzó una mirada significativa por encima del vaso.
- ¿Cómo te la hicieron? – preguntó Paris, indicando con el mentón la cicatriz en el pecho izquierdo.
- Blooder.
- ¿El psicópata?
- ¿Conoces a otro? Casi muero ese día. – Yvette hizo una breve pausa para analizar a su interlocutor.
Él alzó las cejas pero no dijo nada.
- ¿Y tu qué? ¿Nunca has tenido una experiencia cercana a la muerte? – a la rubia le pareció una conversación casi demasiado lúgubre para una cita.
- No tan cercana.
Se abrió un silencio que de haber sido breve habría sido cortés, pero que se prolongó hasta convertirse en un vacío incómodo. Yvette se entretuvo un rato mirando la decoración, con múltiples cuadros del dueño, suponía, fotografiado con diversos jockey, incluso el famosísimo Joe. La forma de chocobo era la más frecuente en los bártulos decorativos.
La rubia agitó su copa, luego tamborileó con las uñas sobre el cristal, con la cabeza apoyada sobre la otra mano.
- ¿Un billar? – preguntó Paris de pronto.
- ¿Eh? Ah… claro.

Decididamente las cosas no estaban saliendo bien. El muy idiota se había buscado una excusa perfecta para los largos silencios sin tener que sentirse demasiado incómodo. Yvette sintió la necesidad de romper su palo contra la espalda del muy maldito y dejarlo paralítico. Casi prefería su actitud monosilábica y abiertamente desinteresada a esta nueva faceta que no sabía cómo interpretar.
La turca trataba de descargar parte de su frustración arremetiendo contra las inocentes bolas y gritándole improperios a algún cliente habitual que según ella le entorpecía.
Paris decidió actuar cuando amenazó a la acompañante de un tipo con pinta de mafioso.
- Sería mejor que te relajases – sin llegar a ser amenazador, el tono se le antojó a Yvette demasiado autoritario.
- Sí, vayámonos ante de que le parta la cara a esta chupapollas.
Bebió de un trago el resto de su copa y cogió su cazadora, levantando un gran revuelo allí donde pisaron sus pies.
Una vez en la calle Yvette caminó delante todo el tiempo, teniendo que doblar su velocidad normal para mantener la distancia con su acompañante. Paris la seguía sin decir nada.
- Sube – ordenó ella al llegar hasta el coche en la plaza donde habían quedado hora y media antes.
El trayecto hasta la Tower of Arrogance fue silencioso, tenso y demasiado corto para estar a cuatro sectores de distancia, sin duda debido a que la bota de aguja no se había levantado del acelerador por un solo minuto.


- ¡Mal! ¡Ponme un chupito de lo más fuerte que tengas! ¡Ya! – gritó Yvette al llegar a la barra, espantando a un par de chiquillas que se agolpaban esperando que un chico viniera a cortejarlas.
- ¿Yv? ¿No tenías una cita?
- Mi cita está en el baño y yo al borde de un ataque de nervios.
Malcolm frunció el ceño, prometiendo una tortura larga y cruel al maldito “príncipe”.
- ¿Qué ha pasado? – preguntó el camarero mientras se hacía con un par de botellas y un vasito de cristal.
- Eso me pregunto yo. El otro día terminamos de buen rollo y hoy vuelve a portarse como un gilipollas o peor. Vamos de culo.
Malcolm se apoyó en la barra, acortando la distancia entre su rostro y el de ella.
- ¿Puedo darte mi opinión? – aventuró él, arrimándole un vaso de chupito y llenando otro para sí mismo. Espero a que ella asintiese – Me parece del tipo de tío que te va a estar dando largas y te va a marear hasta que te aburras y pases de él. De esos que esperan a que seas tú quien corte.
- No sé, pensé que habíamos conectado y de verdad quería él fuera ese.
Yvette se mostró ligeramente abatida, cruzando los brazos sobre la barra.
- ¿Te alegraría un poco si le retuerzo el escroto con un alicates? – bromeó él, acariciando la rubia cabeza de su amiga.
Yvette hizo un puchero y asintió como una niña pequeña, siguiendo la broma pese a su desánimo.



A su entrada en el servicio Paris fue recibido por un gemido ahogado y un salvaje golpeteo contra una de las cabinas. “Mierda” pensó, azorado. Necesitaba un momento a solas con su cerebro pero los gritos cada vez agudos de la chica le incomodaban tremendamente.
Se enjuagó la cara con fuerza en el momento en el que el canto del cisne de la chica anunció su orgasmo. Buscó con la mirada el dispensador de servilletas de papel mientras oía el sonido de una cremallera y hebillas. A la mierda su momento de intimidad mental, se largaba antes de ver el careto de ninguno de los dos amantes pero la puerta del cubículo se abrió antes de dar dos pasos.
- ¡Principito! – exclamó el tipo de traje caro, el pelo cuidadosamente despeinado y los profundos ojos verdes.
- ¿Rolf? – Paris se sintió aún más incómodo a la vez la sensación de estar siendo manipulado por algún ser cósmico de siniestro sentido del humor creció en él.
- Justo estaba pensando en ti – dijo el aludido, dirigiéndose al lavabo.
- Espero que no…
Rolf sonrió con cinismo mientras tomaba una servilleta de papel. Iba a decir algo en el momento que oyeron algo dentro del cubículo, pero aún no salía nadie más. El tirador se mostró indiferente y encaró a Paris.
- Qué coincidencia. ¿Qué haces aquí? – preguntó Rolf, observando con ojo analítico el vestuario del chico.
- He venido con Yvette.
- Oh… entonces… ¿vas a intentarlo?
Paris se apoyó en el lavabo, cruzándose de brazos.
- No lo sé – hizo una pausa antes de continuar - Por una parte no creo que sea conveniente…
- ¿Para ti o para ella? – Rolf pasó el peso del cuerpo de una pierna a otra.
- Para… ella. – dudó al principio, para luego admitir – Y para mí también. Me ahorraría el preocuparme de que en algún momento yo pudiera…
- ¿… estamparla contra la pared? – aventuró el tirador, con un tono a medio camino entre la conciliación y el reproche.
Paris asintió no demasiado seguro.
- ¿Has hablado con alguien más de eso?
- No exactamente de eso, pero si de algo parecido, con Jonás.
- ¿Y qué te dijo?
- Me dio una charla sobre el vivir mi vida, barrer mi casa y esas cosas…
Rolf se apoyó también en el lavabo, al lado de su amigo.
- Mi consejo es que te diviertas mientras puedas, dentro de nada podríamos estar todos criando malvas. “Fuma, folla y bebe que la vida es breve”. Deja que sea ella quien decida si quiere estar con un tarado o no.
Paris sonrió con una mueca torcida.
- Eso no es muy responsable.
- ¿Y qué lo es? A veces hay que arriesgarse… y si sale mal sabes que tienes mi “apolladura”.
- No podías dejarlo pasar, ¿eh? – rió el rubio.
- ¡Nunca!
Paris se enderezó, dispuesto a volver con su cita, pero Rolf no le dejó ir.
- Espera, ¿no pensarás ir con estas pintas?
- ¿Qué pasa con mis pintas? – Paris, pese a ser consciente de que no tenía el sentido de la moda de su amigo, se sintió ligeramente ofendido.
- ¡Por favor! Me daría vergüenza si eres capaz de llegar algo serio con estas fachas – Rolf se quitó la chaqueta y la dejó sobre el mármol del lavabo – Mira, eres un tío con suerte y yo un amigo cojonudo. Ponte mi camisa.
- ¿Qué? ¡No!
- ¡Que si hombre! Si el que se lleva la peor parte soy yo, que voy a tener que llevar ese adefesio tuyo.
Rolf había terminado de desabrochar su cara camisa de color obsidiana, que había elegido cuidadosamente para realzar el color de sus ojos.
- ¡Venga! – le instó a Paris que lo miraba como si estuviera hablando en un lenguaje distinto.
Rolf echó las manos al primer botón de la camisa de su amigo, perdiendo la paciencia.
- ¡Quita! Ya lo hago yo – el rubio golpeó las zarpas del tirador.
Finalmente la puerta del cubículo se abrió, descubriendo a una preciosa mujer que trataba de ajustarse la línea del vestido. La escena con la que se encontró le hizo perder la extasiada sonrisa y la convirtió en una mueca de ira.
- ¿¡No te dejo ni dos minutos y ya estás poniéndole las manos encima a ese rubito?!
- Eh… ¿un trío? – aventuró Rolf, ganándose miradas letales por parte de ambos.
- Olvídalo, búscate a otra. Yo paso de tus jueguecitos.
Los tacones resonaron con fuerza en el cuarto hasta que su sonido fue engullido por la fuerte música que se coló al abrir la puerta.
- Lo siento, no quería joderte el plan – se disculpó Paris, deshaciéndose de su camisa negra y tomando la que Rolf le tendía.
- Bah, no te rayes, era una estrecha, ni siquiera me dejo hacerl…
- ¡No quiero saberlo!




Yvette esperaba en la puerta de los aseos. Iba a dejar las cosas claras de una vez por todas, se había hartado de segundas oportunidades y de esos tira y afloja que no llevaban a ninguna parte.
Abordó a Paris en el mismo momento en que puso un pie fuera del baño, justo detrás de él salió un tipo que se le antojó conocido, pero ahora mismo su mente estaba centrada en su cita.
- ¿Te importa si hablamos?
- Claro que no – el chico sintió la misma aura violenta que la primera vez en la pista de baile.
Yvette lo cogió de la mano y lo arrastró hasta una zona de descanso recogida en una semiesfera a un lado de la pista. El tejido aislante de la pared y la lejanía reducían el atronador volumen de la música unos cuantos decibelios y permitían una conversación más o menos entendible sin llegar el límite de la voz.
Una mirada de la turca sirvió a una pareja que estaba en los preliminares para tocar retirada; la chica hizo amago de resistencia pero él la arrastró, conocía, sin duda, la fama de la rubia.
- ¿Qué es lo que pasa? ¿Eh? ¿Es que no te pongo? – se volvió a su acompañante, con las manos en la cintura y la voz ligeramente contenida que le profería un tono más amenazador.
- ¿Qué?
- ¿No soy tu tipo o algo?
- No…
- El otro día quedamos de puta madre y hoy te vuelves a comportar como un capullo así que mira, si no quieres nada conmigo me lo dices y punto, soy mayorcita para poder superarlo. Pero no me gustan que jueguen conmigo ni que me mareen.
- Escucha…
- Y si te digo esto a la cara es porque creo que en el fondo no eres mal tío y porque creo que habíamos conectado. Pero si llegas a ser otro te hubiera partido la cara y santas pascuas.
- ¡¿Me dejas hablar?! – exclamó el chico que veía que ella no le estaba dando ninguna oportunidad de explicarse, con la manos crispadas a la altura del pecho – Primero que ya me partiste la cara, dos veces, para ser exáctos. Segundo, que si no quisiera nada contigo no te hubiera dejado pegarme la segunda vez sin responder.
El sonido de una guitarra rasgada cortó el aire, prometiendo una canción salvaje a medio camino entre el techno y el rock. Los haces de luz bailaron sobre toda forma que se encontraba a su paso, creando extraños claroscuros.
Yvette dejó sendos brazos caer a cada lado de la cadera, con el ceño fruncido y mirando fijamente los ojos grises que se alzaban una cabeza por encima de los suyos, sorprendiéndose de que no intentase esquivarla.
- Entonces… quieres…
La respuesta de Paris se hizo esperar, no estaba muy seguro de que hubiera querido decir lo que dijo… en realidad sí, pero no de que ella lo supiera. Respiró hondo y se dejó vencer por la obviedad.
- … Sí.
Yvette esbozó una sonrisa condescendiente, desconcertando más si cabe al chico, que no sabía qué esperar a continuación. La rubia echó las manos al rostro de él y lo trajo hacia sí.
- Eres un idiota.
Lo siguiente que sintió Paris fueron los carnosos labios de ella oprimiendo los suyos. A penas pudo reaccionar cuando una nueva maniobra de Yvette le sorprendió: le hizo abrir la boca e introdujo la cálida y húmeda lengua, buscando la suya.
La rubia hizo fuerza con todo el cuerpo para obligar al chico a retroceder, quien encontró que el chaise longue le impedía seguir hacia atrás. Una nueva embestida de ella le hizo perder el equilibrio, logró asir su brazo antes de caer sobre el mullido sofá cuando largo era, con una pierna colgando a un lado e Yvette sobre él en una postura un tanto incómoda. La rubia apartó algunos mechones de su rostro, ayudada por la mano que él tenía libre.
- ¿Y esto? – dijo con un tono una octava más baja de lo normal en ella, con una sonrisa.
- Si yo caigo, caemos todos.
Paris trató de apartar el cabello que le caía sobre los ojos soplándoles. Ahora fue ella quien le hizo el favor de ayudarle con eso.
Yvette se acomodó sobre él, provocando más roces que intensificaban el rubor de él y con los que disfrutaba enormemente. Jugueteó con las solapas de su camisa y notó como él hacía lo mismo con uno de sus largos mechones dorados.
- ¿Lo decías en serio? Lo de devolverme la hostia. ¿Lo harías aún siendo una mujer?
Paris miraba al techo, pero no parecía dudar acerca de la respuesta.
- Sí, lo haría. No te quepa duda.
Ahora buscó los ojos de ella, esperando encontrar un sentimiento contrariado pero la sonrisa seguía perfilada en sus labios.
- Eres un monstruo – le reprochó, antes de lanzarse de nuevo contra su boca, encontrando esta vez más cooperación por su parte.
Yvette mordisqueó el labio inferior de Paris antes de romper el beso. Se sentó sobre él, algo más seria. Él se recostó sobre los codos, dispuesto a oír lo que fuese que iba a decir.
- Sé que antes fui yo quien sacó el tema, pero no quiero que lo nuestro sea algo puramente físico – aclaró – Para eso no me habría complicado tanto la vida. De ti espero algo más que eso.
- Eso ya me lo habías dicho.
- Exactamente, tú aún no has dicho nada. Y como me digas que quieres estar conmigo porque estoy buena follaremos como conejos toda la noche y luego te meteré un tiro en la polla.
Paris dudó unos instantes. Finalmente se recostó en el sofá, dejando a Yvette sentada sobre sus piernas.
- ¿La verdad? – preguntó con voz grave.
- La verdad.
El chico expiró.
- No espero nada porque no sé qué debería esperar… – echó una breve mirada a la rubia, que mantenía la expresión seria pero parecía algo desilusionada - … pero me haces sentir inseguro y tus palabras y acciones me afectan hasta el punto de cuestionarme cosas que siempre han sido inamovibles para mí. No me gustan los cambios, me asusta perderme, pero en este caso no me importaría hacerlo.
Paris calló, había roto el contacto visual y jugueteaba con sus propios dedos.
- Creo que no era la respuesta que esperabas.
Cuando alzó la vista encontró el rostro de la rubia ligeramente enrojecido, con una sonrisa afligida en los rosados labios.
- No exactamente, pero me vale.
Paris se atrevió a traer a Yvette hacia sí, ella entrecerró los ojos esperando el beso… que recibió en la frente en lugar de en los labios. Roja de una súbita rabia tiró de las solapas de su camisa hacia abajo, obligándole a encararla.
- ¡No se te ocurra tratarme como a una princesita!
El rubio soltó una carcajada.
- Tú mandas – le dijo, en un tono ambiguo de arrancó una sonrisa cómplice en ella antes de que se lanzase con violencia a devorar su boca.




El local se fue vaciando progresivamente a medida que pasaban las horas. A eso de las siete de la mañana, la extraña pareja concordó que era un buen momento para irse ellos también.
Yvette a penas podía caminar, tantas horas con aquellos altísimos y puntiagudos tacones le pasaban factura, y el hecho de haber bailado durante un par de horas no ayudaban nada.
- Mira, ¡A la mierda! –exclamó de pronto, al llegar a la altura de un portal a la salida de la discoteca.
Se sentó en el pequeño escalón de la entrada y desamarró las correas de las botas.
- Nunca entenderé la manía que tenéis las mujeres de llevar tacón, siempre os acabáis quejando de ellos – dijo Paris.
- ¿Y qué quieres que lleve? Tira, anda – Yvette subió la pierna cuando pudo, indicándole a su acompañante que la ayudase a descalzarse.
El rubio tiró de la bota, que se resistió al principio. La puso a un lado y se dispuso a hacer lo mismo con la otra pierna.
- Pues botas normales.
- Bah… ¿Y qué tienen de sexy? – reprochó ella, poniéndose en pie sobre el escalón y cogiendo las botas – Aah… mucho mejor así.
- ¿No pensarás ir descalza? – inquirió el chico.
- Claro, total, el coche no está tan lejos – Yvette trató de restarle importancia, sin duda no era la primera vez.
- No – dijo él en tono autoritario – Podrías cortarte con cualquier cosa, o clavarte una jeringuilla o yo qué sé.
- ¡Venga ya! - la rubia vio cómo él se daba la vuelta y se encogía - ¿Qué haces?
- Sube.
- No, paso – fue la rotunda respuesta.
- Yvette… hazme el favor…
La aludida se resignó, encontrando la situación un tanto cómica e infantil.
- Se me va a ver el tanga – fue la excusa que dio, divertida.
- Eso no te preocupaba lo más mínimo cuando estabas bailando allí dentro – contrapuso él.
La turca cogió impulso y salto sobre él, sacudiéndole de paso con una de las botas.
- Imbécil – le regañó, fingiéndose ofendida.
- No pesas nada – se sorprendió él, irguiéndose y empezando a caminar.
- ¿Qué te pensabas?

Yvette se asió al cuello de su medio de transporte personal, con las botas colgando cada una de una mano. Se fijó en la rotura en la camisa de él: un botón había saltado y una de las solapas se había rasgado.
- Siento lo de la camisa – se disculpó ella, aunque en su expresión seguía dibujada una sonrisa triunfal – Tendrías que haber dicho antes que no era tuya… no digo que no hubiera acabado igual, pero podría habérmelo pensado.
- Tranquila… ya veré cómo se lo digo… ¿Una carrerita hasta el coche? – preguntó de pronto, Yvette pudo notar la sonrisa con la que había hablado aunque no pudiese verla.
- ¡Arre, caballo! – azuzó, animada.

lunes, 9 de febrero de 2009

Encuesta 5:

Élacor Königssen:


Élacor tiene dos méritos innegables, y ambos son el mismo: Ser el primero. Fue el primer personaje que pisó Azoteas de Midgar, de modo que su enlace fue con una escena del propio juego, y también fue el primero de mis personajes al que me atreví a matar, en Azoteas.
Un hombre siniestro, a la vez que virtuoso… En cierto sentido. Élacor tenía un aspecto aristocrático: Alto, rubio, elegante, con estilo, frío… Y sin embargo, frío no era, ni muy seguro de sí mismo. Estaba enamorado de una camarera, Dholara, y no se atrevió nunca a decírselo. Un día, ella no estaba trabajando en su cafetería habitual. Supo que había muerto de SIDA, enfermedad con la que llevaba dos años luchando, que había contraído por un cliente que la sedujo. Élacor no pudo sino sentirse culpable: Él mismo había estado esperando a juntar el valor suficiente para decirle algo, pero nunca lo logró, y de haberlo hecho, ella no se habría liado con ese tío, ni habría acabado muriendo por ello.
Destrozado por la culpa, Élacor desafía a Rolf a un duelo de francotiradores que nunca tuvo intención de vencer.
Élacor es un asesino a sueldo, muy profesional, aunque ello sea un topicazo. La verdad es que la primera vez que pensé azoteas no tenía en mente que acabase como fue, ni de lejos. Lo saqué, lo olvidé, y me acordé de que él también tenía un rifle de francotirador el día que Rolf nació.

Isabella Sciorra:


Izzy, al igual que Élacor, aparecía en mi idea original de Azoteas, pero apenas tuvo un par de apariciones antes de volver al anonimato. Es una mujer fuerte, de familia poderosa, a la que dejó de lado por labrarse un futuro valiéndose únicamente de sus propios medios, su inteligencia, su voluntad y sus recursos.
Cuando aparece, Izzy es la líder de una de las bandas de moteros más duras de los suburbios, banda que se verá disuelta cuando ella recibe la amarga lección de que, por mucho que se divierta con su moto, no deja de estar a merced de cabrones trajeados. Eso la lleva a buscar el modo de amasar dinero e influencia, cuyo primer paso es, sin duda, la Tower of Arrogance (un nombre con mucho más sentido, visto así, ¿eh?)
Izzy está inspirada en el personaje del Soul Calibur Ivy. No se me ocurrió que perteneciese a la familia Sciorra hasta después del mítico relato de Shosuro Ukio, donde llevaba meses buscando la forma de devolverles a Henton y a ella cierto protagonismo.
En cuanto a su relación con Henton, diré que se debe a que, ya que el papel de Henton era ser “el amigo de Kowalsky”, normalmente tu condición de pringao se acentúa cuando el amigo que te apoya tiene novia y tú no, aunque ella también sea tu amiga. El es fuerte, y silencioso, pero a su vez reconoce la inteligencia de ella, su astucia (le viene de familia) y su fuerza y voluntad. De no ser así, Henton se habría aburrido de ella en nada. Ella, por su parte, está con Henton por que ve como es el bruto en realidad, como es el ser que vive bajo esa coraza de piedra viva.
Es una mujer joven, que se está dejando crecer el pelo (negro, con algunos mechones teñidos de púrpura. Lo tenía corto y púrpura al comenzar Azoteas). Es voluptuosa y muy femenina, aunque en ambientes sociales suele llevar guantes para ocultar los callos de sus manos, fruto de practicar con la espada y de dar puñetazos. La verdad es que a Izzy le tengo bastante cariño, aunque sigo buscando la forma de darle vida a su historia.


Henton Jackson:


Henton es un tío duro, gañan y poco atento a veces a los asuntos sociales o intelectuales. No le interesan la física cuántica, la historia ni demás paridas, ya que su atención se limita a dos cosas: Sus amigos y la lucha, a veces no por ese orden.
Aprecia a sus amigos, ya que es gente que siempre ha estado ahí para apoyarle (al igual que ellos siempre pueden contar con su enorme y silenciosa presencia para ser escuchados), y quiere pelear porque no imagina ningún otro modo de sentirse plenamente vivo, más allá de la competición más simple y primitiva que conoce el ser humano.
Es un tío grandote (2,13m, 116 kilos), de pelo castaño y ojos del mismo color, con el pelo rizo y revuelto, largo pero sin llegar a ser una melena, y con una poblada barba del mismo color. Tiene el cuerpo musculado y normalmente cubierto de magulladuras, en las que podrías golpear una y otra vez con un martillo, que ni en broma lograrías que dijese que le duele. No le importa si es por sus amigos, por su orgullo, su pasión o por Isabella, la mujer a la que ama. Simplemente, Henton lo resiste todo.
La función de este personaje es, principalmente, ser “el amigo de Kowalsky”, apoyándole en sus problemas con su amor no correspondido hacia Caprice Riedell. Lo que pasa es que si no desarrollas bien a los secundarios, los principales estarán incompletos o acapararán demasiada atención, como Marysues, y ya que le vas a dar historia, hazlo bien.


Kazuro Kowalsky:


El favorito de muchos: Kowalsky es un reportero bajito, normalito y poco arreglado, que ha tenido la mala suerte de nacer y entrar en la facultad de periodismo de Midgar el mismo año que lo hizo su rival Woodrow S. Pollard. El bastardo de Pollard ha aprovechado sus contactos para hacer la vida de Kowalsky imposible, primero puteándolo como becario, pero cuando Kowalsky intentó chantajearlo usando fotos en las que se lo veía con una prostituta transexual, Pollard decidió convertir el asunto en personal y putear al pobre Kazuro de verdad. Y la verdad es que lo está haciendo como un puto maestro.
Kowalsky es el eterno perdedor, mezcla de dos inspiraciones: Lo mucho que me hacía gracia la idea de mezclar un nombre oriental con algo tan tópico como Kowalsky, nombre de madero yankee, y de uno de mis personajes favoritos de 100 balas: Mr. Branch. Un periodista gordo, bajito, casi calvo, feo y a la vez muy inteligente e intuitivo.
La vida de Kowalsky sufre tres grandes cambios en azoteas: Primero desciende hasta lo más hondo del infierno, para luego encontrar una salvación en el deber moral de salvar a una vida pisoteada a la que él mismo, con sus acciones, puso en peligro. Kowalsky es una buena persona, de esas que lo tienen grabado en la cara a fuego. Simplemente, se llena y tarde o temprano explota como una caldera, y como habéis visto… Revienta.
Su tercer momento cumbre, como habéis visto, ha sido llevarse a la chica. Seguro que a muchos de vosotros solo os faltó aplaudir. Creo que se lo merece.


Rolfhelm Vassaly:


El hijo díscolo de una familia rica, conoció a Kowalsky cuando compartieron habitación en una residencia universitaria. Uno era el principal alumno de cuarto curso de periodismo, y el otro era un haragán venido de una familia adinerada que quería hacer filosofía, y ser escritor, o algo… Ya vería. Unos cuantos años menor que su amigo, Rolf es un hombre inteligente y muy carismático, hábil seductor hambriento de cualquier tipo de experiencia de índole sexual, sus ojos verdes han ganado la atención de incontables hombres, mujeres, y algunas otras cosas.
Un mal asunto lo llevó a la otra cara de la vida, y en la actualidad, aparte de un pequeño fondo que recibe de su familia (en cuenta bancaria. No quieren verlo ni en pintura), se gana la vida con un rifle y una mira telescópica. Si le preguntasen por que con todas las posibilidades que tiene alguien con su carisma y porte, se gana la vida así, se encogería de hombros y le quitaría importancia. Así es Rolf, siempre trivializándolo todo.
Su mayor punto de inflexión en la historia fue su duelo a muerte contra Élacor, del que no resultó ganador, pero si fue el superviviente. Una cicatriz donde antes estaba el lóbulo de su oreja izquierda se lo recuerda en cada espejo. La sensación de pérdida le hace caer en la consciencia de la inmensa sordidez en la que vive, haciéndole replantearse mil cosas sin encontrar salida, hasta que un niñato melenudo rubiales, rápido para el rubor y fácil de putear le haga una curiosa propuesta.
Físicamente, Rolf es moreno (o castaño muy oscuro, según la luz), con los ojos verdes brillantes, atractivo, muy arreglado (con el pelo cuidadosamente desarreglado, como esas barbas de tres días de arquitectura). Cambia de aspecto muy a menudo, por vanidad principalmente. Aunque parezca un personaje superficial, tiene una faceta oculta como ese tío con el que contar para hacer cosas sorprendentes cuando tienes algún problema, o que aunque no te lo esperabas de él porque siempre te está puteando, es el primero en ir a apoyarte cuando lo necesitas. Poca gente ve esa cualidad suya: Solo Kowalsky, Henton, Isabella, y ahora sus compañeros de correrías.


Daphne (Steffan) Morgenstratch:


Lo poco que Daphne pidió a la vida, le fue negado antes de nacer: Ser mujer. Sus padres desaprobaron radicalmente sus peticiones para empezar un tratamiento de cambio de sexo, así que se vio obligado a muy temprana edad a huir de su casa, siendo acogido por una prostituta transexual llamada Tiffany. Ella lo ayudó a empezar el tratamiento hormonal y a sacar su lado más femenino. Ese día Daphne nació.
Tuvo suerte de empezar a tiempo con el tratamiento hormonal, ya que contrarrestó su pubertad masculina, evitando que desarrollase rasgos típicos de los hombres. Nadie diría que Daphne es lo que es a primera vista, salvo por un detalle: Un pene de veintisiete centímetros.
Eso hizo subir mucho su caché como prostituta, llegando a ser contratada incluso por clientas femeninas, deseosas de conocer a la bestia. Como muchas prostitutas guapas y prometedoras, Daphne evitó las drogas y se buscó un papaíto rico que le pagase caprichos, y de ese dinero sacaba algo de vez en cuando para ayudar a Tiffany…
Hasta que un periodista resentido lo jodió todo. Sacó fotos e intentó chantajear a su mecenas. El mecenas, furioso, quiso eliminar todas las pruebas posibles, lo que le costó la vida a Tiffany. Daphne, perdida y destrozada porque la muerte accidental de su amiga le hubiese permitido salvar la vida (a los matones solo les dijeron que acabasen con la tranny, no especificaron mucho), decidió acabar con ese periodista. El problema es que no fue capaz. Ella estaba en lo más hondo, y si lo mataba luego ella se iría pudriendo más y más hasta desaparecer. Él por su parte también estaba hundido, con lo que tampoco perdía mucho al ser privado de la vida en ese momento. Sin embargo, por azar o comprensión mutua, ambos decidieron apoyarse el uno en el otro para volver a encauzar sus vidas.
La verdad es que fue una pifia inmensa por mi parte, no pensar que cuando Kowalsky fuese a por Pollard, este no intentaría quitar a Daphne del mapa, y esto no revertiría en el propio Kowalsky, lo que fue genial, ya que me dio una excusa para seguir su historia.
Hoy, Kowalsky es el principal periodista de uno de los mejores periódicos de segunda fila, y Daphne es una musa. Él ama a otra, pero es de sus mejores amigos, y le ha presentado a otro grupo de gente que día a día se convierte en una familia… Y si algún día necesita algo de caña, Rolf siempre se apunta a una noche de vicio.


Dekk van Zackal


Sip: Tengo planes para este cabrón. Siempre he dicho que una historia es tan fuerte como los retos que los protagonistas han de afrontar, y uno de los más simples e importantes, es un villano.
Dekk tiene el estilo, tiene los huevos, tiene cierta astucia rastrera y retorcida y lo único que no tiene, son los escrúpulos. Aunque no creo que los vaya a necesitar.
Su origen es bastante simple, la verdad. Quería un grupo de turcos niñatos para enlazar con la primera aparición de Jim Grim Garrison, así que monté un pequeño grupo de popstars pasados de rosca. La tetuda, la rubia, el de pelo de colores imposibles y el adicto a la gomina. For the lols. El rollo de ir con dos pistolas de bajo calibre y silenciador le da ese cierto postureo y amaneramiento que lo hace opuesto a los demás personajes que suelo llevar.


Yotoomaru Katsumashi


Mashi nació con dos intenciones muy claras:
La primera era hacer algo decente entre los turcos jóvenes. No alguien reeducado como Yvette o Larry, sino decente de por si.
La segunda era putear a Noiry, con un personaje fashion, visualero de harajuku, y que fuese prota sin ser un tío duro a lo vieja escuela de parte-caras del barrio.
No tengo una imagen en mente para Mashi: Rasgos japoneses, pelo rubio de punta, no es corpulento… Psicológicamente es un buenazo, lo cual hará que choque con sus compañeros de patrulla, Sveta y Kurtz. Es amable, tranquilo, y procura hacer siempre lo correcto, aunque se de alguna licencia a la hora de divertirse, con el límite de no hacer daño a nadie gratuitamente. Tengo miedo de haberle hecho cambiar de bando demasiado rápido, la verdad. Sin embargo, a ver como sigue la cosa.


Yvette Marie Giulianna Louise de Castellanera e Bruscia


Todos queremos a Yvette: Es bruta, es inteligente, un poco patosa, simpática… Nuestra pequeña princesita es la hija del líder de una de las familias más importantes en el distrito financiero de Midgar. Ha recibido una educación cara, ha bailado entre todos los estratos sociales altos de los sitios por los que ha pasado, siempre siendo de las más populares, y su ansia de emociones la llevó a alistarse en Turk con la nueva hornada de agentes.
Yvette nació en el mismo momento que Dekk, y tampoco nació con nombre. Simplemente era la rubia del pistolón. Tonta, con tetas y un arma que no puede manejar bien, que lleva por hacer la pose. Su único fin era ser insultada por Élacor… En un principio. Luego pensé que si Kurtz se piraba, a Harlan le asignarían un nuevo compi, y me apeteció hacer algo gracioso. Le damos una entrada espectacular, una discusión con Svetlana y la dejamos crecer… Primero, le quitamos el pistolón y le damos un arma decente… Luego gana puntos en el grupo, en el aniversario de la muerte de Krauser… Y miradla ahora, partiéndose la cara con Kurtz una hora después de cada entrenamiento, desayunando con la familia de Harlan… Hasta Svetlana se lleva bien con ella, y eso que la llamó “vieja lesbiana chunga”.
¿Y lo de Paris? Eso fue genial. Supongo que habré pensado que en cuanto ella se cruzase con el rubio guaperas, iba a querer catarlo. Lo siguiente fue encontrar un modo un tanto surrealista (deberíais ver el “hostage love” en el deviant de Noiry) y dejar crecer a la parejita. Para que os hagáis a la idea, su relación (que acaba de surgir) lleva conspirada desde el relato setenta y pico, así a ojo. Eso es fácilmente año y medio.


Harlan Inagerr (Hana Garu)


Har’Inagir es un elfo drow que sale en El Manuscrito de los Olvidados, otra obra del foro. Es un aliado de Dhann Sheonn. Así que, adapté el nombre al crear a Kurtz, e hice a su compañero, también negro, llamado Harlan Inagerr (o Har, o Harry).
Su aparición apenas fue una muesca en lo que iba a ser un pequeño crossover bizarro, pero la cosa fue a más y acabó teniendo una gran personalidad propia (aunque pasar de un estilizado drow a un negro corpulento es un cambio de cojones). Su especialidad es la magia, así que le puse un collar con materias (como esas cadenas que lleva Link en las pelis de Matrix 2 y 3). Cuando le asigné a Yvette tenía muy en mente su personalidad, tranquilo y amenazador, pero no de forma directa, sino insinuante, muy estética: Piel negra, pelo negro, traje negro, gafas de sol y una enorme, blanca y brillante sonrisa. Muy a lo Samedi.
En cuanto a su lado místico, Hana Garu, fue para darle personalidad. Es un sacerdote de una religión, rollo vudú, puesto que se ha ido transmitiendo a lo largo de su familia por línea de primogenitura. Evidentemente, su mujer e hijos lo saben, y Amira heredará el puesto de su padre algún día. Así justifico que Har tenga una materia roja, cuyo uso se ha de manejar con mucho cuidado. No por su parte, por la mía. Si está invocando cada dos por tres, no tendré un personaje, ¡tendré una marysue! Evidentemente, su personalidad se completó en gran parte con la aparición de Yvette.


Svetlana Varastlova


Sveta es una mujer maternal, tranquila y bastante guapa. Tiene unos ojos grises acerados, y el pelo sin una sola cana, negro y liso. Su precepto a la hora de nacer era meter una tía dura en medio de un grupo tan cargado de testosterona como los turcos de vieja escuela, y no podía ser la chica delicada a la que protegen: Tenía que ser capaz de partirles la cara a todos (no es que sea la más fuerte del grupo, pero si de los más agresivos. Iban a ser unas hostias reñidas de cojones).
Al igual que nuestra chica es una tía dura, también es una madraza, con tres hijos a los que adora y un marido profesor de escuela y blanco de los puteos por parte de los compañeros de su esposa, acerca de quien lleva los pantalones en casa. Aunque no lo parezca, Svetlana no es una mujer autoritaria con su marido, Jorik, sino que es una esposa complaciente y buena cocinera (los fines de semana. Durante semana, ella tiene que currar hasta tarde y llega hecha mierda, así que cocina él). Son un matrimonio muy utópico, la verdad. El rollo maternal se extiende a sus compañeros, cosa que tocará especialmente al pequeño Mashi: Va a tener una compañera afectiva, pero a la vez severa y justa.
Para su aspecto, pensé en Kate Beckinsdale, un poco mayor. La verdad es que Noiry bordó el boceto.


Han Parker Cliff


Han tiene un punto de mary sue que no tiene ningún otro personaje: Soy yo. Es el autor adaptado para meterse en la obra. Fue creado para tener un detalle con Arikami a ver si volvía a Azoteas, y por aguantar mis interminables charlas sobre coches y motores, ya que ella sale también en el relato con el apodo de “Ice Dragon”.
Cuando pensábamos en la ampliación del equipo A, Han vino a mi mente como una posibilidad, pero había que dar un paso estrictamente necesario: Tenía que dejar de ser Mary Sue, así que ahora mismo esta sufriendo cambios sutiles (al fin y al cabo, el principal parecido es físico, el resto casi no se tocó en su presentación), y casi podría decir ya que es un personaje por sí mismo (aunque no niego que me gustaría conducir así y tener un grupo de éxito).
Han es un personaje algo tosco, despierto, pero muy en su mundo. Puede estar manteniendo una conversación contigo, respondiéndote con monosílabos y pensar mientras en como redistribuír la suspensión de su coche, y en cuanto lo acuses de no estar atendiendo, te repetirá las últimas frases que has dicho, y te dará una opinión compleja y meditada. Un tío raro. Si es famoso por algo, es por ser muy mal perdedor.
Como dato anecdótico (y algo que conserva de Marysueismo) os diré que tiene una puntería cojonuda con las pistolas… en los videojuegos. XDDD


Malcolm Parker Cliff


Malcolm es un personaje creado especialmente para el relato de la primera cita con Yvette, siendo el amigo gay y un poco alguien que putease a Paris, y le hiciese ver que se había portado como un idiota. Luego se me ocurrió la idea de que Han y él fuesen hermanos. Especialmente gracioso viendo que cada uno se lleva con Rolf de forma muy distinta.
Donde Han es tosco, Malcolm es sofisticado y culto. El típico tío que monta cenas en su casa, con vinos muy selectos, comida de primera y luego ir de fiesta por sitios exclusivos, donde entrará porque conoce a todo dios. Un genio mezclando bebidas, además. Es como el típico peluquero en el que sus clientas confían plenamente, solo que no es peluquero, es barman, y sus clientas distan mucho de la típica ama de casa aburrida asidua del salón de belleza. Es de los mejores amigos de Isabella, pero tiene cierto pique competitivo con Rolf cuyos detalles aún he de precisar.
Su aspecto está inspirado en Testament, del Guilty Gear (lleva falda de cuero negro: Malcolm tenía que ser maricón por fuerza), solo que viste un poco mejor… Al menos, cuando no está de servicio, o cuando le apetece.


Shyun Tsuun Fo Aang


Nombre raro, ¿eh? Viene de la premio nobel de la paz Aung San Su Kyi, que ganó las elecciones democráticas en Birmania, pero fue depuesta y actualmente es retenida en arresto domiciliario por el régimen militar que controla el país. Su aspecto es el de una mujer en la treintena avanzada (ES una mujer en la treintena avanzada: tiene 37 años), pero la vida en la calle la ha demacrado un poco más rápido de lo que era de esperar. Sin embargo, su aspecto ha mejorado con el embarazo y el hecho de dejar la mala vida. Además, la prostitución en los países asiáticos es muy distinta, mucho menos sórdida y a veces ni siquiera es destructiva con las mujeres.
Aang se crió en una aldea de Wutai, en la provincia de Hanado. Fue una alumna destacada en la escuela y recibió una beca para estudiar veterinaria, con lo que podría ayudar en su regreso al campo, ya que prácticamente cada familia tenía un par de reses, como mínimo. Todos los habitantes de su aldea colaboraron para sus estudios, pero la guerra le obligó a dejarlos. Al estallar, volvió a su región, donde colaboró para organizar la defensa. Hablaba el idioma de los extranjeros, tenía cultura, sabía como tratar a los heridos y su valentía era ejemplar, eso hizo que la apodasen Vang Cop, la tigresa dorada, feroz con sus enemigos y protectora con su pueblo. Sin embargo, el valor de su heroína se fue al traste cuando un siniestro soldado del bando enemigo se infiltró entre sus líneas mientras ella paseaba con uno de sus pretendientes. Su acompañante fue degollado ante sus ojos, y ella salvó su vida porque él enemigo tuvo que darse a la fuga cuando uno de sus compañeros fue descubierto.
No recuperó su iniciativa ni su valor, en años. Derrotada y humillada, emigró a Midgar buscando no ser una carga para su familia, y huir de la vergüenza de su aldea. Sin embargo, nadie quería a una extranjera, especialmente de Wutai, mientras llegaban miles de noticias de pequeños focos de resistencia, formados por grupos violentos y desesperados. La prostitución fue su única salida.
Su lista de clientes se redujo cuando entró en ella un joven turco, ex militar, que tardó muy poco en hacerse una fama de hombre brutal y violento a lo largo y ancho de todo midgar. Nadie quería competir con él, ni ser visto como un “intruso en su territorio”, de modo que prácticamente, Aang, solo tuvo un cliente. Al principio lo odió. Era el hombre tosco y brutal, un gaijin inculto, confiado y abusón que había pisoteado a su pueblo, con el tatuaje de su unidad en el brazo, y esas cicatrices, con las que justificaba su derecho a despreciar y odiar todo… Ese hombre de aspecto salvaje y actitud destructiva, demostró ser en la intimidad un hombre desamparado, y protector. Nunca permitió que le faltase nada, nunca permitió que le sucediese nada malo. Era un monstruo, y a la vez, un paladín. Aang se rindió ante la evidencia el día que él recorrió toda la ciudad en coche para ir a buscarla no porque quisiese sexo, compañía o algún otro de sus servicios, simplemente, porque llovía.
Hoy, Aang espera un hijo con ese hombre, mientras lucha por vencer sus demonios y sus malos recuerdos de la guerra, y pueda volver con él. Durante ese tiempo, ha decidido ayudar a un joven desamparado a reconstruir su vida. Nada lo ata a él, simplemente, no puede actuar de otro modo. No pudo salvar su país, pero quizás si lo intenta con una sola vida…


Jonás “Scar” Kurtz


Finalmente, Kurtz: Mi predilecto en todo azoteas, sin duda. Jonás nació como respuesta a Paris. Paris pretendía ser una adaptación de Dhann Sheonn, mi personaje de EMDLO para azoteas, a lo que yo respondí a Noiry con que no, que Dhann Sheonn trabajaría para el sistema. Turk era perfecto. Además, sería más viejuno. Luego Sinh escribió una escena que acababa en un reactor y pensé que quedaría genial ver a Paris entrando a lo paladín salvador a la taza. Pero claro… Si él entraba, luego entraba el mío, se fostiaban… Sería un Dhann Sheonn vs Dhann Sheonn. (¿Ahora entendéis por que Harlan también viene de EMDLO?)
La cosa tuvo su gracia y el final quedó abierto, así que poco a poco lo seguimos, teniendo un personaje con cierta profundidad y mucha historia, con una gran diferencia con el personaje del que es una adaptación: Kurtz, en el fondo, no es mal tipo.
Criado en un barrio obrero del sector seis, en los suburbios, Kurtz creció metido en una banda con otros chavales de su calle, hasta el fatídico día en que se le fue la mano y alguien acabó en el depósito. El juez se lo puso simple: O se alista o va al trullo, y el joven Jonás, a sus 17 años, decidió que era demasiado guapo para el trullo, y demasiado broncas como para no aceptar semejante reto a su hombría.
Sirvió con bastantes honores en Wutai, hasta que en una de las emboscadas más famosas de la guerra, en la colina de Lha Shau, la metralla procedente de una mina desfiguró su cara. Tras una brutal experiencia, combatiendo durante días, con todo su escuadrón desperdigado por los campos, entre el hambre, el pánico, la paranoia, el dolor y el agotamiento, Kurtz sobrevivió, pero severamente trastornado. El militar carismático se convirtió en un hombre hosco, violento y taciturno, que estaba metido en peleas un día si y otro también, sin importarle con quien fuese, o hasta donde llegasen. Llegó a causar la muerte a un compañero, y a herir gravemente a unos cuantos antes de ser licenciado con deshonor.
Sin embargo, Shin-Ra no estaba dispuesta a prescindir de un servicio tan valioso así como así. Kurtz fue destinado a una unidad de Black Ops, liderada por un hombre solo conocido en muchas teorías de la conspiración. Allí nadie tenía nombre ni apellidos, solo un nombre en clave con el que era conocido. Si te capturan, o caes, se negará todo conocimiento.
Acabada la guerra, la oferta para seguir pateando caras por Shin-Ra era fácil. Turk era el órgano represivo ideal, donde alguien con ese carácter y ese historial podía hacer maravillas. Sin embargo, allí cambió su vida de pleno: Donald Krauser, su compañero, era un agente de la vieja escuela, duro y autoritario, pero tranquilo y sabio. Él enseñó a Kurtz a no resolver todo a hostias, a no sacar el cuchillo a la primera de cambio (aunque esto no del todo) y a solo ser un turco mientras tuviese el uniforme puesto. Kurtz también conoció a sus compañeros, los que hicieron que siguiese por el buen camino al morir Krauser, y a Aang, que simplemente cambió su vida totalmente.
Hoy, Kurtz intenta no morir en una de las misiones hijaputas que le encarga Jacobi, mientras espera el regreso de la mujer que ama. También coordina los asaltos de su grupo de black ops, formado por un piloto de carreras ilegales, un justiciero y un asesino a sueldo. Tremendamente variopinto, pero poco a poco va aprendiendo a confiarles su seguridad.
He intentado esforzarme por hacer el tío más duro posible, del modo más inteligente. Kurtz no llegaría a lo Sephirot a por el Midgar Zolom y lo mataría de un tajo, sino que iría a por el bicho con un lanzamisiles. Hace las cosas, pero las hace con cabeza, no con sobredosis de poder. No es malo del todo, no es bueno del todo… Es un poco como el gran Lebowsky, pero en violento: Le suceden putadas, se le jode y arregla la vida continuamente… Pero Jonás sigue adelante.



Muchas gracias a Noiry por sus dibujos.