jueves, 15 de enero de 2009

153

Justo, implacable, imparcial, puntual y “suputamadre”. Theodor Napier recitó mentalmente de forma pausada las cinco palabras con las que describía a su despertador cada mañana. Tas varios golpes fallidos contra la mesita de noche y la lámpara de flexo y el derribo involuntario de un libro bastante pesado, consiguió apagar la melodía infernal de esa odiosa máquina. Casi hubiera preferido no apagarla, pues eso significaba que tocaba levantarse de la cama para no volver a caer dormido, y desgraciadamente después de ello era el momento de empezar la tediosa rutina de un día nuevo. Con movimientos lentos, como si con ellos fuera capaz de ralentizar el inexorable paso del tiempo hasta acoplarlo a su propio ritmo, procedió a realizar la procesión lenta hacia el baño para su aseo matinal. Su único consuelo era que ese día le tocaba desayunar fuera y ahí podría leer el periódico con tranquilidad durante los quince minutos que podía permitirse de pausa.


Y eran quince minutos, ni uno más, ni uno menos. Theodor tenía calculado cada segundo de su rutina. Conocía los horarios del tren intersector posiblemente mejor que cualquier oficinista de información en el edificio central de transportes de Midgar. Al estar controlado mediante un sencillo sistema electrónico con un periodo fijo en lugar de por un conductor, el intervalo en el que el tren llegaba a la parada del sector 6 jamás variaba de un espacio de 30 segundos. Theodor lo sabía, y gracias a ello nunca había llegado tarde a su trabajo. Él era un hombre sencillo, de estos que si hubiera que describirlos con un color sería el gris, o el más soso que pueda ocurrírsele a alguien. Y es que se podría decir sin exagerar que desde la muerte de su madre, hacía ya cinco años, el mayor cambio en la eterna rutina de Theodor había sido cambiar su sitio habitual de desayuno a uno nuevo que habían abierto dos meses atrás. Tras un complicado proceso de reflexión interior, había podido observar que le cogía mucho más de camino en su habitual ruta hacia el tren, así que podía reposar en el unos minutos mas. Los dueños del antiguo local donde acudía cada mañana estaban tan acostumbrados a su presencia, que el día en el que dejó de ir dieron por sentado que había seguido la misma suerte que su madre. Y es que Theodor desayunaba fuera tres días a la semana, siempre los mismos, y tenía más puntualidad a la hora de entrar y salir por la doble puerta del bar que el mismísimo tren intersector en su ruta. Cualquiera hubiera dicho que se esforzaba por ser mas exacto que un complejo sistema de placas de silicio, transistores y cableado, y no se hubiera equivocado. La vida de Theodor era tan aburrida que competir en puntualidad con el tren, cual genio ajedrecístico enfrentándose a máquinas con IA de última generación, suponía uno de los mayores entretenimientos. Cuando llegaba con puntualidad a la estación y veía el tren girando la última curva, alzaba una ceja y chasqueaba con aires de superioridad, su victoria duraba hasta que las puertas del tren se abrían, momento en el que volvía a su habitual actitud de abúlico. Si alguien se pusiera a investigarle en algún momento, encontraría más incongruencias en su vida que en una sopa de letras hecha por un chocobo esquizofrénico. El señor Napier tenía una cuenta bancaria con una inexplicable cantidad de dinero para ser una persona que trabajaba en un trabajo tan modesto. Había cobrado íntegra la herencia de su madre, incluyendo el piso donde habitaba ahora mismo, y además su seguro de vida a todo riesgo. Eso le hubiera permitido prácticamente seguir viviendo veinticinco años más sin dar palo al agua solo con la rentabilidad bancaria que suponía tener semejantes ahorros ingresados. Pero Theodor no concebía una vida sin su recorrido habitual, sin su casa que no había abandonado en sus 32 años de vida, sin su apuesta diaria contra el tren y sin su cortado con leche desnatada y sacarina con un croissant tres días a la semana. Pero había un dato aun más inquietante: El odiaba toda esa rutina. Si hubiera que explicarlo de una forma sencilla, se podría resumir en que Theodor era un preso cobarde. Tenía la puerta abierta de su prisión, y unas descomunales ganas de abandonarla, pero a su vez tenía demasiado miedo de lo que podría haber fuera.



El desayuno se produjo sin incidentes y según lo previsto. La prensa hablaba de lo de siempre: Rebeldes aplacados duramente por la ley, mejoría económica prevista, la recuperación estable de uno de los miembros del programa de radio “Midgar’s Morning” tras su accidental caída por las escaleras de su piso en la calle Wilkinson… Y un diminuto artículo en un lateral dando escasa información acerca del progreso del gigantesco bloque de roca espacial. Theodor cerró el periódico sin inmutarse un ápice por lo leído. Ni un derrumbamiento de un sector entero, ni la muerte de un familiar habían sido capaces de moverle un ápice de su ritmo habitual, de modo que ese gigantesco asteroide apocalíptico que pasaría a millones de kilómetros del planeta no iba a ser un impedimento mayor. Echó un último vistazo al local antes de irse, podía distinguir a dos personas que no eran clientes habituales, al resto podía reconocerlos. Se fijó un poco en ellos, eran dos jóvenes y estaban bastante callados. Seguro que se habían corrido una juerga durante la noche y ahora estaban sufriendo los efectos de una monumental resaca. Y con este pensamiento, mientras esquivaba un par de cucarachas, abandonó el bar.







- Lo siento Aang, la decisión está tomada.


La susodicha estaba apoyada en el marco de la puerta de la habitación en la que se alojaba Érissen, tenía los brazos entrecruzados y un gesto severo, no le gustaba la situación, no le gustaba un pelo.


- Déjame que vuelva a intentar entenderlo… No dispones más armamento que esa pistola con una bala. No tienes a donde ir, no tienes absolutamente ningún contacto, no sabes exactamente lo que vas a hacer y solo piensas en irte lejos de mi para “protegerme” ¿Hai?


Erissen continuó plegando la poca ropa que había ido comprando desde que vivía con Aang en una pequeña maleta, hizo un gesto afirmativo con la cabeza, tras lo cual la mujer bufó.


- Creo que soy capaz de soportar que estuvieras encargado de matarme en un pasado, pero una estupidez semejante va a superarme.

- Nos quieren a los dos muertos Aang, pero primero me quieren a mí. – Erissen se atrevió a enfrentar la penetrante mirada de la que ahora era su única amiga. Han efectuado un movimiento, y posiblemente me hayan localizado y ya sepan que me alojo aquí. Creía que habías entendido el poder que puede llegar a tener la organización y el peligro que conlleva que te busquen… Asesinan selectivamente, por encargo y sin dejar prácticamente ningún rastro. Eso en el caso de que sean asesinos chantajeados, no quiero ni imaginar que son capaces de hacer si envían a sus propios agentes. Ya fue un error volver a esta residencia, pero te había prometido que te lo contaría todo, y ahora has de entender que me tengo que ir. Y por favor, te investigué, se que tu novio es turco, y de los duros, lo suficiente para que no quisiera estar en el mismo sector que el mientras pensaba la mejor manera de… Bueno, ya sabes.


Érissen apartó la mirada, el sentimiento de culpa por haber estado a punto de asesinar a la mujer que mas tarde había sido su única guía y apoyo en su propia espiral de desesperación y dolor no lo había abandonado desde que se puso las gafas en aquella noche, hará ya casi un mes. Aang se lo había tomado sorprendentemente bien, parecía comprender a la perfección que no tenía mas remedio y que era víctima de una especialmente cruel tortura psicológica. Ella decía que lo había calado desde el principio, y que sabía que no era una mala persona, tan solo algo estúpido en ocasiones. Tampoco parecía especialmente alarmada por el hecho de que estuviera bajo amenaza de muerte, lo cual había sorprendido mucho a Érissen en el momento. Más adelante pensó en los relatos que ella le había contado acerca de la guerra de Wutai, y comprendió que no era la primera vez que se levantaba cada mañana con la posibilidad de amanecer muerta.


- Jonás no es una opción – Érissen agradeció que abordara el tema de su novio, en lugar del de su muerte. Ya te dije que nos habíamos separado temporalmente por algo necesario, y aún no ha finalizado. Además, si me presentara en su casa y le dijera que estoy en peligro de muerte… Posiblemente tire abajo cada puerta de Midgar y lance granadas dentro intentando encontrar al responsable. No, ni hablar. Buscaré otra residencia, pero si tú te vas, seguiré sola. – Érissen fue a contestar, pero ella le cortó. Lo siento Érissen, la decisión está tomada.


Érissen suspiró, y cerró su maleta. La cogió con su mano derecha y caminó hacia el marco de la puerta, donde Aang seguía bloqueando la salida.


- Escucha, tengo tu PHS, calculo que tardaré dos días en conseguir un refugio seguro. Quédate sola si eso es lo que quieres, pero por favor, ten muchísimo cuidado. Te llamaré y te vendrás conmigo. ¿Esta bien?


Aang refunfuñó por última vez, e hizo lo último que Érissen se esperaba: Lo abrazó.


- Ten cuidado tu, niño tonto, o desearás haberme matado cuando tuviste la ocasión.


Érissen sonrió, estuvieron abrazados un par de segundos más y finalmente Aang se echó a un lado y él recorrió el salón hasta la puerta que daba a la calle. No sabía exactamente como empezar, pero tenía claro que no iba a ser fácil. Tendría de tirar de gente de fiabilidad dudosa, para que le pusieran en contacto con gente de fiabilidad mucho más dudosa, los cuales igual podrían acceder a concederle un favor a cambio de otro favor… En definitiva, iba a tener que recorrerse media Midgar, y no precisamente para admirar su infraestructura.


Abrió la puerta, y se dio cuenta de que ese día no vería media Midgar, de hecho ese día ni siquiera cruzaría el marco de la puerta, ya que había alguien bloqueándole la salida.








- ¿Y tu que opinas, Terrance?
- Sinceramente Jude, si eso fuera a aplastarnos a todos y a convertir el planeta en una gigantesca bola en llamas, ¿Seguirían luchando los Turcos por conservar el orden? ¿Acaso no sería esto un “Viva la virgen” y reinaría la anarquía y el caos? Venga hombre… Recuerdo que cuando era crío un cometa pasó relativamente cerca de nuestra órbita y también salieron millares de gurús del Apocalipsis diciendo que todos moriríamos y no se que mas mierda. Yo ya no soy un crío, ¡Y Napier mucho menos! ¡Eh Napier! ¿Tu que opinas? ¿Conseguirás batir el record de estancia en la empresa o te lo impedirá un meteorito cuando reduzca todo esto a cenizas?


Las conversaciones de vestuario acerca de las noticias de actualidad eran habituales en Helen&Star, una de las pocas tiendas de ropa que poseían al menos cuatro tiendas en todo Midgar. Esta en particular, la del sector 4, contaba con dependientes y dependientas muy jóvenes y habladores, lo cual era un tremendo fastidio para Theodor, el cual se cambiaba tranquilamente al fondo del vestuario. Parecía mentira que tras nueve años trabajando en la empresa aún hubiera gente que se empeñara en hablar con el, cuando resultaba uno de los fracasos sociales mas desesperantes jamás salido de un útero humano.


- No se que decirte Ben… Digo Terrance, no me preocupa en exceso. Bueno, ya estoy vestido, el almacén no se va a organizar solo… Nos vemos muchachos.


Abandonó los vestuarios, pero la conversación de los dos jóvenes le acompañó durante un rato hasta que se hizo imperceptible. Por lo visto habían seguido hablando de él, de forma poco discreta, la verdad. Aunque no se extrañaba, estar nueve años trabajando en la misma empresa y no recibir un solo aumento de sueldo o ser trasladado a dependiente en lugar de mozo de almacén no era algo muy comprensible. No era comprensible para otra persona, está claro, porque Theodor lo tenía muy claro: El almacenaba cajas y cajas de diferentes productos textiles caros. No hay mucho mas que hablar, las aves vuelan, los gusanos se arrastran, los peces nadan y Theodor almacena cajas llenas de calzoncillos y sostenes durante ocho horas cinco días a la seman. A cada cual su cometido, y él se ocupaba de que no pudiera existir una mínima queja sobre su labor, cosa que no había sucedido desde el instante en el que se puso por primera vez su uniforme de mozo de almacén, a rayas blancas y negras y con una gorra con la inscripción H&S en bordado dorado. Uniforme que, por supuesto, aún conservaba, y sin un solo desperfecto.


La jornada de trabajo transcurría como si hubiera sido ayer o fuera mañana, exactamente idéntica y sin ningún tipo de contratiempo. El reloj de Theodor marcaba que ya llevaba tres horas de trabajo. Para cualquier otro trabajador eso hubiera sido un tanto exasperante, ni siquiera llevaba la mitad de su turno. Pero él no, él no era un trabajador cualquiera. Y para él, llevar tres horas trabajando solo significaba una cosa: Que faltaba una para salir a tienda a llevar el informe de stock a los diferentes dependientes. Y salir a tienda, aparte de ser la única ocasión de ver las magnificas estructuras de la parte cara al público de Helen&Star, ya que entraba y salía por la parte trasera del edificio para trabajar. También significaba que si ella no fallaba esta vez, y nunca lo hacía, la volvería a ver. Si, increíble pero cierto, Theodor Napier, azote del café cortado con leche desnata y sacarina, maestro y señor del almacén de ropa y eterno rival de un mecanismo electrónico, estaba enamorado. Pero por supuesto, no sabia su nombre, de hecho, ni siquiera conocía su rostro… Y eso era lo más mágico de todo para Theodor. Desde hacía ya tres semanas, cada vez que salía a tienda, podía verla. La veía siempre de espaldas, y solo la parte superior de su figura, ya que la inferior estaba tras un expositor de zapatos de tacón de aguja. Rigurosamente, siempre estaba ahí, con su cabello negro cortado a la altura de los hombros perfectamente recto. Siempre a la misma hora, siempre... Theodor no podía sino mirarse al espejo cuando veía la espalda de su amor. Ella era igual que el, siempre estaba a la misma hora en ese lugar, esperando que él saliera, pero incapaz de mirarle a la cara, ya que era tan socialmente inadaptada como él. Ese era su juego, llevaban disfrutándolo tres semanas y Theodor sentía que le iba a estallar el corazón cada vez que se acercaba la hora de volverla a ver… Si tan solo tuviera el valor de hablar con ella, pensó. Quizá podría poner fin a todo esto. Había llegado el punto del día en el cual más peligraba la inalterable rutina del eterno mozo de almacén. Normalmente ese pensamiento se reprimía rápidamente en cuanto encontraba algún jersey mal empaquetado o algo así. Pero ese día tenía algo de especial, ese día los jerseys estaban perfectamente doblados, las cajas magistralmente organizadas y los abrigos en un riguroso orden. Casi podía escuchar cánticos y odas que le animaban a cambiar su vida surgiendo de toda la hilera de cajas de mocasines talla 42. ¡Porque sí! ¡Porque algo era diferente, como esos dos chicos en el local! Theodor no se dejó llevar por la emoción, y decidió abordar la situación con la mayor tranquilidad del mundo. Hoy iría a hablar con su alma gemela, y escaparía así de su prisión. Continuó ordenando cajas mientras su reloj de pulsera le iba acercando cada vez más a ella.









Era realmente atractiva. Vestía de una forma algo estrafalaria, con un tejido similar al vinilo, pero con menos brillo, que se le pegaba a la piel definiendo aún mas su ya de por sí provocativa figura. Tenía el pelo castaño recogido en una coleta, y algunos mechones le caían sobre los ojos verdes, notó que estaba muy maquillada. Sus labios carnosos estaban coloreados de un color carmín muy sensual y lucía un nada despreciable escote. Érissen hubiera seguido analizando el cuerpo de la mujer que le bloqueaba la puerta, pero estaba más preocupado por los dos hombres que tenía detrás, con armas que podían intuirse bajo las solapas y que gritaban sin lugar a dudas “No hagas nada”.


- Vaya, esto soluciona mis dudas de si llamar a la puerta o tirarla abajo.


Érissen reaccionó echándose para atrás, intentó decirle a Aang que corriera, pero recibió un golpe en la boca del estómago que le llevó a dedicar todos sus esfuerzos a intentar no desmayarse por el dolor. Cayó al suelo con un ruido sordo. La mujer que le había golpeado entró en la casa, seguida de los dos hombres armados. Tenía una fuerza increíble para ser una mujer tan aparentemente débil, pero Érissen ya sabía que en los tiempos que corrían, la fuerza no solo se obtiene haciendo pesas. Aang se quedó petrificada, sin saber muy bien como reaccionar, la mujer resolvió su titubeo.


- Vosotros dos, llevadla a la cocina y que no haga ninguna tontería, me ocuparé de ella después.


Los dos hombres avanzaron hacia Aang, la cogieron de un brazo cada uno y la llevaron a la cocina. Érissen intentó mirarle, se sintió tan impotente y culpable a la vez que le dieron ganas de gritar. Pero tenía claro que tenía una bala, e iba a utilizarla antes de morir. La mujer limpió un poco el polvo del sofá con la palma de la mano, y se sentó de forma muy provocativa.


- Ahora estarás pensando en utilizar tu pistola con una sola bala y utilizarla. ¿No es así? – Érissen palideció. Tsk tsk tsk… Señor Colbert, no hace falta que nos enfrentemos, después de todo yo he venido aquí para convencerle de lo mismo.


Érissen se incorporó como pudo, con el brazo izquierdo apretando fuerte la zona donde había sido golpeado y se llevó la otra mano al bolsillo interior de la chaqueta, donde tenia guardada la susodicha pistola.


- Por cierto, y solo por dejarlo claro. Espero que hayas deducido que el que haya ordenado quedarme a solas contigo y sin armas significa que no las necesito para matarte.


Intentó no hacer caso a las amenazas y contener el miedo, pero ya era demasiado tarde… La mano le temblaba demasiado como para siquiera coger la pistola sin dispararla por error en el proceso. Él era un asesino, pero siempre había recurrido a artimañas para no ver la muerte cara a cara, y nunca jamás había corrido peligro en sus trabajos. Esto era muy diferente, iba a morir, y no podía pensar otra cosa. La mujer se levantó del sofá y se puso enfrente de Érissen, para después empezar a dar vueltas en torno a él. Se movía con contoneos seductores, y le pegaba la boca al oído, susurrándole.


- Mira… Me parece que no has podido pararte a pensar con tranquilidad… Te haré un resumen de lo que ha ocurrido. ¿Está bien?


Érissen tragó saliva. ¿Qué pretendía? ¿Por qué no le mataba ya?


- Sarah ya no está, señor Colbert. Murió, como usted bien ya sabrá, y de una forma bastante dolorosa he de añadir. Y usted estaba destinado a correr la misma suerte, pero por una broma del destino logró huir como una miserable rata, y esconderse en… ¡Dios mío! ¡La casa de la persona que le ordenamos matar! ¿Acaso no ve lo desesperado de su modo de actuar? ¿Acaso no ve que está intentando luchar contra lo inevitable?


Esto era más de lo que Érissen estaba preparado para oír. Sarah murió con dolor… Y el mismo tuvo la poca dignidad de huir porque tenía la posibilidad, en lugar de enfrentar la pena que él merecía, y no ella. Como un cobarde, estaba emprendiendo una lucha creyendo que con eso la vengaría… ¿Pero como, si fue él mismo quien la condenó?


- Creo que nuestra sugerencia es algo que debe tener en cuenta, señor Colbert.


Érissen empezó a llorar, todo por su culpa, todo porque no fue capaz de luchar lo suficiente por ella. Miró la pistola que tenía en su mano, ni siquiera sabía cuando la había cogido, sus lágrimas cayeron sobre el lateral del arma. Empezó a mirarla con otros ojos. La mujer debió darse cuenta de que sus palabras estaban surgiendo el devastador efecto esperado, sonrió y se pegó aún más a su oído.


- Olvidese de una vez del sufrimiento, señor Colbert, dígale adiós como se lo dijo a Sarah… Olvídese del dolor… Olvídese de la vida… Olvídese de…
- ¡Olvídese de sus amigos gordos que no saben ni atarse los zapatos! ¿Hai?


Volvió a despertar, la imagen de Aang saliendo de la cocina fue como ver a la esperanza en persona empuñando una Giordanno hacia la mujer que casi consigue que se volara los sesos. Reaccionó al instante, se echó hacia atrás con rapidez y apuntó con su pistola al mismo punto que Aang. La reacción de la mujer tampoco se hizo esperar, con un espectacular salto con alguna que otra voltereta más de la necesaria aterrizó detrás del sofá. Érissen retrocedió hasta donde se encontraba su amiga, agradeciendo a cualquiera que fuera capaz de oír sus pensamientos su valentía. La miró unas milésimas de segundo, estaba cabreada, muy cabreada, y la última vez que la vio cabreada a secas acabó con una navaja automática a dos milímetros de su tercera falange del dedo índice y a tres de la del corazón.


- Esta bien, seguid actuando como crios que intentan llegar a la luna. La próxima vez no intentaré ser benévola.


Sin añadir nada mas, la ventana estalló en miles de cristales, Érissen tardó unos segundos en darse cuenta que la mujer ya había salido por ella. Aang bajó su arma y le quitó de las manos la suya al joven.


- ¿Pero que?
- A ver… 9 milímetros Aegis Cort. Vamos a comprar mas balas, solo con una no vas a hacer nada.
- ¿Cómo te has cargado a esos dos sin hacer ningún ruido?
- Con una patata.
- ¿Qué?
- Cuando haces la guerra contra ShinRa usas lo que sea. Las patatas reducen la salida de gases de una pistola, así que sirven de silenciador.



Érissen, una vez acabada la adrenalina, volvió poco a poco al estado de depresión en el que estaba sumido.


- Mataron a Sarah…
- Yo tengo doscientos kilos de cadáver en mi cocina…


Érissen la miró extrañado.

- ¿Qué pasa? ¿No era un concurso de obviedades? Mira Érissen, a ti aun no te han matado, y no será por que no lo han intentado. ¿Hai? Busquemos ese refugio juntos, y desde ahí, podremos seguir conversando sin miedo a que nos interrumpa una putón rebozada en latex, por favor. Me replantearé ahí si hablar con Jonás… ¿Pero que miras? ¡Nos vamos! ¡YA!






A las cuatro horas de jornada en punto, Theodor salió del almacén con las listas de stock sujetas con dos clips a la superficie de cartón piedra de una carpeta que a su vez cogía con agarre titánico con su mano izquierda. Con la derecha trataba de alisarse un poco el pelo. No tardó en advertir que ahí estaba ella, como cada día, solo que esta vez estaba decidido a verla algo mas de los dos segundos habituales. Entregó las listas una a una a los dependientes, en riguroso orden autoimpuesto. Para cualquier otra persona hubiera resultado más fácil ir a hablar con ella nada mas verla, pero no para él, quería dejar todo en perfecto estado antes de aventurarse a salir de la rutina diaria, quería sentir que había dejado todo en armonía, quería aspirar una última bocanada de orden antes de adentrarse en algo que, por primera vez, no sabía como acabaría. Pero no podía ser casualidad, era el destino aquello que les había llevado a reunirse. Entregó la última de las listas, y tranquilamente, con paso pausado, fue dirigiéndose hacia el límite que la vida había elegido inponerle: El expositor de zapatos de tacón de aguja, tras el cual al fin podría ver el rostro de aquella persona que era como el, aquella que poseía la llave de su celda y la había abierto hace tiempo, y ahora él se atrevía a cruzarla para reunirse con…


- ¡PERO QUE COOOOOOOOOOJO…!


Theodor el soso, Theodor el eterno mozo de almacén, Theodor el justiciero de despertadores, estaba enamorado de… Un maniquí. Un precioso maniquí muy realista de pelo cortado a mitad que lucía ese día un elegante vestido rojo. Eso fue algo que superó aquello que una muerte de una madre no pudo, ni creía que un gigantesco meteorito destructor fuera a poder: Lo desquició. Theodor gritó y pateó el maniquí y todo lo que encontró a su paso ante la aterrada mirada de todos los clientes, los cuales depositaron lo que hubieran sido sus futuras compras y salieron huyendo de la tienda antes de que ese demente con un uniforme tan feo les partiera la nariz con uno de sus aspavientos. Uno de los dependientes jóvenes, Chein Terrance, quien había intentado detenerle al grito de “¡Quieto chiflado de mierda!” ya yacía en el suelo por esa misma causa, agarrando su tabique nasal entre grititos de dolor. No se volvió a saber nada de el eterno mozo de almacén en Helen&Star, sector 4. Un transeúnte informó mas adelante a la policía que había visto salir por la puerta trasera a toda velocidad, como si el edificio estuviera en llamas, a un tipo con gorra y traje a rayas que no paraba de gritar que perdía el tren.


La prisión no estaba mal, después de todo.

7 comentarios:

Lucas Proto dijo...

Bueno, al final no ha resultado un tocho como tenia pensado, he preferido quedarme solo con una escena de las previstas e introducir un personaje nuevo, que ya llevaba tres seguidos con Érissen.

¡Y con este hago cinco relatos en azoteas! ¡Bieeen! *Champán* Espero vuestras destripadas no demasiado crueles, un abrazo a todos, me voy a dormir xD

Ukio sensei dijo...

Antes de que digáis nada: Lo de la patata-silenciador es cierto. De todos modos, Aang necesitaría 2 patatas.


Ha estado bien, aunque yo retocaría la escena final de Napier (se apellida como el Joker en la peli de Tim Burton!). Ralentízala un poco para agrandar la sorpresa, y no digas el motivo de que se desquicie hasta el final. ¿Hai? XDDDD

Astaroth dijo...

Corroboro lo de la patata. Y decir que ya me había olido lo del maniquí desde que dijo que estaba enamorado xD Demasiado golpear zombis con maniquís en Dead Rising.

Por lo demás, está genial, salvando que estaría bien lo que dice Ukio: ralentizar y guardar la sorpresa.

Lara LI dijo...

Jajajajaja!!!! :P muy entretenido y divertido, sobre todo Theodor. Maníoca de la puntualidad y la rutina hasta el extremo,tenía que dar repelús... pero en el fondo casiq ue le entiendo. a mí me gusta tener una cierta rutina de horario en mi vida, más que nada porque así uno tiene la sensación de que controla y no que es controlado por los vaivenes del mundo (sociedad, borracheras, llamadas a última hora, etc...). ¡aunque no lelgo a ese extremo ni loca!

Hacía tiempo que no salían Aang y Erissen... me mola la definición de Aang del putón rebozado en látix XD. Espero que a ambnos les vaya bien y consigan huir.

Miguel Martínez dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Miguel Martínez dijo...

Potato wins

Lectora de cómics dijo...

Un apunte: cierra con un guión las intercalaciones descriptivas que metes en los diálogos, que si no uno se pierde.

A parte, Theodor pwns. Me gusta mucho el personaje y cómo narras con epicidad su desayuno y carreras contra el tren.

Y Aang es dios! Me gusta que siga manteniendo su carácter pese a todo. Y Érissen pobrecito, me gusta que sea tan "débil" o vulnerable, mejor dicho, le da un toque más humano.

Bien redactado y entretenido, amos que está mu chulo <3