Pasé los dedos por el frío cristal y bebí un trago del licor de hierbas. Lo hacía de forma automática, sin apartar la mirada de la gente que esperaba frente a un pequeño escenario; bebía por beber, no quería pensar en nada. Aparté la manga de una camisa blanca y arrugada y miré la hora en el reloj de pulsera: las dos de la madrugada.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que tomé aquella cerveza con Lucille? El bar ahora parecía totalmente cambiado. Había tirado la pared que ocultaba el almacén y donde antes se guardaban las botellas ahora se encontraba un escenario a un metro de altura, para que grupos desconocidos tuviesen una oportunidad los sábados por la noche. Dos jóvenes se ganaban algo de dinero llevando de aquí para allá cables, moviendo amplificadores y probando el sonido.Yo no prestaba atención a lo que ocurría en el bar, no hacía más que pensar sin llegar a ninguna conclusión. Miré a mi derecha y allí estaban.
No se de qué me sorprendía, desde el incidente de Tombside no hacían más que vigilarme. Uno de ellos iba de paisano, bebiendo una copa de ron añejo. Llevaba el pelo rubio hasta los hombros sujeto con una gorra de piel de color caqui, dando sombra a unos ojos almendrados que no paraban de observarlo todo. Camisa color crema bajo un chaleco de lana con rombos por arriba y unos pantalones de pana marrones le hacían parecer que iba a jugar al golf. Parecía disfrutar del sabor de su copa y del ambiente del local, no como su compañero, un hombre enorme de piel tostada que no dejaba de observar todos mis movimientos. Éste había dejado su americana en casa, pero no le preocupaba mostrar la camisa y la corbata negra propios de su trabajo. Fumaba un purillo con aroma a vainilla y parecía no aguantar las bromas de su joven compañero.
Dio igual las cientos de veces que se lo expliqué a Turk cuando al fin acabaron con Blooder, no se creían nada de lo que confesé.
-¡Les estoy diciendo la verdad!-les grité en la pequeña sala de interrogatorios cuando me sacaron del cobertizo donde me lanzó Tombside y me llevaron al edificio Shin-Ra con un coche de lunas tintadas- Lo único que hice para él fue formularle unas preguntas a una de vuestras compañeras. Ni siquiera sabía por qué me lo mandó.
-Pues resulta que ese hijo de puta hirió a nuestra compañera una vez y quería asegurarse de que no servía como testigo- me explicó un turco a mis espaldas, con el nudo de la corbata suelto y cara de cansancio. Seguramente hubiese participado en la persecución del asesino-¿Y qué me dices de esos dos camellos que murieron en la casa de…-echó mano de una carpeta de papel prensado y ojeó la primera página de su interior-Lucille?
-Eso ya se lo dije en su día, fue en defensa propia-bueno, mas o menos pensé en aquel momento- Además, yo estaba atado a una silla, no tuve nada que ver.
-¿Y cómo sabemos que no te encargó liquidarlos?
-¡Porque aún no le conocía! Fue justo después, en las puertas de un hospital.
-Y te dijo “Soy Blooder, encantado”.
-No...
-¿Entonces? ¿Cómo cojones supiste que era él?
El turco se puso a mi lado, con las manos sobre la mesa y la mirada clavada en mí. A mi me picaban los ojos y tenía la nuca sudorosa.
-T-tengo…Poderes. Leo el pensamiento.
Poco tardó en reírse a carcajadas de mí, pero eso era mejor que descubrir mi secreto de brillo amarillo. Además fue una buena estrategia.
-Soltad a este jodido vagabundo trastornado, se ha metida tanta mierda que se cree superhéroe.
Me soltaron las esposas y me sacaron de la sala, pero el turco me agarró por el hombro y me dijo al oído:
-No creas que esto ha acabado. Seguiremos tu culo hasta que cometas algún fallo y te podamos tirotear como al cabrón de Tombside.Así que ahí estaba yo, días después, emborrachándome con licor de hierbas mientras dos turcos me seguían hasta para mear. Si supieran lo de la caja…
La caja. Ni siquiera se por qué me la quedé cuando Tombside me la metió en el bolsillo del pantalón, pero ahora era demasiado tarde para deshacerse de ella. Tenía cuatro ojos vigilándome veinticuatro horas al día y seguro que rebuscaban hasta en la basura que tiraba.
El cantante subió al escenario y saludó a su público. Se hacían llamar Sweet Damage y tocaban rock, pero sólo les conocían sus amigos y cuatro gafapastas que buscaban la música de grupos indie.Primero presentó al grupo y luego a sus integrantes. Él tenía el pelo castaño bastante corto, pero iba alborotado con algo de gomina; llevaba una camiseta roja y unos vaqueros desgastados.
-Y a la guitarra mi compañero Wilfred-un ligero aplauso animó al guitarrista a ocupar su puesto.
La gente empezaba a poner caras raras y a rumorear sobre las pintas que llevaba cada uno. Wilfred cogió una Klark Wetson con acabados en caoba y se la pasó por el torso desnudo y atlético, saludando con la mano izquierda. Una chica le lanzó un gorro de pescador gris y él se lo puso tapando la corta melena rubia. Se llevó la mano a uno de los muchos bolsillos que decoraban su holgado pantalón negro y sacó una púa gruesa de nylon.Entonces comenzaron a tocar. El batería no había tenido mucha suerte con la iluminación y parecía estar en un segundo plano, pero la acústica no estaba mal y su ritmo lento se oía perfectamente.El turco de la gorra chifló desde el otro lado de la barra y aplaudió excitado.Era una canción lenta, con una suave melodía de fondo y una letra sobre una mujer de cabellos de oro, pero la gente parecía aburrirse; era tarde y había sueño. Incluso alguno se terminó la bebida y se marchó del bar adormilado. Pero entonces llegó el momento de Wilfred y el cantante dejó caer sus últimas palabras como un susurro. La Klark pareció cobrar vida con una melodía en La menor mientras los dedos del guitarrista se deslizaban por el mástil con maestría y rasgaban las cuerdas con perfecto conocimiento. Una pulcra melodía con notas agudas y secas, después una sucesión de acordes rápidos para terminar dejando en el aire un último rasgueo. El tema se acabó y el bar quedó en silencio. Incluso el dueño tras la barra se quedó mudo, como si no supiese qué coño había contratado para aquella noche. El cantante miró de reojo a sus compañeros y les dijo en voz baja:
-Me parece que no les hemos gustado.
Pero una explosión de aplausos y gritos les hizo abandonar la duda y les llenó de un orgullo que nunca habían experimentado. Wilfred lanzó la púa y fue a parar al turco de la gorra, que agitaba la copa con vítores y ganas de pedir un bis. Incluso yo me quedé sorprendido con la habilidad de aquél guitarrista, que sería unos años más joven que yo.No me sorprendería que a la mañana siguiente apareciese en la cama de su casa con una chica en cada brazo.
Pero otra parte de mi cerebro estaba pendiente de otra cosa y en cuanto vi que el turco rubio se abalanzaba hacia la primera fila de fans, tironeado por el aguafiestas de su compañero, me di cuenta de que tenía la oportunidad de marcharme con algo de libertad. Dejé unos guiles en la barra y fui hacia la puerta justo cuando tres amigos dejaban el local.
-¡Hombre John, cuánto tiempo!-le dije a uno dándole unas palmadas en la espalda.
-Eh, que yo no te conozco.
-Ah, bueno, me habré equivocado.
Pero ya estaba fuera cuando se zafaron de mi y los turcos no se habían dado cuenta. Tampoco quería nada fuera de la ley, simplemente quería estar un tiempo solo.
--
Sopló un poco la taza y el humo bailó entre jirones de aire. Entonces bebió un sorbo pequeño y degustó el sabor del café de madrugada.Lucille estaba en el bar que había frente a su casa, con los ojos hinchados de sueño. Llevaba puesto el pijama, pero no importaba porque ya no había nadie alternando.
-¡Qué complicada es la vida!
-Y que lo digas.
El cartel de “cerrado” adornaba el cristal de la puerta y a la verja le faltaba un palmo para estar cerrada del todo.Su vecino Alexandre pasaba un cepillo por el suelo con vagancia mientras ella daba ligeros tragos al último café que la máquina había preparado.
-Deberías irte a la cama y dormir un poco-dijo el pintor, que había dejado el cepillo y ahora pasaba una bayeta por las mesas.
-Eso dilo por ti, no se de donde sacas el tiempo.
-Bueno, camarero sólo soy los sábados-dijo con una risa cansada.
-esperaré un poco más, Yief estará al caer.
Ambos miraron más allá de la puerta, pero en vez de Yief, lo único que había a esas horas era un Shinra Supreme con dos agentes comiendo una hamburguesa en su interior.Uno parecía una mujer, pero al otro no llegaban a verle bien.
-Casi preferiría que Tombside siguiese vivo, así me dejarían en paz.
-No digas esas cosas, a ver si va a volver como en una película de miedo.
Él no, pero en mi casa sigue habiendo algo suyo pensó moviendo con la cuchara la espuma del café. A veces tenía pesadillas en las que Yief tenía la cara de Tombside y la golpeaba con esa maldita caja metálica, haciendo saltar los números que formaban la combinación de cierre y sacando de su interior los mayores horrores jamás soñados.
-Venga, no te desanimes, ahora tú y Yief podéis vivir tranquilos.
-¿Vivir tranquilos? Esta mañana por la calle unos chicos se han hecho una foto con “la novia del cómplice de Tombside” y un viejo se ha pensado que era la hija del asesino y me ha dado un cachabazo-se quejó sintiendo el golpe de la espinilla.
-Déjalo pasar, la gente se termina cansando de esas cosas.
-¿Qué cosas?
-Ves, ya le vas cogiendo el truquillo. Ambos rieron con amargura y Alexandre se sacudió las manos en el pantalón; el sucio delantal le tapaba la mayor parte de una camiseta azul.-Anímate, si el cómplice del asesino más buscado de todos los tiempos ha movido cielo y tierra para protegerte, no puedes encontrar a nadie mejor-la revolvió el pelo como si fuese una niña pequeña y apartó la reja para que pudiesen salir-Deja la taza en la pila y vámonos de este antro.
El metal oxidado produjo un agudo chirrido cuando la verja se cerró.
Fuera hacía frío y el pijama de Lucille no le protegía los brazos, que se frotó con la palma de las manos.
-Toma mi chaqueta-le ofreció su amigo.
-Da igual, sólo hay que cruzar la carretera.
A esas horas todos dormían sobre la placa. Hasta las discotecas habían ya cerrado a apenas un par de horas del amanecer. La noche parecía tener vida propia, en un estado de inquietante tranquilidad. Varios insectos ejecutaban torpes danzar alrededor de las farolas y algún gato rebuscaba entre la basura. Uno de ellos le miró a la muchacha con sus ojos dorados y fue a refugiarse a un callejón.
Uno de los turcos había salido a tirar los envoltorios de su cena y cuando vio que Lucille pasaba, aceleró el ritmo hasta llegar al coche.Entraron en el portal y pulsaron el botón del ascensor. El café poco efecto la hacía ya. Había visto una película, había seguido con el libro que había comprado hace un par de días y finalmente había decidido bajar a charlar con su vecino, pero ahora apenas podía mantenerse del sueño.
-Si quieres puedes quedarte en mi casa hasta que llegue tu chico. Así te olvidas de esos idiotas de Turk-él la apartó un mechón de la cara y acarició un pómulo. Sabía que estaba traspasando la línea, pero algo se aferraba a no abandonarle, clavándole las uñas en el corazón.
-Eso fue hace tiempo Alex, ahora estoy con Yief-dijo ella echándose hacia atrás. El ascensor se detuvo y el artista introdujo su llave en la cerradura; una mecla de olor a aguarrás y óleos inundó el ascensr. Lucille se lo pensó mejor e intentó suavizar su advertencia- No te preocupes, estaré bien.
-No dejaré que te pase nada, lo sabes-dijo antes de cerrar la puerta y apoyarse sobre la madera al otro lado, suspirando por tiempos pasados.
A ella también la dolió recordar aquella relación, fueron tres años muy felices para ella y cuando lo dejaron acabó liándose con el camello al que ella misma había matado después.
-Quiero que todo acabe-dijo en voz alta al atravesar el umbral de la puerta y hacerse un ovillo en el mullido sofá de piel crema.
Seguía totalmente cansada, pero ahora el problema eran los nervios. “Voy a dar una vuelta” dijo Yief hacía cinco horas; y según estaban las cosas no podía parar de pensar en lo peor. Se levantó, pasó por todos los canales de televisión sin nada que buscar, se lavó la cara con agua helada en el lavabo, miró a través de las persianas de las ventanas.La única actividad ahí abajo era la de los incansables turcos, vigilando a todas horas. Desde su piso podía ver cómo uno de ellos dormía y el otro hacía la guardia.
-Es por su seguridad, nos han mandado protegerla-la dijo uno de ellos el día anterior.Había bajado un momento porque se le había acabado la leche y la acompañaron hasta la sección de lácteos del supermercado.
-Proteger y vigilar son cosas distintas. Protejan a Yief que es el que lo necesita. Si no fuese por él seguro que ese asesino seguiría haciéndoos la vida imposible.
Las estrellas se iban apagando en el cielo y el sueño había acudido a Lucille durante media hora cuando llamaron al timbre.
-Aquí está-dijo desperezándose.
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Las estrellas se iban apagando una a una como parte de un juego de bombillas que perdían la vida.
Pero lo que contemplaba era mierda…Midgar era mierda.
Recordé años pasados, cuando contemplaba el cielo nocturno en Modeoheim. Me tumbaba junto a mi hermano sobre la nieve y admirábamos las luces de la dura noche invernal. Cientos, miles, el espectáculo de astros era maravilloso. Lo que alcanzaba a ver ahora se ahogaba entre millones de farolas y bajo la parte derruida de una inmensa placa metálica.
Yo era feliz en aquél pueblo norteño…¿Por qué coño mi padre decidió ir a Midgar?¿Para dejarse manipular por el cabronazo de Blackhole y morir rodeado de un pozo de incógnitas? Ni siquiera le paró ver que en el testamento me dejaba a mí la empresa, al mes se hizo con ella y me dejó en la puta calle.
-Para qué quiero una fábrica de coches yo? Vivo mejor como estoy-hablé sólo para intentar consolarme.
Pero lo cierto es que estaba sobre el techo de uno, tumbado mientras el amanecer hacía su aparición.
Se oyó el mal agarre de unos neumáticos y su correspondiente derrape entre escombros(era lo que tenía conducir rápido en el sector siete). Eran ellos y seguramente estuviesen cabreados…¡Se les había escapado un jodido vagabundo!Cuando pasaron cerca y a unos ochenta por hora por un camino lleno de obstáculos, dieron un frenazo y el turco de la visera me señaló con un dedo.Me bajé del coche ajeno con tranquilidad y anduve hacia ellos.
-¡Estate quieto!-me gritó el de la piel tostada. Estaba claro que tenía sueño y mala hostia.
-Joder, que sólo he venido aquí un rato a ver el amanecer. A este paso vuestro jefe os hará inspeccionar la mierda que cago.
La piedra que me lanzó el rubio me la gané, pero es que estaba hasta los cojones de ellos. El proyectil no iba con fuerza y sólo me provocó un dolor palpitante en una mejilla.
-Por tu culpa me he quedado sin el autógrafo de Wilfred-dijo con una rabieta propia de un niño.
-Es que a tu compañero le ha bajado la regla y por eso está de tan mala hostia.
Sentí el impacto de algo duro y me desperté media hora después en el mismo sitio, con un dolor de cabeza terrible y una piedra ensangrentada a mi lado, tan grande como un puño.
Fui como un zombi hasta la estación de trenes del sector seis y me fui quitando los pegotes de sangre reseca que había sobre mi oreja izquierda sentado en un vagón.Seguramente Lucille esté preocupada pensé al salir del tren.
Tenía la sensación de volver de una borrachera tremenda, llegando al amanecer y con un dolor de cabeza enorme, solo que en vez de alcohol había sido una pedrada. Si van a olisquear mis cojones un tiempo más, tendré que tener más cuidado con lo que digo.
De camino compré el periódico y un desayuno a base de magdalenas recién hechas. Salí de una calle que estaba siendo estaba siendo limpiada con chorros de agua a presión y me acerqué a la que era ahora mi casa.
Desde el interior de un Shinra Supreme una sonrisa me saludó con burla y algo de odio; el turco moreno hizo como si tirase una piedra invisible con su brazo izquierdo, en el asiento del piloto.
-¿Pero es que estos cabrones no duermen?- dije entrando en el portal. Yo pensaba que los agentes de la ley funcionaban por turnos. Más vale que les pagasen bien por seguirme.
Haciendo malabares para que no se me cayesen las magdalenas, metí la llave en la cerradura, pero la puerta se movió ligeramente, indicando que ya estaba abierta.
-Lo siento mucho, me he entretenido demasiado-dije cerrando la puerta tras de mí. La luz de los primeros rayos bañaba el piso con claridad. El polvo fluctuaba cerca de las ventanas y los muebles proyectaban sombras pálidas-¿Lucille?
Algo no iba bien, no había nadie en casa.
Dejé el desayuno en la encimera y comencé a mirar en todas direcciones. Un hombre con la cabeza rapada y una larga perilla surgió de uno de los pilares de carga y me embistió.
-¡Cabronazo enfermo!-yo caí al suelo y él me agarró de la camisa-¿Qué has hecho con ella? ¡Eres igual qué él hijo de la grandísima puta! ¡La has matado a ella también!
-Pero de qué me hablas?-dije yo asustado. En todo caso yo tendría que pensar lo peor de aquél desconocido.
Un puñetazo bajó directamente hasta el carrillo izquierdo, justo donde la piedra pequeña me había impactado.
-¡Dime dónde está o te mato!-gritaba histérico el agresor.
En ese momento yo basculé y le hice rodar hacia un lado. Nos pusimos rápidamente en pie y yo le dirigí un rodillazo directamente al estómago. Primero soltó un quejido y luego empezó a toser con fuerza y arcadas. Le cogí de la cabeza y le golpeé contra la columna de donde había salido. El sonido fue extraño, un impacto seco y hueco. El desconocido cayó inconsciente al suelo y la columna de color salmón ahora lucía una mancha roja.
Un fuerte estruendo. De repente la puerta se abrió, rebotando y volviendo con un chirrido de bisagras. La cerradura tenía un agujero chamuscado y de la pistola de un turco salía una fina columna de humo.
-Hemos oído ruidos y…Joder, lo ha vuelto a hacer…¡Iba a matar a ese hombre!
-¡Yief Vanistroff, las manos donde yo pueda verlas!-gritó apuntándome el turco rubio.
Una nueva mañana en mi reciente casa, días después de la detención de Blooder. Lucille no estaba, no se si había llegado a matar a aquél tío y los turcos ya tenían lo que buscaban: una excusa.Pero faltaba algo. Algo tampoco estaba. Me di cuenta cuando el turco más fuerte me derribó y me puso las esposas, mientras me hacía hundir la cara en el parqué pulido. Lucille no estaba, pero tampoco estaba esa pequeña caja metálica que Tombside me legó.
miércoles, 22 de julio de 2009
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4 comentarios:
Relato cortito, que me toca dentro de nada.
Apunte: la Klark Wetson que sale es una Washburn WI-66PRO.
Cortito, pero la cosa va bien. Yief ahora tiene que andarse con ojo, pero desde luego ha ganado mucho trasfondo con la situación.
PD: Es en el bolsillo del abrigo, no del pantalón.
PPD: Qué cabrona Lucille... Es como un huracán, viene húmeda y caliente y después se lleva tus cosas.
PPPD: Describe más el bar, el lugar lo merece.
Joder, peña. Cuando yo no soy capaz de estar tres relatos sin dejar a Kurtz soy igual? Va tocando cambiar de línea argumental, que llevamos unos cuantos seguidos. Después de como acabó la anterior, le tocaba un descansito para que se asentase el polvo.
Por cierto, que turcos más moñas. Como es que no lo "ablandaron"? Espero que lo hagan ahora.
Ah y una última cosa. Hay dos frases en las que te falta el signo de abrir interrogación: La de "Para que quiero una fábrica de coches?" y la de "quien eres?" al calvo, antes de la pelea. De todos modos, yo lo repasaría todo.
Ouf, 4 relatos seguidos con 3 autores diferentes y una misma trama argumental empiezan a sonar ya demasiado forzado. Joer con la caja. ¿Que diantres tiene que haber ahi dentro?
Por lo demas si, los turcos demasiado moñas. Se supone que Turk es miedo, y en estado de excepción y tratándose del complice, por muy soplon que sea, del asesino que ha movilizado a Turk, Soldado y tropocientos PM's, creo que lo de lanzar pedruscos no queda muy fiable. Piensa que todos ellos han tenido que pasar por una instrucción que, pese a que ya no es la que crea a locos como Kurtz, Inagerr o Peres, si los hace lo suficientemente cabrones y bastardos.
Por lo demás, a ver como sigue esto, aunque si merece una pausa.
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