martes, 11 de marzo de 2008

108. EVENTO ESPECIAL

Mirando al cielo

Recordé lo que había pasado pocas horas antes. Es curioso, pero en aquel momento toda mi vida pasó por delante de mis ojos. Seguramente la aparición del Meteorito tuvo algo que ver. Tal vez no era más que el presagio de mi muerte. Quién sabe. La cuestión es que sobreviví milagrosamente… Aunque el precio por mi salvación fue demasiado alto. Ahora me encontraba delante del televisor de un bar. Un pequeño incendio había comenzado un par de horas atrás en el Sector 2, a no más de un kilómetro de allí, justo en el lugar donde había quedado con Lydia. Se había retrasado diez minutos, algo poco habitual en ella. En condiciones normales, habríamos estado bastante lejos de allí cuando ocurrió el incidente. Simplemente decidí esperarla. A pesar de la aparición del Meteorito, decidimos no anular nuestra cita. Poco podíamos hacer nosotros. Seguramente había gente mucho más preparada elaborando un plan que salvaría el planeta del impacto de aquella inmensa bola de fuego. Shinra, los Turcos, SOLDADO… Seguro que ellos podían hacer algo, reparando de esta manera el daño que me habían causado durante toda mi vida. En cualquier caso, eso era algo que no dependía de nosotros. “¿Por qué preocuparse de algo que no está en nuestras manos?” me dijo Lydia cuando el Meteorito apareció. “Si el planeta es destruido, al menos habremos vivido plenamente nuestras últimas horas. Si conseguimos salvarnos, tendremos un bonito recuerdo de nuestra cita”. Siempre me gustó el optimismo y la alegría que constantemente mostraba Lydia en cada una de sus palabras.

Recordé mi pueblo natal mientras la esperaba. Una pequeña aldea de pescadores que se encontraba en la costa oeste del continente. De manera similar a Midgar, una enorme placa construida por Shinra se alzaba por encima de la pequeña aldea. Sobre ella construyeron una gran ciudad que recibió el nombre de Junon, por lo que el pequeño pueblo donde nací pasó a llamarse Bajo Junon. Era en aquella inmensa ciudad donde residía el vicepresidente de Shinra, Rufus, hasta que la reciente y repentina muerte de su padre lo convirtió en Presidente y se trasladó a Midgar. También se encontraba allí el cuartel general de casi todos los miembros de SOLDADO de 2ª clase. Es curioso, pero siendo el lugar más cercano al lugar donde nací, posiblemente Junon fue el único lugar que nunca llegué a visitar. Siempre recordé esos primeros años de mi vida con tristeza, una época en la que miraba al cielo y sólo veía metal.

Recordé la Costa del Sol, donde mis padres y yo solíamos pasar nuestras vacaciones. Para alguien que residía en Junon –o más concretamente en Bajo Junon-, la Costa del Sol era un lugar al que era muy fácil acceder. Se encontraba en la costa este del continente occidental, por lo que un simple barco bastaba para llegar hasta allí recorriendo las tranquilas aguas del mar interior. Fue allí donde conocí a Lydia cuando todavía éramos unos niños. Solíamos jugar la playa hasta caer muertos de cansancio, y pronto nos hicimos grandes amigos. A veces, simplemente nos sentábamos para mirar el sol, el mar, los peces, las gaviotas… Y siempre terminábamos mirando al cielo. A los dos nos apasionaba la naturaleza y el propio planeta en el que vivíamos. Sin embargo, nos veíamos obligados a separarnos cada vez que terminaban las vacaciones, puesto que ambos teníamos que regresar a nuestro lugar de residencia habitual para, once meses después, volver a reencontrarnos allí.

Recordé la ciudad de Wutai, el lugar donde mi familia se fue a vivir después de que las contaminadas aguas de Junon hicieran imposible ganarse la vida pescando, la actividad que mi padre había llevado a cabo durante toda su vida. Una vez más, volvíamos a estar rodeados de naturaleza. Una vida sencilla y apacible, justo lo que deseábamos. Contaba por aquel entonces con diez años, y aún recuerdo la decepción que me llevé al saber que no volveríamos a ir a la Costa del Sol de vacaciones, lo que significaría que tal vez no volvería a ver a Lydia. Sin embargo, no pasaron ni cinco meses cuando volví coincidir con ella. Casualidad o destino, su familia había decidido ir de vacaciones a Wutai a partir de ese año. Cambiamos las playas por los bosques, el mar por la montaña, y las gaviotas por los gatos que abarrotaban el lugar, pera la mayor parte de nuestro tiempo lo seguíamos compartiendo admirando la naturaleza. Y como ya era habitual, siempre terminábamos mirando al cielo. Lydia y yo nos prometimos que todos los años nos reencontraríamos allí en el mes de agosto, pasara lo que pasara. Y que si por alguna razón alguno de los dos no podía acudir, lo haría al año siguiente hasta que ambos pudiéramos coincidir. Desgraciadamente, dos años después de mudarnos allí, Shinra comenzó una guerra con Wutai, por lo que mi padre decidió que era necesario buscar un nuevo hogar. Esto hizo que me viera obligado a romper mi promesa, aunque decidí regresar en cuanto terminara el conflicto. Mi madre me intentó consolar diciéndome que tampoco Lydia podría volver a Wutai debido la guerra, por lo que de poco serviría que regresara.

Recordé Banora, la ciudad a la que nos fuimos a vivir tras dejar Wutai. Una pequeña aldea situada en una de las islas meridionales, un lugar apenas conocido si no fuera por las famosas bobozanas, una fruta que sólo podía encontrarse allí. Volvimos a tener una vida apacible durante ocho años. Ocho años que se me hicieron eternos, pensando cada día en la gran amiga que había dejado atrás. Pensando en mi promesa ocho veces incumplida. Y todos los días miraba al cielo con la esperanza de que ella estuviera haciendo lo mismo en ese momento. Pensando que allí arriba se cruzaban nuestras miradas. No lo supe hasta algún tiempo después, pero Lydia se encontraba más cerca de lo que pensaba, hasta el punto de que podría haberla visitado fácilmente si hubiera sabido dónde se encontraba el pueblo donde vivía. Aquellos ocho interminables años pasaron muy lentamente para mí, viendo cómo la guerra entre Wutai y Shinra nunca terminaba. Y una vez más, la tragedia llegó al lugar donde residía. El día en el que cumplí 21 años, el ejército de un tal Génesis atacó el lugar, acabando con la vida de casi todos los aldeanos. Fue entonces cuando mi padre murió, aunque mi madre y yo logramos escapar de allí milagrosamente.

Recordé Gongaga, la aldea a la que nos fuimos a vivir después del desastre de Banora. Muy poco memorias conservo de aquel lugar, del que sólo tengo malos recuerdos. Nunca tuve amigos allí, y el recuerdo de Lydia me atormentaba constantemente. El cielo era mi único consuelo, el lugar donde nuestras miradas convergían cada día. Mi madre cayó enferma al poco tiempo de llegar allí, pero se mantuvo relativamente estable durante las siguientes semanas. Sin embargo, la tragedia volvió a hacer acto de presencia, tal y como había ocurrido en todos los lugares anteriores. El Reactor Mako que allí se encontraba explotó, causando la muerte de numerosos aldeanos, incluida mi madre. Todos los fallecidos fueron enterrados en un pequeño cementerio situado en la propia aldea, o más bien en lo que quedaba de ella, pero nunca volvería a ver la tumba de mi madre. Ese mismo día llegó un rayo de esperanza a mi maltrecha vida. Después de diez años, la guerra entre Wutai y Shinra había llegado a su fin.

Recordé de nuevo Wutai, donde regresé en agosto de ese mismo año, después de seis meses de solitario viaje. Y allí estaba ella, mirando el cielo en el mismo lugar donde solíamos sentarnos durante horas disfrutando de nuestra mutua compañía. Pero ahora no era una niña, era la mujer más bella que había visto nunca. Me acerqué y me senté a su lado, sin decir nada. Ella bajó la mirada del cielo, me observó fijamente, y una dulce lágrima surgió de su ojo derecho y empezó a recorrer su mejilla. “¡Sabía que cumplirías nuestra promesa!” dijo, tras lo cual nos abrazamos, prometiéndonos que nunca nos volveríamos a separar.

Recordé la Posada del Carámbano, una pequeña aldea situada en el continente septentrional que, debido a su duro clima, estaba cubierta de nieve de manera permanente. Los dos decidimos ir allí para volver a disfrutar de la naturaleza, ahora que Wutai había sido invadida por Shinra y no era más que un lugar turístico donde se agolpaban incontables visitantes de tierras lejanas. Fue poco tiempo, pero aquella fue una de las mejores épocas de mi vida. Dejamos atrás las playas, el mar, los ríos y los bosques, pero a cambio teníamos la nieve, algo al menos igual de bello que todo lo que habíamos dejado atrás. Aún recuerdo el momento en el que surgió nuestro primer beso, justo después de haber presenciado en el cielo ese bello fenómeno conocido como la aurora boreal. Pero como si mi destino estuviera unido a Shinra, varios soldados aparecieron allí poco después, pues se preparaban para realizar un ataque contra una base enemiga. Lydia y yo decidimos abandonar aquel lugar, y fuimos en busca de la aldea más remota que pudimos encontrar.

Recordé Nibelheim, una pequeña aldea prácticamente desconocida para el resto del planeta. Un lugar tranquilo donde Lydia y yo podríamos haber pasado en paz el resto de nuestras vidas. Rápidamente hicimos amistad con una jovencita llamada Tifa, con la que solíamos pasar gran parte de nuestro tiempo. Sin embargo, el destino volvió a jugarnos una mala pasada. En un momento dado, dos miembros de SOLDADO llegaron al pueblo para cumplir una de sus misiones. Uno de ellos era Sefirot, héroe de la guerra de Wutai y SOLDADO legendario. El otro era Zack Fair, un joven originario de Gongaga. Algunos días después, la locura invadió a Sefirot, que incendió la aldea y mató a muchos de sus aldeanos. El caos hizo que me separara accidentalmente de Lydia. Aunque la busqué desesperadamente, no logré dar con ella. Debido al humo que penetraba en mi sistema respiratorio acabé desmayándome. Ignoro que pasó después, pero aparentemente alguien me llevó a las afueras del pueblo, salvándome la vida. No supe que había sido de Lydia o de Tifa, y cuando regresé a Nibelheim, lo único que encontré fueron los restos carbonizados de la aldea. Durante horas estuve buscando a Lydia, hasta que empezaron a llegar soldados de Shinra y Turcos, lo que me obligó a abandonar el lugar. Antes de marcharme, miré el cielo de Nilbeheim por última vez, y entonces supe que estaba viva en algún lugar, mirando aquel mismo cielo. Sin saber dónde dirigirme, mis pasos me llevaron al norte, muy lejos de allí.

Recordé aquel cohete que se suponía iba a ser el primer viaje tripulado a al espacio. Allí no había nada más, pero los ingenieros y trabajadores del lugar me dieron comida y un lugar donde cobijarme. Durante los días siguientes, miré con asombro aquel gigantesco artefacto. Estoy seguro de que a Lydia le habría gustado verlo. Un medio de transporte capaz de llevarnos a aquel cielo que mirábamos juntos cada día. Decidí quedarme allí los siguientes meses, ayudando a aquellos hombres a cumplir lo que también se había convertido en un sueño para mí, la posibilidad de viajar hasta el cielo. Por desgracia, el destino volvió a demostrar que no tenía piedad. Un sabotaje, o tal vez un error humano, obligó a anular el lanzamiento justo en el momento en el que debía producirse el despegue. Mi sueño, el sueño de todos aquellos hombres, se había desvanecido para siempre. El Departamento de Investigación Espacial fue disuelto, y muchos de los trabajadores que habían participado en el proyecto decidieron quedarse a vivir allí y construyeron una aldea. Éste fue el origen de Ciudad Cohete. Sin embargo, yo me marché con dos de mis compañeros, que decidieron regresar a su aldea natal.

Recordé Corel, el pueblo minero al que llegué junto a mis dos compañeros tras el fallido lanzamiento del cohete. Sin embargo, el destino siguió castigándome a los pocos días de llegar. El Reactor Mako del Monte Corel explotó. Shinra culpó a los aldeanos, por lo que decidieron incendiar el pueblo como represalia. Mucha gente murió, y la mayor parte de los supervivientes decidieron trasladarse al norte, donde construyeron Corel del Norte. Yo, completamente abatido, decidí quedarme a vivir entre los restos del pueblo carbonizado. No quise con los demás para que no compartir con ellos mi fatal destino, o tal vez mi mala suerte, quién sabe. Toda la zona circundante se convirtió en un desierto, pero aún me quedaba el cielo. Mi esperanza. Sin embargo, como si de una broma pesada se tratara, empezaron a construir un enorme parque de atracciones llamado Gold Saucer sobre lo que antiguamente fue Corel. Una vez más, el cielo volvía a serme esquivo, como lo fue en Junon durante mi infancia. Decidido a no perder lo único que me quedaba, abandoné aquel lugar, sin saber muy bien adónde dirigirme. Pensé en qué lugar podría encontrarse Lydia si aún se encontraba viva. Pensé en todo aquello que los dos amábamos: la naturaleza, el planeta, el cielo… Y entonces supe dónde se podía encontrar.

Recordé Cañón Cosmo, un famoso lugar donde solían reunirse los expertos en el ciclo de vida del planeta, situado en plena naturaleza y caracterizado por su enorme observatorio, claramente visible incluso a kilómetros de distancia. Qué mejor lugar que aquél para observar el cielo. Y allí estaba de nuevo, mirando aquel cielo estrellado frente a la Flama de Cosmo, la llama eterna que nunca se apagaba. Lydia había pensado exactamente lo mismo que yo, y se había dirigido hasta allí sabiendo que sería el lugar donde nos reencontraríamos. Siempre tuvo la esperanza de que nos volveríamos a ver, haciendo gala de ese optimismo que tanto la caracterizaba. Durante tres años, el destino decidió darme una tregua. Lydia y yo empezamos a trabajar como ayudantes de Bugenhagen, el más importante estudioso sobre la vida del planeta y el propietario del observatorio. Gracias a él, llegamos a amar la naturaleza, el planeta y las estrellas del cielo incluso más de lo que ya lo hacíamos. También hicimos amistad con su “nieto” Nanaki, uno de los últimos supervivientes de la raza de Cañón Cosmo. Sin embargo, tres años después de nuestra llegada, Nanaki fue secuestrado por los Turcos. Poco después, Lydia me pidió que volviéramos a su aldea natal.

Recordé Mideel, el pueblo donde nació Lydia y vivió toda su infancia y adolescencia. El lugar estaba situado en una isla del sur, la misma donde se encontraba Banora. Durante aquellos largos años en los que Lydia y yo estuvimos separados, en realidad nos encontrábamos a unos cuantos kilómetros de distancia. Una vez más, maldije mi mala suerte. Sin embargo, al fin teníamos un lugar donde podíamos vivir tranquilos… hasta que pasó aquello. Un día, mientras mirábamos el cielo, vimos llegar aquella enorme criatura alada. Más tarde supimos que se llamaba Arma Última, pero poco importaba su nombre. Aquel monstruo destruyó Mideel, dejando apenas un puñado de supervivientes. Ya quedaban pocos lugares seguros en el mundo, y temía marcharme a una nueva ciudad sabiendo que la destrucción me seguía a dondequiera que iba. Fue Lydia la que de nuevo me animó y me dio fuerzas, por lo que decidimos dirigirnos al norte. Durante nuestro viaje, visitamos Fuerte Cóndor, la Mina de Mitrilo, la Granja de Chocobos y Kalm, hasta que finalmente llegamos a nuestro destino.

Recordé nuestra llegada a Midgar, donde una vez más el cielo me volvía a estar vedado. Los suburbios de Midgar estaban cubiertos por una enorme placa, donde residían los empleados y ejecutivos de Shinra. Incapaces de vivir en un lugar sin cielo, Lydia y yo nos dirigimos a la zona superior de la placa. Afortunadamente, ambos encontramos trabajo rápidamente, ella como cuidadora de ancianos y yo en la construcción. Esto nos obligó a vivir relativamente lejos el uno del otro, pero quedábamos a menudo para mirar el cielo y recordar viejos tiempos. Y fue en uno de esos días cuando vimos aquella bola de fuego, un Meteorito que se dirigía hacia el planeta amenazando con destruirlo. Pero Lydia no dejó que aquello nos afectara. Pensé que una vez más había llevado la mala suerte conmigo, pero ella intentó convencerme de que no era así. De cualquier manera, decidí hacerle caso. El Meteorito no dependía de nosotros, por lo que había que aprovechar los siguientes días tanto si resultaban ser los últimos como si no lo eran.

Recordé de nuevo lo ocurrido dos horas antes. Tras un pequeño retraso, Lydia llegó al lugar de la cita, llevando con ella un regalo. Un muñeco moguri para celebrar el sexto aniversario de nuestro primer beso en la Posada del Carámbano, el motivo por el que se había retrasado esos diez minutos. Miramos al cielo para agradecer al destino que aún estuviéramos juntos a pesar de todo lo que había ocurrido. Y entonces la vi, una pequeña bola de fuego que se acercaba hasta nosotros. Lydia reaccionó rápidamente y logró empujarme salvándome la vida. Sin embargo, no pudo retirarse a tiempo, lo que significó su muerte. Las ondas producidas por el impacto también me alcanzaron a mí, dejándome malherido. Un incendio empezó justo entonces como consecuencia de lo ocurrido, momento en el que me desmayé.

Recordé el momento en que desperté hacía apenas media hora. Alguien me había salvado del incendio y me había llevado hasta un bar cercano al lugar del incidente. El televisor que había allí explicaba que la causa del incendio había sido un pequeño pedrusco del tamaño de un puño que se había desprendido del Meteorito. Aprovechando la inercia de propio Meteorito y su menor masa, la piedra había aumentado su velocidad hasta llegar al planeta, como un pequeño preludio del impacto principal que ocurriría varios días después si nadie lo evitaba. Saqué entonces el muñeco moguri que me había regalado Lydia dos horas antes. Era yo el que había visto pasar toda mi vida ante mis ojos. Era yo quien debía morir. Sin embargo, fue Lydia la que se convirtió en la última víctima de mi fatal destino.

1 comentario:

Ukio sensei dijo...

Tan alegre como de costumbre. A esos finales deberíamos llamarlos "El giro Sihniano". :P

Es gonito tenerlo, al fin. Sientes que Azoteas está un poco más completa.