viernes, 1 de agosto de 2008

129

- Pero no te lo gastes en vino ¿Eh?

¿Por qué siempre dicen lo mismo? Estoy hasta los cojones de esa gente, te echan un guil y se creen santos.

Ya apenas me acuerdo de cómo terminé así: yo antes era alguien importante, vivía en el sector 2, tenía un trabajo decente… Sí. Me cuesta reconocerlo, pero yo antes era como ellos: me creía importante, hacía lo que me salía de las pelotas, despreciaba a todo ser vivo que estuviese por debajo de mí… La culpa de todo fue de ese tal Blackhole.

Mientras oía como los botines de aquél pez gordo con aires de buen samaritano se marchaban, mis ojos observaban la moneda reluciente. Intenté sacarle brillo con el pulgar como hacen los estúpidos avaros con algo reluciente mientras mi cerebro sólo pensaba en una cosa: diez guiles más y podré ir a por pastillas. Metí la moneda en el único de los bolsillos de mi pantalón que no tenía agujeros y volví a suspender la mano en el aire para ver si alguien se dignaba a dar algo de dinero a un pobre vagabundo.

¡Un mendigo bajo la placa! Cómo si eso fuese algo extraño.

Recuerdo que ese día empezó a hacer frío, y yo me intenté cubrir inútilmente con un par de cartones mugrientos cubiertos de manchas de aceite procedente de las latas de sardinas que se agolpaban junto al contenedor rebosante. Me resultaba extraño: antes cuatro paredes me protegían del mundo exterior, y yo como buen rico que era encendía el aire acondicionado en pleno invierno, burlándome de aquellos que no tenían nada; y ahora ni dos trozos de cartón conseguían darme calor, convirtiéndome en aquello que despreciaba.

Se hizo de noche y las artificiales llamas de las farolas se iluminaron, proyectando tonos anaranjados y amarillentos contra las paredes de los ruinosos edificios. Eso significaba una cosa: ya no era hora de estar en la calle pidiendo.

Ya ni recuerdo cuantos años estuve viviendo en la calle; dos, tres tal vez, pero en poco tiempo tuve que aprender las leyes urbanas que regían aquellos barrios: si no quieres aparecer ahogado en tu propia mierda y cubierto de sangre a la mañana siguiente, busca un sitio seguro. Las bandas no tienen clemencia a la hora de divertirse, y los traficantes de órganos no son la compañía más apropiada para dormir.

Moví con dificultad mis piernas (largas horas sentado pidiendo limosna me las dejaba en un estado de aletargamiento) y las estiré. Allí apoyado en una fría esquina podía ver el enorme agujero que dominaba la punta de mi roída bota izquierda y la amoratada uña que sobresalía por él; no se cuando fue pero me di un golpe en el pie y desde entonces tengo la uña de ese color. Como un niño tonto me puse a hurgar el agujero de la bota y pronto pasé a quedarme embobado mirando mis manos. Llevaba puestos los típicos guantes rotos, como si de la última moda paupérrima se tratase, de los que salían unos escuálidos dedos manchados de hollín y otros tipos de suciedad en las que no quería ni pensar. Apenas tenía uñas, ya que una de mis estúpidas manías era mordérmelas hasta casi hacerlas desaparecer entre mis dientes, lo que me dejaba las puntas de los dedos en carne viva.

De las manos pasé a los brazos, como si de un estudio fisonómico se tratase. Ahí estaba lo peor de mí, mi propio demonio y a la vez falso ángel salvador: varias hendiduras ensangrentadas adornaban la piel entre el antebrazo y el bíceps, orificios que hacían evadirme por un corto período de tiempo de la asquerosa realidad a la que había llegado.

Y lo que no entraba por ahí, entraba por las fosas nasales; tenía el tabique tan resentido que a veces dudaba de si lo tenía en su sitio, tal vez por los efectos de la droga o tal vez por delirios propios.

Acerqué mi rostro a un charco cercano y me observé con cierto miedo; siempre que veía mi reflejo en algún sitio no podía evitar sentir repulsión hacia mí mismo. Me daba asco.

Me acordé de nuevo de cuando vivía en la placa superior, cuando me duchaba a diario y era un joven apuesto, creo que más o menos en esa época tendría unos veinticinco años.

Pelo oscuro siempre bien peinado, unos ojos marrones por los que más de una chica caía rendida, la nariz… Se podría decir que normal, no había nada en ella que resaltase y unos labios carnosos para ocultar una mandíbula perfecta.

Eso era entonces, ahora sólo era mi más profunda sombra: el pelo alborotado y grasiento, producto de la falta de higiene. Mis ojos vacíos, faltos de ese brillo peculiar que tenían antes y acompañados de una nariz ahora destrozada y con sangre reseca sobre los labios prácticamente despellejados a causa de la ansiedad que me producía el mono después de la droga.

Pegué una palmada al charco con rabia y aparte la vista de él. Me levanté con pereza y una fina brisa me hizo sentir frío en el costado; un harapo al que no me quedaba otra opción que llamarle camiseta me cubría hasta la cintura, con un cuello bastante amplio y sin mangas. Esa camiseta parecía un mural, apuesto a que en la placa superior eso se hubiera comprado diciendo que es arte. Sangre, vómito, restos de comida y más manchas desconocidas para mi eran lo que hacía a ese mugriento trapo único.

Los pantalones eran más de lo mismo salvo porque estos aún estaban decentes; unos pantalones vaqueros con más de un agujero que podrían pasar por unos de marca.

Recogí mi “casa” y comencé a caminar con pasos desganados. Mi cuerpo empezó a tener ligeros espasmos; mi metabolismo me pedía más droga aún sabiendo que eso lo destruía. De manera involuntaria me rasqué el brazo, ahí donde estaban los pinchazos, e inspiré profundamente.

Me dirigía a un edificio abandonado en el sector 7, donde varias personas lo habían ocupado. Recuerdo que vi con absoluta indiferencia caer aquél trozo de placa cuando yo aún vivía arriba. Ahora sus ruinas me servían para dormir algo más tranquilo por la noche.

Se me había hecho muy tarde y esa noche lo lamentaría profundamente. Atajé por un callejón, pese a lo que eso implicaba; solo pensaba en llegar a aquél edificio y dormir un poco, todo mi cuerpo se quejaba por la falta de droga.

En aquella estrecha calle apenas llegaba la luz de las farolas y lo único que brillaba era un bidón con un par de maderos ardiendo tímidamente; al otro lado se podía apreciar unas luces artificiales que parpadeaban llamando la atención de los más jóvenes.

Definitivamente ese callejón no me gustaba, enseguida supe cuál era aquél edificio: el Doors of Heaven. Y todo el mundo sabe que un callejón cerca de esa discoteca por la noche no es buen lugar para nadie.

Para más colmo empezó a caer una fina cortina de lluvia, seguramente cualquier agua inmunda que se colaba entre la placa. Con los cartones que llevaba bajo el brazo me cubrí la cabeza y por un rato el agua no me tocó( era ese tipo de lluvia fina y minúscula que te cala hasta los huesos). Pasados unos minutos, el material dejo de protegerme y el agua lo traspasaba como un coladero. No quería mojarme así que me metí a duras penas en un minúsculo portal de una casa semiderruída. No se cuanto tiempo pasé allí, cuando vives en la calle todo transcurre mucho más despacio, deseando que llegue la noche para poder abandonar el mundo material y despertar a la mañana siguiente frente a la cruda realidad.

Pero aunque despacio, el tiempo seguía transcurriendo y por nada del mundo quería pasar la noche a la intemperie, así que tras cavilarlo más bien poco, comencé a andar a paso ligero, justo cuando la dueña de aquella casa(una chiflada que vivía con veinte gatos) me gritó algo casi incomprensible.

-¡Fuera de mi casa que hueles a perro!¡Asqueroso, querías zumbarte a mis gatos!¡No te quiere nadie!

Tenía una alborotada y canosa melena que acentuaba más su carácter de local y sus ojos, de un color gris, habían dejado de ver hace tiempo.

Creo que en un momento, bastante gracioso por cierto, llegué a oír cada vez más lejanas palabras aleatorias

-¡Escafandra…Pirámide, Rododendro!¡Que eres un vórtice!

Creo que en ese momento me reí, me reí bastante a sabiendas de que esa mujer seguramente vivía mejor que yo, pero no tenía un momento así de hilarante desde hace mucho. Eso me alegró el día y aceleré más el paso con una sonrisa en mi rostro. “Cuando llegue al edificio del sector 7 se lo contaré a Szieska.” Pensé, imaginando el rostro de aquella mujer; la persona que me ayudó cuando me vio un día tirado en el suelo drogado hasta las trancas, que escuchó mi historia y se la creyó(parece una tontería, pero a más gente le conté mi tragedia y sólo ella me apoyó). Parece la típica historia del ángel salvador que ayuda al protagonista y juntos superan cualquier dificultad, pero no me importa. “Yo la amo y un día se lo diré, le contaré todo lo que siento por ella” me repetía a mi mismo un día si y otro también. Pero ese día nunca llegaba.

Pero como si de otro tópico se tratara, cuando me disponía a abandonar aquél lúgubre callejón, dos sombras se proyectaron cuan largas eran. Las farolas de la calle contigua proyectaban sus haces con fuerza y otorgaban a aquellas dos personas un aire mucho más siniestro, ocultando sus rostros en la oscuridad.

-Señor Yief Vanistroff venimos a hacerle unas cuantas preguntas-dijo el más grande de los dos.

Ambos iban bien vestidos: mocasines con una buena ración de betún, pantalones negros de seda, una americana del mismo color, camisa blanca bajo ésta y, para mi agrado, una corbata de color carmesí. La situación era complicada, pero algo me alivió: si su corbata era roja al menos no eran de Turk. Ni siquiera pensé en por qué sabían mi nombre, sólo en cómo podría escapar de ahí; estaba claro que esos hombres no me dejarían irme de rositas. Uno, el primero que había hablado, ocultaba sus ojos con unas gafas de cristal ahumado y rumiaba con descaro dando vueltas en su boca un chicle, acentuando sus vastas y afiladas facciones: una nariz ancha, un mentón muy pronunciado y la mandíbula de un simio. El resto de su cuerpo parecía estar comprimido en aquél traje, como si el metro y medio de espalda que poseía rugiese bajo la tela.

Su compañero, más escuálido, con las manos en los bolsillos, tenía algo siniestro; no se el qué, pero me daba mas miedo que el cemento que tenía el otro por músculos. Llevaba el escaso pero largo pelo estirado hacia atrás y recogido en una coleta, mostrando varias canas. Su piel estaba arrugada y yo apenas le echaba treinta años, esa era una de las cosas que me resultaba siniestra; otra era un extraño ojo de cristal que parecía bailar en su cuenca mientras que el otro no apartaba la vista de mi.

-Tranquilo, se imaginará que si colabora no sufrirá daños-volvió a hablar el hombre musculoso con cierto aire de chulería.

Hace tiempo, cuando vivía en la placa, me hubiese cagado de miedo y les hubiese tirado mi cartera llena de dinero para salir corriendo al instante, pero de nuevo la ley de la calle imperaba y si no quería acabar mal, por no decir muerto, debía actuar.

-¿Quiénes sois?-dije

-Nosotros no tenemos importancia, no tiene sentido que nos conozcas, pero nuestro jefe ha dejado claro que sepas quién nos manda. Su nombre es Richard Blackhole, supongo que te sonará-dijo de un tirón de nuevo el musculoso. Mucho músculo pero poca inteligencia, seguro que se ha traído el discurso aprendido de casa pensé.

Mi rostro apenas adoptó una expresión distinta, tal vez indiferencia, pero aquél nombre resonó en mi cabeza varias veces y me hizo pensar en varios motivos por los que quedarme allí un rato más.

-¿Y qué quiere ese hijo de puta?-pregunté escupiendo las palabras. Al oír el insulto, creo que el hombre delgado hizo una mueca.

-Ese “generoso hombre que nos ha pagado muy bien” que dices tú, quiere saber cómo le va a usted. ¿Cómo le sienta la vida en la calle?-recitó el musculoso. Y el delgado seguía con las manos en los bolsillos; verdaderamente me ponía nervioso.

-Oh, no se está mal. Como caviar a menudo, me lavó los dientes con un cepillo con diamantes incrustados y después me zumbo a su hija todos los días. Decidle eso-Me atreví a decirles. El humor irónico siempre me ha gustado, te hace parecer más inteligente.

Entonces una llamarada apareció a mi lado y me produjo una horrible quemadura en la oreja derecha. Sorprendido, miré hacia donde estaban aquellos dos hombres. Uno de ellos, el delgado, había sacado al fin las manos de los bolsillos y dejó mostrar una pulsera con una esfera de color verde; Materia.

-El señor Blackhole me sacó de una miseria similar a la tuya, no permitiré que manches su nombre-Habló por fin el compañero escuálido. Su voz era desagradablemente aguda y no paraba de escupir.

Ese tío era diestro con la magia, pero su ojo de cristal le impidió darme de pleno; eso o que tal vez lo hizo para intimidarme.

Tampoco me lo pensé mucho, ya le eché demasiadas flores a mi amigo Blackhole, así que me día la vuelta y eché a correr a lo largo del callejón. Me resultaba extraño correr para salvar mi vida sabiendo cómo era, pero supongo que hasta el último suspiro deseas aferrarte a ella por muy mala que sea.

Por lo menos la lluvia había parado.

Podía escuchar detrás de mí las potentes pisadas del más alto, mientras que de su boca salían todo tipo de improperios; al delgado apenas se le oía, era como una sombra.

-¡Dios cómo escuece!-grité mientras corría. La quemadura de mi oreja dolía de verdad.

El frenético camino de vuelta por el callejón me pareció eterno, por más que corría no veía el momento de salir de allí. En seguida me dio el flato, al estar sentado horas, días enteros, mi cuerpo no estaba acostumbrado a correr.

Una nueva llamarada me pasó rozando, pero esta vez impactó en la puerta de aquella vieja loca, la cuál se incendio como una pira, lamiendo las jambas y ennegreciendo la ya mugrienta fachada.

-¡Ahh, fuego, que alguien llame a los gusanos. Ayudadme gatitos!-Gritaba la loca desde su ventana en una nueva demostración de trastorno mental.

Pobre mujer, seguramente al día siguiente aparecería carbonizada junto a sus gatitos, pero de nuevo no pude evitar soltar una carcajada. Me reí abiertamente de aquella mujer mientras yo intentaba salvar mi pescuezo; cada vez que me acuerdo me doy asco.

Por lo menos si moría allí mismo sería con una sonrisa en la boca pensaba.

Miré hacia atrás. Para mi sorpresa les llevaba bastante distancia y se tapaban el rostro a causa del humo que expulsaba la madera mojada. Tampoco sabía a dónde ir, pero si seguía así seguro que les daba esquinazo; eso si antes no acababa yo con mi cuerpo. Cada vez me costaba más respirar y el cansancio iba venciendo la batalla contra mis músculos.

Conseguí salir del callejón y volví a mirar hacia atrás; una columna de humo asomaba ya entre los tejados de las casas más bajas y los gatos más avispados saltaban entre las cochambrosas tejas.

Esos dos cabrones no salían del callejón. Se han ahogado con el humo pensé. Apoyé las manos en las rodillas y respiré entrecortadamente.

-¡Ya decía yo que no erais muy listos! ¿Has oído eso Blackhole?-Grité con la cabeza hacia arriba, como si la placa me fuese a dar la respuesta-Así despacho yo a tus subordinados. Si tantas ganas tienes de verme viviendo en la mierda, baja tú mismo y compruébalo. ¡Te daré tal patada en el culo que tendrás que sentarte con cojín para el resto de tus días, puto gordo arrogante mal parido!

En ese momento me quedé exhausto, pero con un ligero cosquilleo en el cuerpo que me gustó. Supongo que mucha gente oyó mis alaridos y blasfemias, otras me tomarían por loco, pero me importaba una mierda. Justo cuando acabé de gritar, un joven atravesó la calle corriendo. Iba con ropa cara: Camisa de seda negra, chaleco rojo…Tampoco me acuerdo mucho de él, Sólo deseé haber corrido hace un rato como corría él. No se qué haría por allí, parecía alguien importante, pero llevaba una buena dosis de algún tipo de droga; sudaba a chorros y los ojos le iban de un lado a otro. Tan pronto como apareció, volvió a adentrarse en otra calle.

Se acabó, a partir de hoy reharé mi vida. Si el mundo no es amable conmigo yo no lo seré con él. Saldré de este pozo de miseria y volveré a mi trabajo en el sector 2. Me llevaré a Szieska conmigo y si hace falta…Mataré a Richard Blackhole. ¡Que se jodan, que se jodan todos! No pienso dejarme pisar por nadie, seré yo el que pise. No…no seré ese hombre que aprende una valiosa lección, o ese que descubre que si vida ahora es perfecta, no tiene dinero, pero sí AMOR. No, yo tendré dinero, tendré salud y tendré amor, y si hace falta lo conseguiré por la fuerza. Sí, esa es la verdad: dinero, poder, fama…Eso lo es todo ¿Cómo he podido estar viviendo así durante meses? Definitivamente ese Blackhole va a morir.

Sí, fue ahí cuando mi verdadera historia comenzó, cuando comprendí lo que tenía que hacer, cuando pensé que el único camino, y el más placentero, era la venganza.

Y tal vez el dios de la venganza me escuchó y su insaciable espíritu me quiso dar poder, porque algo inexplicable ocurrió.

Definitivamente aquellos dos hombres tenían que estar muertos, pasaron unos diez minutos y de aquél callejón no salió nadie. Así que volví a sentarme en una esquina, esperando a algo; no se explicarlo pero sabía que me tenía que quedar allí.

Entonces unos gritos inundaron el silencioso crepitar del fuego. Una persona envuelta en llamas surgió entre el negro humo.

Me levanté.

No hacía más que gritar, era insoportable; a juzgar por la complexión era el hombre delgado. No podía haber elegido una muerte más irónica, ahora entiendo mejor la frase de “niño, no juegues con el fuego”.

Me reí de él. No de la loca que gritaba palabras incoherentes no, me reía de su agonizante muerte; formaba parte de mi nueva y egoísta vida.

Vi cómo las llamas lamían su cuerpo, abrazaban sus ropas y se las despojaba; para un enfermo del sexo le hubiese parecido que estaba follando con el fuego.

-¡Jaja, pero si tiene una polla enana!- dije señalando con el dedo. Me daba miedo a mi mismo, pero me gustaba.

Con la cara desconfigurada y partes donde ya se veía el hueso, aquel tío corrió hacia mi, agitando los brazos. No lo pensé dos veces, en cuanto estuvo cerca le propiné una patada en lo que le quedaba de estómago y cayó con fuerza contra el suelo. De nuevo volví a reírme cuando en el suelo quiso pronunciar algo.

-¿Has dicho algo?

-Ayu…ayúdame.

-¿Lo dices en serio?-dije con indiferencia. Para mi era como hablar con una antorcha-No puedes intentar matarme y después pedirme ayuda. Me has hecho una herida en la oreja, me imagino que eso mismo por todo el cuerpo tiene que doler más.¿O me equivoco?

Creo que antes de acabar de hablar yo, ya había muerto, pero me importaba una mierda. Su piel comenzó a convertirse en una mezcla de carbón y tejido muerto y el ojo que tenía de cristal se hizo añicos en su cuenca.

-Oh, no me mires así.

Comencé a darle de hostias por todos los lados, lo hice rodar y le mojé con el poco agua que sobresalía de una alcantarilla. Una vez apagado pude ver aquella pulsera. La esfera que llevaba engarzada sólo tenía un significado para mí: algo que me ayudará a joder a quién se meta conmigo o, en todo caso, para venderla por droga.

Entonces…PUM, otro suceso oportuno; hubo una gran explosión en aquella casa, tal vez alguna bombona o yo qué se. Lo bueno es que estaba lo suficientemente lejos para que no me afectase, pero algo salió disparado a una velocidad vertiginosa y me golpeó de pleno en la cabeza.

El golpe fue tremendo e incluso se me nublo la vista unos segundos; lo último que quería en un momento como ese era perder el conocimiento.

-¿Pero qué cojones?-dije de mal humor. Un hilillo de sangre surco mi frente y notaba como la herida palpitaba continuamente hasta convertirse en un horrible chichón.

Me puse a buscar el origen de aquél golpe; la conmoción no me lo ponía fácil pero al incorporarme volví a caer al suelo con violencia, descubriendo el objeto con el que me había tropezado: más materia.

Ésta tenía un brillo amarillento pero cuando la fui a coger me llevé un fiasco.

-Joder, está rota.

En efecto, la materia estaba mellada y una esquirla se desprendió, no se que clase de poder hubiera tenido, pero seguramente ya no funcionase. Aún así me la metí al bolsillo; era hora de salir de allí pitando.

Di un rodeo y acabé en la calle del Doors of Heaven; pese al incidente de la casa en llamas tan cercana, parecía que allí nadie lo había advertido. Lo mejor era mezclarse entre la gente y olvidarse del tema por hoy.

Notaba cómo la gente me miraba, pero pasé del tema y me puse en la cola de la discoteca como alguien más.

“Puto mendigo, que no se acerque a mí”

-¿Eh?- dije yo-¿Quién ha dicho eso?

“Mírale, no sabe ni donde está ¿Cuánto vino has bebido hoy?

Nadie parecía hablar, pero esas voces resonaban en mi cabeza. No comprendía nada. Quería que esas voces parasen.

“Como me toque juro que le reviento”

“Fíjate, huele a humo, vete a morir a otro lado cabrón”

“Pobre hombre, pero el caso es que está cañón, si no fuese así sí que me le follaba”

-¡Callad ya, yo no me meto con la puta de vuestra madre!- grité tapándome las orejas con las manos.

“Se ha metido con mi madre, en cuanto pueda le parto la cara”

Me estaba volviendo loco, no paraba de oír voces en mi cabeza, de chicas, de hombres, incluso diría que la voz del gorila también. Tenía que ser por el golpe de antes, no me encontraba bien.

-¿Tienes algún problema?

Esa voz vino de los labios de alguien, eso si que había sido pronunciado de verdad. Levanté la mirada y frente a mí vi a un hombre de casi dos metros, traje negro y unos mocasines que parecían decir: bésame.

-Verás, gente como tú no puede entrar a estos sitios y además estás montando alboroto, por lo que eso no viene bien para el negocio.

-¡Pero es que oigo voces!

“Creo que me voy a divertir un poco con este tío”

“¡Que oye voces dice jaja!

-¡Otra vez!-grité yo al segurata. Me estaba poniendo verdaderamente paranoico.

El hombre se desabrochó los botones de las muñecas y con un tono sorprendentemente amable me dijo:

-Está bien, yo te ayudaré.

Durante unos segundos le creí, tal vez también por la conmoción, pero cuando vi acercarse esa mole de granito llamado puño a mi cara, creo que cambié de parecer. Se me nubló la vista hasta perder el conocimiento.

Al despertar, el carrillo izquierdo lo tenía hinchado y un hilo de sangre reseca caía por el labio. Ni siquiera sabía dónde me encontraba, pero los rayos de sol ya se colaban por el hueco del sector 7. En cierto modo debería haberle dado las gracias a aquél tío, al fin y al cabo me ayudó a dormir toda la noche.

Hurgué en mis bolsillos. Las dos materias seguían ahí.

Entonces una idea descabellada recorrió mi mente:

¿Y si aquella materia estropeada hubiese tenido algo que ver con oír voces?

-¡Claro!¿Cómo no he caído antes? Seguro que es una materia Sentir.

Parece una idea absurda, casi hilarante, todas esas voces las podría haber causado mi última dosis de pastillas, el calor del incendio, el golpe que me propinó aquella materia, o el que me arreó el portero de la discoteca, mi propia demencia…

Era una hipótesis que por lo menos debía comprobar.

7 comentarios:

dijo...

¡Aquí está!
Mi primer relato, tal vez un poco arriesgado, pero al final lo he hecho en primera persona(para perfeccionar futuros proyectos más que nada).
Hay partes que no me gustan y el final está metido a embudo...Tendré que editar alguna cosa.

Astaroth dijo...

Siendo el primer relato y siendo un proyecto arriesgado, puedo decir que apruebas y con nota. Ciertas pifias ortográficas y algún par de detalles que debería comentarte, pero en el fondo gusta.

Me sorprende la elección de los nombres: no me hubiera extrañado que Rubencia saliera después de leer los otros dos.

Si tengo que destacar una pifia, hablaría del final, que está un poco metido a presión y muy apelotonado. Como punto bueno, la utilización de la primera persona, que está bien hecha.

Lectora de cómics dijo...

Dos cosillas:
1- Bajo la placa no llueve. Puedes detallar un poco diciendo que la lluvia se cuela por la placa o alguna excusa así.

2- La materia de magia es verde, no azul, esa es la de apoyo.

A parte de esto, me parece una excelente presentación para el personaje, está bien narrada y bien escrita, con el ritmo muy bien llevado.
Vamos, que empiezas con muy buen pie.
Bienvenido a bordo!!

dijo...

Lol, un fallo como el de la materia es para tirarme de un punte. Lo mismo que lo de la lluvia. Sorry, enseguida edito.

Astaroth dijo...

Y desde un puente bien alto, que te lo he comentado nada más leerlo y no me haces ni caso.

Ukio sensei dijo...

Ahora los tíos duros van con mocasines? Que cotroso... Nunca he usado zapatos, pero no se parecen en absoluto a algo que yo llevaría si tuviese una pelea.

Aparte de la lluvia bajo la placa (una pifia que ya va siendo recurrente) y de la borracha que dice que un yonki está bueno (eres de barrio pijo tu, eh? Que crees? Que los yonkis son como los de las pelis?)

Por lo demás solo tengo una queja: Tanto Astaroth como tu tenéis un mal gusto para los nombres... Ricardo Agujero negro... Manda huevos

Por lo demás, es un buen comienzo, y un buen detalle que lo hayas escrito tan rápido.

Paul Allen dijo...

"...para un enfermo del sexo le hubiese parecido que estaba follando con el fuego" -éso es un puto símil que acojona de lo bueno que es.

Es un buen comienzo: Personajes a rellenar, tipejos extraños, una loca con gatos, hostias a tutiplén y... materia. Lo más raro es el nombre de Ricardo Agujero Negro. Atento a los fenómenos meteorológicos ambientales bajo la placa.

Eso sí, revisa a ortografía.