jueves, 30 de abril de 2009

168.

Relato por completar

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Inspiró profundamente por la nariz. Espiró lentamente por la boca.


Volvió a repetir la misma acción otra vez, y después una más, así durante unos instantes que resultaron eternos. Después apretó los puños, y abrió los ojos.

La pared de ladrillo seguía allí, a dos metros de distancia. Sucia, mal construida, y sin un solo adorno que destacase por encima del millón de pósteres, panfletos y pegatinas que intentaban tapar los estropicios que un grupo de malos albañiles habían realizado en su local de entrenamiento. Desmond estaba convencido de que si no hubiera sido por las columnas y un numeroso conjunto de espalderas que había colocado en dos de las cuatro paredes de la estancia ésta se hubiera caído tiempo atrás. Por si acaso, no había recargado demasiado la estancia, y si excluía la suciedad voladora del ambiente, podía considerar que un banco, una barra de acero con dos juegos de pesas de diez y veinte quilos respectivamente y una pequeña mesita plegable de metal pintado de un verde con toque azulados y bastante apagado lograban que la superficie pareciese más amplia de lo que podían suponer esos doce metros cuadrados.


Cogió aire de nuevo. Lentamente, adoptó una postura diferente, y su pie derecho se retraso, girando 45º respecto a su posición original, con la pierna extendida y doblando la rodilla izquierda para bajar el cuerpo sin perder la verticalidad de la espalda. Zenkutsu dachi, la postura adelantada con la que se podía empezar a realizar una serie de técnicas manteniendo la concentración. Lentamente, casi de forma relajada, comenzó a lanzar una serie de puñetazos; cada vez que uno de sus gigantes proyectiles negros salía disparado el otro volvía para recogerse en la cintura, dispuesto a salir disparado en cuanto el detonante del sonido rasgado por los nudillos diera el pistoletazo de salida. En eso consistía su entrenamiento: repetir, repetir y volver a hacerlo de nuevo, siempre así. Para el gigante negro bastaba con hacerlo bien, sino que tienes que volver a repetirlo de nuevo si quieres llegar a la perfección para, una vez más, volver a demostrar ese dominio de la técnica.


Eran las nueve de la noche según un pequeño reloj de pared que una conocida marca de bebidas regalaba por la compra de un pack de doce latas. Nunca le había gustado aquel refresco, con su color azulado, en su envoltorio ovalado y con pinta de poción o cualquier otra cosa, pero en aquellos tiempos, cuando había alquilado aquel cuarto para entrenarse y decidió tapar los desconchados que se habían producido en el muro cubriéndolo de publicidad, carteles de campeonatos y, pensándolo bien, un reloj que no le ocupara mucho espacio y que tampoco le hiciera perder la noción del tiempo. Logró cumplir una de las dos premisas, pues aquel trasto de manecillas fallaba continuamente, consumiendo además bastante carga de unas pilas recargables que estaban a punto de pedir ayuda por sobreexplotación. En cuanto al refresco celeste, acabó probando una y regalando las once restantes a un amigo, que las aprovechó para realizar algunos combinados experimentales que parecieron dar buenos resultados.

Bueno, pensó, si tengo en cuenta que cada día se retrasa cinco minutos y llevo tres días sin cambiarlo, deben ser por lo menos las nueve y cuarto. Hora de irse.

Cogió la chaqueta de su Karate Gi y envolvió de blanco su pecho de ébano, tallado por gubias de entrenamiento a golpe de esfuerzo. Las grises termitas de la vagancia habían sucumbido en forma de blancas larvas que nunca llegaron a romper la crisálida del hastío bajo oleadas de sudor sin llegar a tocar aquella madera de determinación y puro músculo corelano. Se puso un par de calcetines que hubieran pasado por blancos antaño, antes de que el sudor y la tierra polvorienta del interior de unas viejas deportivas que usaba para correr por los suburbios se hubiera mezclado tornando de ocre y amarillento aquel impoluto algodón. Posteriormente, cogió una mochila que era, en comparación, ligeramente más grande que el puño del coloso que la portaba y salió disparado, deteniéndose únicamente para cerrar aquel cuartillo donde reinaba el polvo flotante, volando en un remolino que se agitaba cuando pegó un fuerte portazo.


Corría, golpeando el suelo como si de un begimo en celo que fuese brincando por haber visto una hembra de espaldas se tratase. Las pisadas estallaban en el suelo, y el ruido era amortiguado por la grava que se desplazaba a su paso. Si alguien en la calle le veía correr de esa manera, con su envergadura y su piel de color café, sin lugar a dudas alguien histérico comenzaría a saturar las líneas de socorro a Turk para que detuvieran a un “sospechoso de acto terrorista” que iba como alma que lleva el diablo, simplemente por tratarse de un inmigrante que corría vestido de blanco.


Cogió un atajo que unía las calles Bradford y Starler en el sector tres, y chocó con un tipo que caminaba hacia atrás mientras saludaba a otro con la mano. El coloso de caoba no notó nada, pero la fuerza de empuje que llevaba cuando giró en la esquina de la callejuela con la avenida Bradford, a pesar de que había reducido la marcha considerablemente, hizo que el pobre transeúnte cayera irremediablemente golpeándose contra el bordillo de la acera, cosa que le dejaría probablemente una marca durante varios días.


- ¡Oh, mierda! Permítame ayudarle – el ciclópeo hombre tendió una mano a aquel pobre desconocido que ya raleaba en la parte superior de la cabeza.

- Tranquilo, no ha sido nada – dijo, aunque Desmond sospechaba que era más por amabilidad que por sinceridad, pues al mismo tiempo que mascullaba esas palabras se apretaba el brazo con gesto dolorido.

- ¿Me podría decir la hora?


Las diez menos diez minutos. Mierda, mierda y mierda, pensó. Llevaba diez minutos de retraso con respecto a sus planes. Aceleró el paso, trotando ahora como un begimo que hubiera visto dos hembras. Atravesó dos calles, tres plazas y una rotonda por la que no circulaba nadie hasta llegar a un restaurante con un enorme letrero en colores rojo, verde y blanco, junto al que se exhibía una enorme fotografía de una pizza con múltiples ingredientes: oliva, mozzarella, pepperoni, anchoas, alcachofa, atún, y un sinfín de añadidos que volvían a la crujiente masa de pan en una delicatessen.


- ¡Hola, Gerthy! – dijo saludando a la dueña de la pequeña pizzería. Gerthy era una mujer mayor, debía tener sesenta años y presentaba un rizado pelo canoso acompañado de numerosas arrugas. Los ojos de la anciana apenas veían ya, y se ocultaban tras unas gruesas y amplias lentes de un traslúcido color similar a la madera de roble sujetas a una montura de vetas amarillentas, marrones y naranjas.

- Hombre, pero si es mi médico favorito – observó su pecho al descubierto, apenas tapado levemente en los lados por el Karate Gi, y se quitó las gafas para comprobar si su ceguera le estaba obnubilando el juicio - ¿No vienes un poco ligero de ropa?

- ¡Ja, ja, ja! Como siempre, muy graciosa – Desmond, el gigante negro vestido con tela blanca, lanzó una sonrisa marfileña que arrancó otra más amarillenta y torcida en la boca de la mujer de Kalm – No, es porque tengo el examen en media hora y necesito llegar al sector 5.

- ¿En media hora? ¡Santa madonna, piccolo bambino!

- Gnocchi di patata tre formaggi y pizza iciclos, para llevar.

- Marchando. ¡Presto, ragazzo! – dijo gritándole el pedido a su hijo, un joven de veinte años estudiante de cocina que se había visto irremediablemente atraído a ayudar en el negocio familiar después de que este sufriera una grave caída de los clientes cuando su padre, un hombre estereotipado de amplio bigote en una cara redonda había fallecido a causa de una embolia pulmonar, tras una larga letanía en cama que se había prolongado durante dos meses a causa de un problema de riego sanguíneo.


El joven salió a los diez minutos con una amplia caja cuadrada y una bandeja de cartón cerrada con una tapa de plástico, donde se podía admirar como pequeñas bolitas de patata flotaban en una salsa de quesos. La dueña del establecimiento metió todo en una bolsa de plástico blanco que tenía una foto de la pizza que había en el cartel de la entrada, junto al nombre del restaurante, y añadió una gran botella de agua de dos litros que acababa de sacar de un frigorífico donde guardaban una serie de bebidas, tales como agua o vinos gasificados, y una variada selección de helados para niños. La colosal pantera cogió las asas de la bolsa con su gran zarpa, y se despidió con la mano mientras prometía que se pasaría el próximo lunes a pagar todo aquello.

Para Desmond Roberts, era un verdadero fastidio tener que llevar en una mano una bolsa con una botella y una caja de cartón con una pizza de ahumados dentro, que mientras corría le iba golpeando el pecho a la vez que con la otra mano sujetaba la caja con los gnocchi, haciendo fuerza con el brazo para sujetar la mochila en la espalda, pues la mochila era tan pequeña que apenas podía cruzar en su ancha espalda y tenía que llevarla apoyada en un hombro. Eso, mientras intentaba pinchar los gnocchi con el tenedor de plástico que tenía en la mano que sujetaba la bolsa. Desistiendo, tiró el tenedor al suelo y se llevó una esquina de la caja a los labios que se abrieron como un inmenso agujero negro que surge en el infinito espacio. Salsa, patata, jamón… Todo desapareció cuando cerró las fauces, y masticando con los carrillos hinchados, engulló la comida y lamió con una gigantesca lengua la caja, que acabó de puro milagro en una papelera que se encontraba en el camino de la carrera, encestando la caja en su imparable estampida.


Cada vez que metía mano en la bolsa, salía un trozo de la pizza, y cuando volvía a meter la mano desaparecía un borde de masa. Roberts odiaba los bordes, pues en su opinión sólo era pan que se había tostado demasiado. Los labios y su borde externo se habían convertido en una grumosa pasta que mezclaba queso y atún que iba manchando cada vez más la cara con los tumbos y traqueteos del trote del corelano.


Una vez hubo acabado, sacó la botella de agua. Acababa de pasar la mitad del sector 4, y le quedaban cinco minutos para llegar a su destino. Arrojó la bolsa con los bordes de pan en dirección a un mendigo, con la mala fortuna de golpearle en la cabeza. Entre maldiciones y juramentos en wutaitiano, pegó un buen trago de agua que vació la tercera parte de la botella; con el dorso de la mano se limpió las comisuras de los labios mientras aceleraba el paso en un sprint final. El corazón bombeaba a un ritmo frenético, y los pulmones apenas lograban recoger oxígeno por las amplias fosas nasales mientras esquivaba a los peatones que circulaban por aquella calle.


Con la mochila a punto de descolgarse y la botella de plástico aplastada en la mano, el titán de azabache llegó a las puertas del emplazamiento deseado: el Dojo de Onigusuki Mabuni.

viernes, 24 de abril de 2009

Anuncio: Abriendo Rutas

Literalmente: La intención es recuperar este fanfic que se creó como espacio alternativo a azoteas dado el llenazo que este tuvo en su momento, con una segunda opción para que la gente no tuviese que esperar 20 turnos. La ambientación es en el mundo de Ivalice, del Final Fantasy XII, y las normas exactamente las mismas que para azoteas, con la excepción de que si se puede salir de la ciudad inicial (Rabanasta), cosa que me parece un error ya que dificulta enormemente los enlaces.

La lista de espera es de tan solo 3 turnos, y no hay sistema de veteranos (de momento, puesto que hay demasiada poca gente participando). Si os apetece variar un poco de tanto rollo cine negro, y poder desfasar un poco más con algo de fantasía, venid a probar.

http://www.rutasdeivalice.blogspot.com/

PD: Buscamos gente amable y con alguna idea de programas del estilo del Photoshop para que nos haga un banner y un minibanner para poner en Azoteas (y viceversa).

jueves, 23 de abril de 2009

167

RELATO NO TERMINADO: Posteo esta parte (La mitad mas o menos) ya que es "publicable" y se acaba hoy mi plazo, la otra mitad necesita ser bastante pulida pero mañana me voy de viaje y volveré el Domingo, así que sobre el Lunes o Martes estará supongo.

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- ¿Cortado o con leche?
- Mejor un solo, y con cocaína en lugar de azúcar. – Roy estiró sus brazos por encima de su cabeza mientras se echaba hacia atrás, arqueando la espalda todo lo que el respaldo de la silla le permitía y profiriendo un descomunal bostezo sin disimulo alguno – No creo que haya otra manera de acabar este programa a tiempo y no dormirme sobre el teclado en el intento.

“Aunque no me queda mas remedio”, pensó a la vez que descendía sus brazos de nuevo en dirección al teclado del viejo Ramstad 3. Hacia ya 5 años que la empresa que producía ese modelo de ordenadores había quebrado. Nunca fueron una maravilla, pero para escribir páginas y páginas de códigos en lenguaje ensamblador no hacía falta toda la parafernalia de tarjetas gráficas supermodernas y toneladas de memoria RAM que incluían los ordenadores más modernos, encareciendo enormemente su precio para que los esclavos de la tecnología pudieran tener el modelo mas puntero del momento.

Si alguien le hubiera dicho que cuando tenia 18 años que iba a acabar de programador en una empresa que luchaba por tener mas ganancias que gastos… Bueno, posiblemente nada hubiera cambiado, pero desde luego se hubiera desanimado mucho, pensó con una ligera sonrisa al recordar su juventud tan llena de esperanzas. Se había licenciado en física con unas notas decentes, aprobándolo todo al primer año. Siempre quiso realizar un master en Física Teórica, pero su familia decidió guardar los escasos ahorros que le quedaban para la futura carrera de su hermano menor, con el que se llevaba nueve años. Nunca les culpó por ello, pero sin duda eso le condenó para el resto de su vida. Con un currículum mediocre para el terriblemente exigente mundo de la investigación científica, donde la química experimental se imponía por mucho a las posibles elucubraciones de los físicos, acabó como la mayoría de los licenciados en física que no consiguen matrícula de honor, ya sea por meritos propios o por enchufe: trabajando de programador informático de tres al cuarto. Ahora ya llevaba mas de quince años en la misma empresa y a todo se acostumbra uno, después de todo, a expensas de su frustración laboral, la vida le trataba bastante bien. Tenía una mujer preciosa y un niño de doce años que, por fortuna o por desgracia, parecía compartir la afición de su padre por la ciencia, lo cual resultaba a la vez un gran orgullo y una preocupación por su futuro. Su esposa Amelia, que impartía clases de historia en un instituto público solía reprocharle en broma que su hijo había salido clavado a el, mientras que de ella no conservaba mas que sus ojos. Se permitió un parón momentáneo en su tecleo para observar la foto que reposaba al lado del antediluviano ordenador, en la que su hijo y su esposa le miraban con una sonrisa. Les devolvió la sonrisa. Hubiera querido seguir mirando la foto, pero una taza blanca rellena de café que humeaba asida de la mano de su compañero se interpuso en su mirada.

- Cocaína no nos queda – Dijo a la vez que depositaba la taza en la mesa con suavidad.- Pero si quieres puedo escupir dentro.
- ¿Crees que eso me ayudará a mantenerme despierto? - Alzó una ceja mientras medio sonreía. Ernie era, junto al descanso de quince minutos para el café, la única cosa que salvaba su trabajo de ser una absoluta mierda. Se cayeron bien desde el primer día que el entró en la empresa, hacía ya once años, y siempre habían mantenido ese tono de humor tan distinto a la fría pantalla del ordenador.
- No, pero sin duda mejorará el sabor. – Se sentó en el borde del escritorio y dio un trago al oscuro líquido que contenía su propia taza - ¡Puaj! ¿Estás seguro de que es grano de café y no estiércol de gurami lo que mole esta máquina infernal?
- Eso me pregunto yo cada día sobre tu crecepelo… Empiezo a preguntarme si no fueron sus vapores tóxicos los que acabaron con el pobre Muller, en paz descanse.
- Unos tanto y otros tan poco… Casi prefiero la paz eterna a enfrentarme al plazo de entrega de este infierno de programa. Hace ya casi dos semanas que trabajamos al ritmo de tres personas siendo solo dos, es una jodida carrera que cada día me parece mas imposible.
- Piensa que cobraremos un 50% mas – Digo encogiéndose de hombros.- Así le podrás comprar algo bonito a…
- ¡Mi amada mano derecha! - Ernie sonrió con desgana mientras su compañero le miraba extrañado tras la taza de café, dándose cuenta de que podía haber tocado un tema que no debía. – Mira, no te des mal, pero hace tres días que Betty y yo cortamos definitivamente – Se adelantó a la avalancha de disculpas de su amigo, el cual casi escupe el trago que acababa de dar - ¡No te des mal he dicho! Fue una decisión mutua, y no me arrepiento de ella. No te conté nada pero hacia ya varios meses que habíamos caído en una rutina de discusiones que no encontraba modo alguno de detener. Betty es una chica estupenda, pero necesita mucha atención, mas de la que yo le puedo dar con este trabajo tan exigente. Estas dos últimas semanas de trabajo extra fueron más de lo que nuestra ya desgastada relación pudo soportar. Si te digo la verdad, fue casi un alivio. Ya empezaba a estar preocupado de que… Bueno, ya sabes. – Se llevó la mano izquierda detrás de la cabeza, asomando el meñique y el índice por ella. – Ahora al menos puedo volver a casa tranquilo sin tener que preocuparme de si voy a poder rendir en la cama con el cansancio acumulado que llevo encima.

Roy torció el gesto, conocía a Ernie perfectamente y estaba seguro de que esto le había dolido bastante más que cuando se enteró que su jornada de trabajo pasaba a ser de doce horas. A sus treinta y cuatro años nunca había tenido una relación que durase más que la que había tenido con Beatriz, de la que tenia conocimiento desde hacía dos años. Ernie tenía un espíritu muy joven pese a su ya avanzada edad y siempre había rehuido al compromiso, pero recordaba perfectamente como seis meses atrás le había escuchado hablar de sentar la cabeza definitivamente. Claro estaba que su alopécico compañero hubiera preferido ingerir realmente heces de gurami a reconocer que sentía tristeza, pero no había manera de sacarlo de ahí, era parte de su carácter.

- Y bueno, ¿Qué vas a hacer al respecto? – Roy pensó que era más inteligente hablar del futuro a insistir con el doloroso pasado.
- Bueno, no tengo el físico de cuando acababa de salir de la facultad, pero seguro que con tanto niñato con peinado de película de terror de serie B alguna bella dama se da cuenta del atractivo que desprende un hombre hecho y derecho de pelo rapado…
- O inexistente…
- …y acaba compartiendo sus encantos con el. – Terminó la frase exagerando una mirada de odio hacia su compañero, el cual se reía oculto tras la taza de café. ¡Dirás misa, pero aun no he encontrado a una mujer que se queje de la calvicie de alguna de mis dos cabezas!
- Seguro que ligas mucho con ese tipo de frases… Me recuerdas con ellas a cuando salimos juntos por primera vez y llevabas esa camiseta. ¿Qué ponía exactamente?
- “Si puedo arreglar un ordenador también puedo hacer que te corras” – Acertó a decir entre risas. - no veas como triunfaba en la facultad de ingeniería informática.
- Proporcionalmente a como fracasó el resto de tu vida, supongo – Las risas de los dos compañeros de trabajo se pronunciaron mas, hasta el punto de que Ernie tuvo que dejar su taza en el escritorio por miedo a tirársela por encima de la camisa en una carcajada especialmente pronunciada. Cuando por fin se calmaron, Roy se secó las lágrimas de los ojos con el dorso del dedo índice. – Ay… No, ahora en serio Ernie, creo que ahora deberías empezar a buscar una candidata para una relación seria. Si no, se te va a pasar el arroz.
- Pues me pasaré a las zorras – Dijo encogiéndose de hombros, consciente de que el juego de palabras había desencadenado otro ataque de risa en su compañero. – Bah, no te preocupes por mí, estaré bien. Debería importarte más por tu propia familia. ¿Cómo se han tomado el “ligero” aumento de jornada? – Mientras hablaba había cogido la foto en la que se veía a los susodichos sonreír y la miraba atentamente.
- Bueno… - Suspiró - Amelia lo lleva bien, es consciente del esfuerzo que supone y siempre me recibe con amabilidad y dulzura, cosa que agradezco enormemente como comprenderás. Phelan ya es otro cantar. Pero bueno, está haciendo migas con los chavales de los nuevos vecinos y queda con ellos de vez en cuando. En algún momento se tendrá que separar de su padre, digo yo. Seguro que cuando eso ocurra lo echaré de menos.
- Eso será si sobrevivimos al plazo de entrega, claro. – Dijo devolviendo la foto a su sitio.

Estuvieron en silencio casi medio minuto, y ambos apuraron a la vez el último sorbo de café.

- ¡En guardia! – Exclamo Roy a la pantalla del Ramstad al dejar su taza vacía sobre el escritorio y volver al programa.




Tres horas y un café mas para cada uno después, los dos compañeros salían de la edificación conversando con avidez. La oficina residía en el tercer piso de un edificio de los suburbios del sector 3 que albergaba una gran cantidad de negocios, tales como psicólogos, oficinas de abogados e incluso un médium. La fachada, de ladrillos originalmente rojos, lucía un color entre marrón y negro debido a los años y la polución característica de la parte menos favorecida de Midgar.

- ¿Seguro que no quieres tomar algo?
- ¿Estas de broma? ¿Quieres que me crea que me ves el culo doce horas al día y ahora tienes ganas de seguir viéndomelo? No seas idiota, vete a tu casa antes de que Amelia se quede dormida en el sofá esperándote.

Roy sonrió mientras bajaba la cabeza. Desde luego que se moría de ganas de volver a casa, pero poseía ese instinto de camaradería que le impedía quedarse sin hacer nada el día que se enteraba que su mejor amigo posiblemente las estaba pasando putas.

- Bueno, es sábado… Mañana estaré todo el día con ella. Puedo mandarle un mensaje ahora, seguro que comprende…
- ¡Oh dios! ¡Detrás de ti! ¡Al suelo!

Instintivamente, se echó contra la pared y se agachó. Lanzó una fugaz mirada por encima de su propio hombro para comprobar que era lo que había hecho alarmar a su amigo, el cual había salido corriendo, pero no pudo ver nada especialmente amenazador. Tardó un par de segundos en comprender por qué su amigo corría bastante tranquilo y con una mano levantada.

- ¡Será…! – Dijo entre dientes, aunque reconoció que la idea había sido bastante original.
- ¡Hasta el lunes! – Gritó sin darse la vuelta su compañero, con un tono cómico.

Se incorporó apoyándose contra la desvencijada pared y, tras sacudirse la chaqueta un par de veces, emprendió el camino a la estación de trenes del sector 3. Pese a tener coche prefería ir en tren, ya que así podía dejárselo a su pareja, la cual tenía mas complicaciones para llegar en transporte público al instituto donde impartía clases. Del bolsillo interior de la chaqueta sacó unos auriculares que iban conectados a un Mp3 de tamaño considerable que permaneció en su guarida solo alterado por un ligero toque por encima de la tela, que le hizo activar la reproducción automática. El sonido de una guitarra acústica crecía poco a poco en una combinación de acordes sencillos. Sencillamente geniales, pensaba Roy mientras escuchaba la voz joven y cruda del cantante preguntarle a su hijo de ojos azules donde había estado. Observar las calles de los suburbios del sector 3 mientras escuchaba a su cantautor favorito le provocó una oleada de nostalgia que resultaba a la vez agradable y triste. El se había criado en ese mismo sitio. De hecho, su antiguo hogar antaño estaba situado a apenas diez minutos andando de su actual edificio de trabajo. A la vez la voz nasal del cantante llevaba acompañándole desde que decidió escuchar los viejos vinilos de su padre, más o menos cuando empezó la universidad. Todo esto ahora sonaba muy lejano, la colección de vinilos ahora reposaba en su propio hogar, recibida directamente mediante herencia. Era todo cuanto quedaba de su infancia, junto a recuerdos y frustraciones que nunca habían dejado de causarle inquietud. Quiso mirar al cielo, recordando cuando iban cada fin de semana a la pequeña casa rural que poseía su abuela a las afueras de Kalm, pero solo encontró la fría placa, cableado y unas cuantas luces de neón. Recordó que al morir su abuela hubo que vender la casa para poder pagar sus estudios universitarios. No dejaba de ser una curiosa ironía del destino que fuera en esa casa donde, gracias al viejo telescopio del abuelo, había pasado incontables noches en vela observando planetas, constelaciones y nebulosas, lo que más tarde le había hecho cultivar su profundo amor por la física. Roy suspiró al darse cuenta de que ya no le quedaba nada de todo lo que había sido tan importante para el antaño: Ni su abuela, ni sus padres, ni la vieja casa rural, ni la física… El jodido destino se había encargado de quitarle hasta el cielo. La canción había llegado al estribillo y hablaba de una lluvia que iba a caer con fuerza, de ser así, el no lo notaría. Diez minutos más tarde llegó finalmente a la estación del tren que ascendía a la placa superior. Según la señal electrónica, al tren le quedaba poco más de dos minutos para llegar a la parada, de modo que se sentó en el banco a esperar, cerró los ojos y se dejó llevar por la música.



- ¡Ya estoy en casa! – Roy lanzó su chaqueta al perchero casi sin mirar, años de práctica le habían convertido en un maestro en ese dudoso arte. La respuesta que esperaba tardó unos cuantos segundos en surgir de la boca de la mujer de pelo liso color avellana cortado a media melena que se asomaba por la puerta de la cocina.
- Pobre… Debes estar agotado.
- ¿De estar doce horas sentado en una silla? – Dijo esto como queriendo expresar “Podría ser peor” quitándole lastre al asunto. Se dirigió hacia ella mientras se aflojaba el nudo de la corbata, le acarició el pelo y depositó un beso en sus labios. Hoy estaba especialmente bella. Tenía los ojos del mismo color de su pelo con un brillo en el que podía perderse durante horas sin sentir pena por ello. Era de estatura media tirando a baja e iba vestida con un camisón de dormir negro que estilizaba su figura. Antaño había sido una chica bastante delgada, pero tras el parto su cuerpo había ganado unas cuantas curvas más que, a ojos de Roy, le habrían hecho ser más sexy que antes de no ser porque ella siempre había sido perfecta para sus ojos. Cesó el beso y la miró a los ojos. - ¿Cuántos alumnos se te han declarado hoy?
- Idiota… - Amelia rió. Lamentaba la cantidad de trabajo que su marido estaba obligado a afrontar temporalmente. Se puso ligeramente de puntillas para revolverle el pelo, liso y echado hacia atrás en punta. Roy era un hombre alto y corpulento, del tipo atlético pero sin llegar a ser extremadamente musculazo. – Me queda poco para acabar la cena. ¿Que tal si vas al cuarto de Phill y le ayudas un poco con los deberes? – Le dio un último beso antes de volver a los fogones de la cocina.

Roy suspiró, su cuerpo le pedía echarse a la cama y dormir pero se hubiera enfrentado a un Bégimo armado solo con el teclado de su Ramstad antes de desaprovechar la única noche víspera de festivo que tenía a la semana. Se apoyó en el marco de la puerta mientras observaba a Amelia cocinar con destreza. Olfateó un poco el aroma de la cocina intentando adivinar lo que su conyugue estaba preparando pero se rindió a los diez segundos. Finalmente se dirigió al cuarto de su hijo.

- ¡Toc toc! ¡Papá está en casa! – Dijo mientras golpeaba ligeramente con los nudillos la puerta de su habitación y la abría con suavidad.
- ... Buenas – Respondió sin levantar la cabeza de la página 45 del libro “Ciencias de la vida y de la tierra: Segundo de primaria”

Roy puso los ojos en blanco. “Algún día entenderás que esto es mas duro para mí que para ti hijo…” pensó mientras se acercaba hasta el y le revolvía el pelo con la mano derecha mientras que con la izquierda se apoyaba en la mesa y observaba la página del libro, que hablaba de astrología.

- Tu madre me ha dicho que tienes algún problema con esta lección. ¿Cómo es posible si sabes mas del espacio que la mayoría de chicos que ya van a cursos superiores?
- No es un problema… Es que esto está mal.
- ¿Qué está mal? – Alzó una ceja. - ¿El qué exactamente?
- No lo explica todo. Entiendo que la gravedad hace que las cosas caigan, que las fuerzas eléctricas hacen que los átomos se mantengan unidos… Todo eso puedo entenderlo. Pero…

Roy no pudo evitar henchirse de orgullo. Su hijo era, sin necesidad de hacer ningún estúpido test, un superdotado en lo que a ciencia se refería. Era su pasión, solo con mirar su cuarto uno se daba cuenta enseguida. Postres de planetas e impresionantes reacciones eléctricas descubiertas mediante una máquina antediluvianas, una figura de un hombre cuya mitad izquierda era transparente y podían verse sus órganos y sistemas óseo y nervioso, una replica a escala del vehiculo espacial de ciudad cohete… La había heredado de el, sin duda alguna. Phelan y el siempre habían estado muy unidos. La desmesurada curiosidad de su hijo siempre se veía satisfecha por las acertadas explicaciones a todo lo que englobaba el mundo de las ciencias. El reciente aumento de horas de trabajo había hecho que apenas pudieran conversar durante seis de los siete días semanales, lo que había causado un gran recelo por parte de su hijo. Su hijo cerró el libro de golpe, demostrando enfado.

- Pero no hay una sola página de este libro o del que me toca el año que viene que me explique como demonios hay gente que lanza fuego por las manos y cosas así…

Así que era eso… Roy sonrió, recordaba perfectamente como de joven había tenido el mismo dilema.

- Bueno, si te sirve de consuelo, no lo pone en ningún libro porque… Nadie lo sabe.
- ¿Y entonces para que se hace uno científico? Se supone que la ciencia lo explica todo… Y ni los mayores más listos saben por qué pasan la mayoría de cosas en este mundo.
- Lo cual es un alivio, porque si supiéramos como funciona todo ya no tendría ninguna gracia.
- ¿Pero como es posible que nadie lo haya averiguado?
- Hay tantas lagunas en el mundo de la física que el conocimiento científico en general se ha tenido que dividir desde siempre en dos ramas. Por un lado está la física, que estudia las propiedades del tiempo, el espacio, la materia del tipo regular, la energía y sus interacciones.
- ¿Y por el otro?
- La mística.
- ¿La qué?
- La mística. – Repitió. – La mística se dedica a estudiar todo aquello que no se puede explicar por qué existe de modo que al menos se pueda explicar para qué existe, como por ejemplo lanzar fuego por las manos.

Phelan miraba a su padre con un interés desmesurado. Cualquier tipo de enfado que pudiera tener hace diez segundos con el se había disipado de forma inmediata en cuanto vio que su padre, fuente infinita de conocimiento, estaba dispuesto a explicarle mas acerca de este mundo del que tanto desconocía.

- Tú dices que la ciencia no sabe nada acerca de estas cosas, pero no es cierto. Sabemos exactamente cuanta densidad de Mako es necesaria para que se formen los tipos diferentes de materias: Amarillas, Verdes, Moradas o las rarísimas Rojas. A la vez también sabemos que dependiendo del lugar en el que se forman las materias nacen con unas propiedades u otras. Por ejemplo, la materia verde “Fuego” surge de los puntos concentrados de Mako cercanos a una alta fuente térmica, mientras que “Hielo” surge de los páramos helados de Iciclos con gran frecuencia. También sabemos que cuanto mas se usa una materia más energía se acumula dentro de ella, alcanzando un nivel de energía mucho mayor cuando se llega a una velocidad concreta. A la vez sabemos que para que una persona haga funcionar la materia es necesario que sepa canalizar su propia energía vital de modo que se acople a la que ella desprende de modo que reaccione. Sabemos todo acerca de la materia… Pero no tenemos ni idea de cómo esa energía hace que el oxígeno del aire se reúna en un punto concreto y lo inflame de forma violenta, o como crea un campo eléctrico tan intenso que fluyen los voltios entre el de forma visible y de consecuencias brutales, o como regeneran células destruidas, cicatrizan heridas y recomponen huesos, o como teletransportan de la nada una gigantesca criatura mística. Es por eso que el mundo de la ciencia es tan maravilloso Phill, la realidad es algo más fascinante y misterioso de lo que cualquier libro de ficción puede expresar.
- Vaaaya… Jo, cuanto sabes papá. – Su hijo le sonrió al fin, lleno de orgullo por su padre y le dio un fuerte abrazo – Me alegro de que al fin sea Sábado.
- ¡Pues no te imaginas lo que me alegro yo! –Rió aliviado. Un abrazo de su hijo era más que suficiente para recobrar las fuerzas. Lo alzó en el aire y le dio un par de vueltas. – ¡Siente la fuerza centrípeta!
- ¡Paraaaaaaaaaaa! – Gritó entre risas, antes de ser devuelto suavemente al suelo.

Roy volvió a revolver el lacio pelo de su hijo un segundo antes de que se oyera un grito desde la cocina que anunciaba “¡La cena!”.

- Me alegro de que te preguntes tantas cosas día a día y no te conformes con la tristísima parte que dedica a la ciencia la educación escolar. A este paso vas a llegar a mucho mas que yo, claro que no es muy difícil.
- Me da igual en que trabajes Papa, tú eres el mejor.
- Pero para la próxima vez no hace falta que te vayas a los mundos de la mística para descubrir enigmas inquietantes de este mundo.
- ¿No?
- Que va. Solamente con que mires a tu alrededor… Según nuestro modelo científico, para que todo esto funcione son necesarias doce o más dimensiones.
- ¿Doce dimensiones? – Los ojos heredados de su madre brillaban de emoción. – ¿Y cuales son las otras nueve? ¡Si solo vemos tres!
- En realidad vemos cuatro, la cuarta dimensión es el tiempo. En cuanto a por que no podemos ver el resto… A ver, imagínate un pez totalmente plano que va por el fondo del océano y…

Una figura femenina apareció por la puerta blandiendo un enorme cucharón de sopa como arma.

- ¡He dicho a cenar! – Dijo en un tono que no admitía réplica.

sábado, 18 de abril de 2009

166

Día cansado, al cierre de la colosal sala Tower of Arrogance. Isabella mantenía su apuesta por la música en directo, y para ello había organizado una batalla de bandas: Un súper evento anunciado a meses vista, antes del que los grupos participantes se ganarían el derecho a participar dando conciertos en solitario, en busca de la aprobación del público.
Hoy había tenido lugar el primero de los conciertos, y Han tenía que reconocer que lo había disfrutado como un enano: Sulphur Nightdream eran un grupo de Faust Metal poco conocido, pero a pesar de no ser el género favorito del piloto, por su preferencia por la estética sobre la calidad, estos tenían mucho cuidado de ambas, logrando un sonido genial con una puesta en escena atroz. Le dolía admitirlo, pero los suyos se la habían jugado al aceptar a Helmut, y para que el público no se riese en su cara ya podían sonar como la ira de los cielos.
Helmut se había marchado antes de que acabase el anterior concierto, contento, ansioso de saltar al escenario que fuese y luciendo un corte de pelo nuevo, lo poco que se pudiese hacer para disimular esas entradas y esas pintas de cuarentón sosainas. Había dicho que su mujer detestaba esa imagen, pero bueno. Megan, por su parte, parecía decepcionada por la poca presencia de la batería en el Faust Metal, y como siempre, se le iba la conversación hacia la nueva combinación de derribo y luxación que había desarrollado esa misma semana, mientras miraba de reojo a los seguratas del local, desafiándolos. Mark estaba hasta los huevos de oír hablar de centros de gravedad, barridos y articulaciones, tanto como lo estaba de oír de cigüeñales, cilindradas y sistemas de tracción, y se sorprendió al ver a Han más atento a la música que a su boletín semanal con la actualidad del motor en Midgar. Lo que el bajista y vocalista ignoraba era que el piloto estaba bajo un constante esfuerzo de voluntad por no hablar del “pájaro”, y de su búsqueda del carburador definitivo, o sus experimentos con turbocompresores (y todos los problemas derivados de la necesidad de un intercooler sin poder modificar la apariencia del coche para hacer una toma de aire sobre el capó).
Eso había sido dos horas atrás, y ahora estaba solo Han, en lo que le habían mostrado como “La corte”. En esos momentos, el piloto compartía estancia con lo más selecto y variopinto de la Tower of Arrogance: Junto a Isabella estaba Keith Malcolm, su propio hermano, ocupando un amplio sofá, con los pies sobre una pequeña mesilla, mientras bebían cócteles y fumaban marihuana. Al lado, en un sillón, estaba él, con una cerveza, un porro y la mirada perdida, haciendo cábalas sobre su situación con un hemisferio cerebral, mientras que el otro seguía con los carburadores. Rolf estaba en el sillón de al lado, con Daphne sentada en su reposabrazos, jugando con los guantes de conducir de Han, que le parecían muy sexys. Finalmente, Keith, el jefe de seguridad, jugaba al billar tras él contra un joven con rasgos de wutai llamado Ukio, simpático, pero poco dado a hablar de sí mismo. Supo por Rolf que era campeón de noseque torneo privado que hacían los ricos.
Han no pudo evitar pensar que Darren, el hombre que murió en su coche, era un habitual de estas fiestas, al igual que el periodista, demasiado molido como para salir de casa, o su hermano el luchador, cuya ausencia había sido muy acusada en el local, desde hacía ya semanas.
- Han, es la primera vez que vienes aquí, ¿verdad?
- ¿Uh? – La anfitriona lo pilló distraído. – Si, la primera… - Dijo estirándose para ofrecer de fumar al tirador. – Mola. Muy agradable.
- Gracias… - Sonrió Isabella. Aunque miraba hacia él, su cuerpo apuntaba hacia Malcolm, con lo que el piloto dedujo que habían estado hablando de él. – Puedes venir cuando quieras, y que sepas que aquí nunca volverás a pagar las consumiciones.
- Mola… - El piloto apuró su cerveza. - ¡Tres más! – Rió. – Nah, en serio, gracias. Muy generoso…
- Acéptalo y calla. – Exigió, contrariada por su costumbre a ser obedecida. – Es para agradecerte que salvaras a Kazuro… Y que lo intentases con Darren. – Su humor se ensombreció, mientras el piloto intentaba explicar a Keith que lo de las tres cervezas era broma. Cuando este vio el cambio de tono, buscó apoyo en su hermano y alzó su bebida.
- Por Darren. – Brindó Malcolm, y todos lo siguieron, zanjando el tema.
Vasos se alzaron y tragos se dieron, en medio de un silencio lóbrego y solemne, en el que la música llenó la estancia. Luego, poco a poco, todo volvió a la normalidad: El entrechocar de las bolas volvió, junto con las maldiciones de Keith, mientras rascaba su barba de tres días, pues ya debía al duelista un par de billetes. Malcolm distrajo hábilmente a Isabella, mariconeando un poco y hablando de algún tema banal, como las pintas del famosillo de turno que se dejó ver, o alguna sugerencia para que vistiese la propietaria el sábado siguiente.
- Por el héroe del día. – Rolf entrechocó su vaso con la botella del piloto, sacándolo de su ensimismamiento. – Un gil por lo que estés pensando, “hombre alado”. – Han sonrió la broma, mirando de reojo a Daphne, que se sonrojaba levemente al verse descubierta.
- Anda que…
- ¡Era demasiado bueno como para no contarlo! – Se justificó. – Tenías que verte, de pie en el capó del otro, gritándole en medio de gente que salía de sus coches para partiros la cara por la que habíais liado. Parecías un loco.
- ¿Y tú que tal tenías la adrenalina después de la carrerita, amable persona? – Preguntó sarcástico el piloto, haciéndola sonrojarse de nuevo, aunque no precisamente por la adrenalina.
- La tenía como todos. – La salvó Rolf, antes de dar un nuevo trago a su coctel, recordando su propia experiencia, sobre todo sus intentos por luchar contra el miedo gritándole su compañero de asiento, el principito. Han rompió a reír, dejando al tirador desconcertado. - ¿Qué pasa?
- ¿Qué era exactamente esa cosa que yo tenía como todos, Rolf? – Preguntaba con sarcasmo Daphne, mientras daba punzadas con el índice al tirador en el vientre, bajando poco a poco hacia su ingle. – Exactamente, ¿Qué era esa cosa que yo “la tenía”?
- No le des vueltas, es más común de lo que parece: El miedo produce adrenalina, y esta hace que el corazón bombee a toda hostia, de modo que la sangre… Ya sabes.
- Ya se…
- Y si es un inconveniente, siempre te queda la cirugía. – Dijo mientras llevaba de nuevo su cerveza a los labios.
- No es tan fácil… Hay muchas cosas, para empezar, que no me apetece ser completamente estéril.
- Tampoco serás completamente mujer… Aunque claro. Eso nunca lo serás… O sí, depende de quien lo mire. – Respondió el piloto.
- Al igual que tú produzco testosterona y siento la necesidad de esparcir mi semilla, Han. Así que nada. Además, es más lucrativo tenerla. – Han no respondía. No quería responder. Daphne lo miraba, esperando un “¿Por qué?”, un mínimo gesto de curiosidad, pero en su cerebro solo existían una botella de cerveza y un carburador a medio planificar.
- No habrás vuelto a trabajar, ¿verdad? – Preguntó Rolf - ¿No habrás vuelto a la calle?
- No, pero si: Dadas mis… “Particulares dotes”, digamos… Me han ofrecido un lucrativo contrato como actriz.
- Apuesto a que no de melodramas. – Bromeó el piloto.
- Bueno, no me los dan con argumento, aunque me gustaría, pero me pagan la hostia. – Sonrió. – Incluso tuve una discusión con Kazuro porque no quería dejar que yo pagase la factura de hospital, pero se lo debía: Me acogió en su casa.
- ¿Y no tendrás problemas por dejarte ver? – Rolf había dejado su vaso en la mesa, y estaba fumando hierba mientras se dejaba hundir en el mullido sillón.
- Lo pensé, pero la verdad: Si nos encontraron antes, nos encontrarán como sea. Al menos, no soy un lastre en casa, ni una mantenida.
- ¡Por tu nuevo trabajo! – Brindó Han.
- ¡Ya te digo! – Daphne esperó a que Rolf se sirviese algo más, eligiendo esta vez un tinto suave y uniéndose al brindis. – Hoy me lo hice con dos tías: Una rubia y una morena.
- Te odio. – Murmuró el piloto, cuyo rostro era la viva imagen de la envidia. – ¡Dos tías a la vez, quien me diera…!
- ¿Nunca te has tirado a dos a la vez? – Preguntó el tirador, carcajeándose.
- Tienen que ser mujeres, estimado moñas. – Bufó Han. – Te dejo los robustianos peludos a ti.
- Hombres, mujeres, robustianos… ¡Lo que sea! – Respondió, echando sal a la herida. - ¡Vamos! ¡No es tan difícil!
- Disculpe su señoría, pero he estado muy poco últimamente por el país de la pansexualidad desvergonzada… -Dijo fingiendo enfado. - ¡Pero estoy dispuesto a superar tu record!
- ¡Cuando quieras! – Respondió el tirador. – Cuatro hombres, cinco mujeres y tres transexuales, una de ellas con veintisiete centímetros de “eje de transmisión”. – La jerga mecánica fue el adorno definitivo. – Ya sabes, lo típico para los de tracción trasera.
- Eres una puta. – Han remarcó cada palabra con un gesto de horror. - ¿Y no había perros? ¿Caballos? ¿Molboles?
- Hmmmm ¡Tentáculos! – Se sumó Daphne a la broma.
- Joder, paso, gracias. Soy un hombre de grandes apetitos, pero al que se le ocurre solo una connotación para “tracción trasera”. – Dijo, bebiendo su cerveza para intentar barrer con alcohol la horrible imagen mental. – ¡Joder, veintisiete putos centímetros! – Exclamó en voz baja, admitiendo su derrota y preguntándose quien calzaría semejante monstruosidad, cuando giró la cabeza y vio a Rolf sonriendo con una cara de cabrón impecable, mientras señalaba a Daphne, la cual alzaba su mano con fingida inocencia, como una colegiala. - ¡Hostia puta!


El cuartel de Turk a esas horas de la noche era un lugar movido, como siempre. A los tarados parecía gustarles poco el sol, así que la montaban siempre al anochecer. Los muy cabrones encontraban el crepúsculo romántico y simbólico, ideal para sus cagadas: Prenderse fuego, prender fuego a otros, buscar usos poco bonitos de materias de lo más diverso o el clásico rifle de caza barato en una ventana elevada. Hijos de puta todos ellos, sin duda, sin embargo lo que escamaba a Svetlana era el joven inspector que los había mandado llamar: Una mujer había sido llevada a comisaría desde su vehículo, un monovolumen familiar bastante machacado que circulaba sobre la placa. Un agente la detuvo para indicarle que no podía circular con un retrovisor rojo, y la cosa había acabado allí, tres horas después, con once agentes PS en traumatología, con lesiones de diversa consideración. Nunca se debe subestimar la ira de un ama de casa.
- ¿Voy yo? – Mashi apenas había levantado la mirada de su PDA para dirigirse a sus compañeros. Asumía que como novato le tocaban los trabajos engorrosos, como el interrogatorio de un ama de casa y madre, que había provocado la necesidad de una docena de hombres para lograr reducirla.
- ¿Qué nos va a contar? ¿Qué los niños son un coñazo? ¿Qué llevar el coche al taller un engorro y que no puede quedarse sin él porque lo necesita para llevar a los chavales? ¿Qué el tráfico hoy en día cabrea a cualquiera? – Svetlana realmente la comprendía, y no se veía capaz de culpar a una mujer por hacer aquello que ella misma había deseado tantas veces. Sin embargo, Kurtz estaba ocupado organizando patrullas de PS, y esa mujer devoraría a Mashi en cuanto pusiese un pie en la sala de interrogatorios. Tendría que ocuparse ella.
- Todos tienen siempre una excusa, tú misma me lo dijiste.
- Si, pero la verdad es que esta tiene una muy cierta… - Suspiró, mirando a la mujer de rizos castaños y ojos claros que permanecía imperturbable en la silla, con las manos esposadas a la superficie de sólido y frío acero de la mesa. La sala estaba a oscuras, lo justo para que las pupilas de la mujer se dilatasen y cualquier fuente de luz se hiciese algo más que molesta. – Vamos a darle tiempo a que se ablande un poco.
- ¿Cuánto lleva ahí? ¿Dos horas? Sin comer, ni beber, ni hablar…
- Exigió llamar a su abogado. – Puntualizó la turco.
- ¿Y que le dijisteis? – La curiosidad hizo que el novato apartase su atención de los comentarios de su blog, la mayoría de ellos amenazas de muerte, de Montes y Van Zackal probablemente. ¡Más trolleo que es la guerra!
- Lo de siempre: Que cuando se comporte de un modo civilizado, podrá llamar. – El novato sonrió levemente. Turk tenía la mala costumbre de hacérselo pasar muy mal a la gente en los interrogatorios. Esta vez no podían excederse, ya que era un caso que cualquier juez consideraría una pérdida de tiempo, enajenación temporal o algo así. De todos modos, un interrogatorio del Departamento de Investigación era algo sagrado, y había unos mínimos que cumplir. ¡Que se suavizase!

Aún tuvieron tiempo, Katsumashi y Svetlana, de recorrer un par de plantas, atendiendo a otros recién llegados, asustados ante sus uniformes, replanteándose si no se habrían metido en un lío mucho más gordo de lo que había parecido en un principio. Mesías vestidos con sábanas sucias, drogadictos, chulos… Los chulos eran los favoritos de Svetlana: Ella conocía todos los trucos que estos hacían para intimidar a las prostitutas, y siempre encontraba tiempo para empapar un azucarillo en coñac y dejarlo secar en sus caras, mientras se iba a por un café. Cuando volvía, el licor había endurecido el azúcar, y sus esquinas eran afiladas como cuchillas. Perfecto para colocar entre los dedos y abofetear a alguien, rajándole las mejillas. Pocos fueron los proxenetas que creyeron que no se atrevería a hacerlo, pero la mayoría de ellos demostraron ser mucho más sabios. No se lleva ese uniforme durante tanto si se tienen escrúpulos a la hora de herir o mutilar a otros. Se hace y no se pregunta sobre ello.
Un par de lecciones sobre como tratar de la forma adecuada a la gente adecuada después, Kurtz salió de la sala de organización, con la sonrisa jactanciosa que le proporcionaba saber que por mucho poder que tuviese Jacobi a la hora de negarle ascensos, no eran pocos los oficiales, tenientes y sargentos sobre todo, que buscaban su consejo antes de tomar decisiones.
- Toma. – Svetlana le ofreció el expediente de la conductora furiosa a Kurtz.
- ¿Scar? ¿No es un poco excesivo? Es decir… ¡Solo es una mujer furiosa!
- Yo no puedo culparla, tú no puedes intimidarla, pero algo hay que hacer… - Dijo la veterana encogiéndose de hombros.
Mashi no alcanzaba a entender como esa mujer podía dejar que una persona con la que simpatizaba pasase por el mal trago de estar esposada a una silla, indefensa, bajo el interrogatorio del “caracortada”. Ni él mismo quería verse en la situación, fuese por un asesinato, un altercado con el tráfico o el simple hurto de un cromo. Jonás, por su parte, se limitó a recoger el dossier que su compañera le ofrecía, hojearlo y sonreír.



Realmente lo odiaba: No había nada que fuese más sagrado para Yvette que el pequeño ritual de llegar a casa, descalzarse y desconectar del trabajo con una hamburguesa doble especial, un refresco y una bolsa de patatas de una hamburguesería cercana al cuartel. Era lo más sagrado, una vez por semana, antes de su día libre, antes de prepararse para salir de juerga, antes de nada. Nunca dudaba en saltarse los semáforos, pasos de peatones o señales de stop que hiciese falta, con tal de llegar con su cena caliente y darse el gustazo, y que el diablo se llevase las calorías y las ensaladas, solo una vez por semana, cuando tuvo que llegar ese salido gilipollas y timbrar a su puerta.
Agitando la mano para aliviar un poco el dolor de sus nudillos enrojecidos, avanzaba con zancadas rápidas hacia el salón de casa. Allí le esperaba su sillón, mullido y cómodo, con respaldo abatible y reposapiés; su tele, con su abono a televisión digital, y su canal de acción, con el estreno de la semana ya empezado; y su cena.
Saltó sobre el respaldo, desplomándose pesadamente sobre el sillón, mientras sus manos se abalanzaban sobre la preciada combinación de carne de chocobo, beicon, huevo frito, tomate, cebolla, lechuga y una segunda rodaja de carne, encerrada entre pan crujiente y tostadito.
- ¡Wark! – Murmuró, relamiéndose. Podía sentir su aroma inundando sus fosas nasales, y su boca salivando en anticipación cuando el timbre de la puerta volvió a frustrarlo todo. – ¡Waaaa…! ¡Su puta madre en monociclo!
Dio un mordisco rápido, tomándose unos segundos para paladearlo, antes de levantarse para ir a abrir. Más le valía a ese soplapollas no buscar más, porque lo iba a encontrar y por triplicado. Volvieron a llamar, esta vez con más insistencia.
- ¡Ya va! ¡Ya va! – Gruñó mientras abría la puerta, intentando ignorar que tenía la pistola en una pequeña mesa, a medio metro de distancia. - ¿Quién es usted y que coño quiere?
- - Vaya genio… Verá, venía a preguntarle por Frank Tombside y…
Tres palabras pasaron por la mente de Yvette, al oír por segunda vez ese nombre: ¡Su puta madre! No las llegó a decir, eligiendo otro modo para responder, de modo que al contrario de muchas cosas que había aprendido de su padre, y de acuerdo con muchas otras que había aprendido de Kurtz, dejó que su respuesta saliese de lo más hondo de su ser. Era lo que tenía la violencia: No solo resolvía problemas, sino que además lo hacía de un modo rápido y simple.
- Y tú tranquilo, pajarito, que no te escapas. – Dijo a su presa, mientras subía el volumen de la tele para ayudar a evitarle otra hostia al siguiente que timbrase esa noche. Luego se vestiría y se prepararía para salir. Soto le había retirado la palabra, pero había mantenido el contacto con sus amigas de la universidad, aunque la dejase colgada en segundo por lo que en principio parecía una idea absurda, sobre acabar uniformada en un traje negro, con corbata a juego. Tocaba noche de chicas.


Le Renard Blanc: Un local tranquilo donde escuchar música relajada y beber algo suave. Han insistió en ser capaz de conducir, y cumplió sus amenazas, de modo que los tres llegaron a su destino, el sector 4 de la placa, sin incidente alguno. Aún así, Rolf y Daphne se pasaron todo el trayecto agarrados a todo lo posible, mientras la camioneta del taller en el que Han trabajaba surcaba las calles casi respetando los límites de velocidad, con tranquilidad, aunque con heavy metal. Sus nervios se crispaban cada vez que el piloto estiraba el brazo para cambiar de canción.
En el pub, entre los cómodos muebles de madera y la música con rock clásico. Han entró sacudiendo la cabeza junto a Daphne, mientras Rolf se quedaba atrás atendiendo a su PHS. Llevaba más de hora y media atendiendo a llamadas y mensajes de texto, y empezaba a ser exasperante. Se unieron al tirador cuando al fin colgó y se sentaron en torno a una mesa donde había un grupo de personas.
- Han, estos son Jules, Frida, Devon, Gilles y Anouk.
- Encantado… - Respondió el piloto, saludándolos de uno en uno, mientras Rolf analizaba las distintas expresiones con las que sus conocidos lo acogían. Algo no acababa de ir bien, y Daphne lo notó.
- ¿Qué tal la noche? – Preguntó ella, buscando una forma de romper el hielo.
- Joven… - Respondió el hombre esbelto, de gafas de pasta y perilla afeitada al milímetro que habían presentado como Devon.
La conversación tuvo cierta fluidez, y Rolf descubrió la verdadera dedicación de Han, cosa que nunca había preguntado. Era estudiante de ingeniería mecánica, y se pagaba la carrera trabajando en ese taller. La situación se enfrió al principio, ya que los motores eran algo un tanto tosco, machista y chovinista para el grupo de intelectuales cínicos con los que Rolf se entretenía de vez en cuando, sin embargo el piloto no tardó en contagiar su entusiasmo por los demás. El momento clave surgió cuando Gilles dijo aquello de “¿Qué más da un coche que otro? Un volante, cuatro ruedas…”, y el tirador pudo ver como la ceja de Han se alzó tanto que casi se le escapa de la cabeza. Luego, con un hábil giro del destino, Annouk suspiró un “¡Hombres!...” que permitió al piloto sacar un nuevo argumento, afirmando que uno de sus rivales de más nivel y con el coche mejor preparado era mujer.
Con su invitado entretenido, Daphne aprovechó para preguntar al tirador una duda que lo había reconcomido desde su estancia en el hospital con Kowalsky.
- ¿Qué opinas de Caprice? – Dijo con una sonrisa que invitaba al cotilleo más vil.
- Una belleza. – Respondió el tirador, dando un sorbo a su vaso con la mirada ausente. – Me alegro muchísimo de que Kazuro tuviese suerte, no te imaginas cuanto. Se lo merece. Ese tío se lo merece todo.
- ¿Si? – La respuesta la había sorprendido, quedando patente cierta incredulidad.
- ¿Qué pasa?
- No se… Parecías distante. Frío, ya sabes… – El tirador se giró levemente, y la miró a los ojos. Sus iris verdes parecieron oscurecerse, mientras parecía medirla con la mirada. Sin apartar los ojos dio un nuevo trago a su vaso, lento y meditabundo, seguido de un suspiro. Daphne sonrió. Conocía lo suficiente al tirador como para saber que eso normalmente significaba que confiaría en ella.
- ¿Kowalsky te contó alguna vez como fue su primera pelea? – Preguntó, bajando la voz.
- Nunca. Siempre supuse que era el tipo de persona que las evitaba.
- Pues esta la empezó él, y la acabó. – Rolf tuvo una pausa, teatro puro y duro que su amiga iba a interrumpir preguntando, pero él se adelantó con su respuesta. – Contra mí.
- ¡¿Qué?! – Levantó la voz, llamando la atención de toda la mesa.
- Que ya estrenaron la película sobre el cantante del grupo que está sonando. – Respondió Jules, creyendo que la pregunta se refería a su comentario. – Estamos pensando en ir a verla.
- Si no es la semana que viene no puedo. – Rolf recibió algunos asentimientos en respuesta, y se giró de nuevo hacia Daphne, como aislando su conversación, de modo que el resto del grupo siguió con la suya. – Bueno, lo que oíste.
- Pero… ¿Por qué? Henton y tú sois sus mejores amigos.
- Porque entonces no lo era. ¡A veces pareces tonta!
- ¡Tú siempre lo pareces!
- ¡Y tú solo dejas de parecerlo para serlo de verdad! – La cortó. - ¿Quieres oír la historia o no?
- ¡Si, si! – Exclamó, mirando hacia el tirador, intrigada.
- Éramos compañeros de habitación, en la residencia. Yo había querido ir a esa en lugar de ir a una pija porque sabía que ahí me divertiría más. Kowalsky estaba en tercero, o cuarto… No me acuerdo bien, y yo en primero de Empresariales. El caso es que nuestro amigo estaba enconado con una tía. Enamorado, hasta el culo y más allá, desde hacía dos años. Una compañera casta, pura y estudiosa, de belleza perfecta a sus ojos.
- ¿Estaba buena?
- Un siete… Kowalsky y yo no éramos demasiado amigos, pero teníamos un buen margen de tolerancia mutua: Él desaparecía cuando yo me llevaba a alguien para follar y yo no las liaba en el cuarto o alrededores cuando él tuviese un examen en diez días o menos. Un trato justo y cómodo para los dos.
- ¿De verdad follabas con Kazuro en la habitación? ¿Incluso con tíos?
- Bueno, entonces mis gustos estaban aún por descubrir, de modo que solo tías, pero sí.
- ¿Y él como se lo tomaba?
- Bueno… Es frustrante follar poco, pero él tenía un propósito mayor en la vida. Un fin elevado. – Dijo con un nuevo trago.
- La tía esta… - Daphne obtuvo un asentimiento.
- El caso es que fuera de nuestra tolerancia, y ciertas charlas insustanciales en torno a la tele o algún peta, aunque Kazuro casi nunca fumaba, no teníamos trato. Él me había hablado de ella mil veces, pero yo nunca le di demasiada importancia.
- Me lo veo venir… - La transexual puso cara de circunstancias, recriminando a Rolf su acción.
- No es difícil verlo: Kowalsky llegó, abrió la puerta, oyó gemidos como tantas otras veces y se la encontró bajo mi cuerpo sudoroso, gimiendo como la perra en celo que era en realidad.
- ¡Anda ya!
- ¡En serio! ¡Casi logro un trío con ella y una amiga suya, pero la amiga se rajó!
- Joooder… De todos modos tu te mantienes, es decir, no se… Creo que podrías con Kowalsky.
- Ya… Pero en el suelo, tras la primera hostia, vi su cara y me di cuenta de lo que acababa de hacer. Me dijo que me esperaba en el jardín de detrás en cinco minutos, y allí me dejé dar una paliza que me dolió más por dentro que por fuera.
- ¡Que cabrón fuiste! – Ella bebió la mitad de su bebida, sintiéndose bastante decepcionada con su amigo. - ¿Y como es que te perdonó?
- Eso fue gracioso: Yo estaba en el suelo, cubriéndome la cara y recibiendo patadas. No se lo digas, pero el torpón de Kazuro ni siquiera sabía apuntar a donde dolía, y eso que yo no hacía nada por defenderme. El caso es que baja ella, en ropa interior, toda sudada y despeinada, para a Kowalsky y dice “¡No os peleéis por mí! Si queréis, ¡podemos hacer un trío!” – Daphne tuvo que esforzarse por retener su bebida.
- Kazuro es demasiado inteligente para estar con una tiparraca así. – En el fondo de su ser, deseaba que Rolf confirmase esa afirmación. El Kowalsky que había conocido se habría dejado cortar los huevos por Caprice.
- La mandó a tomar por culo corriendo. – Rio el tirador. – Luego quiso intentar seguir pegándome, pero yo estaba descojonándome de risa en el suelo, y acabó por ayudarme a levantarme. Le pedí perdón, una birra, y la semana siguiente un regalo de compensación: Me ligué a unas gemelas y me salté la regla de no interrumpir a diez días de los exámenes, pero no le importó.
- Una para ti, una para mí, ¿no?
- Y luego cambiam…
- ¡Anda ya! – Devon alzó la voz. - ¿Cuánto tiempo vamos a estar escuchando payasadas sobre música vieja y comercial, coches o demás bazofia para mongoles?
- ¡Ni una palabra a Caprice de esto! – Susurró el tirador, antes de prestar atención a lo que sucedía con el resto del grupo.
- ¿Comercial? ¿Acaso el mestizo de mujer y cachalote que tú escuchas regala sus discos? ¿Acaso no es millonaria?
- ¡No hace mierdas mainstream!
- Mira, listillo… No tienes puta idea, si crees que el rock y el heavy son mainstream. ¿O acaso lo escuchas mucho en la radiofórmula?
- ¡No escucho la radiofórmula, pero se ve que tú si! – Gritó Devon, sujetando sus gafas. Han alzó las cejas.
- ¡Oigh, miradme todos! ¡Soy el hombre del mañana!
- ¿Pero tú quien coño te has creído que eres, melenas? Vienes aquí, y nos dices que estudias sobre motores, te ganas la vida montando máquinas contaminantes que ocupan un cojón de espacio y son imprácticas, y que escuchas música famosa por sus fans violentos, sucios y gañanes. ¡Comparado contigo soy el puto hombre del mañana! Viajo en bici, de modo que respeto el medio ambiente. Escucho música alternativa e independiente, que tiene un mensaje. ¡Mensaje! ¿Te suena? – Gesticuló de forma vehemente. – Nada de “oh, soy tan duro con mi cuero y mis pinchos, que las viejas gritan de pánico”. Veo cine independiente, y participo en montones de actividades culturales: Exposiciones, coloquios… Y escribo poesía. ¡Po-e-sí-a! ¿Te suena? La rosa es roja, la violeta azul…
Han asintió, muy despacio, con los brazos cruzados. Los separó, apoyando las palmas en la esquina de la mesa, y en un gesto brusco, se levantó. Antes de que nadie pudiese reaccionar, el piloto estaba encarando a Devon, sentado frente a él, a escasos centímetros de su cara. Sonreía ferozmente, mientras el autoproclamado poeta lo miraba fijamente, conteniendo un ligero temblor y desafiándolo a que le agrediese y con ello le diese la razón.
- ¿Me permites? – Preguntó tomando su cajeta de tabaco, sin esperar respuesta. – Gracias.
- A ver que va a hacer… - Susurró Rolf, mientras Daphne seguía jugando con los guantes de conducir, atenta a la escena.
- Bien. Uno: El heavy metal, aunque tenga letras con ese tema, y aunque hagamos pogos, sudemos, gritemos y hagamos cuernos mientras sacudimos melenas, tiene a muchos músicos de calidad. Los mejores, diría yo, y personalmente me parece mucho más parecido que una ricachona de Icicle que cuando canta parece que imite a una ballena en celo, y que además, es fea como el culo de un Begimo. Dos: Me la come que seas un comenabos ciclista, de esos que por ser alternativos y guayses te miran con altivez mientras tragan monóxido de carbono en cada semáforo como putas. Y tercero… No se si sabes conducir o no, pero no tienes puta idea de lo que es pilotar un coche.
- Y seguro que me lo vas a decir, estimado primate.
- Por supuesto, gafapasta de mierda: Hay dos tipos de vehículos. Un coche y un medio de transporte. Los segundos tienen motor, ruedas, y lo que les pides es que te lleven del punto A al B en el menor tiempo posible, con la menor cantidad de penurias posible y al menor coste posible. – Dijo mientras daba vueltas a la cajetilla entre sus dedos. – Por otra parte, un coche es una combinación de motor, suspensión, tracción y demás componentes mecánicos a la espera de que alguien saque de él todo lo que pueda dar. Conducir de verdad, pilotar, es hundir el acelerador en las rectas y sentir como las revoluciones hacen temblar tu cuerpo, y como la adrenalina se te dispara. Pero claro… Cualquier mongólico con un utilitario tuneado sabe pisar un pedal. Sin embargo, conducir de verdad es algo más que eso: Es forzar el límite, es apurar cada curva, entrar fuerte en cada tramo de recta… Compites contra el circuito, y contra ti mismo. Avanzas, aceleras todo lo posible, mirando la carretera sin perder de vista el velocímetro y el cuentarrevoluciones, marcando una trazada para forzar las curvas y convertirlas en rectas, hasta que llegas a una pronunciada, y ahí es donde entra la verdadera habilidad. – Empezó a mover la cajetilla por la mesa, imitando a un coche de juguete con el que representar la escena. – Has tenido una recta larga, de trescientos metros, y el motor está cerca de cinco mil vueltas, en quinta. Debes ir a cosa de ciento ochenta, ciento noventa, y toca atacar la curva. Frenas levemente, mientras reduces a tercera y giras el volante hacia el exterior levemente, ¡para una vez dentro de la curva contravolantear bruscamente! El coche pega una sacudida y se ladea, mientras sientes como si tu estómago fuese suspendido en el aire por el miedo y la adrenalina que este produce. Estas derrapando y ves ante ti la pared interior de la curva, de modo que vuelves a contravolantear hacia el exterior y pisas a intervalos cortos el acelerador, para asegurarte de que no te vas, mientras el coche redirige toda esa inercia y se coloca, saliendo disparado a cien por hora. Todo eso dura segundo y medio, pero ahí estás tú (bueno, tú no. Alguien con cojones, ya sabes…), enfrentando el miedo y la necesidad de frenar al ansia, el valor y las ganas de vencer a toda costa.
El piloto paró un segundo, disfrutando de la atención, entre la mirada de incredulidad que le dedicaba su oponente. A su lado, Rolf y Daphne confirmaron que no es que fuese así, sino que era mucho más intenso todavía.
- Poesía, ¿eh? ¡A ver que te parece esta!: La rosa es roja, la violeta azul. Yo puedo volar, ¿que mierda haces tú?
- ¡Hago cultura!
- ¡No me hagas reír, payaso! En mi último concierto tuve a todo el público de la Tower of Arrogance – Han omitió que no habían ido expresamente por el concierto, pero si habían atendido a él. - ¿Cuántos fueron a tu lectura de poesía? – Los murmullos llenaron la mesa, y la sangre de Devon corrió hacia su cara, mientras ese “gañán impertinente” lo retaba con la mirada a que intentase algo más.
- ¿Cómo se llama tu grupo? Igual te vi…
- Joder, fueron geniales, aunque un poco heavys de más.
- Yo me lo perdí. ¿Cuándo vuelves a tocar?
- ¿Estaréis en la batalla de bandas?
- Voy a la barra. – La cara del poeta era la de alguien a quien le hubiesen cambiado el vaso por uno del peor vinagre existente. Prefería lamerse las heridas en privado.
- ¡Me encanta este bastardo! – Susurró Rolf al oído de Daphne. – Podría pasarme toda la noche viendo como le mete a Devon su mierda gafapasta alternativa por el culo, lástima que tengamos planes para nuestro amigo…


La puerta de la sala de interrogatorios se abrió a sus espaldas, mientras la mujer esposada miraba fijamente al espejo que tenía a su derecha, pensando en los falsos espejos de las salas de interrogatorio, en las películas y en las series de televisión, y en los dos agentes que habría allí grabando todo y esperando una confesión por las agresiones que había causado. Era cierto que se había enfurecido, pero motivos no le faltaban, y eso también era cierto. La verdad es que ese PM podía haber sido mucho más educado de lo que fue, y referirse a ella con esas palabras, delante de sus hijos… ¡Joder que no!
- Brianna Patterson… - Sonó una voz grave al abrirse la puerta. – Treinta y tres años, casada, dos hijos, sangre tipo AB, número de la seguridad social tal tal tal tal… - El turco que entró tenía el pelo revuelto, leyendo lo que ponía en una carpeta que llevaba en la izquierda, mientras que en la derecha llevaba dos vasos de café, de los de llevar, de cartón con tapa, y una caja de donuts sujeta bajo el brazo.
- Me alegro de que mi interrogador sepa leer. ¿Ha recibido una educación completa o también abreviaron la parte de los modales? – Lo oyó reírse, mientras pasaba a su izquierda, dejando los cafés y los donuts sobre la mesa, cerca de ella, pero lejos de su alcance, por las esposas.
- Me temo que no hubo tiempo para modales donde yo aprendí. – Dijo el turco. – Y la verdad, sé que usted hace un uso selectivo de ellos: Tres cargos por amenazas y catorce por agresión.
- Solo le pegué a diez… Uno más o menos. – Dijo preocupada, mientras el hombre se sentaba en la esquina de la mesa, hojeando el dossier mientras le daba la espalda. Su soberbia la puso de los nervios, pero era capaz de superar cosas mucho peores que un interrogatorio de Turk por patear a cuatro blandengues.
- Todos los tipos uniformados parecen iguales, ¿no es así? – Lo oyó reír entre dientes. – Le pegó a diecinueve agentes de seguridad de Shin-Ra, lo que pasa es que cinco de ellos aún siguen inconscientes y no han podido ratificar los cargos, pero estos se presentarán de oficio, probablemente.
- ¿Yo? ¿Un ama de casa? Agente… ¿Está insinuando que yo sola he noqueado a cinco soldados y apaleado a otros catorce?
- Yo no insinúo nada, señora. Leo y le comento los hechos. Tenemos declaraciones firmadas, testigos… - El hombre se giró levemente, y ella pudo ver como la miraba de reojo. Su ojo derecho era brillante, y sus labios estaban curvados con cinismo.
- ¿Para qué me retienen entonces? – Preguntó ella, empezando a estar exasperada.
- Para que confiese, y así agilice el juicio. Estamos en un estado de excepción, podríamos tirarla en un calabozo una semana, olvidarnos de usted y a los diez días acordarnos, sacarla y no recordar por que la metimos en un principio, de modo que no habría sanciones… Pero tampoco disfrutaría de la experiencia.
- ¿Me está dando a elegir? Agente… - Él la ignoró, negándose a decirle su nombre.
- No, Brianna. Ya he elegido yo por usted. ¿Esta es la primera vez que está en una sala de interrogatorios?
- Si. – Dijo ella. – Oiga, Agente… - Siguió ignorándola. - ¿Dónde está mi abogado?
- ¿Para qué quiere un abogado?
- ¡Tengo derecho a un abogado, maldita sea! – Gritó, y Kurtz tuvo que reconocer que para ser el grito de un ama de casa esposada a una mesa e indefensa, había fuerza.
- Estamos en estado de excepción, Brianna.
- Señora Patterson, si no le importa… - Su voz se volvió súbitamente gélida.
- Brianna… El estado de excepción nos permite desnudarla, inspeccionarla, interrogarla, retenerla, y aclara que – a partir de aquí remarcó cada palabra – concederle o no su derecho a un abogado y a que esté presente durante el interrogatorio es potestativo, por nuestra parte. – Dejó que el impacto de la noticia se asentase un poco antes de seguir hablando. – Pero tranquila, no lo necesitará.
- ¿Qué no lo necesitaré? ¡Solo he sacudido un poco a unos cuantos guardias!
- Señora, ha dejado fuera de combate a casi un pelotón de soldados rasos PM, entrenados para responder a situaciones de violencia armada, y lo hizo con sus manos desnudas, antes de sacarle a uno la porra y liar una buena. ¿Debo entender que si tuviese usted una paleta de pescado Shin-Ra SA estaría ahora mismo llamando a familias para darles el pésame?
- Deme usted la paleta de pescado, agente… Y a ver que tal reacciona su familia a la noticia. – El turco aceptó el envite. Sacó las llaves de las esposas de su bolsillo y las dejó sobre la mesa, al alcance de la detenida.
- Como veas, Brianna… - Pasó al tuteo mientras la oía abrir la cerradura. Se dio media vuelta y ocupó su silla, mientras cogía un café y la caja de los donuts. – Pero si no recuerdas mal, yo te he pateado catorce veces, y tú a mí solo dos.
- ¡Jonás! – Suspiró ella, sorprendida.


Han no daba crédito. Simplemente no daba crédito en absoluto al espectáculo que desfilaba ante sus ojos: Annouk, la mujer rubia de gafas de montura metálica que había conocido en Le Renard Blanc, dos vodkas después y algunos minutos de conversación se hallaba ahora ante él, vestida únicamente con medias y ligueros de color azul marino, que completaban su conjunto de tanga y sostén del mismo color, con adornos en un tono de azul más claro. Junto a ella había una mujer de piel del color del chocolate, espectacular, llamada Pearl, que había optado por el color crema en su lencería, mismas piezas y diseño similar, y una mujer de rasgos de Wutai de belleza equiparada a sus compañeras, llamada Mariko, cuya opción de color había sido el verde esmeralda, precioso, por cierto.
Han estaba siendo desnudado por las tres, sentado cómodamente en el sofá de la casa del tirador, mientras a escasos metros, Rolf participaba en una escena semejante, pero siendo tres hombres los que se ocupaban de una mujer, a la vez que de sí mismos. Daphne, por su parte, estaba al otro lado repartiendo sus atenciones entre un hombre y una mujer, de modo que si: Esto era una puta orgía. Y hablando de Daphne, Han ya se había asegurado de que ninguna de las suyas no fuese lo que parecía ser en un principio, quedando claro que todas eran tías, y estaban increíblemente buenas, y lo más importante: Lo estaban acelerando más de lo que el Blackbeast lo había acelerado nunca.
Dedicó sus últimos minutos de cordura a repasar mentalmente las dos copas que había tomado en el último pub, hasta estar finalmente seguro de que nadie le había echado nada en la bebida y estaba flipando. Bueno, ciertamente estaba flipando, pero lo hacía en la vida real y no solo en su imaginación.
Una hora y media… Lo tuvieron una maldita hora y media provocándole, retrasando y acelerando, forzando en cada momento e intercalando provocación y abandono, y él respondió del mismo modo, dándoles el mismo juego a las tres, a la vez que se lo daban entre ellas. Era putamente increíble. A su alrededor, la gente iba y venía, deshaciendo y volviendo a formar grupos, y follando como animales, como si esto fuese una puta orgía romana, pero él seguía con sus tres acompañantes, entregando todos sus sentidos al placer. Era simplemente increíble. Cada una de ellas tenía un estilo, un modo de actuar, muy experto, muy desigual entre sí, y jodidamente placentero. Annouk era metódica, recorriendo cada milímetro de la piel del piloto con lengua, dedos, pezones… Sus sinapsis parecían a punto de reventar de placer. Pearl era brutal. Su boca era más asidua a usar los dientes que los labios, y sus movimientos eran espasmódicos y salvajes, convirtiendo la cópula en una pugna por el control, por el dominio. Mariko era suave, y quizás incluso tímida. Se sonrojaba muy fácilmente, y daba mucho morbo verla así, pero también poco a poco se iba desinhibiéndose, convirtiéndose en una bestia capaz de rivalizar con Pearl, aunque ambas perdían el control ante la habilidad de Annouk… No podían rivalizar entre ellas, sin acabar las tres cayendo rendidas, de modo que su táctica más común era unirse contra el extraño: Han.

- ¿No tienes más condones? – Preguntó el piloto al tirador.
- ¿No tienes miedo de deshidratarte? – Bromeó este en respuesta. – Anda, vente… Deja que los demás puedan disfrutar de esas tres, que te tocaron casi las cuatro mejores.
- ¿Cuál es la cuarta? – Preguntó Han, mostrando su curiosidad con una sonrisa pícara.
- Daphne. – Algo se desinfló en la moral del piloto, y su sonrisa se tornó una mueca. – Ven a la sala contigua.
- Rolf, sabes que… - Empezó a decir incómodo.
- De sobra. Esto es personal, pero no sexual. Además, nos hemos ganado un descanso. -
Han, desnudo, siguió a Rolf hasta una pequeña sala cuya pared era toda una vidriera, desde la que se podían contemplar los más altos edificios de la megalópolis que era Midgar. Allí había un sofá un poco más pequeño, dispuesto en ángulo y orientado hacia la ventana, desde el que se podía gozar de una vista envidiable del panorama urbano. Han sintió mucha envidia, imaginándose como sería vivir sobre la placa, con sus amaneceres, anocheceres y noches tan estrelladas como esta.
- Bonita vista, ¿Eh? – Comentó el tirador mientras encendía una televisión de pantalla plana de quince pulgadas y una consola.
- ¿Teniendo esta vista montas aquí una tele? – El piloto casi parecía ofendido por la idea.
- Es la de la cocina. La verdad es que he querido buscarte las cosquillas con esto desde que te conocí en la… Lo del sector cero.
- ¿Y qué vas a hacer? – Preguntó Han, mientras tomaba el mando que Rolf le ofrecía.
- Quitarte aquello que es tuyo. – Respondió con una mirada amenazante el tirador, mientras encendía la televisión con el mando a distancia y la pantalla del menú inicial de un conocido videojuego de coches aparecía en pantalla.
- ¡Hay que tener cojones! – Exclamó el piloto. - ¿Me sacas de una puta orgía para retarme a un videojuego?
- ¿Qué pasa? ¿Tú no los tienes? – Lo retó Rolf. – Están a la vista, pero parece que de un segundo a otro vayan a ir a hacerle compañía a tu nuez. – Han lo miró con lo que parecía auténtico odio.
- ¡Siéntate! – Bramó ocupando su lugar. – ¡Porque te vas a comer la hostia que tus padres no te supieron dar a tiempo!



- Jo… ¿Así que no tienes una foto? – Preguntaba Tina, decepcionada.
- Lo siento pero no. – Respondió Yvette.
- ¡¿Cómo cojones puedes venir a hablarnos de tu novio perfecto y no traer una foto?! – Úrsula parecía exasperada.
- Tanto como perfecto… - La mirada de la turca se perdió entre las luces del techo.
- Es rubio, guapo, atlético, ojos azules, detallista… - Enumeró Heather, citando las mismas características que unos pocos minutos antes había enumerado la propia Yvette.
- Si, pero… - La turca pareció dudar unos instantes, antes de responder con seguridad. – Le falta soltarse. Necesita tener más seguridad, y dejarse llevar un poco. Al acabar la noche es divertido y encantador, pero al principio es como una tortuga, y te revienta esperar a que salga del cascarón.
- Caparazón. – Corrigió Úrsula, ajustando sus gafas.
- Gracias, empollona.
Yvette tan solo había pasado un par de años en la universidad, pero conservaba las amigas que allí había hecho, algunas de las cuales las conservaba desde el instituto. Úrsula había sido la gótica de su instituto, de la que se hizo amiga cuando decidió abandonar el equipo de animadoras, en el que Heather era su compañera. Fue la única que no solo no dejó de hablarle, sino que además la buscaba para hablar con ella y se esforzaba por mantener su amistad. A Tina la conoció en el campus. Estudiante de un curso avanzado a la que Yvette quitó el título de estudiante femenina más juerguista.
Ahora Tina era abogada, Úrsula era profesora interina, puesto que había alcanzado en un tiempo record, mientras preparaba el doctorado, y Heather seguía tirándose a la estrella deportiva de turno, aún en tercero de carrera, situación fuertemente argumentada con un “Porque yo lo valgo”.
Las cuatro tomaban chupitos en el Doors of Heaven, leyendo el mensaje que había sido pintado de modo borroso en la pared, tras las botellas. Era un mural, pero estaba cubierto por fragmentos de cristal pulidos de distintas formas, de modo que los caracteres parecían incluso defragmentarse a veces, quedando una sensación de vacío incómodo en el lector. Era prácticamente imposible de descifrar, y en cuanto Úrsula se dio por vencida, Heather hizo su movimiento.
- Cuando las puertas de la percepción se abran, el otro mundo será accesible a los hombres, y todo el conocimiento que ello conlleva. – Citó.
- ¿Cómo coño? – Exclamó Tina.
- Me tiré al dueño hace tres semanas y me lo dijo.
- ¡Que puta eres! – Exclamó Yvette
- ¡Mira quien fue a hablar!
- Yo no soy ninguna puta. – Dijo la turca, con una pose que mostraba seguridad y fuerza. – ¡Soy una diosa!
- Ya, claro… - Bufó Heather.
- Dejad esa mierda… ¡Venga, vamos a la pista! – Exclamó Tina, tirando de ellas.
- Si, va a ser genial ver el primer día en el que Yvette sale pero no liga.


- ¡Aún no me lo creo! ¡Turco! – Exclamó Brianna, ya por vigésimo cuarta vez. - ¿No te cansaste de ser un cabrón?
- Si, pero no lo supe hasta que llevaba un par de años con este uniforme. – Respondió Kurtz. – Tuve un compañero muy bueno, y aprendí mucho de él. Murió en el dos mil uno.
- Lo siento.
- Ya… - Suspiró el turco. - ¿Y tú? ¡Ama de casa! Una mamá, con sus nenes, su monovolumen y su delantal de “reina de la casa”. La familia que tanto has querido…
- La familia que tanto quise tener… - Suspiró ella, en su tercer café. – Que jóvenes éramos, y que poco pintábamos en esa mierda de selva.
- Aprendimos mucho.
- Por eso estábamos en esa unidad, Jonás: Por que aprendimos lo que teníamos que hacer antes que nadie, y lo aprendimos mejor que nadie.
- Si… Tu marido, Josh, ¿lo sabe?
- ¿Qué estuve en la unidad? No, solo que serví en Wutai. Así es más fácil, y comprende que siga haciendo defensa personal, aunque tenga la “torpeza” necesaria para nunca pasar de cinturón naranja. Por cierto… ¿Y tú? ¿Ligas mucho?
- Con mi cara…
- Ya, me acuerdo: Dieciséis cicatrices, por dieciséis días encerrado en el cuartel del general Tenkazu…
- Una por cada día que me negué a responder, hasta que me sacasteis de allí.
- Más las tres de la mina en Lha Shau. – Comentó, acariciándolas. – Parece que hay alguna más.
- Alguna… - Respondió Kurtz, acordándose de la última que había sufrido, peleando contra Paris en aquel reactor. – Pero a mi novia no le importa.
- Novia… - Saboreó la palabra, a medio camino entre la alegría y los celos. – Ahí quería llegar. ¿Cómo es tu novia, Jonás?
- Se llama Aang, y es de Wutai. – Respondió, desviando la mirada mientras Brianna gritaba de sorpresa.
- ¡No me lo puedo creer! ¡Jonás! ¡Nos follamos a su puto país! ¿Qué haces con una de Wutai? – El turco se encogió de hombros, tan simple como eso, como diciendo “Simplemente estamos”. – ¡Hay que joderse, manda huevos!
- Me habían dicho que le partiste la cara al primer guardia por soltar tacos.
- ¡Deja que me desahogue! ¿Vale? Ni te imaginas lo estresante que es aguantarse las ganas por los niños.
- Me tocará en breve. – Dijo el turco, matando su café.
Ambos estaban en el garaje del edificio, paseando entre los coches. Kurtz había avisado a Svetlana de que era conocida suya, y se iría con alguna reprimenda… Privilegios de ser turco. Ella suspiró, preguntándose que relación tendría su compañero con esa mujer, pero finalmente decidió dejarlo correr e irse a tomar algo con el novato, mientras rompía el informe a medio escribir y lo tiraba a la basura.
- Aang está embarazada. Ha ido a… Encontrarse a sí misma, y le ha impactado bastante saber que fui parte de la unidad. Volverá antes del parto, supongo.
- Debe de ser muy duro…
- Si, lo es. – Confesó. – Pero bueno… Con la coña del meteorito y el estado de excepción es fácil enfrascarse en el trabajo y no pensar.
- Ojalá yo tuviese el valor de decirle a Josh lo que hice… - Suspiró. – Por cierto, ¿recibiste la carta?
- ¿Qué carta?
- Recibí una carta certificada, del presidente Rufus, a nombre de Galatea, mi nombre de guerra. Me solicitaba que permaneciese atenta a una posible incorporación de emergencia.
- A mi no me llegó nada, pero bueno: Yo soy turco, de modo que sigo “incorporado”.
- Espero que no me llamen… - Suspiró de nuevo. – No sabría como decírselo a mi familia.
- Ya…
El silencio se volvió incómodo, como si ambos estuviesen a punto de decir algo y ninguno de ellos acabase de decidirse. Kurtz cambiaba el peso de un pie a otro de forma poco disimulada a cada paso, y Brianna no acababa de ser capaz de decir nada, aunque a veces levantaba la cabeza, quedándose a punto.
- ¿Aún tienes la marca? – Preguntó finalmente el turco.
- Si… ¿Quieres verla? – Jonás asintió.
Se paró, detrás de una columna y tras mirar a ambos lados, Brianna soltó los tres primeros botones de su blusa, mostrando el sujetador, y en la cara interna de uno de su pecho izquierdo, una marca rojiza, redonda, de carne que había sufrido los primeros síntomas de necrosis a causa de la mordedura de una víbora en Wutai. A la mente de ambos acudieron recuerdos, de cómo él acudió antes que nadie. Ella acababa de sacarlo del cuartel del general Tenkazu y estaban ocultos en la selva, esperando a ser recogidos. Tenían tiempo, y Kurtz se bañó en el río, disfrutando del alivio para su cuerpo deshidratado y machacado por los métodos de tortura del ejército de Wutai. Brianna iba a sumergirse, antes quiso dejar sus cosas junto a un árbol y no vio a la víbora, camuflada por su piel. Ambos recordaban como él succionó el veneno de la herida, y la ayudó a aguantar mientras llegaba el rescate. Muchas noches, Brianna recordaría esa escena, compartiendo cama con su marido, ya dormido. Como aquel hombre había tomado su mano y acunado su cabeza, mientras accedía a sus ruegos diciéndole su verdadero nombre, Jonás, para que ella pudiese llamarlo. En la unidad no había nombres propios, solo nombres en clave, y esa excepción fue su secreto, su contacto. Solo de conocer sus respectivos nombres, se sentían más libres, como si corriesen desnudos por un jardín, rodeados de sus compañeros, presos en los compartimentos estancos de sus pasamontañas y su anonimato. Su relación fue creciendo, y llegó a un plano mucho más físico en suites de hotel del territorio conquistado por Shin-Ra, pero con la guerra su relación se distanció, al tener cada uno un proyecto personal incompatible.
Finalmente, el volvió a mirarla a los ojos, y reemprendió el paso. Ella cerró de nuevo su blusa y se situó a su lado, caminando al mismo ritmo.
- Me alegro de que tuvieses tu familia. – Dijo Kurtz, sonriendo levemente.
- Y yo me alegro de que te decidieses a tener la tuya. – Respondió Brianna. – Y espero que Aang vuelva pronto y no le pase nada malo.
- Es dura… - Kurtz buscó una foto en su cartera. - ¡Es la Tigresa dorada! ¡El sargento zurdo!
- ¡No me jodas!
- ¡En serio! ¡Yo tampoco me lo crea! El caso es que…
El eco de su voz se fue alejando, mientras caminaban hacia la salida del garaje, donde llamarían a un taxi, con la promesa de intercambiar números de teléfono y quedar algún día, cuando hubiese vuelto Aang.


- ¿Qué hacéis? – Daphne apareció sobre el sofá, cubierta de sudor y con el pelo rubio y rosa revuelto, pareciendo una especie de león gay.
- Aquí, viciando… - Respondió Han, girándose hacia ella. - ¿Te apuntas, a rey de la pista?
- ¡Vale! – Exclamó con un encogimiento de hombros y se sentó al lado de Han. Al hacerlo, sus piernas se separaron, luciendo una cadena plateada que colgaba suelta de su cintura, creando un efecto muy sexy. Igual de atractivas eran sus botas de color negro brillante, muy ajustadas, con diez centímetros de tacón, pero lucía también algo más. Han aprovechó el momento crítico para volver a atender a la pantalla unos instantes, asegurando una curva. – Voy contra el que gane, ¿no? Por cierto, tu coche mola.
- Seh… - Dijo, volviendo a mirar cuando se hubo sentado, aunque para su pesar tuvo que admitir que era imposible no fijarse. Han agradeció el hecho de que Daphne tuviese tetas, y el poderoso atractivo que estas suponían. - El Predator está muy bien, cuatro por cuatro y con una muy buena distribución de peso. Apuras las curvas de puta madre.
- Han… No te va a comer. – Bufó la transexual.
- Ni yo a ella. – Dijo mirándola a los ojos muy fijamente, para no desanimarse. – Pero manda huevos… Y algo más, de paso.
- Bueno… Tú tampoco has salido poco favorecido.
- Ya, pero no hay color. – Suspiró el piloto. Era como ver una herida abierta, con huesos rotos, músculos desgarrados y sangre: No era agradable, pero no podías apartar la mirada. Una neurona en su cerebro mencionó “ingles de costa del sol”, mientras que otras cinco le exigieron silencio, y otras muchas más suplicaban atender al Predator.
- ¡¿Te importaría dejar de hablar de la polla de Daphne mientras me humillas y mirar a la puta pantalla?! ¡Lo haces aún peor! – Gritó Rolf, aunque al resto de la gente de la casa pareció importarle aún menos que a Han y Daphne.
- Bah… Media vuelta y fuera.
- ¡Aún no has ganado! – Exclamó el tirador, segundos antes de ver con impotencia como el coche del piloto lo doblaba una segunda vez.

Las partidas se sucedieron en todas las modalidades que el videojuego permitió, para mayor frustración de Rolf. Han era consciente de que debería sentirse raro, jugando a la consola en pelotas, junto con Lo peor era que Daphne se estaba divirtiendo, pese a las palizas que recibía, y Han pasaba el mando después de haberle ganado a ambos, justo después de la carrera contra ella, de modo que ella tenía el consuelo de tener cierta continuidad con un mando en las manos. ¡Y lo peor era que mejoraba bastante rápido! Jugaron unas cuantas carreras, hasta que Daphne propuso cambiar el videojuego por un RPG de tres jugadores, pero Han declinó la oferta al oír que Daphne quería llevar a la sacerdotisa. Dijo que “encontraba enormemente perturbador verla llevar a un personaje que despachaba a los enemigos golpeándolos con su porra”. Rolf propuso parar un rato, aprovechando la interrupción.

- Han… Nos conocemos poco, y solo tenemos confianza mutua de un modo profesional, así que te extrañará que te haya traído a casa, a participar en una orgía.
- Bastante… - Comentó, cogiendo su copa de vino, de la que acababa de beber Daphne, y llenándola. - ¡Pero no me quejo!
- No… - Rió el tirador.
- ¡No, ya! ¡Te han asignado a las mejores! – Daphne le dio unas palmadas en la rodilla, con la mano cubierta con una especie de guantes de látex, largos hasta el codo pero con los dedos descubiertos.
- ¿Asignado? – Han tenía la sensación de que igual la transexual había patinado, hablando de más.
- Han. Hace un par de noches le has salvado la vida a un muy buen amigo mío. Kowalsky es una de las personas más importantes de mi vida, de las pocas que me conocen como soy junto con Henton y Daphne aquí presente.
- No hace falta que…
- Déjame acabar. Como habrás visto tengo amigos y líos por doquier, pero poca gente sabe más de mí, y tú incluso ya sabes más que mucha gente. – Añadió bajando la voz. Han asintió, recordando como se había ganado ese ático el tirador. – Tengo pocos amigos de verdad, pero cada uno es precioso para mí, y quiero que sepas que por Kowalsky te estoy enormemente agradecido y que puedes contar con mi amistad.
- La de los dos. Kowalsky también es mi mejor amigo. – Se unió Daphne.
- Gracias gente… - Dijo el piloto, alzando su copa en un brindis. – Y muchas gracias por haberme ayudado a cumplir uno de mis sueños.
- No hay de qué. Agradéceselo a Daphne, que con la conversación de orgías me dio la idea.
- ¿Has montado todo esto en una hora? Eres un genio, tío…
- Gracias. – Respondió, amagando una reverencia.
- Yo incluso te lo agradecería de forma mucho más personal, si quisieses. – Propuso Daphne, deslizando su índice por el pecho de Han
- Ya, y seguro que Rolf también… - Han lucía una sonrisa forzada. – Pero no, gracias. Paso.
- No tienes por que perder virginidades que no quieres.
- ¡Ni con ella ni conmigo! – Se unió el tirador.
- No, ¿vale? Simplemente no me apetece.
- Tranquiiiiilo… - Daphne retiró el dedo, cerrando el tema con un beso amistoso en el hombro izquierdo del piloto, que era lo único que le quedaba a la altura. Rompió a reir, mirando los coches en la pantalla. - Joder, Rolf. Tenías que verlo, de pie encima del capó del otro coche. - Se levantó para imitarlo. - ¡Yo puedo volar, y tú no porque no tienes huevos!
- Anda que... Mi mayor victoria automovilística, en la competición más desigual que me he encontrado nunca y llegas tú y lo reduces a un grito de triunfo haciendo el hostia.
- Joder, es que con todos los coches ahí alrededor, destrozados... - Se excusó Daphne. - ¡Pero moló la hostia!
- ¡Venga, al tema! ¡Que de esta te gano! - La animosidad de Rolf había despertado de nuevo, con la conversación de coches.
- Han… Jugaría contigo toda la noche, pero… Otra noche. Me acabo de fijar que ahí atrás la tía que estaba contigo, Annouk y la que estaba con Daphne que no usó strapon están jugando y parecen un poco solas.
- ¡Cobarde!
- Vicioso. – Corrigió. - Y no creo que tú puedas echarme nada en cara por ello.
- ¡Voy contigo! – Saltó Daphne, levantando la mano como una colegiala.
- Esto…
- Los dos tendremos diversión sin tener que interactuar directamente.
- ¡Interactuar no me importa, pero de follar nada! ¡Necesito sentarme para conducir!
- No te preocuuuupes… ¡Heteros! – Exclamó

A sus espaldas, Rolf preparaba el juego para vérselas contra la máquina en el mayor nivel de dificultad, preparando su venganza.


Yvette empezaba a estar mareada. El alcohol parecía habérsele subido extrañamente rápido. Ella no era una borracha de campeonato, pero dos copas estaba muy por debajo de su media. Sus amigas se reían y disfrutaban, hablando con chicos, riendo y bailando, reinando en su pequeño hueco de la pista. La noche avanzaba, y sus rodillas lo hacían a un ritmo distinto del de su cabeza. En un momento dado, sus amigas propusieron ir al baño, y el hecho de cruzar la discoteca se convirtió en una experiencia psicodélica, abriéndose paso entre gente que bailaba a ritmo desacompasado, confuso y errático. Algunos, moviéndose muy despacio, parecían dejar una estela a su paso. Entró al baño la última, lavándose la cara mientras sus amigas se retocaban el maquillaje. El suyo quedó ligeramente descompuesto, pero en su confusión apenas le dio importancia. Estaba saliendo cuando oyó una voz familiar, que no acababa de reconocer. Una tía, que decía ser amiga suya la retuvo.
- Vamos a la pista, para no dejar sola a Heather, que está con ese chico.
- Vale… - Dijo la amiga. – Luego la acompaño yo.
Cuando se hubieron ido, Soto sacó la placa y la porra del bolso, extendiéndola con un gesto amenazador, sugiriendo con un ademán de cabeza a todas las presentes que se evaporasen cuanto antes. Empujó a Yvette, derribándola, y tras unos confusos minutos, mientras la turca se levantaba con dificultad, la puerta se volvió a abrir, entrando por ella Montes y van Zackal.
- Pareces muy perjudicada, preciosa… - Sugirió Dekk, alzándola por la barbilla. - No te habrá echado nadie nada en el vaso, ¿verdad? ¿Quizás mientras estabas en la barra, charlando?
- ¡Hijo de puta! – Aulló ella, intentando acertar en su borroso rostro con el puño, pero sus movimientos eran torpes y débiles, como si estuviese debajo del agua.
- ¿Qué modales son esos? – Preguntó Soto, derribándola de otro empujón.
- Tres para una chica indefensa… Hijos de puta. – Insultó con todas las fuerzas que pudo reunir, pocas a juzgar por unas risas que apenas pudo oír. - ¿Quién va primero?
- Por favor… - Suplicó van Zackal. – No nos lo pongas tan fácil.
- ¿Tú? – Yvette intentó lanzar otro par de puñetazos, sin ser consciente de que el borrón azulado que era el turco en realidad estaba a dos metros de distancia.
- Yo. - Saltó ansioso Montes, dándole un par de puñetazos flojos en la cara y el torso, para putearla, antes de lanzar una fuerte patada contra su estómago que la dobló por la mitad. Yvette sintió arcadas, y pugnó por contener el vómito, mientras su adversario la obligaba a levantarse por los pelos, mientras deslizaba la otra mano por sus tetas, estrujando una de ellas. - ¡Oh! – Exclamó mientras detenía un puñetazo con su mano izquierda, y de un empujón apartaba un rodillazo que en ningún modo alcanzaría su entrepierna. De una sacudida, su muñeca libre quedó al alcance del luchador, que la prendió, inmovilizando sus brazos. Tenía un comentario jactancioso listo para ser usado cuando la frente de Yvette hizo diana violentamente en su nariz. Montes la soltó de golpe, tambaleándose mientras retrocedía. - ¡Puta! – Gritó. - ¡Te arrepentirás de esto!
La oleada de golpes que lo siguió fue totalmente desmedida: Un revés contra su pómulo derecho la lanzó de cabeza contra la pared que separaba dos cabinas de wáter, seguida de una patada en el pecho que la dejó en el suelo, jadeando desorientada. Entonces montes la agarró del pelo y del vestido y la arrastró por el inmundo suelo del baño hasta la pared del fondo, batiendo su cabeza contra los azulejos. Aferró su cuello y la levantó, aplastándola contra la pared con un placaje y cargando el peso sobre su hombro para inmovilizarla, mientras descargaba un puñetazo tras otro sobre su estómago. Solo se detuvo cuando sintió en el cuerpo de la turca los espasmos que precedían a otra arcada. Se alejó varios pasos, hasta ver junto a sus compañeros como Yvette caía en posición fetal, vomitando descontroladamente.
Escupiendo bilis y sangre, entre fuertes toses y lágrimas, no pudo ver como van Zackal la alzaba delicadamente, sentándola sobre la piedra que sostenía los lavabos.
- ¡Lávate, puta cerda! – Exclamó suavemente, mientras abría un grifo y lanzaba la cabeza de la turca contra la superficie metálica del lavabo. – Mejor, ¿no? – Sonrió, tendiéndola boca arriba y apartándole los cabellos empapados del rostro. – Pero tu vestido ha quedado hecho mierda. – Con un inmisericorde tirón, rasgó la prenda desde su escote hasta la cintura, sacando una navaja de punta curva para cortar el sujetador. – Así… - Retrocedió hasta donde estaban sus compañeros. – Me ha gustado lo del vestido, debería convertirlo en una especie de sello.
Sus carcajadas se perdieron por la puerta, mientras Yvette, entre lágrimas, cerraba los restos destrozados de su vestido, intentando taparse y arrastrarse hasta la puerta.


- Agotador… - Bufó Han, desplomándose sobre el sofá. Casi todos los participantes se habían ido ya, a sus casas o a dormir a alguna de las habitaciones, mientras el piloto se había quedado a charlar con Daphne y Rolf, que aún seguía dándole caña a la consola. Daphne sirvió vino, mientras tomaba asiento.
- Si, pero genial. – Exclamó ella, aguantando las ganas de provocarlo por no haber querido experimentar.
- Sin duda… Rolf, avísame para el siguiente.
- Primero tendré mi venganza… - Dijo mientras dejaba el mando sobre la mesa. – Pero por hoy me llega. ¿Bien entonces? Me alegro. – Dijo brindando.
- ¡Y aquí concluye otra reunión del club del pene! – Puteó Daphne, encantada de avasallar.
- ¿Para la foto nos ponemos del más alto al más bajo o de mayor a menor? – Han siguió la broma.
- No se… ¿Qué podemos hacer? – Rolf estaba viendo a Daphne coger el rpg, decidida.
- ¿Viciar? – Preguntó ella.
- Eso ya lo hemos estado haciendo toda la noche. – Rió el piloto.
- A mi me vale… ¿Nos vestimos?
- ¿Levantarse, ir por la ropa, buscarla y vestirse a media luz? – Preguntó la transexual. – Paso.
- La vagancia me hace estar de acuerdo con la señorita.
- Bueno, pero subiré el termostato. Vosotros habéis estado follando como perros en celo, pero yo he estado quieto y me ha pillado algo de frío.
- ¿Jugamos entonces? – Daphne ya había abierto la caja.
- Jugaaaamos… - Aceptó el piloto.
- Iré a hacer palomitas… - Murmuró Rolf, levantándose camino de la cocina. A sus espaldas oyó a Daphne exclamar “¡Pero me pido a la sacerdotisa!”


A tientas y a tumbos, Yvette avanzó a lo largo del Doors of Heaven, con los brazos cruzados sobre su malogrado vestido, camino de la puerta. La droga no era muy fuerte, por su experiencia parecía ketamina. Se sentía mareada, pesada, y el sabor del vómito persistía en su boca. Se fue en silencio, pues no quería que sus amigas la viesen así. No tenía el coche, los turcos le habían vaciado la cartera, ticket del guardarropa incluido, para que no pudiese coger un taxi, y aún así habría que llamar y esperar, ya que no había ninguna parada de taxis en los suburbios que tuviese alguno a estas horas. De todos modos, esos hijos de puta se habían llevado también su PHS, dejándola completamente tirada. La gente iba tan pasada que ni siquiera se paraba a mirarla, e Yvette lo agradeció. Por la hora que era, ya no habría cola en la entrada, y los porteros estaban ocupados por una pelea que había en esa acera, de modo que pudo deslizarse sin ser vista, decidida a perderse en las sombras sin saber muy bien hacia donde ir. Fue entonces cuando unas manos la agarraron de los hombros fuertemente, arrastrándola hasta un callejón y tapándole la boca.
El pánico se sobrepuso, mientras luchaba por soltarse. Intentaba por todos los medios asegurarse de donde estaba su captor, del que solo veía una cabeza amorfa por la extraña silueta de lo que parecía un sombrero de cowboy. Las manos la soltaron, quedando una tapándole la boca para que no gritase, mientras la otra extendía sobre su pecho su propio abrigo. Yvette se cerró en él, buscando frenéticamente la cremallera y echándose a llorar, mientras se deslizaba por la pared, hasta caer postrada en el suelo, entre sollozos. Entonces algo luminoso llamó su atención. Era un PHS encendido.
- ¿A quien llamo?

Veinte minutos después, Yvette seguía sollozando. A su lado, Malcolm conducía su coche hacia su propia casa, consciente de que ahora ella no debería estar sola. El camarero sentía como las lágrimas afloraban en sus propios ojos, fruto de la rabia y la indignación, y las enjuagaba con una mano que su amiga tomó luego, apretándola con fuerza. No podía estar sola, y agradecía mucho tener al lado a Malcolm. Se sentía herida, tremendamente herida. No podía decir a nadie que había bajado la guardia y le habían hecho eso. No a Paris, no a Svetlana, y sobre todo no a Harlan ni a Kurtz. Era la peor sensación que recordaba haber tenido nunca, con la debilidad, la impotencia, la vejación y el orgullo dolido… Se culpaba a sí misma por ser débil, y lloraba de rabia por ello, intentando no pensar que esa debilidad la hacía merecerse lo que le acababa de suceder. Se esforzaba por no pensarlo, pero había elegido bando en una guerra, había bajado la guardia y era tan difícil no culparse...
Dolido, Malcolm volvió a pasar su mano por el cabello de ella, aún empapado del agua sucia del fondo de los baños, enjuagando sus lágrimas que se secaban en su mejilla, acabando de destrozar su maquillaje.