jueves, 29 de octubre de 2009
Preparación del evento 200 relatos
Se acerca el relato número 200, gente, y vamos a ir preparando las cosas. Como ya sabemos los que hemos jugado al juego, Rufus ordena la instalación del Cañón de Junon en Midgar para defender la ciudad contra el posible ataque de un Arma. En el relato número 200 y los siguientes, escribiremos que hacen nuestros personajes durante este suceso, y el procedimiento será el estandar: El que escriba el relato número doscientos deberá contarnos que hacen todos sus personajes en ese tiempo, disponiendo las escenas como prefiera, y los siguientes serán "relatos de evento", en los que los demás haremos lo mismo. Estos relatos son simultáneos, y por lo tanto no tienen por que llevar enlace. Cuando acaben, el primer relato de fuera del evento se enlazará con el último del evento.
La regla de turnos también cambia, de modo que todos los turnos de evento se resuelven antes que los normales, atrasándose estos hasta que todos los participantes de azoteas hayan tomado parte en él.
Tras eso se retoma la normalidad.
El tema, como ya sabéis es la instalación del cañón, y esto no sucede en un chasquear de dedos. Por lo tanto, vamos a tomarnos nuestro tiempo. Vamos a suponer que ya han empezado las obras hace tiempo. En el relato 195, el cañón llega a Midgar, y en el 200 está ensamblado, pero no preparado del todo, de modo que aunque sigue el montaje, los andamios, soportes, obras, ruidos y todos los efectos y molestias, que deben verse reflejados en los relatos. Confío en vuestra habilidad, de sobra demostrada, para plasmar eso. Cualquier duda, ya sabéis...
Supongo que os habréis fijado en que he dicho "el que escriba el relato 200". Pues bien, he aquí la mala noticia. Noiry no va a ser. Ella misma nos contará los motivos cuando vuelva. Por lo tanto, reabrimos la votación, sin Noiry. Pero bueno... Se que esta, en cuanto esté libre, vuelve. Ella misma me lo dijo.
Si el ganador no se presenta en tres días, escribe el segundo
Además, cuando se postee el 200, haremos la clásica votación, con las categorías:
- Mejor escritor
- Mejor personaje
- Mejor relato (y subcategorías)
- Mejor relato dramático
- Mejor relato de terror
- Mejor relato cómico
- Mejor relato extraño
- Mejor relato de acción
- Mejor trama (secuencia de relatos con varios personajes que hace un solo escritor)
De modo que, solo quedan los agradecimientos: Muchas gracias a todos vosotros por acompañarme en este proyecto. Desde a los que habéis estado aquí desde el principio (Sinh, Noiry, Kite y Charlie, aunque Charlie no haya vuelto a escribir. Podría contar a Meph, que fue el primero en pedir turno, no me olvido), hasta los que habéis ido llegando con los años (unos 3, ya). Os estoy agradecido por participar, por compartir vuestras historias conmigo y por darme un lugar desde el que compartir las mías. Honestamente, creo y defenderé ante quien sea, que probablemente este sea uno de los grupos de fanfic de más calidad que haya. No seremos escritores, pero tampoco somos infames "fanfickers". Somos relateros, y somos cojonudos. Hemos cogido un mundo, pero le hemos dado una impronta personal, unos personajes, unas situaciones propias y en resumen, una especie de carisma universal. Ya no es el Final Fantasy VII. Es Azoteas.
Gracias, y espero teneros por aquí, mientras el meteorito no caiga... Y luego, ya veremos.
Ukio. Creador de Azoteas de Midgar.
lunes, 26 de octubre de 2009
Simplemente LOL
sábado, 24 de octubre de 2009
192
Kurtz entró bostezando en el ascensor. Había dormido poco y mal, dándole vueltas a la discusión entre el piloto y el francotirador, días atrás. No alcanzaba a imaginar hasta que punto había llegado, pero comprendía a Han. El piloto había renunciado a su posesión más preciada, el Fenrir conocido como “La Muerte”, para poder pagar la preparación de un coche para sus “juerguecitas”, coche que no podía usar fuera de las misiones. Y ahora, para colmo de males, Shin-Ra había contratado los servicios de uno de sus rivales directos, había preparado a “La Muerte” para correr a la velocidad de la luz y se lo había regalado. Poniéndose en su lugar, él mismo estaría pegando tiros y repartiendo hostias y puñaladas por doquier. Sin embargo, si se ponía en el lugar de Rolf… Bueno… ¿Quién cojones entendía a Rolf?
Al abrir se sorprendió al cruzarse con uno de los novatos. Un soplapollas cuyo nombre no recordaba, al que conocían simplemente como “Cremalleras”, porque tenía millones de ellas por todo el “uniforme”, menos la realmente necesaria en su puta bocaza. El turco, ya no un novato, se tuvo que recordar Kurtz a sí mismo, se estremeció al encontrárselo por sorpresa cuando se abrió la puerta del ascensor, pero la sonrisa maliciosa del veterano le hizo recobrar una forzada compostura, acompañada de una mirada de desprecio. Jonás no quiso seguir el juego. Ya bastante dormido estaba, ahora que madrugaba para ir cada día bien aseado y dar imagen de disciplina a sus polluelos, y hoy, además, había quedado.
- Hola, Clarisa. – Saludó a la recepcionista del piso dedicado al cuartel de Turk. – Tengo correo, ¿verdad? – La aludida lo miró fijamente, intrigada por tanta seguridad.
- Sí, señor Kurtz. ¿Cómo lo ha sabido? – La recepcionista era una mujer rellenita, con los cambios de humor propios de una menopausia que nadie mencionaba en su presencia.
- Instinto de veterano. – Rió el turco.
- Supongo que ese instinto le ha hecho venir media hora antes a por el correo… ¿Debería pasarlo por el scanner anti bombas? Tiene algo abultado dentro.
- ¿Buscando cosas abultadas en lugar de trabajar? – La mujer se quedó mirándolo con ira, quieta, como si un relámpago la hubiese fulminado allí mismo. Jonás se fue, sonriendo para sí y escuchando la respuesta de Clarisa mientras se cerraban las puertas del ascensor.
- ¡A mí no me mire! ¡Hablamos de su correo!
Han tenía unas ojeras que parecían llegarle a los pies. Él no era de madrugar, y le daba igual trabajar en el taller hasta las mil, con música puesta. Se concentraba, y el tiempo parecía dejar de existir, a veces hasta que Remache llegaba a primera hora para abrir, y lo encontraba dando los últimos toques a alguna reparación, o durmiendo en el cómodo asiento de la camioneta del taller, si se encontraba demasiado cansado como para ir a casa a dormir. Sin embargo, ahora ese cabrón de Kurtz lo había citado para primera hora de la mañana. De hecho, aún faltaban veinte minutos para que fuese “primera hora”. El piloto esperaba en una cafetería, leyendo el periódico de la noche anterior mientras sorbía el café más cargado que pudieron servirle sin tener que echar keroseno en la taza. Kurtz apareció finalmente por la puerta, llamándolo con un gesto de cabeza, para que pagase y saliese.
- ¿Qué horas son estas, tío? – Kurtz miraba detenidamente la cara del piloto, mientras este le hablaba. Había visto muchas películas de zombis, pero la cara de Han iba realmente mucho más allá.
- La única que tengo disponible, chaval, así que se siente. Ya dormirás en un rato.
- Bueno, pues que sea rápido… - Bostezó de nuevo. - ¿Qué quieres?
- ¿Qué cojones hace el coche ahí?
- ¡¿Qué?! –
- Sígueme, maldita sea…
Kurtz se había girado, guiando a Han poco a poco hacia una de las entradas del edificio Shin-Ra. Un gesto al vigilante y las luces rojas de las cámaras de seguridad se apagaron a su paso. El camino llevó a Han a lo largo de unos cuantos pasillos, hasta que el turco metió al piloto en un cuarto de baños perdido en las entrañas del edificio, destinado para minusválidos, con lo que no serían interrumpidos.
- Es una broma, ¿no? – Preguntó el piloto.
- ¡Hablo jodidamente en serio! ¿Qué cojones hace el coche ahí?
- ¡Qué conduzca el puto Rolf! – Respondió Han, reticente a alzar la voz, por miedo a oídos indiscretos.
- ¿Qué cojones pasa con Rolf?
- ¡Eso quisiera saber yo! – El piloto esperó unos segundos, pero el turco seguía mirándolo fijamente, esperando una respuesta. - ¿No lo sabes? Por lo visto le dio un ataque, o algo. Hace poco participó en un duelo, contra otro tirador, y Daphne se quedó toda jodida, por…
- ¿Quién es Daphne?
- ¿Daphne? Joder, la amiga de Rolf y Kowalsky, la del pelo rubio y rosa. Estaba con Kowalsky y su novia cuando los saqué del hospital. – Kurtz asintió.
- Si, Steffan, el travelo.
- Transexual. – Corrigió Han. Kurtz se desentendió con un gesto.
- Sigue. – Ordenó, con un tono implacable que no dejaba margen a oposición alguna.
- El caso es que me llevo con Daphne. Es una tía maja, y tal. Intentó evitar que Rolf fuese al duelo, pero no lo consiguió, y cuando le fue llorando, para decirle lo asustada que había estado, Rolf se rió en su puta cara, llamándola “engendro”.
- ¿Estabas ahí?
- ¡Joder si estaba! La hostia que se llevó el cabrón no la vio venir. Luego, el hijoputa sacó una pistola y nos amenazó. Me echó en cara que conduzco solo porque él paga… Me jodió la hostia.
- ¿Te insultó sin más? ¿Seguro? – Kurtz estaba intrigado, desde luego, la actitud del tirador no era normal en absoluto.
- Recuerdo sus palabras: Si fueses mínimamente inteligente, tendrías un grupo decente, un coche propio y quizás incluso una mujer de verdad.
- Y todo eso mientras te apuntaba con una pistola… Pues si. Entiendo que te cabreases, pero no puedes dejar el coche ahí, Han. Nos pones en peligro a todos.
- Tiene matrículas “limpias”, me he cuidado de eso, pero no puedo sacarlo. Dejé las llaves en el buzón del marica.
- Mierda… Llamaré al rubio. Esta noche nos toca ir a sacar el coche y arreglar esto.
- ¡No quiero arreglar una mier…!
- ¡No seas idiota! ¿No te das cuenta? – Lo increpó el turco, encarándolo. Pese al tono autoritario de su voz, esta vez no había amenaza en él. - ¿No recuerdas por qué hacemos esto? ¿Qué sacamos a cambio? – Preguntó. - ¿Vas a dejar a toda la puta ciudad tirada por un pique?
Han no respondió. Se quedó mirando a Kurtz fijamente, en silencio, pero sus gestos lo traicionaron. El turco tenía razón. Se giró para ir a lavarse la cara, teniendo que agacharse, ya que el lavabo estaba a la altura de una persona en silla de ruedas.
- Vale, pero quiero una explicación.
- Todos la queremos. – Dijo Kurtz, mientras abría la puerta. – Y ahora…
- No, antes responde a mi pregunta. ¿Es una broma?
- ¡No, joder! ¡Hablo en serio! ¿Es que no te enteras?
- No, idiota. ¡El baño! ¿Siempre hacéis los “interrogatorios” en un baño de minusválidos? ¿Es para que el interrogado se haga a la idea de cómo va a ser su vida?
- Eso solo cuando el interrogado tiene suerte.
Han salió primero, y esperó incómodo en el pasillo a que el turco le tomase la delantera. Lo siguió hasta la recepción, donde decenas de ciudadanos madrugadores y responsables intentaban cumplimentar trámites administrativos antes de que se llenase el edificio a media mañana de gente que pedía un visado para abandonar la ciudad o para traer a sus parientes. Unos creían que estarían más seguros en Midgar, otros creían que estarían mejor fuera, pero todos estaban de acuerdo en que en algún refugio tenían que estar como ese pedrusco celeste cayese.
El turco se metió detrás de las oficinas donde los burócratas trabajaban, seguido por el piloto, cuyos ojos volaban de un lado a otro, cada vez más nervioso. A su alrededor todo eran miradas de desconfianza por parte de funcionarios y guardias, y cámaras de vigilancia. Entraron en un ascensor, Kurtz giró una llave en los mandos, haciendo que el ascensor bajase hasta el último piso de la lista, al nivel del suelo de los suburbios. Cuando las puertas se abrieron, los ojos del piloto se abrieron más aún. Allí había coches. Muchos coches. Una cantidad obscena de vehículos, requisados, confiscados, decomisados, robados… Han no tardó en darse cuenta de que no había coches de lujo, todos eran de tipo medio.
- Todo es chatarra…
- Si. Los buenos se venden bajo mano. Normalmente tenemos incluso una lista de espera. – Respondió el turco, con la mirada perdida entre los coches.
- Y… me traes aquí, ¿para? – El piloto tenía en los ojos el brillo nervioso de un niño pequeño minutos antes de su fiesta de cumpleaños.
- Evidentemente, para darte un regalo. He logrado reservarte uno, pero lo tienes que pagar tú.
- ¿Y cual es?
Han saltó sobre un utilitario gris y algo desvencijado, mirando a su alrededor en busca de un coche para él. Su coche. Algo que tenía que llamarlo. Kurtz había sido su copiloto, de modo que conocía sus gustos y su agresividad, por no hablar de su reputación. Tenía que ser un coche fuerte, pero también exigente. Algo que tuviese que domesticar, pero nunca del todo, dejando un margen de salvajismo para que la máquina pudiese rugir y dominar la carretera como un soberano implacable. Sin embargo, también estaba el cambio experimentado al volante del “pájaro”. Ahora no era cuestión de perseguir y cazar, sino de volar. Ser su el propio enemigo de uno mismo, volar con las propias alas de uno, hasta un lugar más allá de la gravedad, el tiempo o el universo. Sin embargo, un coche capaz de eso tenía que ser algo que no destacase, un diamante en bruto, lo suficientemente poco lujoso como para que ningún millonetis untase a un par de seguratas para llevárselo de noche. Han pensó todo esto con los ojos cerrados. Los abrió y giró, mirando a su alrededor, y deteniéndose en seco.
Kurtz mientras tanto, se entretenía viendo al piloto. Su extraño comportamiento le hacía gracia, y a la vez lo intrigaba. Sin embargo, no tenía duda de que acabaría por acertar.
- Tiene que ser este. – No había ninguna excitación en su voz, sino que pronunció las palabras con la calma de quien afirma algo evidente y natural, como el día, el viento o la lluvia. – Fue corriendo por encima de cochambrosos sedanes y berlinas viejas hasta detenerse delante de un cupé de unos veinte años de antigüedad. Tenía varias abolladuras, y muchos desconchones en su pintura blanca, sucia y deslucida.
- ¿Estás seguro?
- ¡Es un Fenrir R32! – Han había desaparecido tras el coche, acariciando con los dedos el desconchón donde habían arrancado una insignia. – No solo eso: ¡Es el GTR! ¡Este coche aquí es como un dios caminando entre cucarachas! – De repente, su semblante se puso serio. - ¿Cuánto te ha costado? – Kurtz respondió arrojándole un sobre de color marrón, grande, que llevaba escondido bajo el chaleco de kevlar. En él, Han reconoció el bulto de los dos juegos de llaves, pero los ignoró, sacando un documento con varios sellos oficiales de Shin-Ra, que estudió con gran concentración. Kurtz no pudo evitar reírse de su cara de sorpresa.
- No es tan raro. Nadie puja contra un turco.
- ¿Cien giles?
- Lo podría haber tenido por uno, pero hay puja mínima.
- ¡Joder, casi me parece insultante para esta belleza!
- Págame lo que creas… - El turco se encogió de hombros, riendo. Han le lanzó un juego de llaves, que casi se le cae al pillarlo desprevenido.
- Entra, pon punto muerto y ábreme el capó.
- Oye, que yo tengo que entrar a trabajar… - Se defendió Kurtz.
- Si, si, si, si, sin problema… Solo será un minuto… - El piloto parecía poseído, mirándolo desde delante del capó con la impaciencia ardiéndole en el rostro.
Lo que pasó entonces ante los ojos de Jonás le causó una impresión sobrecogedora: Un deja vú, una experiencia ya vivida antes, muchos años atrás, ante un general de Wutai, al que tuvo el honor de contemplar practicando la ceremonia de té. Han echó un vistazo detallado a la superficie del motor, antes de extraer la varilla del aceite y examinarla con atención para luego devolverla a su sitio. Vio la sonrisa nerviosa en la cara del piloto, que tuvo que esforzarse por apartar la vista de la bestia mecánica para pedirle que arrancase. El estruendo del motor se dispersó por el aire como una onda expansiva, rápido y atronador. Han lo estuvo observando vibrar, mientras hacía gestos a Kurtz para que acelerase. El aceite estaba algo seco, probablemente el coche no lo habían arrancado en más de una semana, pero no lo suficiente como para dañar la maquinaria. Luego el piloto rodeó el coche, mirando el humo que salía del escape. Un poco negruzco, síntoma de que el motor quemaba aceite. Habría una fuga en algún lugar. Volvió al motor, indicando al turco que apagase.
- ¿Te gusta? – Preguntó este cuando iba a salir del coche, pero se detuvo ante un ademán del piloto, que estaba sacando una navaja multiusos de un bolsillo.
- Casi perfecto… - Dijo sumergiéndose tras el capó. Kurtz oyó un chasquido y un murmullo de satisfacción.
- ¿Qué acabas de hacer?
- Tú arranca.
Si antes el motor sonó como un trueno en una llanura, esta vez su intensidad sorprendió al turco, que soltó el acelerador de golpe. El capó bajó, y tras él apareció Han con una sonrisa de depredador y algo amarillo en la mano.
- ¿Qué es eso?
- En el ochenta y tres, un grupo de ingenieros de Shin-Ra propuso cambiar el coche oficial para Turk, cambiando el clásico Supreme por el Fenrir, mucho más potente y agresivo. Sin embargo, se rechazó por varios motivos. – Dijo mientras hacia un gesto al turco para que dejase libre el asiento del piloto. – El principal era que la imagen del Supreme se había hecho conocida, y su presencia solía causar la incomodidad que Turk deseaba. También se habla de la reticencia de los propios turcos, satisfechos con sus modelos, aunque las malas lenguas dicen otra cosa.
- Sorpréndeme…
- En el maletero de un Supreme caben más personas. – Respondió el piloto, exhibiendo una mueca macabra. - ¿Es cierto?
- Secreto de estado. – Se burló el turco. – ¿Y mi pregunta?
- Ah, si… Esto. El Fenrir tenía un diseño cojonudo, y decidieron venderlo como coche de lujo. La edición GTR tiene exactamente el mismo motor que ofrecieron a Turk, pero con esto. – Dijo poniendo la pieza a la vista. – Un limitador. Ahora, si me disculpas, tengo quinientos caballos a los que hacer correr juntos por primera vez en su vida.
- ¿No te estás lanzando? – El turco recobró la seriedad.
- Esta misma noche estaré corriendo. – Aseveró el piloto.
- Esta misma noche estaremos resolviendo la que Rolf y tú habéis liado. Luego… Ya veremos.
Kurtz entró en las dependencias de Turk con el tiempo justo para lo que tenía pensado. Él mismo quería ser riguroso con la puntualidad y la disciplina, a ver si lograba inculcarles algo, lo que fuese, a esa panda de desgraciados. Encontró a Maravloi, tal como contaba con verlo, esperándole delante del cuchitril que le habían asignado como despacho, sosteniendo un portapapeles bajo el brazo, que le acercó en cuanto Kurtz estuvo junto a él.
- Aquí no. Dentro. – Indicó mirando a su alrededor para incitar al novato a ser discreto. Este imitó su gesto, un tanto preocupado por la posibilidad de estar metiéndose en problemas, antes de seguir a su instructor a su despacho y cerrar la puerta a sus espaldas. Dentro, Kurtz tomó el portapapeles y hojeó su interior, alzando sus cejas en un gesto de sorpresa que se convirtió en una especie de sonrisa inquietante, enmarcada en sus retorcidas cicatrices. Sacó dos sobres, del interior, tirándolos sobre su mesa y dejó uno dentro.
- Señor… ¿Usted no quería…?
- Tengo lo que quiero. El de Van Zackal es para ti. – La cara de perplejidad de Maravloi no cambió. – Mariflori, sabes de sobra que aquí se están formando dos bandos. Por un lado están Cagarruta y Travelo, que aunque soy un cabrón, parecen haberme cogido cariño. Por otro están los demás, y luego en medio estás tú.
- ¿Y? ¿No puedo querer mantenerme al margen?
- Puedes… ¿Pero cuánto durará eso? ¿Hasta que uno de los veteranos crea que eres un niñato y pase de protegerte para salvar su culo? ¿Hasta que los niñatos te apliquen la de “con nosotros o contra nosotros”?
- ¿Harían eso? ¿Me…?
- ¿Matarían? No. Matar a un turco es condenarse a uno mismo. Pero… - Kurtz dejó la respuesta en el aire, pero el novato no tardó en cogerla.
- No tienen porque apretar ellos el gatillo. ¿Cierto? Y quedarán libres. – El instructor asintió. – Aún así, sigo sin ver a Van Zackal yendo tan lejos. Y… - Tragó saliva. Se sentía asustado, pero tenía la sensación de que Kurtz no le iba a pegar. No por decir la verdad. – A usted sí.
- A mí ya me conoces: Pandillero violento, licenciado con deshonor, y un historial de tanganas más grande que tu casa. Sé todo lo que necesito saber sobre ese cabronazo de Van Zackal. Ahora quiero que tú sepas donde estás entrando. – Maravloi lo miró en silencio, serio y meditabundo. Siempre adoptaba la misma postura cuando se detenía a pensar, Kurtz lo consideraba un defecto. Era como mostrar sus cartas, hacer saber al adversario que dudaba. Cuando eres un cabrón trajeado, no dudas: Golpeas, y mientras vas pensando algo.
- Lo estudiaré detenidamente, señor. Gracias por la advertencia. – Kurtz le abrió la puerta, y la cerró cuando se hubo ido.
El entrenamiento transcurrió con la rutina habitual: Tiro, asalto a zonas de conflicto, un edificio semiderruido que conservaban en la zona de entrenamiento, algo de lucha contra monstruos… Si se ponían, o veían una amenaza demasiado directa, eran capaces de actuar como una unidad: Cubrirse, pasarse cargadores o coordinar ataques, pero solo unos cuantos. La mayoría simplemente esperaban ansiosos, murmurando algo sobre la segunda parte del entrenamiento. Por lo visto, Van Zackal iba a llevarse a algunos de sus “elegidos” de juerga, a “patrullar la noche”. El veterano había decidido no ser compasivo, y al día siguiente tendrían que estar allí a las seis y media de la mañana, aunque se veía venir que su “patrulla instructiva” no acabaría hasta bien entrado el día siguiente.
- Señor… ¿Puedo hacerle una pregunta? – El que se había acercado a él era Margarito: Mario Seranzolo, un figurín anoréxico al que había pillado varias veces vomitando el rancho. Tenía un aspecto desastroso: Su debilidad apenas le permitía aguantar la carabina MF22 estándar, y movía mal el brazo derecho por los golpes del retroceso. Además, los restos de pólvora tan fijos en su cara confirmaron a Kurtz sus sospechas: Usaba base de maquillaje.
- Pregunta, Margarito, y serás respondido.
- Sé que usted me odia, pero…
- ¿Te qué? – Kurtz tuvo que aguantarse la risa, y no lo logró del todo. - ¿Qué yo te odio?
- Señor, seamos serios: Me tiene en el último puesto de la lista, me mira con desprecio y hace mofa de mí.
- Vale, Seranzolo. Voy a ser serio: Lo primero es que me dan igual tu maquillaje, tus esteticiennes o como mierda se diga, y tus manías, que no querría para mí mismo ni bajo tortura. Pero no te odio especialmente, sino que te desprecio igual que a los demás cachos de mierda.
- ¡Usted no es igual con todos! ¡Kaluta, Traviesa o Gertschen reciben trato de favor, los favoritos, de la primera fila!
- Ellos son distintos: Ellos vivirán. – La insinuación de Kurtz, junto con la dejadez con la que fue pronunciada, logró estremecer al novato.
- Vi… ¿Vivirán? Entonces nosotros…
- Vosotros lo lleváis claro: No sabéis defenderos, apenas sois capaces de resistir un par de golpes, desenfundar rápido un arma, responder a una amenaza o venir prevenidos.
- ¡Somos turcos! ¡Nadie ataca a los turcos! El sargento Van Zackal…
- El sargento Van Zackal es una estrellita del pop que se dedica a pavonearse por los clubs molones de la placa superior. Nadie le ataca, todos le admiran, y si alguien le hace algo, él saca una pistola y grita cuatro amenazas ingeniosas mientras le vuela la rótula a algún desgraciado. ¡Y tú no eres turco! ¡No mientras no acabe la puta instrucción!
- Si, pero se deja ver. Es una presencia continua del orden y de su fuerza, y con ello disuade a los delincuentes de actuar. – Argumentó el novato.
- Eso te ha dicho, ¿no? ¿Te ha contado cuantas veces ha patrullado bajo la placa el último año? ¿Cuantas operaciones de riesgo ha tenido que realizar? ¿Redadas? ¿Asaltos?
- Para esas cosas está SOLDADO… - Eso enfureció al infante aerotransportado que vivía dentro de su sargento.
- ¿SOLDADO? ¿Los putos SOLDADO? ¿Los “llevo una espadita y me convierten en un monstruo de feria para ganar una guerra a base de propaganda”? ¿Esos soldado?
- Eh… Si, señor.
- ¡Mierda, Margarito! ¿Tú no te enteras?- Se detuvo un momento, recordando que la información acerca de los Soldados que se volvían locos era clasificada. – Vas a durar menos que una cucaracha en un microondas. Tú, y toda esa panda de vedettes, furcias, posers, modelos y estrellas del pop.
- Con el debido respeto, eso está por ver, señor. – “Parece que míster maquillaje tiene huevos”, pensó el sargento.
- Si, por ver. Si me equivoco, seréis turcos. Si te equivocas tú, seréis pasto de los gusanos. Como te veo cansado y seguro de tus posibilidades, no tienes por que seguir entrenando si no quieres.
El novato parecía a punto de responder, pero Kurtz se fue, volviendo a prestar atención al entrenamiento de los demás, corrigiendo errores a gritos y tomando su fusil, cargado con balas de goma, para emboscar a un grupo de novatos que se dedicaban a actuar como si estuviesen en una puta peli. Mientras se marchaba, el recluta Seranzolo se dejó caer sobre unos escombros, sentándose con la mirada perdida que iba desde su propio fusil hasta sus compañeros, algunos de los cuales dejaron de entrenar para ir a sentarse con él. Estuvo tentado de hablarles de su conversación con el sargento, pero alguien sacó un PHS y puso música, y otra persona empezó a hablar de que ropa se pondría para esa noche. De ese modo, el recluta Seranzolo se dejó arrastrar de nuevo a una vida cómoda y cálida, lejos de soldados, armas de fuego y amenazas proferidas por ex-militares paranoides.
Kaluta esperaba solo en el gimnasio, trajeado y polvoriento por la sesión de tiros, aunque contento. Ahora tocaba posar con el modelito, pero antes tendría media hora para poner en aprietos al sargento. Sin embargo, no dejaba de mirar el reloj: Kurtz estaba llegando tarde.
- ¡Cagarruta! - El novato levantó la cabeza, buscando a quien le había llamado. Encontró a la tal Yvette, la rubia que se quedaba intercambiando golpes con Kurtz cuando ellos se iban con Van Zackal.
- ¡Tú no puedes llamarme así!
- Lo siento… Es fácil acostumbrarse a él. – Se subió al ring, dejando una bolsa de deportes a un lado. – Tu sarge me ha dicho que sea tu anfitriona, que él
hoy no puede.
- Me debe una pelea. – Murmuró molesto el novato.
- Conseguir una pelea con Scar Kurtz es más fácil que mojarse en una piscina descubierta, un día de lluvia intensa, así que yo me preocuparía por problemas más inmediatos… Cagarruta.
- ¡Me cago en tu p…! – Se contuvo justo a tiempo. Los soldados de élite están entrenados para dar siempre buena imagen y no ser malhablados.
- Cagarte si que te vas a cagar encima, pero mientras seas novato, te quedas el apodo. – Dijo mientras lanzaba los primeros golpes contra Kaluta, cogiéndolo desprevenido. - ¡Cagarruta!
Una suerte de intuición hacía que Traviesa se encontrase inquieta en ese momento. Abrió la puerta, y un suave torrente de música salió: Rock melódico y potente, cantado con una voz desgarrada. Dentro de su despacho, por llamar a ese agujero hediondo de alguna forma, el sargento revisaba papeles, y sin levantar la vista, le hizo un gesto con la mano para que se acercase, mientras cerraba dos carpetas de cartulina marrón y las colocaba bocabajo.
La novata se sentó en la silla metálica sin la sonrisa de seguridad que la había caracterizado, mientras Kurtz levantaba la cabeza, llevándose un puro a la boca y encendiéndolo relajadamente.
- ¿Tu nombre, recluta?
- Traviesa, señor. – Kurtz miró por encima de ella, comprobando que la puerta estaba bien cerrada.
- Mira, no sé si me han puesto bichos en el despacho, pero puedes contar con mi discreción. ¿Nombre?
- Bich… Ah, micros. – Susurró al darse cuenta. – Traviesa, señor. – Kurtz sacudió la cabeza en un gesto de negativa. Respuesta equivocada.
- Entonces, Traviesa… - Dijo mientras daba la vuelta a ambas carpetas. Cada una de ellas tenía una foto de una mujer morena sujeta con un clip. Las fotos estaban a la vista, y las mujeres eran tan parecidas como diferentes. De aproximadamente la misma edad, complexión y por lo que parecía, familia, una de ellas llevaba el pelo castamente recogido, y una sonrisa agradable que se reflejaba en sus brillantes ojos marrones. La otra tenía una mueca de asco y desprecio, con el rostro maquillado para hacerlo más pálido, los labios pintados de negro y una cantidad inmensa de sombra de ojos. – ¿Cuál de estas dos es más guapa? – La novata sintió que le fallaban las fuerzas. Kurtz había ganado la mano, siendo jodidamente listo. ¿De dónde coño había sacado eso?
- Yo soy esta. – Confesó, señalando hacia la que estaba a su izquierda, con la mujer formal y agradable.
- Guadalupe Verona… - Kurtz sonrió. – Alumna de matrículas, estudiante de la escuela de empresariales con beca, graduada cum laude, voluntaria en un comedor social de los suburbios del sector cuatro… - Pasó página y se entretuvo leyendo y dando una calada a su puro. Apenas unos segundos, pero en ese momento “Guadalupe” estaba apretando con fuerza los apoyabrazos de su silla. – Ha tenido dos novios y trabajaba en una tienda de mascotas.
- Aha… - Respondió nerviosamente. Por como sonreía ese cabrón parecía estar viéndola desnuda en ese preciso momento, o al menos, así era como ella se sentía.
- Y sin embargo, es Adalia la que tiene un tatuaje igual al tuyo. – Dijo el turco, mientras abría la otra carpeta, quedando una foto de la segunda mujer a la vista. – Y no es precisamente discreto: Un pájaro negro, un cuervo, supongo, cuyas alas y cola se extienden a lo largo de la espalda, como si fuesen llamas. Las alas llegan casi hasta el codo, y la cola baja por una pierna hasta la pantorrilla. Precioso, si quieres mi opinión. Yo también me puse algo de tinta en su tiempo, y tampoco fui discreto.
- Mi… Mi pobre hermana está…
- En el hospital, en coma. – Interrumpió el turco. – Un asalto en las poco seguras calles de Midgar.
- Y el tatuaje, ambas tenemos el mismo.
- ¿En serio? – Sonreía, y su incredulidad era notoriamente fingida, pero la novata seguía con la mirada hundida en la carpeta de “Guadalupe”. – Que poco le pega a una chica cum laude con solo dos novios en veintitrés años…
- Veintidós. – Corrigió. – Veintitrés tiene mi hermana mayor, Adalia.
- Perdón, fallo mío… Debería leer esto con más atención. A ver… Domicilio familiar en el sector ocho de la placa superior. – La miró a los ojos. – No está nada mal. Yo mismo vivo en los suburbios, pero porque me gusta la zona, y no me apetece una mudanza ahora.
- Ah…
- Mierda, sigamos: La agresión fue un miércoles, en los suburbios del sector cuatro.
- Eh… Mi hermana salía de juerga por esa zona. – Respondió a una pregunta que no había sido formulada.
- Claro, claro… ¿Un miércoles? Los miércoles no hay fiesta, salvo en zonas raras y para gente que tiene dinero para salir todos los días. La agresión fue hace dos años, y… - Se detuvo un instante. - ¿Dos años? Es decir, ¿acabaste la carrera con veinte? ¡Eres un genio, Guadalupe! – Hizo un gesto de disculpa por desvariar y siguió. – Alguien con veintiuno no suele poder pagarse una juerga miércoles, jueves, viernes y sábados. Y además, viviendo sobre la placa, igual no sabía que sitios abrirían los miércoles.
- Mi hermana tenía dinero. – Respondió la novata. – No lo quería mencionar, pero había trapicheado con droga. – Kurtz alzó las cejas, sorprendido.
- Todo un elemento, tu hermana, ¿no? – Preguntó, mientras se inclinaba sobre la mesa. Traviesa se sentía cada vez más arrinconada. - ¿Y vuestros padres? Una putada, seguro: Por un lado todo disgustos, por otro todo alegrías…
- Ya…
- Y tu hermana, agredida un miércoles cuando iba de fiesta… ¡Joder! Vivo casi al lado de esa zona y no se me ocurre ninguna zona de fiesta… - Kurtz clavó sus pupilas en ella y redujo su tono de voz, masticando las palabras y lanzándolas como si fuese una presa en torno al cuello de la novata. - Pero si varios comedores sociales…
- ¡Es cierto! Eh… No había ido de fiesta, sino que había venido a buscarme… Nuestros padres… Eh… Ellos no querían que me arriesgase sola, y… - Kurtz se levantó.
- Mira… Adalia. ¡O empiezas a cantar ahora mismo o vamos al hospital a la de ya a despelotar a tu hermana, a ver si tiene al pajarraco tatuado!
- ¡Oiga, no tiene derecho! Yo…
- No lo entiendes… - Kurtz se quitó el puro de la boca y puso su cara a escasos centímetros de la de su pupila. – Yo soy turco. Eso significa que sois todos los demás los que no tenéis derechos.
Adalia se quedó quieta. Sus ojos se tornaron vidriosos y empezó a notar un nudo en la garganta, pero logró sobreponerse. Alzó la vista y vio como el sargento se relajaba y se sentaba de nuevo en su silla. De un bolsillo interior de la chaqueta sacó una petaca, que ella aceptó gustosa. El vodka ardió por su garganta, pero abrió el camino para que le saliesen al fin las palabras.
- Lo primero, prométame que no se lo dirá a nadie. – Kurtz alzó las cejas al encontrarse con la exigencia y ella se dio cuenta, capitulando levemente. – Por favor se lo pido: No quiero que mis padres lo sepan, ni que lo sepa nadie.
- ¿No lo saben? – Kurtz estaba sorprendido. - ¿No saben que te has dado el cambiazo por tu hermana en coma?
- No: Ella siempre usaba ropa holgada, y yo les había escondido el tatuaje y los piercings durante toda la vida, de modo que les dolió creer que era yo la que tenía la vida truncada, pero no tanto como les dolería descubrir que quien está en coma es la buena hija.
- ¿Eso explica porque una mujer sobresaliente en los estudios deja todo para ingresar en el cuerpo de defensa como PM? – Preguntó el turco, sorprendido.
- ¡Por supuesto! Quería que no se repitiese lo que le pasó a “mi hermana descarriada”. – Kurtz sonrió. Esta vez era un gesto genuino y amistoso. Adalia se sintió incómoda, pero en cierto modo aliviada.
- Lamento lo que le pasó a tu hermana. – Dijo mientras cerraba las carpetas. – Puedes irte.
- ¿Qué? – La novata se levantó. Su cuerpo estaba tenso, como si estuviese a punto de golpear a Kurtz, pero se contuviese por miedo o respeto. Este la miraba en silencio, a la espera. - ¿Para qué mierda me ha hecho pasar por esto, señor?
- Te negaste a decirme tu nombre. – Respondió con voz tranquila.
- ¿Eso es todo? ¿Por esa mierda?
- ¿Te voy a confiar mi retaguardia en un tiroteo si no sé ni cómo te llamas? ¿Voy a depender de una mujer sin pasado y sin más distintivo que un apodo? ¿Voy a permitir que otro agente dependa de ti, sin conocerte? ¿Sin saber si eres de fiar?
- Creía que usted confiaba en mí, señor. – Respondió furiosa.
- Más que en el resto de la unidad, Adalia, pero alguien que se niega a dar algo tan básico, lo hace por algo. - La novata lo miró con los ojos enrojecidos por la ira, mientras apretaba los puños, sin embargo, suspiró y se dejó caer en la silla, relajándose.
- ¿Ahora qué puede usted confiar en mí, puedo yo confiar en usted?
- En mi entero apoyo y discreción.
- Perfecto. Tengo curiosidad por saber algo más de esas cicatrices…
- ¡No es una historia para reclutas, Travelo! ¡Y ahora levanta el culo de mi silla y lárgate a tu puta casa si es que tienes! ¡Esta noche el sargento pelo azul y tú tenéis una salida!
- ¡Pasa, mozo, pasa! - Paris saludo a Remache, el jefe de Han, que había salido a abrirle la puerta del taller. Junto a él estaba Chispa, una viejísima perra de ninguna raza en concreto, que lo seguía con aire cansado hacia la furgoneta. – ¿No queda ninguno más?
- Uno, pero ya lo iremos a buscar. – Respondió Paris, quitándose el casco y sacudiéndose el pelo.
- Ah, bien, bien. Me voy a casa, dale las llaves al chaval.
El viejo mecánico y su perra pasaron a su lado, camino de la camioneta que había estacionada ante el taller. Paris cerró tras él y llevó la moto despacio hacia el interior del lugar. Al fondo podía ver a Han bajando del elevador un coche blanco, de aspecto bastante destartalado.
- ¡Aleja ese objeto blasfemo de aquí! – Exigió el mecánico.
- ¿Qué?
- ¡La moto! ¡Ponla lo más lejos que te sea posible!
- ¿Qué cojones te pasa con mi moto? – Paris estaba confundido. ¿Cómo podía un amante de la velocidad odiar así una moto?
- Los motoristas sois todos unos maricas: Un cuerpo ligero, que necesite poca potencia y hala: ¡A correr! ¡No tenéis puta idea de mecánica! ¡No sabéis lo que es preparar un perfecto “cuatro ruedas” para hacerlo volar sobre el asfalto! ¡No sabéis lo que es competir!
- Eh… Yo aún no me he atrevido a pasar de sesenta. No la domino mucho, y tal… - El piloto se quedó en silencio, mirándolo sorprendido.
- ¿No? – Paris respondió negando con la cabeza. – Bueno… Al menos no tendré que mantener otra vez la típica discusión de mierda “motos contra coches”.
- ¡Pero si empezaste tú! – Protestó el asesino, pero el piloto ya había vuelto a sumergirse bajo el capó del coche blanco. Paris se acercó en silencio, recogiéndose el pelo en una coleta para no manchárselo e introdujo la cabeza a su vez, atento a ver si podía aprender algo que le sirviese para la moto.
- Como te oiga decir algo como “destartalado”, “viejo” o “cacharro”, te mato. – Murmuró Han. Paris asintió.
- ¿Qué coche es?
- Un Fenrir.
- ¿Cómo el que os atacó la otra vez? ¿El que tenías? – Han sonrió.
- Sí, pero este es un modelo anterior. Aunque también es bonito, ¿no? No tan ancho y agresivo como el otro, pero es un bastardo fuerte y poderoso. – Paris asintió. Estaba empezando a perderse. – Y tienen el mismo motor, pero el otro, el R34 lo tiene mejor optimizado, lo que significa tragar dos litros menos a los cien, y eso se nota.
- Aha…
- El motor es un RB26DETT, fabricado para Turk, pero rechazado, de modo que se vendió limitado electrónicamente como deportivo. Ya le he quitado el limitador y acabo de limpiarle de carbonilla el asiento de válvulas e instalar filtros nuevos.
- Entiendo… - Paris no entendía una mierda.
- Fliparías: En ese cubo tienes toda la que saqué y los filtros viejos. – Paris miró y vio un par de piezas raras, y un montón inmenso de suciedad. – También he mejorado el encendido, y tengo pedidos unos discos ventilados. Va a ser genial.
- ¿Y cuanta potencia va a ganar con los discos ventilados? – Han se levantó y lo miró con el rostro descompuesto. En ese momento Paris supo que su tiro a ciegas había salido por la culata.
- ¡Discos de freno, idioto! ¡Son ventilados para que se enfríen mejor y no se desgasten por las altas temperaturas y el rozamiento!
- Siempre se aprende algo… - Han sopesó en serio la llave inglesa que tenía en la mano, pero acabó por dejarla en el banco de trabajo que tenía a su izquierda, después de cerrar el capó del Fenrir.
- Me cambio y vamos a por Kurtz.
- Vale, te esperaré aquí…
Kurtz los esperaba. Estaba paseando a Etsu, y cuando vio llegar el deportivo subió corriendo a devolver a su alteza a su sillón y coger sus cosas. Como correspondía a un turco con una doble vida, incluía un arsenal decente, junto con el PHS, la cartera y las llaves de casa. Rellenó los cuencos de comida y agua del perro y se fue. El viaje hacia la casa de Rolf fue incómodamente silencioso. Han se negaba a hablar, centrándose en conducir y estudiar las sensaciones que le producía su coche nuevo, frustrado porque algún cabrón del depósito de coches le hubiese robado la radio. Paris, por otra parte, mantenía su habitual carácter taciturno, como siempre que subían hasta la superficie de la placa. Estaba sentado en medio del asiento trasero, mucho más pequeño e incómodo que el del Cavalier, con los ojos cerrados, escuchando música a volumen atronador con sus auriculares. A pocas calles de la casa del tirador, Kurtz tuvo que dar un grito para llamar la atención de sus compañeros.
- A ver, par de autistas. ¿Cuál es el plan?
- Eso es cosa tuya. – Respondió Han, sin dejar de mirar hacia la carretera.
- Si, Jonás. – Dijo Paris, alzando la vista. – Además, ¿necesitamos un plan?
- Bueno, al menos uno sabe de qué va esto. – Agradeció el turco. – Básicamente, es ir, saludar a Rolf, pedirle las llaves y charlar un rato. Por lo visto estamos algo tensos últimamente.
- ¿A qué hora habías quedado con él? – Volvió a preguntar el asesino desde el asiento de atrás.
- Dentro de quince minutos, así que vamos bien de tiempo. ¿Qué tal el coche, por cierto?
- Necesita un cambio de frenos, pastillas, un equipo de sonido y algo de mantenimiento, y voy a tardar un par de meses en tener esta suspensión al cien por cien, pero promete.
- Cuando lleguemos, yo me llevo este y tú el Cavalier.
- ¿Y por qué no vas tú en el pájaro? – Preguntó el piloto, molesto por tener que ceder tan pronto su nueva montura.
- Porque seguro que yo soy un piloto experto, capaz de controlar semejante bestia y evadirme si me reconoce alguna patrulla.
- ¡Si has llevado ese motor durante años! – Volvió a protestar Han.
- Con limitador. ¡De modo que no discutas, joder! ¡Llevo décadas conduciendo, así que sabré llevar un coche sin incidentes! Además, ¿de qué tienes miedo? ¿De qué lo arañe? – El piloto cedió con un gruñido, acabando el trayecto de peor humor.
- Pasad. La puerta está abierta. – Dijo la voz del tirador, desde el interfono del caro edificio. Kurtz respondió con una sonrisa a la cámara y un gesto a Paris y Han para que lo siguiesen. El segundo torciéndole el gesto a la lente, y el primero agradecido por volver a tener un techo sobre su cabeza.
Rolf los esperaba, cierto, y no solo por haberse citado con ellos. Llevaba meses pensando en este momento, sospechándolo, desde que acompañó a un atractivo asesino hasta la presencia del turco con peor reputación de la ciudad. El francotirador podía ser un hombre díscolo, vanidoso, lascivo, superficial y un millón de cosas más, pero por encima de todo, era un superviviente. Un hombre inteligente, dedicado a calcular riesgos, elegir una posición y defenderla. Y desde luego, aunque precoz, sabía lo suficiente para no fiarse de una sonrisa rodeada de cicatrices, una actitud impulsiva y aparentemente fácil de desentrañar y una cara bonita. Pulsó el botón que daba comienzo a su plan y corrió hacia la ventana, por la que llegó de un salto hasta el tejado de enfrente, a un metro de distancia y uno y medio más baja que su casa, desde el que trepó hasta el tejado del siguiente edificio, quedándose aproximadamente a la misma altura que el gran ventanal de su salón. Este estaba en una esquina de la estructura del edificio, de modo que el ventanal abarcaba dos paredes, dándole una espectacular vista panorámica de todo Midgar. Todo estaba preparado a la perfección: Había cronometrado el tiempo que tardarían en tener el ascensor, que había dejado en su piso, el veintitrés, y dejado sus cosas preparadas dentro de una de las chimeneas del edificio que usaría de nido, la cual, además, le daría una cobertura excelente.
- Pasad. Hay algo para picar y cervezas en el salón. Me reuniré con vosotros en cuanto salga del baño.
Paris y Kurtz saludaron, agradeciendo el detalle. Se pusieron cómodos, mientras Han recorría repisas y muebles con la mirada, buscando las llaves para abandonar el lugar cuanto antes. Se pusieron cómodos. La tele estaba encendida, con la retransmisión de un combate de artes marciales mixtas. Paris hizo algún comentario, sobre si lucharía ese Henton Jackson, antes de sentarse ante la tele y tomar un puñado de patatillas. Kurtz estaba paseando, de un lado a otro de la habitación, y también de un lado a otro de la mira de punto rojo de Rolf. El tirador estaba demasiado cerca como para usar la mira telescópica de su Farsight, de modo que la había cambiado por esta: Una simple lámina de plexiglás transparente con un punto rojo en el centro, con dos aumentos. Suficiente como para abatir a alguien a esa distancia con precisión. El problema era Han. Había colocado un temporizador en el cuadro eléctrico de su casa, que apagaría todas las luces en cuestión de segundos. Kurtz y Paris estaban perfectamente ubicados en el blanco, pero Han no. Ese cabrón no paraba de moverse de un lado a otro. Rolf tendría aproximadamente pocos segundos para disparar, y tras mucho meditarlo, Kurtz sería su primer objetivo. Los reflejos de Paris serían muy superiores, y saltaría a cubierto mucho más rápido, pero el turco tenía la mente táctica necesaria para sobrevivir y los recursos y los conocimientos para hacer que el resto de su vida fuese breve e infernal. Definitivamente, el turco debía morir a toda costa. Pero Han… Han podía salir con vida, delatar la ubicación de su casa, denunciarlo… Aunque Kurtz muriese, si los turcos obtenían una sola pista que apuntase hacia él… La imagen más halagüeña era la de su cuerpo mutilado y carente de vida, siendo devorado por las alimañas en una cloaca de la ciudad. El resto eran mucho peores. Sin embargo, Han lo había jodido todo. Él la había jodido por cabrear al piloto y predisponerlo en su contra, ya que él tenía que ser el primero en coger una cerveza, un puñado de aperitivos y coger el rincón más cómodo del sofá. Y la luz estaba a punto de apagarse…
- ¡Se acabó! ¡Voy a sacar a ese marica del baño y coger las putas llaves! – Gritó Han, mientras salía corriendo del salón.
- Me cago en tu dios… - Murmuró Kurtz levantándose, justo cuando las luces se fueron.
El ruido de cristales rotos inundó la habitación, seguida de los gritos de confusión que este provocó. No habían oído disparo alguno, pero las balas parecían seguirles por la habitación. Han estaba tirado tras la pared, mientras Kurtz reventaba la puerta del baño, lejos de la zona expuesta por el ventanal del salón. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, el piloto vio sorprendido como Paris colgaba del techo, con las manos apoyadas en una viga y los pies en la pared, como una extraña araña dorada.
- ¡Me cago en su puto dios! – Gritó Kurtz desde el baño. - ¡Una grabadora! ¡El chupapollas nos la ha jugado!
El turco escuchó en silencio las imprecaciones de sus compañeros, mientras su cerebro era un hervidero de actividad. Instintos entrenados durante años tomaron el control. Se echó al suelo y avanzó a rastras hasta la entrada de la sala. El tirador, desde su nido, buscaba y esperaba. Su mira tenía efecto de visión nocturna, y aún así no lograba ubicar a ninguno de sus objetivos. La propia mira, que mostraba el cuarto en una escala de verdes, no le permitía distinguir mancha de sangre alguna, y cadáveres, evidentemente, tampoco encontró. Se puso en la peor situación posible: Todos habían sobrevivido, o por lo menos algunos, ya que a sus auriculares seguían llegando algunos ruidos, y los buscaba frenéticamente en cada ventana de la casa.
Kurtz agarró el tobillo de Han, y cuando este se giró, con una blasfemia aflorándole en los labios, se encontró al turco llevándose el índice a los suyos. La orden era clara. Silencio. Rolf había preparado todo al milímetro, de modo que no sería raro que hubiese instalado micrófonos para ubicarlos. Se llevó la mano al pelo, haciendo un gesto de anuncio de champú que han entendió enseguida, respondiéndole con su índice, que apuntaba hacia el escondite de Paris. Cuando alzó la vista, se lo encontró con un gesto de fastidio. Una vez tuvo la atención de ambos, Kurtz gesticuló un mensaje, al que ambos respondieron con un asentimiento: Fuera de aquí. ¡Ya!
Rolf corría por la azotea, en busca de su segundo nido: Una cornisa desde la que podía ver su propia puerta.
- Joder, nos miran como si estuviésemos locos. – Protestó Han.
- Cierra la boca y sigue avanzando… O no te importará como cojones nos miren. – Respondió Paris.
Rolf murmuró una maldición: Se habían anticipado a ese gesto con algo que él no había calculado: En su caro edificio de lujo, el portero iba de piso en piso recogiendo la basura, cargándola en un contenedor de acero inoxidable con ruedas y dejándola fuera al final del día para que se la llevase el camión. Ahora esos hijos de puta lo habían cogido y avanzaban escondidos tras él, acabando con sus opciones, rodeados de civiles curiosos. Con el silenciador, su rifle no tendría la potencia suficiente como para atravesar el acero a esa distancia. Sin él, todo el mundo se alarmaría, y siendo esta una de las zonas más lujosas de la ciudad, la zona no tardaría en llenarse de PM. En un estado de excepción, seguro que enviarían a uno o dos de esos robots propulsados con hélices, y armados con ametralladoras vulcan de gran calibre. Definitivamente, no. Así no tendría opción alguna.
Rolf ignoraba cuanto tiempo había permanecido tumbado sobre el tejado, mirando hacia las estrellas. El dinero le sobraba y también las posibilidades de trabajo. Siempre había alguien que odiaba a otro alguien, o simplemente lo necesitaba muerto, y estaba dispuesto a pagar por ello. Aunque la verdad era que probablemente no necesitaría trabajar en absoluto. Fuera de Midgar podría entregarse al libertinaje hasta que la edad, la mala vida o las venéreas pusiesen fin a sus días. Viajaría en su propia moto hasta Kalm, donde conseguiría uno de esos apestosos chocobos y lo usaría para cruzar los marjales y evitar al famoso Zolom. Luego solo tendría que llegar a Junon, sobornar a un par de oficiales y desaparecer en la costa del sol, llenar el mundo de bastardos y asegurarse de dejar una huella imborrable en la que prometía ser una lista interminable de amantes exóticos y extranjeros. Si la cosa lo aburría, siempre podía seguir viajando: Cañón Cosmo, Ciudad Cohete, Wutai… Cualquier lugar, cualquier ciudad, cualquier vida. Podría comprárselas todas. Recogió el estuche para pesca donde estaba guardado el Farsight y sacó una gorra, con la que disimuló su rostro. Encontró la trampilla que daba al interior del edificio y forzó la cerradura. Descendió y salió, dando un rodeo hasta su casa. Al entrar se cruzó con el portero, que murmuraba acerca de los jóvenes energúmenos de hoy en día, que robaban hasta los contenedores de basura.
Cuando salió del ascensor aún sonreía. Sacó la llave y abrió la puerta, saboreando la idea que le hacía reírse del pobre portero: “Hace falta estar ciego de cojones para llamar joven a Scar Kurtz…”. Rolf pasó, cerró la puerta con llave y dejó el rifle dentro del armarito de la entrada, que localizó sin necesidad de encender la luz. Luego se dirigió hacia los fusibles, desactivando el interruptor temporizado y volviendo a dar luz eléctrica a la casa. Estaba pulsando el interruptor de la caja de fusibles cuando se dio cuenta: Han es joven, Paris es joven… Kurtz no iba con ellos.
- Has tardado dos horas en salir del baño, Rolf… Deberías comer más fibra. El corazón del tirador dio un vuelco. Empezó a girarse, necesitaba ver al turco ahí, ante sus ojos, para creerse que realmente se la había jugado. – ¡No! – Ordenó. - Si te mueves sin que te lo ordene, date por muerto. Si hablas y no es para responder a mis preguntas, date por muerto. ¿Has entendido?
- ¿Puedo respirar? – Preguntó con sorna.
- Interpretaré eso como un sí.
Kurtz se levantó. Rolf seguía de espaldas a él, con la caja de fusibles ante él. De un golpe le quitó la gorra, y le pasó la mano entre el pelo, buscando cualquier cosa. Rolf sintió el frío tacto de la pistola de Kurtz en la nuca durante medio segundo, lo justo para captar el mensaje: Ni parpadees. El cacheo que vino a continuación fue minucioso e intensivo. Kurtz encontró la Aegis Cort 26 que el tirador llevaba para imprevistos. Una versión de menor tamaño que una mano extendida, fácil de ocultar pero igual de efectiva. Rolf no pudo ver que hacía con ella.
Acabado el cacheo, Kurtz retrocedió paso y medio, ordenándole que avanzase hacia el salón. Allí, le ordenó tumbarse bocabajo en el sofá y pasar una mano entre las piernas y dejar la otra a la espalda. Sacó un juego de esposas y cerró las manos del tirador, una por delante y otra por detrás, encadenadas entre las piernas.
- A esto lo llamamos “el sobre”. Normalmente, lo que viene después implica porras, bates, tuberías o palanquetas, aunque supongo que tú serás cooperativo.
- No veo porque iba a serlo. – Respondió el tirador. – Te dispones a matarme. - Kurtz se sentó en el otro sofá, enfrente del tirador.
- Puedes sentarte, si encuentras el modo. Por cierto, para matar el rato estas dos horas, he encontrado un par de micros. – El tirador se revolvió hasta una postura más o menos bocarriba. Al volverse vio a Kurtz. Estaba en camiseta, y bajo ella podía reconocer el bulto de un chaleco de Kevlar.
- Joder… ¡El puto estado de excepción!
- Si: Tenemos que ir con el equipo estándar siempre: Chaleco, pistola, esposas y arma cuerpo a cuerpo. – Respondió el turco, cuya Aegis Cort apuntaba directamente a la cara del tirador. Rolf se fijó enseguida en un añadido del arma.
- ¿Silenciador? – Preguntó sorprendido. - ¿Puedes llevar silenciador?
- A veces hasta es una necesidad, para algunos trabajos que me tocan. – Respondió. – Pero te había dicho algo de no hablar.
- Dispárame entonces. – Bufó el tirador. – Se honesto: Me quieres vivo.
- ¿Por cuánto tiempo? – El rostro de Kurtz se desfiguró en una horrenda mueca de malicia, recordándole a Rolf algo en lo que él también había pensado: ¿Cuánto tiempo?
- No veo porque voy a decirte nada, Kurtz. – Desvió la mirada con desprecio.
- Porque merezco una explicación. – Respondió el aludido. – Los tres la merecemos.
- ¡No merecéis una mierda! ¡Yo me merezco la puta explicación! Además, si voy a hablar. ¿Por qué no están aquí los demás para participar de la “fiesta”? – Los ojos verdes del tirador se clavaron en Kurtz con ira, antes de abrirse en lo que se convirtió una mueca de burla. – Entiendo… Maldito santurrón, quieres ser el que se manche las manos, ¿verdad? Quieres ahorrarle a los demás el trabajo sucio, así ellos podrán ser héroes, mientras tú eres el que sacrificó su reputación y mantuvo el poder en la sombra. – Rió con evidente desprecio. – Conmovedor… Enormemente conmovedor. En la cocina tengo un cubo. ¿Me lo puedes traer para que vomite? – Kurtz se levantó y le pateó en el estómago. Luego se sentó lentamente. Su gesto impasible no se perturbó ni un ápice.
- No tienes puta idea de lo que significa ser el cuchillo en la sombra.
- Kurtz… ¡Soy asesino a sueldo! ¡Mato gente para que otra gente progrese o satisfaga sus bajos instintos! – Bufó en cuanto pudo recuperar el aliento.
- Bah… ¡No tienes ni puta idea! – Rolf se lo pensó unos segundos.
- Tienes razón: Tú lo sabes mejor. – El tono de Rolf se relajó, de la duda a una tranquilidad más honesta, y admitió no tener razón, sorprendiendo al turco. – De modo que quieres saber porqué he intentado mataros, ¿verdad?
- Si eres tan amable… - El sarcasmo de Kurtz no apartaba la pistola de su cara ni un segundo. Un movimiento en falso y Rolf estaría lleno de agujeros. Al menos, si iba a morir, mejor joder a esos hijos de puta.
- Os he descubierto. – Afirmó.
- ¿Ah, sí? ¿Tan torpes hemos sido?
- Casualidades, más bien. – Respondió ignorando el tono irónico del turco. – Aunque claramente, alguien como yo tiene que ser un perfecto estúpido para recibir la invitación de un turco para luchar contra Shin-Ra y no desconfiar.
- Recuerdo que Paris dijo que te sentías… “Romántico”, cuando aceptaste.
- Claro que sí. Uno siempre se siente melancólico cuando aprieta el gatillo contra alguien a quien… ¡Bah! – Bufó. – Que te vaya a contar como os descubrí no tiene que ver con esto. Esta historia es mía y solo mía. – Kurtz asintió, callándose para que prosiguiese. – Todo empezó a caer la noche que murió Darren, el hermano de Henton: Yo estaba jodidamente borracho, y Paris me llevó a su casa para que no tuviese que volver hasta aquí desde la Tower of Arrogance. Han dormía en la cárcel y tú volviste al cuartel de Turk para resolver lo que quedó del asunto de esos hijos de puta, como quiera que lo hicieses.
- Tú no me preguntas, yo no te miento. – Kurtz no quería airear temas que consideraba privados de su vida como turco. – Sigue.
- ¡Qué prisas! ¡Es mi canto del cisne! ¡Déjame llevarlo a mi ritmo! – Kurtz asintió, la pistola siguió quieta. – Ese día descubrí que Paris trabajaba para Shin-Ra, de modo que tú probablemente también estarías implicado. No tengo pruebas con Han, pero cuando le quise contar el asunto, me lo encontré con el PHS desconectado, y al no devolverme la llamada, asumí que se había reunido con vosotros, y mi hora se estaba acercando. Si él era un pringado fichado fuera, como yo, tendría que matarlo igualmente, las medias tintas no me servían.
- Solo nos queda descubrir cuando confirmaste que yo era tu enemigo.
- Esa me llevó dos pasos, los dos algo enrevesados, pero simples cuando puedes ver el puzle completo. Por un lado, en la habitación de Kowalsky, ese tal Fixer te hizo una pregunta muy concreta: ¿Existe el comandante Elfo Oscuro? Dijo confirmarlo, pero no compartió ese secreto con nosotros. La semana pasada, yo tuve un duelo, contra un hombre de mediana edad que disparaba con una precisión diabólica usando un rifle fabricado a mano, sin mira telescópica de ningún tipo. Un maestro, aunque bastante trastornado. En medio del duelo, perdió la paciencia y empezó a abrir fuego contra los transeúntes.
- Luchasteis cerca del Mercado Muro, ¿verdad? – Rolf asintió. La noticia corría entre los rumores populares, pero Shin-Ra aún no había dado confirmación oficial, ni confirmaría ningún incidente de ese estilo con todo el asunto del estado de excepción en vigor.
- De ese hombre me llevé una placa militar muy extraña: No tenía nombre, solo el tipo sanguíneo, y un apodo escrito: Pastor. En el reverso, estaba llena de pequeñas muescas y cortes. – La mirada de Kurtz se endureció, lo cual hizo sonreír a Rolf mientras avanzaba en su relato. – Me pregunté durante días que podían ser esas muescas hasta que me di cuenta: Palitos y puntos. Código Morse.
- ¿Y que ponía? – Kurtz mantenía la cara de póker, pero no servía para engañar a alguien que ya tenía toda la información necesaria.
- Ponía “99 Fantasma”. Existen miles de mentideros en la red de comunicación Shin-Ra acerca de esa unidad militar. Muchos de ellos leyenda, otros tantos más creíbles, pero casi todos coinciden en el nombre en clave de su líder: Elfo Oscuro. – Jonás negó con la cabeza, en un gesto que denotaba incredulidad. - ¿Puedo ver tu placa antes de morir, Kurtz?
- No tiene sentido: Yo también he leído al respecto y la información es clara en otro punto: La unidad se creó para la guerra de Wutai y se disolvió a su fin.
- Mentira. Si así fuese, tú no estarías haciendo black ops. ¿O me vas a volver a decir que las haces por un ansia de justicia social y defensa de los desvalidos? ¿eh? Venga… ¡Enséñame tu placa! ¿Cuál es tu nombre en clave? – Kurtz se recostó, sonriendo triste y vagamente.
- Tigre…
- ¡Que apropiado!
- Pero te equivocaste, Rolf. – Dijo el turco. – Soy turco, porque tras la guerra, y tras la noventa y nueve, había conseguido una serie de habilidades por las que Shin-Ra estaba dispuesta a pagar bien, siempre que las usase con el uniforme adecuado. Yo estaba tan cabreado que solo pensaba en el día a día, destrozando a hostias cualquier cosa que se interpusiese en mi camino.
- Seguro que sufrías mucho… - Se burló el tirador. – Rico y con carta blanca para mearte en los derechos de la gente.
- Habló el asesino a sueldo de buena familia…
- ¡Ouch! ¡Touché!
- Mi vida se volvió una mierda desde que una mina de fragmentación me rajó la cara, y eso solo fue el principio de lo que ves. – Se señaló a las cicatrices con un gesto. – Pero no, Rolf. El mundo se va a la mierda, y aunque nadie lo sepa, yo voy a ser padre en cuestión de muy pocos meses. Semanas, apenas. No quiero para mi hijo la misma mierda que tuve que tragar yo, o que se quede indefenso si le falto algún día.
- Realmente conmovedor… Lástima que no lo trague.
- ¡Créete lo que te dé la gana! – Jonás se enfureció. - ¡No te dejaré vivir para que cualquier día me vueles la cabeza y no pueda conocer a mi hijo! Simplemente, Rolf, no puedo permitírmelo. - Rolf le devolvió una sonrisa triste, comprensiva.
- Es lógico… Toda tu parte encaja, Jonás. Esa resignación, esa forma de asumir la violencia como algo normal que muestras cuando hablas de hacer operaciones sucias, o aceptas mancharte las manos… Yo he matado gente, y no es que esté orgulloso, pero conozco mis motivos y vivo con ello. - Levantó la vista, lentamente. - Pero tú, si es cierta la mitad de la mierda que circula sobre la noventa y nueve, te has follado a un país entero.
- ¿Y que falla? – Preguntó incómodo. Ya había revelado más de lo que quería, aunque Rolf tuviese los segundos contados.
- ¡Por favor! – Exigió indignado. – ¡Mi canto del cisne! ¿Recuerdas? – Kurtz hizo un gesto de disculpa, aunque evidenciaba que le daba igual. Rolf lo ignoró y se dispuso a proseguir. – Han está limpio. No tiene pasado en Shin-Ra, y aunque debería coleccionar denuncias por conducción temeraria, que saltarían a por él cuando lo cazaron la noche que murió Darren. Sin embargo, su historial delictivo está limpio como una patena. Probablemente Fixer estará detrás de eso. – Se recostó, regocijándose en su propia genialidad. – ¿No podrías darme agua? ¿O una de esas cervezas? Tengo algo de sed, de tanta charla. – Kurtz negó con la cabeza. - ¿Quieres oírme o no? – Esta vez el turco asintió, y su pistola ya no apuntaba a la cabeza del tirador, sino a su rodilla. – Entiendo: Eres un negociador implacable… Bien. ¿Por dónde iba? – Kurtz alzó una ceja. Eso parecía ser la última señal. – Paris… Paris es el que no encaja.
- ¿En qué? – Kurtz volvió a alzarse, interesado.
- ¿Qué cojones es el “proyecto Balance”?
Han esperaba aparcado en doble fila, a pocos metros de la puerta de casa de Rolf. Era noche cerrada, y llovía a cántaros. La lluvia era una experiencia poco habitual para un habitante de los suburbios, y al piloto lo frustraba enormemente no poder dar rienda suelta a sus ansias de probar al Fenrir con el desafío de un terreno mojado.
- Ahí vienen… Los dos. – Murmuró Paris. Han se giró. Ante sus ojos, Rolf se estaba empapando. Llevaba un abrigo puesto, y otro sobre las manos, que llevaba juntas por delante. El piloto supuso que ocultaría unas esposas. Kurtz iba detrás. El coche solo tenía dos puertas, de modo que Paris tuvo que salir para que entrasen. Primero Rolf, y cuando el joven rubio se disponía a ocupar la otra plaza del asiento de atrás, Kurtz lo retuvo y entró él. Encogiéndose de hombros, Paris se sentó de nuevo en el asiento del copiloto, cerrando la puerta.
- Arranca. – Han obedeció a Kurtz en silencio, incorporándose al tráfico.
- ¿A dónde vamos?
- A mi casa. Los cuatro. – Respondió Kurtz. El sonido de una pistola al ser amartillada acompañó a sus palabras. – Tenemos mucho de qué hablar. – Dijo mientras apoyaba cañón del arma en el respaldo del asiento de Paris.
Al abrir se sorprendió al cruzarse con uno de los novatos. Un soplapollas cuyo nombre no recordaba, al que conocían simplemente como “Cremalleras”, porque tenía millones de ellas por todo el “uniforme”, menos la realmente necesaria en su puta bocaza. El turco, ya no un novato, se tuvo que recordar Kurtz a sí mismo, se estremeció al encontrárselo por sorpresa cuando se abrió la puerta del ascensor, pero la sonrisa maliciosa del veterano le hizo recobrar una forzada compostura, acompañada de una mirada de desprecio. Jonás no quiso seguir el juego. Ya bastante dormido estaba, ahora que madrugaba para ir cada día bien aseado y dar imagen de disciplina a sus polluelos, y hoy, además, había quedado.
- Hola, Clarisa. – Saludó a la recepcionista del piso dedicado al cuartel de Turk. – Tengo correo, ¿verdad? – La aludida lo miró fijamente, intrigada por tanta seguridad.
- Sí, señor Kurtz. ¿Cómo lo ha sabido? – La recepcionista era una mujer rellenita, con los cambios de humor propios de una menopausia que nadie mencionaba en su presencia.
- Instinto de veterano. – Rió el turco.
- Supongo que ese instinto le ha hecho venir media hora antes a por el correo… ¿Debería pasarlo por el scanner anti bombas? Tiene algo abultado dentro.
- ¿Buscando cosas abultadas en lugar de trabajar? – La mujer se quedó mirándolo con ira, quieta, como si un relámpago la hubiese fulminado allí mismo. Jonás se fue, sonriendo para sí y escuchando la respuesta de Clarisa mientras se cerraban las puertas del ascensor.
- ¡A mí no me mire! ¡Hablamos de su correo!
Han tenía unas ojeras que parecían llegarle a los pies. Él no era de madrugar, y le daba igual trabajar en el taller hasta las mil, con música puesta. Se concentraba, y el tiempo parecía dejar de existir, a veces hasta que Remache llegaba a primera hora para abrir, y lo encontraba dando los últimos toques a alguna reparación, o durmiendo en el cómodo asiento de la camioneta del taller, si se encontraba demasiado cansado como para ir a casa a dormir. Sin embargo, ahora ese cabrón de Kurtz lo había citado para primera hora de la mañana. De hecho, aún faltaban veinte minutos para que fuese “primera hora”. El piloto esperaba en una cafetería, leyendo el periódico de la noche anterior mientras sorbía el café más cargado que pudieron servirle sin tener que echar keroseno en la taza. Kurtz apareció finalmente por la puerta, llamándolo con un gesto de cabeza, para que pagase y saliese.
- ¿Qué horas son estas, tío? – Kurtz miraba detenidamente la cara del piloto, mientras este le hablaba. Había visto muchas películas de zombis, pero la cara de Han iba realmente mucho más allá.
- La única que tengo disponible, chaval, así que se siente. Ya dormirás en un rato.
- Bueno, pues que sea rápido… - Bostezó de nuevo. - ¿Qué quieres?
- ¿Qué cojones hace el coche ahí?
- ¡¿Qué?! –
- Sígueme, maldita sea…
Kurtz se había girado, guiando a Han poco a poco hacia una de las entradas del edificio Shin-Ra. Un gesto al vigilante y las luces rojas de las cámaras de seguridad se apagaron a su paso. El camino llevó a Han a lo largo de unos cuantos pasillos, hasta que el turco metió al piloto en un cuarto de baños perdido en las entrañas del edificio, destinado para minusválidos, con lo que no serían interrumpidos.
- Es una broma, ¿no? – Preguntó el piloto.
- ¡Hablo jodidamente en serio! ¿Qué cojones hace el coche ahí?
- ¡Qué conduzca el puto Rolf! – Respondió Han, reticente a alzar la voz, por miedo a oídos indiscretos.
- ¿Qué cojones pasa con Rolf?
- ¡Eso quisiera saber yo! – El piloto esperó unos segundos, pero el turco seguía mirándolo fijamente, esperando una respuesta. - ¿No lo sabes? Por lo visto le dio un ataque, o algo. Hace poco participó en un duelo, contra otro tirador, y Daphne se quedó toda jodida, por…
- ¿Quién es Daphne?
- ¿Daphne? Joder, la amiga de Rolf y Kowalsky, la del pelo rubio y rosa. Estaba con Kowalsky y su novia cuando los saqué del hospital. – Kurtz asintió.
- Si, Steffan, el travelo.
- Transexual. – Corrigió Han. Kurtz se desentendió con un gesto.
- Sigue. – Ordenó, con un tono implacable que no dejaba margen a oposición alguna.
- El caso es que me llevo con Daphne. Es una tía maja, y tal. Intentó evitar que Rolf fuese al duelo, pero no lo consiguió, y cuando le fue llorando, para decirle lo asustada que había estado, Rolf se rió en su puta cara, llamándola “engendro”.
- ¿Estabas ahí?
- ¡Joder si estaba! La hostia que se llevó el cabrón no la vio venir. Luego, el hijoputa sacó una pistola y nos amenazó. Me echó en cara que conduzco solo porque él paga… Me jodió la hostia.
- ¿Te insultó sin más? ¿Seguro? – Kurtz estaba intrigado, desde luego, la actitud del tirador no era normal en absoluto.
- Recuerdo sus palabras: Si fueses mínimamente inteligente, tendrías un grupo decente, un coche propio y quizás incluso una mujer de verdad.
- Y todo eso mientras te apuntaba con una pistola… Pues si. Entiendo que te cabreases, pero no puedes dejar el coche ahí, Han. Nos pones en peligro a todos.
- Tiene matrículas “limpias”, me he cuidado de eso, pero no puedo sacarlo. Dejé las llaves en el buzón del marica.
- Mierda… Llamaré al rubio. Esta noche nos toca ir a sacar el coche y arreglar esto.
- ¡No quiero arreglar una mier…!
- ¡No seas idiota! ¿No te das cuenta? – Lo increpó el turco, encarándolo. Pese al tono autoritario de su voz, esta vez no había amenaza en él. - ¿No recuerdas por qué hacemos esto? ¿Qué sacamos a cambio? – Preguntó. - ¿Vas a dejar a toda la puta ciudad tirada por un pique?
Han no respondió. Se quedó mirando a Kurtz fijamente, en silencio, pero sus gestos lo traicionaron. El turco tenía razón. Se giró para ir a lavarse la cara, teniendo que agacharse, ya que el lavabo estaba a la altura de una persona en silla de ruedas.
- Vale, pero quiero una explicación.
- Todos la queremos. – Dijo Kurtz, mientras abría la puerta. – Y ahora…
- No, antes responde a mi pregunta. ¿Es una broma?
- ¡No, joder! ¡Hablo en serio! ¿Es que no te enteras?
- No, idiota. ¡El baño! ¿Siempre hacéis los “interrogatorios” en un baño de minusválidos? ¿Es para que el interrogado se haga a la idea de cómo va a ser su vida?
- Eso solo cuando el interrogado tiene suerte.
Han salió primero, y esperó incómodo en el pasillo a que el turco le tomase la delantera. Lo siguió hasta la recepción, donde decenas de ciudadanos madrugadores y responsables intentaban cumplimentar trámites administrativos antes de que se llenase el edificio a media mañana de gente que pedía un visado para abandonar la ciudad o para traer a sus parientes. Unos creían que estarían más seguros en Midgar, otros creían que estarían mejor fuera, pero todos estaban de acuerdo en que en algún refugio tenían que estar como ese pedrusco celeste cayese.
El turco se metió detrás de las oficinas donde los burócratas trabajaban, seguido por el piloto, cuyos ojos volaban de un lado a otro, cada vez más nervioso. A su alrededor todo eran miradas de desconfianza por parte de funcionarios y guardias, y cámaras de vigilancia. Entraron en un ascensor, Kurtz giró una llave en los mandos, haciendo que el ascensor bajase hasta el último piso de la lista, al nivel del suelo de los suburbios. Cuando las puertas se abrieron, los ojos del piloto se abrieron más aún. Allí había coches. Muchos coches. Una cantidad obscena de vehículos, requisados, confiscados, decomisados, robados… Han no tardó en darse cuenta de que no había coches de lujo, todos eran de tipo medio.
- Todo es chatarra…
- Si. Los buenos se venden bajo mano. Normalmente tenemos incluso una lista de espera. – Respondió el turco, con la mirada perdida entre los coches.
- Y… me traes aquí, ¿para? – El piloto tenía en los ojos el brillo nervioso de un niño pequeño minutos antes de su fiesta de cumpleaños.
- Evidentemente, para darte un regalo. He logrado reservarte uno, pero lo tienes que pagar tú.
- ¿Y cual es?
Han saltó sobre un utilitario gris y algo desvencijado, mirando a su alrededor en busca de un coche para él. Su coche. Algo que tenía que llamarlo. Kurtz había sido su copiloto, de modo que conocía sus gustos y su agresividad, por no hablar de su reputación. Tenía que ser un coche fuerte, pero también exigente. Algo que tuviese que domesticar, pero nunca del todo, dejando un margen de salvajismo para que la máquina pudiese rugir y dominar la carretera como un soberano implacable. Sin embargo, también estaba el cambio experimentado al volante del “pájaro”. Ahora no era cuestión de perseguir y cazar, sino de volar. Ser su el propio enemigo de uno mismo, volar con las propias alas de uno, hasta un lugar más allá de la gravedad, el tiempo o el universo. Sin embargo, un coche capaz de eso tenía que ser algo que no destacase, un diamante en bruto, lo suficientemente poco lujoso como para que ningún millonetis untase a un par de seguratas para llevárselo de noche. Han pensó todo esto con los ojos cerrados. Los abrió y giró, mirando a su alrededor, y deteniéndose en seco.
Kurtz mientras tanto, se entretenía viendo al piloto. Su extraño comportamiento le hacía gracia, y a la vez lo intrigaba. Sin embargo, no tenía duda de que acabaría por acertar.
- Tiene que ser este. – No había ninguna excitación en su voz, sino que pronunció las palabras con la calma de quien afirma algo evidente y natural, como el día, el viento o la lluvia. – Fue corriendo por encima de cochambrosos sedanes y berlinas viejas hasta detenerse delante de un cupé de unos veinte años de antigüedad. Tenía varias abolladuras, y muchos desconchones en su pintura blanca, sucia y deslucida.
- ¿Estás seguro?
- ¡Es un Fenrir R32! – Han había desaparecido tras el coche, acariciando con los dedos el desconchón donde habían arrancado una insignia. – No solo eso: ¡Es el GTR! ¡Este coche aquí es como un dios caminando entre cucarachas! – De repente, su semblante se puso serio. - ¿Cuánto te ha costado? – Kurtz respondió arrojándole un sobre de color marrón, grande, que llevaba escondido bajo el chaleco de kevlar. En él, Han reconoció el bulto de los dos juegos de llaves, pero los ignoró, sacando un documento con varios sellos oficiales de Shin-Ra, que estudió con gran concentración. Kurtz no pudo evitar reírse de su cara de sorpresa.
- No es tan raro. Nadie puja contra un turco.
- ¿Cien giles?
- Lo podría haber tenido por uno, pero hay puja mínima.
- ¡Joder, casi me parece insultante para esta belleza!
- Págame lo que creas… - El turco se encogió de hombros, riendo. Han le lanzó un juego de llaves, que casi se le cae al pillarlo desprevenido.
- Entra, pon punto muerto y ábreme el capó.
- Oye, que yo tengo que entrar a trabajar… - Se defendió Kurtz.
- Si, si, si, si, sin problema… Solo será un minuto… - El piloto parecía poseído, mirándolo desde delante del capó con la impaciencia ardiéndole en el rostro.
Lo que pasó entonces ante los ojos de Jonás le causó una impresión sobrecogedora: Un deja vú, una experiencia ya vivida antes, muchos años atrás, ante un general de Wutai, al que tuvo el honor de contemplar practicando la ceremonia de té. Han echó un vistazo detallado a la superficie del motor, antes de extraer la varilla del aceite y examinarla con atención para luego devolverla a su sitio. Vio la sonrisa nerviosa en la cara del piloto, que tuvo que esforzarse por apartar la vista de la bestia mecánica para pedirle que arrancase. El estruendo del motor se dispersó por el aire como una onda expansiva, rápido y atronador. Han lo estuvo observando vibrar, mientras hacía gestos a Kurtz para que acelerase. El aceite estaba algo seco, probablemente el coche no lo habían arrancado en más de una semana, pero no lo suficiente como para dañar la maquinaria. Luego el piloto rodeó el coche, mirando el humo que salía del escape. Un poco negruzco, síntoma de que el motor quemaba aceite. Habría una fuga en algún lugar. Volvió al motor, indicando al turco que apagase.
- ¿Te gusta? – Preguntó este cuando iba a salir del coche, pero se detuvo ante un ademán del piloto, que estaba sacando una navaja multiusos de un bolsillo.
- Casi perfecto… - Dijo sumergiéndose tras el capó. Kurtz oyó un chasquido y un murmullo de satisfacción.
- ¿Qué acabas de hacer?
- Tú arranca.
Si antes el motor sonó como un trueno en una llanura, esta vez su intensidad sorprendió al turco, que soltó el acelerador de golpe. El capó bajó, y tras él apareció Han con una sonrisa de depredador y algo amarillo en la mano.
- ¿Qué es eso?
- En el ochenta y tres, un grupo de ingenieros de Shin-Ra propuso cambiar el coche oficial para Turk, cambiando el clásico Supreme por el Fenrir, mucho más potente y agresivo. Sin embargo, se rechazó por varios motivos. – Dijo mientras hacia un gesto al turco para que dejase libre el asiento del piloto. – El principal era que la imagen del Supreme se había hecho conocida, y su presencia solía causar la incomodidad que Turk deseaba. También se habla de la reticencia de los propios turcos, satisfechos con sus modelos, aunque las malas lenguas dicen otra cosa.
- Sorpréndeme…
- En el maletero de un Supreme caben más personas. – Respondió el piloto, exhibiendo una mueca macabra. - ¿Es cierto?
- Secreto de estado. – Se burló el turco. – ¿Y mi pregunta?
- Ah, si… Esto. El Fenrir tenía un diseño cojonudo, y decidieron venderlo como coche de lujo. La edición GTR tiene exactamente el mismo motor que ofrecieron a Turk, pero con esto. – Dijo poniendo la pieza a la vista. – Un limitador. Ahora, si me disculpas, tengo quinientos caballos a los que hacer correr juntos por primera vez en su vida.
- ¿No te estás lanzando? – El turco recobró la seriedad.
- Esta misma noche estaré corriendo. – Aseveró el piloto.
- Esta misma noche estaremos resolviendo la que Rolf y tú habéis liado. Luego… Ya veremos.
Kurtz entró en las dependencias de Turk con el tiempo justo para lo que tenía pensado. Él mismo quería ser riguroso con la puntualidad y la disciplina, a ver si lograba inculcarles algo, lo que fuese, a esa panda de desgraciados. Encontró a Maravloi, tal como contaba con verlo, esperándole delante del cuchitril que le habían asignado como despacho, sosteniendo un portapapeles bajo el brazo, que le acercó en cuanto Kurtz estuvo junto a él.
- Aquí no. Dentro. – Indicó mirando a su alrededor para incitar al novato a ser discreto. Este imitó su gesto, un tanto preocupado por la posibilidad de estar metiéndose en problemas, antes de seguir a su instructor a su despacho y cerrar la puerta a sus espaldas. Dentro, Kurtz tomó el portapapeles y hojeó su interior, alzando sus cejas en un gesto de sorpresa que se convirtió en una especie de sonrisa inquietante, enmarcada en sus retorcidas cicatrices. Sacó dos sobres, del interior, tirándolos sobre su mesa y dejó uno dentro.
- Señor… ¿Usted no quería…?
- Tengo lo que quiero. El de Van Zackal es para ti. – La cara de perplejidad de Maravloi no cambió. – Mariflori, sabes de sobra que aquí se están formando dos bandos. Por un lado están Cagarruta y Travelo, que aunque soy un cabrón, parecen haberme cogido cariño. Por otro están los demás, y luego en medio estás tú.
- ¿Y? ¿No puedo querer mantenerme al margen?
- Puedes… ¿Pero cuánto durará eso? ¿Hasta que uno de los veteranos crea que eres un niñato y pase de protegerte para salvar su culo? ¿Hasta que los niñatos te apliquen la de “con nosotros o contra nosotros”?
- ¿Harían eso? ¿Me…?
- ¿Matarían? No. Matar a un turco es condenarse a uno mismo. Pero… - Kurtz dejó la respuesta en el aire, pero el novato no tardó en cogerla.
- No tienen porque apretar ellos el gatillo. ¿Cierto? Y quedarán libres. – El instructor asintió. – Aún así, sigo sin ver a Van Zackal yendo tan lejos. Y… - Tragó saliva. Se sentía asustado, pero tenía la sensación de que Kurtz no le iba a pegar. No por decir la verdad. – A usted sí.
- A mí ya me conoces: Pandillero violento, licenciado con deshonor, y un historial de tanganas más grande que tu casa. Sé todo lo que necesito saber sobre ese cabronazo de Van Zackal. Ahora quiero que tú sepas donde estás entrando. – Maravloi lo miró en silencio, serio y meditabundo. Siempre adoptaba la misma postura cuando se detenía a pensar, Kurtz lo consideraba un defecto. Era como mostrar sus cartas, hacer saber al adversario que dudaba. Cuando eres un cabrón trajeado, no dudas: Golpeas, y mientras vas pensando algo.
- Lo estudiaré detenidamente, señor. Gracias por la advertencia. – Kurtz le abrió la puerta, y la cerró cuando se hubo ido.
El entrenamiento transcurrió con la rutina habitual: Tiro, asalto a zonas de conflicto, un edificio semiderruido que conservaban en la zona de entrenamiento, algo de lucha contra monstruos… Si se ponían, o veían una amenaza demasiado directa, eran capaces de actuar como una unidad: Cubrirse, pasarse cargadores o coordinar ataques, pero solo unos cuantos. La mayoría simplemente esperaban ansiosos, murmurando algo sobre la segunda parte del entrenamiento. Por lo visto, Van Zackal iba a llevarse a algunos de sus “elegidos” de juerga, a “patrullar la noche”. El veterano había decidido no ser compasivo, y al día siguiente tendrían que estar allí a las seis y media de la mañana, aunque se veía venir que su “patrulla instructiva” no acabaría hasta bien entrado el día siguiente.
- Señor… ¿Puedo hacerle una pregunta? – El que se había acercado a él era Margarito: Mario Seranzolo, un figurín anoréxico al que había pillado varias veces vomitando el rancho. Tenía un aspecto desastroso: Su debilidad apenas le permitía aguantar la carabina MF22 estándar, y movía mal el brazo derecho por los golpes del retroceso. Además, los restos de pólvora tan fijos en su cara confirmaron a Kurtz sus sospechas: Usaba base de maquillaje.
- Pregunta, Margarito, y serás respondido.
- Sé que usted me odia, pero…
- ¿Te qué? – Kurtz tuvo que aguantarse la risa, y no lo logró del todo. - ¿Qué yo te odio?
- Señor, seamos serios: Me tiene en el último puesto de la lista, me mira con desprecio y hace mofa de mí.
- Vale, Seranzolo. Voy a ser serio: Lo primero es que me dan igual tu maquillaje, tus esteticiennes o como mierda se diga, y tus manías, que no querría para mí mismo ni bajo tortura. Pero no te odio especialmente, sino que te desprecio igual que a los demás cachos de mierda.
- ¡Usted no es igual con todos! ¡Kaluta, Traviesa o Gertschen reciben trato de favor, los favoritos, de la primera fila!
- Ellos son distintos: Ellos vivirán. – La insinuación de Kurtz, junto con la dejadez con la que fue pronunciada, logró estremecer al novato.
- Vi… ¿Vivirán? Entonces nosotros…
- Vosotros lo lleváis claro: No sabéis defenderos, apenas sois capaces de resistir un par de golpes, desenfundar rápido un arma, responder a una amenaza o venir prevenidos.
- ¡Somos turcos! ¡Nadie ataca a los turcos! El sargento Van Zackal…
- El sargento Van Zackal es una estrellita del pop que se dedica a pavonearse por los clubs molones de la placa superior. Nadie le ataca, todos le admiran, y si alguien le hace algo, él saca una pistola y grita cuatro amenazas ingeniosas mientras le vuela la rótula a algún desgraciado. ¡Y tú no eres turco! ¡No mientras no acabe la puta instrucción!
- Si, pero se deja ver. Es una presencia continua del orden y de su fuerza, y con ello disuade a los delincuentes de actuar. – Argumentó el novato.
- Eso te ha dicho, ¿no? ¿Te ha contado cuantas veces ha patrullado bajo la placa el último año? ¿Cuantas operaciones de riesgo ha tenido que realizar? ¿Redadas? ¿Asaltos?
- Para esas cosas está SOLDADO… - Eso enfureció al infante aerotransportado que vivía dentro de su sargento.
- ¿SOLDADO? ¿Los putos SOLDADO? ¿Los “llevo una espadita y me convierten en un monstruo de feria para ganar una guerra a base de propaganda”? ¿Esos soldado?
- Eh… Si, señor.
- ¡Mierda, Margarito! ¿Tú no te enteras?- Se detuvo un momento, recordando que la información acerca de los Soldados que se volvían locos era clasificada. – Vas a durar menos que una cucaracha en un microondas. Tú, y toda esa panda de vedettes, furcias, posers, modelos y estrellas del pop.
- Con el debido respeto, eso está por ver, señor. – “Parece que míster maquillaje tiene huevos”, pensó el sargento.
- Si, por ver. Si me equivoco, seréis turcos. Si te equivocas tú, seréis pasto de los gusanos. Como te veo cansado y seguro de tus posibilidades, no tienes por que seguir entrenando si no quieres.
El novato parecía a punto de responder, pero Kurtz se fue, volviendo a prestar atención al entrenamiento de los demás, corrigiendo errores a gritos y tomando su fusil, cargado con balas de goma, para emboscar a un grupo de novatos que se dedicaban a actuar como si estuviesen en una puta peli. Mientras se marchaba, el recluta Seranzolo se dejó caer sobre unos escombros, sentándose con la mirada perdida que iba desde su propio fusil hasta sus compañeros, algunos de los cuales dejaron de entrenar para ir a sentarse con él. Estuvo tentado de hablarles de su conversación con el sargento, pero alguien sacó un PHS y puso música, y otra persona empezó a hablar de que ropa se pondría para esa noche. De ese modo, el recluta Seranzolo se dejó arrastrar de nuevo a una vida cómoda y cálida, lejos de soldados, armas de fuego y amenazas proferidas por ex-militares paranoides.
Kaluta esperaba solo en el gimnasio, trajeado y polvoriento por la sesión de tiros, aunque contento. Ahora tocaba posar con el modelito, pero antes tendría media hora para poner en aprietos al sargento. Sin embargo, no dejaba de mirar el reloj: Kurtz estaba llegando tarde.
- ¡Cagarruta! - El novato levantó la cabeza, buscando a quien le había llamado. Encontró a la tal Yvette, la rubia que se quedaba intercambiando golpes con Kurtz cuando ellos se iban con Van Zackal.
- ¡Tú no puedes llamarme así!
- Lo siento… Es fácil acostumbrarse a él. – Se subió al ring, dejando una bolsa de deportes a un lado. – Tu sarge me ha dicho que sea tu anfitriona, que él
hoy no puede.
- Me debe una pelea. – Murmuró molesto el novato.
- Conseguir una pelea con Scar Kurtz es más fácil que mojarse en una piscina descubierta, un día de lluvia intensa, así que yo me preocuparía por problemas más inmediatos… Cagarruta.
- ¡Me cago en tu p…! – Se contuvo justo a tiempo. Los soldados de élite están entrenados para dar siempre buena imagen y no ser malhablados.
- Cagarte si que te vas a cagar encima, pero mientras seas novato, te quedas el apodo. – Dijo mientras lanzaba los primeros golpes contra Kaluta, cogiéndolo desprevenido. - ¡Cagarruta!
Una suerte de intuición hacía que Traviesa se encontrase inquieta en ese momento. Abrió la puerta, y un suave torrente de música salió: Rock melódico y potente, cantado con una voz desgarrada. Dentro de su despacho, por llamar a ese agujero hediondo de alguna forma, el sargento revisaba papeles, y sin levantar la vista, le hizo un gesto con la mano para que se acercase, mientras cerraba dos carpetas de cartulina marrón y las colocaba bocabajo.
La novata se sentó en la silla metálica sin la sonrisa de seguridad que la había caracterizado, mientras Kurtz levantaba la cabeza, llevándose un puro a la boca y encendiéndolo relajadamente.
- ¿Tu nombre, recluta?
- Traviesa, señor. – Kurtz miró por encima de ella, comprobando que la puerta estaba bien cerrada.
- Mira, no sé si me han puesto bichos en el despacho, pero puedes contar con mi discreción. ¿Nombre?
- Bich… Ah, micros. – Susurró al darse cuenta. – Traviesa, señor. – Kurtz sacudió la cabeza en un gesto de negativa. Respuesta equivocada.
- Entonces, Traviesa… - Dijo mientras daba la vuelta a ambas carpetas. Cada una de ellas tenía una foto de una mujer morena sujeta con un clip. Las fotos estaban a la vista, y las mujeres eran tan parecidas como diferentes. De aproximadamente la misma edad, complexión y por lo que parecía, familia, una de ellas llevaba el pelo castamente recogido, y una sonrisa agradable que se reflejaba en sus brillantes ojos marrones. La otra tenía una mueca de asco y desprecio, con el rostro maquillado para hacerlo más pálido, los labios pintados de negro y una cantidad inmensa de sombra de ojos. – ¿Cuál de estas dos es más guapa? – La novata sintió que le fallaban las fuerzas. Kurtz había ganado la mano, siendo jodidamente listo. ¿De dónde coño había sacado eso?
- Yo soy esta. – Confesó, señalando hacia la que estaba a su izquierda, con la mujer formal y agradable.
- Guadalupe Verona… - Kurtz sonrió. – Alumna de matrículas, estudiante de la escuela de empresariales con beca, graduada cum laude, voluntaria en un comedor social de los suburbios del sector cuatro… - Pasó página y se entretuvo leyendo y dando una calada a su puro. Apenas unos segundos, pero en ese momento “Guadalupe” estaba apretando con fuerza los apoyabrazos de su silla. – Ha tenido dos novios y trabajaba en una tienda de mascotas.
- Aha… - Respondió nerviosamente. Por como sonreía ese cabrón parecía estar viéndola desnuda en ese preciso momento, o al menos, así era como ella se sentía.
- Y sin embargo, es Adalia la que tiene un tatuaje igual al tuyo. – Dijo el turco, mientras abría la otra carpeta, quedando una foto de la segunda mujer a la vista. – Y no es precisamente discreto: Un pájaro negro, un cuervo, supongo, cuyas alas y cola se extienden a lo largo de la espalda, como si fuesen llamas. Las alas llegan casi hasta el codo, y la cola baja por una pierna hasta la pantorrilla. Precioso, si quieres mi opinión. Yo también me puse algo de tinta en su tiempo, y tampoco fui discreto.
- Mi… Mi pobre hermana está…
- En el hospital, en coma. – Interrumpió el turco. – Un asalto en las poco seguras calles de Midgar.
- Y el tatuaje, ambas tenemos el mismo.
- ¿En serio? – Sonreía, y su incredulidad era notoriamente fingida, pero la novata seguía con la mirada hundida en la carpeta de “Guadalupe”. – Que poco le pega a una chica cum laude con solo dos novios en veintitrés años…
- Veintidós. – Corrigió. – Veintitrés tiene mi hermana mayor, Adalia.
- Perdón, fallo mío… Debería leer esto con más atención. A ver… Domicilio familiar en el sector ocho de la placa superior. – La miró a los ojos. – No está nada mal. Yo mismo vivo en los suburbios, pero porque me gusta la zona, y no me apetece una mudanza ahora.
- Ah…
- Mierda, sigamos: La agresión fue un miércoles, en los suburbios del sector cuatro.
- Eh… Mi hermana salía de juerga por esa zona. – Respondió a una pregunta que no había sido formulada.
- Claro, claro… ¿Un miércoles? Los miércoles no hay fiesta, salvo en zonas raras y para gente que tiene dinero para salir todos los días. La agresión fue hace dos años, y… - Se detuvo un instante. - ¿Dos años? Es decir, ¿acabaste la carrera con veinte? ¡Eres un genio, Guadalupe! – Hizo un gesto de disculpa por desvariar y siguió. – Alguien con veintiuno no suele poder pagarse una juerga miércoles, jueves, viernes y sábados. Y además, viviendo sobre la placa, igual no sabía que sitios abrirían los miércoles.
- Mi hermana tenía dinero. – Respondió la novata. – No lo quería mencionar, pero había trapicheado con droga. – Kurtz alzó las cejas, sorprendido.
- Todo un elemento, tu hermana, ¿no? – Preguntó, mientras se inclinaba sobre la mesa. Traviesa se sentía cada vez más arrinconada. - ¿Y vuestros padres? Una putada, seguro: Por un lado todo disgustos, por otro todo alegrías…
- Ya…
- Y tu hermana, agredida un miércoles cuando iba de fiesta… ¡Joder! Vivo casi al lado de esa zona y no se me ocurre ninguna zona de fiesta… - Kurtz clavó sus pupilas en ella y redujo su tono de voz, masticando las palabras y lanzándolas como si fuese una presa en torno al cuello de la novata. - Pero si varios comedores sociales…
- ¡Es cierto! Eh… No había ido de fiesta, sino que había venido a buscarme… Nuestros padres… Eh… Ellos no querían que me arriesgase sola, y… - Kurtz se levantó.
- Mira… Adalia. ¡O empiezas a cantar ahora mismo o vamos al hospital a la de ya a despelotar a tu hermana, a ver si tiene al pajarraco tatuado!
- ¡Oiga, no tiene derecho! Yo…
- No lo entiendes… - Kurtz se quitó el puro de la boca y puso su cara a escasos centímetros de la de su pupila. – Yo soy turco. Eso significa que sois todos los demás los que no tenéis derechos.
Adalia se quedó quieta. Sus ojos se tornaron vidriosos y empezó a notar un nudo en la garganta, pero logró sobreponerse. Alzó la vista y vio como el sargento se relajaba y se sentaba de nuevo en su silla. De un bolsillo interior de la chaqueta sacó una petaca, que ella aceptó gustosa. El vodka ardió por su garganta, pero abrió el camino para que le saliesen al fin las palabras.
- Lo primero, prométame que no se lo dirá a nadie. – Kurtz alzó las cejas al encontrarse con la exigencia y ella se dio cuenta, capitulando levemente. – Por favor se lo pido: No quiero que mis padres lo sepan, ni que lo sepa nadie.
- ¿No lo saben? – Kurtz estaba sorprendido. - ¿No saben que te has dado el cambiazo por tu hermana en coma?
- No: Ella siempre usaba ropa holgada, y yo les había escondido el tatuaje y los piercings durante toda la vida, de modo que les dolió creer que era yo la que tenía la vida truncada, pero no tanto como les dolería descubrir que quien está en coma es la buena hija.
- ¿Eso explica porque una mujer sobresaliente en los estudios deja todo para ingresar en el cuerpo de defensa como PM? – Preguntó el turco, sorprendido.
- ¡Por supuesto! Quería que no se repitiese lo que le pasó a “mi hermana descarriada”. – Kurtz sonrió. Esta vez era un gesto genuino y amistoso. Adalia se sintió incómoda, pero en cierto modo aliviada.
- Lamento lo que le pasó a tu hermana. – Dijo mientras cerraba las carpetas. – Puedes irte.
- ¿Qué? – La novata se levantó. Su cuerpo estaba tenso, como si estuviese a punto de golpear a Kurtz, pero se contuviese por miedo o respeto. Este la miraba en silencio, a la espera. - ¿Para qué mierda me ha hecho pasar por esto, señor?
- Te negaste a decirme tu nombre. – Respondió con voz tranquila.
- ¿Eso es todo? ¿Por esa mierda?
- ¿Te voy a confiar mi retaguardia en un tiroteo si no sé ni cómo te llamas? ¿Voy a depender de una mujer sin pasado y sin más distintivo que un apodo? ¿Voy a permitir que otro agente dependa de ti, sin conocerte? ¿Sin saber si eres de fiar?
- Creía que usted confiaba en mí, señor. – Respondió furiosa.
- Más que en el resto de la unidad, Adalia, pero alguien que se niega a dar algo tan básico, lo hace por algo. - La novata lo miró con los ojos enrojecidos por la ira, mientras apretaba los puños, sin embargo, suspiró y se dejó caer en la silla, relajándose.
- ¿Ahora qué puede usted confiar en mí, puedo yo confiar en usted?
- En mi entero apoyo y discreción.
- Perfecto. Tengo curiosidad por saber algo más de esas cicatrices…
- ¡No es una historia para reclutas, Travelo! ¡Y ahora levanta el culo de mi silla y lárgate a tu puta casa si es que tienes! ¡Esta noche el sargento pelo azul y tú tenéis una salida!
- ¡Pasa, mozo, pasa! - Paris saludo a Remache, el jefe de Han, que había salido a abrirle la puerta del taller. Junto a él estaba Chispa, una viejísima perra de ninguna raza en concreto, que lo seguía con aire cansado hacia la furgoneta. – ¿No queda ninguno más?
- Uno, pero ya lo iremos a buscar. – Respondió Paris, quitándose el casco y sacudiéndose el pelo.
- Ah, bien, bien. Me voy a casa, dale las llaves al chaval.
El viejo mecánico y su perra pasaron a su lado, camino de la camioneta que había estacionada ante el taller. Paris cerró tras él y llevó la moto despacio hacia el interior del lugar. Al fondo podía ver a Han bajando del elevador un coche blanco, de aspecto bastante destartalado.
- ¡Aleja ese objeto blasfemo de aquí! – Exigió el mecánico.
- ¿Qué?
- ¡La moto! ¡Ponla lo más lejos que te sea posible!
- ¿Qué cojones te pasa con mi moto? – Paris estaba confundido. ¿Cómo podía un amante de la velocidad odiar así una moto?
- Los motoristas sois todos unos maricas: Un cuerpo ligero, que necesite poca potencia y hala: ¡A correr! ¡No tenéis puta idea de mecánica! ¡No sabéis lo que es preparar un perfecto “cuatro ruedas” para hacerlo volar sobre el asfalto! ¡No sabéis lo que es competir!
- Eh… Yo aún no me he atrevido a pasar de sesenta. No la domino mucho, y tal… - El piloto se quedó en silencio, mirándolo sorprendido.
- ¿No? – Paris respondió negando con la cabeza. – Bueno… Al menos no tendré que mantener otra vez la típica discusión de mierda “motos contra coches”.
- ¡Pero si empezaste tú! – Protestó el asesino, pero el piloto ya había vuelto a sumergirse bajo el capó del coche blanco. Paris se acercó en silencio, recogiéndose el pelo en una coleta para no manchárselo e introdujo la cabeza a su vez, atento a ver si podía aprender algo que le sirviese para la moto.
- Como te oiga decir algo como “destartalado”, “viejo” o “cacharro”, te mato. – Murmuró Han. Paris asintió.
- ¿Qué coche es?
- Un Fenrir.
- ¿Cómo el que os atacó la otra vez? ¿El que tenías? – Han sonrió.
- Sí, pero este es un modelo anterior. Aunque también es bonito, ¿no? No tan ancho y agresivo como el otro, pero es un bastardo fuerte y poderoso. – Paris asintió. Estaba empezando a perderse. – Y tienen el mismo motor, pero el otro, el R34 lo tiene mejor optimizado, lo que significa tragar dos litros menos a los cien, y eso se nota.
- Aha…
- El motor es un RB26DETT, fabricado para Turk, pero rechazado, de modo que se vendió limitado electrónicamente como deportivo. Ya le he quitado el limitador y acabo de limpiarle de carbonilla el asiento de válvulas e instalar filtros nuevos.
- Entiendo… - Paris no entendía una mierda.
- Fliparías: En ese cubo tienes toda la que saqué y los filtros viejos. – Paris miró y vio un par de piezas raras, y un montón inmenso de suciedad. – También he mejorado el encendido, y tengo pedidos unos discos ventilados. Va a ser genial.
- ¿Y cuanta potencia va a ganar con los discos ventilados? – Han se levantó y lo miró con el rostro descompuesto. En ese momento Paris supo que su tiro a ciegas había salido por la culata.
- ¡Discos de freno, idioto! ¡Son ventilados para que se enfríen mejor y no se desgasten por las altas temperaturas y el rozamiento!
- Siempre se aprende algo… - Han sopesó en serio la llave inglesa que tenía en la mano, pero acabó por dejarla en el banco de trabajo que tenía a su izquierda, después de cerrar el capó del Fenrir.
- Me cambio y vamos a por Kurtz.
- Vale, te esperaré aquí…
Kurtz los esperaba. Estaba paseando a Etsu, y cuando vio llegar el deportivo subió corriendo a devolver a su alteza a su sillón y coger sus cosas. Como correspondía a un turco con una doble vida, incluía un arsenal decente, junto con el PHS, la cartera y las llaves de casa. Rellenó los cuencos de comida y agua del perro y se fue. El viaje hacia la casa de Rolf fue incómodamente silencioso. Han se negaba a hablar, centrándose en conducir y estudiar las sensaciones que le producía su coche nuevo, frustrado porque algún cabrón del depósito de coches le hubiese robado la radio. Paris, por otra parte, mantenía su habitual carácter taciturno, como siempre que subían hasta la superficie de la placa. Estaba sentado en medio del asiento trasero, mucho más pequeño e incómodo que el del Cavalier, con los ojos cerrados, escuchando música a volumen atronador con sus auriculares. A pocas calles de la casa del tirador, Kurtz tuvo que dar un grito para llamar la atención de sus compañeros.
- A ver, par de autistas. ¿Cuál es el plan?
- Eso es cosa tuya. – Respondió Han, sin dejar de mirar hacia la carretera.
- Si, Jonás. – Dijo Paris, alzando la vista. – Además, ¿necesitamos un plan?
- Bueno, al menos uno sabe de qué va esto. – Agradeció el turco. – Básicamente, es ir, saludar a Rolf, pedirle las llaves y charlar un rato. Por lo visto estamos algo tensos últimamente.
- ¿A qué hora habías quedado con él? – Volvió a preguntar el asesino desde el asiento de atrás.
- Dentro de quince minutos, así que vamos bien de tiempo. ¿Qué tal el coche, por cierto?
- Necesita un cambio de frenos, pastillas, un equipo de sonido y algo de mantenimiento, y voy a tardar un par de meses en tener esta suspensión al cien por cien, pero promete.
- Cuando lleguemos, yo me llevo este y tú el Cavalier.
- ¿Y por qué no vas tú en el pájaro? – Preguntó el piloto, molesto por tener que ceder tan pronto su nueva montura.
- Porque seguro que yo soy un piloto experto, capaz de controlar semejante bestia y evadirme si me reconoce alguna patrulla.
- ¡Si has llevado ese motor durante años! – Volvió a protestar Han.
- Con limitador. ¡De modo que no discutas, joder! ¡Llevo décadas conduciendo, así que sabré llevar un coche sin incidentes! Además, ¿de qué tienes miedo? ¿De qué lo arañe? – El piloto cedió con un gruñido, acabando el trayecto de peor humor.
- Pasad. La puerta está abierta. – Dijo la voz del tirador, desde el interfono del caro edificio. Kurtz respondió con una sonrisa a la cámara y un gesto a Paris y Han para que lo siguiesen. El segundo torciéndole el gesto a la lente, y el primero agradecido por volver a tener un techo sobre su cabeza.
Rolf los esperaba, cierto, y no solo por haberse citado con ellos. Llevaba meses pensando en este momento, sospechándolo, desde que acompañó a un atractivo asesino hasta la presencia del turco con peor reputación de la ciudad. El francotirador podía ser un hombre díscolo, vanidoso, lascivo, superficial y un millón de cosas más, pero por encima de todo, era un superviviente. Un hombre inteligente, dedicado a calcular riesgos, elegir una posición y defenderla. Y desde luego, aunque precoz, sabía lo suficiente para no fiarse de una sonrisa rodeada de cicatrices, una actitud impulsiva y aparentemente fácil de desentrañar y una cara bonita. Pulsó el botón que daba comienzo a su plan y corrió hacia la ventana, por la que llegó de un salto hasta el tejado de enfrente, a un metro de distancia y uno y medio más baja que su casa, desde el que trepó hasta el tejado del siguiente edificio, quedándose aproximadamente a la misma altura que el gran ventanal de su salón. Este estaba en una esquina de la estructura del edificio, de modo que el ventanal abarcaba dos paredes, dándole una espectacular vista panorámica de todo Midgar. Todo estaba preparado a la perfección: Había cronometrado el tiempo que tardarían en tener el ascensor, que había dejado en su piso, el veintitrés, y dejado sus cosas preparadas dentro de una de las chimeneas del edificio que usaría de nido, la cual, además, le daría una cobertura excelente.
- Pasad. Hay algo para picar y cervezas en el salón. Me reuniré con vosotros en cuanto salga del baño.
Paris y Kurtz saludaron, agradeciendo el detalle. Se pusieron cómodos, mientras Han recorría repisas y muebles con la mirada, buscando las llaves para abandonar el lugar cuanto antes. Se pusieron cómodos. La tele estaba encendida, con la retransmisión de un combate de artes marciales mixtas. Paris hizo algún comentario, sobre si lucharía ese Henton Jackson, antes de sentarse ante la tele y tomar un puñado de patatillas. Kurtz estaba paseando, de un lado a otro de la habitación, y también de un lado a otro de la mira de punto rojo de Rolf. El tirador estaba demasiado cerca como para usar la mira telescópica de su Farsight, de modo que la había cambiado por esta: Una simple lámina de plexiglás transparente con un punto rojo en el centro, con dos aumentos. Suficiente como para abatir a alguien a esa distancia con precisión. El problema era Han. Había colocado un temporizador en el cuadro eléctrico de su casa, que apagaría todas las luces en cuestión de segundos. Kurtz y Paris estaban perfectamente ubicados en el blanco, pero Han no. Ese cabrón no paraba de moverse de un lado a otro. Rolf tendría aproximadamente pocos segundos para disparar, y tras mucho meditarlo, Kurtz sería su primer objetivo. Los reflejos de Paris serían muy superiores, y saltaría a cubierto mucho más rápido, pero el turco tenía la mente táctica necesaria para sobrevivir y los recursos y los conocimientos para hacer que el resto de su vida fuese breve e infernal. Definitivamente, el turco debía morir a toda costa. Pero Han… Han podía salir con vida, delatar la ubicación de su casa, denunciarlo… Aunque Kurtz muriese, si los turcos obtenían una sola pista que apuntase hacia él… La imagen más halagüeña era la de su cuerpo mutilado y carente de vida, siendo devorado por las alimañas en una cloaca de la ciudad. El resto eran mucho peores. Sin embargo, Han lo había jodido todo. Él la había jodido por cabrear al piloto y predisponerlo en su contra, ya que él tenía que ser el primero en coger una cerveza, un puñado de aperitivos y coger el rincón más cómodo del sofá. Y la luz estaba a punto de apagarse…
- ¡Se acabó! ¡Voy a sacar a ese marica del baño y coger las putas llaves! – Gritó Han, mientras salía corriendo del salón.
- Me cago en tu dios… - Murmuró Kurtz levantándose, justo cuando las luces se fueron.
El ruido de cristales rotos inundó la habitación, seguida de los gritos de confusión que este provocó. No habían oído disparo alguno, pero las balas parecían seguirles por la habitación. Han estaba tirado tras la pared, mientras Kurtz reventaba la puerta del baño, lejos de la zona expuesta por el ventanal del salón. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, el piloto vio sorprendido como Paris colgaba del techo, con las manos apoyadas en una viga y los pies en la pared, como una extraña araña dorada.
- ¡Me cago en su puto dios! – Gritó Kurtz desde el baño. - ¡Una grabadora! ¡El chupapollas nos la ha jugado!
El turco escuchó en silencio las imprecaciones de sus compañeros, mientras su cerebro era un hervidero de actividad. Instintos entrenados durante años tomaron el control. Se echó al suelo y avanzó a rastras hasta la entrada de la sala. El tirador, desde su nido, buscaba y esperaba. Su mira tenía efecto de visión nocturna, y aún así no lograba ubicar a ninguno de sus objetivos. La propia mira, que mostraba el cuarto en una escala de verdes, no le permitía distinguir mancha de sangre alguna, y cadáveres, evidentemente, tampoco encontró. Se puso en la peor situación posible: Todos habían sobrevivido, o por lo menos algunos, ya que a sus auriculares seguían llegando algunos ruidos, y los buscaba frenéticamente en cada ventana de la casa.
Kurtz agarró el tobillo de Han, y cuando este se giró, con una blasfemia aflorándole en los labios, se encontró al turco llevándose el índice a los suyos. La orden era clara. Silencio. Rolf había preparado todo al milímetro, de modo que no sería raro que hubiese instalado micrófonos para ubicarlos. Se llevó la mano al pelo, haciendo un gesto de anuncio de champú que han entendió enseguida, respondiéndole con su índice, que apuntaba hacia el escondite de Paris. Cuando alzó la vista, se lo encontró con un gesto de fastidio. Una vez tuvo la atención de ambos, Kurtz gesticuló un mensaje, al que ambos respondieron con un asentimiento: Fuera de aquí. ¡Ya!
Rolf corría por la azotea, en busca de su segundo nido: Una cornisa desde la que podía ver su propia puerta.
- Joder, nos miran como si estuviésemos locos. – Protestó Han.
- Cierra la boca y sigue avanzando… O no te importará como cojones nos miren. – Respondió Paris.
Rolf murmuró una maldición: Se habían anticipado a ese gesto con algo que él no había calculado: En su caro edificio de lujo, el portero iba de piso en piso recogiendo la basura, cargándola en un contenedor de acero inoxidable con ruedas y dejándola fuera al final del día para que se la llevase el camión. Ahora esos hijos de puta lo habían cogido y avanzaban escondidos tras él, acabando con sus opciones, rodeados de civiles curiosos. Con el silenciador, su rifle no tendría la potencia suficiente como para atravesar el acero a esa distancia. Sin él, todo el mundo se alarmaría, y siendo esta una de las zonas más lujosas de la ciudad, la zona no tardaría en llenarse de PM. En un estado de excepción, seguro que enviarían a uno o dos de esos robots propulsados con hélices, y armados con ametralladoras vulcan de gran calibre. Definitivamente, no. Así no tendría opción alguna.
Rolf ignoraba cuanto tiempo había permanecido tumbado sobre el tejado, mirando hacia las estrellas. El dinero le sobraba y también las posibilidades de trabajo. Siempre había alguien que odiaba a otro alguien, o simplemente lo necesitaba muerto, y estaba dispuesto a pagar por ello. Aunque la verdad era que probablemente no necesitaría trabajar en absoluto. Fuera de Midgar podría entregarse al libertinaje hasta que la edad, la mala vida o las venéreas pusiesen fin a sus días. Viajaría en su propia moto hasta Kalm, donde conseguiría uno de esos apestosos chocobos y lo usaría para cruzar los marjales y evitar al famoso Zolom. Luego solo tendría que llegar a Junon, sobornar a un par de oficiales y desaparecer en la costa del sol, llenar el mundo de bastardos y asegurarse de dejar una huella imborrable en la que prometía ser una lista interminable de amantes exóticos y extranjeros. Si la cosa lo aburría, siempre podía seguir viajando: Cañón Cosmo, Ciudad Cohete, Wutai… Cualquier lugar, cualquier ciudad, cualquier vida. Podría comprárselas todas. Recogió el estuche para pesca donde estaba guardado el Farsight y sacó una gorra, con la que disimuló su rostro. Encontró la trampilla que daba al interior del edificio y forzó la cerradura. Descendió y salió, dando un rodeo hasta su casa. Al entrar se cruzó con el portero, que murmuraba acerca de los jóvenes energúmenos de hoy en día, que robaban hasta los contenedores de basura.
Cuando salió del ascensor aún sonreía. Sacó la llave y abrió la puerta, saboreando la idea que le hacía reírse del pobre portero: “Hace falta estar ciego de cojones para llamar joven a Scar Kurtz…”. Rolf pasó, cerró la puerta con llave y dejó el rifle dentro del armarito de la entrada, que localizó sin necesidad de encender la luz. Luego se dirigió hacia los fusibles, desactivando el interruptor temporizado y volviendo a dar luz eléctrica a la casa. Estaba pulsando el interruptor de la caja de fusibles cuando se dio cuenta: Han es joven, Paris es joven… Kurtz no iba con ellos.
- Has tardado dos horas en salir del baño, Rolf… Deberías comer más fibra. El corazón del tirador dio un vuelco. Empezó a girarse, necesitaba ver al turco ahí, ante sus ojos, para creerse que realmente se la había jugado. – ¡No! – Ordenó. - Si te mueves sin que te lo ordene, date por muerto. Si hablas y no es para responder a mis preguntas, date por muerto. ¿Has entendido?
- ¿Puedo respirar? – Preguntó con sorna.
- Interpretaré eso como un sí.
Kurtz se levantó. Rolf seguía de espaldas a él, con la caja de fusibles ante él. De un golpe le quitó la gorra, y le pasó la mano entre el pelo, buscando cualquier cosa. Rolf sintió el frío tacto de la pistola de Kurtz en la nuca durante medio segundo, lo justo para captar el mensaje: Ni parpadees. El cacheo que vino a continuación fue minucioso e intensivo. Kurtz encontró la Aegis Cort 26 que el tirador llevaba para imprevistos. Una versión de menor tamaño que una mano extendida, fácil de ocultar pero igual de efectiva. Rolf no pudo ver que hacía con ella.
Acabado el cacheo, Kurtz retrocedió paso y medio, ordenándole que avanzase hacia el salón. Allí, le ordenó tumbarse bocabajo en el sofá y pasar una mano entre las piernas y dejar la otra a la espalda. Sacó un juego de esposas y cerró las manos del tirador, una por delante y otra por detrás, encadenadas entre las piernas.
- A esto lo llamamos “el sobre”. Normalmente, lo que viene después implica porras, bates, tuberías o palanquetas, aunque supongo que tú serás cooperativo.
- No veo porque iba a serlo. – Respondió el tirador. – Te dispones a matarme. - Kurtz se sentó en el otro sofá, enfrente del tirador.
- Puedes sentarte, si encuentras el modo. Por cierto, para matar el rato estas dos horas, he encontrado un par de micros. – El tirador se revolvió hasta una postura más o menos bocarriba. Al volverse vio a Kurtz. Estaba en camiseta, y bajo ella podía reconocer el bulto de un chaleco de Kevlar.
- Joder… ¡El puto estado de excepción!
- Si: Tenemos que ir con el equipo estándar siempre: Chaleco, pistola, esposas y arma cuerpo a cuerpo. – Respondió el turco, cuya Aegis Cort apuntaba directamente a la cara del tirador. Rolf se fijó enseguida en un añadido del arma.
- ¿Silenciador? – Preguntó sorprendido. - ¿Puedes llevar silenciador?
- A veces hasta es una necesidad, para algunos trabajos que me tocan. – Respondió. – Pero te había dicho algo de no hablar.
- Dispárame entonces. – Bufó el tirador. – Se honesto: Me quieres vivo.
- ¿Por cuánto tiempo? – El rostro de Kurtz se desfiguró en una horrenda mueca de malicia, recordándole a Rolf algo en lo que él también había pensado: ¿Cuánto tiempo?
- No veo porque voy a decirte nada, Kurtz. – Desvió la mirada con desprecio.
- Porque merezco una explicación. – Respondió el aludido. – Los tres la merecemos.
- ¡No merecéis una mierda! ¡Yo me merezco la puta explicación! Además, si voy a hablar. ¿Por qué no están aquí los demás para participar de la “fiesta”? – Los ojos verdes del tirador se clavaron en Kurtz con ira, antes de abrirse en lo que se convirtió una mueca de burla. – Entiendo… Maldito santurrón, quieres ser el que se manche las manos, ¿verdad? Quieres ahorrarle a los demás el trabajo sucio, así ellos podrán ser héroes, mientras tú eres el que sacrificó su reputación y mantuvo el poder en la sombra. – Rió con evidente desprecio. – Conmovedor… Enormemente conmovedor. En la cocina tengo un cubo. ¿Me lo puedes traer para que vomite? – Kurtz se levantó y le pateó en el estómago. Luego se sentó lentamente. Su gesto impasible no se perturbó ni un ápice.
- No tienes puta idea de lo que significa ser el cuchillo en la sombra.
- Kurtz… ¡Soy asesino a sueldo! ¡Mato gente para que otra gente progrese o satisfaga sus bajos instintos! – Bufó en cuanto pudo recuperar el aliento.
- Bah… ¡No tienes ni puta idea! – Rolf se lo pensó unos segundos.
- Tienes razón: Tú lo sabes mejor. – El tono de Rolf se relajó, de la duda a una tranquilidad más honesta, y admitió no tener razón, sorprendiendo al turco. – De modo que quieres saber porqué he intentado mataros, ¿verdad?
- Si eres tan amable… - El sarcasmo de Kurtz no apartaba la pistola de su cara ni un segundo. Un movimiento en falso y Rolf estaría lleno de agujeros. Al menos, si iba a morir, mejor joder a esos hijos de puta.
- Os he descubierto. – Afirmó.
- ¿Ah, sí? ¿Tan torpes hemos sido?
- Casualidades, más bien. – Respondió ignorando el tono irónico del turco. – Aunque claramente, alguien como yo tiene que ser un perfecto estúpido para recibir la invitación de un turco para luchar contra Shin-Ra y no desconfiar.
- Recuerdo que Paris dijo que te sentías… “Romántico”, cuando aceptaste.
- Claro que sí. Uno siempre se siente melancólico cuando aprieta el gatillo contra alguien a quien… ¡Bah! – Bufó. – Que te vaya a contar como os descubrí no tiene que ver con esto. Esta historia es mía y solo mía. – Kurtz asintió, callándose para que prosiguiese. – Todo empezó a caer la noche que murió Darren, el hermano de Henton: Yo estaba jodidamente borracho, y Paris me llevó a su casa para que no tuviese que volver hasta aquí desde la Tower of Arrogance. Han dormía en la cárcel y tú volviste al cuartel de Turk para resolver lo que quedó del asunto de esos hijos de puta, como quiera que lo hicieses.
- Tú no me preguntas, yo no te miento. – Kurtz no quería airear temas que consideraba privados de su vida como turco. – Sigue.
- ¡Qué prisas! ¡Es mi canto del cisne! ¡Déjame llevarlo a mi ritmo! – Kurtz asintió, la pistola siguió quieta. – Ese día descubrí que Paris trabajaba para Shin-Ra, de modo que tú probablemente también estarías implicado. No tengo pruebas con Han, pero cuando le quise contar el asunto, me lo encontré con el PHS desconectado, y al no devolverme la llamada, asumí que se había reunido con vosotros, y mi hora se estaba acercando. Si él era un pringado fichado fuera, como yo, tendría que matarlo igualmente, las medias tintas no me servían.
- Solo nos queda descubrir cuando confirmaste que yo era tu enemigo.
- Esa me llevó dos pasos, los dos algo enrevesados, pero simples cuando puedes ver el puzle completo. Por un lado, en la habitación de Kowalsky, ese tal Fixer te hizo una pregunta muy concreta: ¿Existe el comandante Elfo Oscuro? Dijo confirmarlo, pero no compartió ese secreto con nosotros. La semana pasada, yo tuve un duelo, contra un hombre de mediana edad que disparaba con una precisión diabólica usando un rifle fabricado a mano, sin mira telescópica de ningún tipo. Un maestro, aunque bastante trastornado. En medio del duelo, perdió la paciencia y empezó a abrir fuego contra los transeúntes.
- Luchasteis cerca del Mercado Muro, ¿verdad? – Rolf asintió. La noticia corría entre los rumores populares, pero Shin-Ra aún no había dado confirmación oficial, ni confirmaría ningún incidente de ese estilo con todo el asunto del estado de excepción en vigor.
- De ese hombre me llevé una placa militar muy extraña: No tenía nombre, solo el tipo sanguíneo, y un apodo escrito: Pastor. En el reverso, estaba llena de pequeñas muescas y cortes. – La mirada de Kurtz se endureció, lo cual hizo sonreír a Rolf mientras avanzaba en su relato. – Me pregunté durante días que podían ser esas muescas hasta que me di cuenta: Palitos y puntos. Código Morse.
- ¿Y que ponía? – Kurtz mantenía la cara de póker, pero no servía para engañar a alguien que ya tenía toda la información necesaria.
- Ponía “99 Fantasma”. Existen miles de mentideros en la red de comunicación Shin-Ra acerca de esa unidad militar. Muchos de ellos leyenda, otros tantos más creíbles, pero casi todos coinciden en el nombre en clave de su líder: Elfo Oscuro. – Jonás negó con la cabeza, en un gesto que denotaba incredulidad. - ¿Puedo ver tu placa antes de morir, Kurtz?
- No tiene sentido: Yo también he leído al respecto y la información es clara en otro punto: La unidad se creó para la guerra de Wutai y se disolvió a su fin.
- Mentira. Si así fuese, tú no estarías haciendo black ops. ¿O me vas a volver a decir que las haces por un ansia de justicia social y defensa de los desvalidos? ¿eh? Venga… ¡Enséñame tu placa! ¿Cuál es tu nombre en clave? – Kurtz se recostó, sonriendo triste y vagamente.
- Tigre…
- ¡Que apropiado!
- Pero te equivocaste, Rolf. – Dijo el turco. – Soy turco, porque tras la guerra, y tras la noventa y nueve, había conseguido una serie de habilidades por las que Shin-Ra estaba dispuesta a pagar bien, siempre que las usase con el uniforme adecuado. Yo estaba tan cabreado que solo pensaba en el día a día, destrozando a hostias cualquier cosa que se interpusiese en mi camino.
- Seguro que sufrías mucho… - Se burló el tirador. – Rico y con carta blanca para mearte en los derechos de la gente.
- Habló el asesino a sueldo de buena familia…
- ¡Ouch! ¡Touché!
- Mi vida se volvió una mierda desde que una mina de fragmentación me rajó la cara, y eso solo fue el principio de lo que ves. – Se señaló a las cicatrices con un gesto. – Pero no, Rolf. El mundo se va a la mierda, y aunque nadie lo sepa, yo voy a ser padre en cuestión de muy pocos meses. Semanas, apenas. No quiero para mi hijo la misma mierda que tuve que tragar yo, o que se quede indefenso si le falto algún día.
- Realmente conmovedor… Lástima que no lo trague.
- ¡Créete lo que te dé la gana! – Jonás se enfureció. - ¡No te dejaré vivir para que cualquier día me vueles la cabeza y no pueda conocer a mi hijo! Simplemente, Rolf, no puedo permitírmelo. - Rolf le devolvió una sonrisa triste, comprensiva.
- Es lógico… Toda tu parte encaja, Jonás. Esa resignación, esa forma de asumir la violencia como algo normal que muestras cuando hablas de hacer operaciones sucias, o aceptas mancharte las manos… Yo he matado gente, y no es que esté orgulloso, pero conozco mis motivos y vivo con ello. - Levantó la vista, lentamente. - Pero tú, si es cierta la mitad de la mierda que circula sobre la noventa y nueve, te has follado a un país entero.
- ¿Y que falla? – Preguntó incómodo. Ya había revelado más de lo que quería, aunque Rolf tuviese los segundos contados.
- ¡Por favor! – Exigió indignado. – ¡Mi canto del cisne! ¿Recuerdas? – Kurtz hizo un gesto de disculpa, aunque evidenciaba que le daba igual. Rolf lo ignoró y se dispuso a proseguir. – Han está limpio. No tiene pasado en Shin-Ra, y aunque debería coleccionar denuncias por conducción temeraria, que saltarían a por él cuando lo cazaron la noche que murió Darren. Sin embargo, su historial delictivo está limpio como una patena. Probablemente Fixer estará detrás de eso. – Se recostó, regocijándose en su propia genialidad. – ¿No podrías darme agua? ¿O una de esas cervezas? Tengo algo de sed, de tanta charla. – Kurtz negó con la cabeza. - ¿Quieres oírme o no? – Esta vez el turco asintió, y su pistola ya no apuntaba a la cabeza del tirador, sino a su rodilla. – Entiendo: Eres un negociador implacable… Bien. ¿Por dónde iba? – Kurtz alzó una ceja. Eso parecía ser la última señal. – Paris… Paris es el que no encaja.
- ¿En qué? – Kurtz volvió a alzarse, interesado.
- ¿Qué cojones es el “proyecto Balance”?
Han esperaba aparcado en doble fila, a pocos metros de la puerta de casa de Rolf. Era noche cerrada, y llovía a cántaros. La lluvia era una experiencia poco habitual para un habitante de los suburbios, y al piloto lo frustraba enormemente no poder dar rienda suelta a sus ansias de probar al Fenrir con el desafío de un terreno mojado.
- Ahí vienen… Los dos. – Murmuró Paris. Han se giró. Ante sus ojos, Rolf se estaba empapando. Llevaba un abrigo puesto, y otro sobre las manos, que llevaba juntas por delante. El piloto supuso que ocultaría unas esposas. Kurtz iba detrás. El coche solo tenía dos puertas, de modo que Paris tuvo que salir para que entrasen. Primero Rolf, y cuando el joven rubio se disponía a ocupar la otra plaza del asiento de atrás, Kurtz lo retuvo y entró él. Encogiéndose de hombros, Paris se sentó de nuevo en el asiento del copiloto, cerrando la puerta.
- Arranca. – Han obedeció a Kurtz en silencio, incorporándose al tráfico.
- ¿A dónde vamos?
- A mi casa. Los cuatro. – Respondió Kurtz. El sonido de una pistola al ser amartillada acompañó a sus palabras. – Tenemos mucho de qué hablar. – Dijo mientras apoyaba cañón del arma en el respaldo del asiento de Paris.
jueves, 15 de octubre de 2009
martes, 13 de octubre de 2009
191
El sueño de Lazarus estaba siendo de lo más inquieto. No, esa no era la palabra, no ocurría nada que le pusiese nervioso, pero algo le decía que no iba a acabar bien.Se encontraba en una ciudad desconocida y había viajado en autobús. No sabía cómo había llegado hasta allí, pero segundos antes se encontraba en un enorme lago, en el centro de unas tierras vírgenes, repleto de pinos jamás vistos por el hombre.La pequeña barca en la que se encontraba tumbado, con el paso de los años visible en la seca madera y la pintura blanca desconchada, apenas provocaba ondas en el agua.La tarde, oscura aunque no hubiese empezado el atardecer, irrumpió el silencio con la furia de sus nubles plomizas. Un rayo atravesó toda la esfera celeste ramificándose como si intentase aferrarse a algo y detener su fugaz movimiento; el trueno apareció dos segundos después con tal violencia que los pinos parecieron apartarse temerosos de ser alcanzados por la tormenta.Lazarus sonrió y cerró los ojos. Cientos, miles, millones de gotas golpeando el liso y voluble espejo que era el lago, deformándolo y agitándolo suavemente. No era un mal presagio, realmente disfrutaba con ello, siempre le habían gustado las tormentas, siempre le llenaban de paz.Pero de repente no había lago, ni barca, ni tormenta ni nada. Acababa de llegar en autobús a una ciudad que no conocía. Así eran los sueños.Una puerta acristalada apareció frente a él, como si hubiese venido andando sola hasta aquél lugar. Entonces sintió un puñetazo en el brazo izquierdo y se llevó la mano contraria a la zona dolida.
-¡Au!-era la primera vez que hablaba en todo su sueño.
-Venga hombre, que te quedas dormido.
No sabía si estaba allí desde el principio o había aparecido igual que la puerta, pero a su lado se encontraba una joven (de unos dieciocho años calculó él). No sabía quien era, pero sentía que la conocía.
-¿Qué hacemos aquí?
-¿Estás tonto? Pues ver esto-dicho esto ella le rodeó la cintura y apoyó la cabeza en su hombro.
Un embriagador aroma a almendras y frutas silvestres pareció atravesar la barrera de la ensoñación e inundar el piso de Lazarus. La lluvia, ahora esto…El sueño estaba siendo de lo más vívido, como cuando te muerde una serpiente o cuando crees que te has caído de algún lugar. “Ese pelo castaño…Con sus rizos y su flequillo liso… ¿Acaso es una amiga o…?”
En cuanto empujaron la puerta la escena cambió de nuevo. Ahora estaban sentados en una larga mesa, llena de estuches, botes de pintura acrílica y barras de carboncillo.
Una luz de atardecer entraba por un enorme ventanal y caía directamente sobre ella, que jugaba con las suaves cortinas de seda roja.
-Me gusta este sitio, si al final te quedas…
A la luz de aquél sol, era mucho más hermosa que antes. Sus ojos marrones parecían convertirse en miel y su sonrisa, más pura. La verdad es que el sueño se estaba volviendo bastante pasteloso.
-Ah, estáis aquí.
Igual que todo lo anterior, un hombre apareció de repente en la sala, con esmoquin, sombrero de copa y una máscara de porcelana cubriéndole todo el rostro.
-¡Oh,Lazarus! Cuanto tiempo.
¿Lazarus? Pero si Lazarus soy yo ¿Quién es ese?”Entonces la chica corrió hacia él y le abrazó fuertemente.
-Lo siento, pero ella es mía- dijo aquél extraño hombre. Llevaba máscara, pero estaba seguro de que en ese momento se estaba riendo tras ella.
Comenzó a sonar un pitido. El despertador. El sueño comenzaba a diluirse y Lazarus iba recuperando la consciencia poco a poco.
-¡Espera, eh, espera!
Ya era demasiado tarde. Aquél micromundo se sesgó y desapareció para dar la bienvenida a la realidad.
-Muy bien, veamos lo que habéis aprendido. Barrote número tres: ¿Cuántos son tres por tres? Número cinco… ¡Silencio!
Sí, desde luego aquél calabozo me estaba afectando a la cabeza. Cuando no convertía a los barrotes de la celda en amigos imaginarios, jugaba con las piedras que había por el suelo.
A falta de cualquier ventana o rendija por la que se filtrara luz, ya no sabía en qué hora vivía. Los dos primeros días me fijé en los cambios de turno que hacían dos jóvenes turcos, pero pronto los minutos se me hacían horas y las horas segundos. Lo que realmente me jodía es que me hubiesen arrebatado mi materia y no pudiese escuchar los pensamientos de la gente nunca más. Seguramente verían que estaba rota y la destruirían.
-¡Joder, siete y ocho! ¿Cuántas veces os tengo que decir que no se folla en clase?
-Por todo el puto Mako de la ciudad… ¡Cállate ya!
Frente a mí, al otro lado de las verjas, sobre una silla plegable se encontraba mi vigilante; un joven turco rubio de la última hornada que, como regía la moda, ya había costumizado su uniforme añadiendo bolsillos y abarrotándolos de cremalleras.
-¿Me das una chapa de Sephiroth si me callo?-le dije sentándome en una esquina.
-Joder…-bufó él mientras yo seguía minando su paciencia- Casi prefiero que ese cabronazo de Kurtz me de una paliza a tener que aguantar a este gilipollas.
-¡Jajaja!-la carcajada fue inevitable- ¿Te han castigado con la insoportable misión de aguantarme? Sabes, cuando yo era pequeño mi hermano me contaba cosas de su instrucción que harían que te hicieses cacota encima… A ti ni siquiera te han dado las llaves de la celda para que puedas pegarme.
-Mira gilipollas de mierda-me chilló sacudiendo los barrotes desde el otro lado- Ahí fuera hay un estado de excepción que hará que te pudras en esta jodida celda mientras yo pueda ir por la calle y decir a una chica que me la chupe por el bien de Midgar. Puede que Turk sea ahora un saco de imbéciles, pero si yo me estoy convirtiendo en uno de ellos es para vivir de puta madre hasta que caiga el meteorito. Porque estoy seguro de que terminará cayendo. Y me da igual que no pueda pegarte, mañana ya no habrá nadie aquí, poco a poco se olvidarán de ti, hasta que un día encuentren tu cadáver descompuesto y digan “No sabíamos si era culpable o no, pero por lo menos ya no dará problemas”.
-Lo sé…-dije yo con cierta melancolía. Las asquerosas palabras de ese pesudoturco tenían toda la razón del mundo-Lo sé y por no pensar en todo lo que he perdido al entrar en este zulo, me entretengo volviéndome loco.
-Pues resulta que mi tío iba ayer por la calle y vio a un amigo suyo con un tractor en una azotea. “Pero Pepe… ¿Qué haces ahí arriba?” y entonces le responde el otro… ”¡Sembrar el pánico!”
Lazarus explotó con una gran carcajada. Ese tipo de chistes eran sus preferidos; escuetos y malos, pero te hacían reír.
-Oh, Axel, de verdad necesitaba esto-dijo secándose las lágrimas de los ojos- Mira que se te da bien la palabra, da igual que sean consejos o chistes.
-Para, para, que me voy a sonrojar. Aquí el que sabe usar la palabra eres tú, novelista.
-Ya bueno pero…
La puerta se abrió y dejó entrar a un ser canijo con bigote y una chupa de cuero.
-Eh, Sam, aquí-El aludido les reconoció y se sentó con ellos en la misma mesa.
-Había unos cuantos SOLDADO en el sector siete, no sé qué harían por allí…Voy a pedirme algo.
Esas cuatro últimas palabras activaron un radar interno que el dueño del bar había desarrollado. En cuanto Samuel entraba, su buen humor se iba al traste y no paraba de recordar las tres jarras de cerveza que ya había estrellado contra la pared en lo que llevaban de mes.
-¡Hasta que no me pagues las jarras no te sirvo nada!
-¿Me lo dices en serio?
-¡Como si fuese normal tirarlas contra la pared de mi local no te jode!
Lazarus dio un gran trago a su cerveza mientras observaba la discusión. De verdad que no sabía por qué Samuel y él eran grandes amigos.
-¿Y entonces qué aparecía en ese sueño?-siguió con la conversación Absalon.
-Si te digo la verdad ya apenas lo recuerdo. Estaba una amiga que tuve hace años y un enmascarado que me decía “Lo siento, pero es mía”. Parezco gilipollas contándote esto.
-No hombre, si a mí esto de los sueños me fascina. Mira, yo lo veo así. Tú te sacaste la carrera de medicina, pero en realidad te habría gustado hacer ilustración, de ahí que soñases con una facultad de artes. Luego está la chica… ¿Pasó algo entre vosotros en el mundo real?
-Lo intenté, pero no surgió nada…
-Entonces está claro, simplemente necesitas un cambio drástico en tu vida.
-Un… ¿Cambio?
-Así es, hacer lo que siempre has querido. Yo por ejemplo, soy vago de cojones, pero odio la monotonía. Si normalmente me afeito dos veces a la semana, voy un día y decido dejarme barba. Si tomo la leche con café, una mañana decido tomarla con miel. Pequeñas cosas que me ayudan a evadirme de la rutina- Samuel se acercaba peligrosamente hacia ellos, así que Axel decidió zanjar el tema- Tú, en cambio, no eres vago, pero eres muy calmado, te has acomodado en una vida que aunque no te des cuenta, no te gusta. Por eso necesitas un cambio radical, algo que deje patas arriba tu aburrida existencia. "Saltar. Subir al cielo en espectáculo pirotécnico. Pasar de la línea recta a las curvas y a la fractalidad y caer como lluvia sobre la tierra, la mente y la red de las palabras."-Su amigo pareció saborear las palabras y continuó- No se de quién es, pero siempre me gusta decirlo.
-Chicos chicos, el camarero me ha contado algo increíble-misteriosamente, el barman ahora se desternillaba de risa tras la barra y les saludaba con una cerveza en la mano. Nadie sabía cómo pero habían hecho las paces- Resulta que en la axila hay cierto tendón o algo así. Y las mujeres, al depilarse con cera, si lo hacen mal y se lesionan ese tendón… ¡Se les puede quedar una teta colgando!
-No malgaste palabras con este señor-dijo una voz grave y ronca que acababa de entrar en los calabozos.
-¿Y usted es?-dijo el turco levantándose de la silla y alzando la ceja.
-Tranquilo, me han dejado pasar, pregúntaselo a tus jefes si quieres.
Eso le bastó al vigilante para volver a su silla sin rechistar. Yo estaba sentado en el suelo así que no tenía ángulo de visión. Se oyeron unos pasos, primero apareció una enorme barriga y luego la cara de mi gran amigo.
-¡Blackhole!
-Richard Blachole Arranz, si te gusta más. Saludos mi preso amigo.
-¡Qué has hecho con Lucille hijo de puta! Como la toques un pelo ten por seguro que iré a por ti.
-Pero un pelo de la cabeza o…Porque he de confesarte que tu chica tiene un coño de lo más lindo.
Al turco, que no se enteraba de nada, le pareció de lo más gracioso y se echó a reír a pleno pulmón. Yo perdí los estribos y me abalancé hacia Blackhole sacando los brazos por los barrotes. Mala jugada, ni siquiera me había fijado en que venía acompañado por uno de sus gorilas. El enorme guardaespaldas, de cabeza rapada y cara redonda, me cogió las manos y las bajó con tremenda fuerza hasta dar con el barrote horizontal. Sonó un choque metálico cuando mis codos golpearon el acero y mis brazos se durmieron momentáneamente. Luego dio paso a un dolor horrible que me llegaba hasta las manos, como si millones de hormigas mordiesen con afán mi piel.
-No se quien eres, pero te lo agradezco-añadió el turco ofreciéndole la mano a Blackhole en un gesto de hombría y compañerismo.
Sólo de pensar en lo que había dicho el jodido millonetis, sólo de pensar que Lucille estaba a su merced, obedeciendo tal vez a alguna de sus enfermizas perversiones…Eso me estaba doliendo más que el ardor en los brazos.
-Te mataré con mis propias manos, te lo juro…Te enrollaré alambre de espino en la polla y te mataré- No era una amenaza, me juré a mi mismo que eso pasaría.
El semblante de Blackhole cambió y miró seriamente al turco.
-¿Puedes dejarnos un momento a solas?
-Pero sólo si le dais una patada en los huevos de mi parte-bromeó el joven rubio mientras se iba con una sonrisa de tonto.
-Bueno, bueno Yief… ¿Cómo has dejado que te metan en un sitio así?
-Ya claro, como si tú no tuvieses nada que ver.
-Pues si te digo la verdad, esta vez no he intervenido, no me conviene que estés encerrado. Verás, en una ocasión como ésta, el villano desvela todo su plan maléfico al héroe moribundo, pero en realidad yo no tengo ningún plan. Solamente te puteo-el guardaespaldas se rió bobamente y se sacudió la americana gris que llevaba- No recuerdo cómo te convertiste en mi pasatiempo favorito, pero es apasionante la de cosas que has sobrellevado. Lo de Tombside me sorprendió enormemente, la verdad es que si os hubieseis puesto de acuerdo, acabar conmigo hubiese sido fácil…El caso es que si sigues aquí yo me aburro así que haré algo al respecto.
-¿Se la vas a chupar a alguien para sacarme de aquí?-no podía creer lo que me estaba diciendo. Yo, un puto juego de niños, un puto entretenimiento del que tiene dinero y tiempo suficiente para ello, una puta marioneta protagonista del show.
-Hablando de chupar, No veas que bien lo hace Lucille- ya no sabía si lo decía para joderme o si realmente hablaba en serio. Quería pensar en lo primero- No me voy a andar con más rodeos. Dentro de unos días supongo que conseguiré sacarte de aquí, pero me seguiré quedando con Lucille, tendrás que ser tú el que vaya a rescatarla, cual princesa del castillo.
Y dicho esto, el señor agujero negro salió de los calabozos para volver a su guarida del mal.
Ya estaba anocheciendo y los tres amigos se habían dividido para ir cada uno a su casa. Lazarus caminaba pensativo por las calles del sector 4. Subir al cielo en espectáculo pirotécnico. Sentía cierto miedo, pero la idea de cambiar le parecía cada vez más sugerente, más atractiva. Se volvería más jovial, más distraído, más despreocupado…Las farolas se encendieron de repente y dieron a la calle un tinte anaranjado. Sí, le fascinarían los amaneceres en vez de las tormentas y por qué no, dejaría de diseccionar cadáveres. Todavía era lo suficientemente joven para entrar en la universidad y estar en la onda. Se matricularía en bellas artes y conocería a mucha gente.
Quería empezar ya con ello y como si fuese una señal divina, frente a él vio su primer indicio. Una chica, con el pelo castaño ondulado y ojos melosos paseaba por la calle alzando los brazos con un cartel: “Abrazos gratis”. Había visto lo mismo en una cadena de televisión, un experimento sociológico en forma de broma en la que una chica guapa ofrecía abrazos. Pero se sentía tan lleno de un sentimiento desconocido que le daba igual aparecer en la pequeña pantalla. Sí, porque uno de los primeros pasos sería perder la vergüenza.
Llegó hasta ella totalmente decidido y la abrazó fuertemente, acercándola a él y elevándola ligeramente. Su melena olía a almendras y frutas silvestres.
-Gracias-dijo mirándola a los ojos. Se quedaron unos segundos así y luego Lazarus retomó su vuelta a casa agitando la mano- Gracias de veras.
Sí, a partir de ahora saltaría y pasaría de la línea recta a la curva y después al fractal.
-Axel, te tengo que hacer un monumento-bromeó consigo mismo mientras pensaba en preparar la matrícula para la universidad.
En su amplio piso, con la única luz del foco que usaba para iluminar a sus modelos, Alexandre, se colocaba su gorro de lana verde y una camisa del mismo color. En su bolsillo derecho, una bolsita con tabaco, en el izquierdo, mechero y papel de liar. Frente a él, en la baja mesa de cristal, descansaban los dos revólveres Archer&Grossman, con una materia mutis y una prisa en cada uno. Resopló un par de veces y se las llevo a las fundas que colgaban de su cinturón de cuero.
Echó un vistazo a su último cuadro, reposando casi en completa oscuridad en un caballete. Había pintado todo el lienzo de negro y luego fue añadiendo los motivos. Una silueta completamente blanca ocupaba la mayor parte del cuadro y en ella se adivinaba las formas de una mujer saludando con la V de la victoria. Su melena al viento se se separaba cada vez más hasta poder ver cada uno de los cabellos, salpicados con más pintura blanca. A la mitad del cuadro, a la altura del corazón de la chica, había escrito “Sry” con un tono bermellón.
Se sentía tremendamente mal con Iris, pero tampoco aceptaba quedarse sin hacer nada así que optó por zanjar el tema cuanto antes.
-Es hora de hacerse el héroe-murmuró mientras cerraba la puerta de su casa, sin saber si volvería a abrirla alguna vez.
-¡Au!-era la primera vez que hablaba en todo su sueño.
-Venga hombre, que te quedas dormido.
No sabía si estaba allí desde el principio o había aparecido igual que la puerta, pero a su lado se encontraba una joven (de unos dieciocho años calculó él). No sabía quien era, pero sentía que la conocía.
-¿Qué hacemos aquí?
-¿Estás tonto? Pues ver esto-dicho esto ella le rodeó la cintura y apoyó la cabeza en su hombro.
Un embriagador aroma a almendras y frutas silvestres pareció atravesar la barrera de la ensoñación e inundar el piso de Lazarus. La lluvia, ahora esto…El sueño estaba siendo de lo más vívido, como cuando te muerde una serpiente o cuando crees que te has caído de algún lugar. “Ese pelo castaño…Con sus rizos y su flequillo liso… ¿Acaso es una amiga o…?”
En cuanto empujaron la puerta la escena cambió de nuevo. Ahora estaban sentados en una larga mesa, llena de estuches, botes de pintura acrílica y barras de carboncillo.
Una luz de atardecer entraba por un enorme ventanal y caía directamente sobre ella, que jugaba con las suaves cortinas de seda roja.
-Me gusta este sitio, si al final te quedas…
A la luz de aquél sol, era mucho más hermosa que antes. Sus ojos marrones parecían convertirse en miel y su sonrisa, más pura. La verdad es que el sueño se estaba volviendo bastante pasteloso.
-Ah, estáis aquí.
Igual que todo lo anterior, un hombre apareció de repente en la sala, con esmoquin, sombrero de copa y una máscara de porcelana cubriéndole todo el rostro.
-¡Oh,Lazarus! Cuanto tiempo.
¿Lazarus? Pero si Lazarus soy yo ¿Quién es ese?”Entonces la chica corrió hacia él y le abrazó fuertemente.
-Lo siento, pero ella es mía- dijo aquél extraño hombre. Llevaba máscara, pero estaba seguro de que en ese momento se estaba riendo tras ella.
Comenzó a sonar un pitido. El despertador. El sueño comenzaba a diluirse y Lazarus iba recuperando la consciencia poco a poco.
-¡Espera, eh, espera!
Ya era demasiado tarde. Aquél micromundo se sesgó y desapareció para dar la bienvenida a la realidad.
-Muy bien, veamos lo que habéis aprendido. Barrote número tres: ¿Cuántos son tres por tres? Número cinco… ¡Silencio!
Sí, desde luego aquél calabozo me estaba afectando a la cabeza. Cuando no convertía a los barrotes de la celda en amigos imaginarios, jugaba con las piedras que había por el suelo.
A falta de cualquier ventana o rendija por la que se filtrara luz, ya no sabía en qué hora vivía. Los dos primeros días me fijé en los cambios de turno que hacían dos jóvenes turcos, pero pronto los minutos se me hacían horas y las horas segundos. Lo que realmente me jodía es que me hubiesen arrebatado mi materia y no pudiese escuchar los pensamientos de la gente nunca más. Seguramente verían que estaba rota y la destruirían.
-¡Joder, siete y ocho! ¿Cuántas veces os tengo que decir que no se folla en clase?
-Por todo el puto Mako de la ciudad… ¡Cállate ya!
Frente a mí, al otro lado de las verjas, sobre una silla plegable se encontraba mi vigilante; un joven turco rubio de la última hornada que, como regía la moda, ya había costumizado su uniforme añadiendo bolsillos y abarrotándolos de cremalleras.
-¿Me das una chapa de Sephiroth si me callo?-le dije sentándome en una esquina.
-Joder…-bufó él mientras yo seguía minando su paciencia- Casi prefiero que ese cabronazo de Kurtz me de una paliza a tener que aguantar a este gilipollas.
-¡Jajaja!-la carcajada fue inevitable- ¿Te han castigado con la insoportable misión de aguantarme? Sabes, cuando yo era pequeño mi hermano me contaba cosas de su instrucción que harían que te hicieses cacota encima… A ti ni siquiera te han dado las llaves de la celda para que puedas pegarme.
-Mira gilipollas de mierda-me chilló sacudiendo los barrotes desde el otro lado- Ahí fuera hay un estado de excepción que hará que te pudras en esta jodida celda mientras yo pueda ir por la calle y decir a una chica que me la chupe por el bien de Midgar. Puede que Turk sea ahora un saco de imbéciles, pero si yo me estoy convirtiendo en uno de ellos es para vivir de puta madre hasta que caiga el meteorito. Porque estoy seguro de que terminará cayendo. Y me da igual que no pueda pegarte, mañana ya no habrá nadie aquí, poco a poco se olvidarán de ti, hasta que un día encuentren tu cadáver descompuesto y digan “No sabíamos si era culpable o no, pero por lo menos ya no dará problemas”.
-Lo sé…-dije yo con cierta melancolía. Las asquerosas palabras de ese pesudoturco tenían toda la razón del mundo-Lo sé y por no pensar en todo lo que he perdido al entrar en este zulo, me entretengo volviéndome loco.
-Pues resulta que mi tío iba ayer por la calle y vio a un amigo suyo con un tractor en una azotea. “Pero Pepe… ¿Qué haces ahí arriba?” y entonces le responde el otro… ”¡Sembrar el pánico!”
Lazarus explotó con una gran carcajada. Ese tipo de chistes eran sus preferidos; escuetos y malos, pero te hacían reír.
-Oh, Axel, de verdad necesitaba esto-dijo secándose las lágrimas de los ojos- Mira que se te da bien la palabra, da igual que sean consejos o chistes.
-Para, para, que me voy a sonrojar. Aquí el que sabe usar la palabra eres tú, novelista.
-Ya bueno pero…
La puerta se abrió y dejó entrar a un ser canijo con bigote y una chupa de cuero.
-Eh, Sam, aquí-El aludido les reconoció y se sentó con ellos en la misma mesa.
-Había unos cuantos SOLDADO en el sector siete, no sé qué harían por allí…Voy a pedirme algo.
Esas cuatro últimas palabras activaron un radar interno que el dueño del bar había desarrollado. En cuanto Samuel entraba, su buen humor se iba al traste y no paraba de recordar las tres jarras de cerveza que ya había estrellado contra la pared en lo que llevaban de mes.
-¡Hasta que no me pagues las jarras no te sirvo nada!
-¿Me lo dices en serio?
-¡Como si fuese normal tirarlas contra la pared de mi local no te jode!
Lazarus dio un gran trago a su cerveza mientras observaba la discusión. De verdad que no sabía por qué Samuel y él eran grandes amigos.
-¿Y entonces qué aparecía en ese sueño?-siguió con la conversación Absalon.
-Si te digo la verdad ya apenas lo recuerdo. Estaba una amiga que tuve hace años y un enmascarado que me decía “Lo siento, pero es mía”. Parezco gilipollas contándote esto.
-No hombre, si a mí esto de los sueños me fascina. Mira, yo lo veo así. Tú te sacaste la carrera de medicina, pero en realidad te habría gustado hacer ilustración, de ahí que soñases con una facultad de artes. Luego está la chica… ¿Pasó algo entre vosotros en el mundo real?
-Lo intenté, pero no surgió nada…
-Entonces está claro, simplemente necesitas un cambio drástico en tu vida.
-Un… ¿Cambio?
-Así es, hacer lo que siempre has querido. Yo por ejemplo, soy vago de cojones, pero odio la monotonía. Si normalmente me afeito dos veces a la semana, voy un día y decido dejarme barba. Si tomo la leche con café, una mañana decido tomarla con miel. Pequeñas cosas que me ayudan a evadirme de la rutina- Samuel se acercaba peligrosamente hacia ellos, así que Axel decidió zanjar el tema- Tú, en cambio, no eres vago, pero eres muy calmado, te has acomodado en una vida que aunque no te des cuenta, no te gusta. Por eso necesitas un cambio radical, algo que deje patas arriba tu aburrida existencia. "Saltar. Subir al cielo en espectáculo pirotécnico. Pasar de la línea recta a las curvas y a la fractalidad y caer como lluvia sobre la tierra, la mente y la red de las palabras."-Su amigo pareció saborear las palabras y continuó- No se de quién es, pero siempre me gusta decirlo.
-Chicos chicos, el camarero me ha contado algo increíble-misteriosamente, el barman ahora se desternillaba de risa tras la barra y les saludaba con una cerveza en la mano. Nadie sabía cómo pero habían hecho las paces- Resulta que en la axila hay cierto tendón o algo así. Y las mujeres, al depilarse con cera, si lo hacen mal y se lesionan ese tendón… ¡Se les puede quedar una teta colgando!
-No malgaste palabras con este señor-dijo una voz grave y ronca que acababa de entrar en los calabozos.
-¿Y usted es?-dijo el turco levantándose de la silla y alzando la ceja.
-Tranquilo, me han dejado pasar, pregúntaselo a tus jefes si quieres.
Eso le bastó al vigilante para volver a su silla sin rechistar. Yo estaba sentado en el suelo así que no tenía ángulo de visión. Se oyeron unos pasos, primero apareció una enorme barriga y luego la cara de mi gran amigo.
-¡Blackhole!
-Richard Blachole Arranz, si te gusta más. Saludos mi preso amigo.
-¡Qué has hecho con Lucille hijo de puta! Como la toques un pelo ten por seguro que iré a por ti.
-Pero un pelo de la cabeza o…Porque he de confesarte que tu chica tiene un coño de lo más lindo.
Al turco, que no se enteraba de nada, le pareció de lo más gracioso y se echó a reír a pleno pulmón. Yo perdí los estribos y me abalancé hacia Blackhole sacando los brazos por los barrotes. Mala jugada, ni siquiera me había fijado en que venía acompañado por uno de sus gorilas. El enorme guardaespaldas, de cabeza rapada y cara redonda, me cogió las manos y las bajó con tremenda fuerza hasta dar con el barrote horizontal. Sonó un choque metálico cuando mis codos golpearon el acero y mis brazos se durmieron momentáneamente. Luego dio paso a un dolor horrible que me llegaba hasta las manos, como si millones de hormigas mordiesen con afán mi piel.
-No se quien eres, pero te lo agradezco-añadió el turco ofreciéndole la mano a Blackhole en un gesto de hombría y compañerismo.
Sólo de pensar en lo que había dicho el jodido millonetis, sólo de pensar que Lucille estaba a su merced, obedeciendo tal vez a alguna de sus enfermizas perversiones…Eso me estaba doliendo más que el ardor en los brazos.
-Te mataré con mis propias manos, te lo juro…Te enrollaré alambre de espino en la polla y te mataré- No era una amenaza, me juré a mi mismo que eso pasaría.
El semblante de Blackhole cambió y miró seriamente al turco.
-¿Puedes dejarnos un momento a solas?
-Pero sólo si le dais una patada en los huevos de mi parte-bromeó el joven rubio mientras se iba con una sonrisa de tonto.
-Bueno, bueno Yief… ¿Cómo has dejado que te metan en un sitio así?
-Ya claro, como si tú no tuvieses nada que ver.
-Pues si te digo la verdad, esta vez no he intervenido, no me conviene que estés encerrado. Verás, en una ocasión como ésta, el villano desvela todo su plan maléfico al héroe moribundo, pero en realidad yo no tengo ningún plan. Solamente te puteo-el guardaespaldas se rió bobamente y se sacudió la americana gris que llevaba- No recuerdo cómo te convertiste en mi pasatiempo favorito, pero es apasionante la de cosas que has sobrellevado. Lo de Tombside me sorprendió enormemente, la verdad es que si os hubieseis puesto de acuerdo, acabar conmigo hubiese sido fácil…El caso es que si sigues aquí yo me aburro así que haré algo al respecto.
-¿Se la vas a chupar a alguien para sacarme de aquí?-no podía creer lo que me estaba diciendo. Yo, un puto juego de niños, un puto entretenimiento del que tiene dinero y tiempo suficiente para ello, una puta marioneta protagonista del show.
-Hablando de chupar, No veas que bien lo hace Lucille- ya no sabía si lo decía para joderme o si realmente hablaba en serio. Quería pensar en lo primero- No me voy a andar con más rodeos. Dentro de unos días supongo que conseguiré sacarte de aquí, pero me seguiré quedando con Lucille, tendrás que ser tú el que vaya a rescatarla, cual princesa del castillo.
Y dicho esto, el señor agujero negro salió de los calabozos para volver a su guarida del mal.
Ya estaba anocheciendo y los tres amigos se habían dividido para ir cada uno a su casa. Lazarus caminaba pensativo por las calles del sector 4. Subir al cielo en espectáculo pirotécnico. Sentía cierto miedo, pero la idea de cambiar le parecía cada vez más sugerente, más atractiva. Se volvería más jovial, más distraído, más despreocupado…Las farolas se encendieron de repente y dieron a la calle un tinte anaranjado. Sí, le fascinarían los amaneceres en vez de las tormentas y por qué no, dejaría de diseccionar cadáveres. Todavía era lo suficientemente joven para entrar en la universidad y estar en la onda. Se matricularía en bellas artes y conocería a mucha gente.
Quería empezar ya con ello y como si fuese una señal divina, frente a él vio su primer indicio. Una chica, con el pelo castaño ondulado y ojos melosos paseaba por la calle alzando los brazos con un cartel: “Abrazos gratis”. Había visto lo mismo en una cadena de televisión, un experimento sociológico en forma de broma en la que una chica guapa ofrecía abrazos. Pero se sentía tan lleno de un sentimiento desconocido que le daba igual aparecer en la pequeña pantalla. Sí, porque uno de los primeros pasos sería perder la vergüenza.
Llegó hasta ella totalmente decidido y la abrazó fuertemente, acercándola a él y elevándola ligeramente. Su melena olía a almendras y frutas silvestres.
-Gracias-dijo mirándola a los ojos. Se quedaron unos segundos así y luego Lazarus retomó su vuelta a casa agitando la mano- Gracias de veras.
Sí, a partir de ahora saltaría y pasaría de la línea recta a la curva y después al fractal.
-Axel, te tengo que hacer un monumento-bromeó consigo mismo mientras pensaba en preparar la matrícula para la universidad.
En su amplio piso, con la única luz del foco que usaba para iluminar a sus modelos, Alexandre, se colocaba su gorro de lana verde y una camisa del mismo color. En su bolsillo derecho, una bolsita con tabaco, en el izquierdo, mechero y papel de liar. Frente a él, en la baja mesa de cristal, descansaban los dos revólveres Archer&Grossman, con una materia mutis y una prisa en cada uno. Resopló un par de veces y se las llevo a las fundas que colgaban de su cinturón de cuero.
Echó un vistazo a su último cuadro, reposando casi en completa oscuridad en un caballete. Había pintado todo el lienzo de negro y luego fue añadiendo los motivos. Una silueta completamente blanca ocupaba la mayor parte del cuadro y en ella se adivinaba las formas de una mujer saludando con la V de la victoria. Su melena al viento se se separaba cada vez más hasta poder ver cada uno de los cabellos, salpicados con más pintura blanca. A la mitad del cuadro, a la altura del corazón de la chica, había escrito “Sry” con un tono bermellón.
Se sentía tremendamente mal con Iris, pero tampoco aceptaba quedarse sin hacer nada así que optó por zanjar el tema cuanto antes.
-Es hora de hacerse el héroe-murmuró mientras cerraba la puerta de su casa, sin saber si volvería a abrirla alguna vez.
jueves, 8 de octubre de 2009
190
Tres asaltos simbólicos representados por unos pitidos especialmente incómodos fue lo que duró el despertador digital antes de hacerse añicos contra el gotelé de la pared del dormitorio. Gruñendo y maldiciendo repetidas veces, su propietario se incorporó con movimientos torpes de la cama y examinó los restos del quinto reloj del mes, cuyo pedazo mas grande se veia adornado por un post-it en el que podía apreciar su propia letra formando la frase “Ni se te ocurra romper este, maldito capullo inutil”. Pensó con dificultad en la posibilidad de comprar alguno diseñado específicamente para resistir golpes, como uno que creía recordar haber visto en algún anuncio especialmente absurdo despues del telediario, pero la descartó rapidamente. Realmente era una buena forma, aunque algo cara, de desfogarse en un mal despertar. Tenía la seguridad de que si algún dia de los que se despertaba con ese humor no rompía algo antes de salir de casa lo haría con la mandíbula del primero que le pidiera la hora. Bastante tenía con aguantar todos esos sueños estrambóticos que parecían salidos de una alucinación propia de alguien que hubiera ingerido ácido. Prácticamente todos los dias se despertaba entre sudores con un torbellino de nombres e ideas que no eran suyas propias invadiéndole la cabeza. Sephiroth, Jénova, la corriente vital, ese coro de voces llamándole continuamente, el repentino deseo de partir hacia el norte… Era francamente molesto. Con gestos perezosos, se incorporó y tiró de la cuerda que abría la persiana. Ni una sola rendija de luz natural se coló por la despejada ventana. Ni siquiera había amanecido y no se podían apreciar los únicos minutos en los que el astro rey iluminaría los suburbios de la ciudad con el desequilibrio económico mas grande del mundo, antes de desaparecer por encima de la placa para bañar de luz a todos aquellos a los que la vida sí sonreía. Un ligero brillo rojizo se colaba por el borde de la placa, visible desde el apartamento bajo el sector 2 en el que se encontraba. No hacía falta estar muy puesto en actualidad para saber de donde venia. Venia de ese. Si, ese. Ese puto montón de roca espacial incandescente que el sabía que iba a impactar contra el planeta. Ese Sephiroth que tanto le llamaba lo había invocado para destruir todo. Muy simpático el. Apartó la mirada de la ventana y, desprendiendose de sus calzoncillos, se metió en el baño rumbo a la ducha. Cinco minutos después el espejo le devolvía la misma imagen de cada mañana. El verde esmeralda característico de los ojos de SOLDADO se fundía con el marrón caoba que su madre le había otorgado. Se pasó la mano por su cabeza, donde unas pronunciadas entradas se dibujaban entre la ligera pelusa de su rapada cabellera. Un dia mas, pero todo sigue igual, se dijo a si mismo. Contuvo las ganas de golpear al clon que le devolvía la mirada mas allá de la delgada capa de plata y aluminio sobre el vidrio y volvió a su habitación, dispuesto a ponerse su uniforme.
- ¡Brunetti! ¡Nimasso! ¡Por la derecha! ¡Clover! ¡Ruhama! ¡Por la izquierda! ¡Spark! ¡Jeriel! ¡Guardad la entrada y no dejeis escapar a nadie! ¡Al menor movimiento comunicadlo! ¡Si os superan en grupo retroceded hasta la entrada! ¡Ninguno de los que estan ahí dentro puede abandonar este puto edificio mientras su corazón lata! ¡Vamos allá!
Los SOLDADO de 3º se desplegaron a una velocidad muy superior a la habitual de un humano a la orden del primera clase, empuñando sus espadas reglamentarias y maniobrando con agilidad por los estrechos pasillos del edificio. En la entrada, Johan escupió al suelo con amargura y se sentó apoyándose en la cara exterior de la pared, mirando con desgana la placa superior sobre su cabeza.
- Johan, no seas capullo.
- Tio, sabes tan bien como yo que nadie va a aparecer por esta puerta aparte de los otros cinco cubiertos hasta arriba de salpicaduras de sangre – Sacó de su bolsillo un cigarrillo y se lo puso entre los labios.
- Como el capitán Grey se entere de que te has pasado la misión fumando sentado tranquilamente mientras el resto están luchando… - Daithi suspiró, estaba mas que acostumbrado a la actitud de su compañero y amigo, pero no podía evitar reprocharsela cada vez. Intentaba actuar como su conciencia, ya que la original parecía haberse tomado unas largas vacaciones.
- De entrada, el excelentísimo capitán Grey puede meterse su opinión al respecto por su perfecto culo de primera. Para seguir, esto no es una misión Dai, lo sabes perfectamente, es una puta masacre. – Encendió su cigarrillo y dio una amplia calada antes de continuar. – Ahí dentro hay diez personas, posiblemente desarmadas, cuyo máximo delito fué matar a uno de los nuestros tras que este hubiera aniquilado a unas quince o veinte personas mas.
- El SOLDADO solo estaba defendiendose, la masa de gente se le echó encima.
- Porque están desesperados joder. Son los putos suburbios del sector 8, no hace ni tres meses que un grupo de primeras enloquecidos carbonizaron a una comunidad entera. No quieren vernos ni en pintura, nos odian y no entienden que hacemos en Midgar mas que matarnos entre nosotros. Todo el mundo se está volviendo paranoico, hace tiempo que Meteorito dejó de ser un punto brillante en el cielo, ya es casi mas grande que el sol, y hay Armas vagando por el puto mundo causando estragos. La televisión y la prensa principal están manipuladas por ShinRa y no dan evidencias de peligro alguno, pero aquí abajo la gente lee el Midgar Lights, insilenciable y verídico casi en su totalidad. – Apartó la mirada de la placa, mirando directamente a los ojos de mako de su compañero.- He leido el informe de lo que pasó, el SOLDADO de marras debió pasarse de la raya con la Materia fuego y quemó practicamente toda una calle para acabar con uno de los locos. La gente no supo diferenciar entre cuerdo y demente y atacaron a aquel que vieron que destruía todo. Esto no es Le Renard Blanc, aquí estan las personas mas puteadas, pobres, amargadas y con el instinto de supervivencia mas desarrollado de todo Midgar. No quisieron matar a alguien gratuitamente, simplemente el miedo pudo mas que la pobre moral a la que estan acostumbrados. Y ahora van a ser masacrados por ello.
El silencio se adueñó de la situación, Daithi se fijó en un par de vagabundos que pasaban arrastrando un carrito al otro lado de la calle, no sabría distinguir si su mirada era de odio, de miedo o de una mezcla muy equitativa de las dos. Su compañero, ajeno a ellos, retomó la palabra con una voz que evidenciaba un cabreo en aumento.
- Y ademas ese capullo de Grey, con el pecho tan hinchado por su nuevo cargo que no se como cabe en su puto uniforme de primera clase recien estrenado, va y reclama seis soldados para una misión de matar civiles. ¡Seis! Ese mariconazo podría destripar a todos los que hay dentro con un cepillo de dientes mientras se depila las piernas. Dos de nosotros nos sobraríamos para esta misión. No se como no se la han encargado a los Turcos.
- Hay muy pocos Turcos ahora mismo, están reclutando nuevas remesas para solucionarlo. SOLDADO cuenta con bastantes efectivos actualmente, especialmente terceras y segundas.
- Y precisamente por eso están ascendiendo a capullos como Grey. – Johan escupió nuevamente a su derecha antes de volver a dar otra calada de su cigarrillo y apagarlo contra el esputo. – Por favor, en que coño están pensando. Ese chico que subió hace unos meses a segunda, Alban, tiene mas cabeza que siete como él juntos. Grey no es mas que una puta mula que corta por la mitad lo que le pongan delante.
- Pareces resentido con el tema de los ascensos, pero si no fuera por el reclutamiento masivo por el estado de excepción tu y yo seguiríamos siendo PM’s. – Daithi había sido compañero de trabajo de Johan desde hacía once años, cuando hicieron la instrucción juntos.
- Sinceramente, no sabria decirte si lo preferiría.
- No entiendo por qué, estamos en la élite de combate de la ciudad mas desarrollada del mundo, se nos respeta y se nos paga cuantiosamente, además de la fuerza que adquirimos gracias al Mako. ¿Recuerdas a ese tio tan prepotente que solia ir en nuestro grupo de acción cuando eramos PM? ¿William? Ayer le partió la cara un tio cualquiera al que retó en un callejón. ¿Qué razón hay para no ser SOLDADO? Es un privilegio que muy pocos alcanzan.
- El Mako no solo da fuerza. A mi me da unas pesadillas de cojones.
- Tu tambien lo escuchas, ¿No? Lo cierto es que ultimamente…
La frase fue interrumpida por el ruido que la ventana bajo la que estaban situados hizo al romperse. Una de las personas del interior del edificio había saltado por ella huyendo de la masacre que se estaba produciendo dentro. El hombre, de unos cuarenta años, cayó al suelo bruscamente pero consiguió levantarse con rapidez, ignorando el dolor por la adrenalina. Miró un segundo con el terror reflejado en sus ojos a los dos SOLDADO, uno de los cuales se estaba levantando del suelo tambien. Sin pensarselo, salió corriendo a trompicones como mejor pudo. Su trote no duró mas de cuatro segundos, un fuerte ardor recorrió la espalda del desdichado y avanzó en su interior. La pobre victima pudo apreciar justo antes de que sus ojos se cerraran para siempre como la punta de una gigantesca espada salía de su pecho, atravesando su columna y la caja torácica. Johan Jeriel aguantó la espada en el mismo sitio soportando el peso del cadaver unos instantes, despues la sacó de su cárnica funda para devolverla a la original, en su espalda. El peso del cuerpo al caer fue bastante desagradable. Gruñó con desgana y volvió a su sitio, aunque esta vez no se sentó, solo se apoyó en la pared. Su compañero, siempre serio, le miraba sin mostrar mucha sorpresa, pero habló con su tono neutro habitual de todos modos.
- Por un momento pensé que le dejarías escapar.
- Grey es un retrasado que no diferenciaría un bolígrafo de un consolador, pero ni siquiera el se creería que una persona normal y corriente hubiera podido escapar de dos SOLDADO, por muy de tercera que sean. Esto es mi trabajo, mi puto trabajo, nunca fue mas de eso. Que le jodan a la generala en su discurso de promoción con lo de “SOLDADO antes que persona”, que le jodan a Sephiroth y a su Meteorito, que le jodan al Mako, a la corriente vital y al puto mundo. ¿Salen de una jodida vez o qué? Quiero irme de este puto sitio ya.
El día estaba resultando una auténtica tortura. Primero los suburbios del Sector 8, luego casi cinco horas de mierda patrullando los restos del Sector 7 en busca de un enloquecido de segunda que según el informe se le había visto sembrando el caos por ahí, para al final no encontrarlo. Despues de una pausa para comer de diez minutos llegaron las sesiones de Mako habituales y un entrenamiento extremo para los de tercera y segunda. Para colmo durante la parte del entrenamiento de lucha otro SOLDADO se había resentido al perder una pelea contra el y le había intentado atacar por la espalda al salir del ring, con la consecuente rotura de su tabique nasal al estrellarse el codo de Johan contra el. Como castigo por agredir a un compañero, le había tocado hacer guardia nocturna en el reactor numero tres, una tarea que normalmente les tocaba a dos o tres PM. Y ahí estaba el, recordando a su amigo hablar con cierto orgullo de que eran la flor y nata del ejercito de la mejor ciudad del mundo, mientras se encontraba en un trabajo propio de un vigilante de una empresa de seguridad de tres al cuarto. Atacó su cuarto café de la noche, luchando contra el sueño que poco a poco se iba haciendo mas evidente en su cuerpo. A sus treinta y dos años de edad, tenía que convivir dia a dia con miembros de SOLDADO mucho mas jóvenes que el, la mayoría monísimos de la muerte, con peinados estrafalarios y mas mako del que sus cerebros aguantaban. Realmente lo único que salvaba a su trabajo de ser una puta mierda aparte del dinero era la compañía de Dai, que a pesar de ser un tipo jodidamente serio y tranquilo había demostrado a lo largo de los años ser un buen amigo. No era el tipo de tio que amenizaba una velada, sino mas bien de los que calla, escucha y responde cuando le preguntan con cruda sinceridad. Eso a Johan no le importaba lo mas mínimo, casi lo prefería. Despues de todo, con los indecentes turnos de trabajo a los que le somentía SOLDADO poco tiempo podría tener para salir de fiesta, no hablemos ya de ganas. Un par de visitas semanales al foso para hablar con su amigo y apostar algo de pasta eran mas que suficientes para el. Si había algo que caracterizaba a Johan, aparte de su mal despertar, era el hecho de ser una persona de gustos sencillos. Ganaba una pasta mas que considerable, pero el seguía en el piso de los suburbios que había heredado de su padre, fumaba la misma marca de tabaco cutre de siempre y no tenía mas gastos que el de la televisión por cable y alguna prostituta de vez en cuando. Una vida algo decepcionante para una persona normal, y muchísimo para un SOLDADO, pero a pesar de estar en el cuerpo de élite del ejercito Johan se seguía considerando una persona normal, y se cagaba en todo aquel compañero de trabajo que se sintiera superior solo por poder matar mucho mas efectivamente que un ser humano común. Todo en el discrepaba con la actitud de un SOLDADO habitual, incluso el Mako le afectaba menos que al resto, sus ojos ni siquiera habían abandonado totalmente su color inicial.
Un sonido metálico hizo levantar la vista al tercera del vaso de plástico que contenía el café. Guardando silencio, esperó a ver si se producían mas ruidos extraños. Y así fue. El ruido de unos pasos, totalmente inperceptibles si no se escuchaba con atención, avanzaba por el piso superior. Johan se incorporó, tomando el mango de su espada reglamentaria con su mano derecha, mientras con la otra se apoyaba en la mesa. Solo era una persona, a juzgar por la cantidad de pisadas y su frecuencia. Fuera quien fuera, estaba caminando por la sala del cableado auxiliar de energía, y eso solo significaba que no quería ser visto. Se fijó en el plano que había en la pared y se dirigió a la habitación por la que preveía que iba a salir el intruso: Una sala de operaciones para regular el flujo de energía. Subió las escaleras con celeridad, pero manteniendo el sigilo. Llegó a la sala casi a la vez de que las pisadas llegaran tras la puerta con el letrero de Alta tensión y un ligero sonido metalico empezara, signo de que se estaba forzando la cerradura. Johan desenfundó la espada y esperó a que terminara su labor, pegado a la izquierda de la puerta y escuchando atentamente por si llamaba a algún complice por el movil o desistía. Finalmente, con un ligero chirrido, la puerta se abrió, ocultando al SOLDADO de la vista del intruso. Con un rápido movimiento, Johan cogió el manillar y empujó la puerta de modo que golpeara al distraido. El sonido del golpe y un quejido evidenciaron la efectividad de la maniobra. Echandose a un lado, el SOLDADO bordeó la puerta y quiso poner la espada en el cuello del tipo, pero al verlo se sorprendió. La persona a la que había derribado era una chica que dificilmente superaría la veintena, la cual se tapaba con las manos la brecha que se había formado en su frente por el golpe y contenía las lágrimas de dolor. Esta le dirigió una mirada rápida y al ver su uniforme palideció. Pasaron así tres segundos, mirándose el uno al otro con incredulidad. Finalmente la chica reaccionó, llevandose la mano a la espalda. Johan fue bastante mas rápido que ella y le sujetó el brazo, retorciéndoselo para que soltara la pistola que acababa de agarrar. Ella gritó e intentó soltarse pero cuanto mas lo intentaba mas daño se hacía. Sin salir del todo de su estupor, Johan le arrebató la mochila a la chica y utilizó las esposas que colgaban de su cinturón para sujetarle las manos a la espalda por detrás de una tubería cercana, inmobilizándola casi totalmente. La chica no dejó de gritar e intentar resistirse en ningún momento.
- ¡JODER! ¡Sueltame cabronazo! ¡Sueltame! ¡Pedazo de hijo de puta! ¡Un puto SOLDADO ni mas ni menos! ¡Me cago en tu puta madre sueltame desgraciado! ¡Que te jodan! ¡Vete a…!
La tanda de insultos se continuó a lo largo de varios minutos, tiempo en el cual avisó por radio al departamento de de investigación administrativa. Turk, para los amigos. En quince minutos llegarían dos miembros de la unidad a llevarsela. Vaya con la niña, pensó mientras volvía a mirar el contenido de la mochila. Un cargamento de unos diez kilos de explosivo unido a un temporizador, todavía sin activar. No era suficiente para volar un reactor entero, pero si lo bastante para dejarlo inutilizado una buena temporada. Examinó la pistola: Una Giordano. No tenia muescas en la boquilla ni arañazo o mancha alguna en la superficie, por lo que dedujo que debía ser muy nueva. Lo más probable es que la chica no hubiera pegado un solo tiro en su vida. Esta dejó de gritar, para pasar a sollozar entrecortadamente. Johan la miró y ella apartó la mirada, intentando no mostrar debilidad. Era bastante bonita, con el pelo rúbio ondulado cayéndole hasta los omoplatos y unas facciones muy agraciadas. Se preguntó que demonios llevaba a una chica tan joven y bonita a intentar dinamitar un reactor, enfrentándose a la compañía mas poderosa del mundo.
- ¿Y ahora que? ¿Vas a matarme tú o lo harán los amigos a los que has llamado? – El llanto se transformó en una risa amarga. – Quedará genial en los medios de comunicación. Ya lo imagino. “Valiente miembro de SOLDADO impide una acción terrorista llevaba a cabo por un grupo de jóvenes trastornados. La única superviviente será ejecutada públicamente.”
- Mira niña, no me toques los cojones. Has intentado cargarte el recurso energético de una octava parte de la ciudad de forma pésima y yo te he detenido. Solo estoy haciendo mi puto trabajo.
- Oh, y estarás orgullosísimo de tu trabajo, ¿Verdad? “¡Mirad! ¡Ahí va uno de los salvadores! ¡Un héroe de Midgar!” – Dijo en un tono irónico, exagerando mucho los elogios. - Seguro que te haces pajas con la foto del SOLDADO de pelo canoso ese, Sefiros o como coño se llame y te corres cuando piensas en llegar a ser igual que el. – El llanto, la risa, o lo que fuera cesó. La chica le mostró una mirada tras los restos de las últimas lágrimas que evidenciaba un desprecio total. No le temía, no le odiaba, le veía como si fuera la cosa mas detestable, inferior y asquerosa del mundo. Johan empezó a cabrearse por la insolencia de la niñata, podría haberla cortado por la mitad y nadie preguntaría nada y lo único que hacía ella es provocarle y despreciarle.
- Al menos no soy tan patético de intentar bombardear un reactor yo solo. ¿Qué esperabas? ¿Una alfombra roja hasta la sala principal? Mucho te debe poner el rollo antisistema para intentar imitar a unos terroristas asesinos tu sola, niñata de los cojones.
- ¿Asesinos? ¿AVALANCHA? ¡Y una mierda! – La ira se apoderó de la chica, la cual retorció los brazos tras la columna y se zarandeó, sin resultado alguno. – AVALANCHA son las únicas personas que intentaron mover un puto dedo contra la injusticia y la tiranía en esta puta ciudad, ¡Y para acabar con ellos, pedazo de hijos de puta, destruisteis un sector entero! ¡Y me vienes llamándolos asesinos a ellos pedazo de comemierda mutante de los cojones!
Esto ya rozaba lo absurdo. La niñata tenía que tener heces de bégimo en lugar de cerebro para pensar que la mayor catástrofe en la historia de la ciudad había sido provocada por la compañía que la gobernaba. Se descubrió a si mismo discutiendo con una persona a la que sacaría mas de diez años y se calmó. Decidió dejar las cosas claras y no volver a hablar con tal idiota.
- Mira criaja, no se que mierda de rumores has escuchado pero tienes que estar jodidamente mal de la cabeza para creertelos. No pienso seguir di…
La cria en cuestión interrumpió su frase. Había empezado a reirse a voz en grito, una risa cruda, ligeramente forzada pero no del todo. Johan acabó de convencerse de que, realmente, tenía algun tipo de problema cerebral.
- ¡Rumores! ¡Rumores dice! Dios… - Cesó su risa - ¿Asi que no sabes realmente para quien trabajas? Te lo voy a decir: Trabajas para la mayor puta panda de asesinos, manipuladores, tiranos, criminales, villanos e hijos de puta jamas existida: ShinRa S.A
- Para empezar, no trabajo para ShinRa, trabajo para el ejercito que es independiente de…
- ¡Oh si claro! Y es una puta casualidad de que el Presidente de esta nuestra bella y perfecta ciudad sea a la vez el directivo de la empresa mas poderosa del mundo, ¿Verdad? Vosotros, pedazos de mierda uniformada, no luchais por la justicia, no luchais por la ciudad, luchais por los putos intereses de una compañía. Y esa compañía no conoce límites a la hora de exprimir, ya sea a la energía del planeta como a cada puta persona que habite en este. ¿Quién controla los putos bancos principales, listillo? ¿Quién controla la economía? ¿Quién maneja los medios de comunicación? ¿Quién está al mando de la investigación y el desarrollo tecnológico mundial? ¿Quién está al mando de todas las putas ciudades de este planeta entonces? – Johan no supo contestar, se sentía estúpido frente a una jodida cria de veinte años - ¿Y que pasa cuando un gobierno se resiste a pasar por el aro? ¿Eh, calvorota? Te lo diré, provincia de Hanado, año 1992. ¿Te suena? En todos los medios de comunicación dijeron que Wutai empezó la puta guerra bombardeando un barco de nuestro gobierno. ¡Y todo el mundo se lo cree! ¡Una puta provincia que en su vida había querido saber nada del mundo y que se basa en tradiciones arcaicas, conceptos como el honor, la sabiduría y el respeto, ¡Y todo el mundo se traga que de pronto les ha dado por declarar la guerra a la ciudad mas desarrollada y poderosa del mundo! ¿Pero tu eres idiota? ¿En serio sigues creyendo que luchas por la justicia? No eres mas que el último puto tentáculo de la compañía que está matando al planeta y a la gente por el dinero, ¡Eres la puta espada en manos de el asesino mas despreciable que jamás haya existido y que deja que le metan Mako por el culo para hacerse mas fuerte y poder matar mejor! No eres un ser humano, eres escoria, ¿Me oyes? ¡ESCORIA!
El corazón de Johan latía muy fuerte, no podía entender exactamente que le estaba pasando a su cuerpo, pero era como si acabara de encontrar el sentido a muchas cosas. Lo que esa chica estaba diciéndole no dejaba de ser una verdad detrás de otra, pero su cerebro simplemente nunca se había parado a pensarlo. ¿Sería realmente cierto? ¿Sería esa la razón por la cual odiaba su trabajo, su vida y era incapaz de ser feliz desde hacía tanto tiempo? Levantarse cada mañana y sentir como su vida no tenía mas sentido que el de trabajar matando a la gente que le mandaban, volver a casa, ver las noticias que la misma gente que le decía a quien matar dirigía, dormir y que todo volviese a empezar… ¿Cómo no se había planteado nada de esto antes? Pero algo seguía sin encajar…
- Pero… - Tragó saliva, sin terminarse de creer la situación en la que se encontraba. - ¿Qué gana ShinRa derribando un sector entero de su propia ciudad?
- De entrada acabar definitivamente con el grupo de personas que mas ha llegado a amenazarles jamás, y para seguir, los impuesto subieron casi un treinta por ciento para paliar los daños de la masacre y retirar los escombros. ¿Pero has visto tu alguna puta maquina excavadora en el sector siete? Claro que no… Ni la verás nunca. ShinRa se embolsa ese dinero constantemente, exprimiendo a las personas lo máximo posible, pero le importa una mierda lo que ocurre con los suburbios, no es mas que un estorbo para ellos ya que es donde ocurren mas problemas. Toda esa gente que murió en los suburbios, incluida toda mi familia, murió para que esos hijos de puta para los que trabajas tengan mas dinero. Igual que todos los muertos de la guerra, igual que todas las personas que murieron construyendo estos reactores … Solo seré una niñata con dinamita para ti, pero al menos he intentado hacer algo para parar todo esto, al menos moriré sabiendo que jamás podria arrepentirme de lo que he hecho hoy. ¿Y tu? ¿Puedes decir lo mismo?
La respuesta era clara.
- No. No puedo.
- Pues aún estás a tiempo.
Johan miró a los ojos de la chica. Fue como mirar a una mujer por primera vez en su vida. Se dio cuenta de lo que esa persona era realmente, era la verdad, la justicia, la lógica… Era mucho mas que una niñata con dinamita, esa chica era la realidad, la primera cosa auténtica que había visto en su vida.
- ¿Cómo te llamas? – No sabía por que lo preguntaba. Era como si acabara de despertar de un sueño, y estuviera intentando recomponer la realidad. Ella era lo primero que había visto, deseaba conocerla. La chica le miraba extrañada también, vió la duda en su mirada, en esos preciosos ojos mezcla de verde y azul.
- Eve… ¿Y tú?
No pudo responder, la puerta de la sala se abrió de golpe, dejando ver a dos individuos con el traje propio de Turk. El primero, que avanzaba hacia ellos, había personalizado su uniforme, de manera que unas cuantas cadenas colgaban de uno de los remaches de su pantalón para ir a parar a su bolsillo trasero. Carecía de corbata y su camisa, con el cuello levantado, estaba desabrochada hasta el segundo botón, dejando ver parte de su pecho decorado con un llamativo tatuaje que solo se veia parcialmente. La chaqueta estaba abierta, y era algo mas corta de lo habitúal. Tenía el pelo negro engominado hacia arriba y atrás sin estar excesivamente tieso, sino cayendo ligeramente. Unas gafas de sol fijaban el pelo en su sitio. Era atlético aunque bastante delgado, y caminaba con seguridad y una expresión muy seria en su rostro. Sin embargo, ni con un cartel luminoso habría llamado mas la atención para Johan que el segundo turco, el cual se había quedado apoyado en la puerta, con los brazos cruzados. Su uniforme era el estándar, sin modificación alguna, tenía el pelo corto y canoso, era extremádamente delgado y parecía perderse en el traje. Unas gafas oscuras de cristales redondos ocultaban su mirada, pero sabía perfectamente que estaba clavada en la suya, que le estaba escrutando, como si pudiera ver mas allá de carne y hueso, como si estuviera viendo sus ideas, sus sentimientos. Su complexión física parecía deplorable, como si fuera a romperse con tocarlo, pero la seguridad de su gesto, esa media sonrisa, esa presencia… Algo en ese hombre, que parecía un espantapájaros, le resultaba temible.
- ¿Soldado de tercera Johan Jeriel? – El primero se le dirigió cuando hubo llegado a su altura. – Somos el agente Legendre y el agente Rookery. Le agradecemos su colaboración a la hora de detener a la terrorista, puede estar seguro de que sus superiores estarán al corriente de ello cuando termine de colaborar con nosotros.
- ¿Cuando termine de colaborar? ¿Que se supone que tengo que hacer? – Eso no tenía ninguna lógica, Turk y SOLDADO no se llevaban especialmente bien, y no solian colaborar salvo que fuera estrictamente necesario.
- Oh, detalles sin importancia, pura rutina si se me permite la apreciación… Espero que no tenga problema en acompañarnos y responder a unas cuantas preguntas sin importancia. Descuide, ya hemos avisado a una patrulla de PM’s para que cuiden del reactor en su ausencia.
- ¿Algunas preguntas? ¿Sobre ella? Ya les he dicho todo lo que sé en el aviso de radio. ¿Desde cuando Turk necesita de testimonios de SOLDADO para este tipo de casos?
- Verá, señor Jeriel… - El hombre mostró una ligera sonrisa – Me temo que no serán preguntas acerca de ella, sino sobre usted.
Fue entonces cuando Johan se dio cuenta de la cámara situada encima suyo, y de que su actitud respecto al discurso de la chica que ahora le miraba pidiendo auxilio no había sido precisamente la mas adecuada. Estaba jodido, estaba muy jodido. Lo mas curioso de todo es que, de camino al coche de los Turcos, al pasar por delante del extraño hombre de pelo canoso, lo único en lo que podía pensar es que aún no le había dicho su nombre a la chica.
- ¡Brunetti! ¡Nimasso! ¡Por la derecha! ¡Clover! ¡Ruhama! ¡Por la izquierda! ¡Spark! ¡Jeriel! ¡Guardad la entrada y no dejeis escapar a nadie! ¡Al menor movimiento comunicadlo! ¡Si os superan en grupo retroceded hasta la entrada! ¡Ninguno de los que estan ahí dentro puede abandonar este puto edificio mientras su corazón lata! ¡Vamos allá!
Los SOLDADO de 3º se desplegaron a una velocidad muy superior a la habitual de un humano a la orden del primera clase, empuñando sus espadas reglamentarias y maniobrando con agilidad por los estrechos pasillos del edificio. En la entrada, Johan escupió al suelo con amargura y se sentó apoyándose en la cara exterior de la pared, mirando con desgana la placa superior sobre su cabeza.
- Johan, no seas capullo.
- Tio, sabes tan bien como yo que nadie va a aparecer por esta puerta aparte de los otros cinco cubiertos hasta arriba de salpicaduras de sangre – Sacó de su bolsillo un cigarrillo y se lo puso entre los labios.
- Como el capitán Grey se entere de que te has pasado la misión fumando sentado tranquilamente mientras el resto están luchando… - Daithi suspiró, estaba mas que acostumbrado a la actitud de su compañero y amigo, pero no podía evitar reprocharsela cada vez. Intentaba actuar como su conciencia, ya que la original parecía haberse tomado unas largas vacaciones.
- De entrada, el excelentísimo capitán Grey puede meterse su opinión al respecto por su perfecto culo de primera. Para seguir, esto no es una misión Dai, lo sabes perfectamente, es una puta masacre. – Encendió su cigarrillo y dio una amplia calada antes de continuar. – Ahí dentro hay diez personas, posiblemente desarmadas, cuyo máximo delito fué matar a uno de los nuestros tras que este hubiera aniquilado a unas quince o veinte personas mas.
- El SOLDADO solo estaba defendiendose, la masa de gente se le echó encima.
- Porque están desesperados joder. Son los putos suburbios del sector 8, no hace ni tres meses que un grupo de primeras enloquecidos carbonizaron a una comunidad entera. No quieren vernos ni en pintura, nos odian y no entienden que hacemos en Midgar mas que matarnos entre nosotros. Todo el mundo se está volviendo paranoico, hace tiempo que Meteorito dejó de ser un punto brillante en el cielo, ya es casi mas grande que el sol, y hay Armas vagando por el puto mundo causando estragos. La televisión y la prensa principal están manipuladas por ShinRa y no dan evidencias de peligro alguno, pero aquí abajo la gente lee el Midgar Lights, insilenciable y verídico casi en su totalidad. – Apartó la mirada de la placa, mirando directamente a los ojos de mako de su compañero.- He leido el informe de lo que pasó, el SOLDADO de marras debió pasarse de la raya con la Materia fuego y quemó practicamente toda una calle para acabar con uno de los locos. La gente no supo diferenciar entre cuerdo y demente y atacaron a aquel que vieron que destruía todo. Esto no es Le Renard Blanc, aquí estan las personas mas puteadas, pobres, amargadas y con el instinto de supervivencia mas desarrollado de todo Midgar. No quisieron matar a alguien gratuitamente, simplemente el miedo pudo mas que la pobre moral a la que estan acostumbrados. Y ahora van a ser masacrados por ello.
El silencio se adueñó de la situación, Daithi se fijó en un par de vagabundos que pasaban arrastrando un carrito al otro lado de la calle, no sabría distinguir si su mirada era de odio, de miedo o de una mezcla muy equitativa de las dos. Su compañero, ajeno a ellos, retomó la palabra con una voz que evidenciaba un cabreo en aumento.
- Y ademas ese capullo de Grey, con el pecho tan hinchado por su nuevo cargo que no se como cabe en su puto uniforme de primera clase recien estrenado, va y reclama seis soldados para una misión de matar civiles. ¡Seis! Ese mariconazo podría destripar a todos los que hay dentro con un cepillo de dientes mientras se depila las piernas. Dos de nosotros nos sobraríamos para esta misión. No se como no se la han encargado a los Turcos.
- Hay muy pocos Turcos ahora mismo, están reclutando nuevas remesas para solucionarlo. SOLDADO cuenta con bastantes efectivos actualmente, especialmente terceras y segundas.
- Y precisamente por eso están ascendiendo a capullos como Grey. – Johan escupió nuevamente a su derecha antes de volver a dar otra calada de su cigarrillo y apagarlo contra el esputo. – Por favor, en que coño están pensando. Ese chico que subió hace unos meses a segunda, Alban, tiene mas cabeza que siete como él juntos. Grey no es mas que una puta mula que corta por la mitad lo que le pongan delante.
- Pareces resentido con el tema de los ascensos, pero si no fuera por el reclutamiento masivo por el estado de excepción tu y yo seguiríamos siendo PM’s. – Daithi había sido compañero de trabajo de Johan desde hacía once años, cuando hicieron la instrucción juntos.
- Sinceramente, no sabria decirte si lo preferiría.
- No entiendo por qué, estamos en la élite de combate de la ciudad mas desarrollada del mundo, se nos respeta y se nos paga cuantiosamente, además de la fuerza que adquirimos gracias al Mako. ¿Recuerdas a ese tio tan prepotente que solia ir en nuestro grupo de acción cuando eramos PM? ¿William? Ayer le partió la cara un tio cualquiera al que retó en un callejón. ¿Qué razón hay para no ser SOLDADO? Es un privilegio que muy pocos alcanzan.
- El Mako no solo da fuerza. A mi me da unas pesadillas de cojones.
- Tu tambien lo escuchas, ¿No? Lo cierto es que ultimamente…
La frase fue interrumpida por el ruido que la ventana bajo la que estaban situados hizo al romperse. Una de las personas del interior del edificio había saltado por ella huyendo de la masacre que se estaba produciendo dentro. El hombre, de unos cuarenta años, cayó al suelo bruscamente pero consiguió levantarse con rapidez, ignorando el dolor por la adrenalina. Miró un segundo con el terror reflejado en sus ojos a los dos SOLDADO, uno de los cuales se estaba levantando del suelo tambien. Sin pensarselo, salió corriendo a trompicones como mejor pudo. Su trote no duró mas de cuatro segundos, un fuerte ardor recorrió la espalda del desdichado y avanzó en su interior. La pobre victima pudo apreciar justo antes de que sus ojos se cerraran para siempre como la punta de una gigantesca espada salía de su pecho, atravesando su columna y la caja torácica. Johan Jeriel aguantó la espada en el mismo sitio soportando el peso del cadaver unos instantes, despues la sacó de su cárnica funda para devolverla a la original, en su espalda. El peso del cuerpo al caer fue bastante desagradable. Gruñó con desgana y volvió a su sitio, aunque esta vez no se sentó, solo se apoyó en la pared. Su compañero, siempre serio, le miraba sin mostrar mucha sorpresa, pero habló con su tono neutro habitual de todos modos.
- Por un momento pensé que le dejarías escapar.
- Grey es un retrasado que no diferenciaría un bolígrafo de un consolador, pero ni siquiera el se creería que una persona normal y corriente hubiera podido escapar de dos SOLDADO, por muy de tercera que sean. Esto es mi trabajo, mi puto trabajo, nunca fue mas de eso. Que le jodan a la generala en su discurso de promoción con lo de “SOLDADO antes que persona”, que le jodan a Sephiroth y a su Meteorito, que le jodan al Mako, a la corriente vital y al puto mundo. ¿Salen de una jodida vez o qué? Quiero irme de este puto sitio ya.
El día estaba resultando una auténtica tortura. Primero los suburbios del Sector 8, luego casi cinco horas de mierda patrullando los restos del Sector 7 en busca de un enloquecido de segunda que según el informe se le había visto sembrando el caos por ahí, para al final no encontrarlo. Despues de una pausa para comer de diez minutos llegaron las sesiones de Mako habituales y un entrenamiento extremo para los de tercera y segunda. Para colmo durante la parte del entrenamiento de lucha otro SOLDADO se había resentido al perder una pelea contra el y le había intentado atacar por la espalda al salir del ring, con la consecuente rotura de su tabique nasal al estrellarse el codo de Johan contra el. Como castigo por agredir a un compañero, le había tocado hacer guardia nocturna en el reactor numero tres, una tarea que normalmente les tocaba a dos o tres PM. Y ahí estaba el, recordando a su amigo hablar con cierto orgullo de que eran la flor y nata del ejercito de la mejor ciudad del mundo, mientras se encontraba en un trabajo propio de un vigilante de una empresa de seguridad de tres al cuarto. Atacó su cuarto café de la noche, luchando contra el sueño que poco a poco se iba haciendo mas evidente en su cuerpo. A sus treinta y dos años de edad, tenía que convivir dia a dia con miembros de SOLDADO mucho mas jóvenes que el, la mayoría monísimos de la muerte, con peinados estrafalarios y mas mako del que sus cerebros aguantaban. Realmente lo único que salvaba a su trabajo de ser una puta mierda aparte del dinero era la compañía de Dai, que a pesar de ser un tipo jodidamente serio y tranquilo había demostrado a lo largo de los años ser un buen amigo. No era el tipo de tio que amenizaba una velada, sino mas bien de los que calla, escucha y responde cuando le preguntan con cruda sinceridad. Eso a Johan no le importaba lo mas mínimo, casi lo prefería. Despues de todo, con los indecentes turnos de trabajo a los que le somentía SOLDADO poco tiempo podría tener para salir de fiesta, no hablemos ya de ganas. Un par de visitas semanales al foso para hablar con su amigo y apostar algo de pasta eran mas que suficientes para el. Si había algo que caracterizaba a Johan, aparte de su mal despertar, era el hecho de ser una persona de gustos sencillos. Ganaba una pasta mas que considerable, pero el seguía en el piso de los suburbios que había heredado de su padre, fumaba la misma marca de tabaco cutre de siempre y no tenía mas gastos que el de la televisión por cable y alguna prostituta de vez en cuando. Una vida algo decepcionante para una persona normal, y muchísimo para un SOLDADO, pero a pesar de estar en el cuerpo de élite del ejercito Johan se seguía considerando una persona normal, y se cagaba en todo aquel compañero de trabajo que se sintiera superior solo por poder matar mucho mas efectivamente que un ser humano común. Todo en el discrepaba con la actitud de un SOLDADO habitual, incluso el Mako le afectaba menos que al resto, sus ojos ni siquiera habían abandonado totalmente su color inicial.
Un sonido metálico hizo levantar la vista al tercera del vaso de plástico que contenía el café. Guardando silencio, esperó a ver si se producían mas ruidos extraños. Y así fue. El ruido de unos pasos, totalmente inperceptibles si no se escuchaba con atención, avanzaba por el piso superior. Johan se incorporó, tomando el mango de su espada reglamentaria con su mano derecha, mientras con la otra se apoyaba en la mesa. Solo era una persona, a juzgar por la cantidad de pisadas y su frecuencia. Fuera quien fuera, estaba caminando por la sala del cableado auxiliar de energía, y eso solo significaba que no quería ser visto. Se fijó en el plano que había en la pared y se dirigió a la habitación por la que preveía que iba a salir el intruso: Una sala de operaciones para regular el flujo de energía. Subió las escaleras con celeridad, pero manteniendo el sigilo. Llegó a la sala casi a la vez de que las pisadas llegaran tras la puerta con el letrero de Alta tensión y un ligero sonido metalico empezara, signo de que se estaba forzando la cerradura. Johan desenfundó la espada y esperó a que terminara su labor, pegado a la izquierda de la puerta y escuchando atentamente por si llamaba a algún complice por el movil o desistía. Finalmente, con un ligero chirrido, la puerta se abrió, ocultando al SOLDADO de la vista del intruso. Con un rápido movimiento, Johan cogió el manillar y empujó la puerta de modo que golpeara al distraido. El sonido del golpe y un quejido evidenciaron la efectividad de la maniobra. Echandose a un lado, el SOLDADO bordeó la puerta y quiso poner la espada en el cuello del tipo, pero al verlo se sorprendió. La persona a la que había derribado era una chica que dificilmente superaría la veintena, la cual se tapaba con las manos la brecha que se había formado en su frente por el golpe y contenía las lágrimas de dolor. Esta le dirigió una mirada rápida y al ver su uniforme palideció. Pasaron así tres segundos, mirándose el uno al otro con incredulidad. Finalmente la chica reaccionó, llevandose la mano a la espalda. Johan fue bastante mas rápido que ella y le sujetó el brazo, retorciéndoselo para que soltara la pistola que acababa de agarrar. Ella gritó e intentó soltarse pero cuanto mas lo intentaba mas daño se hacía. Sin salir del todo de su estupor, Johan le arrebató la mochila a la chica y utilizó las esposas que colgaban de su cinturón para sujetarle las manos a la espalda por detrás de una tubería cercana, inmobilizándola casi totalmente. La chica no dejó de gritar e intentar resistirse en ningún momento.
- ¡JODER! ¡Sueltame cabronazo! ¡Sueltame! ¡Pedazo de hijo de puta! ¡Un puto SOLDADO ni mas ni menos! ¡Me cago en tu puta madre sueltame desgraciado! ¡Que te jodan! ¡Vete a…!
La tanda de insultos se continuó a lo largo de varios minutos, tiempo en el cual avisó por radio al departamento de de investigación administrativa. Turk, para los amigos. En quince minutos llegarían dos miembros de la unidad a llevarsela. Vaya con la niña, pensó mientras volvía a mirar el contenido de la mochila. Un cargamento de unos diez kilos de explosivo unido a un temporizador, todavía sin activar. No era suficiente para volar un reactor entero, pero si lo bastante para dejarlo inutilizado una buena temporada. Examinó la pistola: Una Giordano. No tenia muescas en la boquilla ni arañazo o mancha alguna en la superficie, por lo que dedujo que debía ser muy nueva. Lo más probable es que la chica no hubiera pegado un solo tiro en su vida. Esta dejó de gritar, para pasar a sollozar entrecortadamente. Johan la miró y ella apartó la mirada, intentando no mostrar debilidad. Era bastante bonita, con el pelo rúbio ondulado cayéndole hasta los omoplatos y unas facciones muy agraciadas. Se preguntó que demonios llevaba a una chica tan joven y bonita a intentar dinamitar un reactor, enfrentándose a la compañía mas poderosa del mundo.
- ¿Y ahora que? ¿Vas a matarme tú o lo harán los amigos a los que has llamado? – El llanto se transformó en una risa amarga. – Quedará genial en los medios de comunicación. Ya lo imagino. “Valiente miembro de SOLDADO impide una acción terrorista llevaba a cabo por un grupo de jóvenes trastornados. La única superviviente será ejecutada públicamente.”
- Mira niña, no me toques los cojones. Has intentado cargarte el recurso energético de una octava parte de la ciudad de forma pésima y yo te he detenido. Solo estoy haciendo mi puto trabajo.
- Oh, y estarás orgullosísimo de tu trabajo, ¿Verdad? “¡Mirad! ¡Ahí va uno de los salvadores! ¡Un héroe de Midgar!” – Dijo en un tono irónico, exagerando mucho los elogios. - Seguro que te haces pajas con la foto del SOLDADO de pelo canoso ese, Sefiros o como coño se llame y te corres cuando piensas en llegar a ser igual que el. – El llanto, la risa, o lo que fuera cesó. La chica le mostró una mirada tras los restos de las últimas lágrimas que evidenciaba un desprecio total. No le temía, no le odiaba, le veía como si fuera la cosa mas detestable, inferior y asquerosa del mundo. Johan empezó a cabrearse por la insolencia de la niñata, podría haberla cortado por la mitad y nadie preguntaría nada y lo único que hacía ella es provocarle y despreciarle.
- Al menos no soy tan patético de intentar bombardear un reactor yo solo. ¿Qué esperabas? ¿Una alfombra roja hasta la sala principal? Mucho te debe poner el rollo antisistema para intentar imitar a unos terroristas asesinos tu sola, niñata de los cojones.
- ¿Asesinos? ¿AVALANCHA? ¡Y una mierda! – La ira se apoderó de la chica, la cual retorció los brazos tras la columna y se zarandeó, sin resultado alguno. – AVALANCHA son las únicas personas que intentaron mover un puto dedo contra la injusticia y la tiranía en esta puta ciudad, ¡Y para acabar con ellos, pedazo de hijos de puta, destruisteis un sector entero! ¡Y me vienes llamándolos asesinos a ellos pedazo de comemierda mutante de los cojones!
Esto ya rozaba lo absurdo. La niñata tenía que tener heces de bégimo en lugar de cerebro para pensar que la mayor catástrofe en la historia de la ciudad había sido provocada por la compañía que la gobernaba. Se descubrió a si mismo discutiendo con una persona a la que sacaría mas de diez años y se calmó. Decidió dejar las cosas claras y no volver a hablar con tal idiota.
- Mira criaja, no se que mierda de rumores has escuchado pero tienes que estar jodidamente mal de la cabeza para creertelos. No pienso seguir di…
La cria en cuestión interrumpió su frase. Había empezado a reirse a voz en grito, una risa cruda, ligeramente forzada pero no del todo. Johan acabó de convencerse de que, realmente, tenía algun tipo de problema cerebral.
- ¡Rumores! ¡Rumores dice! Dios… - Cesó su risa - ¿Asi que no sabes realmente para quien trabajas? Te lo voy a decir: Trabajas para la mayor puta panda de asesinos, manipuladores, tiranos, criminales, villanos e hijos de puta jamas existida: ShinRa S.A
- Para empezar, no trabajo para ShinRa, trabajo para el ejercito que es independiente de…
- ¡Oh si claro! Y es una puta casualidad de que el Presidente de esta nuestra bella y perfecta ciudad sea a la vez el directivo de la empresa mas poderosa del mundo, ¿Verdad? Vosotros, pedazos de mierda uniformada, no luchais por la justicia, no luchais por la ciudad, luchais por los putos intereses de una compañía. Y esa compañía no conoce límites a la hora de exprimir, ya sea a la energía del planeta como a cada puta persona que habite en este. ¿Quién controla los putos bancos principales, listillo? ¿Quién controla la economía? ¿Quién maneja los medios de comunicación? ¿Quién está al mando de la investigación y el desarrollo tecnológico mundial? ¿Quién está al mando de todas las putas ciudades de este planeta entonces? – Johan no supo contestar, se sentía estúpido frente a una jodida cria de veinte años - ¿Y que pasa cuando un gobierno se resiste a pasar por el aro? ¿Eh, calvorota? Te lo diré, provincia de Hanado, año 1992. ¿Te suena? En todos los medios de comunicación dijeron que Wutai empezó la puta guerra bombardeando un barco de nuestro gobierno. ¡Y todo el mundo se lo cree! ¡Una puta provincia que en su vida había querido saber nada del mundo y que se basa en tradiciones arcaicas, conceptos como el honor, la sabiduría y el respeto, ¡Y todo el mundo se traga que de pronto les ha dado por declarar la guerra a la ciudad mas desarrollada y poderosa del mundo! ¿Pero tu eres idiota? ¿En serio sigues creyendo que luchas por la justicia? No eres mas que el último puto tentáculo de la compañía que está matando al planeta y a la gente por el dinero, ¡Eres la puta espada en manos de el asesino mas despreciable que jamás haya existido y que deja que le metan Mako por el culo para hacerse mas fuerte y poder matar mejor! No eres un ser humano, eres escoria, ¿Me oyes? ¡ESCORIA!
El corazón de Johan latía muy fuerte, no podía entender exactamente que le estaba pasando a su cuerpo, pero era como si acabara de encontrar el sentido a muchas cosas. Lo que esa chica estaba diciéndole no dejaba de ser una verdad detrás de otra, pero su cerebro simplemente nunca se había parado a pensarlo. ¿Sería realmente cierto? ¿Sería esa la razón por la cual odiaba su trabajo, su vida y era incapaz de ser feliz desde hacía tanto tiempo? Levantarse cada mañana y sentir como su vida no tenía mas sentido que el de trabajar matando a la gente que le mandaban, volver a casa, ver las noticias que la misma gente que le decía a quien matar dirigía, dormir y que todo volviese a empezar… ¿Cómo no se había planteado nada de esto antes? Pero algo seguía sin encajar…
- Pero… - Tragó saliva, sin terminarse de creer la situación en la que se encontraba. - ¿Qué gana ShinRa derribando un sector entero de su propia ciudad?
- De entrada acabar definitivamente con el grupo de personas que mas ha llegado a amenazarles jamás, y para seguir, los impuesto subieron casi un treinta por ciento para paliar los daños de la masacre y retirar los escombros. ¿Pero has visto tu alguna puta maquina excavadora en el sector siete? Claro que no… Ni la verás nunca. ShinRa se embolsa ese dinero constantemente, exprimiendo a las personas lo máximo posible, pero le importa una mierda lo que ocurre con los suburbios, no es mas que un estorbo para ellos ya que es donde ocurren mas problemas. Toda esa gente que murió en los suburbios, incluida toda mi familia, murió para que esos hijos de puta para los que trabajas tengan mas dinero. Igual que todos los muertos de la guerra, igual que todas las personas que murieron construyendo estos reactores … Solo seré una niñata con dinamita para ti, pero al menos he intentado hacer algo para parar todo esto, al menos moriré sabiendo que jamás podria arrepentirme de lo que he hecho hoy. ¿Y tu? ¿Puedes decir lo mismo?
La respuesta era clara.
- No. No puedo.
- Pues aún estás a tiempo.
Johan miró a los ojos de la chica. Fue como mirar a una mujer por primera vez en su vida. Se dio cuenta de lo que esa persona era realmente, era la verdad, la justicia, la lógica… Era mucho mas que una niñata con dinamita, esa chica era la realidad, la primera cosa auténtica que había visto en su vida.
- ¿Cómo te llamas? – No sabía por que lo preguntaba. Era como si acabara de despertar de un sueño, y estuviera intentando recomponer la realidad. Ella era lo primero que había visto, deseaba conocerla. La chica le miraba extrañada también, vió la duda en su mirada, en esos preciosos ojos mezcla de verde y azul.
- Eve… ¿Y tú?
No pudo responder, la puerta de la sala se abrió de golpe, dejando ver a dos individuos con el traje propio de Turk. El primero, que avanzaba hacia ellos, había personalizado su uniforme, de manera que unas cuantas cadenas colgaban de uno de los remaches de su pantalón para ir a parar a su bolsillo trasero. Carecía de corbata y su camisa, con el cuello levantado, estaba desabrochada hasta el segundo botón, dejando ver parte de su pecho decorado con un llamativo tatuaje que solo se veia parcialmente. La chaqueta estaba abierta, y era algo mas corta de lo habitúal. Tenía el pelo negro engominado hacia arriba y atrás sin estar excesivamente tieso, sino cayendo ligeramente. Unas gafas de sol fijaban el pelo en su sitio. Era atlético aunque bastante delgado, y caminaba con seguridad y una expresión muy seria en su rostro. Sin embargo, ni con un cartel luminoso habría llamado mas la atención para Johan que el segundo turco, el cual se había quedado apoyado en la puerta, con los brazos cruzados. Su uniforme era el estándar, sin modificación alguna, tenía el pelo corto y canoso, era extremádamente delgado y parecía perderse en el traje. Unas gafas oscuras de cristales redondos ocultaban su mirada, pero sabía perfectamente que estaba clavada en la suya, que le estaba escrutando, como si pudiera ver mas allá de carne y hueso, como si estuviera viendo sus ideas, sus sentimientos. Su complexión física parecía deplorable, como si fuera a romperse con tocarlo, pero la seguridad de su gesto, esa media sonrisa, esa presencia… Algo en ese hombre, que parecía un espantapájaros, le resultaba temible.
- ¿Soldado de tercera Johan Jeriel? – El primero se le dirigió cuando hubo llegado a su altura. – Somos el agente Legendre y el agente Rookery. Le agradecemos su colaboración a la hora de detener a la terrorista, puede estar seguro de que sus superiores estarán al corriente de ello cuando termine de colaborar con nosotros.
- ¿Cuando termine de colaborar? ¿Que se supone que tengo que hacer? – Eso no tenía ninguna lógica, Turk y SOLDADO no se llevaban especialmente bien, y no solian colaborar salvo que fuera estrictamente necesario.
- Oh, detalles sin importancia, pura rutina si se me permite la apreciación… Espero que no tenga problema en acompañarnos y responder a unas cuantas preguntas sin importancia. Descuide, ya hemos avisado a una patrulla de PM’s para que cuiden del reactor en su ausencia.
- ¿Algunas preguntas? ¿Sobre ella? Ya les he dicho todo lo que sé en el aviso de radio. ¿Desde cuando Turk necesita de testimonios de SOLDADO para este tipo de casos?
- Verá, señor Jeriel… - El hombre mostró una ligera sonrisa – Me temo que no serán preguntas acerca de ella, sino sobre usted.
Fue entonces cuando Johan se dio cuenta de la cámara situada encima suyo, y de que su actitud respecto al discurso de la chica que ahora le miraba pidiendo auxilio no había sido precisamente la mas adecuada. Estaba jodido, estaba muy jodido. Lo mas curioso de todo es que, de camino al coche de los Turcos, al pasar por delante del extraño hombre de pelo canoso, lo único en lo que podía pensar es que aún no le había dicho su nombre a la chica.
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Escritor:MEPHISTO,
RELATOS
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