lunes, 1 de febrero de 2010

201

Ya me estaba vistiendo cuando el sol apenas se dignaba a romper la barrera del horizonte con una fina explosión que convertiría la noche en un espectáculo cárdeno. No había conseguido dormir, aunque tampoco me esforcé en intentarlo. Sábanas viejas, frías, amarillas, una almohada hueca en el centro, un colchón que se hundió en cuanto me apoyé un poco… ¿Qué te pasó padre? Esa no era la cama de alguien que vino a Midgar a hacer fortuna y hacer feliz a su familia, esas eran las sábanas con las que saliste de Costa del Sol y que te arropaban ajenas al mundo exterior.

Sí, mi padre era carpintero, un oficio humilde que elevaba a su máxima categoría esforzándose como ninguno, sin ganar dinero como todos. En su monotonía preparaba marcos de puertas, grandes tablas, en su artesanía hacía cosas como el reloj de arena que ahora reposaba encima del televisor.

Llegó una guerra y él se fue con ella, arrancándole lo que yo más apreciaba, su gusto por la vida cómoda, sencilla, sin preocupaciones, su buen humor. Volvió con el rostro hundido por algo más que la delgadez, extrañamente silencioso y sin ganas de crear sus pequeñas maravillas de madera. ¿Qué te pasó allí? Decía mi madre por la tarde cuando los tres nos sentábamos frente al televisor. No me preguntes por ello, jamás. Contestaba él con una fiera chispa de locura en los ojos.

Luego, un día, cuando yo cumplía diecisiete, se marchó.

Y ahora, sus únicas palabras después de aquél día, me venían a través de una carta que apareció en lugar de su cuerpo aplastado.

Me puse una camiseta negra, que ya me quedaba pequeña dos años atrás, y el abrigo para salir a la calle antes que el amanecer, cruzando las húmedas paredes del piso sin girar el cuello, sin dirigir la mirada a ningún objeto, sin querer ver la carta que reposaba junto al reloj de arena.

Era una costumbre de mi padre, todavía me acuerdo perfectamente, comprar el periódico a primera hora y leerle tranquilamente en su bar de siempre, tomando un café.

Nada más salir del portal, busqué con la mirada el bar más cercano, del que mi padre se habría convertido seguramente en parroquiano. La luz artificial a través de dos grandes cristales todavía llamaba la atención en la penumbra de las calles, reclamandoa los madrugadores en el preludio del amanecer.

Ese tenía que ser, en la acera de enfrente, haciendo esquina a escasos metros. Crucé la carretera con el cuello hundido en el abrigo y empujé la destartalada puerta, de dos sucias piezas de cristal.

-Buenos días- me dijo el dueño, que todavía estaba bajando taburetes de la barra- ¿Qué te pongo?

-Un café con leche- le contesté sentándome en uno que yo mismo bajé. La verdad es que agradecí esa cortesía de reglamento, esas pequeñas frases que todo camarero debería recitar siempre, esa simpatía que, aunque falsa, me hizo sentirme más a gusto.

-Vas a tener que esperar unos minutos…La máquina es una antigualla y aún no se ha calentado lo suficiente.

Así que esperé los minutos de rigor, observando cómo aquél hombre con delantal negro, delgado y con perilla oscura ejercía su rutina con un ánimo estoico, aunque la mitad de las sillas estuviesen cojas y dos bombillas fundidas. Él seguía adelante, pasando la bayeta por las tres mesas que había pegadas al cristal, con pegajosos círculos de refrescos. Supongo que te terminas acostumbrando, pensaba mientras le miraba, será concienciarse de que te podría ir peor, de que podrías haber acabado aplastado bajo el sector siete como mi padre…

El café llegó humeando, con una cucharilla y un sobre de azúcar. Me echó un chorro de leche y le pagué.

-Gracias- él se dio la vuelta y metió las monedas en la caja registradora.

-No me suena tu cara…-me dijo apoyando los brazos en la barra- ¿Eres nuevo en esta pocilga?

-Se podría decir que no soy ni nuevo- tenía ganas de hablar con alguien, de dejar de pensar en mis tormentos pasados y presentes, así que entablé conversación con él – Vine ayer mismo desde Costa del Sol…

-Joder, casi nada… ¿Y cómo es que has venido? Con el calorcillo que hace allí…

-Mi padre murió y…

-¡Oh, lo siento!

-No pasa nada, el caso es que…

En ese momento se abrió la puerta y los dos miramos hacia esa dirección, contemplando a un gran hombre trajeado, silbando totalmente risueño una canción.

-Buenos días Richard- Saludó el dueño. Por lo visto era un cliente habitual.

-Sí, porque no… Aunque como sea verdad lo que dicen, tened preparado un bote de pastillas para el dolor de cabeza- el nuevo cliente se sentó a mi lado y cogió el periódico alzando las cejas.

El camarero debió ver mi gesto de confusión y rió con suavidad, dándome la espalda de nuevo y apretando un interruptor junto a la cafetera; Ya entraba suficiente luz en el local y las bombillas eran innecesarias.

-Lo que Richard quiere decir es que se rumorea que hoy van a colgar ese maldito cañón gigante.

Joder se rumorea dice! Mira- y enseñó un artículo del Midgar Lights con una imponente fotografía panorámica de los andamiajes- Como se caiga ese jodido tubo nos vamos a reír todos de lo que pasó en el sector siete…

Esa frase sentenció la conversación, un comentario que sólo pareció afectarnos al camarero y a mí, detalle que percibió el tal Richard y agachó la cabeza enfrascándose en la lectura del periódico.

Claro, como no, no hacía falta más que verle, un hombre dentro de semejante traje no podía vivir bajo la placa… Y esa gordura, desde luego que no se correspondía con los sueldos que se repartían allí abajo. Ya me había jodido la buena mañana, la buena impresión de aquél bar, humilde, siempre ajetreado. La gente sobre la placa no debería bajar para fardar de su fortuna, de lo fácil que es la vida para ellos, de todo lo encima que están de nosotros. Esas ideas me pasaban por la cabeza entre sorbos de café amargo, yo, que llevaba día y medio en Midgar.

-Perdona…- continuó el dueño del bar secando un vaso con un trapo.

-Oh, sí…- disimulé dando otro trago de café. Claro que sabía que aquél jodido adinerado me había cortado la conversación- Es que mi padre vivía por aquí y tenía la costumbre de tomar un café a primera hora, a lo mejor le conocías…

-Pues a estas horas sólo vienen dos personas, el que tienes aquí…

-Richard Blackhole- se autopresentó ofreciéndome la mano. Yo acepte el saludo por educación.

-…Y Callisto. Pero hace mucho que no viene ya por aquí.

- Es cierto- añadió Richard- ese cabrón solía quitarme el Lights de las manos.

-¿Con barba y una cicatriz en el tabique nasal?- pregunté esforzándome en imaginar su cara, más envejecida y chupada que la última vez que la vi.

Entonces recordé aquella descuidada cicatriz en su nariz, un día en el que yo apenas tendría seis años, un día de sol y cielo azul, sin nubes que distrajeran la atención de un monótono tapiz. Mi padre cogía una piedra lisa y la lanzaba con fuerza. Botaba una, dos, tres, cuatro… A veces incluso perdía la cuenta totalmente concentrado en el vasto mar. Estaba ofuscado, enfadado, cabreado de que a mí no me saliera, pero tan lleno de orgullo y admiración hacia él y su risa inocente que no me cansaba de intentarlo. Encontré la piedra perfecta, plana como ninguna. Empecé a dar vueltas sobre mí mismo, como si la fuerza me ayudase a hacer que rebotase diez, cien, mil veces sobre el agua. Ya me estaba mareando, no calculé el momento de lanzarla y el resto de la historia culminó en el hospital con dos puntos y una aterradora aguja de antitetánica que inyectó todo mi sentimiento de culpa en las napias de Maximilian White. No pude evitar reírme levemente allí, en el bar.

-Ese mismo.

¡Pero eso no hace más que enrevesar las cosas! Grité para mis adentros. Un padre que muere sin cadáver y que encima se ponía el sobrenombre de Callisto… Y para colmo estaba esa dichosa carta…

-Bueno, ponme un whiscazo- dijo Richard golpeando la barra con la palma de la mano. Ese “whiscazo” fue respondido con una “propinaza”- ¡Va, qué coño, pon una ronda! Total, no sé cómo va a acabar el día…

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-No podrían haber cambiado un poco las cosas no…

Me entretenía resoplando y formando vaho en la ventanilla, con el codo apoyado en el reposabrazos y una mejilla pegada al frío cristal.

-¿Qué dices ahora?- gruñótoole sin mover un solo músculo en su asiento de conductor, dirigiéndome una mirada iracunda a si acompañante, en los asientos traseros- ¡Y quita los pies de ahí joder!

-Es verdad, lo siento, que te puedo pegar la putitis

De las escasas veces que había coincidido con O’toole, Yief ya había sacado la conclusión de que nunca le tragaría, que nunca nos llevaríamos bien. Claro, él es un putero, camello y coleguilla de Tombside y yo no soy nada.

Sólo quería salir de la cárcel, lavar mi cara, tanto la pública como la física, consolidar de una puta vez la cómoda vida que todavía no había podido saborear. Una tarde tranquila de domingo, música de fondo… O tal vez una película. Lucille y yo tumbados en el sofá, abrazados, sin una muestra más grande de amor que el permanecer callados, grabando ese pequeño y simple recuerdo en nuestra mente…

Pero claro, era salir de la cárcel y saber que Blackhole tenía a Lucille, que me había ofrecido ir a recuperarla yo mismo, que todavía tenía ganas de seguir jodiéndome la vida, mis sueños de una tarde de un domingo cualquiera. ¡Por no hablar del otro tema! También era salir de la cárcel y saber que una jodida caja negra, escondida vete tú a saber dónde, me ligaba todavía a una gilipollez de enormes dimensiones, a un accidente y un pensamiento en voz alta en las puertas de un hospital, que picó el hormigón de la carretera que era mi destino y construyó un looping para acabar ayudando al peor homicida de la historia de Midgar.

A lo primero ya me había concienciado, voy a por Blackhole, le pregunto un par de cosas, me lo cargo y vuelvo a casa con Lucille como un héroe de videojuegos, a sentarme en el sofá y ver una película.

Pero tenía que estar mi novio, como dijo el turco idiota que me quitó las esposas, el colega hipocondríaco de Tombside para darme la bienvenida y ordenarme entrar en el coche porque “tenía órdenes secretas”.

-Que estoy hasta los cojones, eso digo… Además,- dije quitando los pies del la imitación de cuero- ¿Tú no tenías un coche más grande que éste?

-Mira, mientras tú has estado en tu nidito de amor con barrotes fuera han pasado cosas. Cosas que me ponen de mala hostia como lo de mi antiguo coche.

-Vale, vale, ya capto el mensaje- eché los brazos sobre el respaldo del copiloto- Tuerce en la siguiente calle a la izquierda.

toole se rió bajo la ridícula mascarilla, golpeando el claxon con el puño y llamando la atención de los transeúntes del sector 5, con una luz matinal que llevaba poco tiempo sobre el cielo.

-Esto no es un puto taxi chaval. Si he ido a recogerte es porque tienes cosas que hacer y…

-No- le interrumpí yo- ya te dije que primero tengo un asunto pendiente, así que tuerce a la izquierda en la siguiente calle.

El putero se giró en el asiento y me miró con una cara que parecía estallar de un momento a otro, pero sin apartar la mirada del semáforo con su bombilla roja aún encendida.

-Mira, tú y yo sabemos que nos caemos como el culo, pero no estás en condiciones de exigir nada y menos aquí dentro, que es mi coche.

-Ah, que ese es el problema, entonces tranquilo.

Realmente no puedo decir que no estuviese disfrutando con aquello, era cierto morbo que me gustaba, cabrear de esa manera a un tío más grande que yo, a un proxeneta que se la sudaba todo pero que había desarrollado una habilidad increíble para esquivar los ácaros que flotan en el aire.

Dicho aquello abrí la puerta y salí del coche, di unas palmadas al capó de su Shinra Levrikon y avancé a pasos cortos hasta alcanzar el paso de cebra que había a unos metros. Poco tardé en oír la puerta del coche abrirse y el ligero pero totalmente reconocible sonido de una pistola apuntándome. Situación peligrosa, sí, pero yo sonreía de espaldas a él, porque había actuado tal y como yo pensaba.

-¡Me cago en la puta, ahora por mis cojones vas a entrar en el coche y vas a ir donde yo te diga!

-Te repito que antes tengo que hacer una cosa, ¿qué mas te dará…?- su Rhino me apuntaba al pecho, pero era simplemente eso, un cañón amenazante- Entra y déjame en paz un rato, el semáforo ya se ha puesto verde.

En efecto, la luz había cambiado de color y el Levrikon de O’toole estaba desocupado, formando un atasco bastante considerable y una orquesta improvisada de cláxones de diferentes tonos.

-¿Te crees que por haber intimado con…- se mordió la lengua en el último momento, consciente de lo que aquél nombre acarreaba en la sociedad- y tener una jodida cajita negra te hace que los demás no te puedan tocar el pelo? Pues estás muy equivocado, entrá de una puta vez o la primera bala irá a la garganta.

-¿Recuerdas lo que me dijiste al salir de los calabozos?- asalté de nuevo- “No te puedo matar de momento, de momento…”

Me di media vuelta y me despedí agitando la mano, sólo para oír cómo el gatillo de una pistola era apretado una vez, otra, pero sin salir bala alguna. O´toole, con cara de gilipollas, aulló con un cabreo monumental.

-Dejar la pistola en el asiento del copiloto no ha sido una de tus mejores ideas, ni siquiera te has dado cuenta de que te he quitado la munición cuando me he echado hacia delante. Así que ahora sí, señores, Yief se marcha… Y no intentes seguirme o la primera bala irá a la garganta gracias a la pistola que me regalaste antes.

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Alexandre esperaba en las calles del sector 5, sentado sobre el respaldo de un banco de madera y escuchando su grupo de punk de Wutai a través de unos grandes auriculares que le amortiguaban del ruido; unos pantalones vaqueros desgastados con un par de rotos y una camiseta blanca ajustada.

Movía de manera inquieta la pierna derecha al ritmo de la música, pero de un modo instintivo, alejado y ausente del fuerte sonido de la batería. Estaba claro que se encontraba nervioso, que lo que iba a ocurrir aquella noche sería complicado y además no estaba convencido del todo.

Sacó de uno de los bolsillos un sobre de su marca favorita de tabaco y con la habilidad que le habían dado los años de fumador se lió un cigarrillo en cuestión de segundos. Sacó un bolígrafo del otro bolsillo y escribió en el papel “Por Lucille” para prenderlo y exhalar una larga bocanada de humo. Justo apareció Yief a paso rápido por una calle paralela, haciéndole señas con la mano. Alex bajó del banco con un brinco y se echó los auriculares al cuello, esperando a que el otro cruzase un paso de cebra.

-Ya estoy aquí- dijo Yief a secas, con aire distraído, como si no estuviese frente al hombre que causó sus días de reclusión- ¿Vamos?

Alexandre no contestó, pasó a su lado y abrió su coche con el mando a distancia. Era un vehículo antiguo pero elegante, con un diseño aerodinámico y redondeado, con un color cenizo y apagado. Ambos entraron y el pintor puso en marcha el motor, con un sonido limpio y potente.

-Dos manzanas más y ya estaremos allí, no queda muy lejos… Me gusta tu coche- añadió Yief contemplando la tapicería de color blanco- No entiendo mucho de coches y nunca me han gustado pero este tiene algo especial ¿De donde lo sacaste?

-Lo siento pero no lo entiendo…- Suspiró Alex- Todavía no me fío de ti y el hecho de que trabajemos juntos…

-Hombre, yo no lo llamaría trabajar.

-¡Déjame acabar! Digo que los dos queremos salvar a Lucille, así que sería estúpido que me estuvieses mintiendo, pero por mi culpa Turk te cogió y hoy llegas como si nada hubiera pasado y fuésemos amigos de toda la vida… ¡No me cabe en la cabeza!

-Digamos que hay cosas en mi vida que quiero tomármelas de otra manera, con vistas al futuro. Pienso que todo esto se va a resolver, que volveré a estar con Lucille mañana y que tú te convertirás en un buen amigo y vecino. Tal vez sea una manera de engañarme a mí mismo, pero me da igual.

Un breve silencio indicó que Alex trataba de comprenderlo, que era un argumento pobre pero con cierto sentido, pero que aún así no le entraba en la cabeza. Se encogió de brazos en señal de resignación y continuó con la conversación anterior.

-Este coche ya lo tenía mi padre cuando yo era pequeño y por aquél entonces ya tenía piezas de otros vehículos más antiguos. Lo único que he hecho yo es cambiarlo por dentro, un lavado de cara al motor, a la suspensión… Esas cosas, ya sabes. Pero si quieres saber su nombre, yo a veces le llamo Revolver.

-Revolver…- repitió Yief como si le envolviese un halo de misterio- Dime una cosa- prosiguió sacándose la Rhino del pantalón- ¿Esta pistola es buena?

Esto es una broma, pensaba Alexandre, esto tiene que ser una broma. No llegaba a alcanzar cómo un hombre como él había acabado ayudando a Tombside, sin tener idea alguna de armas, ni de vehículos, ni de…

-Es bastante potente, pero tal vez algo pesada, sin contar que pierde toda la gracia que puede llegar a tener un revolver- explicó señalando a su par de Archer&Grossman que descansaban en los asientos traseros, cargados, relucientes, dentro de las fundas de un cinturón y con destellos propios de la materia que había encajada cerca de los tambores.

-Revolver…-repitió por segunda vez Yief.

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Satisfecho con el espectáculo televisivo que había sido la ejecución de Frank Tombside, Samuel se acercó a la barra del bar y pidió el segundo vaso de vermouth, por mucho que él dijese que llevaba siete. El camarero le atendió pasados diez minutos, totalmente ajetreado y con la frente sudada. Se lo sirvió con mala leche y le cobró de más.

-Hijo de puta, ya verás como te pille por la calle…- dijo en un tono de voz que solo él podía oír.

Se dio media vuelta y apoyó los codos en la barra, observando el panorama del bar. Lazarus y Axel hablando de sus típicas chorradas y de lo mucho que le estaba gustando al antiguo forense la carrera de bellas artes, un grupo de muchachas adolescentes que estaban dejando el suelo asqueroso y lleno de servilletas mojadas, un viejo que iba de vinos hasta arriba y se presentaba a las chicas de la servilletas… Una noche de alcohol en un bar que tenía por costumbre ser tranquilo. Salvo ese día, que cualquier persona con algo de dinero estaba dispuesta a gastarlo en una copa mientras vitoreaban las chispas que recorrían el cuerpo del homicida.

Entonces se dio cuenta de que el que estaba a su lado, con los brazos sobre la barra y la cabeza hundida, o se había dormido o había perdido en conocimiento. Su copa estaba llena de agua, lo que antes fueron hielos y un último trago de whiskey. Samuel le zarandeó pero no obtuvo respuesta así que decidió consultar al camarero.

-¿Y a éste que le pasa?

-Pobre chico, me da pena- dijo el dueño del bar con un gesto condescendiente, consciente de que tenía que hacer algo con él- Vino ayer desde Costa del Sol y ha perdido a su padre… Ha venido esta mañana prontísimo, se ha ido a comer a su casa y ha vuelto hasta ahora…No se cuánto ha bebido ya, pero…

-¡Bah, yo ya llevo doce de estos!

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De todas las cosas que había visto en mi vida, esa sin duda era de las más extrañas. Aparcamos cerca de la gran casa de Blackhole, blanca, proporcionada, de un estilo totalmente calculado y racional que le daba una presencia imponente y horizontal. Todas las casas de ese lugar eran grandes y ostentosas y se dejaban unos metros de distancia entre ellas, como si mantuviesen una tregua secreta sobre el grado de riqueza de cada dueño. La casa de Blackhole tendría unos trescientos metros cuadrados incluyendo el pequeño jardín que rodeaba al edificio, de tres plantas de altura. Y ese fue el primer sentimiento de inseguridad, esa sensación que se tiene en ciertas ocasiones cuando algo no va como hubieras planeado. Yo esperaba algo de vigilancia, dos hombres en la puerta o algo así, pero no había absolutamente nadie.

Pero eso no fue lo que me dejó alucinado sino lo que hizo Alex antes de salir del coche. Primero sacó de la guantera un pequeño estuche de cuero y calculó una dosis mínima de somnífero en una jeringuilla.

-Es una mezcla muy diluída, así que no creo que dure más de diez minutos- me explicó antes de inyectarse el líquido en el cuello, directo al riego sanguíneo- Cuando pasen diez minutos intenta despertarme.

Y en efecto pronto perdió el conocimiento, con la cabeza echada hacia delante y los brazos sin fuerza. Yo seguía allí sentado, como un gilipollas, y cuando pasaron los diez minutos que me propuso, empecé a zarandearle y a darle pequeñas bofetadas en la cara. Se despertó a los doce minutos llevándose la mano al cuello, allí donde se había pinchado, me miró enarcando una ceja y me ofreció la mano.

-Tu debes ser Yief- me dijo con un semblante algo más serio, propio de alguien que sabe mantener las distancias en todo momento- Lambb Schnapps, Alex ya me ha contado todo este embrollo, así que hagámoslo cuanto antes.

Nada más acabar de hablar, se partió de risa al ver mi desconcierto; desde luego mi cara tenía que ser de chiste, pero en aquél momento me sentía el objeto de una broma sin sentido e inoportuna.

-Ya veo…- dijo él girando medio cuerpo y cogiendo el cinturón con los revólveres- Siempre me toca explicarlo a mí.

Entonces me explicó lo de su trastorno, algo tan raro e increíble que aún todavía me resulta de locos, aunque lo haya consultado en libros. “trastorno de identidad disociativo” me dijo de un tirón, dos personalidades independientes en un mismo sujeto. Ya desde el principio se notaban grandes diferencias en cuanto a su carácter. Lambb lo llevaba bien, disfrutaba contándolo y más aún viendo las reacciones de la gente, pero Alexandre lo mantenía como un secreto, como algo que no aportaba ningún bien y solamente tocaba los cojones. Y eso me llevó a otra duda. Si Lucille estuvo saliendo con él, sabría algo o sólo conocería a una parte… Y si era así a qué parte…

Eso nos llevo otros diez minutos y cuando yo ya iba a abrir la puerta del copiloto, echó mano del estuche de cuero de nuevo y sacó una minúscula bolsita de plástico atada con una goma. La desató con cuidado y esnifó el fino polvo blanco de su interior.

-Anfetaminas- aclaró él con cierto cargo de conciencia- Lo hago cuatro veces contadas, cuando algún encargo es realmente importante- que esa era otra, resulta que Lambb era un asesino a sueldo que poca gente conocía, el solicitante con sospechosos contactos y la víctima- No puedo permitirme caer dormido de cansancio o inconsciente o algo así… Ese inútil de Alexandre es el que cuida mis pistolas, pero no tiene lo que hay que tener para usarlas.

Así que después de aquél disparatado capítulo, los dos salimos del coche. Yo portando la Rhino, temblando de arriba abajo pero decidido, y Alexandre, o Lambb mejor dicho, con sus dos Archer&Grossman y los sentidos alerta a causa de la droga.

Llegamos hasta la tapia sin problemas, nadie a esas horas deambulaba por las calles y menos aquél tipo de gente, que se sentían tranquilos en la reconfortante seguridad de sus casas. Primero me aupó Lambb para que alcanzase el borde del muro y luego yo le ayudé ofreciéndole una mano desde arriba. Saltamos al oscuro jardín, sin ningún tipo de luz adornándolo salvo en una pequeña y lejana fuente que había dejado de soltar su chorro a través de la boca de una pétrea quimera.

-Sin luces, sin seguridad… Esto no me gusta- dijo el asesino con una pistola en cada mano y con las dos cuchillas fuera de su compartimento.

Eso no era más que afirmar lo obvio y sobre todo cuando, avanzando casi a ciegas, nos topamos con una ventana en el lado oeste, abierta con unos cortinajes blancos.

-Me ha dejado el camino hecho…- pensé en voz alta. Pero entonces me fijé en un ligero detalle, en algo que, si no me equivocaba, podría darme algo de ventaja- Pero a ti no te espera, piensa que voy a venir sólo… Escóndete y ve cerca de mí.

-De acuerdo- aceptó él- Estás yendo a la boca del lobo, ten cuidado… Yo mientras intentaré buscar a Lucille.

Apenas tuvimos que levantar un poco las piernas para cruzar la ventana y ya estuvimos dentro. Nos vimos dentro de un austero baño, en el que solamente había un lavabo y una bañera. Abrí la puerta con extremo cuidado, intentando hacer el mínimo ruido, y nos adentramos en el interior de la verdadera cueva, un amplio pasillo con alfombra roja que daba a todas las habitaciones de la planta baja. Todas, cinco en cada pared y una sola con la puerta entreabierta, con la luz de una chimenea arrojando una enorme sombra y una suave melodía de una caja de música de fondo. Era como seguir un camino de migas y el panadero ya me había descubierto.

-Adelante Yief, te prometo que no te voy a hacer nada… Si tú tampoco haces nada.

Resoplé decepcionado, decepcionado por todo el tinglado que había montado para llegar hasta Blackhole a hurtadillas, para cogerle desprevenido en su propia casa, pese a que fue él el que me ofreció el envite cuando me visitó en el calabozo. Así que me guardé la pistola en la parte de atrás del pantalón, dije a Lambb con gestos que permaneciese escondido y decidí entrar a charlar con el cabronazo de Richard Blackhole.

Era una biblioteca enorme, grandiosa, con aspecto gótico que hacía que las llamas de la chimenea se reflejasen en los gigantescos ventanales. Justo en el centro estaba él, sentado en una de las dos sillas de terciopelo y moviendo papeles de un sitio para otro de una mesa baja de mármol.

-Siéntate-dijo con un acento extraño, con poca pronunciación.

-¿Estás borracho?- y ahí estaba yo, el momento esperado de mi cara a cara con Blackhole y haciéndole tal pregunta.

-¿Y qué si lo estoy? Siéntate joder.

Yo obedecí, lleno de una falsa valentía, de un sentimiento de superioridad al contemplar a un Richard aparentemente agotado, cansado, hastiado, borracho. Obedecí, me senté y le miré a los ojos.

-¿Dónde está Lucille?

-¡A la mierda tu Lucille! Ahora ella estará durmiendo tranquilamente a tomar por el culo de aquí… ¿Todavía no te has dado cuenta? ¿Tan ciego eres? Bueno claro, nunca has sido capaz de ver las cosas como son en realidad.

-¿A qué te refieres?- pregunté con un nerviosismo totalmente nuevo, como si hubiese algo oculto en todo aquello, algo secreto.

-Toma, antes de empezar con lo importante, esto es tuyo- me dijo sacando de su bolsillo una caja negra. La Caja, pensé ahogando un grito de sorpresa. Un asunto menos del que preocuparse. La guardé en el bolsillo del pantalón y miré a Blackhole, que también me ofrecía un taco de papeles- ¿Sabes qué son esos informes?

Yo miré las hojas llenas de números, balances y letras pequeñas sin entender nada. Entonces vi en la esquina superior derecha un logotipo inconfundible, tres curvas formando un volante, la fábrica de coches de Blackhole, la misma que antes perteneciera a mi padre.

-Las cuentas de la empresa que nos quitaste- le dije yo con un odio bullente.

-Fíjate en la fecha- me señaló con el dedo índice mientras se bebía media copa de whiskey. En efecto, la fecha cuadraba a los tiempos en los que mi padre seguía vivo y manejaba la empresa- Y Ahora fíjate en las ganancias.

Observé las hojas grapadas varias veces, tiempo que Richard aprovechó para cargarse otro vaso hasta arriba y dar un trago largo.

-¿Y bien? Espera, no me digas nada, déjame adivinarlo. Tú pensabas que tu padre estaba forrado, que siempre le había ido bien en los negocios, pero en esos papeles no hay ganancias ¿verdad? Hay un coladero descomunal y el dinero se desparrama en vete tú a saber donde. Tu padre se arruinaba Yief…

-Pero…- balbuceé yo sin comprenderlo.

-Déjame seguir a mí por favor- continuó con una pronunciación cada vez peor- Pensarás también que fui yo quién mató a tu padre, de hecho todas las miradas se dirigían hacia mi cuando ocurrió. Y entonces… ¿Qué interés tendría yo en cargarme a tu padre y quedarme con una fábrica que se iba a pique?-fui a decir algo, pero de nuevo me interrumpió- Muy sencillo Yief, yo no maté a tu padre… Imagínate, doscientos puestos de trabajo, todos ganando un sueldo decente y no se enteraron hasta dos meses después de declararse en bancarrota que su dinero se había esfumado en pagar las deudas de su jefe. Eso hace a doscientas personas en sospechosos del crimen.

-¿Pero como que en deudas? –no entendía nada, me encontraba hundido en el sofá orejero, pálido y desconcertado.

Sí…deudas. Deudas que nadie entiende. Tu padre hacía inversiones de lo más disparatadas y nunca hacía caso a ninguno de los socios, entre los que me incluyo. Inversiones disparatadas que acababan en números que no existían, en la apertura de cuentas bancarias en las que aparentemente no se ingresaba nada, en la incorporación de subcontratas… Estaba claro Yief, tu padre era un jodido corrupto y se le fue todo de las manos.

Hizo una breve pausa, intencionada, para saborear la victoria aplastante de su superioridad, de dar a conocer que él lo sabía todo sobre mi padre, que yo estaba justo donde él quería. Sacó un vaso de un pequeño cajón bajo la mesa y sirvió whiskey para mí.

-Bebe, lo vas a necesitar, esto no es lo gordo- hice caso sin apenas prestar atención al ofrecimiento, necesitaba el sabor del alcohol, el tacto ardiente bajando por mi garganta para deshacerme de la incredulidad- Bien, sigo… No quiero que te pase nada Yief, ha llegado un momento en el que eres importante para mí, por muy extraño que esto te parezca. Reconozco que soy un hijo de puta, un hombre que usa su dinero para vivir bien y aplastar a los que no lo tienen para reírme de ellos. Por consiguiente, soy igual de cabronazo a la hora de ayudar. Si no te has dado cuenta, hoy es el día en el que tu padre murió, hace ya doce años. Hace doce años que murió para unos pocos, sin rastro del desafortunado incidente, sin cadáver, con la única y escueta noticia de que se había lanzado al gélido mar del norte, sin poder vivir con el peso de las deudas. Eso fue lo que nos contaron a los más cercanos, a los únicos… Hace doce años y doce son las cartas que me han llegado desde entonces un día como este…

Ya sólo faltaba eso, el último mal trago, la última retorcida noticia, la que daría mil vueltas a todo lo anterior. Doce sobres en la mesa, con doce trozos de papel y veinticuatro fotos, dos en cada uno, una de una panorámica de la fábrica de coches y otra de un retrato mío de cuando era pequeño.

Cogí uno de los papeles con la mano temblando descontroladamente y eché un vistazo.

-Devuélvemelo, MV- eso es lo que decían todos y cada uno de los papeles. MV, Mieszko Vanisstroff.

Yief, le hice una promesa a tu madre- sería mucho más tarde, con la sensación de estar viendo una película , cuando recordaría que en ese momento Richard Blackhole estaba llorando sin control- Yo la quería mucho, la quería más de lo que tu padre la quiso jamás. Por eso cuando Mieszko desapareció la dije que la ayudaría, que cuidaría de ti. Entonces empezaron a llegar estas cartas, todos los años. ¡Y yo tenía miedo de ti! De que realmente tu padre no estuviera muerto y quisiese algo de ti. ¡Maldita sea, ese hombre era un monstruo con sus hijos! Mira lo que le hizo a tu hermano… ¿Lo comprendes ahora Yief? Por eso me quedé impedí que heredases la empresa, la saqué a flote como pude, por eso te dejé tirado en la calle, siempre con vigilancia, siempre con pequeñas ayudas, por eso hice que te metiesen en el calabozo enseguida. Cuando vivías en la calle estabas protegido, eras un mendigo anónimo, pero por culpa de ese asesino saliste en todas las televisiones. Te metí en la cárcel porque allí estarías seguro.¿El fin justifica los medios... No?

Una nueva pausa, esta vez inconsciente, en la que Richard se secó las lágrimas. Fue a beber más whiskey, pero se le resbaló el vaso y estalló en pequeños fragmentos de cristal, dejando una mancha oscura sobre la alfombra roja.

-Por eso estoy borracho ahora, porque estoy hasta los cojones, porque ya no puedo más con esto, porque te he hecho pasar de todo sin pensar realmente si esas putadas eran necesarias, sino solamente en tu anonimato costase lo que costase. Al fin y al cabo soy un cobarde, ya no puedo protegerte más, la responsabilidad me pesa ya demasiado y ni siquiera sé más para poderte ayudar. No sé dónde fue a parar el dinero que gastó tu padre, quién ese el jodido chalado que me manda estas cartas o si sólamente es una broma de mal gusto, no sé si tu padre está vivo o no y no sé por qué quieren encontrarte…

Yo estaba en otro mundo, en un mundo feliz lleno de colorines, en el que todo lo que me había contado Blackhole nunca había ocurrido, en el que yo me sentaba en el sofá con Lucille un domingo para ver una película. Frente a mí tenía a un hombre destrozado, debilitado, borracho, gordo, calvo… En un momento se me olvidó todo lo que sufrí por su culpa, en un momento sentí la más absoluta compasión por él, en un momento quise levantarme y abrazarle, decirle que ahora que ya lo sabía todo daríamos con el hijo de puta que le mandaba esas cartas y se acabaría todo. Todas esas cosas, sensaciones, totalmente contrarias, diferentes, paradójicas a todo lo que sentía antes hacia aquella persona. Todo hubiese sido perfecto, los dos trabajando juntos, recopilando información, hallando la verdad, ya me lo estaba imaginando, como dos detectives de película.

Pero no, estas cosas funcionan así, cuando un giro comienza, la inercia le hace dar otros dos o tres, hasta que vuelve a su posición original, pero totalmente desordenado e invertido. Y como estas cosas funcionan así, entró Lambb con sus dos revólveres, los goznes de la puerta restallaron, el fuego de la chimemea onduló y los humeantes cargadores se vaciaron sobre Richard Blackhole, doce balas sobre su pecho, como las doce amenazas que colmaban la baja mesa de mármol.

5 comentarios:

Astaroth dijo...

En este evento, debe morir al menos una persona por relato. Hay detalles que ya te mencionaré en privado, pero por lo demás no está nada mal. Puntuación, eso sí.

dijo...

Revisado en Word y en el propio blogger y no encuentro errores. Soy humano y puedo equivocarme, pero lo que quiero decir es que las normas de puntuación no son tan estrictas como parece. Si, por ejemplo, abuso de comas como en algún fragmento de Max, es porque quiero transmitir algún tipo de sensación o marcar énfasis en alguna parte...
De todas formas si hay alguna pifia gorda, avisadme.

PD: Se agradecen comentarios sobre el transcurso del argumento ;)

dijo...

PPD: Estos datos que siempre resultan curiosos. El coche de Alexandre sería un Lotus elite del 1957, solo que con cuatro plazas y con la parte delantera algo menos exagerada.

Lucas Proto dijo...

Leídos todos tus relatos, ya me disculparás, pero tuve una temporada de vacío de Azoteas bastante larga y me dejé muchos en el tintero.

Yief tiene una trama cojonuda, en verdad. Hay algunas cosas que chirrían un poco al encajarse pero es normal cuando se empieza sin saber muy bien donde va a acabar algo. La interacción con los personajes de Astaroth es muy buena y por lo general leer las dos tramas ha resultado muy entretenido, congratuleitions!

Respecto al relato en sí, ninguna queja y todo guay, aunque abusas un poco de la separación en párrafos al principio, lo que le da el aspecto quizás de muy esquemático y poco desarrollado, pero bueno, ayuda a que la lectura sea amena. Yo alargaría más la escena final, que se nota un poco que te ha pillao cansao y has pasao de describirla bien. Es una parte de mucha tensión y prácticamente un antes y un después en tu trama, y merece una descripción mejor (La puerta se estrelló contra la pared, las miradas se entrecruzaron etc.)

Buen relato, de todos modos.

Ukio sensei dijo...

Estoy con Meph: hay que cargar más esa escena final.
Es un buen giro este que le has dado a blackhole, cerrando y abriendo puertas a la vez. Me gusta, y me hace saber que he acertado votándote como mejor escritor.

Lo que he de ver en la siguiente "temporada" de azoteas es a donde vas con nuestro amigo el de costa del sol.

PD: El nombre Calixto (aunque tú lo escribas como Callisto) significa "el hermoso".