domingo, 1 de febrero de 2009

156.

Se maldijo a sí mismo cuando vomitó la frugal cena del día anterior. Al menos, pensó no sin cierta ironía e inadecuación, no son los gusanos morados de todas las veces. Aquella terrible combinación le producía más terribles arcadas cada vez que salía disparada de su boca; pero por fortuna para él, hoy solamente existía el color violáceo, no la forma alargada.

Sin darle tiempo a escupir los finos hilillos de saliva mezclada con los ácidos estomacales que colgaban de su labio inferior, volvió a ser golpeado, en esa ocasión por una bota, justo debajo del esternón, en el lugar donde debería estar el final de su esófago. Debería, porque Yief estaba tan mareado y lleno de tranquilizantes que no sabría decir, gracias a su amodorramiento, si eso era la boca del estómago o el ano. Rodó por el suelo, y en el trayecto aplastó su maltrecho brazo: quería gritar, aullar de dolor, pero su oprimida garganta se negaba a concederle dicha satisfacción.
Era difícil hacerlo cuando el cuello de su camisa estaba sujeto tan duramente por un puño.

- ¿Cómo sabes tú eso? – aquel tipo se había acercado mucho a su oído, evitando levanta la voz más de lo necesario hasta convertirla en un amenazador susurro - ¿Cómo coño lo sabes?
- ¡Suéltame, puto psicópata! – Yief se asombró a sí mismo de su determinación para decir semejante cosa y con voz tan fuerte para estar agarrado por el cuello, pero se arrepintió dos segundos después, cuando chocó contra una pared empujado por su agresor, que no había aflojado su presa. Si no hubiera estado empastillado a más no poder, seguro que el dolor de la agresión y las lesiones anteriores le hubieran hecho perder el conocimiento hacía rato.

No sabría decir durante cuánto tiempo o cuánta distancia fue arrastrado, pero le sorprendió el hecho de que no hubiera nadie por la calle. ¿Cómo era aquello posible? ¿Los suburbios, y no hay nadie en la calle? Yief no supo darse una respuesta exacta.

Dicen que cuando estás a punto de morir ves pasar tu vida delante de tus ojos, como si de una película se tratase. En ese momento, Yief hubiera deseado ver aquella película estando sentado en uno de los butacones que poseía cuando era otro adinerado más, comiendo palomitas y con una furcia encocainada devorándole la entrepierna, porque aquello ya pasa de castaño a oscuro. Alguien debía de estar gastándole una broma, porque si no ya podría alguien explicarle por qué sólo aparecían imágenes de su segunda vida, su vida en la miseria, su vida como pobre, indigente, marginado. Pero visto desde una perspectiva mucho más emocionante.

Se enfureció al ver ,frente a sí mismo, a la imagen de un Richard Blackhole con su nariz enrojecida y pómulos de su redonda cara enrojecidos por la sangre que subía a su cabeza, con su papada tambaleante, bailando bajo la enorme sonrisa envuelta de una corta barba de guerrilla, grisácea, de no más de tres días. Incluso el sonido parecía una burla, pues a sus oídos solo llegaba, desde el interior de su cerebro, una deformada carcajada, de esas que ponen en las escenas a cámara lenta para resaltar la humillación o vergüenza. Nada más apropiado, pensó Yief.
Se apenó cuando vio su propio reflejo. Era un Yief Vanistroff delgado y sucio, demacrado, tirado sobre sus cartones y pasando el mono, con un letrero construido con periódicos reciclados que rezaba: “Tengo anvre. Necsito dinero para komer”. Ja. Como si no hubiera podido conseguir un letrero mejor, pero lo interesante era dar pena para costearse las drogas. Tenía letras de sobra en sus ya conocidos titulares: “Brutal asesinato de dos menores”, “Dos enmascarados atracan un banco. Dejan un balance de dos muertos, y pérdidas de más de un millón”, “Rufus presidente”, “Hallado muerto el hijo de William Stevenson, conocido capo mafioso”, además de un titular sensacionalista (“¿Acaso Tombside puede con SOLDADO y Turk? Descúbranlo en Midgar Voices, y averigüen también cómo adelgazar con la dieta ghysal junto con nuestro suplemento gratuito”) y otros tantos que, bajo manchas de grasa y aceite de motor, amén de otras cosas que no desearía averiguar, resultaban poco menos que ilegibles. Echaba de menos sus periódicos. En su visión, se arrancó un trozo de sangre reseco de la nariz, cosa que al Yief arrastrado por un férreo puño de inhumana fuerza le produjo una enorme repulsión.

La gente que le daba dinero. Su camello, conocido como Bob. Wolt, su viejo amigo de la infancia Wolt, ahora conocido como Jack el vendedor de narcóticos, y no sabría decir si también violador o, simplemente, aprovechado sexual. Su hermano Björn, al que observaba primero sumergido en las aguas de la bañera bajo su propia mano, y luego apalizado por Mieszko Elric Vanisstroff, su arrogante y despreciativo padre; la pera de ducha bajaba una y otra vez, sobre el cuerpo de su hermano mayor, golpeándole el costado, la cabeza, los brazos. Y Lucille…

Allí estaba Lucille, fantástica, con su carita redondeada, sus cejas pequeñas y su frente delgada, su nariz recta y sus labios rosados. Su pelo, largo hasta el esternón y con ligeros rizos caía sobre sus pechos, tapando parte del cuerpo desnudo que había admirado la noche anterior. Estaba perfecta, como si nunca hubiera sido herida por aquella bala fatídica, como si nunca hubiera ido al hospital de urgencia mientras se desangraba. Perfecta. Alzaba los brazos, dispuesta recibirle entre sus cálidos abrazos, otorgándole una sensación que no había sentido en mucho tiempo, dirigiéndole al interior de sus húmedos muslos. Llevándole con ella, como en un sueño, como el fantasma que atrae a su ser querido a un paraíso en el más allá.

Y allí acabó la película, alejado del hospital del que había salido para templar los nervios entre las volutas de humo de un cigarro, tirado en el suelo de una especie de nave industrial llena de cachivaches. ¿Cuándo habían entrado allí? Por todos los dioses, pensó Yief, estoy perdiendo el juicio justo cuando voy a morir, ya solo falta cagarme encima. Vio como su agresor cogía una silla vieja al lado de un armario ennegrecido por lo que podría haber sido un incendio y se sentaba en ella con el respaldo hacia delante, apoyando en él los brazos. Le escrutaba con unos ojos impasibles, y no parecía querer hacer nada por el momento, como pretendiendo dar a Yief la oportunidad del primer paso. El mendigo no pudo evitar los golpes debido a sus lesiones, y aunque hubiera podido leerle la mente… Bueno, las cosas no hubieran cambiado mucho en su favor.

- Así que tú eres… - escupió un borbotón repentino de sangre, que ahogó la frase.
- Sí, yo soy – revisó la cartera de piel que Lucille le había prestado el día anterior – Yief Vanisstroff, natural de Modeoheim– dijo mirando su tarjeta de identificación.
- Bueno, me quitas un peso de encima – dijo medio sonriendo, con dientes ensangrentados, pensando en el asesinato de Szieska mientras su acompañante le miró con un gesto torcido en señal de cara extrañada – Nada, cosas mías, tonterías que llevo pensando durante semanas. Supongo que dará igual cuando me mates.
- ¿Quién dice que vaya a matarte tan rápidamente? Antes vamos a charlar un poco, Yief Vanistroff – Yief se sorprendió; quizás pudiera aprovechar para salir con vida de esa - ¿Cómo lo adivinaste?
- ¿Cómo adiviné quién eras tú? – el hombre sentado asintió - Bueno… Puedo leer las mentes de la gente.

Se hizo el silencio durante unos duros segundos.

- ¿Esperas que me crea semejante mierda?
- Puede parecer una chorrada, pero es la verdad. Si no me crees, piensa cualquier cosa, y ya verás como lo adivino.

Si pudiera alcanzar la materia de su bolsillo… Si tan solo pudiera rozarla…

- ¿Y bien?
- Estás pensando en un helado de frambuesa, con trocitos de almendra, y una bola de helado de color azul cuyo sabor no sabrías identificar.
- Sorprendente – no parecía en absoluto sorprendido - ¿Y ahora?
- Piensas en la camarera de la heladería, una jovencita de unos diecisiete años de tez morena, pelo largo y un delantal blanco que le queda genial. Piensas que está como un bombón, y vas allí mucho a verla.
- ¿Y tú, qué opinas? – dijo su captor levantando una ceja. En esa ocasión, parecía un poco más divertido ante la situación, algo más sorprendido.
- ¿Opinar de qué? – acarició la materia, que poco a poco se hundía más en el bolsillo del abrigo, dificultando el alcance con las yemas de los dedos – Sí, está bastante buena, pero desde luego estaría mejor sin delant… ¡Ouch! – en su afán por aferrar la esfera amarillenta, había vuelto a apoyarse en su maltrecho brazo; reprimiéndose, se aferró el brazo como pudo con la otra mano, sólo para darse cuenta de que tenía a la oscura figura justo delante de él, de pie. En su mano sostenía una brillante gema verde.
- Acabo de paralizarte, y no puedes mover los músculos, así que no te dolerán demasiado. Dime, ¿qué es lo que pienso ahora mismo, Yief Vanistroff?

No se podía mover. Salvo los labios, todo su cuerpo estaba inmovilizado, incluida su mano, que no podía llegar a la materia sentir rota. Y estaban esos ojos… Esos extraños ojos que le observaban, que no apartaban la mirada de él. Eran inquietantes, siniestros, y le desconcentraban. No podía pensar con tranquilidad.

- Piensas… Que podría serte útil con mi habilidad. Leer la mente podría venirte muy bien – le costaba esfuerzo hablar, y más con aquel dolor palpitante en la cara. Estaba a punto de dejarse llevar por el pánico, pues su captor no parecía moverse lo más mínimo.

Yief se preparó para lo peor.


Y su captor sonrió.

La parálisis se fue de su cuerpo, que cayó, y el vagabundo se desplomó sobre el frío y duro suelo de hormigón. Resopló levantando una nubecilla de polvo, y sólo se fijo en las botas oscuras que llevaba aquel hombre. En sus manos, sostenía una esferilla verde, distinta de la anterior: esta era más clara, y su brillo resultaba revitalizador.

- Te estoy curando las heridas y regenerando algunas otras. Estás bastante jodido. No puedo ir más allá de las que yo te he hecho, pero es que ya has venido hecho un cuadro, Yief Vanisstroff – sonreía, con una de esas caras cómicas de ojos cerrados que ponían en los dibujos, tal y como veía el hombre tirado en el suelo al otro- ¿Cómo es que adivinas lo que piensa la gente? ¿Lees su mente como si fuera un libro, o es que puedes ver imágenes de sus cerebros?
- Es una habilidad de nacimiento – Yief tenía que ocultar la materia todo lo que pudiera, pues si descubría que el objeto le daba esa habilidad, significaría su fin. Era su salvaguarda, o su pasaporte a la muerte – Oigo lo que la gente piensa, es… Como si me hablaran, sí.

Yief volvió a ponerse en pie. Aunque no podía caminar bien, y su brazo le dolía horrores, pero podía estar seguro de que por el momento no se iba a derrumbar. Estaba destrozado, sucio, y sus ropas casi se parecían a las que tenía cuando dormía en el frío suelo de los suburbios, pero estaba vivo. Enfrente de él estaba la silla de aquel hombre que le había golpeado, arrastrado por calles e interrogado. Y apoyada sobre ella, una cajita metálica sobre la que descansaba su cartera con sus efectos personales.

- Cógelo. Eso es para ti, Yief Vanisstroff.
- ¿Qué se supone que es? – Yief cogió la caja con ambas manos, y abrió la tapa. Las bisagras chirriaron ligeramente, para dar a descubrir una extraña manilla llena de muescas. No, no eran muescas. Eran ranuras. De materia, más exactamente, y tenía ocupados dos de los ocho huecos, con una esferilla amarilla y otra verde.
- Para ti. Ahora trabajas para mí. Y, como podrás imaginar, no se lo puedes decir a nadie. O te mataré. Coge esto también – le pasó la materia de curación, y un PHS – Estate siempre localizable, porque en cualquier momento puedo llamarte, y si no sabré donde buscarte. Bienvenido a la familia, Yief Vanisstroff.

Cojeando, intento salir del almacén donde había estado retenido durante ¿cuánto, media hora? Quizás más, pero estaba sumamente preocupado por salir de aquel antro antes de que cambiara de opinión. Ni siquiera se fijó por dónde iba, pero desde luego la nuevamente abarrotada calle no le dio una excusa para detenerse.

--

- ¿Qué opinas de ese tipo, Carl?

Carl Loc O’toole salió de entre las sombras, detrás de una especie de cajón de madera vieja con letras negras pintadas, lo suficientemente grande como para haber permanecido oculto detrás y lo suficientemente cerca como para escucharlo todo. Llevaba sus clásicas ropas negras, pero algo desentonaba en su conjunto: llevaba una mascarilla blanca que tapaba boca y nariz.

- Opino que eres un inmenso hijo de la gran puta, por hacerme bajar a este estercolero sabiendo lo sensible que soy a las infecciones. ¿Tengo que recordarte que me falta un cacho de bazo?
- Lo que tú digas, Carl, pero habla de una puta vez y dime ya la opinión que tienes, cojones.
- ¿En serio quieres utilizarle? – Carl arqueó una ceja que le levantó más arrugas en la frente - ¿No se volverá contra nosotros? Tenías que haberle matado, es demasiado arriesgado, y paso de ser ensartado por uno de esos cabrones de espada grande. Quizás a ti te guste volver a ponerte al borde de la muerte, pero yo tengo bastante tengo con una vez, ¿sabes? – había elevado demasiado el tono.
- No se atreverá. Sabe quien soy, lo que soy capaz de hacer, y si lee la mente sabe lo que le haré si dice cualquier mierda.
- No sé yo, no sé yo… Si él no nos mata, lo hará toda la mierda que tenemos aquí - Carl negó con la cabeza, revolviéndola un par de veces, y se recolocó la mascarilla de la cara.

Carl dio unas cuantas vueltas por el almacén mientras su compañero se sentaba en una silla, apoyando los brazos sobre las rodillas. Sillas viejas, cajas de madera, estanterías y verjas de hierro oxidado, etcétera. Parecía un trastero lleno de inmundicia, si es que no lo era ya, y eso desagradaba muchísimo al putero. Desde que su chica de ébano le había apuñalado y quitado ese trozo de bazo, por no hablar del apéndice y un buen tramo de intestino, el hombre se había vuelto muy hipocondríaco, y veía la muerte acechando en cada esquina mugrienta, en cada rincón sucio, en cada zona sin esterilizar. Había comenzado a llevar mascarilla, y parecía cuestión de tiempo que en un bolsillo de su abrigo encontrasen jeringuillas, penicilina, antídotos o el botiquín entero.

- ¿Qué tienes planeado para él? No parece muy dispuesto a colaborar, tendrás que ofrecerle algo que le interese, y no tienes ni puta idea de quién es ni de qué quiere.
- Aunque yo no sea adivino, creo que puedo ver que ese tipo vagabundo puede obtener algún beneficio de nosotros. ¿Acaso no hice lo mismo contigo? Prometí levantar de nuevo tu imperio de drogas y putas, Carl. Si tú me ayudabas a mí – puntualizó bajando la cabeza, sin apartar la mirada del hombre de negro.
- ¿Y a qué venía lo de pedir su opinión sobre la chica de la heladería? Eso ya me parecía algo exagerado.
- Conocerle mejor. Tengo que saber con quien voy a trabajar. ¿No te parece?

Nadie dijo nada durante un instante, mientras Carl seguía paseando por el pequeño cuadrado que se había formado entre la inmundicia y los trastos viejos. Abrió una caja, similar a la que Yief se había llevado pero de dimensiones mayores, y no por ello con un contenido peor. Azul, amarillo, morado, verde… Los colores se mezclaban en fulgurantes ráfagas de luz, y parecían incontables las esferas mágicas creadas con mako. Volvió a cerrar la caja, y se giró nuevamente cuando su extraño acompañante le habló:

- ¿Vas a decirle algo a Big Hole? – preguntó con tono curioso.
- ¿Yo? No, paso. Bastante emocionado está con tu existencia, y si le digo que trabajo contigo, o siquiera que te conozco… No quiero pensar en ello, es bastante extraño cuando se excita por cosas como esa.
- ¡Ja! – lanzó una fingida risotada - ¿Tengo un fan? Me siento halagado, podría montar un club de admiradores.
- Hay que joderse. Ya te vale, Frank.

8 comentarios:

Astaroth dijo...

Lo que primero veréis, es que no hay un enlace claro. Yo os lo digo: no está. Me he saltado un trozo entre el relato de Rokhsa y el mío, así que se produce un pequeño "salto temporal". Algún día entenderéis el por qué.
Segundo, es que llevo planificando este relato durante meses, y por eso retrasé el otro día, utilizando la excusa del examen (que justo coincidió, así que no me siento tan culpable por mentir). Había planeado esto con Rokhsa, pero nunca le hablé de lo que iba a escribir, ni de que iba a incluir a Carl.
En el tercer punto, diré que todo tiene su lógica, y que o soy un maldito genio planificando cosas, o tengo una suerte enorme y los planes me salen por pura potra...
Como cuarta parte de este relato, diré: no me he quedado del todo conforme, pero estoy contento. Creo que este relato ha supuesto en cierto punto una evolución (¡Ya puede! Primero escrito a papel, luego tachado y reescrito, nuevamente readaptado para concordarlo con lo que Rokhsa escribía, pasado a ordenador y corrección). Así que pediría a la gente que opinara.
Como quinto punto: si no solté de Tombside un spoiler mejor, fue porque se avecinaba este relato y no quería destripar sorpresas, aunque al empezar a leerlo fuera evidente quien pegaba a Yief. Así que, como regalo, os voy a dar unas pistas para que penséis: os recuerdo que encontraron a un tipo en una alcantarilla vestido como Tombside. Tengo pendiente corregir ese relato, pero fue en el que Yvette era apuñalada. Tiene que ver con McColder, por ser el segundo en la votación.

Gracias por leer esto, si has llegado hasta aquí te debo un sugus y una jarra de cerveza el día en que nos encontremos (a ti no, Rokhsa).

dijo...

Estaba follando y me has dejado a medias podría decirte. Según bajaba la rueda del ratón, he visto que el relato se acababa y me ha jodido bastante.

De una conspiración, de la cual yo no saber nada era parte del plan y por ello la parte más morbosa, ha salido algo que me gusta...Y mucho.

El principio del relato me ha encantado, esa parte en la que a Tombside se le ha tenido que quedar una cara de lol y las consiguientes hostias que se leva mi personaje.

A Carl no le veo. Es otra marioneta, pero no me cuadra mucho con Tombside.

Lo dicho, ha sido una experiencia bastante gratificante. Comenzar a leer algo que en parte es tuyo y no tener ni zorra de lo que va a pasar me ha puesto los cojones de corbata....¡Pero me has dejado a medias!¡Demasiado corto!

dijo...

¡¡Y quiero mi sugus y mi cerveza!!

Astaroth dijo...

Corto dices... Pero es que me ha llevado cinco páginas de word, que eso antes era una bestialdad y ahora no es nada.

¿No crees que si Carl está ahí, es porque todo está planeado? Lo dicho, sigo sin saber hasta donde llega mi mente a la hora de planificar cosas sin quererlo.

PD: Olvida la cerveza, el sugus todavía.

Lara LI dijo...

Ajajajajaa, no ha estado nada mal... los misterios comienzzan a desvelarse, y detrás de cada respuesta hay veinte prgeuntas más... pero me gusta!!!

Pobre Yief, pobre Lucille y pobre del que se cruza en elcamino de Tombside. Qué mal bicho XD.

Por cierto, decir que la actuación de Frank con Yief, cuando le da la caja, me hizo sentir un deja vú de cuando vi la peli de La Sombra.

A ver que nuevas sopresas nos deparan lo siguientes relatos, de momento pongo manos a la obra.

Lectora de cómics dijo...

Yo haya algunas partes en las que me he perdido, igual es simple cuestión de releer.
Y... te perdono la vida por no soltar un spoiler mejor XD
Se me hace curioso ver a Tombie como "persona" en lugar de como "oscuro asesino en serie", no sé, ver esa parte "humana" de él (entrecomillas porque no es que haya hecho sonrisas y lágrimas, pero ya parece más una persona que un mito)

Una vez más, a Yief no le sale nada bien XDDD

Astaroth dijo...

No había pensado en La Sombra, de hecho nunca he llegado a ver más allá de la parte inicial con el cuchillo que muerde, pero sí que me suena que salvaba gente para luego cobrarles el favor o algo.

Si he conseguido que te pierdas leyendo en ciertos puntos y que veas a Frank como persona, entonces he logrado mi objetivo xD Se antoja difícil sin poder describirle ni cosas así, pero lograré hacer algo de él.

Ukio sensei dijo...

Esta bien que tombside adquiera esencia, aunque a veces se hace confuso (le pegué una relectura por encima a lo repaso para leer tu siguiente relato).

De todos modos, un aviso: Si te tocan el bazo, date por muerto. Una puñalada ahí te mata en segundos, así que quizás mejor un repaso ahí.