“Juventud, divino tesoro…” pensó Helmut, mientras su autobús procedente de Kalm cruzaba el sector 4 pasadas ya las siete de la mañana. Apenas le quedaban veinticinco minutos más, leyendo la prensa en su incómodo asiento, mientras miraba con envidia a un par de jóvenes, risueños y algo bebidos, caminando de vuelta a sus casas. Bueno, solo él caminaba. Ella iba montada sobre su espalda, y se reían mucho. Los dos eran jóvenes, rubios, con el pelo largo, y muy guapos. Helmut no pudo evitar pasar una mano sobre su corta cabellera, de color pajizo y entradas profundas.
Los juerguistas quedaron atrás, y Helmut, mesando su bigote, abrió de par en par el Midgar Lights, yendo directo a por lo que le interesaba: La revista que escondía en su interior. No podía evitar sonrojarse ante tal obscenidad, tanta lujuria, tal cantidad de pecado e influencia contenido en simples páginas de papel cuché. Esa estética trabajada, muy distinta a como eran las cosas en sus tiempos (Helmut iba a cumplir los cuarenta y tres años dentro de mes y medio. Siempre se acordaba porque su eficiente y previsora esposa Frida le tenía el regalo escondido donde siempre; al fondo del armario, bajo el apolillado traje que había vestido en su boda).
Volviendo a la revista, todo era más sencillo en tiempos de Helmut, cuando él era un joven que buscaba su lugar en el mundo. Ahora todo era insinuación, provocación y muchas veces iban directos a la exhibición. Libertad y libertinaje eran prácticamente lo mismo, hoy en día, y aunque se sentía aturdido por los mensajes de sexo, violencia y lenguaje soez que sus hijos, Wilhelm de dieciséis años y Sigfrid, de nueve, recibían cada vez que encendían la televisión, o usaban el ordenador a solas en su cuarto, a él mismo lo emocionaba. Se sentía enormemente excitado ante la posibilidad de ser uno en ese mundo que durante años había desfilado ante sus ojos en papel impreso.
Avergonzado, sonreía bajo su poblado bigote, mientras sus ojos recorrían cada página, estudiando cada fotografía con todo detenimiento. Se sentía tan azorado que el vapor de sus exhalaciones había empañado sus gafas, y podía notar como el sudor empezaba a condensarse en su espalda y en sus manos. Tanto que tuvo que sacar su pañuelo, con sus iniciales bordadas por Frida en una esquina, y secarse con él las manos, el cuello y la frente. Podía sentir como el calor del rubor emanaba de sus mejillas, y la incomodidad acabó por asustarle, de modo que temeroso de llamar la atención a la vez que avergonzado, dobló cuidadosamente el periódico, escondiendo la revista en su interior, y tras leer la columna de King Tomberi en la página final (hoy de tintes optimistas a la vez que preocupados), lo guardó en su cartera portapapeles y colocó este en el estante del equipaje del bus, junto a un gran estuche de plástico.
En la oficina, comprobó que la habitual pila de formularios lo esperaba en su mesa, lista para ser rellenada por triplicado, seguida del repaso habitual al estudio de contabilidad y un par de proyectos. Helmut trabajaba en una aseguradora, mediana empresa, bastante conocida, que se las arreglaba para subsistir en una ciudad dominada por un grupo de gigantes empresariales, listos para matar a cualquiera que amenazase sus propósitos de adquirir las mejores subcontratas por parte de Shin-Ra S.A.
El trabajo se acumulaba cada vez más: El meteorito había incrementado hasta límites inimaginables tanto la criminalidad como el absentismo laboral con excusas baratas, de modo que a él y a unos pocos pringaos más les tocaba trabajar por unos cuantos listos. Él mismo comprendía a sus compañeros, que visto que un inmenso cuerpo cósmico estaba en ciernes de acabar con toda la vida del planeta, preferían pasar el rato con sus familias, a trabajar horas extra por la mayor carga de trabajo del momento. Incluso dejó caer en casa la posibilidad de tomarse un día o dos, pero Frida se mostró inflexible al respecto: Como ese meteorito pasase de largo, cosa que probablemente haría (no era buena idea discutir sobre estas posibilidades con una astrofísica de tal tozudez), iba a lamentar cada segundo fuera de su puesto de trabajo.
Sin embargo, las cosas no iban nada bien: Con tantos pagos por incidentes, la empresa tenía cada vez menos dinero, y estaba empezando a prescindir de personal. El puesto de Helmut no corría peligro alguno, ya que no iban a echar precisamente a los que si iban a trabajar, pero el trabajo se acumulaba igualmente. Con un suspiro, escondió lo mejor que pudo el aparatoso estuche de plástico bajo la mesa, ocupó su silla y se sumergió en un océano de partes de lesiones y de daños a la propiedad doméstica.
La hora del descanso había mejorado mucho, con el tiempo. Demasiado pocos para el comedor del edificio, encargaban la comida a un restaurante de la calle, que la enviaba. De cuarenta trabajadores, solo quedaban veinticuatro para hacer frente a la oleada de demandas de pago que recibía la compañía, obligados a buscar como halcones cualquier resquicio por el que poder minimizar el pago solo para que la compañía sobreviviese. Muchas de ellas, además, eran inventadas, lo que obligaba a varios de los empleados a estar recorriendo la ciudad en coches de empresa, estudiando lesiones y destrozos. El kilometraje diario de esos vehículos se había triplicado en tan solo unas cuantas semanas.
Lo mejor que tenía ahora la comida, era que como el jefe estaba obligado a sentarse a la mesa y comerse el papeleo como todos, estaba demasiado cansado para aburrir al personal con sus hediondas anécdotas sobre pesca deportiva. Se limitaba a sentarse con la mirada perdida, rumiando su comida como una vaca vieja. Siendo uno de los tiburones empresariales más jóvenes del lugar, parecía haber envejecido años, desde que le tocó sentarse y dar el callo como uno más. La gente formaba corrillos en el comedor y charlaban entre ellos, mientras Helmut, acabada ya su comida, se había disculpado y estaba sentado en una mesa apartada, escuchando música en un viejo reproductor mp3, de los que funcionaban con cedés y desplegaba su periódico para rellenar el crucigrama, como acostumbraba cada mediodía. En cuanto puso sus manos notó el bulto de la revista, y sintió una leve turbación al habérsela traído consigo sin querer. Buscó, cuidándose de mantenerla oculta, la página de pasatiempos, y, con su mejor cara de poker, se entregó al dichoso crucigrama.
Vertical, cuatro letras: Dícese de aquel poco atento o ido.
- ¡Liebermann! – Exclamó una voz muy cerca de su cabeza, haciéndole sobresaltarse. Su bolígrafo voló entre sus dedos, haciéndole manotear en el aire intentando coger el escurridizo trasto, hasta que rebotó en su frente, moviéndole las gafas antes de posarse en la mesa. La voz pertenecía a Radbruch, su joven jefe.
- S…s… ¿Si? – Preguntó, mientras devolvía las gafas a su sitio.
- Ese es el “Lights”, ¿verdad? ¿Puedo ver la sección de deportes? – El tacto de la revista, tan nuevecita, impoluta y vergonzante hizo saltar todas las alarmas de pánico en el cerebro de Helmut.
- ¿Eh? – Preguntó, jugando a la desesperada la carta de hacerse el loco.
- Solo necesito la sección de deportes un par de minutos, Helmut. ¡Vamos! ¡No interrumpiré su crucigrama!
- Y… y… y… ¡Ya! ¡En seguida! – Balbuceó, intentando encontrar la sección sin mostrar su pequeño y pecaminoso tesoro. – Un segundo.
Desesperado, Helmut retorcía el periódico en los más bizarros modos intentando conservar su secreto, mientras su jefe se impacientaba cada vez más. Rebuscaba en cada página, abriendo solo una esquina del periódico, sin desplegarlo, lo que dificultaba enormemente la búsqueda, y le hacía quedar como una especie de idiota ante su jefe, que a los pocos segundos acabó por perder la paciencia.
- ¡Deme eso! ¡Ya lo busco yo! – Dijo alargando su brazo.
En ese momento, las manos de Helmut se crisparon, cerrándose como garras sobre el periódico. Con su mente funcionando a la desesperada, su brazo pegó una sacudida espasmódica, como un latigazo, que tiró su bolígrafo al suelo.
- ¡Oh! – Exclamó el oficinista, agachándose bajo la mesa a toda velocidad, llevándose el periódico consigo. – ¡Deportes! ¡Aquí tiene, señor Radbruch! – Su jefe no podía sino mirarlo confundido: Todo había sucedido en unos cuatro segundos, aproximadamente. De repente, Helmut, barrigudo, gordo y algo torpe, había desaparecido y luego vuelto a aparecer, ofreciéndole con su brazo extendido la sección de deportes. ¡Por los cielos! ¡Si ese hombre resoplaba como una res moribunda si tenía que subir más de tres pisos andando! De repente fue consciente de… - ¿Y la sección de fina…?
- ¡Lelo! – Exclamó el empleado, con la mirada perdida en el crucigrama, mientras le tendía un puñado de papeles, extraídos sin mirar.
- ¿Perdón? – Preguntó Radbruch alzando una ceja, mientras tomaba la sección financiera de las manos de su subordinado.
- Vertical, cuatro letras, poco atento o ido. – Dijo Helmut sin mirar, buscando su siguiente palabra, mientras sus rodillas sujetaban su tesoro de papel cuche contra la parte inferior de la mesa.
- Acabe eso y reincorpórese al trabajo, ¿vale? – Dijo mientras se iba, sin dejar de mirarlo de reojo.
Helmut Liebermann tenía la mirada aparentemente perdida. Eso creían ver los que pasaban ante su cubículo: Un hombre sentado en su mesa de trabajo, con un informe entre manos, la pila de trabajo por hacer casi vacía y la mirada perdida en el infinito. Sin embargo, Helmut no estaba inactivo, todo lo contrario: Su mente era un hervidero de pensamientos enfrentados, mientras sus ojos estaban clavados firmemente en el reloj que había en la pared al fondo de la oficina. El segundero continuaba su avance inexorable, tanto que el oficinista podía oír cada uno de sus pasos, cada vuelta de sus mecanismos, resonando como martillazos en el interior de una campana gigante. Solo dos minutos para la hora de salida, y probablemente Radbruch vendría con un centenar de excusas para que se quedasen a hacer horas extras. La duda lo reconcomía como una criatura de pesadilla devorando sus entrañas: Responsabilidad contra instintos primarios. El bolígrafo temblaba en su mano, mientras el informe a medio terminar esperaba a ser ratificado. Un minuto y medio… Helmut no sabía que hacer… Se sentía perdido. Giró la cabeza y contempló la pequeña foto de su familia que tenía en el escritorio, regalo de su esposa por algún aniversario de bodas. Ahí estaba ella, con su traje chaqueta de color gris y sus zapatos de suela plana, con el pelo recogido en una trenza, como acostumbraba a llevarlo. Wilhelm llevaba una gorra de beisbol de medio lado, una sudadera en la que había sitio para el barrigón de su padre, que le llegaba casi hasta las rodillas y una pose extraña y agresiva. “Estilo callejero”, decía… Hip hop. Sigfrid tenía el pelo con raya a un lado, como exigía su madre, y la camisa tensa por que acababa de incrustársela bajo el pantalón. Y ahí estaba él; Helmut. Un hombre que había renunciado a sus deseos, sueños y ambiciones por el bien de su familia, durante casi veinte largos años. Intentó escuchar los pasos de alguien acercándose al cubículo, pero por lo visto, no había nadie lo suficientemente desocupado para husmear. Finalmente, sacó la revista, hojeándola lentamente… El último minuto de su jornada había empezado su breve y significativa vida, como bien indicaba el reloj. Helmut se detuvo en una página que llevaba marcada con el billete de autobús, con anuncios de particulares. Remarcó con su bolígrafo el círculo de aquel que había elegido la noche anterior y guardó de nuevo la revista dentro del periódico. Tomó el que iba a ser el último formulario del día y firmó en el borde. Luego tomó una hoja en blanco y escribió números del uno al siete, uno por cada informe pendiente. Ya los había revisado al llegar por la mañana y ahora solo quedaba rellenar los huecos en blanco. Escribió rápidamente el nombre del titular de cada reclamación al lado de su respectiva conclusión, justificando esta con un par de palabras. Plantó la nota en el centro de su escritorio y se levantó, vistiéndose la chaqueta, colgándose del hombro su portapapeles y tomando en una mano el periódico y en otra el estuche.
- ¿A dónde cree que va, Liebermann? – Preguntó Radbruch desde su despacho. Lo señalaba amenazador con un palo de golf, mientras se disponía a salir a su encuentro.
- ¿Para que es eso, señor Radbruch? – El jefe de repente miró su palo, como si no entendiese lo que hacía ahí y lo arrojó al interior de su despacho. Helmut aprovechó la distracción para llamar al ascensor.
- ¡Responda a la pregunta!
- Tengo asuntos que resolver. – Dijo, alzando su mentón con orgullo. – Y ya es la hora.
- También tiene asuntos que resolver en su mesa, Liebermann.
- Quedan siete y he dejado una nota con las conclusiones. Solo queda rellenarlos y listo. ¡Incluso los he firmado! – Su pie daba golpes inquietos, mientras se preguntaba por la demora del dichoso ascensor.
- ¡Quedan los que yo le diga que qued…!
- ¡Señor mío! – Insistió Helmut. – Tengo asuntos importantes.
- Helmut, como no vuelva a meter esos trastos suyos en ese maldito cubículo, ya puede coger ese periódico y…
- ¡Leer las tiras cómicas! – Acabó Helmut por él. – Radbruch, si cree que cualquiera de estos o usted puede hacer doscientos cuarenta y nueve informes a lo largo de un día, y permítame informarle que normalmente cada empleado necesita una quincena para hacer tan solo cien, es libre de despedirme cuando guste. Seguro que al sindicato le encanta oír como fui despedido por negarme a hacer horas extras.
- ¡No será capaz! – Susurró Radbruch, encarándolo. La tez rubicunda del empleado se ensombreció ante el atisbo de duda. Se inclinó sobre su jefe, haciéndolo retroceder instintivamente.
- Radbruch… Usted lleva tres años anotándose primas por alto rendimiento de su equipo gracias a que tiene a un trabajador puntilloso, rebuscado y metódico: Yo. Ahora, salga de mi camino o le prometo que no descansaré hasta encontrar la forma de sacarle indemnizaciones por todo, desde daños psicológicos por sus tediosas anécdotas sobre pesca deportiva, hasta por el bus que me está a punto de hacer perder. – El ritmo de su voz era calculadamente lento y amenazador, pero cambió de repente. – A no ser que usted sea magnánimo, me conceda esta excepción y deje todo aquí…
- Bueno… - Radbruch dio dos pasos atrás, aprovechando el cambio de tono. – Si dice que ha hecho todos esos informes, puede irse. Yo mismo haré los que quedan… Aunque ahora esté muy liado, ya sabe…
- Por supuesto, lo entiendo. – Helmut de repente sonreía como si nada de esto hubiese sucedido. Su aspecto era de nuevo risueño y bonachón. – Muchas gracias por su generosidad, señor Radbruch.
El ascensor se fue, y Helmut con él, pero no antes de oír el suspiro de alivio de su jefe mientras las puertas se cerraban.
En la parada del autobús, Helmut caminaba distraído, atendiendo al cartel luminoso con las próximas llegadas. “Cuatro minutos”, sonrió satisfecho, consultando su reloj de pulsera, “vamos bien de tiempo”. Caminó hacia el interior de la marquesina, posando en el suelo su estuche, pero cuando se disponía a hacer lo mismo con su cartera portapapeles, se levantó para ceder su asiento a una anciana y una mujer embarazada que venían juntas. Tampoco le importó demasiado, siendo como era un hombre maduro y educado, y respondió con una sonrisa a los agradecimientos de las dos buenas señoras, que volvieron a su conversación sobre el deterioro de los modales en la juventud. Su mente estaba abstraída en la espera del bus, cuando una voz femenina lo sorprendió, justo a su izquierda.
- ¿Tío Helmut? – Pregunto una chica. Lo miraba fijamente, con un par de ojos azules cuya inocencia podría derretir un iceberg.
- S… s… ¿Si? – Preguntó turbado, mientras el color inundaba sus mejillas. - ¿Te conozco, jovencita? – Era una pregunta puramente retórica, ¡por supuesto que no! Esa chica no era de las que se olvidan. Era bajita, tanto que no llegaba al metro setenta, y era totalmente encantadora. Cabello rubio, liso, menuda, aunque con unos pechos que, normales en otra mujer, en ella eran desproporcionadamente grandes. Tenía una boquita pequeña, y unas piernas largas envueltas en una media de red. La falda, de cuadros de color verde oliva y negro no le llegaba a la rodilla, y la camiseta negra de manga larga se abría con un pequeño escote que revelaba el sensual borde de un sujetador de encaje negro. Por encima llevaba una cazadora de cuero negro que ceñía sus formas, imitación para un cuerpo femenino de las típicas chupas de macarra, como aquella que Helmut guardaba en el fondo de su armario.
- ¡Es cierto! No me has visto desde antes… - Dijo ella, llevándose graciosamente la mano a la frente. – Soy Daphne Morgenstratch. – Dijo mientras se ponía de puntillas para dar a Helmut un beso en la mejilla, momento en el que susurró en su oído. – Antes era Steffan. – Helmut palideció, y su rubor se tornó lividez, para retomar en seguida el color rojo. ¡Era el hij…! ¡La…! ¡lo…! ¡De sus vecinos!
- Tus… Tus padres decían que habías tenido un… Accidente, esquiando en Icicle…
- En realidad solo me escapé de casa… - Respondió ella, pisando una colilla y retorciéndola con sus zapatos de tacón. – Mis padres no querían comprender mi… Personalidad. - ¿Qué tal están?
- Se mudaron hace dos años. Creo que ahora viven en Junon. – Dijo con nerviosismo. – Trabajo nuevo, creo.
- A veces me gustaría recuperar el contacto. – Confesó, algo triste.
- Comprend… ¡¿Eh?!
Algo sorprendió a Helmut, golpeándolo desde atrás: Era un simple crío alocado, en un monopatín, que desapareció sin mirar atrás, dando motivos a la anciana y a la embarazada para volver a la carga con su crítica anti-juvenil. Helmut manoteó intentando recobrar el equilibrio, y lo logró, a costa de casi ahogarse al enganchar la correa de su cartera con uno de los aspavientos y pegar un tirón de su cuello. Casi iba a suspirar de alivio, cuando el ruido de papeles al aire lo despertó. Horrorizado, no pudo sino ver como su periódico se deshacía en el aire y se dispersaba como semillas de diente de león, mientras su prohibido contenido impactaba en la acera con un golpe seco. Cuando quiso darse cuenta, Daphne ya se había agachado y estaba leyendo los titulares de la portada, decorada con una foto de cinco hombres en plena veintena que posaban de forma viril y desenfadada. La sangre subió a la cabeza de Helmut con tal fuerza que creyó que esta le iba a estallar, pero ella se limitó a cogerla con toda naturalidad y hojearla, mientras ajustaba bien el billete de autobús en su función de marca-páginas.
- Toma – dijo mientras se la entregaba, sonriendo. – ¡Veo que sigues como siempre!
- Eh… - Helmut se rascó la nuca, e hizo un gesto con la mano que sujetaba la cartera hacia el estuche, apoyado al pie de la marquesina, mientras asentía tímidamente con la cabeza. – Si… Como siempre. – Tomó la revista y la guardó en la cartera, visiblemente avergonzado.
- Siempre me gustó escucharte a escondidas, de crío – confesó la chica, mirando ruborizada a las puntas de sus pies. – ¡Le dabas caña de verdad! ¡Me habría encantado ser como tú! – Exclamó con admiración.
- Bueno… No se… Es simplemente práctica, dedicación y… ¡Oh! ¡Mi bus! – Dijo y corrió a coger su pesado estuche. – Me alegro de verte.
- ¡Disfrútalo, tío Helmut! – Dijo ella, sonriendo de forma radiante. Helmut pudo verla despidiéndose desde el bus.
Era esa calle, esas galerías y ese local. El ruido procedente del lugar lo delataba, pero Helmut sentía unas ganas incontenibles de sacar la revista para estar seguro. Abrió la puerta de hierro forjado que franqueaba el paso hasta las galerías y entró, resoplando pesadamente mientras avanzaba. El camino se hacía incómodo, y la galería parecía una especie de ruta siniestra. Su aspecto llamaba poderosamente la atención de los dos chavales, un chico y una chica, respectivamente, que estaban tirados en un sofá de lo que parecía una sala de espera, al lado de una puerta con un trozo de papel donde estaba escrito “Prueba aquí”.
- ¿Quién es el último? – Preguntó, tras aclararse la voz. La chica, una mujer extraña, con el pelo rapado en las sienes y peinado formando una cresta, empezó a reírse de él en su misma cara.
- Yo… - Dijo el chaval, de aspecto lánguido y enfermizo. Estaba maquillado con polvo de arroz, lo que le daba una palidez extrema, y se había pintado una especie de telaraña que tenía su ojo izquierdo como centro. El pelo lo tenía negro y violáceo.
- ¡Tú ni siquiera llegarás a entrar! – Bufó la tipeja con desprecio.
- ¡Fuera de aquí! – Un grito procedente del interior los sobresaltó a los tres.
- ¡Que os den por culo, hijos de puta! – Dijo un chaval gordito mientras se iba, recolocándose el peinado y cargando con un estuche parecido al de Helmut, que estaba cerrando ahora mismo. De repente un palo fino y alargado le rebotó en la cara, haciéndole trastabillar y caer al suelo. Se oyeron unos pasos violentos acercándose y el joven agredido recogió rápido su estuche y salió corriendo.
- ¡Vuelve aquí, emo de mierda, y verás lo que es la puta “agonía existencial”! – Gritó una joven, de poco más de veinte años, mientras se asomaba por la puerta por la que acababa de salir el desafortunado tipejo. Llevaba el pelo castaño y liso recogido en una coleta, y sus ojos marrones destilaban furia. Vestía un pantalón ancho, con varios bolsillos a la altura de las rodillas, y un par de camisetas de tiras, una negra con una verde de camuflaje por encima. Se tranquilizó y miró a los tres presentes, poniendo cara rara. - ¿Quién va?
- ¡Yo, hermana! – Dijo la chica de la cresta, levantándose. – Me ha molado tu actitud con ese marica. Seguro que el rollo hardcore es lo tuyo.
- ¿Te va el hardcore? – Preguntó la mujer de la puerta, recogiendo el palo. – ¿Obscene Machine, y esas mierdas?
- ¡Sí, tía! ¡Yo era la líder de las Sodomizer Sorority! – Dijo mientras cargaba con un estuche cubierto de pegatinas.
- ¡Pues eso lo resuelve todo! ¡Hardcore, recoge tu mierda y vete a montar un gang bang por ahí! ¡Siguiente!
El joven gótico se levantó despacio, y cruzó algo amedrentado la puerta, a pesar de que su guardiana le sonreía afablemente, para luego dar un portazo a sus espaldas. Helmut miró horrorizado la escena: Todo era muy distinto ahora de cómo se hacían estas cosas en sus tiempos. Bueno, no del todo. No había más que ver como despacharon a la tipa esa.
Mientras el oficinista esperaba, fueron llegando cada vez más jóvenes, de aspectos extraños y curiosos, desde las ropas monocolor negro hasta las histriónicas mezclas de tono propias de aves exóticas, con todo tipo de adornos y complementos: Cruces (de pie e invertidas), tatuajes, piercings, ropas holgadas, ajustadas, botas, ligueros… Una chica iba incluso con un sombrero de oficial militar y una fusta. Algunos lo miraban, e incluso parecían hacer chistes entre ellos, pero Helmut se mantuvo tranquilo, concentrado en la prueba que tendría que superar en unos instantes. La salita de espera se fue llenando, mientras la gente se entretenía charlando, leyendo o empujándose en broma. Había un gran ambiente de camaradería, lo que ayudaba a Helmut a sentirse aún más extraño. Finalmente, tras veinte minutos, el amable chaval gótico cruzó la puerta, con gesto de indecisión.
- Si eso te llamamos, ¿vale? – Dijo la chica agresiva. - ¡Siguiente!
Helmut se levantó. Alguien caminaba ya hacia la puerta, con su respectivo estuche, pero él se interpuso, levantando un poco la mano para llamar la atención de la joven.
- ¿Si? – Preguntó esta. - ¿Qué desea, señor? - Ese “señor” le sentó a Helmut como una patada en los huevos.
- Soy… - Titubeó. – Soy el siguiente.
- ¿Usted? – Preguntó sorprendida. - ¿Leyó bien el anuncio?
- ¡Si, un segundo! – Exclamó Helmut, rebuscando en su cartera hasta sacar la revista con gesto triunfador. - ¡Aquí está! ¡La Rolling Thunder de este mes, sección de anuncios, tercer aviso: Se busca guitarrista especializado en Hard Rock/Heavy metal, con algún toque de Power y de Thrash. Audición…!
- Si, si… - Interrumpió ella sorprendida. – Bueno, supongo que puede pasar.
- Muchas gracias… - Asintió el oficinista, sonriendo excitado. – Déjeme coger mis cosas.
- Soy Megan. – Le dijo ella, mientras pasaba a su lado por la puerta y la cerraba a sus espaldas. – El de pelo liso es Mark – señaló a un chaval de su misma edad, con el cabello negro recogido en una coleta que lo miraba desconcertado. Sus ojos verdes pasaron a Megan y volvieron a Helmut. – Y el que está afinando la guitarra de espaldas es Han. – El aludido se giró, dedicándole una mirada hostil. Sus ojos oscuros ardían y parecía estar teniendo un día particularmente malo. – Gente, este es Helmut. – La joven ocupó su lugar, detrás de la batería, tomó sus baquetas y esperó. Mark también, apoyando sus antebrazos en el bajo que colgaba de su hombro.
- ¿Y bien? ¿Qué va a ser? ¿Música de cámara, o quizás mejor algún adagio? – Helmut sonrió, viendo tan solo una broma mientas sacaba su guitarra. Era un instrumento de formas angulosas, de color blanco con un golpeador nacarado y dos pick-ups Humbucker de doble bobina.
- Ya… Ya la traje afinada. – Anunció sonriendo bobamente. – Un segundo para calentar y…
- Otro para la pastilla del reuma. – Mark y Megan intercambiaron una mirada de fastidio. Su guitarra solista parecía especialmente hosco esta noche. Ambos se preguntaban si acabaría llegando la sangre al río.
- Para eso, mejor cuidar la alimentación. – Helmut miraba hacia un pack de latas de cerveza que había posado sobre uno de los amplificadores, al lado de los restos de su hermano gemelo, del que solo quedaba ya un envase, y en las últimas. – En fin. Se tocar acordes mayores, menores, cuatriadas y quintas, y alguno que otro más así raro. Era muy rápido con los punteos, pero ahora estoy algo desentrenado.
- ¿Traes algo preparado? – Se apresuró a preguntar el bajista, evitando dar cancha a su compañero para continuar su acoso.
- Bueno… Compuse una cosita hace veinte o veintiún años… Esta era de mis favoritas. – Dijo mientras se quitaba las gafas y las posaba encima del amplificador que le indicaron, con aire nostálgico. - Compás de cuatro tiempos: Re, sol, mi menor, do, volvemos a re, sol y do. La parte del puente es mi menor y sol. Hago la primera vuelta, ¿vale?
El grupo agradeció esa primera vuelta: Helmut había sido muy rápido explicando todo eso entre dientes. Por suerte, una vez empezó a tocarlo, todo fue más simple. Rasgaba una vez por cada acorde, dejándolo sonar mientras aprovechaba para ajustar la ecualización de su instrumento y amplificador. Dio otra vuelta al ritmo, mientras los tres miembros se le unían, con actitudes aún entre el escepticismo y el hastío. No sonaba mal, pero no dejaba de ser muy simple. Un conjunto de acordes agradable, resonante, evocador, pero…
- ¡Puente! ¡Ya!
La mano izquierda del oficinista voló hacia la parte del mástil de su instrumento más próxima al cuerpo. Allí donde estaban los trastes de las notas más agudas, su dedo medio pulsó la tercera cuerda y la retorció, amplificando el sonido, mientras su otra mano pegaba un tirón a la palanca del trémolo, sobresaltando todo el local. En cuanto se repusieron, la mano de Helmut estaba empezando un solo basado en una escala descendente de sol, que recorría todo el mástil usando los cuatro dedos a velocidades relampagueantes. A esa belleza pálida solo le faltaba echar chispas. Rugió un rato, mientras intercalaba algunos chirriantes armónicos artificiales en medio de barridos de sweep picking que llenaban los segundos de notas. Al finalizar el puente, dejó su solo para tocar con los demás una secuencia de acordes que redondeaban la canción. Mark tenía los ojos abiertos de par en par, y Megan miraba preocupada a Han, sin dejar de tocar. Este había dejado de tocar para hacer un par de ajustes en su amplificador. Cuando se volvió, tocando de nuevo la suave parte del comienzo, su sonrisa mostraba intenciones predatorias. Si esto fuese un documental, otro macho acababa de entrar en su territorio y se había meado en su árbol favorito. Ahora Han tendría que demostrar quien tenía más cojones. Al otro lado del local de ensayo, Helmut rasgueaba suavemente su guitarra, mientras sus ojos grises brillaban, sosteniendo la mirada del joven.
Han empezó por los graves. Su guitarra estaba fabricada con ébano, y el barnizado brillaba bajo la luz de la cutre bombilla que alumbraba la sala. Tomó con la derecha el trémolo dorado que pendía del puente de su guitarra y empezó a tocar. Sus notas iban pegando pequeños acelerones antes de volver a frenar, como si fuesen ráfagas. Finalmente, cuando recorrió el mástil, dejó sonar una sola nota, hasta que volvió a estallar: Bajando desde la sexta cuerda, fue ganando velocidad y estridencia a medida que se alzaban notas cada vez más agudas. A la altura del traste quince empezó a marcar una secuencia, en la que iba acelerando y reduciendo sucesivamente, antes de descender un par de trastes para luego culminar con un ascenso hasta los agudos, forzando aún más con el trémolo.
A Helmut solo le faltó aplaudir. Se conformó con un asentimiento, mientras recogía la última nota tocada por Han y la acompañaba de un par de filigranas, marca de la casa. Descendió, subió… Mark miraba a Megan, encogiéndose de hombros. La canción ya no era una canción, y ellos simplemente se limitaban a aportar un acompañamiento para que esos dos se partiesen la cara. Se acercó discretamente para decir algo a la baterista, pero esta le indicó con un gesto que no molestase y dejase escuchar. “Tu eres la que hace judo. Ya los separarás tu…”, y con este pensamiento y un nuevo encogimiento de hombros, Mark se quedó tranquilo. Han contraatacaba, con un mensaje muy claro: No importa lo original que seas, yo también lo soy, y además soy más rápido. Helmut discrepaba con mayor o menor habilidad, mientras buscaba ocasiones entre cada barrido de sweep picking y cada secuencia de veloces hammer-ons y pull-offs, para mirar de reojo a su oponente. “¡A la mierda!”, pensó. “¡Es personal!”
Avanzando hasta el medio de la sala, interrumpió el solo de Han en plena pausa, siguiendo lo que estaba tocando para responder con una ráfaga de notas casi igual, pero en otro tono. Han, contrariado, alzó el rostro. Sus dientes apretados acabaron por formar una sonrisa. “Robando solos, ¿eh? ¡Bien! ¡Me encanta cuando empieza el cuerpo a cuerpo!”
Han encaró a Helmut y le devolvió la jugada, recuperando el fraseo que había estado tocando antes y llevándolo de nuevo a la zona de notas agudas. Helmut lo continuó en la misma zona, tocando durante un par de segundos y dejando un compás lo suficientemente incompleto como para que Han recogiese el desafío. Así lo hizo, y sus guitarras discutieron y aullaron durante varios minutos, en fraseos cada vez más cortos, hasta que finalmente Han limitó el suyo a una única nota, a la que Helmut se unió. Entonces, apartando la púa y usando la punta del dedo medio, empezó a hacer tapping. Su mano izquierda tocaba normalmente, pero la derecha en lugar de hacer sonar normalmente las cuerdas con la púa, golpeaba en el mástil, haciendo sonar aún más notas y a velocidades increíblemente endiabladas.
“¡No soy tan viejo!”, pensó Helmut, siguiéndole el juego. Su tapping era algo más torpe, pero lo compensaba haciendo vibrar las notas para darles cuerpo. Tocaron a la vez, por turnos, a la vez de nuevo, intercalaron rápidos punteos en medio... Sudaban como boxeadores, y sus tendones empezaban a tensarse y sobrecargarse, momento en el que Han aprovechó para atacar, viendo que se acercaba el final del compás.
- Mira… - Susurró, mientras pegó un rasgueo a todas las cuerdas, haciendo reventando el tapping hacia un rápido barrido de púa en el que se estuvo cerca de llegar a la decena de notas por segundo, pero Han no quiso bajar tanto la velocidad. – Y… - La mano derecha del joven ascendió hasta su cara, estirando índice y medio para señalar primero a sus ojos y a los de Helmut, sucesivamente, mientras su mano izquierda seguía tocando. Legato: Tapping a una mano, haciendo sonar las notas al pulsar los dedos contra el mástil. Helmut casi aplastaba su púa, mientras Han lo provocaba con su gesto, que acabó con su mano señalando a la otra mientras tocaba – No lo olvides nunca. – Concluyó, a la vez que rasgaba todas las cuerdas, cerrando la canción con un acorde.
Helmut lo miraba casi con rabia. Se sentía ansioso por sobreponerse a ese niñato. ¡Él ya había superado las quince pulsaciones por segundo cuando ese maldito tocahuevos aún usaba pañales! ¡Esto no iba a quedar así! ¡No podía quedar así!
- ¡Menos mal! – Interrumpió Mark. – Llevabais rufándoos cosa de veinte minutos.
- Si, yo ya me aburría de tocar siempre lo mismo. – Dijo Megan, secándose el sudor. – No estamos de adorno, ¿sabéis? A ver… Algo interesante.
Han asintió y empezó a tocar un ritmo de heavy metal, amortiguando el sonido con el canto de su muñeca en el puente para darle más fuerza a la canción, soltándolo en las notas adecuadas. Helmut esperó a que se hubiesen incorporado los otros dos, antes de saltar al ruedo con un nuevo solo que transformó en tapping, en el que introdujo algunos legatos. A pesar de sentirse furioso y obstinado, estaba gratamente sorprendido por el nivel que había logrado mantener a pesar de los años y la práctica esporádica. Tuvo que admitirlo, se estaba divirtiendo, y no pudo evitar sonreír de forma desafiante cuando Han se unió a su solo.
- ¡Esto ser una canción! ¿Vosotros recordar? – Gritó Megan, tras la batería. – ¡Como me toquéis los ovarios va a haber hostias! – Ambos asintieron, mascullando algún monosílabo en respuesta, mientras relajaban el pique. Mark dedujo que esta vez le tocaba cantar a él.
- Una suave, gente… A ver que tal se os da ser personas… - Dijo el bajista intentando pararlos. - ¿No? – Lo miraron a la vez, con caras que gritaban “¡victoria o muerte!”. - ¡Sea! – Y siguió con la canción que Han había empezado.
El resultado, dentro del marco definido de la canción, más allá de las rencillas y la prueba de masculinidad, era aún mejor. Si bien dentro de esas dos cabezas de hormigón esto seguía siendo un asunto entre dos, el bajo y la batería se las arreglaron para hacer sonar al conjunto como una banda, cosa increíble. Se relajaban lo suficiente para dejar cantar a Mark, pero aprovechaban cada milésima de segundo libre para lanzarse golpes de la forma más rastrera posible. La canción se convirtió en dos, y luego en tres. Mark y Megan se compenetraban para pasar de un tema a otro, arrastrando con ellos a los contendientes que seguían con la suya. Su liza era continua e igualada, limitados a jadear, mirarse de forma hostil, secarse el sudor y hacer sonar notas, rápidas como ametralladoras, que parecían cada vez más cerca de derrumbar el edificio.
Finalmente, con el solo de la quinta canción sucedió algo totalmente inesperado: Han había subido el listón hasta la estratosfera, y Helmut estaba cogiendo carrerilla con gesto confiado. Los dos estaban tan entregados a su música que desde hacía ya un par de canciones acompañaban sus intervenciones de movimientos espasmódicos y entregados, siguiendo el ritmo de la música y estremeciéndose, como si estuviesen actuando para cien mil fans. Sus dedos barrieron, en una escala en la que volvía sobre sus pasos, surcando los trastes con sus dedos casi más rápido que el propio sonido de las notas. Alzó el rostro, tocando más despacio, estirando las notas y mirando con soberbia a Han, que permanecía con la cabeza gacha, concentrado y midiendo el ritmo. Apenas le faltaba medio compás para entrar, cuando de repente…
FRLAAAAAAFGGRGH
¡La corbata! ¡La puta corbata! La dichosa prenda, diseñada por algún estúpido con la finalidad de mancharse de sopa y molestar los días calurosos, había caído sobre las cuerdas, justo bajo la mano derecha de Helmut, interrumpiendo su solo como el estallido de una bomba de hidrógeno. Megan lo miraba horrorizada, y Mark fue incapaz de seguir cantando por la sorpresa, pero Han no se dio cuenta en el momento. Empezó a tocar, tan veloz, preciso y agresivo como siempre, hasta que echó de menos el sonido del bajo y la batería. Sin dejar de tocar, se volvió para mirar y se encontró a Helmut paralizado, con la corbata aún bajo su mano. Su rostro era la viva imagen de la desolación, tanto que Mark estaba dándole palmadas en la espalda en ese mismo momento. Han volvió a mirar su propia guitarra, acelerando su solo. Ante los ojos de los presentes, su mano derecha se crispó de una forma extraña y su púa de color verde fosforescente, cayó al suelo.
- Menuda mierda, tío… - Dijo mientras la recogía con una sonrisa. – Cuando estamos, estamos, y cuando no la cagamos a la vez.
- Ya… - Dijo Helmut, mientras miraba la corbata, de color azul con motitas blancas y plateadas, probablemente regalo de Frida. – Mala suerte…
- ¡Descanso de diez minutos! – Han buscó la toalla para secar su frente. – Voy a mear.
- Yo a fumar… - Se unió Mark.
- ¡Joder! Eh…
- Helmut. – Ayudó, mientras se estiraba y volvía a afinar su guitarra.
- ¡Helmut! – Exclamó Megan. - ¿Dónde cojones aprendiste a tocar así? – El guitarrista sonrió mientras resoplaba con nostalgia.
- ¿Conoces un grupo que se llama Atomic Wasteland?
- ¡Hostia puta! – Gritó mientras salía de detrás de su instrumento para tocar al cuarentón, a ver si era real. – No serás tu Avenging Atom, ¿verdad? – Mientras tanto, intentaba asociar los rasgos del legendario guitarrista a los del hombre que se alzaba ante ella, pero algo no cuadraba.
- No, ese entró en mi lugar cuando yo me negué a esa patochada de los disfraces y el maquillaje de zombi radiactivo.
- ¿Y que has hecho este tiempo?
- Bueno, hubo un par de grupos, pero la cosa no fue a más. Luego cumplí veintitrés, acabé el curso superior de auxiliar administrativo y entré en una aseguradora… Te casas, sientas cabeza… Pero luego, lo echaba de menos.
- No está mal. – Concedió ella. – A mí siempre me ha gustado aporrear cosas. Por eso toco la batería. – Helmut rió, pero ella insistió. – En serio: Soy cinturón negro de judo, jiu jitsu y aikido, y he sido campeona en el interdistrito cuatro años seguidos.
- ¿En cual?
- ¿Cómo en cual? ¡Ah! Judo y jiu jitsu. No hay campeonatos de aikido. – Respondió. – Y como las artes marciales son todo prácticamente sentido del ritmo, esto se me da bien… - El cuarentón seguía sin decir nada, estirando cada músculo de sus brazos con gestos de dolor, de modo que el silencio era muy incómodo. - ¡Jo-der! Los wasteland… - Dijo, intentando llenarlo.
- Megan… - Helmut ignoró el comentario, mientras apoyaba su guitarra en el estuche, buscando un lugar donde sentarse. – Se sincera. ¿Crees que podré tocar con vosotros?
Mientras tanto, en el exterior, Han miraba asombrado como había unas cuarenta personas, cada uno con su guitarra a cuestas, con la mirada perdida. También había algunos de las bandas que ocupaban los locales contiguos, igual de anonadados. Se dio media vuelta y arrancó el cartel que anunciaba las pruebas de guitarristas.
- Esto… ¡Tío! - Dijo uno de los aspirantes, dándole unos toquecitos en la espalda. - ¿Podemos quedarnos a escuchar?
Han se quedó mirándolo unos segundos, confundido. Entonces rompió a reír, aplastó el papel y se lo guardó en el bolsillo, mientras caminaba hacia el baño. El aspirante lo siguió con la mirada, confundido, y luego se giró hacia Mark, que se encontró con varias decenas de pares de ojos suplicantes, mientras rebuscaba la cajetilla de tabaco entre sus bolsillos. Se llevó uno a los labios, levantó el mechero, lo prendió y saboreó lentamente la primera calada, mientras cruzaba sus ojos verdes con los de toda esa gente.
- Como os de la puta gana. – Respondió encogiéndose de hombros.
viernes, 13 de febrero de 2009
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9 comentarios:
Joder... Despues de entremezclar tramas con quince personajes, hacer un One Shot equivale a tomarse unas vacaciones (no había tenido ninguno desde Anatoli).
Bueno gente, dad la cara: ¿Cuantos de vosotros creísteis que era una revista porno?
PD: He aquí la canción que inspiró el personaje.
http://www.youtube.com/watch?v=7HQWDkEmyv8
Yo al principio pense que las pruebas eran para actor porno.
Yo piqué xD como una tonta además. Lo único que me desconcertaba era el estuche.
El relato se entiende mejor con música, la gente como yo que no sabe nada de guitarras entiende los tecnicismos mejor.
Leyendo cosas como esta me arrepiento de mi One Shot con el duelo de guitarras, y me arrepiento de no estar recibiendo clases de guitarra (qué olvidada la tengo).
Muy bueno.
Buen relato XD creo que todos caímos en lo de la revista porno.
La batería del grup me mola, me recue4rda a alguien... XD for the lols, y a Han creo que ya lo conocemos.
Por cierto, ¿sacaste el nombre de Helmut de una de las actuaciones de Les Luthiers? Es que tienen una, El Pastro y el Eco, en el que aparece un personaje llamado Helmut. ¿Vino de ahí?
PD: Pensaba que Daphne era más alta, no me la imaginaba un poco más pequeña que yo.
Es más gracioso si es menudita: Queda menos hombruna. Además, Kowalsky también es retaco. No tanto como Daphne, pero si más que Riedell.
Me uno a la lista de owneados, ademas en directo xDD
Se hace raro leer un one-shot tuyo, pero no por ello baja el nivel. Lo que pasa es que al no compartir el gusto por las guitarras ni el motor contigo, y tu sentir tanta pasión por ambas cosas, la lista de tecnicismos habitualmente se vuelve un galimatías en el cual no entiendo nada.
Pero vamos, se sigue bien.
Es "Thrash" Metal, pedazo de ilusionista bastardo. He picado por depender tanto del grafismo en la narrativa y caer en los tópicos.
La parte musical se me escapa y sólo llego a ver algo así como un pique de air guitar con Strangers in the Night de fondo (circunstancia mía). El enlace ayuda a hacerse una idea. Así que me parece un one shot algo simple en su historia pero original en su realización, lo que tiene más mérito.
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