Lucille seguía retorciéndose sobre las sábanas. Estaba excitada, demasiado para haberse recuperado hace tan poco, y seguía disfrutando después de cinco minutos de descanso. Por su parte, Yief no le había dado tregua, y tras unos intensos momentos abrazados juntos, besándose como si no existiera nada más, habían comenzado a desnudarse salvajemente, ejecutando un sensual vals que hacía rato había dejado agotadas las reservas de preservativos que él había bajado a comprar.
- Vuelve a la cama, nene – Lucille rogó arrastrándose sobre las sedas que habían caído de su cuerpo, dejando al descubierto sus redondos y grandes pechos. Cada vez que movía una pierna, se apreciaba el vello púbico oscuro y rizado vislumbrando entre sus caderas anchas, que remarcaban en su piel; sus muslos estaban enrojecidos por el contacto con las manos firmes del norteño, que tan agresivamente la había tomado tantas veces – Quiero que repitas eso de los cinco seguidos, mañana bajo a por pastillas a la farmacia.
- Tengo que irme, pequeña – se abrochó la camisa y, mientras se ponía el gorro de lana, bajó hasta besar los labios de su novia, apenas un ligero roce, pero que ella aprovechó para quitarle el gorro de la cabeza y ponérselo sobre la suya, adoptando una postura juguetona de coqueteo que consistía en sentarse con las piernas abiertas y las plantas de los pies juntas mientras se mordisqueaba el dedo índice de la mano derecha, mientras con la zurda bordeaba el erecto pezón del pecho siniestro. Yief no se lo pensó, y con su mano derecha agarró la nuca de la mujer para arrastrarla hasta sus labios, empujando su lengua dentro de su boca y lamiendo la otra lengua, mientras con la mano izquierda fue recorriendo el camino que iba desde sus senos y pasaba por su ombligo hasta el bosque de negros rizos, donde su mano se internó en la húmeda oquedad hasta acariciar el clítoris. Cuando separó sus labios de los de ella, se llevó el dedo corazón a la lengua y, chupándolo, puso una cara pícara y pronunció: Volveré, te lo prometo.
Cerró la puerta, y casi al instante volvió a entrar, con semblante aún más serio.
- Por cierto, vístete. Es posible que se pasen por aquí dos tipos vestidos de negro que digan que van a protegerte y que vienen de mi parte; deberías hacer una maleta con lo imprescindible. Cuando esto acabe, te prometo que volveremos aquí y follaremos hasta el Día del Juicio.
- Yief, me estás asustan… - su novio cerró la puerta, sin darle tiempo a acabar - …do.
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Hacía frío. Había mucho viento, que esquivaba los edificios y recorría las calles de la zona superior de la ciudad como un alma en pena que aullaba en las solitarias noches. Yief se encogió dentro de su abrigo, aún recordando el calor que había sentido cuando apoyó su cabeza entre los pechos de Lucille. Aunque su mente también recordaba hechos anteriores, hechos que había desencadenado la milagrosa recuperación de Lucille.
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- Puedo daros información. Puedo daros lo que queréis, pero a cambio quiero una serie de favores.
- Usted dirá, señor Vanisstroff – la voz era áspera, casi artificial.
- En primer lugar, protección. Para mí y para Lucille, mientras se lleva a cabo la operación. No quiero someterla a ningún riesgo.
- Bien. Puede estar seguro de que Lucille estará segura mientras usted nos lleva hasta Tombside.
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Había pactado con Turk. Había traicionado al hombre más buscado de la ciudad. Había entregado al hombre que le golpeó y maltrató. Había dado a las autoridades a una persona que le ayudaba, que confiaba en él y le sacaba de apuros. Había traicionado, entregado, dado a las autoridades, a un amigo.
Y había protegido a Lucille.
No necesitaba nada más.
Lucille era, en ese momento, todo para él: su mundo, su universo, su alfa y su omega. Era su reina, su diosa desnuda de enormes pechos y tierno coño que esperaba sobre la cama a que él volviera a follarla cinco veces seguidas. ¿Era eso amor? Yief no había conseguido una vida fácil, y sus desvaríos relacionados con las drogas, el dormir en la calle, las brutales palizas que su padre le había propinado tanto a él como a su hermano, la muerte de su amigo de la infancia… Si en algo de eso había amor, entonces Blackhole era la prostituta más ninfómana y juvenil que existía sobre la faz de Gaia.
Olía a humedad y salitre, como si los vientos marítimos se hubieran desplazado kilómetros para recompensar a Yief por lo que iba a hacer. Recompensar, o quizás castigar. La única vez que Yief había podido ver el mar fue cuando aún vivían en el área de Iciclos, en Modeoheim, y los grandes bloques de hielo blanco tapaban el inmenso azul, que destacaba en el horizonte como una línea fina de contorno en un dibujo de paisaje invernal. Ni siquiera pudo verlo durante el viaje en barco, pues el inmenso mareo le impedía moverse de su camarote; era eso o vomitar hasta quedarse completamente seco, echando bilis, saliva, sangre, ácidos y cualquier otro líquido que existiera en su cuerpo: si se hubiera movido, estaba convencido de que se pondría a cagar por la boca. No pudo ver el océano, y cuando desembarcaron lo hicieron en un coche de cristales tintados de asientos muy amplios. Su posición en el centro del mullido sillón le impedía moverse, bajo la severa mirada de un padre más preocupado por ascender en una empresa para la que ni tan siquiera trabajaba en ese momento que en querer a su hijo. Pero no todo en ese viaje fue castigo: Björn iba a su izquierda, y él sí que podía ver el mar, quizás como recompensa por los sucesos que el futuro le iba a deparar.
Sacudió la cabeza, y aspiró el gélido aire salado. Era probable que esa fuera la última vez que respirase un aire tan limpio, antes de coger el tren que bajaba a los suburbios. Los hombres de negro habían rechazado la posibilidad de capturarle bajo cielo abierto, en un lugar tan importante como eran los sectores superiores. “Si debe hacerse, que sea donde menos daño se cause. Que mueran las ratas, no las personas.”
El aire del vagón era salado, pero diferente: estaba viciado, cargado de sudor y caliente, tan espeso que uno podía cortarlo. Cada paso que Yief daba sobre sus zapatos negros se clavaba en el suelo, como si de losas de cemento y hierro oscurecido se tratasen. Se sentó en un asiento de plástico amarillento a medio romper y hundió las manos en la cabeza; ni se dio cuenta de que no se realizó ningún control de seguridad. No se podía creer que estuviera a punto de entregar al hombre más buscado. Los recuerdos volvían otra vez a la mente.
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- ¿Cuál es su nombre?
- Yief – vaciló – Yief Vanisstroff.
- ¿Profesión?
- Ninguna. Perdí mi trabajo hace mucho tiempo.
- Bueno, si nos ofreces algo interesante podemos solucionarlo – esta vez habló una mujer, pero no podía ver su cara, pues una cortina de sombras le tapaba los ojos. Antes de entrar, le habían lanzado un hechizo de ceguera, como “medida de seguridad”.
- Puedo daros información. Puedo daros lo que queréis, pero a cambio quiero una serie de favores.
- Usted dirá, señor Vanisstroff – la voz era áspera, casi artificial.
- En primer lugar, protección. Para mí y para Lucille, mientras se lleva a cabo la operación. No quiero someterla a ningún riesgo.
- Bien. . Puede estar seguro de que Lucille estará segura mientras usted nos lleva hasta Tombside.
- También yo quiero información. Algo… No, todo lo relacionado con cierta persona.
- Cuando cumplas tu parte del trato, tendrás en tu buzón el dossier completo de dicha persona sí podemos dártelo. Ya nos dirás de quién se trata.
- Y por último… Me gustaría que se me liberase de cargos por lo que me vi obligado a hacer para Tombside. Tuve que espiar a una chica que trabajaba para ustedes –aunque no podía ver, Yief notó cierto movimiento por encima de la mesa – y me vi obligado a ocultar unos cadáveres en una obra, junto a un tipo que trabajaba con él. Un tal Carl Loco o algo así.
- ¿Carl Loc O’toole?
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Hacía dos semanas que había confabulado con los turcos, y hacía una y media los periódicos habían desvelado una operación que se había llevado a cabo y había desvelado un verdadero cementerio dentro de una construcción paralizada. Diez cadáveres enterrados entre hormigón y arena, y Yief conocía bien a uno de ellos. Jack. Wolt Dawson.
El sector 6 parecía desierto, en comparación con el bullicio de gente que se agolpaba en las chabolas y se peleaba por conseguir un mendrugo de pan duro. La grava se movía cuando pisaba, y no corría nada de viento. Se respiraba suciedad. Los grises edificios a duras penas podían mantenerse en pie, y sin embargo se erguían orgullosos, arrogantes ante lo que Yief estaba a punto de hacer, pero a la vez derrumbados por la misma acción del norteño.
Enfrente, le esperaba su objetivo, y el terror le invadió cuando rememoró de nuevo el contrato con los oscuros.
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- ¿Cuál es su nombre?
- Yief – vaciló – Yief Vanisstroff.
- ¿Profesión?
- Ninguna. Perdí mi trabajo hace mucho tiempo.
- Bueno, si nos ofreces algo interesante podemos solucionarlo – esta vez habló una mujer, pero no podía ver su cara, pues una cortina de sombras le tapaba los ojos. Antes de entrar, le habían lanzado un hechizo de ceguera, como “medida de seguridad”.
- Puedo daros información. Puedo daros lo que queréis, pero a cambio quiero una serie de favores.
- Usted dirá, señor Vanisstroff – la voz era áspera, casi artificial.
- En primer lugar, protección. Para mí y para Lucille, mientras se lleva a cabo la operación. No quiero someterla a ningún riesgo.
- Bien. . Puede estar seguro de que Lucille estará segura mientras usted nos lleva hasta Tombside.
- También yo quiero información. Algo… No, todo lo relacionado con cierta persona.
- Cuando cumplas tu parte del trato, tendrás en tu buzón el dossier completo de dicha persona sí podemos dártelo. Ya nos dirás de quién se trata.
- Y por último… Me gustaría que se me liberase de cargos por lo que me vi obligado a hacer para Tombside. Tuve que espiar a una chica que trabajaba para ustedes –aunque no podía ver, Yief notó cierto movimiento por encima de la mesa – y me vi obligado a ocultar unos cadáveres en una obra, junto a un tipo que trabajaba con él. Un tal Carl Loco o algo así.
- ¿Carl Loc O’toole?
- Sí, ése mismo. Alto, pelo castaño en media melena y barba, arrugas, y mascarilla blanca – había ganado algo más de seguridad en sí mismo, pero pronto se vio otra vez convertido en un manojo de nervios.
- O’toole murió hace meses, en un incendio. Encontramos su cadáver apuñalado y carbonizado en un local que regentaba.
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- Yief – el tono de Tombside no era tan amistoso como otras veces, como si el frío que el nombrado sentía se hubiera introducido por los poros del asesino – Tenemos que hablar. Demos una vuelta y tomemos algo.
- No – el hombre, vestido de vagabundo, se negó firmemente, como nunca se había atrevido a hacer frente a aquel tipo – Hablaremos aquí, no pienso moverme.
- ¿Te ocurre algo? Te noto frío y cambiado, como si fuésemos… enemigos.
- No, no ocurre nada – mintió Yief – Bueno, sí que ocurre. Lucille ya ha despertado. Sigue en el hospital, pero parece que se recuperará en breve.
- Me alegro – Frank también mentía, se podía ver en sus ojos esmeraldas – Pero creo que no es eso lo que te preocupa, si no me equivoco. Dime, Yief Vanisstroff, - el aludido le miró fijamente a las pupilas felinas - , ¿Recuerdas cómo nos conocimos?
- No podría olvidarlo.
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La bola amarilla se resbaló de sus manos y cayó en el bolsillo del pantalón, algo le había asustado. Esa mentalidad, esa barahúnda de bizarros pensamientos…Sólo podían ser de una persona. Alzó la cabeza y le vio.
-Tú…
No podía creerlo. Estaba frente al archiconocido Frank Tombside. Blooder. El hombre de los asesinatos sangrientos. El hijo de puta que se cargó a tantos turcos el día en que planearon encerrarle y huyó para contarlo. Si alguien no había oído hablar de él en la ciudad, sin duda debía ser ciego, sordo y gilipollas.
Si aquellos pensamientos no pertenecían al mencionado, entonces Yief podía ser perfectamente una bailarina erótica. Volvió a insistir, y le llamó de nuevo.
- Eh, tú. ¡Tú, el del abrigo rojo! – el aludido se giró, con cara de perro con malas pulgas. Sin duda, no esperaba que nadie le molestase, pero allí estaba: un tipo molestándole.
- ¿Qué coño quieres, tullidito? – se notaba, tanto por voz como por palabras, que obviamente el norteño no había hablado con la mejor persona.
- Hola. Verás, querría que me ayudaras con un tipo – Yief mostró una amplia sonrisa, tanto como le permitieron los calmantes.
- ¿Qué te has pensado, que soy el que limpia la basura, o tu niñera? Largo de aquí si no quieres salir con el culo ardiendo como un reactor de Mako.
- Pensé que podría pagarte… - se acercó al tipo de la gabardina roja, y le susurró con picardía – Verás, sé que eres Frank Tombside, que planeas un nuevo golpe y que tienes cerca una de tus bases de operaciones.
Lo siguiente que Yief recordó, fue aquella mezcla de vómito con gusanos morados que resultaban de mezclar fideos enlatados y vino de cartón de marca desconocida.
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No podía olvidarlo.
- Sí, lo recuerdo. Fui muy estúpido al llamarte de aquella manera, pero quería cargarme a Blackhole de una vez por todas –Yief sonrió, aunque fue una risa breve y sin ganas – Lo bueno, es que conocerte me quitó la idea de que yo podía ser Tombside.
- ¿Creías que eras yo? ¿Tú? – Frank parecía a punto de reírse de Yief.
- ¡Eh!, tú no sabes lo que es despertarte y verte manchado de sangre, recordando haber matado a la mujer a la que amabas.
- Bueno, así exactamente, con esas palabras… Pues no.
- A lo que iba. El caso es que, cuando te conocí, empecé a pensar que tú y yo pudimos habernos cruzado antes de nuestro “primer” encuentro. Cuando mataste a Szieska.
Yief parecía esperar una respuesta del asesino, quien solamente encogió los hombros.
- ¿No recuerdas a Szieska? – Yief no sabía que pensar, casi estaba a punto de pegarle un puñetazo.
- No llevo una lista de las personas con las que trabajo. Y menos me acuerdo de unos nombres que raramente tengo el gusto de preguntar. Además, podría no haber sido yo el Tombside que se cargó a tu querida.
- No sé… - Yief comenzaba a dudar, tanto de sí mismo como del asesino.
- Además, - puntualizó – no creo que nadie te hubiera dejado vivir habiendo presenciado eso. Yo al menos no te hubiera dejado, bastante con que se me escapase uno.
- Eso significa… - Yief temblaba, temeroso de decirlo.
- Sí. Tú mataste a Szieska.
Yief estaba a punto de vomitar. Tenía la vista borrosa, como si todo diera vueltas y a la vez hubieran encendido todas las luces. Respiraba bocanadas de aire, apoyado contra sus rodillas. Respiró profundamente, e intentó relajarse. “Yief, vamos, ya barajaste esa posibilidad” se dijo a sí mismo. Cuando por fin recobró la compostura, se sentía aún indispuesto para hablar, así que Frank se adelantó y lo hizo él:
- Yief. Hay algo que quiero que sepas – el tono era aún más serio y oscuro – No he sido completamente sincero contigo, al igual que sé que tú no lo has sido conmigo.
- Qu… ¿Qué quieres decir? – casi le costaba hablar, reprimiendo una arcada.
- ¿Recuerdas cuando te interrogué? – su compañero asintió – Bien. Cuando te hice preguntas, me fijé en que tenías una mano metida en el bolsillo. Acertabas todas las preguntas, y por eso te paralicé. Después, cuando fuimos a casa de la chica… Verás, estaba espiándote con una cámara.
- ¡Por eso sabías lo que había ocurrido, sin haber estado allí! – Yief no había caído en ello hasta ese momento, y todo el mareo se fue de golpe. Aquella conversación estaba tomando un cariz que no le gustaba nada.
- Sí. Te he observado, Yief. ¿Puedes recordar qué dijiste cuando te hice la última pregunta? – clavó en el sus ojos verdes.
- Sí: que podía serte útil con mi habilidad.
- Bueno, pues seguía pensando en la chica de la heladería. Estaba intentando que leyeras que ella era mi novia. Así que, llegados a este punto… ¿Por qué no me das esa materia que guardas con tanto recelo y acabamos rápido con esto?
Yief hubiera echado a correr, si no hubiera sido por el disparo que se clavó en su hombro. En esos momentos, las sirenas de cinco coches patrullas comenzaron alocadamente a sonar, y una ráfaga de disparos de ametralladora comenzó a levantar la grava del suelo. Poco parecía importar a Turk que su gancho estuviese allí: quizás pensasen, maquinó Yief, que si él desaparecía se ahorraban su parte del trato.
Sin pensárselo dos veces, Tombside agarró a Yief por el abrigo y lo lanzó contra una ruinosa puerta de madera de un edificio cercano, ayudado por la materia de Golpe Mortal. Voló unos cuantos metros, al tiempo que veía como una bala se acercaba peligrosamente al lugar donde estaba la cabeza del asesino. Como si la trayectoria se hubiese ralentizado repentinamente, vio la estela de la bala, al tiempo que su espalda quebraba la astillada madera. Cayó dentro, entre trozos carcomidos, y entonces se desmayó, sin darse cuenta de que en su bolsillo había una pequeña caja que antes no estaba.
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La bala avanzaba despacio, y Frank podía verla en el aire, suspendida en una trayectoria entre la que se encontraba su frente. La bala estaba detenida, inmóvil, y el asesino la miraba fijamente. Debía correr ahora que había dejado a salvo, o lo había intentado, a su compañero el vagabundo, antes de que el efecto del Muro se desvaneciese ante tal tiroteo. Lo suyo no eran las armas de fuego, sino las armas cuerpo a cuerpo, y eso era lo único que en ese momento tenía a mano. Echó a correr por una calle contigua mientras sacaba su cuchillo táctico, en cuyo mango habían colocado un refuerzo de hierro para los nudillos. Todas las calles parecían cortadas, incluso los callejones más pequeños tenían algún agente de SOLDADO o Turk acechando. Un piroclasto chocó contra la parte superior de su barrera, debilitándola considerablemente. Caminaba casi a ciegas, sin saber a dónde ir, cercado en un mar de magias, calibres, e incluso parecía que alguien estaba arrojando piedras desde alguna azotea.
Se dirigió a un callejón sin salida, donde un grupo de tres personas disparaba con un enorme BLG P-60 y dos MF 22. Perfecto, pensó, pues si había sólo tres personas y eran simples PMs la cosa no se complicaría tanto como podría haberse complicado si hubiera algún SOLDADO. Con un rápido movimiento, clavó la hoja en el cuello de uno, destrozó el casco de otro con un Golpe Mortal, y quemó al último, que corrió en llamas inútilmente hasta caer a la entrada del callejón, prendiendo un montón de basura que había.
La pared del fondo era alta pero quebradiza, y la materia hizo el resto del trabajo. Una lluvia de polvo y escombros cayó sobre su cabeza, protegida bajo los brazos. El abrigo negro ahora era de un tono gris lavado, e incluso el pelo había adquirido una tonalidad canosa.
Tenía que llegar al coche. Detrás de él había cerca de cincuenta personas, entre operativos de Turk y SOLDADOS; y a eso había que sumar refuerzos y los coches patrulla que había rondando las calles. El balance se había saldado con tres muertos por el momento, y parecía que habría muchos más si no conseguía dar esquinazo a la marabunta que le seguía.
Una furgoneta se lanzó a la carrera, hasta igualar su velocidad, y la puerta lateral se movió, desvelando a un hombre y una mujer en su interior. La mujer hablaba a través de un micrófono, mientras el hombre grababa con una cámara apoyada al hombro. Reporteros.
Y le enfocaban directamente a la cara.
Frank hizo acopio de sus energías, y lanzó una bola de fuego dentro de la furgoneta, rezando para que no estuvieran emitiendo en directo. La explosión le lanzó volando tres metros, y le chamuscó parte de la ropa. La bola de fuego rodante que era el vehículo continuaba rodando, e iba perdiendo trozos de metal ardiente por el camino, y parecía no frenar su avance en la recta calle, la más larga del sector. A la derecha desde su posición, Tombside pudo ver una pequeña plazoleta desde la que adentrarse en una maraña de calles donde evadirse. Estaba casi seguro de que habían cerrado todas las salidas del sector 6, pero de seguro no habían taponado los escombros que reinaban en el antiguo sector 7.
La marea de azules se agolpaba a través del destrozo de la pared, como hormigas celestes que afloraban de la boca de su madriguera en busca de un alimento prohibido de tan peligroso que era, pero cuya sabor era una recompensa demasiado dulce como para negarse a salir en su búsqueda para alimentar a la gran reina, que era la corporación energética ShinRa. Las ráfagas de disparos no cesaban, y a medida que los invertebrados azules se acababan, algunos negros comenzaron a salir; eran las hormigas aladas, los guerreros del enjambre. Y junto a la metralla, llovió fuego y azuzaron los truenos, y se unieron las hormigas de cinco cabezas y terribles garras venenosas: SOLDADO.
No dejaban de hostigarle con metal, fuego y roca. Tombside estaba casi acorralado, y no tenía más opción que adentrarse en la pequeña plaza de su derecha. Pero antes debía detener a la manada de depredadores que le seguía. Concentró las energías en la materia Sismo, y levantó una pequeña barrera en la carretera, que no detendría por mucho tiempo a tanta gente, pero sin duda les retrasaría e impediría usar los coches patrulla en ese sentido, teniendo que dar un gran rodeo a través de múltiples calles de cerradas curvas.
Dobló la esquina, se ocultó en un pequeño recodo que hacía un pequeño contrafuerte que sujetaba un edificio que estaba a punto de caerse. Justo en ese momento, algo impactó justo a su lado.
2 comentarios:
3..2..1..
Ale, ahí queda eso. Poco que comentar hasta el próximo relato.
Hmm...Me huelo una continuación en el 181?
Porque me resulta un final bastante seco y brusco.
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