sábado, 24 de octubre de 2009

192

Kurtz entró bostezando en el ascensor. Había dormido poco y mal, dándole vueltas a la discusión entre el piloto y el francotirador, días atrás. No alcanzaba a imaginar hasta que punto había llegado, pero comprendía a Han. El piloto había renunciado a su posesión más preciada, el Fenrir conocido como “La Muerte”, para poder pagar la preparación de un coche para sus “juerguecitas”, coche que no podía usar fuera de las misiones. Y ahora, para colmo de males, Shin-Ra había contratado los servicios de uno de sus rivales directos, había preparado a “La Muerte” para correr a la velocidad de la luz y se lo había regalado. Poniéndose en su lugar, él mismo estaría pegando tiros y repartiendo hostias y puñaladas por doquier. Sin embargo, si se ponía en el lugar de Rolf… Bueno… ¿Quién cojones entendía a Rolf?

Al abrir se sorprendió al cruzarse con uno de los novatos. Un soplapollas cuyo nombre no recordaba, al que conocían simplemente como “Cremalleras”, porque tenía millones de ellas por todo el “uniforme”, menos la realmente necesaria en su puta bocaza. El turco, ya no un novato, se tuvo que recordar Kurtz a sí mismo, se estremeció al encontrárselo por sorpresa cuando se abrió la puerta del ascensor, pero la sonrisa maliciosa del veterano le hizo recobrar una forzada compostura, acompañada de una mirada de desprecio. Jonás no quiso seguir el juego. Ya bastante dormido estaba, ahora que madrugaba para ir cada día bien aseado y dar imagen de disciplina a sus polluelos, y hoy, además, había quedado.

- Hola, Clarisa. – Saludó a la recepcionista del piso dedicado al cuartel de Turk. – Tengo correo, ¿verdad? – La aludida lo miró fijamente, intrigada por tanta seguridad.
- Sí, señor Kurtz. ¿Cómo lo ha sabido? – La recepcionista era una mujer rellenita, con los cambios de humor propios de una menopausia que nadie mencionaba en su presencia.
- Instinto de veterano. – Rió el turco.
- Supongo que ese instinto le ha hecho venir media hora antes a por el correo… ¿Debería pasarlo por el scanner anti bombas? Tiene algo abultado dentro.
- ¿Buscando cosas abultadas en lugar de trabajar? – La mujer se quedó mirándolo con ira, quieta, como si un relámpago la hubiese fulminado allí mismo. Jonás se fue, sonriendo para sí y escuchando la respuesta de Clarisa mientras se cerraban las puertas del ascensor.
- ¡A mí no me mire! ¡Hablamos de su correo!



Han tenía unas ojeras que parecían llegarle a los pies. Él no era de madrugar, y le daba igual trabajar en el taller hasta las mil, con música puesta. Se concentraba, y el tiempo parecía dejar de existir, a veces hasta que Remache llegaba a primera hora para abrir, y lo encontraba dando los últimos toques a alguna reparación, o durmiendo en el cómodo asiento de la camioneta del taller, si se encontraba demasiado cansado como para ir a casa a dormir. Sin embargo, ahora ese cabrón de Kurtz lo había citado para primera hora de la mañana. De hecho, aún faltaban veinte minutos para que fuese “primera hora”. El piloto esperaba en una cafetería, leyendo el periódico de la noche anterior mientras sorbía el café más cargado que pudieron servirle sin tener que echar keroseno en la taza. Kurtz apareció finalmente por la puerta, llamándolo con un gesto de cabeza, para que pagase y saliese.

- ¿Qué horas son estas, tío? – Kurtz miraba detenidamente la cara del piloto, mientras este le hablaba. Había visto muchas películas de zombis, pero la cara de Han iba realmente mucho más allá.
- La única que tengo disponible, chaval, así que se siente. Ya dormirás en un rato.
- Bueno, pues que sea rápido… - Bostezó de nuevo. - ¿Qué quieres?
- ¿Qué cojones hace el coche ahí?
- ¡¿Qué?! –
- Sígueme, maldita sea…

Kurtz se había girado, guiando a Han poco a poco hacia una de las entradas del edificio Shin-Ra. Un gesto al vigilante y las luces rojas de las cámaras de seguridad se apagaron a su paso. El camino llevó a Han a lo largo de unos cuantos pasillos, hasta que el turco metió al piloto en un cuarto de baños perdido en las entrañas del edificio, destinado para minusválidos, con lo que no serían interrumpidos.

- Es una broma, ¿no? – Preguntó el piloto.
- ¡Hablo jodidamente en serio! ¿Qué cojones hace el coche ahí?
- ¡Qué conduzca el puto Rolf! – Respondió Han, reticente a alzar la voz, por miedo a oídos indiscretos.
- ¿Qué cojones pasa con Rolf?
- ¡Eso quisiera saber yo! – El piloto esperó unos segundos, pero el turco seguía mirándolo fijamente, esperando una respuesta. - ¿No lo sabes? Por lo visto le dio un ataque, o algo. Hace poco participó en un duelo, contra otro tirador, y Daphne se quedó toda jodida, por…
- ¿Quién es Daphne?
- ¿Daphne? Joder, la amiga de Rolf y Kowalsky, la del pelo rubio y rosa. Estaba con Kowalsky y su novia cuando los saqué del hospital. – Kurtz asintió.
- Si, Steffan, el travelo.
- Transexual. – Corrigió Han. Kurtz se desentendió con un gesto.
- Sigue. – Ordenó, con un tono implacable que no dejaba margen a oposición alguna.
- El caso es que me llevo con Daphne. Es una tía maja, y tal. Intentó evitar que Rolf fuese al duelo, pero no lo consiguió, y cuando le fue llorando, para decirle lo asustada que había estado, Rolf se rió en su puta cara, llamándola “engendro”.
- ¿Estabas ahí?
- ¡Joder si estaba! La hostia que se llevó el cabrón no la vio venir. Luego, el hijoputa sacó una pistola y nos amenazó. Me echó en cara que conduzco solo porque él paga… Me jodió la hostia.
- ¿Te insultó sin más? ¿Seguro? – Kurtz estaba intrigado, desde luego, la actitud del tirador no era normal en absoluto.
- Recuerdo sus palabras: Si fueses mínimamente inteligente, tendrías un grupo decente, un coche propio y quizás incluso una mujer de verdad.
- Y todo eso mientras te apuntaba con una pistola… Pues si. Entiendo que te cabreases, pero no puedes dejar el coche ahí, Han. Nos pones en peligro a todos.
- Tiene matrículas “limpias”, me he cuidado de eso, pero no puedo sacarlo. Dejé las llaves en el buzón del marica.
- Mierda… Llamaré al rubio. Esta noche nos toca ir a sacar el coche y arreglar esto.
- ¡No quiero arreglar una mier…!
- ¡No seas idiota! ¿No te das cuenta? – Lo increpó el turco, encarándolo. Pese al tono autoritario de su voz, esta vez no había amenaza en él. - ¿No recuerdas por qué hacemos esto? ¿Qué sacamos a cambio? – Preguntó. - ¿Vas a dejar a toda la puta ciudad tirada por un pique?

Han no respondió. Se quedó mirando a Kurtz fijamente, en silencio, pero sus gestos lo traicionaron. El turco tenía razón. Se giró para ir a lavarse la cara, teniendo que agacharse, ya que el lavabo estaba a la altura de una persona en silla de ruedas.

- Vale, pero quiero una explicación.
- Todos la queremos. – Dijo Kurtz, mientras abría la puerta. – Y ahora…
- No, antes responde a mi pregunta. ¿Es una broma?
- ¡No, joder! ¡Hablo en serio! ¿Es que no te enteras?
- No, idiota. ¡El baño! ¿Siempre hacéis los “interrogatorios” en un baño de minusválidos? ¿Es para que el interrogado se haga a la idea de cómo va a ser su vida?
- Eso solo cuando el interrogado tiene suerte.



Han salió primero, y esperó incómodo en el pasillo a que el turco le tomase la delantera. Lo siguió hasta la recepción, donde decenas de ciudadanos madrugadores y responsables intentaban cumplimentar trámites administrativos antes de que se llenase el edificio a media mañana de gente que pedía un visado para abandonar la ciudad o para traer a sus parientes. Unos creían que estarían más seguros en Midgar, otros creían que estarían mejor fuera, pero todos estaban de acuerdo en que en algún refugio tenían que estar como ese pedrusco celeste cayese.

El turco se metió detrás de las oficinas donde los burócratas trabajaban, seguido por el piloto, cuyos ojos volaban de un lado a otro, cada vez más nervioso. A su alrededor todo eran miradas de desconfianza por parte de funcionarios y guardias, y cámaras de vigilancia. Entraron en un ascensor, Kurtz giró una llave en los mandos, haciendo que el ascensor bajase hasta el último piso de la lista, al nivel del suelo de los suburbios. Cuando las puertas se abrieron, los ojos del piloto se abrieron más aún. Allí había coches. Muchos coches. Una cantidad obscena de vehículos, requisados, confiscados, decomisados, robados… Han no tardó en darse cuenta de que no había coches de lujo, todos eran de tipo medio.

- Todo es chatarra…
- Si. Los buenos se venden bajo mano. Normalmente tenemos incluso una lista de espera. – Respondió el turco, con la mirada perdida entre los coches.
- Y… me traes aquí, ¿para? – El piloto tenía en los ojos el brillo nervioso de un niño pequeño minutos antes de su fiesta de cumpleaños.
- Evidentemente, para darte un regalo. He logrado reservarte uno, pero lo tienes que pagar tú.
- ¿Y cual es?

Han saltó sobre un utilitario gris y algo desvencijado, mirando a su alrededor en busca de un coche para él. Su coche. Algo que tenía que llamarlo. Kurtz había sido su copiloto, de modo que conocía sus gustos y su agresividad, por no hablar de su reputación. Tenía que ser un coche fuerte, pero también exigente. Algo que tuviese que domesticar, pero nunca del todo, dejando un margen de salvajismo para que la máquina pudiese rugir y dominar la carretera como un soberano implacable. Sin embargo, también estaba el cambio experimentado al volante del “pájaro”. Ahora no era cuestión de perseguir y cazar, sino de volar. Ser su el propio enemigo de uno mismo, volar con las propias alas de uno, hasta un lugar más allá de la gravedad, el tiempo o el universo. Sin embargo, un coche capaz de eso tenía que ser algo que no destacase, un diamante en bruto, lo suficientemente poco lujoso como para que ningún millonetis untase a un par de seguratas para llevárselo de noche. Han pensó todo esto con los ojos cerrados. Los abrió y giró, mirando a su alrededor, y deteniéndose en seco.
Kurtz mientras tanto, se entretenía viendo al piloto. Su extraño comportamiento le hacía gracia, y a la vez lo intrigaba. Sin embargo, no tenía duda de que acabaría por acertar.

- Tiene que ser este. – No había ninguna excitación en su voz, sino que pronunció las palabras con la calma de quien afirma algo evidente y natural, como el día, el viento o la lluvia. – Fue corriendo por encima de cochambrosos sedanes y berlinas viejas hasta detenerse delante de un cupé de unos veinte años de antigüedad. Tenía varias abolladuras, y muchos desconchones en su pintura blanca, sucia y deslucida.
- ¿Estás seguro?
- ¡Es un Fenrir R32! – Han había desaparecido tras el coche, acariciando con los dedos el desconchón donde habían arrancado una insignia. – No solo eso: ¡Es el GTR! ¡Este coche aquí es como un dios caminando entre cucarachas! – De repente, su semblante se puso serio. - ¿Cuánto te ha costado? – Kurtz respondió arrojándole un sobre de color marrón, grande, que llevaba escondido bajo el chaleco de kevlar. En él, Han reconoció el bulto de los dos juegos de llaves, pero los ignoró, sacando un documento con varios sellos oficiales de Shin-Ra, que estudió con gran concentración. Kurtz no pudo evitar reírse de su cara de sorpresa.
- No es tan raro. Nadie puja contra un turco.
- ¿Cien giles?
- Lo podría haber tenido por uno, pero hay puja mínima.
- ¡Joder, casi me parece insultante para esta belleza!
- Págame lo que creas… - El turco se encogió de hombros, riendo. Han le lanzó un juego de llaves, que casi se le cae al pillarlo desprevenido.
- Entra, pon punto muerto y ábreme el capó.
- Oye, que yo tengo que entrar a trabajar… - Se defendió Kurtz.
- Si, si, si, si, sin problema… Solo será un minuto… - El piloto parecía poseído, mirándolo desde delante del capó con la impaciencia ardiéndole en el rostro.

Lo que pasó entonces ante los ojos de Jonás le causó una impresión sobrecogedora: Un deja vú, una experiencia ya vivida antes, muchos años atrás, ante un general de Wutai, al que tuvo el honor de contemplar practicando la ceremonia de té. Han echó un vistazo detallado a la superficie del motor, antes de extraer la varilla del aceite y examinarla con atención para luego devolverla a su sitio. Vio la sonrisa nerviosa en la cara del piloto, que tuvo que esforzarse por apartar la vista de la bestia mecánica para pedirle que arrancase. El estruendo del motor se dispersó por el aire como una onda expansiva, rápido y atronador. Han lo estuvo observando vibrar, mientras hacía gestos a Kurtz para que acelerase. El aceite estaba algo seco, probablemente el coche no lo habían arrancado en más de una semana, pero no lo suficiente como para dañar la maquinaria. Luego el piloto rodeó el coche, mirando el humo que salía del escape. Un poco negruzco, síntoma de que el motor quemaba aceite. Habría una fuga en algún lugar. Volvió al motor, indicando al turco que apagase.

- ¿Te gusta? – Preguntó este cuando iba a salir del coche, pero se detuvo ante un ademán del piloto, que estaba sacando una navaja multiusos de un bolsillo.
- Casi perfecto… - Dijo sumergiéndose tras el capó. Kurtz oyó un chasquido y un murmullo de satisfacción.
- ¿Qué acabas de hacer?
- Tú arranca.
Si antes el motor sonó como un trueno en una llanura, esta vez su intensidad sorprendió al turco, que soltó el acelerador de golpe. El capó bajó, y tras él apareció Han con una sonrisa de depredador y algo amarillo en la mano.
- ¿Qué es eso?
- En el ochenta y tres, un grupo de ingenieros de Shin-Ra propuso cambiar el coche oficial para Turk, cambiando el clásico Supreme por el Fenrir, mucho más potente y agresivo. Sin embargo, se rechazó por varios motivos. – Dijo mientras hacia un gesto al turco para que dejase libre el asiento del piloto. – El principal era que la imagen del Supreme se había hecho conocida, y su presencia solía causar la incomodidad que Turk deseaba. También se habla de la reticencia de los propios turcos, satisfechos con sus modelos, aunque las malas lenguas dicen otra cosa.
- Sorpréndeme…
- En el maletero de un Supreme caben más personas. – Respondió el piloto, exhibiendo una mueca macabra. - ¿Es cierto?
- Secreto de estado. – Se burló el turco. – ¿Y mi pregunta?
- Ah, si… Esto. El Fenrir tenía un diseño cojonudo, y decidieron venderlo como coche de lujo. La edición GTR tiene exactamente el mismo motor que ofrecieron a Turk, pero con esto. – Dijo poniendo la pieza a la vista. – Un limitador. Ahora, si me disculpas, tengo quinientos caballos a los que hacer correr juntos por primera vez en su vida.
- ¿No te estás lanzando? – El turco recobró la seriedad.
- Esta misma noche estaré corriendo. – Aseveró el piloto.
- Esta misma noche estaremos resolviendo la que Rolf y tú habéis liado. Luego… Ya veremos.



Kurtz entró en las dependencias de Turk con el tiempo justo para lo que tenía pensado. Él mismo quería ser riguroso con la puntualidad y la disciplina, a ver si lograba inculcarles algo, lo que fuese, a esa panda de desgraciados. Encontró a Maravloi, tal como contaba con verlo, esperándole delante del cuchitril que le habían asignado como despacho, sosteniendo un portapapeles bajo el brazo, que le acercó en cuanto Kurtz estuvo junto a él.

- Aquí no. Dentro. – Indicó mirando a su alrededor para incitar al novato a ser discreto. Este imitó su gesto, un tanto preocupado por la posibilidad de estar metiéndose en problemas, antes de seguir a su instructor a su despacho y cerrar la puerta a sus espaldas. Dentro, Kurtz tomó el portapapeles y hojeó su interior, alzando sus cejas en un gesto de sorpresa que se convirtió en una especie de sonrisa inquietante, enmarcada en sus retorcidas cicatrices. Sacó dos sobres, del interior, tirándolos sobre su mesa y dejó uno dentro.
- Señor… ¿Usted no quería…?
- Tengo lo que quiero. El de Van Zackal es para ti. – La cara de perplejidad de Maravloi no cambió. – Mariflori, sabes de sobra que aquí se están formando dos bandos. Por un lado están Cagarruta y Travelo, que aunque soy un cabrón, parecen haberme cogido cariño. Por otro están los demás, y luego en medio estás tú.
- ¿Y? ¿No puedo querer mantenerme al margen?
- Puedes… ¿Pero cuánto durará eso? ¿Hasta que uno de los veteranos crea que eres un niñato y pase de protegerte para salvar su culo? ¿Hasta que los niñatos te apliquen la de “con nosotros o contra nosotros”?
- ¿Harían eso? ¿Me…?
- ¿Matarían? No. Matar a un turco es condenarse a uno mismo. Pero… - Kurtz dejó la respuesta en el aire, pero el novato no tardó en cogerla.
- No tienen porque apretar ellos el gatillo. ¿Cierto? Y quedarán libres. – El instructor asintió. – Aún así, sigo sin ver a Van Zackal yendo tan lejos. Y… - Tragó saliva. Se sentía asustado, pero tenía la sensación de que Kurtz no le iba a pegar. No por decir la verdad. – A usted sí.
- A mí ya me conoces: Pandillero violento, licenciado con deshonor, y un historial de tanganas más grande que tu casa. Sé todo lo que necesito saber sobre ese cabronazo de Van Zackal. Ahora quiero que tú sepas donde estás entrando. – Maravloi lo miró en silencio, serio y meditabundo. Siempre adoptaba la misma postura cuando se detenía a pensar, Kurtz lo consideraba un defecto. Era como mostrar sus cartas, hacer saber al adversario que dudaba. Cuando eres un cabrón trajeado, no dudas: Golpeas, y mientras vas pensando algo.
- Lo estudiaré detenidamente, señor. Gracias por la advertencia. – Kurtz le abrió la puerta, y la cerró cuando se hubo ido.



El entrenamiento transcurrió con la rutina habitual: Tiro, asalto a zonas de conflicto, un edificio semiderruido que conservaban en la zona de entrenamiento, algo de lucha contra monstruos… Si se ponían, o veían una amenaza demasiado directa, eran capaces de actuar como una unidad: Cubrirse, pasarse cargadores o coordinar ataques, pero solo unos cuantos. La mayoría simplemente esperaban ansiosos, murmurando algo sobre la segunda parte del entrenamiento. Por lo visto, Van Zackal iba a llevarse a algunos de sus “elegidos” de juerga, a “patrullar la noche”. El veterano había decidido no ser compasivo, y al día siguiente tendrían que estar allí a las seis y media de la mañana, aunque se veía venir que su “patrulla instructiva” no acabaría hasta bien entrado el día siguiente.

- Señor… ¿Puedo hacerle una pregunta? – El que se había acercado a él era Margarito: Mario Seranzolo, un figurín anoréxico al que había pillado varias veces vomitando el rancho. Tenía un aspecto desastroso: Su debilidad apenas le permitía aguantar la carabina MF22 estándar, y movía mal el brazo derecho por los golpes del retroceso. Además, los restos de pólvora tan fijos en su cara confirmaron a Kurtz sus sospechas: Usaba base de maquillaje.
- Pregunta, Margarito, y serás respondido.
- Sé que usted me odia, pero…
- ¿Te qué? – Kurtz tuvo que aguantarse la risa, y no lo logró del todo. - ¿Qué yo te odio?
- Señor, seamos serios: Me tiene en el último puesto de la lista, me mira con desprecio y hace mofa de mí.
- Vale, Seranzolo. Voy a ser serio: Lo primero es que me dan igual tu maquillaje, tus esteticiennes o como mierda se diga, y tus manías, que no querría para mí mismo ni bajo tortura. Pero no te odio especialmente, sino que te desprecio igual que a los demás cachos de mierda.
- ¡Usted no es igual con todos! ¡Kaluta, Traviesa o Gertschen reciben trato de favor, los favoritos, de la primera fila!
- Ellos son distintos: Ellos vivirán. – La insinuación de Kurtz, junto con la dejadez con la que fue pronunciada, logró estremecer al novato.
- Vi… ¿Vivirán? Entonces nosotros…
- Vosotros lo lleváis claro: No sabéis defenderos, apenas sois capaces de resistir un par de golpes, desenfundar rápido un arma, responder a una amenaza o venir prevenidos.
- ¡Somos turcos! ¡Nadie ataca a los turcos! El sargento Van Zackal…
- El sargento Van Zackal es una estrellita del pop que se dedica a pavonearse por los clubs molones de la placa superior. Nadie le ataca, todos le admiran, y si alguien le hace algo, él saca una pistola y grita cuatro amenazas ingeniosas mientras le vuela la rótula a algún desgraciado. ¡Y tú no eres turco! ¡No mientras no acabe la puta instrucción!
- Si, pero se deja ver. Es una presencia continua del orden y de su fuerza, y con ello disuade a los delincuentes de actuar. – Argumentó el novato.
- Eso te ha dicho, ¿no? ¿Te ha contado cuantas veces ha patrullado bajo la placa el último año? ¿Cuantas operaciones de riesgo ha tenido que realizar? ¿Redadas? ¿Asaltos?
- Para esas cosas está SOLDADO… - Eso enfureció al infante aerotransportado que vivía dentro de su sargento.
- ¿SOLDADO? ¿Los putos SOLDADO? ¿Los “llevo una espadita y me convierten en un monstruo de feria para ganar una guerra a base de propaganda”? ¿Esos soldado?
- Eh… Si, señor.
- ¡Mierda, Margarito! ¿Tú no te enteras?- Se detuvo un momento, recordando que la información acerca de los Soldados que se volvían locos era clasificada. – Vas a durar menos que una cucaracha en un microondas. Tú, y toda esa panda de vedettes, furcias, posers, modelos y estrellas del pop.
- Con el debido respeto, eso está por ver, señor. – “Parece que míster maquillaje tiene huevos”, pensó el sargento.
- Si, por ver. Si me equivoco, seréis turcos. Si te equivocas tú, seréis pasto de los gusanos. Como te veo cansado y seguro de tus posibilidades, no tienes por que seguir entrenando si no quieres.

El novato parecía a punto de responder, pero Kurtz se fue, volviendo a prestar atención al entrenamiento de los demás, corrigiendo errores a gritos y tomando su fusil, cargado con balas de goma, para emboscar a un grupo de novatos que se dedicaban a actuar como si estuviesen en una puta peli. Mientras se marchaba, el recluta Seranzolo se dejó caer sobre unos escombros, sentándose con la mirada perdida que iba desde su propio fusil hasta sus compañeros, algunos de los cuales dejaron de entrenar para ir a sentarse con él. Estuvo tentado de hablarles de su conversación con el sargento, pero alguien sacó un PHS y puso música, y otra persona empezó a hablar de que ropa se pondría para esa noche. De ese modo, el recluta Seranzolo se dejó arrastrar de nuevo a una vida cómoda y cálida, lejos de soldados, armas de fuego y amenazas proferidas por ex-militares paranoides.



Kaluta esperaba solo en el gimnasio, trajeado y polvoriento por la sesión de tiros, aunque contento. Ahora tocaba posar con el modelito, pero antes tendría media hora para poner en aprietos al sargento. Sin embargo, no dejaba de mirar el reloj: Kurtz estaba llegando tarde.

- ¡Cagarruta! - El novato levantó la cabeza, buscando a quien le había llamado. Encontró a la tal Yvette, la rubia que se quedaba intercambiando golpes con Kurtz cuando ellos se iban con Van Zackal.
- ¡Tú no puedes llamarme así!
- Lo siento… Es fácil acostumbrarse a él. – Se subió al ring, dejando una bolsa de deportes a un lado. – Tu sarge me ha dicho que sea tu anfitriona, que él
hoy no puede.
- Me debe una pelea. – Murmuró molesto el novato.
- Conseguir una pelea con Scar Kurtz es más fácil que mojarse en una piscina descubierta, un día de lluvia intensa, así que yo me preocuparía por problemas más inmediatos… Cagarruta.
- ¡Me cago en tu p…! – Se contuvo justo a tiempo. Los soldados de élite están entrenados para dar siempre buena imagen y no ser malhablados.
- Cagarte si que te vas a cagar encima, pero mientras seas novato, te quedas el apodo. – Dijo mientras lanzaba los primeros golpes contra Kaluta, cogiéndolo desprevenido. - ¡Cagarruta!



Una suerte de intuición hacía que Traviesa se encontrase inquieta en ese momento. Abrió la puerta, y un suave torrente de música salió: Rock melódico y potente, cantado con una voz desgarrada. Dentro de su despacho, por llamar a ese agujero hediondo de alguna forma, el sargento revisaba papeles, y sin levantar la vista, le hizo un gesto con la mano para que se acercase, mientras cerraba dos carpetas de cartulina marrón y las colocaba bocabajo.
La novata se sentó en la silla metálica sin la sonrisa de seguridad que la había caracterizado, mientras Kurtz levantaba la cabeza, llevándose un puro a la boca y encendiéndolo relajadamente.

- ¿Tu nombre, recluta?
- Traviesa, señor. – Kurtz miró por encima de ella, comprobando que la puerta estaba bien cerrada.
- Mira, no sé si me han puesto bichos en el despacho, pero puedes contar con mi discreción. ¿Nombre?
- Bich… Ah, micros. – Susurró al darse cuenta. – Traviesa, señor. – Kurtz sacudió la cabeza en un gesto de negativa. Respuesta equivocada.
- Entonces, Traviesa… - Dijo mientras daba la vuelta a ambas carpetas. Cada una de ellas tenía una foto de una mujer morena sujeta con un clip. Las fotos estaban a la vista, y las mujeres eran tan parecidas como diferentes. De aproximadamente la misma edad, complexión y por lo que parecía, familia, una de ellas llevaba el pelo castamente recogido, y una sonrisa agradable que se reflejaba en sus brillantes ojos marrones. La otra tenía una mueca de asco y desprecio, con el rostro maquillado para hacerlo más pálido, los labios pintados de negro y una cantidad inmensa de sombra de ojos. – ¿Cuál de estas dos es más guapa? – La novata sintió que le fallaban las fuerzas. Kurtz había ganado la mano, siendo jodidamente listo. ¿De dónde coño había sacado eso?
- Yo soy esta. – Confesó, señalando hacia la que estaba a su izquierda, con la mujer formal y agradable.
- Guadalupe Verona… - Kurtz sonrió. – Alumna de matrículas, estudiante de la escuela de empresariales con beca, graduada cum laude, voluntaria en un comedor social de los suburbios del sector cuatro… - Pasó página y se entretuvo leyendo y dando una calada a su puro. Apenas unos segundos, pero en ese momento “Guadalupe” estaba apretando con fuerza los apoyabrazos de su silla. – Ha tenido dos novios y trabajaba en una tienda de mascotas.
- Aha… - Respondió nerviosamente. Por como sonreía ese cabrón parecía estar viéndola desnuda en ese preciso momento, o al menos, así era como ella se sentía.
- Y sin embargo, es Adalia la que tiene un tatuaje igual al tuyo. – Dijo el turco, mientras abría la otra carpeta, quedando una foto de la segunda mujer a la vista. – Y no es precisamente discreto: Un pájaro negro, un cuervo, supongo, cuyas alas y cola se extienden a lo largo de la espalda, como si fuesen llamas. Las alas llegan casi hasta el codo, y la cola baja por una pierna hasta la pantorrilla. Precioso, si quieres mi opinión. Yo también me puse algo de tinta en su tiempo, y tampoco fui discreto.
- Mi… Mi pobre hermana está…
- En el hospital, en coma. – Interrumpió el turco. – Un asalto en las poco seguras calles de Midgar.
- Y el tatuaje, ambas tenemos el mismo.
- ¿En serio? – Sonreía, y su incredulidad era notoriamente fingida, pero la novata seguía con la mirada hundida en la carpeta de “Guadalupe”. – Que poco le pega a una chica cum laude con solo dos novios en veintitrés años…
- Veintidós. – Corrigió. – Veintitrés tiene mi hermana mayor, Adalia.
- Perdón, fallo mío… Debería leer esto con más atención. A ver… Domicilio familiar en el sector ocho de la placa superior. – La miró a los ojos. – No está nada mal. Yo mismo vivo en los suburbios, pero porque me gusta la zona, y no me apetece una mudanza ahora.
- Ah…
- Mierda, sigamos: La agresión fue un miércoles, en los suburbios del sector cuatro.
- Eh… Mi hermana salía de juerga por esa zona. – Respondió a una pregunta que no había sido formulada.
- Claro, claro… ¿Un miércoles? Los miércoles no hay fiesta, salvo en zonas raras y para gente que tiene dinero para salir todos los días. La agresión fue hace dos años, y… - Se detuvo un instante. - ¿Dos años? Es decir, ¿acabaste la carrera con veinte? ¡Eres un genio, Guadalupe! – Hizo un gesto de disculpa por desvariar y siguió. – Alguien con veintiuno no suele poder pagarse una juerga miércoles, jueves, viernes y sábados. Y además, viviendo sobre la placa, igual no sabía que sitios abrirían los miércoles.
- Mi hermana tenía dinero. – Respondió la novata. – No lo quería mencionar, pero había trapicheado con droga. – Kurtz alzó las cejas, sorprendido.
- Todo un elemento, tu hermana, ¿no? – Preguntó, mientras se inclinaba sobre la mesa. Traviesa se sentía cada vez más arrinconada. - ¿Y vuestros padres? Una putada, seguro: Por un lado todo disgustos, por otro todo alegrías…
- Ya…
- Y tu hermana, agredida un miércoles cuando iba de fiesta… ¡Joder! Vivo casi al lado de esa zona y no se me ocurre ninguna zona de fiesta… - Kurtz clavó sus pupilas en ella y redujo su tono de voz, masticando las palabras y lanzándolas como si fuese una presa en torno al cuello de la novata. - Pero si varios comedores sociales…
- ¡Es cierto! Eh… No había ido de fiesta, sino que había venido a buscarme… Nuestros padres… Eh… Ellos no querían que me arriesgase sola, y… - Kurtz se levantó.
- Mira… Adalia. ¡O empiezas a cantar ahora mismo o vamos al hospital a la de ya a despelotar a tu hermana, a ver si tiene al pajarraco tatuado!
- ¡Oiga, no tiene derecho! Yo…
- No lo entiendes… - Kurtz se quitó el puro de la boca y puso su cara a escasos centímetros de la de su pupila. – Yo soy turco. Eso significa que sois todos los demás los que no tenéis derechos.
Adalia se quedó quieta. Sus ojos se tornaron vidriosos y empezó a notar un nudo en la garganta, pero logró sobreponerse. Alzó la vista y vio como el sargento se relajaba y se sentaba de nuevo en su silla. De un bolsillo interior de la chaqueta sacó una petaca, que ella aceptó gustosa. El vodka ardió por su garganta, pero abrió el camino para que le saliesen al fin las palabras.
- Lo primero, prométame que no se lo dirá a nadie. – Kurtz alzó las cejas al encontrarse con la exigencia y ella se dio cuenta, capitulando levemente. – Por favor se lo pido: No quiero que mis padres lo sepan, ni que lo sepa nadie.
- ¿No lo saben? – Kurtz estaba sorprendido. - ¿No saben que te has dado el cambiazo por tu hermana en coma?
- No: Ella siempre usaba ropa holgada, y yo les había escondido el tatuaje y los piercings durante toda la vida, de modo que les dolió creer que era yo la que tenía la vida truncada, pero no tanto como les dolería descubrir que quien está en coma es la buena hija.
- ¿Eso explica porque una mujer sobresaliente en los estudios deja todo para ingresar en el cuerpo de defensa como PM? – Preguntó el turco, sorprendido.
- ¡Por supuesto! Quería que no se repitiese lo que le pasó a “mi hermana descarriada”. – Kurtz sonrió. Esta vez era un gesto genuino y amistoso. Adalia se sintió incómoda, pero en cierto modo aliviada.
- Lamento lo que le pasó a tu hermana. – Dijo mientras cerraba las carpetas. – Puedes irte.
- ¿Qué? – La novata se levantó. Su cuerpo estaba tenso, como si estuviese a punto de golpear a Kurtz, pero se contuviese por miedo o respeto. Este la miraba en silencio, a la espera. - ¿Para qué mierda me ha hecho pasar por esto, señor?
- Te negaste a decirme tu nombre. – Respondió con voz tranquila.
- ¿Eso es todo? ¿Por esa mierda?
- ¿Te voy a confiar mi retaguardia en un tiroteo si no sé ni cómo te llamas? ¿Voy a depender de una mujer sin pasado y sin más distintivo que un apodo? ¿Voy a permitir que otro agente dependa de ti, sin conocerte? ¿Sin saber si eres de fiar?
- Creía que usted confiaba en mí, señor. – Respondió furiosa.
- Más que en el resto de la unidad, Adalia, pero alguien que se niega a dar algo tan básico, lo hace por algo. - La novata lo miró con los ojos enrojecidos por la ira, mientras apretaba los puños, sin embargo, suspiró y se dejó caer en la silla, relajándose.
- ¿Ahora qué puede usted confiar en mí, puedo yo confiar en usted?
- En mi entero apoyo y discreción.
- Perfecto. Tengo curiosidad por saber algo más de esas cicatrices…
- ¡No es una historia para reclutas, Travelo! ¡Y ahora levanta el culo de mi silla y lárgate a tu puta casa si es que tienes! ¡Esta noche el sargento pelo azul y tú tenéis una salida!





- ¡Pasa, mozo, pasa! - Paris saludo a Remache, el jefe de Han, que había salido a abrirle la puerta del taller. Junto a él estaba Chispa, una viejísima perra de ninguna raza en concreto, que lo seguía con aire cansado hacia la furgoneta. – ¿No queda ninguno más?
- Uno, pero ya lo iremos a buscar. – Respondió Paris, quitándose el casco y sacudiéndose el pelo.
- Ah, bien, bien. Me voy a casa, dale las llaves al chaval.

El viejo mecánico y su perra pasaron a su lado, camino de la camioneta que había estacionada ante el taller. Paris cerró tras él y llevó la moto despacio hacia el interior del lugar. Al fondo podía ver a Han bajando del elevador un coche blanco, de aspecto bastante destartalado.

- ¡Aleja ese objeto blasfemo de aquí! – Exigió el mecánico.
- ¿Qué?
- ¡La moto! ¡Ponla lo más lejos que te sea posible!
- ¿Qué cojones te pasa con mi moto? – Paris estaba confundido. ¿Cómo podía un amante de la velocidad odiar así una moto?
- Los motoristas sois todos unos maricas: Un cuerpo ligero, que necesite poca potencia y hala: ¡A correr! ¡No tenéis puta idea de mecánica! ¡No sabéis lo que es preparar un perfecto “cuatro ruedas” para hacerlo volar sobre el asfalto! ¡No sabéis lo que es competir!
- Eh… Yo aún no me he atrevido a pasar de sesenta. No la domino mucho, y tal… - El piloto se quedó en silencio, mirándolo sorprendido.
- ¿No? – Paris respondió negando con la cabeza. – Bueno… Al menos no tendré que mantener otra vez la típica discusión de mierda “motos contra coches”.
- ¡Pero si empezaste tú! – Protestó el asesino, pero el piloto ya había vuelto a sumergirse bajo el capó del coche blanco. Paris se acercó en silencio, recogiéndose el pelo en una coleta para no manchárselo e introdujo la cabeza a su vez, atento a ver si podía aprender algo que le sirviese para la moto.
- Como te oiga decir algo como “destartalado”, “viejo” o “cacharro”, te mato. – Murmuró Han. Paris asintió.
- ¿Qué coche es?
- Un Fenrir.
- ¿Cómo el que os atacó la otra vez? ¿El que tenías? – Han sonrió.
- Sí, pero este es un modelo anterior. Aunque también es bonito, ¿no? No tan ancho y agresivo como el otro, pero es un bastardo fuerte y poderoso. – Paris asintió. Estaba empezando a perderse. – Y tienen el mismo motor, pero el otro, el R34 lo tiene mejor optimizado, lo que significa tragar dos litros menos a los cien, y eso se nota.
- Aha…
- El motor es un RB26DETT, fabricado para Turk, pero rechazado, de modo que se vendió limitado electrónicamente como deportivo. Ya le he quitado el limitador y acabo de limpiarle de carbonilla el asiento de válvulas e instalar filtros nuevos.
- Entiendo… - Paris no entendía una mierda.
- Fliparías: En ese cubo tienes toda la que saqué y los filtros viejos. – Paris miró y vio un par de piezas raras, y un montón inmenso de suciedad. – También he mejorado el encendido, y tengo pedidos unos discos ventilados. Va a ser genial.
- ¿Y cuanta potencia va a ganar con los discos ventilados? – Han se levantó y lo miró con el rostro descompuesto. En ese momento Paris supo que su tiro a ciegas había salido por la culata.
- ¡Discos de freno, idioto! ¡Son ventilados para que se enfríen mejor y no se desgasten por las altas temperaturas y el rozamiento!
- Siempre se aprende algo… - Han sopesó en serio la llave inglesa que tenía en la mano, pero acabó por dejarla en el banco de trabajo que tenía a su izquierda, después de cerrar el capó del Fenrir.
- Me cambio y vamos a por Kurtz.
- Vale, te esperaré aquí…



Kurtz los esperaba. Estaba paseando a Etsu, y cuando vio llegar el deportivo subió corriendo a devolver a su alteza a su sillón y coger sus cosas. Como correspondía a un turco con una doble vida, incluía un arsenal decente, junto con el PHS, la cartera y las llaves de casa. Rellenó los cuencos de comida y agua del perro y se fue. El viaje hacia la casa de Rolf fue incómodamente silencioso. Han se negaba a hablar, centrándose en conducir y estudiar las sensaciones que le producía su coche nuevo, frustrado porque algún cabrón del depósito de coches le hubiese robado la radio. Paris, por otra parte, mantenía su habitual carácter taciturno, como siempre que subían hasta la superficie de la placa. Estaba sentado en medio del asiento trasero, mucho más pequeño e incómodo que el del Cavalier, con los ojos cerrados, escuchando música a volumen atronador con sus auriculares. A pocas calles de la casa del tirador, Kurtz tuvo que dar un grito para llamar la atención de sus compañeros.

- A ver, par de autistas. ¿Cuál es el plan?
- Eso es cosa tuya. – Respondió Han, sin dejar de mirar hacia la carretera.
- Si, Jonás. – Dijo Paris, alzando la vista. – Además, ¿necesitamos un plan?
- Bueno, al menos uno sabe de qué va esto. – Agradeció el turco. – Básicamente, es ir, saludar a Rolf, pedirle las llaves y charlar un rato. Por lo visto estamos algo tensos últimamente.
- ¿A qué hora habías quedado con él? – Volvió a preguntar el asesino desde el asiento de atrás.
- Dentro de quince minutos, así que vamos bien de tiempo. ¿Qué tal el coche, por cierto?
- Necesita un cambio de frenos, pastillas, un equipo de sonido y algo de mantenimiento, y voy a tardar un par de meses en tener esta suspensión al cien por cien, pero promete.
- Cuando lleguemos, yo me llevo este y tú el Cavalier.
- ¿Y por qué no vas tú en el pájaro? – Preguntó el piloto, molesto por tener que ceder tan pronto su nueva montura.
- Porque seguro que yo soy un piloto experto, capaz de controlar semejante bestia y evadirme si me reconoce alguna patrulla.
- ¡Si has llevado ese motor durante años! – Volvió a protestar Han.
- Con limitador. ¡De modo que no discutas, joder! ¡Llevo décadas conduciendo, así que sabré llevar un coche sin incidentes! Además, ¿de qué tienes miedo? ¿De qué lo arañe? – El piloto cedió con un gruñido, acabando el trayecto de peor humor.




- Pasad. La puerta está abierta. – Dijo la voz del tirador, desde el interfono del caro edificio. Kurtz respondió con una sonrisa a la cámara y un gesto a Paris y Han para que lo siguiesen. El segundo torciéndole el gesto a la lente, y el primero agradecido por volver a tener un techo sobre su cabeza.


Rolf los esperaba, cierto, y no solo por haberse citado con ellos. Llevaba meses pensando en este momento, sospechándolo, desde que acompañó a un atractivo asesino hasta la presencia del turco con peor reputación de la ciudad. El francotirador podía ser un hombre díscolo, vanidoso, lascivo, superficial y un millón de cosas más, pero por encima de todo, era un superviviente. Un hombre inteligente, dedicado a calcular riesgos, elegir una posición y defenderla. Y desde luego, aunque precoz, sabía lo suficiente para no fiarse de una sonrisa rodeada de cicatrices, una actitud impulsiva y aparentemente fácil de desentrañar y una cara bonita. Pulsó el botón que daba comienzo a su plan y corrió hacia la ventana, por la que llegó de un salto hasta el tejado de enfrente, a un metro de distancia y uno y medio más baja que su casa, desde el que trepó hasta el tejado del siguiente edificio, quedándose aproximadamente a la misma altura que el gran ventanal de su salón. Este estaba en una esquina de la estructura del edificio, de modo que el ventanal abarcaba dos paredes, dándole una espectacular vista panorámica de todo Midgar. Todo estaba preparado a la perfección: Había cronometrado el tiempo que tardarían en tener el ascensor, que había dejado en su piso, el veintitrés, y dejado sus cosas preparadas dentro de una de las chimeneas del edificio que usaría de nido, la cual, además, le daría una cobertura excelente.


- Pasad. Hay algo para picar y cervezas en el salón. Me reuniré con vosotros en cuanto salga del baño.

Paris y Kurtz saludaron, agradeciendo el detalle. Se pusieron cómodos, mientras Han recorría repisas y muebles con la mirada, buscando las llaves para abandonar el lugar cuanto antes. Se pusieron cómodos. La tele estaba encendida, con la retransmisión de un combate de artes marciales mixtas. Paris hizo algún comentario, sobre si lucharía ese Henton Jackson, antes de sentarse ante la tele y tomar un puñado de patatillas. Kurtz estaba paseando, de un lado a otro de la habitación, y también de un lado a otro de la mira de punto rojo de Rolf. El tirador estaba demasiado cerca como para usar la mira telescópica de su Farsight, de modo que la había cambiado por esta: Una simple lámina de plexiglás transparente con un punto rojo en el centro, con dos aumentos. Suficiente como para abatir a alguien a esa distancia con precisión. El problema era Han. Había colocado un temporizador en el cuadro eléctrico de su casa, que apagaría todas las luces en cuestión de segundos. Kurtz y Paris estaban perfectamente ubicados en el blanco, pero Han no. Ese cabrón no paraba de moverse de un lado a otro. Rolf tendría aproximadamente pocos segundos para disparar, y tras mucho meditarlo, Kurtz sería su primer objetivo. Los reflejos de Paris serían muy superiores, y saltaría a cubierto mucho más rápido, pero el turco tenía la mente táctica necesaria para sobrevivir y los recursos y los conocimientos para hacer que el resto de su vida fuese breve e infernal. Definitivamente, el turco debía morir a toda costa. Pero Han… Han podía salir con vida, delatar la ubicación de su casa, denunciarlo… Aunque Kurtz muriese, si los turcos obtenían una sola pista que apuntase hacia él… La imagen más halagüeña era la de su cuerpo mutilado y carente de vida, siendo devorado por las alimañas en una cloaca de la ciudad. El resto eran mucho peores. Sin embargo, Han lo había jodido todo. Él la había jodido por cabrear al piloto y predisponerlo en su contra, ya que él tenía que ser el primero en coger una cerveza, un puñado de aperitivos y coger el rincón más cómodo del sofá. Y la luz estaba a punto de apagarse…

- ¡Se acabó! ¡Voy a sacar a ese marica del baño y coger las putas llaves! – Gritó Han, mientras salía corriendo del salón.
- Me cago en tu dios… - Murmuró Kurtz levantándose, justo cuando las luces se fueron.

El ruido de cristales rotos inundó la habitación, seguida de los gritos de confusión que este provocó. No habían oído disparo alguno, pero las balas parecían seguirles por la habitación. Han estaba tirado tras la pared, mientras Kurtz reventaba la puerta del baño, lejos de la zona expuesta por el ventanal del salón. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, el piloto vio sorprendido como Paris colgaba del techo, con las manos apoyadas en una viga y los pies en la pared, como una extraña araña dorada.

- ¡Me cago en su puto dios! – Gritó Kurtz desde el baño. - ¡Una grabadora! ¡El chupapollas nos la ha jugado!

El turco escuchó en silencio las imprecaciones de sus compañeros, mientras su cerebro era un hervidero de actividad. Instintos entrenados durante años tomaron el control. Se echó al suelo y avanzó a rastras hasta la entrada de la sala. El tirador, desde su nido, buscaba y esperaba. Su mira tenía efecto de visión nocturna, y aún así no lograba ubicar a ninguno de sus objetivos. La propia mira, que mostraba el cuarto en una escala de verdes, no le permitía distinguir mancha de sangre alguna, y cadáveres, evidentemente, tampoco encontró. Se puso en la peor situación posible: Todos habían sobrevivido, o por lo menos algunos, ya que a sus auriculares seguían llegando algunos ruidos, y los buscaba frenéticamente en cada ventana de la casa.
Kurtz agarró el tobillo de Han, y cuando este se giró, con una blasfemia aflorándole en los labios, se encontró al turco llevándose el índice a los suyos. La orden era clara. Silencio. Rolf había preparado todo al milímetro, de modo que no sería raro que hubiese instalado micrófonos para ubicarlos. Se llevó la mano al pelo, haciendo un gesto de anuncio de champú que han entendió enseguida, respondiéndole con su índice, que apuntaba hacia el escondite de Paris. Cuando alzó la vista, se lo encontró con un gesto de fastidio. Una vez tuvo la atención de ambos, Kurtz gesticuló un mensaje, al que ambos respondieron con un asentimiento: Fuera de aquí. ¡Ya!

Rolf corría por la azotea, en busca de su segundo nido: Una cornisa desde la que podía ver su propia puerta.


- Joder, nos miran como si estuviésemos locos. – Protestó Han.
- Cierra la boca y sigue avanzando… O no te importará como cojones nos miren. – Respondió Paris.


Rolf murmuró una maldición: Se habían anticipado a ese gesto con algo que él no había calculado: En su caro edificio de lujo, el portero iba de piso en piso recogiendo la basura, cargándola en un contenedor de acero inoxidable con ruedas y dejándola fuera al final del día para que se la llevase el camión. Ahora esos hijos de puta lo habían cogido y avanzaban escondidos tras él, acabando con sus opciones, rodeados de civiles curiosos. Con el silenciador, su rifle no tendría la potencia suficiente como para atravesar el acero a esa distancia. Sin él, todo el mundo se alarmaría, y siendo esta una de las zonas más lujosas de la ciudad, la zona no tardaría en llenarse de PM. En un estado de excepción, seguro que enviarían a uno o dos de esos robots propulsados con hélices, y armados con ametralladoras vulcan de gran calibre. Definitivamente, no. Así no tendría opción alguna.



Rolf ignoraba cuanto tiempo había permanecido tumbado sobre el tejado, mirando hacia las estrellas. El dinero le sobraba y también las posibilidades de trabajo. Siempre había alguien que odiaba a otro alguien, o simplemente lo necesitaba muerto, y estaba dispuesto a pagar por ello. Aunque la verdad era que probablemente no necesitaría trabajar en absoluto. Fuera de Midgar podría entregarse al libertinaje hasta que la edad, la mala vida o las venéreas pusiesen fin a sus días. Viajaría en su propia moto hasta Kalm, donde conseguiría uno de esos apestosos chocobos y lo usaría para cruzar los marjales y evitar al famoso Zolom. Luego solo tendría que llegar a Junon, sobornar a un par de oficiales y desaparecer en la costa del sol, llenar el mundo de bastardos y asegurarse de dejar una huella imborrable en la que prometía ser una lista interminable de amantes exóticos y extranjeros. Si la cosa lo aburría, siempre podía seguir viajando: Cañón Cosmo, Ciudad Cohete, Wutai… Cualquier lugar, cualquier ciudad, cualquier vida. Podría comprárselas todas. Recogió el estuche para pesca donde estaba guardado el Farsight y sacó una gorra, con la que disimuló su rostro. Encontró la trampilla que daba al interior del edificio y forzó la cerradura. Descendió y salió, dando un rodeo hasta su casa. Al entrar se cruzó con el portero, que murmuraba acerca de los jóvenes energúmenos de hoy en día, que robaban hasta los contenedores de basura.
Cuando salió del ascensor aún sonreía. Sacó la llave y abrió la puerta, saboreando la idea que le hacía reírse del pobre portero: “Hace falta estar ciego de cojones para llamar joven a Scar Kurtz…”. Rolf pasó, cerró la puerta con llave y dejó el rifle dentro del armarito de la entrada, que localizó sin necesidad de encender la luz. Luego se dirigió hacia los fusibles, desactivando el interruptor temporizado y volviendo a dar luz eléctrica a la casa. Estaba pulsando el interruptor de la caja de fusibles cuando se dio cuenta: Han es joven, Paris es joven… Kurtz no iba con ellos.

- Has tardado dos horas en salir del baño, Rolf… Deberías comer más fibra. El corazón del tirador dio un vuelco. Empezó a girarse, necesitaba ver al turco ahí, ante sus ojos, para creerse que realmente se la había jugado. – ¡No! – Ordenó. - Si te mueves sin que te lo ordene, date por muerto. Si hablas y no es para responder a mis preguntas, date por muerto. ¿Has entendido?
- ¿Puedo respirar? – Preguntó con sorna.
- Interpretaré eso como un sí.

Kurtz se levantó. Rolf seguía de espaldas a él, con la caja de fusibles ante él. De un golpe le quitó la gorra, y le pasó la mano entre el pelo, buscando cualquier cosa. Rolf sintió el frío tacto de la pistola de Kurtz en la nuca durante medio segundo, lo justo para captar el mensaje: Ni parpadees. El cacheo que vino a continuación fue minucioso e intensivo. Kurtz encontró la Aegis Cort 26 que el tirador llevaba para imprevistos. Una versión de menor tamaño que una mano extendida, fácil de ocultar pero igual de efectiva. Rolf no pudo ver que hacía con ella.
Acabado el cacheo, Kurtz retrocedió paso y medio, ordenándole que avanzase hacia el salón. Allí, le ordenó tumbarse bocabajo en el sofá y pasar una mano entre las piernas y dejar la otra a la espalda. Sacó un juego de esposas y cerró las manos del tirador, una por delante y otra por detrás, encadenadas entre las piernas.

- A esto lo llamamos “el sobre”. Normalmente, lo que viene después implica porras, bates, tuberías o palanquetas, aunque supongo que tú serás cooperativo.
- No veo porque iba a serlo. – Respondió el tirador. – Te dispones a matarme. - Kurtz se sentó en el otro sofá, enfrente del tirador.
- Puedes sentarte, si encuentras el modo. Por cierto, para matar el rato estas dos horas, he encontrado un par de micros. – El tirador se revolvió hasta una postura más o menos bocarriba. Al volverse vio a Kurtz. Estaba en camiseta, y bajo ella podía reconocer el bulto de un chaleco de Kevlar.
- Joder… ¡El puto estado de excepción!
- Si: Tenemos que ir con el equipo estándar siempre: Chaleco, pistola, esposas y arma cuerpo a cuerpo. – Respondió el turco, cuya Aegis Cort apuntaba directamente a la cara del tirador. Rolf se fijó enseguida en un añadido del arma.
- ¿Silenciador? – Preguntó sorprendido. - ¿Puedes llevar silenciador?
- A veces hasta es una necesidad, para algunos trabajos que me tocan. – Respondió. – Pero te había dicho algo de no hablar.
- Dispárame entonces. – Bufó el tirador. – Se honesto: Me quieres vivo.
- ¿Por cuánto tiempo? – El rostro de Kurtz se desfiguró en una horrenda mueca de malicia, recordándole a Rolf algo en lo que él también había pensado: ¿Cuánto tiempo?
- No veo porque voy a decirte nada, Kurtz. – Desvió la mirada con desprecio.
- Porque merezco una explicación. – Respondió el aludido. – Los tres la merecemos.
- ¡No merecéis una mierda! ¡Yo me merezco la puta explicación! Además, si voy a hablar. ¿Por qué no están aquí los demás para participar de la “fiesta”? – Los ojos verdes del tirador se clavaron en Kurtz con ira, antes de abrirse en lo que se convirtió una mueca de burla. – Entiendo… Maldito santurrón, quieres ser el que se manche las manos, ¿verdad? Quieres ahorrarle a los demás el trabajo sucio, así ellos podrán ser héroes, mientras tú eres el que sacrificó su reputación y mantuvo el poder en la sombra. – Rió con evidente desprecio. – Conmovedor… Enormemente conmovedor. En la cocina tengo un cubo. ¿Me lo puedes traer para que vomite? – Kurtz se levantó y le pateó en el estómago. Luego se sentó lentamente. Su gesto impasible no se perturbó ni un ápice.
- No tienes puta idea de lo que significa ser el cuchillo en la sombra.
- Kurtz… ¡Soy asesino a sueldo! ¡Mato gente para que otra gente progrese o satisfaga sus bajos instintos! – Bufó en cuanto pudo recuperar el aliento.
- Bah… ¡No tienes ni puta idea! – Rolf se lo pensó unos segundos.
- Tienes razón: Tú lo sabes mejor. – El tono de Rolf se relajó, de la duda a una tranquilidad más honesta, y admitió no tener razón, sorprendiendo al turco. – De modo que quieres saber porqué he intentado mataros, ¿verdad?
- Si eres tan amable… - El sarcasmo de Kurtz no apartaba la pistola de su cara ni un segundo. Un movimiento en falso y Rolf estaría lleno de agujeros. Al menos, si iba a morir, mejor joder a esos hijos de puta.
- Os he descubierto. – Afirmó.
- ¿Ah, sí? ¿Tan torpes hemos sido?
- Casualidades, más bien. – Respondió ignorando el tono irónico del turco. – Aunque claramente, alguien como yo tiene que ser un perfecto estúpido para recibir la invitación de un turco para luchar contra Shin-Ra y no desconfiar.
- Recuerdo que Paris dijo que te sentías… “Romántico”, cuando aceptaste.
- Claro que sí. Uno siempre se siente melancólico cuando aprieta el gatillo contra alguien a quien… ¡Bah! – Bufó. – Que te vaya a contar como os descubrí no tiene que ver con esto. Esta historia es mía y solo mía. – Kurtz asintió, callándose para que prosiguiese. – Todo empezó a caer la noche que murió Darren, el hermano de Henton: Yo estaba jodidamente borracho, y Paris me llevó a su casa para que no tuviese que volver hasta aquí desde la Tower of Arrogance. Han dormía en la cárcel y tú volviste al cuartel de Turk para resolver lo que quedó del asunto de esos hijos de puta, como quiera que lo hicieses.
- Tú no me preguntas, yo no te miento. – Kurtz no quería airear temas que consideraba privados de su vida como turco. – Sigue.
- ¡Qué prisas! ¡Es mi canto del cisne! ¡Déjame llevarlo a mi ritmo! – Kurtz asintió, la pistola siguió quieta. – Ese día descubrí que Paris trabajaba para Shin-Ra, de modo que tú probablemente también estarías implicado. No tengo pruebas con Han, pero cuando le quise contar el asunto, me lo encontré con el PHS desconectado, y al no devolverme la llamada, asumí que se había reunido con vosotros, y mi hora se estaba acercando. Si él era un pringado fichado fuera, como yo, tendría que matarlo igualmente, las medias tintas no me servían.
- Solo nos queda descubrir cuando confirmaste que yo era tu enemigo.
- Esa me llevó dos pasos, los dos algo enrevesados, pero simples cuando puedes ver el puzle completo. Por un lado, en la habitación de Kowalsky, ese tal Fixer te hizo una pregunta muy concreta: ¿Existe el comandante Elfo Oscuro? Dijo confirmarlo, pero no compartió ese secreto con nosotros. La semana pasada, yo tuve un duelo, contra un hombre de mediana edad que disparaba con una precisión diabólica usando un rifle fabricado a mano, sin mira telescópica de ningún tipo. Un maestro, aunque bastante trastornado. En medio del duelo, perdió la paciencia y empezó a abrir fuego contra los transeúntes.
- Luchasteis cerca del Mercado Muro, ¿verdad? – Rolf asintió. La noticia corría entre los rumores populares, pero Shin-Ra aún no había dado confirmación oficial, ni confirmaría ningún incidente de ese estilo con todo el asunto del estado de excepción en vigor.
- De ese hombre me llevé una placa militar muy extraña: No tenía nombre, solo el tipo sanguíneo, y un apodo escrito: Pastor. En el reverso, estaba llena de pequeñas muescas y cortes. – La mirada de Kurtz se endureció, lo cual hizo sonreír a Rolf mientras avanzaba en su relato. – Me pregunté durante días que podían ser esas muescas hasta que me di cuenta: Palitos y puntos. Código Morse.
- ¿Y que ponía? – Kurtz mantenía la cara de póker, pero no servía para engañar a alguien que ya tenía toda la información necesaria.
- Ponía “99 Fantasma”. Existen miles de mentideros en la red de comunicación Shin-Ra acerca de esa unidad militar. Muchos de ellos leyenda, otros tantos más creíbles, pero casi todos coinciden en el nombre en clave de su líder: Elfo Oscuro. – Jonás negó con la cabeza, en un gesto que denotaba incredulidad. - ¿Puedo ver tu placa antes de morir, Kurtz?
- No tiene sentido: Yo también he leído al respecto y la información es clara en otro punto: La unidad se creó para la guerra de Wutai y se disolvió a su fin.
- Mentira. Si así fuese, tú no estarías haciendo black ops. ¿O me vas a volver a decir que las haces por un ansia de justicia social y defensa de los desvalidos? ¿eh? Venga… ¡Enséñame tu placa! ¿Cuál es tu nombre en clave? – Kurtz se recostó, sonriendo triste y vagamente.
- Tigre…
- ¡Que apropiado!
- Pero te equivocaste, Rolf. – Dijo el turco. – Soy turco, porque tras la guerra, y tras la noventa y nueve, había conseguido una serie de habilidades por las que Shin-Ra estaba dispuesta a pagar bien, siempre que las usase con el uniforme adecuado. Yo estaba tan cabreado que solo pensaba en el día a día, destrozando a hostias cualquier cosa que se interpusiese en mi camino.
- Seguro que sufrías mucho… - Se burló el tirador. – Rico y con carta blanca para mearte en los derechos de la gente.
- Habló el asesino a sueldo de buena familia…
- ¡Ouch! ¡Touché!
- Mi vida se volvió una mierda desde que una mina de fragmentación me rajó la cara, y eso solo fue el principio de lo que ves. – Se señaló a las cicatrices con un gesto. – Pero no, Rolf. El mundo se va a la mierda, y aunque nadie lo sepa, yo voy a ser padre en cuestión de muy pocos meses. Semanas, apenas. No quiero para mi hijo la misma mierda que tuve que tragar yo, o que se quede indefenso si le falto algún día.
- Realmente conmovedor… Lástima que no lo trague.
- ¡Créete lo que te dé la gana! – Jonás se enfureció. - ¡No te dejaré vivir para que cualquier día me vueles la cabeza y no pueda conocer a mi hijo! Simplemente, Rolf, no puedo permitírmelo. - Rolf le devolvió una sonrisa triste, comprensiva.
- Es lógico… Toda tu parte encaja, Jonás. Esa resignación, esa forma de asumir la violencia como algo normal que muestras cuando hablas de hacer operaciones sucias, o aceptas mancharte las manos… Yo he matado gente, y no es que esté orgulloso, pero conozco mis motivos y vivo con ello. - Levantó la vista, lentamente. - Pero tú, si es cierta la mitad de la mierda que circula sobre la noventa y nueve, te has follado a un país entero.
- ¿Y que falla? – Preguntó incómodo. Ya había revelado más de lo que quería, aunque Rolf tuviese los segundos contados.
- ¡Por favor! – Exigió indignado. – ¡Mi canto del cisne! ¿Recuerdas? – Kurtz hizo un gesto de disculpa, aunque evidenciaba que le daba igual. Rolf lo ignoró y se dispuso a proseguir. – Han está limpio. No tiene pasado en Shin-Ra, y aunque debería coleccionar denuncias por conducción temeraria, que saltarían a por él cuando lo cazaron la noche que murió Darren. Sin embargo, su historial delictivo está limpio como una patena. Probablemente Fixer estará detrás de eso. – Se recostó, regocijándose en su propia genialidad. – ¿No podrías darme agua? ¿O una de esas cervezas? Tengo algo de sed, de tanta charla. – Kurtz negó con la cabeza. - ¿Quieres oírme o no? – Esta vez el turco asintió, y su pistola ya no apuntaba a la cabeza del tirador, sino a su rodilla. – Entiendo: Eres un negociador implacable… Bien. ¿Por dónde iba? – Kurtz alzó una ceja. Eso parecía ser la última señal. – Paris… Paris es el que no encaja.
- ¿En qué? – Kurtz volvió a alzarse, interesado.
- ¿Qué cojones es el “proyecto Balance”?




Han esperaba aparcado en doble fila, a pocos metros de la puerta de casa de Rolf. Era noche cerrada, y llovía a cántaros. La lluvia era una experiencia poco habitual para un habitante de los suburbios, y al piloto lo frustraba enormemente no poder dar rienda suelta a sus ansias de probar al Fenrir con el desafío de un terreno mojado.

- Ahí vienen… Los dos. – Murmuró Paris. Han se giró. Ante sus ojos, Rolf se estaba empapando. Llevaba un abrigo puesto, y otro sobre las manos, que llevaba juntas por delante. El piloto supuso que ocultaría unas esposas. Kurtz iba detrás. El coche solo tenía dos puertas, de modo que Paris tuvo que salir para que entrasen. Primero Rolf, y cuando el joven rubio se disponía a ocupar la otra plaza del asiento de atrás, Kurtz lo retuvo y entró él. Encogiéndose de hombros, Paris se sentó de nuevo en el asiento del copiloto, cerrando la puerta.
- Arranca. – Han obedeció a Kurtz en silencio, incorporándose al tráfico.
- ¿A dónde vamos?
- A mi casa. Los cuatro. – Respondió Kurtz. El sonido de una pistola al ser amartillada acompañó a sus palabras. – Tenemos mucho de qué hablar. – Dijo mientras apoyaba cañón del arma en el respaldo del asiento de Paris.

5 comentarios:

Ukio sensei dijo...

Así es como se prende fuego al mundo! Así es como se escribe un relato de cinco estrellas! Os la he vuelto a jugar! ¿Por qué Rolf actúa como un gilipollas? ¡Joder! ¡Por motivos perfectamente lógicos! Os dí todas las putas piezas, y vosotros solo teníais que juntarlas. ¿Que se ve ahora que todo encaja? Venga, quiero ver que me decís a esta.

Por cierto, como véis, el escuadrón de Black Ops de Kurtz ya tiene nombre oficial.

Lucas Proto dijo...

Joder, estaría de la hostia que fuera un crossover y siguiera Noiry con la conversación en casa de Kurtz... El relato es muy bueno, pero deja ganas de mas.

Un error: Has puesto "El día que murio Henton" en lugar de su hermano.

Y no se que decir, dejaste el rastro de migas de pan y nadie supo seguirlo. Te gusta ser retorcido, pero sigo pensando que hay cosas que no estaban tan claras, alguna otra pista justo antes del embrollo hubiera estado bien. Igualmente muy bueno, el equipo A se tambalea.

Ukio sensei dijo...

Así es como se hacen las putas intrigas y deducciones, no como en Death Note, que se inventan que ya lo sabían todo sin dar los datos.

PD: A los frikis de los motores: El Fenrir R32 es un Nissan Skyline R32, y el dato del motor con limitador es cierto.

dijo...

Es esa sensación de "¡Lo sabía, en el fondo lo sabía! Pero no te das cuenta hasta que lo cuentan.

Es curioso, no me imaginaba el momento en el que algo pasase entre ellos, que hubiese algo que les enfrentara...El evento se acerca y esto se pone muy interesante.

Astaroth dijo...

Putamente genial. La verdad es que he estado muy descolgado de Azoteas y ni se me había pasado por la cabeza unir piezas, pero desde luego no se me hubiera ocurrido.

¡Joder! Un relato de la hostia.