domingo, 3 de febrero de 2008

104. EVENTO ESPECIAL

En 300 metros a la redonda de la Highlander, si una persona tuviera que dar una explicación a lo que estaba sucediendo seguramente apostaría por un terremoto de intensidad media, una estampida de elefantes o que al Zolom le había dado por aprender Claqué. El local nunca fue especialmente conocido por su insonorización, y el volumen esa noche desafiaba los tímpanos de todos los presentes, al cual ellos respondían con toda la voz que podían aportar en las diferentes canciones que les brindaban. Nadie podría permanecer impasible a tal amalgama de sonidos, nadie salvo una figura femenina, que se alejaba progresivamente del local.


Vestía una cazadora negra y sencilla, con la cual hacia el gesto de abrigarse de un frio inexistente, en busca de una protección contra los pensamientos que no dejaban de acompañarla desde aquella noche. Aang caminaba despacio rumbo al modesto hotel en el que se alojaba desde entonces, no estaba situado en una zona muy recomendable, pero con el escaso dinero que se llevó en la maleta, no podía permitirse mucho mas. Había sido una estúpida por pensar que ir a la reinauguración del Highlander iba a alejarle temporalmente de su pena, ahí no había encontrado sino multitud de detalles que le hacían acordarse de Jonás. Había visto a Harlan, y a Rolf de refilón, e incluso le pareció distinguir la melena rubia de Paris entre la aglomeración de personas. Sumida de nuevo en la espiral del recuerdo de sus sueños, se había visto incapaz de poder seguir en el local, no fuera que el mismo Jonás se presentara allí, sería muy violento volver a verle tan pronto… El decía haberla comprendido perfectamente, pero Aang sabía el dolor que le habían causado las palabras que le había dicho esa noche. No haberle visto en el pub significaba también que lo más probable fuera que se hubiera encerrado en casa, incapaz de levantar cabeza… La imagen en su cabeza de su amado sumido en una total miseria hacía que el mundo se le viniese encima, que le dieran ganas de correr hacia su casa y estar entre sus brazos para animarle, pero no podía, aún no podía, y ella lo sabía. Absorta en sus pensamientos, fue incapaz de distinguir el obstáculo delante de sus pies y tropezó.

Exclamó un improperio en su lengua natal, no se había hecho daño pero de no tener reflejos más que decentes de podría haber roto algo. Tras erguirse hasta recuperar la posición vertical, se giró en busca de aquello con lo que había tropezado.

Lo primero que pensó es que le habían puesto la zancadilla, pero enseguida se dio cuenta de que estaba inerte. Aang habia tropezado con la pierna de un individuo que estaba apoyado contra la pared, con dicha pierna extendida y la otra recogida. No pudo determinar a simple vista si estaba dormido, inconsciente o muerto, vestía una camisa negra a rayas blancas verticales, parecería elegante si no fuera porque el nudo de la corbata estaba desecho y en una posición bastante poco ortodoxa, como una pañoleta de boy-scout. Tenía el pelo largo y marrón oscuro, el cual le tapaba el rostro, impidiendo así determinar su estado, los pantalones color beige se le habían remangado, enseñando unos calcetines oscuros tapados por unos zapatos de punta redonda marrones, a la derecha de su cuerpo, se encontraban unas gafas muy finas que tenían el cristal derecho roto. Aang dudó si debía decir o hacer algo, el hombre debía rondar los veintitantos años y estaba famélico, sin embargo la ropa que llevaba no era la de un pordiosero en absoluto, y era demasiado joven para ser un ricachón que se había arruinado súbitamente. No parecía un mal chico. Siguió observándolo un par de minutos, no se movía.

Aang sentía cierta pena por el chico, impidiéndole seguir su camino como si aquello que había encontrado no fuera más que un adoquín que sobresalía un poco o algún trasto que alguien había arrojado a la calle. Decidió hacer lo que un ciudadano decente haría, llamar a la policía y que vinieran a ocuparse de él, estuviera vivo, muerto o entre los dos estados. Rebuscó entre su bolso y sacó un móvil que ya debía tener sus tres años de vida, y tecleó el siete del número 704, el de atención rápida de la policía de Midgar. No pudo llegar al cero, le interrumpió un hilo de voz


- N… gas… or… - Apenas era audible, había levantado la cabeza unos cuantos centímetros, aunque seguía enteramente tapada por el pelo.

Aang volvió a dudar, pero finalmente se inclinó hacia el

- ¿Cómo dices?
- Que no hagas eso… Por favor.

La idea de que el individuo no quisiera que llamase a la policía no era muy atrayente, la pena que sentía por él comenzó a disiparse poco a poco, optó por zanjar rápido el asunto.

- Mira, no sé quién eres ni que has hecho para estar hecho un trapo en medio de la calle con esos harapos tan caros ¿Hai? Si has tenido una noche de excesos a espaldas de tu pareja o algo peor me trae sin cuidado, voy a llamar a alguien que te recoja de aquí antes de que te pase algo peor, los órganos de mendigos a los que nadie echará de menos están a la orden del día en el mercado negro.

El tipo reaccionó de forma extraña, primero pareció enfurecerse ligeramente, lo que hizo a Aang retirarse un paso más hacia atrás, pero inmediatamente pasó a gimotear, levantando la cabeza y apoyándola contra la pared, de modo que el pelo cayó hacia atrás, revelando unos ojos grises y unas facciones muy afiladas. Aang pudo observar, aparte de sus facciones, un hilo de sangre desde el nacimiento de su cabello hasta las comisuras de su boca. Entre sollozos, el hombre que tenía delante se derrumbó, volcando en ella todo aquello que tanto tiempo llevaba callado.

- ¡Yo no quería!, ¿Vale? Yo no quería convertirme en un instrumento de cabronazos del más alto calibre. ¡Yo solo quería recuperar aquello que solo pude disfrutar dos años! ¡Una vida! ¡Todo es una puta mierda cuando sabes que llevas viviendo un sucedáneo de existencia toda tu vida! – Gimoteaba mientras gritaba, Aang pudo ver sinceridad en sus ojos, que apenas veían entre la miopía y las lágrimas que brotaban - ¡Un año! ¡Me dijeron nada más que un año de ser aquello que detestaba para salvarla! ¡Ni siquiera esperaba que siguiese conmigo! ¡Cómo iba a seguir conmigo! ¿¡Sabes lo que es amar a alguien y ser la causa de su sufrimiento!? ¿Sabes...

Estaba trastornado, gesticulaba con dificultad y parecía que iba a perder el conocimiento cada vez que hacia una pausa para respirar, siguió exclamando un montón de cosas sin mucho sentido hasta que rompió a llorar finalmente. Aang observó la herida de su cabeza, parecía grave, en un agitar de su pelo había visto otra en el cuello con una pinta similar, estaba dejando un reguero de sangre en el muro donde se apoyaba y el chico no parecía que fuera a desfallecer hasta que muriese desangrado.

Sin embargo, sus lamentos no habían sonado en vano para sus oídos, Aang tenía cierta empatía, que desarrollaba especialmente con los animales, era una de las razones por las que estudió veterinaria. Sin embargo también tenía su cabida para seres de su misma especie, y no pudo sino contemplar enfrente suyo un reflejo de si misma a los límites de su propia desdicha. Claro que sabía lo que es amar a alguien y ser la causa de su sufrimiento… No hacía ni diez minutos que ese pensamiento invadía su cabeza, señor Sherlock. Lo de ser un instrumento de cabronazos ya le recordaba mas a Jonás… Pero al menos él había sabido seguir su propia justicia, parecía ser que a este pobre desdichado, se la habían impuesto. Pensó rápidamente, estaba decidida a no dejarlo aquí, pero con semejantes alaridos no tardaría en venir algún curioso, y en esos barrios los curiosos no eran precisamente hermanitas de caridad. La idea de entregarlo a la policía ya no le parecía tan obvia, sus razones tendría para que no quisiera que viniesen, es posible que esas heridas se las hicieran ellos. Mientras pensaba el sujeto se iba calmando, quizás por la debilidad que le causaba el estar desangrándose poco a poco. Aang tenía conocimientos de medicina, ¿Y si...?

- A ver, chico tonto, ¿Dónde vives?

El joven la miró con sus ojos grises, tan claros que parecían estar vacíos, y sin apartar la mirada, negó hacia los lados torpemente.

- Vaaale… Interpretaré eso como un “En este momento mi casa no está disponible, ha sido quemada o me matarán si voy ahí”. Está bien, escúchame atentamente porque no lo repetiré: Las heridas de tu cabeza y tu cuello pintan muy mal, y me he replanteado lo de llamar a la policía, tampoco yo les tengo demasiada simpatía. Así que vamos a hacer esto, vas a venir conmigo, voy a curarte eso como buenamente pueda, y cuando puedas razonar adecuadamente me dirás qué coño es todo ese embrollo de tu amada y demás tonterías, ¿Me has entendido?

El tipo parpadeó incrédulo, no terminaba de creerse lo que acababa de oír, ahora, en completo silencio entre los dos, solo se podía percibir la radio que un vecino había encendido un par de minutos atrás, entre sus llantos.

<<... no obstante, ShinRa afirma que la trayectoria del asteroide indica que pasará fuera de la orbita del planeta. ¡Sea como sea, parece qe vamos a tener un fantástico escenario celeste por una temporada! Te devuelvo la conexión Mike, simplemente…>


-¡Ah! Y que sepas que a la mínima que vea que intentas hacer el tonto más de lo debido te meteré un tiro. Estoy cansada de pirados por esta noche, pero si prometes ser un chico bueno haré un esfuerzo. ¿Hai? – Aang le sonrió, en cierto modo ver a alguien más hecho mierda que ella le había aliviado. Rebuscó entre su bolso en busca de un pañuelo – Ten, póntelo en la herida del cuello y mantenla prieta hasta que lleguemos, eso calmará un poco la hemorragia. Pero… ¡Date prisa! ¿O acaso tu amor es ahora esa pared?

Reaccionó. Con un gesto de incredulidad cogió el pañuelo que le había ofrecido con la mano izquierda y se lo puso en el cuello, con una ligera mueca de dolor.

- Euh... Si- No encontraba las palabras, Aang no se lo tuvo en cuenta - Gracias...

Se incorporó lentamente como mejor pudo, una vez erguido, se palpó la cara, notando que le faltaba algo, pues hacia tiempo que no veia con claridad mas allá de veinte centímetros.

- Creo que esto es tuyo – Dijo Aang tendiéndole las gafas. – El cristal derecho está roto, lamnetablemente. Por cierto, no me has dicho tu nombre.

Pero Érissen no acertó a decir su nombre en ese momento, de hecho, no acertó a encontrar ninguna palabra en el resto de la noche, y su rostro mantuvo un gesto de sorpresa durante un buen rato. Pues en el momento en el que se puso las gafas, con su ojo izquierdo pudo apreciar perfectamente que la mujer que le estaba salvando la vida era aquella que, de no haber sido por los acontecimientos recientes, él habría asesinado.

1 comentario:

Lectora de cómics dijo...

Me encanta el relato, tanto por cómo has manejado a Aang como por la tridimensionalidad que le acabas de dar a Érissen, la angustia del momento es claramente palpable.
>u<