miércoles, 9 de junio de 2010

215

Mi vida parecía tornarse más deprimente a la par que emocionante. Me encontraba tumbado en mi destartalada cama, repasando uno a uno los pequeños pasos que había dado en esta asquerosa ciudad. ¿Por qué vine aquí? Cierto, así empezó todo, con un piso embargado y un padre sepultado. Pero eso sonaba demasiado sencillo. No, la cosa tenía que enredarse, tenían que regalarme un ataúd vacío en el sentido completo de la palabra; sin cadáver, sin un padre del que despedirse por última vez, sin la oportunidad de dormir tranquilo. ¿Siguiente paso? Emborracharme hasta perder el conocimiento. Ya sabía de sobra que esa no era la solución a los problemas, tenía experiencia sobre ello, pero creo que tenía la ligera esperanza de morir alcoholizado, sin preocuparme de dónde estaba mi padre ni de si a mi también me meterían en un ataúd o no.
Aún así desperté en mi casa sin saber cómo, con un garabato en una mano que aseguraba darme explicaciones. Y claro, eso me dio esperanzas de que tal vez pudiera zanjar el asunto de una vez por todas. ¿Cuál es mi sorpresa cuando llega la hora de conocer al susodicho informador? Que es un hombre con una máscara macabra que come caramelos continuamente y está como una regadera… Totalmente absurdo.
Cuando me invitó a entrar en su casa fue extraño. Se trataba de un pequeño edificio a las afueras de Mercado Muro, totalmente destartalado y mohoso. El exterior parecía algo más elegante, con una capa de pintura blanca ensombrecida por los años y una puerta bien asegurada, pero el interior parecía decir a gritos “¡Me voy a caer encima de ti!”. La entrada se iluminaba gracias a una parpadeante bombilla que colgaba del techo, sujeta a unos cables con cinta aislante. Las paredes, mohosas y con el yeso mordido por los ratones, parecían brillar con un color de alcantarilla y soltar vapores de otro planeta. Arguish, que así se llamaba el dueño del “hogar” me invitó con la mano a que le siguiera y así llegué a lo que se supone, era el salón.

-Perdona que esto esté tan asqueroso, pero es que mi compañero nunca se digna a limpiar… ¡No, no me vengas ahora con esas! Tienes tiempo de sobra, lo que pasa es que eres un… Bah, déjalo es inútil hablar contigo.

Genial, definitivamente estaba como una jodida regadera. Yo lo estaba pasando realmente mal, todo parecía sacado de una película de terror. Una bombilla, idéntica a la de la entrada, lanzaba sombras sobre esa máscara de látex y me ponía los pelos de punta. De no ser porque podía verle el cuello rojizo entre la máscara y la camisa, seguramente hubiese salido corriendo.

-¿Pero tú vives aquí?- Me fue inevitable hacerle la pregunta, no encajaba que alguien así, con un traje que valía más que los ahorros que yo tenía, viviese en tal basurero.
-¡No hombre! Éste es… Uno de mis lugares de trabajo- esa pausa no sonó nada bien- Tengo otras en el Sector 5 y en el 3, además mi casa está sobre esa galleta metálica, en el apacible sector 5. De todas formas ya te puedo decir que… Dado mi trabajo, puede que todo lo que te este diciendo sea mentira, que parte de ello sea verdad y la otra parte una farsa o que incluso todo sea verdad. Harías bien en no fiarte de mis palabras, lo hago de forma inconsciente. Aún así, prometí ayudarte con ese pequeño problemilla con Callisto y de eso sí que puedes fiarte.
-Pero… ¿Entonces en qué trabajas?
-Vendo tornillos.

Pareció totalmente complacido con tal respuesta así que yo me hice el despistado y anduve con pasos torpes por el salón. Tan sólo había un sofá orejero con un sucio tapizado rojo y una chimenea mugrienta de piedra ennegrecida. En eso consistía la habitación, salvo por las cajas; cajas por todos lados, apiladas en las esquinas, tiradas por el suelo… Arguish se llevó la mano al pecho y sacó una pitillera, pero soltó una maldición al ver que ésta estaba vacía.

-No pasa nada… Debe haber más por aquí… Piensa Arguish, piensa… ¡Ahora no me toques los cojones, que esto es serio! Ah, ya sé.

Se acercó a la caja más próxima a la chimenea, sacó un tarro lleno de chupachups y empezó a colocar uno a uno en la pitillera.

-Lo bueno… De este vicio- explicó con un exagerado esfuerzo al levantar un brazo y volver a guardarse la pequeña metálica- Es que ya no me queda ningún diente sano- y lo intentó demostrar introduciendo el dedo índice por la pequeña hendidura de la máscara y golpeándose uno de los paletos- Todos son prótesis de la más alta calidad. ¡Y doy gracias al cielo que no soy diabético!

Él se rió con fuerza, yo le seguí con un resoplido fingido.

-Bueno basta de tonterías. Si te digo la verdad, aquél día ibas peor que borracho y no vocalizabas en absoluto. Conseguí entenderte que vivías justo al lado del bar y te llevé como pude a casa. Fue entonces cuando distinguí la letra de Callisto en una carta que había sobre el televisor. Perdona por meter mis narices donde no me llaman, pero su contenido está intacto, sólo vi su firma en el dorso del sobre.

-¿De qué conocías a mi padre? –le dije sin rodeos. No quería estar más tiempo en un lugar como ese, en el que las paredes parecían tener vida propia y exudar moho.
-Bueno… Es complicado… Digamos que él me ayudaba a vender tornillos. Lo conocí cuando vino a esta ciudad y no… Oh perdona, tengo que contestar la llamada.

En efecto, a la segunda vibración en uno de los bolsillos del pantalón, comenzó a sonar una suave melodía, una de estás que vienen incluidas con el teléfono. Al tercer timbre lo copio y me dio la espalda para hablar.

-Dime… ¿Tiene que ser ahora? Es que ando algo ocupado… Entiendo. Si no hay más remedio estaré allí en media hora.-colgó la llamada y volvió a mirarme de frente con esa horrible cara de calavera.- Lo siento Max, nos tendremos que ver en otra ocasión, tengo que acudir a una reunión importante.
-No pasa nada- mentí yo, no me gustaba la idea de haber ido para nada- Ya nos veremos en otra ocasión…
-Mañana. A las diez, en el Blackson’s. Está por aquí cerca, no tiene perdida- dicho esto pasó a mi lado con grandes zancadas y abrió la puerta apresuradamente- Me voy, cierra la puerta cuando salga Huragis.
-¿Cuándo salga quién?- le dije sin entender nada. Él se dio la vuelta y pareció meditar sus anteriores palabras.
-Da igual, no importa. Nos vemos mañana.


Eso ocurrió hace dos días. Al siguiente, tras dar tres vueltas frente al bar sin conseguir verle y dar una cuarta, entré en aquél local en penumbra lleno de botellas extrañas y esperé a que Arguish apareciera. El dueño pareció fijarse en mi preocupación la enésima vez que dirigí la mirada a la puerta dando un trago de mi refresco.

-¿Espera a alguien?-Me preguntó para conseguir algo de conversación; el bar estaba cerrado y por lo que parecía, era algo habitual por la mañana.
-Lo cierto es que sí, pero tengo albergo pocas esperanzas de que venga- disimulé con una sonrisa- Es que apenas le conozco y es… Bastante extraño.
-¡La leche! Me apuesto una copa de lo que quieras a que estás esperando a Arguish.
-¿Cómo lo sabes?- pregunté incrédulo.
-Porque es lo más extraño que pisa por aquí… Y que yo sepa, por suerte, sólo hay uno como él.-bromeó llevándose un trapo mojado al hombro- Pero debo decirte que es posible que no venga, a veces desaparece durante un par de días, una semana… Pero sí, por lo general viene a tomarse algo aquí todas las mañanas.

Eché un rápido vistazo al reloj de mí muñeca; las diez y media. Algo me decía que no iba a aparecer. Pensé rápidamente en qué hacer, saqué un bolígrafo de plástico de mi sudadera de hace tres años y cogí una servilleta de papel de la barra.

-Aquí está mi número- le informé al camarero- ¿Si Arguish aparece por aquí podría avisarme?
-Eso está hecho, vaya a aprovechar la mañana con algo, que ya le llamaré cuando Arguish se digne a pasear su máscara por aquí.

Mentira, no aproveché la mañana, volví a recluirme en casa, tirado en las amarillentas sábanas, esperando a que en cualquier momento sonase el teléfono.
Pero fue al día siguiente cuando decidí enfrentarme a la verdad y abrir aquella fatídica carta. Me levanté de la cama de un salto, como si lo hubiese decidido ya en sueños y separé el pegamento de la solapa con facilidad. Tal vez fue porque esperaba algún mensaje oculto, alguna verdad que sólo yo podría entender al descifrar aquellas palabras, algo más allá del papel, pero lo que decía me desanimó completamente.


Max… ¿Te acuerdas de aquella vez que te enfadaste conmigo porque no te compraba una golosina? Tú no parabas de llorar y te cogí de los brazos. Te dije “¿Qué quieres que te diga? ¿Quieres volar?” Paraste de llorar al instante, intentando comprender lo que había dicho, intentando ver de qué manera podía hacerse posible aquello, intentando hacer real aquella ilusión de que yo era el mejor del mundo. Volví a repetírtelo: “¿Qué quieres que te diga? ¿Quieres volar?” Te quitaste las lágrimas con dos manotazos y asentiste de la manera más torpe posible. No era una regañina, no quería enseñarte que todo en esta vida no se puede tener. No, yo te lo decía totalmente en serio, haría que volases, haría lo posible para que fueses feliz en todo momento, haría lo imposible para lo imposible. Te lo repetí una última vez: “¿Qué quieres que te diga?” qué quieres que te diga, dímelo, te diré lo que me pidas, lo que sea. “¿Quieres volar?” ¿Quieres hablar con los perros, quieres ser gigante, quieres tocar una estrella? Yo lo conseguiré, haré todo lo posible para ello. Esta última vez no dudaste, gritaste tan fuerte que sí que toda la calle se quedó mirándonos y me estrujaste el cuello con tus manitas de seis años. Al día siguiente estábamos en mi taller, los dos llenos de energía, montando la cabina de un avión de madera, un avión que no conseguiría volar según las leyes de la física, pero que nos haría felices a los dos.
Aquí no hay aviones hijo, aquí es imposible ser feliz… No se ni por qué escribo esta carta si jamás vas a poder verla, si no hace más que reafirmar que mi tumba está entre este humo repugnante y cemento vomitivo. Es imposible, lo he intentado, lo he intentado mil veces, pero escupo sobre esta ciudad. ¿Realmente la habrá? ¿Habrá gente sin corromper en este estercolero? Doy vueltas por el barrio, por los sectores, busco a personas que quieran malgastar algo de tiempo con un viejo como yo, que quieran volar como lo hicimos tú y yo. Lo que pasa es que aquí no hay personas, hay tarjetas de crédito. No hay personas, hay coches de alta gama para los ricos y triciclos de plástico corrompido para los pobres. No hay personas, hay bañeras de dos metros, televisores con home cinema, hay móviles de última generación, sillones de marca que realmente valen una mierda… Pero tampoco hay personas, sino un chute de heroína, un polvo a diez guiles, una Archer&Grossman dentro de la boca de alguien… Soñaba contigo con que ese avión iba a volar, pero ¿acaso es más difícil soñar con que aún exista gente civilizada? Ah… Ya lo entiendo… Claro… Es que esto en lo que vivo es lo que llaman civilización… Civilización, desarrollo, modernización… ¡AVANCE! Matemos nuestros sentimientos, aniquilemos nuestra intimidad, mutilemos nuestros recuerdos. Quiero que me despierte una máquina a que lo haga alguien a mi lado, quiero que unas ruedas me lleven a la vuelta de la esquina en vez de andar, quiero que los rascacielos me tapen el cielo porque tan sólo veo un amasijo de hierro… Con lo que me gustan a mí las nubes. ¿Te acuerdas Max? Éramos capaces de estar tardes enteras observando cómo se iba desarrollando una gran masa de nubes hasta ver cómo descargaba en forma de tormenta.
¿En qué momento se me ocurrió marcharme de nuestro hogar? ¿EN QUÉ MOMENTO?
¡Maldita sea! Yo quería lo mejor para vosotros, soporté el dolor de mi corazón al marcharme, soporté aquél dolor de dejaros porque sabía que era lo mejor. Ahora quiero volver joder… Quiero abrazaros… No puedo ni recordar cuántos años tienes ahora………..er ese avión de nuevo y charlar contig……………………………..Quiero volver……………….QUIE……..VER.


Era imposible leer lo último, las lágrimas de mi padre lo habían borrado y ahora las mías ayudaban que se emborronase más. Cada letra me llevaba a otra parte, me trasladaba a un rincón oscuro donde veía a mi padre cansado, triste, amargado, melancólico, desesperado, hastiado… Mi corazón se partía al leer como se había partido el suyo. Volví a llorar como hace unos días, al venir a este repugnante humo y a este vomitivo cemento, como bien sabía mi padre. Me hice un ovillo y lloré como aquél niño pequeño que quería una golosina, solo que ahora era un llanto distinto. Ahora no había avión que valiese ni padre que me consolase.
Y eso era lo que realmente me jodía, lo que me mataba por dentro, que no había padre por ningún lado. No había un padre al que abrazar aunque tuviese gusanos comiéndoselo o no quedasen más que huesos.
De repente sonó el teléfono. No dejé ni terminar de sonar el primer toque.

-¿Sí?
-¿Maximilian White?- una nueva punzada de dolor, sólo llamaban así a mi padre.
-Max, si no te importa.
-Eh… Vale Max, Arguish está aquí, dice que se disculpa por el plantón de ayer.
-Dile que no se mueva, que voy enseguida.

Colgué y salí de casa escopetado sin haberme duchado y secándome las lágrimas con la manga del chándal. En efecto, cuando llegué al Blackson’s con la lengua fuera y apoyándome en el marco de la puerta, Arguish se tomaba su último trago y se despedía del camarero.

-Vamos, ya sé donde está enterrado tu padre.

No podía ser cierto. ¿Así de fácil? ¿Cómo lo había conseguido tan rápido? ¡Si Midgar es gigantesco! Le seguí el paso como pude, a veces corriendo y a veces andando todo lo rápido que me dejaban las piernas. Era un hombre enorme y sus zancadas eran casi como dos pasos míos.

-¿A dónde vamos?-pregunté entre resoplidos.
-Al cementerio de trenes-me contestó en su faceta más pragmática, como si malgastar más aire fuese totalmente innecesario.

Llegamos a dicho lugar en menos de media hora y las piernas se quejaban dándome incómodos pinchazos. Arguish miraba concienzudamente de lado a lado, como si supiese el lugar exacto del cadáver de mi padre. Yo le seguía totalmente mudo, sólo pensaba en ver al fin la cara de Maximilian White, el auténtico Maximilian White y no yo, después de tantos años.
Arguish torció un par de veces a la izquierda, después me hizo atravesar un vagón volcado totalmente lleno de óxido, para después pedirme silencio absoluto porque rondaban por la zona una cuadrilla de buscatesoros. Todo era demasiado tenso y excitante, aunque también me deprimía pensar en cómo cojones había acabado mi padre en un lugar así. Cien metros por un raíl destrozado, otros cincuenta enzarzados en un laberinto de vagones en los que yo perdí el sentido de la orientación totalmente, hasta llegar a un claro en el bosque, por llamarlo de alguna manera, en el que tres vagones formaban un triángulo irregular. La tierra allí era seca y polvorienta, prácticamente roca, y el aire estaba muy cargado.
Arguish paró en seco y se rascó la cabeza con el dedo índice. Después dio media vuelta y me miró a través de esas falsas cuencas negras.

-Esto… No sé cómo decírtelo, pero se han vuelto a llevar a tu padre.

1 comentario:

Ukio sensei dijo...

Vale... Tú nos quieres vacilar. Admítelo. ¿Se han llevado al padre? ¿Qué es? ¿Otra momia?

Me gusta ver crecer historias secundarias, y esta pinta bien. Quizás debería escarbar yo entre las mías.