miércoles, 8 de julio de 2009

181

El olor a ozono inundaba sus pulmones, mientras llevaba una mano hacia la herida. Se había visto sorprendido, y solo ahora, con la impresionante quemadura de su costado, había alcanzado a entender la gravedad de la traición de Yief. Si denuncias a Blooder, Shin-Ra va a ir a por todas, solo por la publicidad que ello conlleva. No había tenido la agilidad de pensarlo en ese momento, y ahora su chaqueta estaba adhiriéndose a la carne abrasada de su costado izquierdo. La fuerza de la descarga había recorrido su cuerpo como un vendaval, dejándolo aturdido y tembloroso. Tambaleante, Frank dejó que el instinto de supervivencia pensase en su lugar y lo arrastrase hasta el interior del edificio. ¿Quién cojones era capaz de lanzar rayos de esa potencia? Si le hubiese dado de lleno, no lo habría contado.

Desde lo alto de la azotea frontal, un hombre corpulento y siniestro sonreía, mostrando unos dientes blancos y brillantes que producían un efecto turbador en su imagen, enmarcados en su piel de ébano.
- Va hacia tu posición. Muy hecho, como a ti te gusta.
La respuesta procaz le arrancó una pequeña carcajada, antes de hacer un gesto que arrancó destellos de las distintas piedras de materia que llevaba engarzadas en su collar, y saltó hacia la calle.


El pecho le temblaba, tanto que temía que la descarga le hubiese dañado el corazón. Aún veía pequeños destellos, mientras se tambaleaba a lo largo de las paredes derruidas. Sabía donde estaba en ese momento: En una serie de edificios demasiado próximos al sector siete, que habían tenido que ser abandonados al declararse inhabitables desde la caída de la placa. Por desgracia para los habitantes de los suburbios, reconstruir sus hogares nunca había sido una prioridad para Shin-Ra.
La curación había remitido la gravedad del daño, pero la quemadura seguía cauterizando y tenía que quitar los restos de ropa antes de acabar de curarla con magia, o esta le traería una infección que acabaría con él.
Ahora solo tenía que lograr atravesar la manzana, encontrando huecos entre las paredes que separaban las viviendas, o abriéndolos el mismo gracias a la materia de golpe mortal, si fuese necesario. ¡Debía huir ya! Y el coche estaba demasiado lejos.

- A mi señal.

Todas las paredes parecían iguales. Sabía que seguía avanzando hacia el mismo sentido, pero aquella maldita manzana debía de tener por lo menos, quinientas putas viviendas. Edificios de la hostia de plantas, con seis putas casas por planta, todas hechas con materiales de mierda y jodidamente parecidas entre sí, con sus putos cascotes. Sabía que estaba caminando en la dirección indicada, y aún así, quedaban unos cuatrocientos metros hasta el callejón donde estaba aparcado su coche. Las sirenas lo atronaban, ayudadas por el zumbido que persistía en sus oídos. Todos sus sentidos le daban información confusa. Sus pasos resonaban en las viviendas abandonadas, más preocupados de la prisa que del sigilo. Su vista estaba emborronada por el dolor. Su boca estaba seca, y el sudor cubría su piel, mientras que el dolor lo mantenía consciente y alerta.
Pero el olfato volvió a traerle un perfume familiar. Azahar y vainilla…

- ¡Sin tregua!
La ancha hoja de la espada de un SOLDADO impactó fuertemente contra su escudo, cuya estructura se cubrió de grietas. Sobrepuesto al susto, su mano recordó el cuchillo al que estaba unida por las nudilleras, que le sirvió para desviar una segunda hoja, lanzada a por él. Retrocedió para intentar encontrar cobertura tras el hueco que acababa de cruzar, cuando una ráfaga de balas de MF22 surgió de su interior, destrozando lo que quedaba de su barrera. Tuvo la suerte de que sus restos desviaron las balas de los puntos vitales de su anatomía, pero varias lograron hender su carne, desgarrándola sobre su clavícula y agravando la quemadura. Los impactos lo aturdieron el tiempo suficiente para que los SOLDADOS, ambos de tercera clase, ahora que pudo ver el color de sus uniformes, se echasen sobre él, ganando confianza. Se levantó tan rápido como pudo y se preparó para esquivar sus ataques, mientras intentaba preparar un segundo conjuro de curación, con la esperanza de que eso acabase con los efectos secundarios del impacto anterior. Ambos estaban tomando posiciones a su alrededor, mientras desencadenaban una serie de golpes, pensados para no dejarle margen alguno al ataque. La serie se sucedía, mientras poco a poco los soldados daban pequeños pasos laterales para flanquearlo.
Sus cascos, con el visor bajado, los hacían parecer androides, y sus movimientos mecánicos y disciplinados acababan en golpes cuya fuerza descomunal empezaba a aturdir el brazo de Tombside. Si seguía bloqueando sus espadas con su pequeño cuchillo no iba a durar ni un minuto más. Miró de reojo al de su izquierda y saltó hacia él, adelantándose al golpe que este estaba lanzando, con una sonrisa maníaca y la hoja de su cuchillo brillando pocos centímetros a la derecha de su ojo, cuando la extraña fragancia volvió a inundar sus pulmones, y recordó donde la había olido con anterioridad.
- ¡Yo te maté! – Alcanzó a decir, mientras la porra extensible típica de Turk surgió de su ángulo ciego contra la quemadura, impactando de lleno.
El soldado, un novato, seguramente, se vio sorprendido por el grito que profirió, mientras sentía sus costillas romperse. Quiso reaccionar, pero entonces la presa rompió las reglas del juego, convirtiéndose en depredador. De repente todo se cubrió de llamas y la confusión se adueñó del lugar.
Tombside se abalanzó hacia la primera silueta que alcanzó a ver, agarrándola de la ropa y lanzando potentes puñaladas contra su pecho. Recordaba con ira la melena rubia, y la fragancia de azahar y vainilla.
- ¡Si Blooder te mata, te quedas muerto, maldita sea! – Gritaba, mientras la hoja de su cuchillo partía costillas al entrar en los agujeros intercostales. Busco la cara de su víctima y sintió frustración al encontrar sus dedos el casco, que pagó rajando la carne desprotegida del cuello de su víctima. La llamarada le había dado segundos, a costa de sus maltrechos ropajes y algunas quemaduras menores. No importaba. El pelo crecía de nuevo, los pulmones no.
Con un grito de frustración se giró rápidamente, apuñalando hacia su espalda por puro instinto. Cuando la punta de su cuchillo fue detenida por la parte plana de la espada del otro Soldado, sonrió de nuevo, estirando el brazo y lanzando una bola de fuego a quemarropa que lanzó a ambos despedidos hacia extremos opuestos.
Mientras volaba, pudo sentir como antes de verse contra la pared, la porra de Turk dio de lleno contra su zona lumbar, fallando su columna vertebral por pocos centímetros.
Se levantó magullado, lanzando una nueva barrera sobre sí mismo, que llegó justo a tiempo para detener varias balas de pistola, que cayeron inertes al suelo al perder su fuerza con el impacto. Tras ellas, pudo ver a una mujer rubia y enfurecida, que se alzaba contra él, empuñando una Aegis Cort en una mano y la porra que tan certeramente lo había machacado segundos atrás en la otra. A su alrededor también podía percibir el aire enrarecido que delataba que ella contaba con su propia barrera.
- Me alegro de volverte a ver, hijo de puta, y justo ahora que necesito un desquite más que nunca. – Sonrió ella. – A lo mejor me encuentras algo cambiada.
- Tu pistolita no tiene calibre para jugar con mi barrera, niña, y creo que habrías hecho mejor quedándote en casa para masturbarte con eso en lugar de haber ido hoy a trabajar.
- ¡Tu puta madre! – Escupió la turca sin contemplaciones, lanzando varios porrazos que fueron desviados por el peligroso cuchillo, cuya proximidad hacía que un sudor frío bajase por la columna de la turca.
- Parece que el ingenio haya muerto, niña. ¿Eso es todo lo que sabes hacer? – Dijo mientras se movía de forma escurridiza, evitando que su enemiga pudiese colar el cañón de su pistola dentro del escudo para empezar a disparar. Cada giro de cadera incrementaba la quemazón que surgía de su costado, pero Tombside ocultaba su dolor tras una viciosa sonrisa.
- Además de acordarme de tu madre y mantenerte a raya, podría citar ahora mismo una colección de enfermedades de transmisión sexual a las que me recuerda tu cara de tarado sifilítico, salvo por un pequeño inconveniente… - Sonrió mientras lograba clavar una puntera bajo su rótula y desequilibrarlo, antes de lanzar la bola del extremo de su porra contra la sien del asesino, que se dejó caer hacia atrás para evadir el golpe. – El pequeño Frankie es virgen.
- ¡No te atrevas a llamarme así, sucia guarra!
El impulso tomado por el asesino al levantarse vino dado por la furia y la materia golpe mortal, lanzando a la turca contra la pared que había a sus espaldas de un poderoso puñetazo contra su vientre, que esta pudo cubrir, pero no contener su inercia. El golpe llenó la estancia de polvo y restos de yeso, de entre los que surgió la figura del asesino, cargando, con la punta del cuchillo por delante. La rubia se agachó y rodó, apartándose del rincón, mientras el brazo de Tombside se hundía hasta el codo en la pared.
Ese mismo brazo volvió a relucir con el resplandor amarillo de un golpe mortal, cuyo impulso fue utilizado para arrancar un pedazo de pared, grande como un adulto entero, y arrojado contra la turca.
Mientras el asesino conocido como Blooder se daba a la fuga por el boquete que acababa de abrir, su oponente vio con ojos como platos como una figura corpulenta se interponía entre ella y el pedrusco, tan fugaz que parecía un borrón, y con un gesto de apariencia casual, desviaba el trozo de pared, que reventó en mil cascotes al impactar contra una columna de hormigón.
- ¿Te ha herido ese rufián, moza?
- ¿Quién cojones…? – La turca no sabía si se encontraba ante una suerte de loco, gilipollas o tarado de alguna otra clase, pues el hombre que tenía ante ella era un tipejo grande y muy ancho de hombros, bien vestido. Llevaba una especie de casaca por encima de un uniforme gris, y sus botas de cuero tampoco parecían demasiado “reglamentarias”, salvo que se fuese un miembro de la “Guardia Real de Alejandría”, de esos dibujos que tanto le gustaban a su hermanastra pequeña. Al reconocer el uniforme se puso en pié y se irguió. - ¿Señor?
- ¿Ese es lenguaje para una señorita? – La reprendió, erguido y de espaldas para que esta no viese su sonrisa burlona.
- Probablemente no, señor. Si veo a alguna, me ocuparé de decírselo.
- Que fría… - Murmuró. - ¿Quién la ha entrenado así, agente…?
- Agente Yvette Marie Giulianna Louise de Castellanera e Bruscia, señor. Y me entrenó el agente Kurtz. – El oficial no pudo contener una risita. – Veo que lo conoce, Capitán.
- Llámame Galen, pero solo cuando hayamos atrapado a esa rata, moza. – Sonrió el oficial de SOLDADO.
Sonrió mientras la veía maldecir por el tiempo perdido, y se fue caminando tras ella, mientras hacía memoria: Kurtz. Alto, veterano de Wutai y como todos ellos muy despectivo con su unidad. Galen no le guardaba rencor por ello, pero tampoco lo aprobaba. Allí todos cumplían órdenes, y él mismo se había estado pateando campos de batalla desde mucho antes de que Kurtz empezase la instrucción.
Galen Hawthorne era toda una institución entre la unidad de SOLDADO, el más veterano, sin duda, aunque no el de mayor rango, dadas sus conocidas excentricidades. Nunca se le veía en público sin su casaca, sus botas, su cabello cano en las sienes, y recogido en una coleta, y su conocido sable, cuya empuñadura estaba cubierta por una ornada cazoleta, llena de arañazos y alguna que otra abolladura entre los rugosos y contundentes relieves, con los que le gustaba golpear en la cara a sus adversarios. Era imposible ver su uniforme, salvo en situaciones oficiales o misiones de campo, y de él se decía de todo a lo largo y ancho del sector cero. Se creía un pirata, un truhan, un héroe de novela barata… Pero la verdad era una sola. Poca gente escapaba de él cuando decidía que algo era “affaire privée”.
También era rápido reconociendo cuando algo era “privée” y ajeno, de modo que, a paso relajado, empezó a correr tras la tal “Yvette”, que tanto había atraído su curiosidad. Sobre todo con las referencias que traía consigo.


Frank corría. Había retomado su huída, esforzándose por pensar con frialdad por encima de la sangre que parecía hervir en su cabeza. Algo le gritaba que esa testigo viva sería su perdición, pero no importaría una mierda ahora que Yief había reventado su tapadera. Se maldijo por confiar en ese miserable hijo de puta, y la parte de él más encantada Blooder se alegraba de que esa sabandija respirase: Vivo para darle caza, vivo para alimentarle con su miedo, y por encima de todo, vivo para obligarle a ver morir a su adorada Lucille.
Su huída por el edificio llegó a su fin, mientras los pasos reaparecían a sus espaldas mientras aminoraba la velocidad para buscar a través de la ventana el mejor camino para cruzar la calle hasta su coche, ya a pocos metros. Aprovechó el respiro para aclarar sus ideas, mientras bajaba por los restos mal sujetos de una escalera de incendios, que solo llegaba hasta el primer piso. Había una pequeña escala metálica, extensible, que permitía alcanzar la acera, pero estaba destrozada y era imposible usarla, de modo que decidió no complicarse la vida: Respiró hondo, enfundó su cuchillo y saltó los tres metros que lo separaban de la calle.
Mientras cruzaba corriendo la carretera vacía, creyéndose lejos de las patrullas de soldados decididos a cazarle, se descubrió a sí mismo en un nuevo error, cuando el gemido de unos neumáticos al derrapar anunció la imponente presencia de un Shin-Ra Supreme oficial, apareciendo tras la esquina del edificio y cegándolo con sus luces como a un animal en medio de la carretera.
El asesino reaccionó por instinto, saltando hacia el callejón más cercano, pero el piloto estaba decidido a darle caza, siguiéndolo mientras barría a su paso viejos cubos de basura de metal, restos de la construcción y demás desperdicios, y espantando a los animales y alimañas que lo poblaban. Frank corría desesperado, lanzando todo lo que tenía a mano contra el parabrisas del vehículo de su perseguidor, pero lo único que logró de este fue agrandar su sonrisa voraz. El callejón estaba cortado por una valla de alambre, que la presa superó de un salto, apoyándose en el tubo de acero que había al tope superior de esta, tras la que dobló hacia la derecha. A su espalda, el Supreme atravesó la valla sin contemplaciones, arrancando la malla metálica del tubo que la sostenía.
Mirando hacia su espalda, Tombside vio al piloto, de piel oscura y aspecto siniestro, girar hacia él y seguirlo con intención de atropellarlo. Corrió a ocultarse en un segundo callejón, donde el Supreme no cabría, pero la valla que delimitaba el callejón era de madera. Mientras Tombside corría saltando una valla tras otra, huyendo por los patios traseros de una pequeña barriada de los suburbios, el coche lo perseguía destrozando todo a su paso. El asesino permanecía atento a lo que ocurría a sus espaldas, y rápidamente saltó hacia su derecha, hacia la desvencijada puerta trasera de una de las casas. El turco se había desviado y ya no invadía los patios traseros, sino que reventaba toda la valla que los comunicaba como un huracán negro. La madera podrida por el tiempo se quebraba al menor impacto, y el potente motor del coche lo movía como una bola de demolición en una tienda de porcelana. Tombside sonrió al verlo pasar de largo, mientras corrió de nuevo, hacia su izquierda esta vez. Al fondo podía ver el purísimo e impoluto color blanco de su deportivo. Su Shin-Ra Vendetta estaba lejos de la potencia del Supreme de su perseguidor, pero era un coche mucho más ligero y ágil, ventajas que favorecían su fuga.
Mientras el rugido del Supreme se alejaba, Blooder saltó al asiento deportivo del piloto, errando varios intentos de introducir las llaves en el agujero, y girándolas con fuerza desmedida hasta casi romper la cerradura. El motor de su roadster respondió al instante, dejando que el cambio automático hiciese su trabajo mientras él comunicaba su prisa al vehículo, hundiendo el acelerador tan hondo como podía. El coche ganó velocidad mientras salía del callejón, derrapando en la salida y obligando a Tombside a clavar frenos en un intento desesperado por recuperar el control, pero aún así el coche dio un trompo, quedando a ciento ochenta grados de la dirección que pretendía tomar. Giró lentamente para intentar hacerlo de una sola maniobra, cuando al dar media vuelta se encontró de nuevo al maldito Supreme taponando su calle, mientras una tanqueta cargada de varios soldados PM se acercaba a sus espaldas desde el fondo de la calle, disparando ráfagas de ametralladora. El mil veces maldito Supreme cubría toda la calzada, pero la esperanza tenía el ancho restante entre una vieja farola de hierro forjado y la pared. Frank acabó su giro en la acera, enfiló su ruta de huída y apretó los dientes y el acelerador, golpeando su retrovisor derecho contra la farola y quedando este colgando de los cables que manejaban su orientación.
- ¡Mierda!
En ese momento, ante los ojos confundidos del asesino, un hombre negro y corpulento salió del Supreme, con un collar iluminado por el brillo verde de la materia. Señaló a su coche mientras el asesino maldecía a gritos, y lanzó su conjuro. El gélido brote congeló casi al instante el parabrisas del Shin-Ra Vendetta, cegando a Tombside, que clavó freno sin pensar, derrapando de nuevo mientras golpeaba una y otra vez el parabrisas.
- ¡Maldita sea, joder! – El cristal de seguridad, reforzado por la capa de hielo, no cedía a los golpes de su puño, de modo que acudió de nuevo a la materia, destrozándolo con un golpe mortal que dejó su puño cubierto de cristales y escarcha. – ¡Mierda! – Exclamó de nuevo al ver que acababa de perder el retrovisor central. Sus restos volaron por la carretera, crujiendo bajo las ruedas de su perseguidor.
El roadster empezó a fluir entre el tráfico, seguro en su tracción trasera y mayor maniobrabilidad. Su piloto aprovechó la breve tregua para ponerse el cinturón. Se planteó la posibilidad de subir la capota, pero temía que esta fuese arrancada por el viento. Evitando los coches mientras pulsaba el claxon como un poseso, ganaba terreno poco a poco, y confiaba en ganar toda la distancia posible a sus perseguidores, pero algo le hizo sentirse incómodo. Los conductores ante él se apartaban mucho antes de que él llegase a tener que esquivarlos. Extrañado se giró para ver que sucedía a sus espaldas. Apenas echó el menor vistazo, casi saltó del asiento del conductor. Quiso acelerar, pero su instinto pisó el freno a fondo por él, mientras viraba todo hacia su derecha, y su torpeza precisamente fue lo que lo salvó: Un grupo de SOLDADO de tercera, motorizados, había salido a su persecución, y el rápido frenazo hizo que el que estaba a punto de hundir su espada en la nuca de Tombside errase el golpe y pasase de largo, mientras que el volantazo derribó a otro de su montura.
- ¡Hijos de puta! ¡Fuera de aquí, cabrones! – Gritaba desesperado, pero sus palabras se perdían entre el bullicio del tráfico y el rugido del aire que le daba en la cara, cegándolo.

- Aquí líder de manada. Lo tenemos, pero el cabrón es escurridizo, y bastante hábil.
- Mucho cuidado con él, Arsen. – La voz de su capitán sonó en el comunicador integrado en su casco de motorista. – Ha matado a dos terceras en el edificio, estando rodeado y en inferioridad numérica.
- Aquí también ha dado cuenta de uno, Capitán Hawthorne. Creo que ha sido Fendrad.
- Recibido, joven compinche. Haré que envíen sanitarios. Sigue al rufián, tenéis que marcarlo.
- ¡Eso, marcadlo bien! Os vemos a lo lejos. – Interfirió la tercera voz de una mujer furiosa en su comunicación.
- ¿Eres tú, moza? – Preguntó el oficial de SOLDADO.
- La misma, capitán corsario. Tu rufián se fue sin que le dijese un par de cosas.
- ¡No hables así al capitán Hawthorne! – Exigió Arsen. Esperaba una respuesta, pero solo se oían peleas: Déjame… ¡No!¡Suelta!... ¡Cierra la puta boca y conduce!... ¡Cómeme el…! ¡Ay! ¡Cabrón!
- Arsen, soy Inagerr. – Dijo el turco victorioso, sujetando firmemente la radio, mientras miraba de reojo a su compañera. – Tenemos un par de asuntos con ese bastardo, y ya te vemos a lo lejos. Te sugiero que te apartes, vamos a “pacificarlo”.
- Procede, Inagerr. – Dijo el Capitán, evitando una respuesta de su subordinado llamando al orden a la turca. La verdad es que le caía bien esa diablilla deslenguada, y eso de “Capitán corsario” sonaba realmente bien. – Mucho cuidado con los civiles.
- Oído, capitán. Corto y cierro.
- ¡Y embisto! – Añadió Yvette.

El roadster blanco había pegado necesitado un contravolanteo y un impacto contra unos contenedores de basura para reorientarse, empezando a zigzaguear entre el tráfico para evitar los soldados y sus espadas, que lo hostigaban como perros de presa. Con una mano ante los ojos para intentar bloquear el aire que lo cegaba y con un solo retrovisor lateral para vigilar su retaguardia, Tombside dejaba que fuese la paranoia quien marcase la ruta, sembrando el caos en todos los carriles de la calzada. A sus espaldas, el rugido del Supreme se perdía entre el ruido de su propio motor y el del viento atronando sus oídos. Yvette lo vio acercarse a su defensa frontal, reforzada con una barra de hierro, pero en el último segundo, su presa giró, a pocos metros de una bifurcación. Rugiendo, la turca se negó a dejarlo ir, atropellando una hilera de mohosos pivotes reflectantes a su paso. El hombre marcado como Blooder huía en línea recta, mirando hacia atrás con la tensión reflejada en el rostro, viendo como sus perseguidores le ganaban terreno.
Se iban internando cada vez más en los suburbios, en calles cada vez más degradadas y miserables, donde los desperdicios apilados a los bordes de la carretera impedían a Tombside encontrar un camino por el que desaparecer. Su búsqueda desesperada se vio interrumpida por un sonido metálico a sus espaldas: El Supreme, aprovechando todos los ángulos muertos del coche sin retrovisores, se había aproximado desde su derecha, asomando el morro hasta la altura de su eje trasero, y luego empujado hacia la izquierda, forzando al Vendetta a realizar un trompo en la estrecha calzada.
El Supreme pasó de largo, y pocos metros más adelante hizo su propio trompo, dando media vuelta con un sonoro derrape que acabó de frenar contra una pila de basura. Blooder, viéndolo arrancar a por él mientras un grupo de motoristas de SOLDADO se acercaba desde el lado contrario, hundió de nuevo el acelerador, dejando que el cambio automático de su coche se ocupase del resto, arrollando los restos de una verja e internándose por un callejón sin pavimentar. El suelo de tierra volvía su suspensión loca, y el rugido del motor acelerado llamó la atención de un grupo de delincuentes juveniles, pero Frank no era el tipo de hombre que se apartaba. Dos de los adolescentes salieron despedidos con el impacto, y el roadster del asesino salió desviado hacia la pared derecha del callejón que transitaba, arañando la carrocería contra el ladrillo. A su espalda, los tres motoristas habían esquivado el Supreme que les venía de frente, y se daban a su persecución por el callejón. El último se desvió por una callejuela lateral, mientras los otros dos se daban a su caza.
Arsen vio su oportunidad. Giró el acelerador hasta el tope y se inclinó hacia atrás, levantando la rueda delantera de su moto, mientras embestía el maletero del coche, aplastando la chapa y pasando a trompicones. Encajó su motocicleta en el asiento del copiloto mientras tomaba de nuevo su espada y empezaba a golpear con ella el escudo que aún protegía al desquiciado asesino. Frank intentó clavar frenos, pero el SOLDADO estaba demasiado bien sujeto al reposacabezas del copiloto con su mano libre, y lanzaba mandobles sin parar contra él. Levantó la mano derecha para cubrirse instintivamente, pero los tajos no habían llegado a alcanzarle… Aún. Con su cabeza hirviendo, empezó a dar volantazos mientras buscaba una salida. No podía darle un golpe mortal por las buenas. Como fallase podría hacer explotar la moto, y Piro tampoco era una buena idea… ¿O sí? Decidido a subir las apuestas, Tombside vio a lo lejos un puesto de comidas, y gesticulando con la mano derecha, prendió fuego a uno de los soportes del techo, que privado de su punto de apoyo empezó a combarse.
Arsen vio al alero del techo aproximarse a su cabeza, cada vez a más velocidad, y se tumbó sobre el maletero, agarrándose al reposacabezas como si fuese un bote salvavidas. El alero impactó en la moto, tirándola al suelo en varios pedazos, y el coche blanco se cubrió de chispas. Cuando el SOLDADO abrió los ojos de nuevo, su mirada se encontró con la de Blooder. Empuñaba un cuchillo ensangrentado, sujeto con una nudillera y con la hoja curvada hacia delante, y se había girado sobre su asiento para rematarlo. Apretando los dientes, Deemer Arsen lanzó un mandoble contra él con toda su fuerza de SOLDADO, intentando que su brazo izquierdo, cada vez más entumecido, no se soltase del reposacabezas, pero ante su mirada perpleja, Blooder desvió su ataque. Su sonrisa irradiaba satisfacción y una viciosa ansia. Alzó el cuchillo, y lo bajó rápidamente, pero solo logró hundirlo en la chapa del maletero. Su presa prefirió soltarse, y estaba rodando sobre la tierra, mientras se iba quedando atrás.

- ¡Quieto Ainsley! – Gritó el SOLDADO de primera desde la radio, justo cuando el novato pasaba con su moto zumbando a su lado.
- Puedo atraparlo… - Respondió este con los dientes apretados.
- ¡Quieto, es una orden! – Tras unos segundos de incertidumbre el veterano vio como su protegido se detenía y volvía junto a él. – Mi radio hace ruido de estática por la caída. Llama a urgencias y ordena que traigan dos ambulancias, y que permanezcan a la espera, ya que probablemente se vayan a necesitar más.
- Podía haberlo cogido y no se necesitarían. – Deemer lo miró fijamente. Hundió sus ojos claros de mako en el visor de su subordinado, que lo alzó pero no tardó en desviar la mirada y empezar a cumplir sus órdenes. Era tan parecido a Yzak… Y ese animal habría hecho picadillo con él. Ainsley necesitaba un par de hervores, antes de un desafío semejante.
- Obedece… Y di que me preparen un chequeo médico para cuando lleguemos. – Dijo mientras montaba en la parte trasera de la moto de su subordinado. – ¡Arranca!

Frank tiró de su cuchillo, frustrado por una nueva víctima que escapaba tras dar un buen vistazo a su cara. Posó el arma en el asiento de copiloto, manchado de restos de aceite y gasolina que habían saltado cuando esta impactó con el alero del tejado, y volvió a mirar al frente. El callejón doblaba a la derecha y seguía a lo largo de cien metros, ancheándose a medida que se aproximaba a su desembocadura en una especie de solar rodeado de partes traseras de edificios. Entró en él, reduciendo para buscar una salida. Sus ojos estaban cubiertos de lágrimas por culpa del viento que le había dado en la cara durante todo el trayecto, y sus manos aún crispadas, sujetaban el volante con furia. El ruido del motor cesó y de repente, fue capaz de volver a oírse pensar.
Lo que realmente empezó a oír fue un rugido atronador a su derecha, y al girarse vio al Supreme ganando velocidad y terreno, a escasos metros de su puerta derecha. Tras tanta tensión y pánico, su cuerpo estaba realmente sobrepasado. Había huido de SOLDADOS, PM y turcos, se había librado de un primera clase subido a su coche atacándole con su espada, pero finalmente había superado su propio límite. Hundió un pedal, sin fijarse ni siquiera en cual era, mientras veía como el turco negro que iba en el asiento de copiloto se agarraba a cualquier asidero disponible, y la rubia al volante lo miraba con odio en los ojos.
Las luces de freno se apagaron al instante, mientras el ruido del metal y el plástico chocando a toda velocidad recorría el sector VI de los suburbios de Midgar con la fuerza de un trueno.

2 comentarios:

Ukio sensei dijo...

Seguimos la escena. ¿Qué tal?

Astaroth dijo...

Mejor de lo que tenía pensado en un principio. Ahora toca acabar, así que en cuanto lo haga te doy un comentario más extenso.