“Grim” pegó la pastilla a la punta de la lengua, notando el ligero sabor del esmalte de su uña. Cerró la boca y comenzó mezclar el amargo disolver del MDMA en su saliva. El sabor de la droga le supuso una sorpresa, ya que pensaba que sería dulce como un caramelo de azúcar glas con sabor a frutas; quizás el color morado le hizo pensar que sabría a frambuesa. Tragó el polvo después de que fuera bien ablandado y desmenuzado contra el paladar y molido por los dientes. Los minúsculos cristales descendieron por su garganta provocándole una sensación cercana a las cosquillas o al hormigueo de una pierna dormida. Respiró hondo y esperó mientras la música de ritmos cardíacos comenzara a acelerarse. Los focos y lámparas de la pista de Doors of Heaven parpadeaban como el resplandor de ametralladoras. Hoy “Grim” Garrison iba informal, si para él formal era no ir ataviado con una camisa de seda negra cubierta por un chaleco de granate oscuro, casi a juego con la susodicha camisa y el pantalón vaquero muy ajustado. El día anterior había tenido tiempo de comprarse unas botas de cuero al estilo de los moteros, brillantes y con tres tiras que rodeaban el empeine, el talón y la suela gruesa unidos por una hebilla de plata situada en el tobillo. Costaron una pasta, pero –qué demonios- podía permitirse eso y un precioso par de calcetines de rombos blancos y negros de la marca Vermino Tracio, como bien demostraban las iniciales VT bordadas en un color verde trébol. Ropa especial para una ocasión también especial, acompañado de Carlos Montes y de unos amigos de éste metidos en el mundillo de las drogas de diseño. No eran más que camellos de segunda que compraban la mercancía barata en los laboratorios para luego venderla a precio de mithril a los niñatos discotequeros. A él le salía gratis, por ser amigo. Y, hablando del rey de Lindblum, Montes intentaba gritarle algo por encima de la música.
- Que si quieres beber algo – voceó, apartando a un chaval que meneaba la cabeza sin moverse del sitio.
Garrison empujó al gentío apelotonado entre ambos agentes de Turk para responderle al oído.
- Haga el favor de traerme el aguarrás con el que aviva las llamas, posadero –bromeó.
Carlos frunció el ceño y contrajo los labios, mostrando sus grandes dientes. El gesto parecía exigir una repetición de la jugada. “Grim” volvió a dirigirse a la oreja morena.
- Digo que cojas lo más fuerte que otees desde la barra, querido adlátere –canturreó.
Montes sonrió, riéndose de una broma que no entendía. Dio media vuelta y se aventuró entre las oleadas de jóvenes que saltaban y bailaban arrítmicamente siguiendo la música que añadía paulatinamente más sonidos de percusión electrónica. Jim no acababa de cogerle el gusto a la música house, pero ahora sentía que los demás le contagiaban ese ritmo constante e incansable, las ansias de saltar bajo los láseres y las luces cambiantes. Quería ser parte de la masa estúpida que se congregaba, se empujaba y bailaba como chamanes alrededor de un tótem sobre el que las gogós, desnudas, hermosas y –dioses- intocables, danzaban y se exhibían totalmente ajenas a los babosos que observaban desde abajo. “Grim” bailaría, sí, pero no sería otro descerebrado colocado hasta las cejas meneando las extremidades que ya no sentía. No, no. Él sería el amo de la pista, el único capaz de hacer sombra. Y en caso de que alguien se pasara de listo, empujándole u osando interrumpirle en su baile cavernario, acabaría atravesado por la punta hueca de su pequeña y letal Matryona, oculta en su funda bajo el chaleco. Aunque, bien pensado, los cuatro imbéciles colocados que lo rodeaban no serían merecedores de un plomazo y, además, no le parecían mala gente. Lo mejor sería moverse hacia la zona donde van los chulos, esos idiotas que creen tener potencial de mafioso cuando realmente no tienen ni media hostia encima y su media de vida supera difícilmente los treinta años. Estos macarras sí serían unos buenos candidatos a ser reventados como bolsas de basura. La imagen carmesí de la bala atravesando el torso seguida del chorro de sangre salpicando la ropa cara de los circundantes era más que excitante. “Grim” echó a andar hacia la zona cubierta por los balcones del segundo piso, en semipenumbra para disimular los chanchullos de esos mafiosillos de palo, echando delicadamente a un lado a la gente que se cruzaba con él. Su mano derecha palpaba el bulto del arma a la altura del pecho, casi en la axila. La pistola parecía presionarle el torso, que parecía más pequeño a medida que el pulso aumentaba vertiginosamente. La velocidad de los latidos ya era preocupante, ahora se sentía asfixiado entre tantos cuerpos sudorosos. Cuando estaba a punto de llegar a donde los bakalas, se dijo que no podía montar una buena con lo caldeado que estaba todo. Tenía que refrescarse ya si no quería caer redondo y ser pisoteado por un hatajo de borrachos. Cambió el rumbo hacia los servicios, atravesando la masa borrosa de cabezas y brazos alzados que aparecía y desaparecía según el capricho del juego de luces. El corazón de Jim “Grim” saltó dentro de la caja torácica cuando la música cambió violentamente a una rapidísima y caótica melodía techno que parecía presentar la salida a escena de una visión demencial.
Los potentes focos iluminaron la cabellera rubia. Resplandecía cegadoramente como una ciudad de oro bajo el sol que abrasa una selva húmeda, como una leyenda transformada en hilos de veintiocho quilates. Las pupilas dilatadas de los ojos verdes de “Grim” dejaban pasar demasiada luz, obligándole a parpadear y a entrecerrar los ojos, como mirando directamente al sol... o al mismísimo meteorito. La luz seguía emitiendo haces multicolores sobre ella, como si fuese la actriz principal de la obra, que seguramente lo era. Siguiendo las líneas de la larga melena, pasando por las líneas de luz que reflejaba el corpiño de cuero apretado, una minifalda a juego, negra como una mortaja, que a penas tapaba el muslo derecho. La carne visible pedía a gritos que la cataran, pero era un filete reservado para los privilegiados -Garrison era sobradamente uno de estos depredadores-. Las nalgas, insinuantes, subían y bajaban acompasadas por cada paso de top model que trazaban las finas y largas piernas de la chica. Volvió a subir su mirada por las crines doradas y reparó en el bolso, lo suficientemente grande para llevar lo justo, como maquillaje, dinero, tarjetas de crédito, tampones, droga y –por favor- preservativos. Todos los detalles, cada movimiento, cada prenda –tanto visible como oculta-, cada sacudida de su pelo... Toda ella, definitivamente, había sido creada y entrenada en el arte de la Seducción. Ella era el viento árido que avivaba la llama que quemaba a “Grim” empezando por la entrepierna y correteando por el resto del cuerpo, haciendo que su cabeza pareciera hincharse como un globo aerostático.
Yvette...
Clavó la mirada en la nuca del ángel rubio como dos alfileres candentes. Cerró un poco más el espacio de tabaco y aire viciado que los separaba. Quería respirar sobre ella, que supiera que la estaba siguiendo. La tentación de tocarla era demasiado fuerte, pero aguantaría; ya tendría tiempo de agarrarla y acariciarla más adelante. Y entonces, algo en el andar de la fémina cambió: se estremeció un rato, deteniéndose durante una milésima de segundo y volvió patear el suelo, mas exagerando el contoneo de sus caderas y pisando el entarimado y las colillas con pies de plomo, casi con cariño. Ella sabía que la seguían, lo que puso aún más cachondo a “Grim”. La mano fina subió a la altura del pecho y empujó la puerta del baño, decorada con un cartel en el que dos figuras antropomórficas –una con dos puntas que salían le salían de la cintura- se daban la mano. Garrison creía que el corazón le estallaría de un momento a otro a medio camino de los dos metros que lo separaban del marco metálico de la entrada. Y eso creyó cuando recibió un golpe en el hombro de un tipo con demasiada prisa en ir al baño. Era un hombre mayor que él, rozaba los treinta, como indicaban su forma de vestir, el vello facial que tapaba las primeras arrugas y su comportamiento autoritario frente a la media de veinteañeros que frecuentaban el local. El tipejo miró atrás, haciendo que su gabardina barriera el suelo a medida que giraba sobre sus talones. Un rápido vistazo era suficiente para notar que los bolsillos interiores del largo abrigo iban descompensadamente más cargados que los exteriores. La cara larga y pálida se iluminó con el destello de un rayo, emulado por los faros situados a quince metros del suelo. Los ojos azules –lentillas, seguro- y la melena larga y alisada a los lados daban a entender que se había arreglado para especializarse en los novicios del viejo rock ‘n’ roll. Por supuesto era un camello, y por su semblante parecía que había estado perdiendo dinero.
- Mira por dónde vas, imbécil –reprimió el traficante, volviéndose de nuevo hacia el servicio mixto.
Esta noche nadie iba a joderle la marrana: “Grim” agarró el cuello de la gabardina, tirando de los hombros del siniestro personaje. Éste se revolvió, liberándose de las zarpas del joven, y desenfundó una Rhyno, una pistola para pichas cortas y mujeres.
Yvette...
Mantuvo el cañón a la altura de la cadera. Lo último que el tipo quería era armar un escándalo, al contrario que “Grim”. La camarada Matryona vibraba contra su pecho, ansiosa por conversar un rato cara a cara sobre la Revolución con el fulano de la polla menguada. El ardor previo al tiroteo repasó el cuerpo del Turk, ofreciéndole la primera gota de sudor descendiendo por su espalda. El hombre del pelo largo sonrió y soltó una risilla entre dientes.
- Estás colocado –y amplió la sonrisa al ver la reacción evasiva de la cara del muchacho-. Lo sé por tu mirada, tiembla.
Y como si sus palabras tuvieran una especie de magia, el camello se desenfocó y se cubrió con la gabardina. No fue hasta que vio la luz amarillenta silueteando la mancha negra cuando “Grim” se dio cuenta de que realmente el hombre se estaba metiendo en los aseos. Dio un paso al frente y aporreó la puerta cuando ésta se cerró en sus narices. Giró el pomo inútilmente. El bastardo había echado el pestillo. Sus dedos ya estaban desabrochando la funda de su pistola cuando un nuevo golpe de calor le hizo pensar dos veces. Iba a darle un puñetazo a la puerta, pero se dijo que eso no haría más que calentarlo más. Dio media vuelta y cargó contra cualquiera que tuviera delante, haciendo que derramaran bebidas frías sobre él, lo cual fue un alivio insuficiente. Frente al gorila que custodiaba las verjas que precedían el local de Doors of Heaven, se acordó de Montes. Pero bueno... Él lo comprendería. El bueno de Carlitos.
No paró de correr hasta la estación de trenes, a un quilómetro de la discoteca. La euforia y el calor sólo se podían remediar con una carrera y la brisa golpeándole la cara. Se subió al tren de la una y media, uno de los pocos que subían a la placa de madrugada. A esas horas el vagón estaba desolado, salvo por un desarrapado que dormía a lo largo de dos asientos. Intentó mofarse del mendigo, pero el temblor de su barbilla sólo le dejaba silabear las palabras. Optó por callar y escuchar música por los auriculares de su reproductor de bolsillo. Después de un par de canciones se dio cuenta de que no podía remediar agitar la cabeza cuando el batería acompañaba el solo de guitarra de la vieja maqueta de los Adipose Tissue, un grupo punk que le habían recomendado poco antes de acabar el instituto, hacía casi dos años. El vagón pasó por cuatro escáneres antes de llegar a la última parada. Fuera esperaban los taxis, dispuestos en fila uno detrás de otro. La falta de costumbre hizo que “Grim” se subiera en el que tenía delante, que era el cuarto en la cola de vehículos. Le correspondió la advertencia borde y la bronca del conductor viejo y quemado, luego fácilmente silenciada cuando la pequeña Matryona pudo besar la frente de alguien en toda la noche. Y así, entre bocinazos de compañeros y unos cuantos golpes en las defensas, el veterano taxista propietario de una placa de identificación a nombre de Abhay Dutt volvería a hacer una carrera sin desvíos y de balde después de nueve días sin ser atracado. Lo peor de todo era que el capullo vivía en la zona rica, por lo que podía irse olvidando de denunciarlo.
“Grim” abrió los ojos de golpe y palpó las sábanas blancas en busca del móvil. Habría jurado que el teléfono había sonado como una campana enorme dando la medianoche. Se frotó los ojos para acabar por extender el maquillaje un poco más y cogió el aparato. Tenía cuatro llamadas perdidas. La última realizada a las siete y treinta y seis. Eran las ocho y diez pasadas según el despertador. Abrió el registro de llamadas:
La primera, de van Zackal a eso de la una menos veinte. Quizás le habían levantado el castigo.
La segunda, de “Jelly” Jellicos a las dos menos cinco, más o menos cuando él se había desplomado sobre la cama.
La tercera, de “Jelly” Jellicos a las cuatro.
Y la cuarta, de Dawssen Peres. Mierda. Hoy tocaba ronda de mañana.
En la pantalla digital apareció una nueva ventana anunciando un nuevo mensaje en la bandeja de entrada. El remite era de Peres:
Tengo que ir a
buscarte?o mejor,
para que me
entiendas:tng q r a
dart d ostias a l
kmita?tpp
(te parto las piernas)
Mientras lo leía Garrison ya se estaba cambiando de pantalón, esperaba batir el récord mundial.
¿Qué te ha pasado en la cara?
¿Perdón?
“Perdón...” ¿qué más?
Perdón, señor.
Bien. Me refería a que hoy no tienes ojeras.
Tras su, digamos, ultimátum vía SMS no tuve tiempo de acicalarme debidamente, señor.
Espero que te hayas cagado encima, porque lo que recibiste por PHS es un fenómeno de la naturaleza que sucede cada vez que los planetas se alinean para bailar el Morris. Sólo con decirte que empecé a escribirlo después de llamarte... Que te lo cuente tu compi, si no lo crees.
Dawssen es un neofóbico, tío.
Chorradas. Sólo soy un viejo lobo con los pulgares agarrotados por el desuso. Al grano, niñato y cachorro. Sacaos la cera de los oídos. Hoy vamos a hacer guardia por el sector cinco, básicamente por el ruinoso barrio minero. ¿Razón? Repasemos la lección de historia y remontémonos cien años en el pasado, cuando Midgar lo formaban un puñado de chavolas más un par de mercados bien provistos, predecesores del actual Mercado Muro. En aquellos tiempos lo que movía a los ricachones era la energía que extraían de la tierra sin más ayuda que la de aparatos rudimentarios o de las manos del proletariado. Los mineros excavaban y morían cada día a la vez que los peces gordos de Shinra seguían engordando e invirtiendo en hacer una ciudad de trabajadores encima del enorme agujero que agrandaban día a día. Así fue que en menos de cuarenta años ya habían construido las primeras centrales de extracción de Mako y mejoraron los equipos de excavación y de protección. En estos años las radiaciones ya no podían matar instantáneamente a los trabajadores, pero los empleados tampoco salían ilesos tras cada sesión de trabajo en primerísima fila del núcleo terráqueo, no. Los viejos dicen que de aquella, cuando ni siquiera se había concebido la idea de una metrópolis dividida en sectores ni tapiada por una placa, los trabajadores de las minas encontraban en los yacimientos de Mako algo más que energía, Materia, mithril o diamantes. No se sabe si fue la radiación o si realmente había algo más allí abajo. Muchos salían de la mina hechos unos completos místicos: decían oír lamentos o voces, ver cosas que aún estaban por suceder o hablar con seres ultraterrenales. La generación de mis abuelos fue la última en ser sometida a la toxicidad de Mako, luego los prejubilaron anticipadamente para ser sustituidos por maquinaria pesada más eficiente. El único favor que hizo la compañía eléctrica a los antiguos obreros fue no derribar sus casas cuando comenzaron a construir la Midgar actual. Pero centrémonos en lo que dije de las cosas raras del subterráneo: la quinta de personas que vio cosas extrañas bajo tierra acabó por interesarse por la magia o a algo peor, por lo que en el barrio apenas se veía un alma por la calle. Absolutamente todo el mundo se dedicaba a lo que fuera a puerta cerrada, creando un ambiente de luces multicolores en cada ventana y de gente zumbada en general. Lo cual nos lleva a la razón por la cual haremos guardia, y es que si a un barrio obrero, con sus ideas sobre la lucha de clases en un momento de crisis como este, le sumas la posibilidad de disturbios de hechicería arcana puede suceder que metan al sistema en graves apuros.
Eso no tiene ni pies ni cabeza, señor.
No para gilipollas como tú, niñato. Los que no vamos de marcha a la zona VIP y llevamos tiempo en la ciudad sabemos de sobra cómo es el barrio minero. Y te juro que allí no sólo hay viejos meando en esquinas. En esos tres quilómetros cuadrados el mundo puede ponerse patas arriba en cualquier momento. Créeme. Hay muchísimos testimonios en los informes de los militares. Y os lo digo muy en serio: allí no bajéis la guardia o acabarán por volveros el culo del revés. O sea que estad atentos, no os pongáis histéricos, obedeced todo lo que os diga y, por lo más sagrado, no os separéis ni habléis con nadie sin pedirme permiso. Y no abráis fuego si veis un perro verde, sólo buscamos sujetos subversivos para arrancarles las ganas de revolución de raíz. Borra esa sonrisa o te la quito yo con lejía, niñato. Bueno, ya lo sabéis. Ahora haceos un par de nudos en el escroto y rezad a Vishnú para que os bendiga apropiadamente.
Las calles adoquinadas del barrio minero estaban totalmente desiertas. Ni siquiera había ratas apelotonándose en las bocas de desagüe. No había rastro de envoltorios, papeles o envases de plástico por todo el suelo; los contenedores de basura parecían vacíos. Los edificios de viviendas, oscurecidos por la polución y el paso de los años, no llegaban a superar los cuatro pisos y eran bastante anchos, lo que demostraba su antigüedad y su finalidad de albergar al mayor número de familias posible en un espacio reducido. Sobraba decir que las familias se habían mudado hacía mucho tiempo; aunque uno no podía estar seguro del todo. La arquitectura era demasiado arcaica para el estilo hosco y simple de Midgar: los muros estaban formados por enormes bloques de granito azulado unidos por gruesas capas de cemento. Las puertas parecían empotradas en un hueco estrecho y de poca altura en la piedra labrada. Las ventanas eran alargadas y con marcos de madera pintada. En frente de los alféizares estaban los tendales totalmente carentes de prenda alguna. Los tejados estaban cubiertos de tejas granates que se inclinaban hacia canalones de plástico gris. Larry St. Divoir y “Grim” Garrison miraban atentos desde el interior del Bengal X5, dudosamente seguros. El conductor fue el valiente en abrir la puerta. La cerró inmediatamente.
- ¿Qué sucede? –rogó Jim.
- Sopla viento.
Garrison lo miró como si estuviera chiflado.
- ¿Viento bajo la placa?
Larry asintió al mismo tiempo que alguien daba unos golpecitos en la ventana. Dawssen escrutaba el interior del vehículo mientras la brisa hacía volar su corbata.
- ¡Puto viento!-gruñó-. Lo mejor será que llevemos la artillería pesada, Laurence.
Tras el cristal Larry alzó el pulgar y tiró de la palanca que abría el maletero. Dawssen brincó hacia él y se metió medio cuerpo en el compartimento. Sus dos compañeros salieron del automóvil cuando se aseguraron que fuera no existía la posibilidad de sufrir una combustión espontánea. Se situaron cada uno a un lado de su superior y recibieron un subfusil cada uno. A Larry le tocó el Krugger MP-7 equipado con culata plegable, cómoda y lo suficientemente pesada para aporrear con ella cuerpo a cuerpo. Jim “Grim” recibió su favorito: el BLG P-60, rápido y ligero, de armoniosas curvas y curioso cargador de balas giradas 90º a la izquierda.
- Vosotros id con vuestras pistolas de agua –Dawssen pasó un par de cargadores diferentes por cabeza-que yo me pillo la omnipresente y todopoderosa KRV49. Como en los viejos tiempos.
- Una pregunta, jefe –Larry cargaba su ametralladora y ya tiraba de la palanca que introducía la primera bala en la recámara-: ¿Dónde has dejado la moto?
- Pues a unos quinientos metros –alzó el dedo índice contra el viento, hacia el final de la avenida de adoquines-. Por si acaso.
Captada la indirecta, Divoir cerró el maletero y se introdujo en el coche. Sus colegas observaron como metía marcha atrás y se alejaba más allá del parquecillo que separaba las antiguas viviendas de las más nuevas y colosales pero pobres, al fin y al cabo. El puntito en la distancia que era Larry, trescientos metros más allá, echó a correr hacia al encuentro de los otros trajeados, pero parecía que no se movía del sitio. Dawssen sacó el móvil del bolsillo y llamó.
- Deduzco que te has quedado atascado en la “cinta mecánica” –al otro lado de la línea le respondió un tartamudeo-. No te preocupes, es lo menos grave que puede sucederte. Tan sólo da media vuelta y corre en la otra dirección –la voz aguda del auricular parecía nerviosa-. Hasta ahora.
A lo lejos el punto negro iba creciendo poco a poco. A medida que menguaba la distancia uno podría decir que el corredor trotaba de espaldas. “Grim” activó la cámara de vídeo del móvil para guardar un recuerdo para la posteridad. Larry pasó por su lado, mirando a su superior con los ojos desorbitados y deteniéndose con el arma sostenida por una mano. Acto seguido el chaval vomitó las tostadas y la leche del desayuno. Dawssen Peres no pudo evitar soltar una carcajada. Garrison seguía grabando el espectáculo, ahora con una nueva intención de futuro chantaje.
Un cuarto de hora más tarde las posiciones de los tres agentes de Turk formaban un triángulo equilátero que atravesaba como una flecha las calles que sólo parecían habitadas por sus propias sombras, proyectadas cinco metros por delante de ellos. El humo del cigarrillo que fumaba Peres iba hacia abajo, trazando una línea de niebla entre sus zapatos. Unas manzanas atrás se habían visto perfectamente reflejados en los tablones de madera que tapiaban unas ventanas. Una cosa que Larry seguía sin asimilar era que el viento siempre iba en su contra por mucho que giraran esquinas o se toparan de frente con un callejón sin salida. Delante de él vio el brazo de Dawssen señalar a un lado. Larry siguió la indicación y no notó nada extraño, hasta que vio los números de los portales: trece, quince, diecisiete, once, trece...
- A la mierda, tíos –paró en seco, frotándose los ojos-. Que se ocupen de esto Peter, Ray, Egon y Winston, por que yo no...
Abrió los ojos y se topó de frente con el Bengal X5. Los focos del coche apuntaban hacia la avenida del barrio minero, trescientos metros más allá, tras la alameda del parque.
- Coño –susurró “Grim”.
Miraba embobado la columna de aire que hacía medio segundo, justo antes de haber parpadeado, era Divoir.
- Que no cunda el pánico –Peres mantenía la mirada fijada al frente, observando los adoquines-. Por su sombra yo diría que sigue de una pieza.
La proyección negra de la silueta de Larry seguía exactamente en su sitio incorrecto de siempre. Por su posición parecía que estaba sentado.
- Está encendiendo el coche. Puedes ver las llaves flotando –continuó el veterano-. Y ahora parece que está poniendo la radio. Por el bien de sus huevos, espero que no se mueva del sitio.
Y con el golpazo de un martillo contra un yunque se fue la luz en toda la calle. En las tinieblas se oyeron aleteos de pájaros, por el graznido parecían tórtolas. Luego se impuso el silencio de tal modo que hacía daño en los oídos. Las farolas revivieron y mostraron a Dawssen Peres tumbado boca arriba y apuntando su fusil a sus pies, donde a medio metro se consumía su cigarrillo. Contó hasta seis, bajó el arma y buscó a Garrison. Nada. El niñato se había esfumado junto con los pájaros.
- Qué puteo.
Se incorporó despacio, levantando sus casi cincuenta años de vida, y se quedó en cuclillas, posando el fusil de asalto en el suelo. Recogió el pitillo y le dio una calada larga. Expulsó el humo por la nariz y se irguió. Dobló la pierna hasta que el pie quedó a la altura del muslo. Golpeó la punta del cigarrillo contra la suela del zapato hasta apagarla y desmenuzó el papel que envolvía el tabaco. Pasó las hojas secas de la palma de la mano a la boca y se puso a mascar el tabaco. Después de un rato largo escupió el bolo marrón al suelo de modo que quedó una salpicadura negruzca en un adoquín.
- ¿Por dónde habré de girar?
El escupitajo fue extendiéndose siguiendo las formas de la piedra hasta crear una mancha alargada.
- Hacia la derecha. Gracias.
El Turco recogió su arma y echó a andar hasta el siguiente cruce, donde giró a la derecha. La nueva calle parecía darle la bienvenida con un cartel de neón que informaba de la situación de una parafarmacia a cincuenta metros. Dawssen siguió caminando hasta el escaparate en semipenumbra que mostraba diferentes tipos de hierbas medicinales envasadas en frasquitos, unas cuantas raíces que colgaban de unas cuerdas, velas aromáticas, botes de crema y algunos amuletos tallados en jade, lapislázuli y madera de olivo. Sobre la luna de cristal se encontraba el tablón pintado de verde donde se leía Ednas’s Herbs en letras blancas muy estilizadas. Peres apoyó el KRV49 en el ángulo formado por la pared de piedra y una tubería y abrió la puerta de la botica. Su entrada en el local la anunció una campanilla situada en el dintel de madera encima de la puerta. En el mostrador de madera no había nadie para despacharlo. De la puerta de la trastienda salía humo y llegaba un ligero olor a huevos podridos que se mezclaba con el aroma del incienso. El trajeado carraspeó sonoramente. En el almacén se oyó un grito ahogado, parecía el de una chica, seguido de un tumulto y unos susurros de queja. Dawssen echó un vistazo a las estanterías de aluminio llenas de potingues, cajas de medicamentos de los que nunca había oído hablar, perfumes, libros sobre yoga, técnicas de masaje, recetas para sopas y catálogos sobre los diferentes tés que aliviaban numerosos malestares, entre otras cosas. La puerta de la trastienda se abrió y apareció una anciana algo encogida en su bata blanca, pero realmente era alta, llena de vida y poseedora una mirada astuta. Tenía el pelo recogido en una larga coleta cana y un cigarrillo recién encendido entre los dedos. Al ver al visitante los ojos se le abrieron de par en par.
- ¡Hijito mío! –gritó, rodeando el mostrador-. Dame un beso, anda.
Dawssen se inclinó para que los brazos huesudos de la anciana y recibió el beso en la mejilla más los cuatro extras. El hombre de negro forcejeó un poco, pero la mujer se aferraba como una lapa.
- Yo también me alegro de verte, abuela –la sujetó suavemente por los hombros y la separó un poco de sí-. Ahora déjame respirar un rato.
La vieja Edna Yates introdujo el cigarrillo sin filtro entre los labios comprobó la ropa del Turco con mirada crítica.
- Siempre te lo digo, hijo: fuiste de la sartén a las brasas –le reprochó-. No te llegaba con ser soldado sino que tenías que caer en el pozo de la ambición. Estos jóvenes...
- ¿Hay alguien más contigo, Edna? –cambió rápidamente de tema para no darle cuerda a la anciana-. Oía voces en la trastienda.
- Imaginaciones tuyas, cariño –mintió, evitando mirarlo cara a cara.
Por el hueco de la puerta entreabierta se veía la sombra de una figura alargada. Un escalofrío recorrió el espinazo de Dawssen como una ventisca ártica erosionando los huesos. Lo mejor era dejarlo pasar, algo olía literalmente mal en el almacén. Edna lo sacó de su ensimismamiento.
- Bueno, hoy no es mi cumpleaños, así que –era una abuela cariñosa, pero no idiota- ¿a qué has venido?
Su nieto dio un pasó al frente, buscando las palabras adecuadas.
- Verás –titubeó-... Tuve que colarles una bola a unos compañeros del trabajo para pasar por aquí.
- ¿Una mentira? –la abuela no soportaba las mentiras.
- Que los viejos obreros que viven aquí podían planear una revolución contra la Shinra –admitió avergonzado.
- Los intereses de los vecinos se desviaron hace tiempo hacia otros campos, hijo –le recordó, insinuando que en el barrio estaban por encima de los deseos mundanos acerca del poder político-. Pero eso no es lo que quieres decirme, ¿eh?
- No –cogió aire-. Supongo que estás al tanto sobre lo del meteorito y Arma.
- Supones bien.
- Pues por esos motivos y los que vendrán con ellos... –le estaba costando soltarlo.
- Necesitas un “comodín”.
Dawssen asintió con la cabeza gacha.
- Mi pequeño –la abuela alzó la barbilla de su nieto para verle la cara surcada por las arrugas.
- Odio que hagas eso, Edna.
- ¿El qué?
- Por decirlo así –intentó encontrarle un eufemismo a lo que acababa de suceder-: “sacarme las palabras de la boca”.
- Ayuda a amenizar el diálogo, ya sabes –miró fijamente a los iris verdes de Dawssen-. ¿Estás seguro de que quieres un “comodín”?
- Dímelo tú.
Edna inspeccionó de cerca las pupilas de su nieto. Dawssen no se atrevía a parpadear.
- Tienes la marca –diagnosticó al fin-. Voy a por ella.
Dio media vuelta y desapareció tras la puerta. Más susurros seguidos del un chist de la anciana. Silencio otra vez. Ahora se oían pasos acercándose. Edna volvió a salir de la trastienda, esta vez asegurándose de cerrar la puerta tras de sí. La mitad del cigarrillo de la boca parecía haberse consumido en el medio minuto que la abuela había emprendido en rebuscar el objeto.
- Aquí la tienes –le tendió una forma alargada envuelta en lienzo grueso.
Dawssen cogió el “comodín” y notó que pesaba como si fuera plomo.
- Muchas gracias –guardó el artilugio en el bolsillo de la chaqueta-. ¿Cuánto te debo?
- Nada, hijo mío. Es un revitalizante milagroso, pero tiene efectos secundarios que le quitan mucho valor.
- Insisto –Dawssen sacó su cartera.
- No te va a servir de nada. ¿Ves por algún lado la caja registradora? –señaló el mostrador, completamente vacío-. Ya te ha costado encontrarme y eso basta.
Dawssen nunca había logrado cambiar la forma de pensar de su abuela y a estas alturas de la vida no valía la pena discutir con ella. Guardó la cartera y abrió los brazos para despedirse. Edna había dado media vuelta, paseaba tras el mostrador, cavilando.
- Si tu abuelo tuviera uno de esos en el 36...
Peres fue tras ella y apoyó su mano en los flacos hombros de la nonagenaria y ésta le acarició las puntas de los gruesos dedos.
- No vale la pena ponerse a pensar en ello, abuela.
- Lo sé –la voz le temblaba-. Lo único que me alivia es que antes de irse me dejó preñada de tu madre, que nacería en noviembre del año siguiente.
Dawssen comenzó a hacer cuentas.
- ¿Cuándo dices que murió el abuelo?
- El dieciséis de octubre de 1936 –la anciana se enjuagó una lágrima con la manga de la bata.
Su nieto dejó correr el tema. No le apetecía escarbar asuntos tan turbios y menos si venían de la anciana abuela. Lo mejor era dejarlo estar.
- Hice tantas cosas malas después de ese horrible año –las manos rugosas se posaron sobre el vientre-. Pero bueno, el río nunca deja de fluir.
El Turco no daba crédito a lo que acababa de oír y ver.
- Es agua pasada –mejor acabar cuanto antes y olvidarse del tema-. Venga, dame un abrazo, que me tengo que ir.
Edna rodeó con sus huesudos brazos el ancho y duro tronco de su nieto. Peres acarició el canoso pelo lacio y lo besó.
- Con un poco de suerte podré volver a verte.
- Edna, por favor.
Al fin pudo salir de la tienda y echarle un último vistazo a la cabellera morena de su abuela desapareciendo tras la puerta del almacén. No, un momento. Tiene que ser la luz jugándosela. Sí, eso tiene que ser. El fusil KRV49 seguía donde lo había dejado. Bueno, ya era el momento de volver con los pobres novatos. Sacó el PHS y llamó a Larry.
Un tono.
Tono y medio.
- Estaba a punto de pedir refuerzos –por el miedo en su voz se podría decir que así iba a ser.
- ¿Para que más niños se pierdan en el bosque? No, gracias –se burló mientras se servía un cigarrillo-. De todos modos me gusta tu estilo: llamar a la caballería para recoger dos posibles cadáveres.
- Lo siento, tío.
- Descuida –introdujo el filtro del pitillo entre sus labios-. ¿Has contactado con el niñato?
- ¿Con Garrison? No –calló un rato-. No me digas que ha desaparecido.
- Habrá acabado en la otra punta del barrio –acercó la llama del mechero a la punta del cigarro y aspiró-. Llámalo por la otra línea.
Larry lo puso en espera. Era gracioso el detalle de ponerle música reggae mientras esperaba. Everything’s gonna be all right... Joder, qué vieja. Menudos recuerdos le traía.
En el pecho de Dawssen comenzó a retumbar y a vibrar algo. El susto casi le hizo saltar del sitio. Palpó su chaqueta para encontrar un bulto a la altura de las costillas flotantes. Tenía algo en el bolsillo interior. ¿Qué cojones hacía eso ahí? Él tenía el suyo pegado a la oreja. Descubrió el pequeño aparato que armaba tanto escándalo y vio un mensaje en la pequeña pantallita. El cigarrillo se deslizó de sus labios, estrellándose contra los adoquines que temblaban al mismo tiempo que el extraño móvil vibraba y emitía una melodía ensordecedora como mil campanas subterráneas.
Llamada entrante:
Larry Divoir
- Me cago en la hostia.
8 comentarios:
Deberías dar un repaso a la ortografía, y quizás corregir algún que otro detalle (el MDMA, que yo sepa, es líquido).
Me gustó ver a Yvette por ahí, aunque me habría hecho más gracia que fuese otra rubia con cuerpazo:
Daphne.
También creí por un momento que el camello sería John Alexander. La gabardina y la barba de tres días me engañaron.
Está bien, aunque... Me falta algo. Aún está incompleto, no?
Buen relato. Unicamente el repaso a la ortografía, pero me ha gustado ver a Grim colocado nuevamente.
Y también el enlace ha sido genial, me ha encantado.
Tengo serios problemas con el editor de texto del puñetero blog. Joder, qué quebradero de cabeza.
Lo primero:Ukio, el MDMA o éxtasis puede administrarse como droga en forma líquida o de pastilla. Yo opto por la más popular y mediática pastilla.
Segundo: No es Yvette.
Tercero: Sería muy gracioso que fuera Daphne.
Bueno, la segunda parte os habrá parecido más rara que un cura en Irán. Pues esa era la intención, hacer que sucedieran cosas raras. Y si uno está atento a los detalles se alegrará de descubrir unos cuantos misterios que ya resolveré en el siguiente episodio, donde "Grim" y un servidor nos vamos a rajar putas por la vía psicotrópica. Nah, en serio, ya veréis.
Y revisaré la ortografía después, que me sangran los ojos.
Pa empezar, Grim me encanta, ponga como se ponga y con qué se ponga. La narración como siempre detallada y preciosista aún con toda su oscuridad y morbosidad.
Y la segunda parte sí, más rara que un perro verde, me he perdido cientomil veces y ya me estaba esperando que todo fuera fruto del viaje de Grim, pensando que aún le duraba.
Ya lo explicarás macho, qué intrínguli, ni Expediente X XDDDDDDDDD
La segunda parte la van a mandar a tomar por el culo, me he perdido un huevo de veces al leerla xDD.
Genial, como siempre.
Bengal no se escribía con B? Era el nombre de un bicho del ff, creo.
Por lo demás, vamos practicando, no? Ya te pillaré en el msn y hablaremos.
Por lo demás... Está bien... Aunque... Kurtz no vivía en el sector 5?
Kurtz vive en el Sector 2 bajo la placa.
El Sector 5 lo visitas en el juego, que es donde hay un mercado, la iglesia y la casa de Aeris.
Acabo de corregir lo del Bengal. ¿Sabéis que desde el primer relato estoy empeñado en escribirlo con V?
Sí, voy practicando, pero ya tenía cosas pensadas antes de nuestro brainstorming, papa. El topicazo más cthulhesco está al final.
Me alegra que a los opinantes les haya gustado. Recomiendo una revisión antes de mi próximo turno, ayuda a refrescar las ideas.
Publicar un comentario