- Nos vamos ya – dijo ella, con ese peculiar timbre de mujer y de niña.
- Os voy a echar de menos – respondió otra mujer mujer, de unos cincuentaitantos o sesenta años – Venid a visitarme cuando podáis, ¿eh? Bueno, a ti te seguiré viendo todos los días, Katthy – acarició la mejilla de la susodicha con ternura – pero tú ven por aquí de vez en cuando.
El aludido asintió, casi por cortesía.
- Y si tenéis algún problema o lo que sea…– siguió la mujer, incapaz de dejar ir a la pareja.
- Sí, tranquila, te llamaremos – interrumpió la chica, con una sonrisa tranquilizadora.
- No te preocupes, sabremos apañárnoslas – concluyó el chaval, son seguridad inquebrantable.
- Pues nada. Dadme un par de besos.
Los dos hermanos, copias casi iguales del mismo canon en masculino y femenino, se turnaron para despedirse de la que había sido como una madre para ellos en los últimos dos años y medio. A punto de cumplir los diecisiete, los gemelos habían decidido que era hora de tratar de vivir de forma independiente por primera vez. Aún en los suburbios la vida era difícil y lo único que podían permitirse con sus sueldos era un pequeño apartamento en el Sector 6. Pero saber que ellos eran los que iban a dirigir sus vidas desde ahora les animaba.
Saludaron desde la calle a Alaina, que había salido a la puerta a despedirlos, con congoja y desazón. Llevaban sus escasas pertenencias con ellos y algunos regalos de parte de la mujer para su nuevo hogar.
Katthy cogió la mano de su hermano, como solía hacer siempre que iban a alguna parte. Agachó la cabeza, dejando que su dorada cabellera cubriera los ojos grises.
- Paris… estoy algo nerviosa. ¿Tú no?
- Algo sí. Pero es lo que siempre quisimos ¿no? –la animó él, con tono amable.
- Sí, pero no es lo mismo decirlo que hacerlo – soltó una risita nerviosa, aunque sus ojos parecían más tranquilos ahora.
Paris la trajo hacia así, entrelazando sus dedos con los de ella.
- Anda tonta, no te preocupes, ya verás como todo sale bien. Esta vez sólo estamos tú y yo. Y nadie más.
- No arañes la puerta. ¡Eh! ¡Chst! ¡Quieto! Te dejo fuera, ¿eh?
Etsu observó a su dueño con esa expresión que parecía una enorme sonrisa, con la lengua colgando. Su mirada castaña volaba desde los ojos del hombre a la llave metida en la cerradura de la puerta, esperando oír el sonoro “clic” que significaba “estamos en casa”.
- No me mires con esa cara de gilipollas – soltó el tipo, con lo que pretendía ser una mueca seria, deformada por una mal disimulada sonrisa.
El perro se sentó, relamiéndose con lo que parecía ser indignación, aunque no tardó en adoptar nuevamente esa extraña sonrisa canina.
Finalmente la llave giró y la puerta se abrió, Etsu entró rápidamente, colándose por el resquicio bajo el brazo del hombre, lanzándose contra su -porque era ya era suyo por derecho- butacón, restregándose contra él y dando vueltas.
Kurtz entró detrás, con algunas bolsas de la compra en la mano y el periódico del día en la otra. Entre las noticias de la mañana con el clásico debate “científico” sobre el meteorito, se encontraba una pequeña reseña a un asesinato que parecía obra de “Blooder”. No había demasiada información ya que, probablemente el hecho se hubiera dado justo antes del cierre de edición, pero la misma columna prometía más información para la edición de la tarde.
El turco frunció el ceño, el bastardo cabrón que casi se carga a Yvette. La sardónica chica, con su explosivo temperamento y afilado carácter le había caído bien, había demostrado tener más cojones que los pijos de la nueva generación de turcos, y lucía sus cicatrices con orgullo...
Un estridente tono irregular rompió el cómodo silencio de la casa. Esperaba que no fuera Jacobi arrancándole de su día de descanso por culpa de la “reaparición” de Blooder, aunque no estaba seguro de que el del asesinato del periódico fuese él…
Miró la pantalla del PHS y se sorprendió aunque no demasiado, después de todo esperaba esa llamada, aunque quizá no tan temprano.
- Dime.
- ¿Estás en casa? – preguntó la voz algo cansada.
- ¿En mi día libre y a las once y diez de la mañana? – inquirió sarcástico el turco.
- No sé. ¿Has paseado ya al perro? – continuó antes de que Jonás pudiese responder nada – Voy de camino al Sector 1 pero antes quería mirar algunos puestos del Mercado Viejo.
Kurtz encontró la situación más que sospechosa. Se tardaba menos en llegar al Sector 1 desde el 6 atravesando el 7 y el 8. Comprendía que alguna gente diera todo el rodeo, temerosos de cruzar el derruido Sector 7, pero un saltimbanqui con un pincho de 30 centímetros no tenía excusa. Y su último pensamiento le hizo caer en la cuenta.
- Vamos, si no estás ocupado o lo que sea…
- Nah, el perro tiene ganas de salir – dijo esto observando al aludido, que le devolvía la mirada con la cabeza entre las patas delanteras, cómodamente acostado en su butacón
- Te veo en el mercado.
Tras la respuesta afirmativa al otro lado, Jonás dio a la tecla de colgar, aún con sus ojos castaños enfrentados a los del can, en una guerra interna que no estaba dispuesto a perder ninguno de los dos.
- Vamos. – le ordenó, cogiendo la correa del mueble cerca de la puerta.
Etsu se enroscó más en el butacón, bandera de su negativa. Kurtz caminó hasta él con determinación, haciendo al perro recostarse, con una actitud preventiva.
- VAMOS – repitió.
Casi nariz contra nariz, el perro se dio por vencido y bajó del butacón, aunque aún dio algo de guerra para dejarse atar. Pero, después de abrir la puerta de casa, su humor cambió y parecía más animado.
La calle del mercado estaba abarrotada, los domingos eran un día especialmente ajetreado y una multitud se agolpaba frente a los puestos, ojeando libros ajados, muebles antiguos y algunos, como el objetivo que buscaba su mirada, se entretenía observando armas de la vieja Corel.
El perro tiró de la correa al reconocer al chico, acelerando el paso del amo con él. Llamó su atención empujándole con las patas delanteras acompañadas de algunos gemidos.
- ¿Qué pasa contigo, enano? ¿Qué pasa? – le saludó Paris, con un tono infantilizado, mientras se agachaba para rascar al can tras la oreja, que lanzaba lengüetazos esperando que alguno llenase de babas la cara del chaval.
- ¿Y esa ronquera? ¿Tanto te hizo gritar? – bromeó el turco con una sonrisa torcida.
- ¿Eh? No. Han dio un concierto, no corearle habría estado feo.
El chico se levantó hasta quedar a la altura de su compañero, quien se fijó en la contusión en el pómulo derecho que ocultaba la cicatriz marca de la casa.
- ¿Y ese puñetazo también te lo dio Han?
- No, esto fue ella – respondió el más joven rozando con un par de dedos la zona, ya no tan hinchada como lo estuviera hacía no tantas horas.
- Apuesto a que fue bien merecida – le restó importancia Kurtz, haciendo uso de una extraña psicología inversa, mientras tiraba de la correa para poner en marcha a Etsu, que se había sentado a la espera de algo de movimiento.
- No. No, bueno a ver, sí. Más o menos.
Jonás guardó silencio, observando de reojo al chaval, que buscaba las palabras y algo de claridad mientras se echaba el pelo hacia atrás.
- Sigo sin comprenderlo del todo, pero al parecer no fui demasiado atento cuando ella hablaba conmigo.
- ¿Cuál es tu concepto de “no ser demasiado atento”? – preguntó el turco, haciéndose una imagen mental no demasiado desencaminada.
- El mío no, el de ella. Yo atento estaba, pasa que no hablé demasiado – Paris recordó los “26” monosílabos que ella había contado- Supuse que iba a lo que iba así que le seguí la corriente. A parte, ¿qué le dices a una tía como esa?
- Joder, yo qué sé – Jonás se paró frente a un puesto de artesanía de Mideel, tomando una figurita de madera de una bruja entre las manos, observándola distraídamente - Le das coba, le ríes las gracias, elogias su ropa o cualquier chorrada que lleve – hizo memoria para buscar en el banco de su mente alguna escena de película clásica.
Paris no dijo nada, le parecía una chorrada pero aún así lo meditó, después de todo ¿qué sabía él?
- También podías haberle preguntado a Rolf. Dijo que andaría por ahí. –el turco dejó a la bruja de enorme nariz en su sitio antes de seguir caminando hacia el próximo puesto.
El chico bufó, recordando lo que Yvette había dicho sobre él: “probablemente esté buscando su cuarto polvo de la noche”.
- Rolf tenía sus propios problemas. Como para ir a preguntarle chorradas – se sintió ligeramente avergonzado por la idea de depender de otro – De todos modos, el tema ya está solucionado.
Paris cruzó la estrecha calle para llegar a un puesto al otro lado, interesado por un puesto de utensilios de cocina de Wutai. Etsu lo siguió y Kurtz a él.
- Esto sí que es un pincho como dios manda – dijo Scar, cogiendo un cuchillo ancho y largo, de filo aserrado – Con esto cortas una lata de cerveza y aún queda perfecto para trocear un tomate sin que se chafe.
- Pareces la teletienda – bromeó el más joven – Mira, el pelador se parece a tu navaja nueva – indicó con la herramienta en la mano que, efectivamente, tenía un diseño ligeramente similar al de la navaja táctica del turco.
- Por eso nunca es bueno meterse con un cocinero de Wutai. Lo mismo te prepara un pato a la banora blanca de puta de madre que te rebana el cuello.
Jonás observó un momento a su compañero, que comprobaba el equilibrio de uno de los cuchillos.
- ¿Solucionado en qué sentido? – inquirió, retomando el tema que había quedado en el aire. La verdad es que si le dijera aquello de “sufrió un pequeño accidente” no le sorprendería tanto como debiera.
- Aclaramos las cosas – el turco no dijo nada, dando espacio al chico para seguir- Charlamos, nos conocimos un poco, vaya.
- ¿Sólo? Es decir, ¿la princesita del fetichismo y la extravagancia te lleva a una cita bajo chantaje y sólo charlasteis?
- No eres el primero en decir eso – rió el joven, hecho que perturbó al turco quizá más que lo tranquilo de la cita – A mí me sorprendió un poco después de lo que un amigo de ella me hablase sobre su reputación. En estos temas me pierdo, pero pese a todo lo que se dice de ella creo que es buena tía.
Paris calló, sopesando sus últimas palabras, aunque el hecho de tener un cuchillo entre las manos no era la más tranquilizadora de las escenas. Dejó el utensilio en el mostrador, luego con un gesto instó a su compañero a visitar el próximo puesto.
- Eso no lo niega nadie – “nadie que la conozca” matizó para sí mismo el turco – Entonces, ahora que sois amigos, volveréis a salir, ¿no?
- Nadie ha dicho que seamos amigos – se apresuró a aclarar el más joven- La acabo de conocer, apenas sé nada de ella. No es como contigo.
- ¿Conmigo? ¿Qué pinto yo en todo esto?
- Joder, que tú y yo ya nos conocemos.
“Así de aquella manera” pensó el turco aunque no se pronunció.
- Es decir, a ver – el chico parecía incómodo- como ahora, hay la suficiente confianza como para llamarte sin venir a cuento y charlar un rato. He estado en tu casa de pachorra y conozco a… - se interrumpió antes de cometer el error de decir “tu novia”, por suerte la bola de pelo negro andaba cerca- tu perro.
Un sentimiento de incomodidad se paseó entre ambos hombres, quienes no dijeron nada, en una especie de pacto silencioso, porque a veces el silencio decía más que las palabras y era menos bochornoso. Jonás terminó por esbozar una de esas sonrisas torcidas suyas, destruyendo la tensión del momento y dejando respirar de nuevo al chico. Una pared invisible se había roto para ambos y hablar ahora parecía más fácil.
- Aún así, no creo que tenga nada de malo que salgas más veces con Yvette, si os lleváis bien…
- Creo que… primero tengo que poner algunas cosas en orden. Necesito tiempo para…
- ¿Para qué? ¿Salvar Midgar y todo ese rollo? Nada te impide llevar una vida normal mientras lo haces. No seas imbécil, coño.
- Midgar es un lugar bonito después de todo.
- ¿Qué dices? Hablas de una ciudad que oculta su pobreza bajo una placa. Toda la gente de esta ciudad está podrida.
- No todos. Hay gente buena, como Alaina.
- Esos son los que menos. Kattherinna, tú lo sabes.
- Ya. Pero ¿No te gustaría cambiar el mundo?
- No aspiro a metas tan altas. Me conformo con una vida tranquila.
- Una cosa no quita la otra. Podrías ser como uno de esos superhéroes.
- Me gustan más los villanos.
- No es sólo eso – dijo finalmente Paris, que había quedado unos pasos más atrás – Es más… complejo. No quiero que nada enturbie mi cometido, ni olvidar por qué lo hago.
Scar se sonrío, viendo un filón del que tirar tan desprotegido.
- ¿Y por qué lo haces?
- Por Kattherinna – la respuesta fue automática.
- ¿Qué pasa? ¿Hiciste un trato con el demonio? ¿Si matas tantos malos te la devolverá?
Un silencio tenso se abrió entre ambos, tan denso que podría cortarse con un cuchillo. Kurtz se sentó en el pequeño muro que delimitaba el Mercado Viejo, unos metros más allá se alzaba el portón del Sector 1.
- Eres un hijo de puta.
- Oye, lo siento, no quería pasarme, pero las cosas como son.
- Ha sido muy bajo.
- Entiende una cosa Paris: Cuando limpias tu casa lo haces para vivir en una casa limpia.
Kurtz se levantó del muro, estirando el brazo hasta apoyar la mano en el hombro del chico, quien la miró como si de una víbora se tratase. Lanzó una mirada fulminante al turco, que la recibió con el semblante serio.
-No te lo digo a mal – eso era lo más cercano a una disculpa que había oído al turco. Sus ojos le decían que no mentían.
Observó nuevamente la mano sobre su hombro, ya no tan incómodo como intrigado, aunque parecía algo que los tíos solían hacer con frecuencia no había entendido su significado, aunque ahora, con las palabras Jonás parecía tener algún sentido.
Kurtz notó cómo la tensión del chico se diluía para pasar a un estado más parecido a la resignación o al abatimiento. Apartó su mano, aunque siguió de pie.
- No lo hago para mí. Mi egoísmo ya me ha hecho cometer demasiados errores y no quiero que se repitan –confesó Paris, con determinación pese a lo decaído que parecía hacía un momento.
El turco observó al chico con una expresión indescifrable, casi como si el tema que tratasen fuese el tiempo.
- Tú mismo – dijo al fin, volviendo a sentarse- Aunque no dar nada a los que se interesan por ti también es egoísta. – Jonás se encontró extraño diciendo estas palabras.
Casi sin quererlo había recuperado el hilo anterior al pequeño incidente.
- ¿Tú crees? Nunca lo había visto así – Paris hizo gala de un inusitado gesto de ingenuidad, que le recordó al turco que el niño no era más que eso, un niño.
En la mente del chico muchas cosas empezaron a cuadrar. Comprendió, o eso creía, el enfado de la turca, y pensó que tenía que empezar a hacer las cosas bien.
- Creo que… - el chico se sentó en el mismo muro, dejando un espacio de cortesía entre ambos, espacio que Etsu se encargó de rellenar, abofeteando con la peluda cola tanto a uno como a otro.
- ¿Mmmh?
- Tendría que llamarla, ¿no? A Yvette – un cosquilleo corrió por su brazo empezando en la mano y hasta llegar a la nuca. Tenía la impresión de que era la primera vez que pronunciaba su nombre, hasta ahora sólo había usado pronombres.
- ¿Ahora?
- No, ahora no. Supongo que estará durmiendo. Me refiero a un día de estos.
- ¿Para disculparte?
- Creo que se lo debo. No sé, aunque al final estábamos de buen rollo ahora me sabe mal haberme portado así con ella.
- Pues no sé qué me cuentas si lo tienes tan claro – Jonás habló mirando al perro como si se lo estuviera diciendo a él. Etsu le devolvió la mirada con seriedad, luego buscó su mano para recibir alguna caricia.
Ambos hombres se quedaron en silencio un rato más. Finalmente Paris se levantó, Kurtz observó al chico, que parecía tener la intención de hablar pero aún no se había pronunciado. El asesino finalmente encaró al turco, clavándole los fríos ojos azules.
- Gracias.
La palabra era sencilla y muchas veces usada por mera cortesía, pero Jonás comprendió: no le agradecía sólo la charla, el consejo, sino también el gesto que había tenido con él, pese a haberle tocado la fibra sensible de mala manera no se lo tenía en cuenta.
El veterano asintió, dejando claro su mensaje. Esto era lo que se debía hacer, lo que un amigo debía hacer. No había nada que agradecer.
Etsu no pensaba lo mismo y se tiró a Paris en busca de su recompensa por su segundo paseo de la mañana.
- Sí, sí. No me olvido de ti. Tú sí que eres un egoísta, todo tiene que ser tú – le decía entre dientes, bromeando y provocando al perro para que ladrase. Algo que no tardó demasiado en hacer.
- ¿Vas a ir a dormir de una vez? – le preguntó Kurtz, que no había pasado por alto la voz cascada y los ojos ligeramente oscurecidos y sanguinolentos debido al cansancio.
- Nah… estoy desvelado, hasta dentro de un rato no me entra el sueño otra vez.
- ¿Entonces? – inquirió nuevamente, temiéndose otro retraso en su agenda del domingo planificada para ver el combate de boxeo que había grabado la noche anterior.
- Dije que iba al Sector 1 y era verdad. Hay otra persona a la que tengo que pedir disculpas.
- ¿Otra chica? Como se entere Yvette… – puteó el turco
- Ella tiene a sus esclavos y yo no digo nada – Paris se sintió desconcertado por su propia respuesta y en la cara del turco vio reflejado el mismo pensamiento que se le había pasado a él por la mente - ¡Vete a la mierda!
Scar rió ante la reacción y el delator sonrojo del chico, que se encaminó definitivamente al Sector 1.
Aquella casa seguía tal como la recordaba, en la zona más ancha del Sector, cerca del límite donde terminaba la placa, desde el pequeño terreno que circundaba la edificación unifamiliar se podía ver, en el horizonte, el cielo. Sintió un escalofrío, no le gustaba demasiado esa zona tan abierta. Tras la verja de hierro repujado había unos columpios que sin duda habían visto mejores tiempos. Aún así, se notaba la diferencia de este Sector con respecto a los demás: no sólo era más tranquilo sino que se apreciaba una mayor renta per capita.
Llamó a la puerta, con un timbrazo peculiar que simulaban campanillas. Esperó un poco, algo nervioso por la reacción que suscitaría su presencia allí. Al fin una dama mayor abrió la puerta, con los ojos ocultos tras unas minúsculas gafas de lectura, la media melena entrecana recogida en esos rizos de abuela estándar y chaqueta de punto sobre un vestido sobrio.
- ¡Paris! – exclamó - ¿Pero qué haces aquí, cariño? Pasa, pasa. ¡Que alegría que vengas!
Le estampó un beso en cada mejilla una vez lo tuvo bajo el umbral.
- Ya era hora de que te hiciera una visita – dijo él, con un tono distendido y familiar poco usual en él.
- ¡Ay sí, niñín¡ Ya era hora. Siéntate, ¿Quieres tomar algo? Pareces cansado, ¿Desayunaste? ¿Te preparo un desayuno?
- Algo de beber no me haría mal – sugirió él, colgando la cazadora del perchero, a tiempo de ver como la mujer sonreía y desaparecía por la puerta de la cocina.
Todo seguía como siempre, desde el olor de las camelias de Kalm hasta los muebles de caoba de Corel, los mullidos sofás estampados con flores, los tapetes de ganchillo, las lámparas bajas. Aquella casa, según le había contado Alaina, llevaba allí desde antes de la construcción de la placa superior, era la casa de los padres de su difunto esposo, su hogar, donde tanto él en su infancia como más tarde sus hijos se habían criado. El puro apego emocional era lo que impedía a la mujer abandonarla, aunque tuviera recursos suficientes para permitirse una vida cómoda sobre la placa.
Sólo había una cosa que Paris echaba en falta en la decoración de la casa, y era esa bola de pelo blanca con patas grises llamada “Carbonilla” a la que tantas y tantas veces había deseado estrangular.
- ¡Ay! Pero siéntate, hombre – espetó Alaina, al verlo vagando por el salón, asomándose por la escalera que llevaba al piso superior.
- Buscaba al gato –se excusó él, cruzando a zancadas el trecho que le separaba del sofá.
- Ah, anda por ahí buscando ratas, ya aparecerá.
La mujer irrumpió en la sala con una bandeja con una tetera, dos tazas vacías, un vaso de leche, y otro de zumo de uva, pastas, y bollería variada. Paris hizo el amago de levantarse para ayudar pero la dama le indicó que se quedara quieto en su sitio.
Depositó su carga sobre la mesa de centro, comprobándola antes de tomar asiento en un butacón frente al chico.
- Si quieres otra cosa dímelo.
- No, tranquila. Gracias.
Alaina tomó la tetera y una taza ofreciéndosela a su invitado, quien la rechazo, el té no era su fuerte. La llenó para sí y la retuvo en sus manos, percibiendo el calor del líquido.
- ¿Cómo va el trabajo? – preguntó ella, rompiendo el silencio de cortesía – Pareces cansado.
- Ah, no, esto – indicó él al desgastado físico que lucía - No es por el trabajo. Ayer salí con unos amigos – mintió, para evitar preguntas incómodas.
- ¡Oh! Eso está bien – se alegró la mujer al oír la combinación “salir” y “amigos”, dos palabras que nunca atribuía a su chico. Aunque la preocupación también se infiltró en la ecuación – Beber una copa de vez en cuando está bien, mientras no se convierta en costumbre.
Paris captó esa manera encubierta que tenía Alaina de hablar de los temas delicados, como había hecho siempre. Se sonrió.
- No, yo no bebo –la tranquilizó- Bastante tengo con las copas que sirvo.
Ella también sonrió con cierta travesura, sabiendo que el chico había averiguado su técnica.
Paris se apartó el cabello de la cara para evitar tragarlo junto al zumo, descubriendo la magullada mejilla izquierda.
- ¡Ay! Qué golpe más feo tienes ahí, espera que le ponga algo de hielo.
- No hace fal… - dejó la frase a medio acabar ya que la pizpireta mujer ya había volado hasta la cocina.
Al poco volvió con una bolsita cargada de cubitos de hielo, que posó con delicadeza sobre la afectada mejilla, que ya no dolía salvo cuando la tocaban.
- Uy, ¿Y este pendiente? No es el que te regaló Kattherinna ¿O sí?
Alaina comprobó ambas aros, uno era liso y de acabado mate, el otro, sin embargo, estaba grabado y ornamentado, con un brillo afable.
- No – admitió él. Kurtz ni tan siquiera se había fijado en un detalle tan nimio, pero estaba claro que las mujeres sí se fijaban en esas irregularidades – Perdí el pendiente y una amiga – volvió a hacer uso de la palabra para ahorrarse preguntas más comprometedoras- me prestó uno suyo.
En realidad lo único que no era correcto era lo de “amiga”, pero tampoco le iba a dar a Alaina los detalles. La primera vez que Yvette le había golpeado el tirón desenganchó el arete y con todo el movimiento acabó perdiéndose. Más tarde, ella se fijó en que sólo llevaba uno y le dio uno de los muchos que perforaban sus redondeadas orejas.
Alaina se recostó, con una sonrisa pícara, sin duda la palabra mágica había sido “amiga”. Aún así, conociendo el carácter del chico no siguió por allí.
- Todavía me acuerdo cuando llegasteis tu hermana y tú los dos con las orejas perforadas. A ella le quedaban muy bien pero tú… ¡Te quedan… bien! –puntualizó- Pero en ese momento es que casi me da algo.
Paris también recordaba aquel día.
- Mira – dijo ella.
- ¿Mmmh?
- ¿Cómo que “mmmh”? ¡Mira!
Le lanzó la revista que estaba ojeando a la cara. Él se recostó en la cama y la miró sin demasiado interés.
- Pendientes. ¿Y?
- Me gustaría tener éstos – Kattherinna, sentada a su lado, señaló un par de diseño ecléctico, el mismo estilo que ella parecía estar siguiendo.
- No veo cual es el problema – él se volvió a acostar sobre la almohada, con los brazos tras la cabeza.
- Que todos los que me gustan requieren perforación. Éstos – se arrancó el par que llevaba, de pinza- se caen con menos de nada.
- Pues la solución es evidente. Un pinchacito con una pistola y hala, a otra cosa.
- No, ¿en serio?- dijo ella con sarcasmo – Eso ya lo sé.
Él guardó silencio, sabiendo que había algo más y que no tardaría demasiado en decirlo.
- Tengo miedo de que duela mucho – su tono adquirió un matiz serio.
Paris entendía la preocupación de su hermana, lo que para él no suponía más que un cosquilleo o un pinchazo para ella podía convertirse en auténtica agonía. Ése era su “defecto de fábrica”, como lo llamaban entre ellos, del mismo modo que él sufría ataques de ira y cambios extremos de humor, ella oscilaba entre la hipersensibilidad y la inmunidad al dolor, con todos los problemas que esto conllevaba.
Él se recostó de nuevo, encarándola.
- Si de verdad quieres hacerlo, estaré contigo y me lo harán a mí también.
- ¿Qué dices? – ella rió, no demasiado convencida – A Alaina le daría algo, ya no le gusta que lleves el pelo tan largo – apartó un mechón de la cara de su hermano, que rozaba casi la mandíbula.
- Pfff… Son mis orejas, no las suyas.
- No tienes que hacerlo si no quieres, con que vengas conmigo me vale – apuntó Katthy, incapaz de hacer pasar a su hermano por eso por mero capricho.
- Junto a la melena, los pendientes son el primer paso para ser estrella del rock –bromeó él, tratando de aliviar la tensión.
Kattherinna miró a sus ojos gemelos un momento, con el rastro de una sonrisa desdibujada. Sabía que para Paris pasar por el mismo dolor que ella pasaba era la única manera de soportar verla sufrir.
Buscó su mano, y él se la tendió, cerrando el pacto.
- Luego si no te gustan yo no quiero saber nada – ahora fue ella quien bromeó.
Aquella misma tarde habían ido a una tienda de tatuaje y piercing del Sector 3. Para Katthy no fue tan agónico como esperaba, en realidad fue soportable. Casi se sentía culpable de que su hermano se los hiciese por nada. Mientras a él le perforaban ella se encargó de comprar unos pendientes de repuesto para cuando los agujeros sanaran, dudaba mucho que a Paris le gustase llevar esas dos bolitas doradas por mucho tiempo. Encontró los sencillos aros plateados, de superficie lisa la opción perfecta. “Simples” había dicho “como tú”.
- “Un hombre sólo llevará joyas de la mujer amada” –citó Alaina, recordando una de esas absurdas y arcaicas normas de etiqueta.
Aún así las palabras irrumpieron en la mente del chico como un relámpago, sintiéndose incómodo por el nuevo aro que colgaba en su lóbulo derecho. No le había dado más importancia al gesto de Yvette pero ahora se preguntaba si, después de todo significaba algo, parecía que el mundo no iba a dejar de sorprenderle con sus mensajes ocultos.
- Era bonita, ¿verdad? – dijo la mujer, casi de forma distraída.
- Mucho – respondió con aire ausente. A la mente de Paris acudió la esbelta figura de cabellera rubia y profundos ojos azul celeste.
Ni tan siquiera se percató de que Alaina observaba una foto de Kattherinna.
8 comentarios:
Buuuuffffffff..... qué desesperación XDDD pero ya está! Creo que me he dejado cosas que quería poner en el tintero, pero ya era demasiado largo y complejo @_@
No habría sido posible sin la inestimable ayuda de Ukio, que también tiene culpa de darme ideas de última hora ¬¬U
Os presento a Kattherinna!:D Ya la conocíais por Paris pero era hora de "verla" a ella per se. Sí, su relación es tal que sospechosilla pero bueno, tiene su explicación.
Y na, espero que os guste @__- disculpad si hay alguna pifia o cosa rara por ahí, ya sabéis que por mucho que leas algo despues de escribirlo no encuentras las pifias hasta días después XD
Sigue resultándome raro el nuevo estilo de Paris. Ahora se socializa xD y es algo que no me pega con su estilo. Aunque nunca ocurra, siempre seguiré pensando que la pifiará con Yvette usando su monosilábica personalidad xDD
Nunca me había dado cuenta del pendiente que lleva Paris @__@ Me estáis obligando a releerme todo Azoteas de nuevo.
Jajajajaja, el nene se ha vuelto tieeeeeeelno como el pan recién hecho XD no le pega ser tan... normalito y social.
sigo opinando que no me cuadra su relación con Yvette, no logro imaginarlos como una pareja. Por lo que se ha visto de Katherina (que por cierto mola que nos la pusieras en flash backs), está claro que pega más con una chica tranquila y dulce, inteligente, sí, pero dulce.
XD claro que ahora nos saltará Su Bastardidad y convertirá a Yvette con el tiempo en una empalagosa y tiernisima chiquilla enamorada.
¿Apuestas?
Que sepa su mascotidad, que la siguiente aparición de Yvette ya está conspirada desde hace tiempo y no se cambiará. Tu dirás si se vuelve empalagosa o no.
An fin... Creo que lo que dijiste que pretendías hacer lo has logrado. No te diré que me haya enganchado brutalmente, pero es que ya era la cuarta vez que lo leía...
Pero si, está de puta madre.
Creo que tenéis idealizado a Paris en ese rol de frío asesino e implacabable XDDDDD Eso no se lo quita nadie, pero sigue siendo humano y como ser inteligente se adapta, siente curiosidad, etc etc. Esto no es un manga en que los roles son asignado pa siempre, la gente madura.
Y no es que se haya vuelto tierno, que además donde se ve esta faceta suya es en su pasado, y nunca dije que no lo fuera XDD pero si no tienes con quién es lógico que no surja.
La gente es compleja, no se les puede definir por un sólo adjetivo o acabamos prejuzgándolos.
Es que aún así, si los personajes no evolucionan... Vaya mierda de historia, no? La gracia es precisamente esa: Paris crece, Kurtz crece, Victoria crece, Yvette crece...
Pero siguen siendo los mismos.
Se me ha hecho raro este capítulo porque pienso que, junto con algunos anteriores, se respira un ambiente de bajón generalizado entre todos. Como de "ahora toca pensar y replantearse la vida".
¿Algún día se sabrá que leches les pasó a los hermanitos? Porque de momento sólo se puede suponer...
Fan del perro, es muy... pos eso, un perro.
Jajajaja pues sí, creo que estamos todos en plan "qué haremos con la vida", pero claro cuando se te viene un meteorito encima pues te da por pensar, no? XDDDDDDD
Y sí, algún día se sabrá, pero tiempo al tiempo.
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