jueves, 27 de marzo de 2008

111.

Resoplando con fuerza, Eduardo quitó otra caja del ático. Hacía quién sabe cuantos siglos desde la última vez que lo limpiara, y estaba atestado de viejos objetos, baúles y antiguallas, a cada cual más extraña. Ed ni siquiera recordaba haber conseguido una garra de dragón... o draco... o el gran reptil que fuese. Claro que tal vez aquello fuese un inofensivo tronco. Pero el hombre dudaba de haber visto troncos tan lustrosos.

Ah, rayos... ya se acordaba. Había encontrado la garra en los bosques de Iciclos, durante su período de entrenamiento en el continente helado. Vaya que hacía tiempo de aquello... las sirenas y el bullicio que sonaban fuera le hizo fruncir el ceño. Desde la puesta en estado de excepción, las calles eran un infierno de ruidos, persecuciones y gritos. Era una suerte que Vic hubiera elegido justo ese tiempo para una "pausa de reflexión", como ella misma dijo. conociéndola, eso significaba que hasta dentro de una semana o dos no haría nada... prácticamente ni saldría de casa. Eduardo suspiró, sacudió la cabeza, y levantó otro pesado baúl, consiguiendo en el proceso una nube de polvo. Pobre niña.

El ruido afuera continuaba. Ed se preguntó que demonios habría provocado semejante barullo policial. Pero cuando giró la cabeza y revisó qué quedaba en el cuarto, dejó de oír las sirenas, los gritos y los coches. Tampoco oyó el golpe seco del baúl al caer al suelo, ni notó cuando lo había soltado. Casi se olvidó también de respirar.

Y todo por aquella caja.

Estaba cubierta de polvo y telarañas, medio escondida en las sombras, pero perfectamente conservada. Para lo que era, claro.

Olvidando la limpieza por el momento, Eduardo tomó la vetusta caja y bajó con ella al salón, depositándola suavemente sobre la mesa. El corpulento hombre de cabello gris acero contempló su hallazgo durante un largo rato, sin atreverse a abrirlo. Pasó la manga de su vieja camiseta marrón por su frente y no le sorprendió retirar una buena capa de sudor. Sacudiendo el polvo depositado en sus pantalones vaqueros, bastante ajados, se juzgó lo suficientemente limpio como para sentarse en el sillón sin tener que pasar la escoba luego... otra vez.

Le temblaba el pulso. ¿Por emoción? ¿O por miedo? La última vez que había visto aquella caja, la última vez que se había abierto, el terror se apoderó de sus células, y no porque leyese su contenido, si no por la reacción de su nieta.

Y es que ese estuche, de inofensivo y avejentado aspecto, era más peligrosa que una invocación descontrolada, al menos para ellos.

Porque allí dentro estaba el secreto de Victoria. De su concepción. De su vida. Y de lo que era.


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Una, dos, tres... las puntadas se sucedían sin pausa pero sin prisa, de manera delicada y cuidadosa.

Repantingada en su cama, Vic cosía. Podría resultar irónico para quien la conociera, pero la pequeña asesina encontraba muy relajante la confección de ropa. Coser o tejer le permitían ocupar las manos en algo que requería habilidad pero que le dejaba la mente libre para maquinar. De hecho, casi todo su vestuario se lo elaboraba ella misma... entre otras razones porque nadie hacía ropa de su estilo en su talla.

Una mueca burlona se asomó a su rostro cuando pensó en las prendas que solían vestir las niñas. Realmente no pegaban con ella.

Cuatro, cinco... la aguja se deslizaba como una pequeña lanza, callada y eficiente. Lobo, tumbado junto a Hiro, alzó perezosamente la cabeza y se reacomodó para seguir con su siesta. El refugio estaba tranquilo, tan tranquilo... justamente como le gustaba a su dueña. Aquí escapaba del ruido y el continuo movimiento del mundo exterior para dedicarse unos momentos a sí misma.

No es que fuese muy grande. La habitación principal (la única habitación de todo el lugar) tenía la forma de un círculo al que hubieran cortado un trocito y era un cruce entre dormitorio, taller y cocina, si bien los únicos elementos propios de una cocina eran la nevera y la pequeña encimera al lado de ésta. Aparte de que Vic solía aislar esa zona con un biombo. El "trocito faltante" era la única zona separada por pared, el baño.

Realmente, a un adulto aquello le hubiera parecido una casa de muñecas grande, ya que todo era de tamaño infantil. Para alguien mayor hubiera resultado pequeño e incómodo, pero para Vic era un alivio. Con todo a su medida, casi podía fingir que era alguien normal, con un cuerpo acorde a su edad. Casi. Hasta la entrada era minúscula, lo justo para que cupiera el cuerpecillo delgado de la niña o sus peludos acompañantes. Difícilmente podría entrar allí un adulto.

Seis, siete, ocho... y es que Victoria había situado su "hogar" bajo un montón de escombros y pedazos de trenes carcomidos y roídos por el óxido. No había sido fácil, claro. Primero había tenido que encontrar el lugar apropiado, luego construir poco a poco la estructura circular y, finalmente, acumular varias capas de trozos de roca y desechos metálicos sobre ella. Un pequeño derrumbe afortunado (afortunado porque no había destrozado la casa) aportó los escombros más grandes. A día de hoy, el "mini-bunker" como lo llamaba en broma su abuelo, era a toda vista un simple montón de chatarra que nadie se tomaría la molestia de remover. Una serie de respiraderos estratégicamente colocados garantizaban la renovación de aire, mientras que el aislamiento y la cubierta de desechos mantenían una agradable temperatura interna.

Victoria detuvo sus puntadas y meditó acerca de salir afuera.

- Myyyyyaaaaaaaaaa...- se lamentó un pequeño felino negro, golpeando con la patita un cuenco vacío.

- Ya voy, Yami.- sonrió la asesina mientras se levantaba a llenar el comedero de su mascota.

Tenía comida suficiente en la nevera y varias prendas por terminar... definitivamente podía posponer sus salidas unos cuantos días más. Aparte, sus armas necesitaban una buena limpieza.

Tarareando, volvió plácidamente a su tarea.

No habría estado tan serena de saber lo que su abuelo estaba haciendo en aquellos momentos.



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Con un respeto rayano en la reverencia, Eduardo acercó lentamente sus manos a la caja. Tenía un sello fechado el 19 de Abril de hacía diez años. El cumpleaños de Victoria. El año en que Maya murió.

Lo rompió sin dificultad. y quitó la tapa, a sabiendas de lo que vería dentro.

Varias carpetas, ficheros y documentos pulcramente ordenados y clasificados, junto con un viejo cuaderno, quedaron al descubierto. El instructor retirado tomó el primer grupo de folios, preguntándose qué iba a conseguir removiendo el pasado... un pasado que conocía demasiado bien. Pero una fuerza innombrable le impulsaba a leer.

Se puso las gafas que llevaba guardadas en el bolsillo (su vista ya no era lo que había sido) y comenzó.

"12 de Septiembre.

Hoy iniciamos el "Proyecto Hesperia". Debo confesar que estoy muy emocionado, y no sólo como científico. Si nuestros esfuerzos tienen éxito, habremos logrado uno de los mayores sueños de la humanidad. El rigor y el secreto deben ser absolutos, pero no puedo resistirme a plasmar estas impresiones. algún día, el mundo nos agradecerá por esto."

El nombre del firmante estaba borroso y corroído por la humedad, así como el año. Pero Eduardo no necesitaba verlo para saber cuando había sido. 28 años habían pasado desde entonces.

"15 de Febrero.

Hace ya seis meses que hemos terminado los prototipos y el diseño final del medicamento base. Las pruebas con animales han sido excepcionales y SHINRA nos autoriza a probarlo con humanos. El medicamento les será dado de forma encubierta a cierta gente de los suburbios, personas prescindibles que ayudarán con sus vidas a éste magnífico proyecto.

Las cobayas que reaccionen positivamente serán objeto de vigilancia y estudio antes de ser traídas al complejo. No puedo esperar a ver los resultados, pues nuestra quimera comienza a volverse realidad. Hasta el profesor está emocionado, pese a sus intentos por mantenerse impasible."

Los comentarios, cual diario de observación, estaban intercalados con un montón de apuntes técnicos sobre elementos químicos y fórmulas de biología. El redactor, quien quiera que fuese, se había tomado aquel trabajo muy en serio.

" 2 de Marzo.

Seis especímenes han dado resultados favorables a las primeras administraciones del medicamento. Huelga decir el revuelo que ello ha armado aquí en el laboratorio. el profesor está tramitando ya los permisos necesarios para que SHINRA los traiga discretamente al complejo.

No comprendo por qué hay que mantener todo en la más estricta confidencialidad. ¿Acaso la gente no entiende que hacemos esto por su bien? Un pequeño sacrificio ahora puede ser la llave de grandes futuros."

Aquella última frase le dio ganas a Eduardo de estrujar la indefensa hoja en su gran puño. Nada merecía el sacrificio al que habían condenado a su nieta. Nada.

"28 de Marzo

¡Por fin tenemos aquí a los especímenes! Es tan fascinante contemplar de primera mano la evolución de su estado... si supieran el bien que van a lograr, seguro que agradecían haber sido seleccionados para este honor.

El profesor afirma que en breves podremos pasar a la segunda fase del experimento, ya que los medicamentos se han revelado efectivos y quedan pocas dosis que administrar.

Me muero por iniciar las operaciones."

El hombre de ojos castaños jamás podría olvidar aquella fecha fatídica. El día en que Maya, su adorada sobrina de 15 años, había desaparecido sin dejar rastro. Fueron muchos los que colaboraron en la búsqueda, pero jamás apareció ni una pista. Eduardo, que entonces contaba con 35 había sufrido lo indecible por aquel entonces, pensando en la seguridad de la niña. Maya era albina de nacimiento, y una exposición larga al sol podía ponerla en serio peligro, cuando no matarla.

Pasarían tres años antes de que volver a verla, tres largos y dolorosos años en los que su hermana mayor y su cuñado se consumieron de pena y murieron.

"3 de Mayo.

Dos de los especímenes, nº 3 y nº 4, no han podido sobrellevar las operaciones y han fallecido. Nuestra esperanza yace ahora en los supervivientes, que parecen haber aceptado mejor las modificaciones internas de su organismo y la manipulación genética a los que los hemos sometido.

Los especímenes nº2 y nº5 en especial están teniendo un avance mayor que el de los otros. Nuestros esfuerzos no serán en vano.

Las pruebas indican un aumento en la producción de hormonas y agentes rejuvenecedores, así como una renovación celular no vista hasta entonces en ningún otro organismo. No obstante, algunos tejidos parecen no reaccionar al tratamiento. Debemos centrar en ellos nuestros esfuerzos."

Esta vez, Eduardo pasó varias hojas de anotaciones antes de posar su vista sobre un nuevo párrafo. La fecha denotaba un gran tiempo transcurrido desde la anterior inscripción.

"22 de Enero.

Algo está fallando. Los especímenes reaccionan favorablemente a las últimas modificaciones y hemos obtenido tres nuevas cobayas, pero el profesor cada vez está más hosco. Es como si el experimento, contra todo pronóstico, no fuese bien.

El espécimen nº 6 ha permanecido inalterado ante el tratamiento para la autorenovación por parte del organismo de las células del sistema nervioso. Quizás debamos afrontar un fracaso con él, pero nº 2 y nº5 siguen respondiendo de manera satisfactoria."

"3 de Marzo.

He preguntado al profesor la causa de su enojo. No me había dado cuenta de que todos los especímenes exhiben alguna imperfección genética que nos aleja de la perfección. Si no hallamos una solución, todo nuestro trabajo hasta ahora no habrá servido de nada.

Debemos ser cuidadosos, puesto que otro de los especímenes, uno de los tres últimos, ha fallecido también.

Nuestro triunfo parece alejarse, pero las otras cobayas lo hacen parecer cercano..."

"14 de Abril.

Revisando las fichas de los especímenes, he comprobado que en efecto todos sufren alguna tara insalvable. Por extraño que parezca, los medicamentos base no tuvieron efecto en individuos sanos, que hubieran sido preferibles para este experimento.

Lo menos sorprendente ha sido descubrir la procedencia de los sujetos. Todos ellos vienen de los suburbios bajo la placa, cosa natural si tenemos en cuenta que se buscaban personas prescindibles para la sociedad. Unos vagabundos de más o menos no harán la diferencia en las calles, pero en este laboratorio pueden ser la clave de uno de los grandes sueños de la humanidad. Deberían sentirse agradecidos por recibir nuestras atenciones en vez de tratarnos de "monstruos", pero les perdono por su ignorancia.

Los cuatro especímenes supervivientes de la primera hornada siguen reaccionando bien a las últimas manipulaciones genéticas. Los tres varones han visto incrementada su potencia muscular, mientras que la hembra ha desarrollado una gran flexibilidad.

Ruego por la fructificación de nuestras esperanzas."

"10 de Julio.

¡Era tan simple...! No entiendo como no vimos antes la solución.

Hemos bautizado esta ramificación del proyecto con el nombre de "Edén".

Realmente nuestro dos sujetos son como Adán y Eva, pues traerán hasta nosotros a un nuevo ser superior..."

Maya le había contado con gran dificultad como había sido para ella esa "fase" del experimento. Eduardo había presenciado verdaderos horrores en la guerra, pero su sobrina no se quedó corta con sus descripciones.

"22 de Agosto.

Los intentos de inseminar artificialmente a "Eva" han arrojado un resultado negativo.

Según las comprobaciones del profesor, la única manera de lograr la concepción será el proceso natural, así que pondremos a "Adán" en la misma sala. el tiempo que sea necesario. Esperemos que el instinto hormonal haga el resto.

Debemos resignarnos al tiempo."

Aquel factor había sido, según su sobrina, el único rayo de luz en su cautiverio. El hecho de que pusieran a Fire en su misma celda. Al principio no sabían qué hacer, tan retraídos los había vuelto el encierro y las torturas. Pasaron dos semanas, según las anotaciones, antes de que empezaran a hablar entre ellos, y cinco meses hasta que comenzaron una relación cercana. Pero ambos seguían siendo unos niños, retenidos durante un tiempo incontable y sin nociones de la sociedad. Debieron suplir la educación con instinto, lo cual hizo muy lento el proceso, por suerte para ellos y por desgracia para los científicos.

Tras ocho meses, las anotaciones confirmaban alegremente el "inicio de la cópula", transcripción literal. A Eduardo esa expresión le daba ganas de vomitar. Se trataba de dos seres humanos y se referían a ellos como si de cruzar dos perros de concurso fuera el asunto.

"4 de Abril.

Ha pasado un mes desde que los especímenes han comenzado a copular y aún no hay señales de una concepción.

El profesor afirma que debido a todas las operaciones y medicamentos su ritmo reproductivo podría necesitar más tiempo del previsto.

Mis compañeros siguen trabajando con los restantes especímenes, pero yo no puedo. Mi atención está totalmente concentrada en la ramificación "Edén", y es un gran honor que el profesor me haya elegido como encargado.

Sinceramente, soy como un elegido, al igual que el resto del grupo."

Al ex-instructor se le ocurría un término más adecuado para referirse a aquel montón de psicópatas, pero lo dejó pasar y siguió leyendo.

"30 de Agosto.

¡Los análisis muestran probabilidad de fecundación! Necesitamos un par de semanas más para estar seguros, pero todo apunta que "Adán y Eva" tendrán descendencia pronto.

"17 de Septiembre.

"Eva" está definitivamente preñada. Me siento tan emocionado como si fuese yo el padre, y es lógico, ya que en cierta manera lo somos. Ahora que "Adán" ya ha cumplido su función hemos separado de nuevo a los especímenes para que no turbe el embarazo.

Las operaciones para asegurarnos de que el feto no desarrolla el albinismo de su madre ni la debilidad cardiaca de su padre empezarán dentro de dos meses."

La separación de Fire fue devastadora para Maya, que se quedó de nuevo sola en su celda y, además, sometida a nuevos y más crueles experimentos destinados a la mejora y preservación del feto que portaba en sus entrañas. Pero la agonía no iba a durar mucho más.

Los últimos apuntes del científico anónimo se centraban en los experimentos de los cuatro meses siguientes, contando desde Septiembre. finalmente, cesaban sin explicación aparente. Eduardo leyó casi sin interés su última anotación.

"20 de Enero.

Estamos cerca, tan cerca... el nacimiento se espera en Abril.

Nuestros sueños están a punto de volverse realidad, tras tres largos años. El "Proyecto Hesperia" cumplirá por fin una de las más grandes y antiguas ambiciones de la humanidad. Vamos a lograr la juventud eterna".

Con gesto asqueado, el veterano retirado dejó a un lado la carpeta con los apuntes ya leídos y tomó la siguiente. Estaba llena de recortes y fotocopias de hojas de periódicos, todas con artículos sobre el misterioso incendio causado, al parecer, por unos fanáticos rebeldes y anarquistas que habían atacado porte del complejo SHINRA. El fuego había devastado el área por completo, así que no se sabía a qué dedicaba SHINRA la zona. Según declaraciones oficiales, era parte de los laboratorios dedicados a la investigación de fármacos para la salud.

Muy pocos supieron que la verdad no era tan inocente. Fueron los propios SHINRA quienes provocaron el incendio tras el ataque rebelde con el fin de encubrir todo el proyecto. No era cuestión de que saliera a la luz pública que la todopoderosa Corporación había estado experimentando con seres humanos de una manera tan desalmada.

Del viejo cuaderno guardado en la caja se podían extraer más informaciones, pues se trataba del diario de Maya. Ed leyó algunos párrafos al azar.

"Me han traído a esta celda y me han dejado sola sin la más mínima explicación. No sé que hago aquí. Tengo frío y miedo. El tiempo pasa muy lento y no sé ni que día o mes es."

"Siguen sin explicarnos nada. Por lo visto no soy la única a la que han traído aquí. Nos obligan a tomar unas medicinas extrañas y no paran de hacernos análisis. Me pregunto cómo estarán papá y mamá... muertos de preocupación, seguro. ¡Ojalá pudiera estar con ellos!"

"Han empezado a hacernos... cosas horribles. Nos abren y nos manipulan por dentro. ¡¿Por qué nos torturan?! ¡No nos tratan como a personas con sentimientos! Somos como piedras para ellos. Me dan miedo. A veces me despierto y resulta que he dormido días enteros, llena de tubos por todas partes..."

"No sé ni como escribir esto. Me siento tan avergonzada... estos.... "hombres"... me han... dioses. ¡Me han estado introduciendo unas máquinas raras en el cuerpo! Es como... ¡como si me forzasen con una máquina! Dicen que es por el bien de la humanidad, pero yo sólo quiero volver a casa. Oh, dioses misericordiosos, sacadme de aquí..."

"Desde hace unos días tengo un compañero de celda. No me ha dicho nada aún, pero no me da tanto miedo como los otros. Él parece comprenderme, seguramente le han hecho lo mismo que a mí. Tal vez pueda saber su nombre..."

"Fire es ahora mi único consuelo. No sé por qué nos han puesto juntos, pero espero que dure. Entre nosotros podemos hablar sin temores, y apoyarnos mutuamente. Estamos unidos a un nivel muy profundo, tanto que nadie más puede comprenderlo. Es el dolor y las experiencias que nos han hecho pasar y que nadie más ha vivido o (dioses, rezo porque no) viva alguien nunca. Me pregunto como hacen los mayores para demostrar que se quieren. Fire y yo no tenemos ni idea. Llevamos tantos tiempo alejados del mundo.... juraría que años, aunque no tengo manera de medir el tiempo..."

"Fire y yo hemos hecho algo muy extraño... algo que nunca había experimentado antes. Creo que ahora sé que pretendían cuando me metían esas máquinas en el cuerpo, aunque no comprendo el por qué. ¡Fire no usó ninguna máquina! Él dice que es algo llamado "amor"... no, no el amor que le tengo a papá y a mamá. Pero por lo visto también se llama amor. Yo lo diría "juntar los cuerpos", pero se llame como se llame ha sido algo... ¡mágico! Sentía a Fire junto a mí, dentro de mí, y él me sentía a mí... era como si nos juntásemos en uno solo..."

Este párrafo hizo reír a Eduardo. La ingenuidad de Maya al hablar de su primera experiencia sexual demostraba lo aislados que estuvieron ambos jóvenes del mundo. ¡Ni siquiera sabían lo que era el sexo!

Sin embargo, las siguientes páginas no eran tan risueñas.

"Me quiero morir. Se han llevado a Fire y no me dejan verlo. Vuelvo a estar sola, y tengo miedo. ¿Por qué nos hacen esto? ¡Necesito saberlo! Necesito... a Fire..."

El hombre decidió saltarse varios párrafos. Los había leído hace mucho y sabía que estaban llenos de amargura y dolor, descripción de los tormentos a los que la sometían día a día. Finalmente llegó a la parte donde Maya describió cómo había llegado el fin de su Infierno.

"Por fin a salvo. No puedo creer que hayamos salido de allí. Voy a apuntar todo lo que pasó, simplemente para dejar constancia de ello. No creo que pueda olvidar nunca esa parte de mi vida, aunque quiera.

Todo ocurrió hace unos días. Estaba en mi celda, esperando con resignación el momento en el que me llevasen al quirófano. Siguen sin decirme nada, pero intuyo que todo esto tiene que ver con lo que hay en mi tripa. No deja de crecer. Mi niño... nuestro hijo, mío y de Fire...

Pero nadie llegó para llevarme a la operación. empecé a oír gritos, carreras y explosiones. Golpeé la puerta, gritando, suplicando saber qué sucedía. La temperatura aumentaba por momentos y comenzó a colarse humo por el bajo de la puerta. Golpeé con más fuerza, pero no podía hacer nada... el humo llenó mi celda, me costaba respirar... entre toses, caí al suelo...

Y cuando pensé que moriría allí, la puerta se abrió, y una sombra me tomó en brazos. quise debatirme, pero no me quedaba fuerza para nada. entonces, una voz familiar me susurró "Aguanta, pronto saldremos de aquí...". Era Fire. Me sacó de aquél lugar maldito, mi prisión, a un pasilla lleno de puertas blancas. Otras celdas, deduje. Una luz roja parpadeaba por todo el lugar acompañada de un sonido ensordecedor, interrumpido de tanto en cuando por ruido de explosiones.

Mi mente seguía inundada en parte por los humos, así que no recuerdo mucho del lugar. sé que salimos del pasillo a lo que parecía un gran laboratorio con salas anexas similares a quirófanos... quirófanos como aquellos donde nos habían torturado. Pero no estaban limpios y en paz, no: grandes montones de escombros, algunas partes en llamas, cristales rotos por el suelo y estanterías volcadas eran muestra de lo violento del ataque. Vi algunos cuerpos con bata blanca tirados por el suelo, pero no me paré a lamentarlo. Se lo merecían.

Un hombre se aproximó a Fire. Vestía de negro, llevaba un rifle y, cuando se quitó el embozo, vi su gran parecido con mi amor.

"Tenemos que salir de aquí, hermano!" gritó.

"Primero quiero hacerme con esos documentos que mencionaste. Tengo... tenemos derecho a saber por qué nos hicieron esto" replicó.

Su hermano asintió y nos llevó a un despacho junto a la sala. Fire me dejó con cuidado en el suelo y luego, él y su hermano llenaron una caja con todo lo que encontraron. Después de eso sólo recuerdo una huída apresurada en los brazos de Fire.

Nos sacaron del edificio y nos metieron en una furgoneta traqueteante. Cuando por fin salimos de allí, ya estábamos en los suburbios.

El hermano de Fire nos llevó a su casa. Se llamaba Ember, y había formado parte del grupo anarquista que atacó los laboratorios para poder rescatar a su hermano. Se lo agradecimos infinito, pero quedarnos allí le pondría en peligro.

Claro que... tampoco teníamos adonde ir. Mis padres... ayer me enteré de que murieron hace un año. Por suerte, mi tío Edu aún vive. Le pediremos que nos ayude. Él trabajó en el ejército, no creo que lo investiguen. De todos modos, parece que SHINRA quiere tapar el asunto negando su existencia. Ojalá sea así."

Por suerte para ellos, fue así. Por desgracia para Ember, SHINRA quiso taparlo de más. Nunca se pudo probar que ellos lo mataran, pero Maya y Fire lo sabían.

No había mucho más escrito en el cuaderno. La última página hablaba de la felicidad por el nacimiento, en Abril, de Victoria, y del negocio que estaban instalando con ayuda de Eduardo.

Y es que, aunque todos creyeran que Eduardo era el dueño original del "Club Saucer", no era del todo cierto. En realidad lo montó para Fire y Maya, para que tuvieran un modo de vida. Fueron muy felices durante esos días, y Ed aún más. Era como tener una familia, con su hija, su yerno y su nietecita adorable.

Tristemente, cuando Victoria cumplió tres años, la debilidad cardiaca de Fire se lo llevó a la tumba. Y aquello selló el odio de Maya Renlen hacia SHINRA. El odio que la consumió y que arrastró consigo el de Victoria, agrandándolo y azuzándolo. Recordaba con penosa claridad el día que Maya le pidió que comenzase a entrenar a Victoria igual que entrenaba a los soldados. ¡Y la niña aún no había cumplido los diez años! Eduardo se había jubilado hacía poco del ejército, en parte porque con cincuenta años ya empezaba a faltarle un poquitín de vigor, y en parte por ayudar a Maya con el pub.

Evidentemente se negó. Pero entre ambas lo atraparon. El día del cumpleaños de Vic, él le prometió cumplirle un deseo, el que quisiera. Ella le hizo jurar ¿"El que yo quiera?" "El que tú quieras" y acto seguido le pidió que la entrenase. La sonrisa satisfecha de Maya no dejaba lugar a dudas sobre quién había tenido la idea.

Eduardo no tuvo más remedio que cumplir. Sospechaba de las intenciones de su "hija adoptiva", realmente su sobrina, pero hasta que ella no les mostró los documentos no entendió el alcance del drama. el mismo drama que crecía ante ellos en la figura de una niña de pelo tricolor.

Cuando se puso de manifiesto que victoria no crecía más, que se quedaba en los doce años, Maya terminó de entrar en la locura. Aquello fue para ella como una burla del destino... ¡los bastardos habían logrado su deseo! ¡Era injusto! Se obsesionó con la venganza y alimentó la de su hija, furiosa y dolida por ver que se le negaba una vida normal. Ambas juraron destruir a los responsables de su desgracia... a SHINRA.

Maya Renlen no viviría para ver sus deseos satisfechos. Los terribles experimentos a los que fue sometida se cobraron su precio en su frágil salud, postrándola en la cama un año entero antes de fallecer. Victoria aún no tenía 17 años, pero cuando enterraron el ataúd de su madre, fue como si con ella enterrasen también las lágrimas de la niña. Eduardo no volvió a verla llorar jamás después de aquél día. vivía por y para su entrenamiento, para ella el camino hacia su venganza. Se volvió una experta con las armas blancas y muy diestra en el kung-fu.

Comenzó su "trabajo" a los 22 años. Habían pasado tres años desde entonces, pero debido a su método (limpieza absoluta, entrar por sitios excepcionalmente estrechos donde no cabría un adulto, cambiar el arma en cada asesinato y no dejar huellas ni cabellos ni marcas reconocibles) hizo que los investigadores tardaran en darse cuenta de que eran obra de la misma persona, o grupo de personas. Jamás pudieron adjudicarle figura, género o tamaño, así que la apodaron "No Existence". El rumor se filtró entre los círculos de asesinos y en los bajos fondos, lo que dio como resultado una fama que Vic no buscaba.

Porque todo lo que aquella chica quería era cumplir la promesa que le hizo a su madre en su lecho de muerte.

"- Victoria... mi niña... no me queda... mucho tiempo. - suspiró una pálida Maya. - Deseo que sepas... que te amamos profundamente... tanto tu padre... como yo... fuiste una niña muy querida... - Tosió desgarradoramente. - Vic... vénganos... a los tres... a ti, a mí... a Fire... hazles pagar...-

- Madre... - Victoria también estaba pálida, y anegada en llanto. Vulnerable, como la niña que era. - Te lo juro... madre... los destruiré... te quiero... -

- Te quiero... mi niña...- miró con sus cansados ojos a Eduardo, su tío y casi padre. - Tío... cuida de ella... ayúdala... adiós, mi niña... adiós...-"

Desde entonces, el carácter de victoria había empeorado. Se volvió fría y cruel. Sólo con Eduardo se mostraba cariñosa y tranquila.

"Pero yo no quería eso..." suspiró el ex-instructor mientras volvía a cerrar la caja y la dejaba en un estante. "La venganza, especialmente cuando es imposible, no conduce a nada. Quién te hará entender, pequeña mía, que debes vivir sin obsesiones... Maya, ojalá no la hubieses alentado."

Con desgana, regresó a la limpieza del ático.

Abandonada en una repisa, la caja de Pandora, pendiente como una espada de Damocles.

Pues quien leyera lo que ese recipiente guardaba, estaría en posesión de los secretos, y la vida, de "No Existence".

Definitivamente el "Club saucer" hoy no abría sus puertas. Tocaba limpieza.

sábado, 15 de marzo de 2008

110.

El ruido de las explosiones y los disparos reverberando en la placa le despertó unos minutos antes de que el despertador hiciera lo propio. Por lo visto, un destacamento especial iba bien protegido a una misión bajo los suburbios de algún sector cercano. Aquel nuevo estado de emergencia estaba volviendo loco a todo el mundo, aun más que antes, potenciado por aquel rosado brillo del cielo. Su propio padre se lo había dicho: “El mundo va a ser aplastado por una gigantesca piedra, y las probabilidades de evitarlo son pocas. Más te vale hacerte a la idea, chico, y deja ya de pensar en tonterías”.

¡Cómo no, siendo su padre un “importante” secretario de economía del propio Rufus! James Peter Woodrow Hawkrad, el clásico lameculos de oficina que asiente siempre y sonríe diciendo que “Midgar va bien”, “La economía de beneficencia de Wutai se ha incrementado en un 12%”, y que “dentro de poco, los guiles lloverán del cielo”. “¡Ja!”, pensó el chico. “Cuanta ironía cruel: Mientras los suburbios se hunden en su propia mierda enlodada, si en Wutai fuera tal y como su padre decía, el arroz lo iba a recoger su puta madre. Y desde luego, no era oro lo que les iba a llover del cielo.”

Una roca espacial… Una roca del espacio que le dejaba una última oportunidad.

El reloj comenzó su irritante traqueteo, sacando al chico de sus pensamientos. Llevaba todo el día descansando para estar fresco y poder moverse con rapidez llegado el momento. No hacerlo podía tener consecuencias fatales. Aunque, si perdía, nadie quedaría vivo para recordar el fracaso de su duelo: un mar de fuego y piedra borraría mediante el meteorito a todos aquellos que presenciaran aquel final. Y si ganaba, al menos viviría con honor hasta el final.

Se levantó de la cama con pesadez, intentando despejar la mente y no pensar en nada mientras sus ojos recorrían su pequeño cuarto, compuesto por una sencilla cama, un armario de pálida madera junto a unas estanterías llenas de libros, bajo las cuales un sillón sostenía un estuche metálico de amplias dimensiones y reluciente asa: allí estaba su arma. Trató de no fijarse para evitar los nervios, y atravesó la puerta con el póster de un desaparecido grupo de música clavado; se dio una larga ducha y volvió desnudo a su habitación, secándose el húmedo pelo con una larga toalla. Abrió su armario, y sacó un pantalón vaquero y una ajustada camiseta negra, y se calzó las botas militares mientras el resto de su melena se secaba con el calor del ambiente. Abrió la ventana, y vio a su vecina, apenas dos años menor que él, nuevamente mirando embobada y sonriendo en dirección a su dormitorio. La chica ya llevaba un año haciendo lo mismo, acosándole a través de los cristales, insinuándose.

Había aprendido a ignorarla, agobiado por las intensas y lascivas miradas: se levantó, y cogió la gran caja de metal con gran esfuerzo, y bajó las escaleras hasta llegar a la entrada. Allí estaba, de pie, un hombre completamente opuesto físicamente al chico: bajo y con algo de pelo a los lados de la cabeza, trajeado y con corbata y alisándose el espeso bigote con la mano, allí estaba su padre:

- Hola, hijo – dijo con voz serena, aunque un tanto monótona e invariable en, al menos, tono y timbre - ¿Vas a algún lado? Hemos dedicado tiempo a trabajar en “ello” exactamente, y si quieres puedo llevarte.

- Gracias, pero puedo ir solo. No hace falta que te molestes – “no hace falta que molestes a nadie, ni que llames a unos de tus gorilas para que me vigile” pensó el chico deseando marcharse. Miró su reloj, que marcaba con números digitales una cuenta atrás: aun faltaba una hora para el encuentro.

- ¿Seguro?- aseveró nuevamente la voz impasible, sin variar sus cualidades, aunque levantando una ceja - ¿No será que vas a algún lado que no quieres que yo sepa, como los suburbios?

El joven permanecía inmóvil, mirando a los ojos directamente a su padre, silencioso, combatiendo con la mirada al furibundo reproche de un único tono y prefiriendo acabar con ello cuanto antes.

- ¡Te he dicho una y mil veces que no vayas allí abajo! ¡Deberías hacer algo útil, y no perder el tiempo en esas patochadas! – cansado de oír a su padre, el joven abrió la puerta y salió sin cerrar la puerta de casa. Ya iba por el final de la calle cuando dejó de escuchar la voz de su padre, reverberando en los edificios con un tono algo más brusco- ¡James Peter Woodrow Hawkrad jr., vuelve aquí ahora mismo! ¡Y no me dejes con la palabra en la boca, porque nadie tiene que decirme cuando puedo discutir y cuando se amable!

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James se encontraba dentro del tren que recorría el Pilar Central, mientras que leía un viejo titular de un periódico tirado por el suelo, abandonado por un vagabundo que intentaba orinar dentro del bolso de una avejentada mujer. Comenzó su lectura al tiempo que se realizaba un registro de tarjetas de identificación dentro del vagón. “La caída del pilar, junto con la parte de la placa correspondiente al sector 7 a causa de una acción terrorista perpetrada por el grupo criminal conocido como Avalancha, ha causado unos daños cuyos costes ascienden hasta los 100 millones de guiles. La corporación Shin-ra, en acción conjunta con el venerado e ilustrísimo alcalde Domino, han anunciado una reconstrucción para la zona afectada que comenzará dentro de tres años…” era el comienzo de la noticia. Todo pura mentira.

Había conseguido leer uno de los informes de su padre, donde se explicaba bien claro que el coste no sumaba tal cantidad, sino cien billones. Además, la reconstrucción no comenzaría en tres, ni en cinco ni diez años: Rufus ni siquiera pensaba apartar los escombros. Con toda esa información, que James robaba del maletín de su padre, el joven había descubierto que Shin-ra no sólo engañaba con mucha frecuencia en cuanto a costes y beneficios, sino en todo lo referente a noticias en un intento de ganarse el amor del pueblo y hacerle creer aquello que querían que el pueblo creyera. Manipular su mente, y sus sentimientos. Por ello, James únicamente se sentía libre de aquella opresión cuando luchaba por su reputación en los suburbios, hasta haber alcanzado un segundo puesto: el anterior segundo puesto había ascendido al eliminar de la lista al primero. “Espero que, al menos, no aparezca SOLDADO para interrumpir nada” fue lo único que pudo pensar al acabar el segundo registro, mientras que las ruedas chirriaban comenzando su frenada sobre las vías del sector 5.

Miró de nuevo su reloj: diez minutos. Con su estuche bajo el brazo, comenzó a caminar por las oscuras calles, donde unos tipos intentaban vender drogas a unos chavales de trece años argumentando que “todos los miembros de SOLDADO de primera clase lo hacen”; por fin llegó a un oscuro callejón cerrado, junto a un bar cuyo letrero se caía a pedazos y apenas conservaba el nombre. Avanzando por el callejón, distinguió una sombra apoyada sobre una moto, y habló con ella:

- Vaya, me sorprende que alguien como tú no venga en un medio de transporte público. Te tenía por una persona anodina e invisible, profesional que requiere de concentración. – La sombra le rió de buena gana la gracia, sin perder la compostura. La silueta representaba a un hombre delgado, que parecía vestir pulcro y arreglado, con el pelo desarreglado de forma muy cuidada. Esbelto, pero de cuerpo claramente fibroso. – He venido porque tú me has desafiado –dijo, mientras lentamente su mano izquierda se dirigía a su oreja izquierda, toqueteándola. Hecho un vistazo al lugar: había unos cuantos cubos de basura bastante llenos a lo largo del callejón, y varios metros más adentro de la sucia callejuela, la oscuridad se abultaba de formas siniestras y vomitivas.

- ¿Lúgubre, verdad? –supo su adversario por su expresión – De todas formas, estoy seguro de que ya has tenido aquí suficientes duelos como para conocer el lugar de memoria.

- Diez, en sólo dos años.

- Vaya, eso tumba mi marca. Yo en dos años llegué a cinco. Ahora llevo cuatro años, y diecisiete duelos –dijo mientras posaba en el suelo el enorme estuche – Ambos tenemos reputaciones temibles.

- O no… - James se encogió de hombros. – Al fin y al cabo, estamos a punto de cargarnos el status quo.

- Estoy sorprendido, James. La otra ocasión, cuando te vi llegar, me esperaba un listillo pagado de si mismo que no era capaz de respirar sin decir estupideces, o incordiar con bravatas. – El veterano tendió su mano. – Me alegro de haberte conocido.

- ¿Mismas reglas de siempre? – Tras el breve apretón de manos, fue directo al grano. No podía perder más tiempo – Ya sabes lo que toca, ya te lo dije la última vez. Media hora para situarse, y después comenzamos, con la nueva luz. Traigo el Ifrit doble, de seis y doce.

- ¿Doble? –preguntó extrañada la figura.

- Hace unos meses un hijoputa me montó una buena, y me hizo sudar lo mío con mi viejo Skygrap. Esto simplifica las cosas, aunque esta vez no será necesario.

- Debió quedar bastante poco de ese tío, después de semejante lucha con un Skygrap. Por mi parte, he traído el Farsight V, como siempre. –Dijo, mientras devolvía el estuche a su espalda con un gesto de resignación. – Me temo que no podemos demorarnos más, James Peter Woodrow Hawkrad. Ha sido un placer.

- Igualmente, Rolfhen…

Hubo un leve saludo con las cabezas, por ambas partes, mientras se volvían en dirección al fondo del callejón y comenzaban a caminar. Avanzando una docena de pasos, James descargó su maleta en el suelo, y abrió las cerraduras que contenían a su arma: Ifrit, su compañero en las batallas.

Tenía la cubierta llena de demonios en llamas, dragones y calaveras, en colores oscuros y tonos cálidos, ascendiendo por los dos mástiles: uno con las seis cuerdas básicas del instrumento, y otro con doce, ideales para los acordes más complicados, aunque aquella vez no los iba a necesitar. En un pequeño hueco apartado de la silueta que el Ifrit dejaba sobre la espuma, había una serie de púas de diversas durezas y tamaños, además de una palanca de vibrato y un afinador. Equilibró el sonido de cada una de sus cuerdas con el aparato digital, y lanzó una serie de rápidos disparos para probar algunos acordes dentro del mástil simple.

Cerró su maletín, y avanzó hasta el final del callejón, mientras que éste se llenaba poco a poco de una serie de sombras silenciosas. Subió unos pequeños escalones, y a duras penas encontró un amplificador bajo la luz de los pocos neones que quedaban encendidos. Respiró profundamente. A su izquierda, se encontraba su oponente, con su Farsight. Rolfhen, el nuevo líder… Por poco tiempo.

“… después comenzamos, con la nueva luz…”

Los focos del escenario se encendieron, y pudo ver a toda una muchedumbre gritando y animando bajo el tablado, ansiosos por ver un nuevo duelo. El sonido de la batería marcaba el inicio… Lanzó un vistazo a su oponente, Rolfhen Dnerhix, y a su Farsight. Tenía la piel de ébano, con una bandana sujetándole el pelo que tan cuidadamente desarreglado llevaba. En sus manos, su Farsight V, en cariñoso homenaje al rifle del mismo nombre. Tenía dibujos de flores, volutas, y otros grabados de muchos colores y formas que se alejaban de la tónica contemporánea.

La batería marcó el comienzo.

Cuerda uno, al aire; cuerdas dos y tres, segundo traste. Un rasgueo, y esperó un silencio de tres negras. Traste 7 en cuerdas tres y cuatro, y en la cuerda dos el traste cinco. Tocó la nota con una duración de negra, y fue pasando a los trastes anteriores, hasta llegar a los trastes cinco y tres, prolongando el sonido con una blanca y enlazando con una redonda. Cuerda uno, al aire, dos veces; traste siete, cuerda dos; de nuevo dos veces la cuerda uno al aire y otra vez la cuerda dos con traste seis. Nuevamente, cuerda uno al aire. Repitió de nuevo la parte del traste siete en las cuerdas tres y cuatro y el traste cinco en la dos, con su ascenso en el mástil. En la cuerda uno, tocó dos veces la cuerda sola, traste siete, cuerda sola dos veces, traste seis, traste cero dos veces, cinco, cero, cuatro, cero, tres, cero, dos, cero. En la misma cuerda, cero, cero, y subió una cuerda para pisar el traste siete y rasguear. Bajo, y tocó las cuerda dos veces sin pulsar ninguna zona del mástil. Subió al traste seis en la cuerda dos, y bajó de nuevo para tocar un nuevo doblete al aire. Repitió de nuevo el mismo esquema, desde la sexta estrofa, dos veces más, y repitió una tercera hasta la mitad. Tras tocar la primera cuerda en el traste dos, y tocarla al aire, repitió el último movimiento y tocó la cuerda en el traste uno. Subió hasta la cuerda dos, y pisó el traste dos; bajó de nuevo, y pulsó los trastes cero y uno, para después ascender una cuerda y desplazarse dos trastes más. De nuevo, bajó para tocar las mismas notas, y subió hasta el traste cuatro. Tras esto, continuó con los mismos movimientos, pero cada vez que subía, lo hacía un traste más arriba, subiendo en el mástil.

Mi, Fa, Do sostenido, Mi, Fa, Re, Mi bemol, Mi, Fa, Re, Mi, Fa, Do sostenido, Do sostenido. Continuaba tocando, aceleradamente, al ritmo que marcaba la canción; había escuchado la melodía millones de veces, la había tocado otras tantas, y sin duda sabía a la perfección toda su estructura. El corazón le latía muy rápido, a una velocidad vertiginosa comparable al movimiento de sus brazos. El sudor le resbalaba por la frente a causa del calor de los focos, y sus ojos no dejaban de moverse del mástil, a su rival; del público en dirección al fondo del callejón, donde las únicas salidas en caso de que llegara una patrulla eran la propia entrada a la trampa, y una pequeña salida trasera del ruinoso bar. Continuaba tocando, a la par que su contrincante. Por fin, llegó la parte cantada de la canción. Un hombre perilludo y con un largo pelo que impedía ver sus ojos, se acercó al micrófono:

“End of passion play, crumbling a way, I’m your source of Self-destruction. Veins that pump with fear, sudden dark is clear, leading on your deaths construction. Taste me you will see, more is all you need, you’re dedicated to, how I’m killing you”

Pasaban los minutos, y James continuó tocando a la perfección. Pasó el solo sin problemas, y tan solo falló dos notas, en compensación con las tres que había fallado su oponente. Por fin, llegaron al final. Cuerda uno, traste tres, y cuerda dos, traste cinco, para enlazar con un hammer a los trastes dos y cuatro, respectivamente. Después, tocó el Mi de la cuerda uno, y repitió una vez más. Con un último movimiento, punteó de nuevo el hammer, y lanzó un último acorde con las cuerdas tres y dos en el traste dos, y con la primera cuerda al aire, prolongando durante seis compases y distorsionando el sonido con sus dedos, al tiempo que su contrincante lo hacía con la palanca. En los últimos instantes, ambos lanzaron unas notas de improvisación, el símbolo que verdaderamente marcaría al vencedor. Fa, Mi, Re, Do, La, Sol, Sol, Mi, Sol, Do, Si…

El público estalló en una ovación enorme, y comenzó a aplaudir y vitorear a ambos. Los dos estaban sudorosos y extasiados, exhaustos, y sonrientes. El cantante perilludo, de pronto, lanzó un grito de alegría, y comenzó a hablar:

- ¡Genial! Decidid, ¿James o Rolf? – dijo con una voz que también mostraba cansancio.

El público comenzó a montar un bullicio espectacular, pero por encima de todo se escuchaba el nombre de James. De pronto, alguien comenzó a gritar “¡Perros!”, y todo el mundo comenzó a correr.

Turk, o SOLDADO, había entrado en escena. La gente se abalanzó como loca contra la entrada de la calle, taponándola, o contra la cerrada salida del mugriento bar. Los pocos que conseguían salir, comenzaban una huída en todas las direcciones, sin saber bien por donde vendrían. James y Rolfhen, su contrincante, se lanzaron una última mirada, mezcla de complicidad y de futuro desafío, y comenzaron a guardar sus instrumentos. Poco después, James comenzó la huída por el callejón, cuando se golpeó contra uno de los coches oficiales de las patrullas de Turk.

Del coche salió un hombre alto, con un kevlar y una MF22, que le empujó violentamente contra el capó del auto negro. Lanzó su maletín al compañero que acababa de salir del coche, y le esposó las manos diciendo:

- ¡Quedas detenido como principal sospechoso del asesinato de James Peter Woodrow Hawkrad, y de otras 25 personas más, además de ser conocido como el asesino Frank Tombside!

martes, 11 de marzo de 2008

109.

Armado con una escoba como única defensa contra el desánimo, el pobre hombre empezó a limpiar su bar, con la esperanza de que el trabajo le permitiese olvidarse de la terrible jornada de la noche anterior, consumido por la abrumadora noticia del cometa. Por un lado, no era más que un fenómeno celeste. Por otro, los rumores no callaban en su contínua insistencia en la idea de que Shinra les estaba ocultando algo: Si a algo se aprendía en el sector 8 de los suburbios, lo más bajo de lo más bajo, era a desconfiar. Ensimismado, o por lo menos, intentando ensimismarse, no vio al siniestro coche negro que se detuvo en la acera, ante su local. Un hombre y una mujer, que vestían sendos trajes negros, con un chaleco de kevlar bajo la chaqueta, bien visible, y llevaban sus respectivas placas de agentes colgando del cuello, se bajaron del coche, caminando los pocos metros que separaban el bar de un vetusto edificio abandonado, al final de la calle. No era el único, pero si el más grande de todo el barrio, y se decía que daba alojamiento a una pequeña comunidad de sin techo.

- Demos una vuelta alrededor, cada uno por su lado. Nos encontraremos delante del sitio con Har y la niña. – Dijo él, llevándose la mano al puro que estaba fumando en esos momentos, mientras con la otra sostenía su rifle de asalto.

Ella ya empuñaba sus dos subfusiles abiertamente, y al igual que él, llevaba gafas oscuras para proteger sus ojos de la luz del amanecer, cansados tras una noche entera de servicio en las calles de Midgar. Como respuesta, ella asintió y se alejó poco a poco de él, buscando calles traseras por las que sus objetivos podrían encontrar una salida.
Él, por su parte, siguió caminando en dirección al edificio, de frente, mirando de reojo al ascendente sol, solo visible durante esos breves momentos en los que el astro aún no había alcanzado la parte superior de la ciudad, momento en el que sería inmediatamente sustituido por los neones que plagaban el techo de la placa.
Poco a poco sus pasos fueron cada vez más lentos, hasta que se detuvo ante la entrada de un pequeño bar, vacío y abandonado, como casi la mitad de los edificios de esas calles. Allí, dio una profunda calada a su puro, mientras contemplaba en silencio la ruinosa mole de siete pisos donde había quedado con sus compañeros. Estos no estaban a la vista, y supuso que Svetlana ya los habría advertido para que asegurasen la zona.

- Bonita mañana, sargento. – Murmuró con una sonrisa que retorció sus cicatrices.
- ¿Qué tiene de especial? – Preguntó una voz áspera y malhumorada desde el bar.

Se trataba de un indigente de unos cuarenta años. Sin embargo, con los estragos hechos en su rostro por la intemperie, era imposible estar seguro. El poco pelo que le quedaba era de un color gris polvoriento, y se cubría la cabeza con un raído gorro de lana. Su condición de oficial militar se reconocía en los galones de la increíblemente gastada guerrera que vestía por encima de otro abrigo. El hombre estaba sentado en una de las oxidadas sillas del bar que había traído hasta la puerta para ver amanecer.

- No siempre te encuentras a un veterano, y menos aún de la primera... – Dijo Scar, sin girarse hacia el soldado.
- ¿Veterano? Tu nombre y graduación, hijo. – Exigió saber.
- Soldado de primera clase Jonás Kurtz, señor. De la 288 de aerotransportados.
- ¿Kurtz? – Preguntó intrigado. – ¿“Scar” Kurtz?
- El mismo, señor. Disculpe que no le salude...
- No hace falta, hijo. Supe lo tuyo. Ascendido a teniente por méritos de guerra y degradado por tus peleas... Justo igual que yo. Te creía más viejo...
- ¿Tu? – Jonás se giró hacia el hombre, levantando su ceja izquierda, haciendo que las cicatrices se retorciesen.
- Sargento Nigel Drax, de la primera de infantería. ¡El uno rojo y grande, nada menos! – Exclamó ufano.
- El uno rojo y fiambre... – Sonrió el turco, mientras revolvía en su chaqueta, sacando un puro y su mechero de gasolina y ofreciéndole el cigarro al oficial. – Se ve que os jodieron bien en la ofensiva del Tet. ¡Y Nigel Drax, nada menos!
- No lo suficiente, chaval. La primera vive mientras viva uno solo de sus soldados. Donde si nos jodieron de verdad fue al volver a casa: Ni un puto desfile, ni putos honores... Apenas una pensión de mierda que me permite comer caliente medio mes. – Dijo mientras aceptaba el puro. – Gracias hijo... De Corel nada menos... Hacía muchos años que no fumaba nada tan bueno.
- Siempre es un placer, para un camarada... Aunque sea de infantería. – Respondió Kurtz. – Nigel Drax, quien me lo iba a decir...
- ¿Te suena mi nombre acaso? – Preguntó curioso el sargento, sin apartar los ojos de su cigarro.
- La última noche antes de pirarme de Wutai, en Hanado, tenía un cabreo de cojones. Faltaban seis horas para que me mandasen a casa, licenciado con deshonor, y estaba medio borracho, pegándome contra tres de infantería. En cuanto le rompí una pierna a uno de ellos, los otros se rajaron y se lo llevaron, pero aún recuerdo como ese desgraciado gritaba “¡si estuviese aquí el sargento Drax te ibas a enterar, hijo de mala madre!”. Me acuerdo porque me hizo gracia eso de “hijo de mala madre”. Les lancé una botella y volví a lo mío.
- ¿Y ya está?
- Bueno... También les dije que me habría encantado darle de hostias a ese sargento, y que le rompería las dos piernas por el precio de una.
- Ahora si que coincide con lo que me habían dicho a mi. – Sonrió satisfecho el indigente. – Yo también me quedé con las ganas de ponerte la mano encima, chico. Lástima de pelea, ¿eh?
- ¡Joder si no! ¡Las malas lenguas dicen que eras el mejor con el cuchillo de toda la infantería! – Respondió Kurtz, acompañando sus palabras de una profunda calada al cigarro. En esos momentos lamentaba seriamente no tener un par de cervezas, y su petaca estaba más vacía que la vida sexual de un leproso.
- ¿Y las buenas? – Preguntó intrigado el sargento
- Esas decían que era yo.
- Por cierto, hijo... ¿Esto es dmz? Veo que llevas la de toda la vida, aunque también le has hecho un par de ajustes. – Indicó señalando al fusil de Kurtz.
- La MFA1, con un cargador bien pulido, el cañón de la A2 y unos engranajes un poco mejores. No se encasquilla y no requiere tanto mantenimiento... Pero no. Va a haber algo de rock’n’roll en breve.
- Suerte, soldado. Si Wutai no pudo contigo...
- ¿No vas a irte? Te aseguro que va a haber tiros si o si. – Scar sonreía ante los huevos que le estaba echando el veterano oficial.
- ¿De mi bar? ¡Que se haya arruinado no significa que lo vaya a dejar, soldado! – Jonás rompió a reír, mientras se quitaba las gafas de sol y las guardaba. - ¡Y menos aún ahora que llegan esas hienas de laboratorio!

Kurtz vio como tras él, por el medio de la calle y dejando de lado cualquier posibilidad de actuar disimuladamente, una tanqueta avanzaba calle abajo haciendo un ruido de mil demonios. No pudo contenerse las ganas de escupir al suelo con desprecio, acompañado de Nigel Drax.

- ¡Odio los soldados! – Exclamó en voz baja, mientras preparaba el fusil.
- ¡El infierno se lleve a esos hijos de puta de laboratorio! –
- El infierno los tendrá, sargento. Un grupo renegado de ellos son la pieza del día...


Todo aquel que hubiese empuñado un rifle de asalto y luchado en el barro en Wutai odiaba a los soldados. Los habían reservado para la toma de las ciudades, dejando a la infantería las zonas rurales: Lo más difícil, sangriento y caótico. Eso si: Ellos siempre estaban para llevarse la gloria en el momento final. Un único soldado de primera clase era capaz de llevarse a un centenar de enemigos por delante, pero para llegar a esa batalla final habían caído doscientos cincuenta compañeros por el camino. Lo peor de todo fue que para ellos si hubo desfile glorioso y retiro dorado.


La tanqueta avanzó a lo largo de toda la calle, hasta detenerse ante el portal del gran edificio en ruinas, el objetivo de esta operación. Allí deberían dar caza a un grupo de soldados que había desertado del cuerpo, cometiendo varios asesinatos. En ese edificio abandonado, vivían casi medio centenar de familias indigentes, formando una comuna. Si lograban camuflarse entre ellos, esta misión iba a ser una puta trampa. Cuando se hubo detenido, dos PM rasos bajaron para asegurar la zona, con movimientos exagerados, gritando el aviso de “despejado” tan alto que al presidente Rufus en la cima de la ciudad le quedó bien clara la situación en ese sector. Tras ellos bajaron un hombre y una mujer, endiabladamente parecidos: Esbeltos, fibrosos y altivos. Su piel era de un tono marrón bastante oscuro. Ella tenía el pelo recogido en una larga trenza que había enrollado a su cuello. Del extremo de esta, pendía un colgante con la forma de un extraño símbolo. Scar dedujo que estaba afilado, por la forma en la que reflejaba la luz. Demasiado ostentoso para alguien tan fiel al uniforme. Él tenía un corte de pelo cuartelario. Al llegar, bien pertrechados con sus respectivas armaduras reglamentarias, desenvainaron sus espadas estandar del grupo Soldado, con unas cuantas materias engarzadas a lo largo del canto de la hoja. El último en bajar era un hombre alto y ancho de hombros, pero muy delgado. Sus músculos se marcaban en sus brazos, indiferente al frío amanecer de los suburbios. Llevaba el pelo recogido en una coleta larga, muy tensa, y el rostro lucía algunas cicatrices en las mejillas sobre una piel parda tan curtida que parecía haberse criado a la intemperie. A la cintura le colgaban dos machetes Kukri, anchos y afilados, con el siniestro relucir verde de la materia en la empuñadura.

- Voy a saludar a la caballería, sarge. ¿Quieres que les de algún recado de tu parte?
- Si, chaval. ¡Diles a esos hijos de la gran puta que me cago en su padre, si es que saben quien es!



Se acercó despacio, sin dejar de mirar fijamente a los soldados mientras fumaba, desafiándolos. A su costado pendía su fusil, cuya culata y bayoneta habían matado a incontables enemigos en refriegas nocturnas a lo largo de la selva. Además, iba bien surtido de granadas, y tenía además dos Aegis Cort y el cuchillo táctico. Entre eso, el kevlar y la materia, venía dispuesto a tomar él solo lo que hiciese falta, pero con la cabeza suficiente de no anunciar su llegada. Antes de que pudiese aproximarse a ellos, dispuesto a golpear a alguien unas cuantas veces, Svetlana se interpuso ante él, mientras Harlan se dirigía al grupo recién llegado apoyando tranquilamente su escopeta en el hombro, mientras les dedicaba una de sus características sonrisas anchas.

- ¿Sois la caballería? No recuerdo que solicitásemos apoyo... – Saludó mirando de reojo a Yvette y Svetlana bajo sus gafas oscuras, asegurándose de que Scar no la liaba.
- Soy el soldado de primera Adir Washairi, y estos son la soldado de primera Idra Washairi y el soldado de primera Nathaniel Jonze. – Respondió el de pelo corto, poniéndose firme. Parecía molesto por el hecho de que no le correspondiesen al saludo. – Tomamos el mando de esta operación. Su misión consistirá en apoyarnos.
- Me temo que no, soldado. Ordenes directas del presidente. – Respondió Harlan, quitándose las gafas mientras clavaba sus ojos en el soldado. – ¿Tienen alguna orden de algún oficial de más rango que les autorice?
- Estamos aquí por su seguridad, agente...
- Inagerr. Estos son la agente Bruscia, la agente Varastlova y el agente Kurtz.
- Un placer. – Respondió Adir con sus disciplinados modales.
- ¡Ja! – Todos se volvieron hacia Kurtz, que lucía una obscena sonrisa, desafiando a cualquiera a decirle algo. Tan solo el más mínimo comentario.
- Como ustedes prefieran, pero ahí dentro hay un grupo de cinco agentes de soldado. Dos de ellos de primera clase. Con la aparición del cometa, parecen haberse vuelto locos, y en su deserción han acabado con la vida de aproximadamente cuarenta personas en un solo día. ¡Uno! ¿Cuales creen que son sus probabilidades de sobrevivir? – Svetlana estuvo atenta a atajar cualquier comentario de Kurtz antes de que llegase a producirse.
- ¡Nosotros habríamos preferido entrar despacio, por sorpresa y confiando en que algunos estuviesen durmiendo. Su tanqueta y sus pregoneros han sido de gran ayuda, soldado de primera!


Adir iba a responder algo, pero su hermana lo contuvo, indicándole con un leve asentimiento que mejor harían entrando y dejasen atrás a esos seres inferiores. Mientras, Jonze avanzaba hacia las puertas del edificio, desenvainando sus machetes. Todo esto sucedía ante la mirada despectiva de los cuatro agentes de Turk.

- Jonás... – Dijo Harlan. – Gracias por haber sido tan educado. – Yvette miró con sorpresa a su compañero ante esa afirmación, antes de reírse.
- Al menos la cosa no llegó a las manos.
- Primero el trabajo... – Respondió Scar amartillando su arma. – Luego el placer.
- ¿Haces los honores? – Preguntó Svetlana. Jonás asintió.
- Puerta trasera, y vamos los cuatro juntos, despacio. Har y yo delante. Yvette de apoyo y Sveta cierra. Calladitos y pillamos a los que intenten escapar de esos tres.



Con el rostro cubierto de sangre caliente, Yvette temblaba, tan pálida que Harlan llegó a preocuparse por ella. Kurtz mientras registraba el cadáver, guardando a buen recaudo las materias que pudiesen obtener de él.

- Haré una trampa. – Propuso, quitando la anilla a una granada de fragmentación y dejándola bajo el cadáver, de modo que este mantuviese el seguro bien firme. Le costó varios intentos y unas cuantas manchas de sangre el colocarlo bien, ya que la ráfaga de 5,56 que le había soltado Yvette a bocajarro había despedazado la mayor parte del cuerpo de ese pobre gilipollas.

El soldado al que acababan de cazar estaba tirado en las escaleras del edificio, entre manchas de sangre, restos de casquería, casquillos y cascotes. Kurtz iba en cabeza cuando se lo cruzó. El soldado, enajenado, frenético y babeante, enarboló su inmensa espada, cargando contra él. La hoja se deslizaba a lo largo de la pared, derribando el viejo y podrido muro a su paso, con un estrépito increíble. Acabado el sigilo, Scar se apartó saltando hacia las escaleras que subían y parapetándose tras ellas, mientras gritaba un aviso para que Harlan, ya situado, le disparase a bocajarro con su escopeta Bonfire. El soldado aún se movía, gritando incoherencias que sonaban como “enoa” o “jenoa”. Cuando la materia empezó a relucir y el poder mako se concentraba, listo para propulsarse de cualquier forma letal, Yvette rugió, vaciando el cargador sobre él. 30 balas de calibre 5,56 despedazaron al pobre loco, salpicando la pared de detrás con pedazos de su cuerpo y balas que lo atravesaron.

- ¿Todo bien, niña? – El mundo volvió a tomar forma a los ojos de Yvette, apareciendo algo más que el cadáver que acababa de despedazar. A su lado pudo ver como era Svetlana quien la sacudía suavemente para sacarla de su abstracción. - ¿Todo bien?
- Eh... Si.
- ¿Primer fiambre, cerecita? – Preguntó Kurtz con sorna, mientras se limpiaba la sangre de las manos contra las paredes. No era un hombre escrupuloso, pero si lo suficientemente cauto como para dejar que su rifle le resbalara de las manos.
- ¡Jonás! ¡Métete por el culo ese argot de soldado de Wutai! ¡La niña es de fiar, ha servido conmigo!
- Para mi sigue siendo una JN. – Dijo, mientras volvía a calarse al hombro el fusil. – ¡Mierda de estado de excepción! ¡Autorizan materia pero no lanzagranadas! – Dijo mientras aseguraba su bayoneta. – Nuestro amigo irreconocible nos ha regalado hielo, prisa y cura. – Se las tendió a Yvette mientras hablaba – y son tuyas por derecho de botín, JNN.

Yvette las miró, recelosa. Estaban cubiertas de sangre. Tragó saliva y las cogió, limpiándolas. Aguantando la mirada al veterano, las acopló a su peto de kevlar con una sonrisa retorcida.

- Gracias. – Dijo, dando por concluída toda discusión. Esperaba algún tipo de respuesta, pero no la obtuvo. El veterano retomó su puesto de hombre en punta.
- Vamos a darnos prisa: Estos mamones saben que estamos aquí, y no quiero que nos encuentren parados. Estamos en su terreno. ¡Vamos!

Los tres agentes siguieron a Scar por los pasillos de las viviendas abandonadas. Las puertas tenían precintos rotos. Algunas habían sido arrancadas de sus goznes, probablemente para usarlas como leña. Las viviendas estaban llenas de basura, mantas raídas y un asfixiante polvo gris que cubría cada partícula de oxígeno, volviendo el ambiente irrespirable. Era como ceniza, pero más pegajosa... Más sucia y podrida, se introducía por la nariz al respirar y se pegaba al interior de las fosas como si fuese petróleo. Ni un alma poblaba esos pasillos, cuyas paredes ennegrecidas formaban sombras inquietantes a la luz del amanecer.


Siguieron avanzando, hasta que finalmente, Kurtz, desde su posición de hombre en punta, alzó una mano para dar aviso de que se detuviesen. Como un solo hombre, la pequeña escuadrilla frenó en seco, tomando posiciones tras la mejor cobertura disponible. Kurtz tomó su fusíl, desplazando silenciosamente el selector hacia modo de fuego automático: Rock and Roll. Un gesto a Svetlana e Yvette hizo que ambas se acercasen, posicionándose para abrir fuego donde les indicasen. A Harlan se le ordenó cubrir la retaguardia: Si Kurtz se había tomado la molestia de montar una trampa con un cadáver, era porque temían la posibilidad de ser perseguidos. Los ojos de las dos agentes siguieron la dirección indicada por Scar hacia una pared a medio derruir, cubierta de escombros. Este mientras se preparaba tomando una Aegis Cort, mientras colocaba en silencio el fusil en el suelo: No tendría las dos manos disponibles para emplear la MF22.

Atendieron a los dedos de Kurtz, mientras se preparaba para dar la señal: Tres... Dos... Uno...

Al unísono, Yvette y Svetlana derramaron una lluvia de balas en la pila de escombros, destrozándola y desplazándolos. Tras ella salió fugazmente una sombra: Uno de los soldados que habían ido a cazar se lanzó a la desesperada para situarse tras una columna próxima: Sólida cobertura de hormigón y la promesa de una breve seguridad. Sin embargo, su astuto rival ya había tenido en cuenta esa posibilidad, pero no lo supo hasta que fue demasiado tarde. Pudo ver con claridad el rápido destello de la materia, cuyo ataque contaba con esquivar. Por desgracia, él nunca fue el objetivo directo del ataque: El conjuro de “terra” hizo venirse abajo la columna y una parte del techo. El breve instante en el que se detuvo para corregir su trayectoria le costó dos impactos de bala en el torso y unos cuantos más, disparados por una nueve milímetros, siendo el más grave un impacto en el tobillo que lo derribó impidiéndole apartarse cuando cientos de kilos de hormigón se desplomaron sobre él.

- ¡Madre! – Apenas llegó a exclamar el segundo Soldado, cuyo papel en la emboscada era saltar desde detrás del grupo. Por desgracia, Harlan estaba preparado y lo recibió con una rápida lluvia de perdigones. Aunque la armadura se llevó la peor parte, con su compañero cazado, seguir no tenía sentido. El soldado lanzó un tajo con su enorme hoja que hizo que el turco tuviese que saltar hacia atrás para esquivarlo. Aprovechando esos segundos extra, el soldado se dio a la fuga por el mismo pasillo por el que los turcos habían llegado.
- ¡Yo me ocupo! – Dijo Svetlana, arrojándose tras él.

Apenas estuvo a un segundo de ser destrozada por un relámpago mágico que su presa descargó a lo largo de las destrozadas estancias del edificio. Logró echarse al suelo a tiempo, pero no se libró de la desagradable sensación de quemazón en la espalda, al haber pasado el rayo a escasos centímetros de esta. El olor a ozono se mezclaba con el del polvo, haciendo aún más irrespirable el ambiente. Sin embargo, no podía permitir que eso la frenase. Tras ella oyó pasos y vio a Inagerr, acompañándola a la caza del soldado a la fuga.

- ¿Aún quieres cobrar tu pieza? – Dijo esta, mientras se levantaba, retomando la persecución. Al llegar a la puerta principal de la vivienda que estaban atravesando, se detuvieron, arrojando una piedra a través de esta. Nada sucedió.

Los turcos aprenden a prepararse para lo peor. No están para tratar con drogadictos o chulos, sino con verdaderos asesinos del crimen organizado, grupos terroristas o paramilitares, sin olvidar los más exquisitos psicópatas. Por eso, cuando el soldado los emboscó no les pilló de sorpresa. Incapaz de usar su enorme espadón en un espacio tan pequeño, el soldado empleó un cuchillo táctico, más manejable en esas situaciones. Su filo llegó a rozar dos veces el peto de kevlar de Harlan, que se preguntó que habría sido de él de no llevarlo. Sus enormes manos negras agarraron firmemente al soldado, intentando contenerlo, pero su fuerza sobrehumana, aumentada artificialmente gracias al tratamiento de exposición al Mako, le convertía en un rival inalcanzable. El soldado se reía, sacudiendo a Harlan como si fuese un muñeco.

- ¿Quieres conocer a la madre, pequeñin? – Decía el hombre. Tenía los ojos muy pequeños, como de roedor, y el pelo corto y despeinado. Se había cubierto el rostro con el polvo que impregnaba el edificio, a modo de siniestro maquillaje. - ¿Crees que se interesaría en un gusano como tu? – Mientras hablaba, sacudiendo al corpulento agente con una sola mano, lo amenazaba con el cuchillo, haciendo cortes superficiales en su rostro y lanzando pequeñas punzadas contra su pecho.
- ¡Yo si que te voy a presentar a una madre, mamonazo! – Exclamó Harlan.

Tras el soldado, Svettlana se había acercado en silencio. Por lo visto el muy idiota debía de haberla olvidado, ya que no llegó a notar su presencia hasta que la hoja de su cuchillo táctico le hubo cortado los tendones de la parte trasera de la rodilla. En ese pequeño segundo, mientas el desquiciado soldado se intentó volver para lanzar un tajo, Harlan afirmó su agarre, lanzando a su enemigo hacia el lado opuesto del pasillo. Rodaron confusamente hasta caer con una mezcla entre crujido y chapoteo nauseabundo sobre el despedazado cadáver de la primera víctima del escuadrón de Turk.

- ¡Guuusaaaanoooo! – Gritó el soldado, deslizando su cuchillo sobre el cuello del turco, pero se encontró con una sonrisa inquietante e inesperada. Un hechizo de barrera impedía a su cuchillo alcanzar a su rival, que seguía reteniéndolo contra el cadáver de su compañero. Cuando comprendió lo que sucedía, las esquirlas de fragmentación de la trampa ya habían volado a través de su cuerpo.




En el otro extremo del edificio, Yvette murmuraba obscenos juramentos, mientras buscaba sin éxito algún clip de munición. Los había agotado. “Ráfagas cortas y precisas” la había estado puteando Harlan, y Kurtz había sido mucho más cruel. Ahora que había quedado probado que tenía razón, la novata se esperaba la peor reprimenda posible.

- ¡Eh! – Le oyó llamarla. Un escalofrío recorrió su columna vertebral, en anticipación. Al girarse vio que le tendía dos clips en una mano y su fusil en la otra.
- ¿Qué quieres que haga con el arma? – preguntó confundida.
- Cargar con ella. Yo iré a pistola y cuchillo, y seguiré en punta. Así podré buscarme la vida cuerpo a cuerpo. Si te estorba, la dejas caer y punto. – Respondió con un susurro ronco. Con el ruido que estaban haciendo Harlan y Svetlana para perseguir al soldado, tenían una posibilidad de irrumpir por sorpresa a por el restante. Ignoraban que sería del pequeño destacamento de soldados que habían venido a quitarles la misión, pero tampoco les importaban.



Solo quedaba un camino, y estaba marcado a mano sobre la cubierta del oscuro polvo que llenaba el edificio. Una flecha blanca y sucia al lado de unas escaleras: Una señal improvisada lista para atraer a los cazadores o a las presas. Fuese cual fuese, no tardaría en verse.

Subieron el tramo de escaleras en el mayor silencio posible, evitando pisar un pequeño riachuelo rojo y espeso que caía por los escalones. Ambos sabían que era sangre y lo evitaban, ella por asco y él para no dejar huellas que le delatasen. Una vez arriba, antes de cruzar la puerta de la pequeña buhardilla de salida de las escaleras, se encontraron a la soldado de primera Idra Washairi. Silenciosa y solenme cuando la conocieron, esta vez emitía entrecortados gemidos de dolor. Su cuerpo estaba cubierto con su propia sangre y entrañas, clavada al suelo con su propia espada. Tan dantesco espectáculo hizo a la novata sufrir arcadas que contuvo de mala manera. Kurtz se acercó a ella, mirándola fijamente.

- Adir... muerto... Jonze... Jonze... No se... Yo...
- Te ha partido la columna en dos, destrozado un pulmón y el diafragma. No tienes salvación. ¿Quieres acabar?
- Bala... Por... Favor...
- No puedo... – Susurró Kurtz. – Nos delatará. Lo siento.

El cuchillo táctico entró por el hombro de la soldado, directo hacia el interior de su caja torácica. Para asegurarse de alcanzar el corazón, el turco lo clavó hasta la empuñadura. La soldado aguantó estóicamente el medio segundo apenas que duró su ejecución, sin gritar. Sin embargo, antes de que Kurtz hubiese acabado de clavar la hoja, ella ya había muerto.

Kurtz indicó a Yvette que lo siguiera preparada, mientras él avanzaba despacio, pegado a la pared de la buhardilla. Al rodearla pudieron ver al soldado Nathaniel Jonze, peleando con fiereza contra un hombre siniestro y extraño. Vestía su uniforme de soldado, que había cubierto con una capa negra hecha con harapos, y había cubierto toda su piel con el extraño y ceniciento polvo negro. Erguido y ensangrentado, lanzaba tajos salvajes sobre su rival, que los esquivaba con fluidez a pesar de su gran tamaño, encontrando huecos con los que lanzar fugaces ataques con sus machetes. Solo conseguía causar heridas superficiales, pero las aprovechaba para acosar a su enemigo, aproximándolo hacia el extremo del edificio. También Jonze habría sufrido una o dos heridas moderadas, una de ellas en el brazo izquierdo, y el reguero de sangre que le caía hasta el puño salpicaba cada vez que lanzaba un tajo.

Su enemigo sin embargo, aunque trastornado, no era ningún novato. Un luchador de mismo rango y categoría, en una pelea totalmente igualada y aún no decidida. Los Washairi habían muerto a sus manos, probablemente: Idra estaba más allá del dolor y la miseria y del cadáver de Adir eran visibles sus piernas y el brazo derecho, aún empuñando su espada, en uno de los extremos de la azotea. Había un tercer cadáver, probablemente el quinto soldado del grupo, que había sido destripado con un arma corta. Probablemente el punto fuese para Jonze.

- Lo ha visto... – Sentenció el turco más veterano a su compañera. – Estate atenta. – Yvette asintió en silencio, preparando su arma.

En ese momento, el soldado loco encontró su ataque: Un tajo lanzado con todas sus fuerzas desde su derecha, potente, pero fácil de ver venir. Jonze acababa de fallar un ataque con lo que no sería capaz de esquivarlo. Asumiendo que era la única forma de salvarse, interpuso su machete izquierdo, apoyándose con el otro brazo para contener toda la fuerza del impacto. Aún así salió despedido, pero esos segundos no pudieron ser aprovechados por su rival, que también hubo de recuperar el equilibrio. Recuperados volvieron a cruzar aceros, pero el loco fue más listo: Se limitó a interponer su espadón sobre su flanco izquierdo, como si de un escudo se tratase, mientras su mano abierta, cubierta por un oscuro resplandor, avanzaba por el otro lado. El brazo izquierdo de Jonze, entumecido por la pérdida de sangre, no fue capaz de detener el ataque a tiempo, y esta vez si le alcanzó la cabeza. El soldado intentó separarse, a pesar de que lo tenían agarrado, y forcejeó. Afirmó su agarre y lanzó un rodillazo contra el vientre de su rival, que solo logró arrancarle una carcajada. El loco le lanzó una serie de puñetazos a la cabeza y todos alcanzaron su objetivo. Cegado por el hechizo de su enemigo, el soldado forcejeaba por librarse, mientras encajaba un golpe tras otro, hasta que finalmente logró apoyar la hoja de uno de sus machetes en el hombro de su adversario. Tras esto, de un tirón, hizo que el filo se deslizase abriéndole una brecha desde la clavícula hasta la cadera.

- ¡Maldita sea! – Exclamó Kurtz. – ¡Locura! ¡Este imbécil se ha enajenado a sí mismo!
- ¿Qué mierda hacemos?
- Seguir apartados.

Jonze sonreía, quizás por el efecto del hechizo, mientras sus golpes descontrolados y a ciegas abrían un tajo tras otro en el torso del loco, que tironeaba intentando liberarse. A la desesperada, fue con un cabezazo, con el que logró liberarse y ganar tiempo para un hechizo de cura. Sin embargo, al despejarse el hechizo, el brillo verde de la materia activa seguía iluminando sus manos.

- ¡Al suelo! – Gritó el veterano, sin embargo, su compañera ya se había parapetado. - ¡Al suelo, maldita sea!

Sus palabras dejaron de oírse cuando algo pareció llevarse todo el oxígeno del lugar: Un torrente de llamas surgió de sus manos, haciendo recular a Jonze, que no logró apartarse de todo. A la desesperada cruzó los brazos ante su cara en una posición defensiva. El loco gritaba carcajadas, mientras las llamas crepitaban. El olor a carne quemada era atroz, y el fuego parecía una especie de líquido etéreo que obedecía los pasos de un macabro baile de destrucción. Ignorando cuanto aguantaría Jonze antes de verse consumido, Kurtz buscó un blanco al que disparar. Lo encontró en la mano derecha del loco, contra el que abrió fuego con su pistola.

El loco miró confuso lo que segundos antes había sido su mano. Ahora no era sino un amasijo de carne, huesos y tendones ensangrentados que colgaba inerte al extremo de su brazo. Unos cuantos dedos estaban en el suelo, tirados alrededor de la empuñadura de su espada. Presa del shock y el pánico, las ansias de supervivencia se crecieron sobre su apetito por la masacre, y sus pupilas dilatadas vieron al turco cargando contra él. Decidido a sobrevivir por encima de todo y de todos, el loco saltó por el borde de la azotea, cayendo varios metros más abajo sobre una avejentada escalera de incendios, desde la que volvió a saltar para aterrizar sobre el pavimento. Kurtz disparaba desde el extremo, pero tras dos disparos no demasiado certeros gritó con frustración cuando un chasquido del percutor anunció que el cargador estaba vacío. Lo dejó caer, sin pararse a recargar y saltó sobre la escalera de incendios. Tardó mas en reponerse del impacto, y empezó a bajar las escaleras de dos en dos, mientras palpaba en busca de más munición.
Cuando llegó abajo, el loco estaba demasiado lejos para dispararle con un arma corta con ciertas garantías de que impactase, pero aún así, Scar no lo pensó: Se lanzó a correr tras él mientras abría fuego, casi a la desesperada, sin embargo, el soldado era demasiado rápido. Corría zigzagueando, buscando la cobertura de las farolas y los contenedores de basura que no habían sido vaciados en meses.

Jadeando, el loco podía oír a su perseguidor corriendo tras él entre blasfemias y maldiciones, y notaba las balas silbando a ambos lados de su cabeza. Si aún no había sido alcanzado había sido por pura suerte, así que mejor no detenerse. Jenova le necesitaba, y él debía preparar al mundo para su venida. Esas malditas cucarachas humanas deberían saber lo que les espera a los enemigos de la madre, y él sería quien se lo mostrase, igual que se lo mostró con sus llamas de purificación a esos patéticos PM que se interpusieron en su camino segundos atrás. ¡Él! ¡Estaba dispuesto a superar al mismísimo Sephirot si era necesario!

Concentrado en sus pensamientos y en el silbido de las balas, no vio al objeto metálico que surgió a su derecha para impactar sonoramente contra su cabeza. Nigel Drax, sargento de la Primera de infantería siempre había odiado a esos putos soldados. Él era incapaz de hacer esfuerzos sin padecer un infierno de dolor debido a la metralla que tenía incrustada en la espalda, y sin embargo la pensión no le había llegado para nada, mientras que esos hijos de puta vivían a cuerpo de rey y eran venerados como héroes. Ese silletazo contenía la rabia y amargura de años viviendo al borde del arrollo, lanzados en una serie de golpes. Cuando Kurtz llegó, el soldado yacía inerte, pero Nigel lloraba de rabia mientas seguía lanzando golpes contra su cuerpo sin vida.

- ¡Esta es por Tom! ¡Esta por Rogers! ¡Esta por Dancoeur! ¡Esta por la puta provincia de Hanado! ¡Esta por la caída de Hasu! ¡Esta por el Tet! ¡Nosotros ganamos la guerra, hijos de puta! ¡Nosotros moríamos y vosotros solo estabais ahí para el último ataque y llevaros la gloria! – Mientras tanto, el antiguo aerotransportado se limitaba a contemplar en silencio. A ese pobre loco le tocaba pagar, ocho años después del fin de la guerra. Si hay algo cierto, es que la vida da vueltas, y en una de ellas siempre encontrará la forma de hacer que pagues.



En lo alto del edificio, los turcos ya se habían reagrupado todos menos Scar, aunque este ya había confirmado el final de la operación por radio. Ahí arriba, Harlan atendía con materia las heridas del soldado, aunque las quemaduras en sus brazos eran muy graves. Las manos habían salido bien paradas al menos, y parecía que no había perdido la movilidad, aunque la piel de sus antebrazos había ardido completamente. El olor a carne quemada era nauseabundo, y a pesar de haberlo conseguido, la novata no dejaba de hacerse preguntas. Lo peor era que sus compañeros si parecían saber lo que estaba pasando. Era como si un aura de fatalidad los rodease. Como si supiesen que alguien había muerto y no quisiesen decírselo. Entonces se dio cuenta: Este edificio se suponía habitado por una comuna de indigentes de tamaño medio: Aproximadamente medio centenar de familias habían hecho de este edificio su hogar refugio, y convivían en él cooperando para sobrevivir al día a día con los escasos medios de los que podían disponer. Esas personas no habían aparecido, y sin embargo en su lugar había aparecido un sitio vacío y cubierto de un polvo negro desagradable que parecía adherirse al interior de los pulmones al respirar. Yvette se insultó a si misma. ¡Debería haberse dado cuenta antes! ¡Ni siquiera lo llegó a ver cuando contempló como el loco lanzaba ese torrente de llamas contra el soldado! Era tan simple... ¿Cómo no pudo verlo? ¿Cómo no reconoció las cenizas?

- Unidad 12 a cuartel. Repito. Unidad 12 a cuartel. Objetivo cumplido, manden una ambulancia. Tenemos cuatro bajas y un herido, repito: Cuatro bajas y un herido. Hemos sobrevivido los cuatro turcos y el soldado de primera Nathaniel Jonze.
- ... – Yvette no llegó a oír que le dijeron por radio a su compañera. La estática se lo impedía. Miró a Harlan, en busca de una explicación pero este se había envuelto la cadena de plata en la que llevaba la materia alrededor del brazo izquierdo y parecía rezar.
- Si. – Respondió Svetlana. – Hemos encontrado los habitantes del edificio... O lo que ha quedado de ellos. No hay supervivientes.

108. EVENTO ESPECIAL

Mirando al cielo

Recordé lo que había pasado pocas horas antes. Es curioso, pero en aquel momento toda mi vida pasó por delante de mis ojos. Seguramente la aparición del Meteorito tuvo algo que ver. Tal vez no era más que el presagio de mi muerte. Quién sabe. La cuestión es que sobreviví milagrosamente… Aunque el precio por mi salvación fue demasiado alto. Ahora me encontraba delante del televisor de un bar. Un pequeño incendio había comenzado un par de horas atrás en el Sector 2, a no más de un kilómetro de allí, justo en el lugar donde había quedado con Lydia. Se había retrasado diez minutos, algo poco habitual en ella. En condiciones normales, habríamos estado bastante lejos de allí cuando ocurrió el incidente. Simplemente decidí esperarla. A pesar de la aparición del Meteorito, decidimos no anular nuestra cita. Poco podíamos hacer nosotros. Seguramente había gente mucho más preparada elaborando un plan que salvaría el planeta del impacto de aquella inmensa bola de fuego. Shinra, los Turcos, SOLDADO… Seguro que ellos podían hacer algo, reparando de esta manera el daño que me habían causado durante toda mi vida. En cualquier caso, eso era algo que no dependía de nosotros. “¿Por qué preocuparse de algo que no está en nuestras manos?” me dijo Lydia cuando el Meteorito apareció. “Si el planeta es destruido, al menos habremos vivido plenamente nuestras últimas horas. Si conseguimos salvarnos, tendremos un bonito recuerdo de nuestra cita”. Siempre me gustó el optimismo y la alegría que constantemente mostraba Lydia en cada una de sus palabras.

Recordé mi pueblo natal mientras la esperaba. Una pequeña aldea de pescadores que se encontraba en la costa oeste del continente. De manera similar a Midgar, una enorme placa construida por Shinra se alzaba por encima de la pequeña aldea. Sobre ella construyeron una gran ciudad que recibió el nombre de Junon, por lo que el pequeño pueblo donde nací pasó a llamarse Bajo Junon. Era en aquella inmensa ciudad donde residía el vicepresidente de Shinra, Rufus, hasta que la reciente y repentina muerte de su padre lo convirtió en Presidente y se trasladó a Midgar. También se encontraba allí el cuartel general de casi todos los miembros de SOLDADO de 2ª clase. Es curioso, pero siendo el lugar más cercano al lugar donde nací, posiblemente Junon fue el único lugar que nunca llegué a visitar. Siempre recordé esos primeros años de mi vida con tristeza, una época en la que miraba al cielo y sólo veía metal.

Recordé la Costa del Sol, donde mis padres y yo solíamos pasar nuestras vacaciones. Para alguien que residía en Junon –o más concretamente en Bajo Junon-, la Costa del Sol era un lugar al que era muy fácil acceder. Se encontraba en la costa este del continente occidental, por lo que un simple barco bastaba para llegar hasta allí recorriendo las tranquilas aguas del mar interior. Fue allí donde conocí a Lydia cuando todavía éramos unos niños. Solíamos jugar la playa hasta caer muertos de cansancio, y pronto nos hicimos grandes amigos. A veces, simplemente nos sentábamos para mirar el sol, el mar, los peces, las gaviotas… Y siempre terminábamos mirando al cielo. A los dos nos apasionaba la naturaleza y el propio planeta en el que vivíamos. Sin embargo, nos veíamos obligados a separarnos cada vez que terminaban las vacaciones, puesto que ambos teníamos que regresar a nuestro lugar de residencia habitual para, once meses después, volver a reencontrarnos allí.

Recordé la ciudad de Wutai, el lugar donde mi familia se fue a vivir después de que las contaminadas aguas de Junon hicieran imposible ganarse la vida pescando, la actividad que mi padre había llevado a cabo durante toda su vida. Una vez más, volvíamos a estar rodeados de naturaleza. Una vida sencilla y apacible, justo lo que deseábamos. Contaba por aquel entonces con diez años, y aún recuerdo la decepción que me llevé al saber que no volveríamos a ir a la Costa del Sol de vacaciones, lo que significaría que tal vez no volvería a ver a Lydia. Sin embargo, no pasaron ni cinco meses cuando volví coincidir con ella. Casualidad o destino, su familia había decidido ir de vacaciones a Wutai a partir de ese año. Cambiamos las playas por los bosques, el mar por la montaña, y las gaviotas por los gatos que abarrotaban el lugar, pera la mayor parte de nuestro tiempo lo seguíamos compartiendo admirando la naturaleza. Y como ya era habitual, siempre terminábamos mirando al cielo. Lydia y yo nos prometimos que todos los años nos reencontraríamos allí en el mes de agosto, pasara lo que pasara. Y que si por alguna razón alguno de los dos no podía acudir, lo haría al año siguiente hasta que ambos pudiéramos coincidir. Desgraciadamente, dos años después de mudarnos allí, Shinra comenzó una guerra con Wutai, por lo que mi padre decidió que era necesario buscar un nuevo hogar. Esto hizo que me viera obligado a romper mi promesa, aunque decidí regresar en cuanto terminara el conflicto. Mi madre me intentó consolar diciéndome que tampoco Lydia podría volver a Wutai debido la guerra, por lo que de poco serviría que regresara.

Recordé Banora, la ciudad a la que nos fuimos a vivir tras dejar Wutai. Una pequeña aldea situada en una de las islas meridionales, un lugar apenas conocido si no fuera por las famosas bobozanas, una fruta que sólo podía encontrarse allí. Volvimos a tener una vida apacible durante ocho años. Ocho años que se me hicieron eternos, pensando cada día en la gran amiga que había dejado atrás. Pensando en mi promesa ocho veces incumplida. Y todos los días miraba al cielo con la esperanza de que ella estuviera haciendo lo mismo en ese momento. Pensando que allí arriba se cruzaban nuestras miradas. No lo supe hasta algún tiempo después, pero Lydia se encontraba más cerca de lo que pensaba, hasta el punto de que podría haberla visitado fácilmente si hubiera sabido dónde se encontraba el pueblo donde vivía. Aquellos ocho interminables años pasaron muy lentamente para mí, viendo cómo la guerra entre Wutai y Shinra nunca terminaba. Y una vez más, la tragedia llegó al lugar donde residía. El día en el que cumplí 21 años, el ejército de un tal Génesis atacó el lugar, acabando con la vida de casi todos los aldeanos. Fue entonces cuando mi padre murió, aunque mi madre y yo logramos escapar de allí milagrosamente.

Recordé Gongaga, la aldea a la que nos fuimos a vivir después del desastre de Banora. Muy poco memorias conservo de aquel lugar, del que sólo tengo malos recuerdos. Nunca tuve amigos allí, y el recuerdo de Lydia me atormentaba constantemente. El cielo era mi único consuelo, el lugar donde nuestras miradas convergían cada día. Mi madre cayó enferma al poco tiempo de llegar allí, pero se mantuvo relativamente estable durante las siguientes semanas. Sin embargo, la tragedia volvió a hacer acto de presencia, tal y como había ocurrido en todos los lugares anteriores. El Reactor Mako que allí se encontraba explotó, causando la muerte de numerosos aldeanos, incluida mi madre. Todos los fallecidos fueron enterrados en un pequeño cementerio situado en la propia aldea, o más bien en lo que quedaba de ella, pero nunca volvería a ver la tumba de mi madre. Ese mismo día llegó un rayo de esperanza a mi maltrecha vida. Después de diez años, la guerra entre Wutai y Shinra había llegado a su fin.

Recordé de nuevo Wutai, donde regresé en agosto de ese mismo año, después de seis meses de solitario viaje. Y allí estaba ella, mirando el cielo en el mismo lugar donde solíamos sentarnos durante horas disfrutando de nuestra mutua compañía. Pero ahora no era una niña, era la mujer más bella que había visto nunca. Me acerqué y me senté a su lado, sin decir nada. Ella bajó la mirada del cielo, me observó fijamente, y una dulce lágrima surgió de su ojo derecho y empezó a recorrer su mejilla. “¡Sabía que cumplirías nuestra promesa!” dijo, tras lo cual nos abrazamos, prometiéndonos que nunca nos volveríamos a separar.

Recordé la Posada del Carámbano, una pequeña aldea situada en el continente septentrional que, debido a su duro clima, estaba cubierta de nieve de manera permanente. Los dos decidimos ir allí para volver a disfrutar de la naturaleza, ahora que Wutai había sido invadida por Shinra y no era más que un lugar turístico donde se agolpaban incontables visitantes de tierras lejanas. Fue poco tiempo, pero aquella fue una de las mejores épocas de mi vida. Dejamos atrás las playas, el mar, los ríos y los bosques, pero a cambio teníamos la nieve, algo al menos igual de bello que todo lo que habíamos dejado atrás. Aún recuerdo el momento en el que surgió nuestro primer beso, justo después de haber presenciado en el cielo ese bello fenómeno conocido como la aurora boreal. Pero como si mi destino estuviera unido a Shinra, varios soldados aparecieron allí poco después, pues se preparaban para realizar un ataque contra una base enemiga. Lydia y yo decidimos abandonar aquel lugar, y fuimos en busca de la aldea más remota que pudimos encontrar.

Recordé Nibelheim, una pequeña aldea prácticamente desconocida para el resto del planeta. Un lugar tranquilo donde Lydia y yo podríamos haber pasado en paz el resto de nuestras vidas. Rápidamente hicimos amistad con una jovencita llamada Tifa, con la que solíamos pasar gran parte de nuestro tiempo. Sin embargo, el destino volvió a jugarnos una mala pasada. En un momento dado, dos miembros de SOLDADO llegaron al pueblo para cumplir una de sus misiones. Uno de ellos era Sefirot, héroe de la guerra de Wutai y SOLDADO legendario. El otro era Zack Fair, un joven originario de Gongaga. Algunos días después, la locura invadió a Sefirot, que incendió la aldea y mató a muchos de sus aldeanos. El caos hizo que me separara accidentalmente de Lydia. Aunque la busqué desesperadamente, no logré dar con ella. Debido al humo que penetraba en mi sistema respiratorio acabé desmayándome. Ignoro que pasó después, pero aparentemente alguien me llevó a las afueras del pueblo, salvándome la vida. No supe que había sido de Lydia o de Tifa, y cuando regresé a Nibelheim, lo único que encontré fueron los restos carbonizados de la aldea. Durante horas estuve buscando a Lydia, hasta que empezaron a llegar soldados de Shinra y Turcos, lo que me obligó a abandonar el lugar. Antes de marcharme, miré el cielo de Nilbeheim por última vez, y entonces supe que estaba viva en algún lugar, mirando aquel mismo cielo. Sin saber dónde dirigirme, mis pasos me llevaron al norte, muy lejos de allí.

Recordé aquel cohete que se suponía iba a ser el primer viaje tripulado a al espacio. Allí no había nada más, pero los ingenieros y trabajadores del lugar me dieron comida y un lugar donde cobijarme. Durante los días siguientes, miré con asombro aquel gigantesco artefacto. Estoy seguro de que a Lydia le habría gustado verlo. Un medio de transporte capaz de llevarnos a aquel cielo que mirábamos juntos cada día. Decidí quedarme allí los siguientes meses, ayudando a aquellos hombres a cumplir lo que también se había convertido en un sueño para mí, la posibilidad de viajar hasta el cielo. Por desgracia, el destino volvió a demostrar que no tenía piedad. Un sabotaje, o tal vez un error humano, obligó a anular el lanzamiento justo en el momento en el que debía producirse el despegue. Mi sueño, el sueño de todos aquellos hombres, se había desvanecido para siempre. El Departamento de Investigación Espacial fue disuelto, y muchos de los trabajadores que habían participado en el proyecto decidieron quedarse a vivir allí y construyeron una aldea. Éste fue el origen de Ciudad Cohete. Sin embargo, yo me marché con dos de mis compañeros, que decidieron regresar a su aldea natal.

Recordé Corel, el pueblo minero al que llegué junto a mis dos compañeros tras el fallido lanzamiento del cohete. Sin embargo, el destino siguió castigándome a los pocos días de llegar. El Reactor Mako del Monte Corel explotó. Shinra culpó a los aldeanos, por lo que decidieron incendiar el pueblo como represalia. Mucha gente murió, y la mayor parte de los supervivientes decidieron trasladarse al norte, donde construyeron Corel del Norte. Yo, completamente abatido, decidí quedarme a vivir entre los restos del pueblo carbonizado. No quise con los demás para que no compartir con ellos mi fatal destino, o tal vez mi mala suerte, quién sabe. Toda la zona circundante se convirtió en un desierto, pero aún me quedaba el cielo. Mi esperanza. Sin embargo, como si de una broma pesada se tratara, empezaron a construir un enorme parque de atracciones llamado Gold Saucer sobre lo que antiguamente fue Corel. Una vez más, el cielo volvía a serme esquivo, como lo fue en Junon durante mi infancia. Decidido a no perder lo único que me quedaba, abandoné aquel lugar, sin saber muy bien adónde dirigirme. Pensé en qué lugar podría encontrarse Lydia si aún se encontraba viva. Pensé en todo aquello que los dos amábamos: la naturaleza, el planeta, el cielo… Y entonces supe dónde se podía encontrar.

Recordé Cañón Cosmo, un famoso lugar donde solían reunirse los expertos en el ciclo de vida del planeta, situado en plena naturaleza y caracterizado por su enorme observatorio, claramente visible incluso a kilómetros de distancia. Qué mejor lugar que aquél para observar el cielo. Y allí estaba de nuevo, mirando aquel cielo estrellado frente a la Flama de Cosmo, la llama eterna que nunca se apagaba. Lydia había pensado exactamente lo mismo que yo, y se había dirigido hasta allí sabiendo que sería el lugar donde nos reencontraríamos. Siempre tuvo la esperanza de que nos volveríamos a ver, haciendo gala de ese optimismo que tanto la caracterizaba. Durante tres años, el destino decidió darme una tregua. Lydia y yo empezamos a trabajar como ayudantes de Bugenhagen, el más importante estudioso sobre la vida del planeta y el propietario del observatorio. Gracias a él, llegamos a amar la naturaleza, el planeta y las estrellas del cielo incluso más de lo que ya lo hacíamos. También hicimos amistad con su “nieto” Nanaki, uno de los últimos supervivientes de la raza de Cañón Cosmo. Sin embargo, tres años después de nuestra llegada, Nanaki fue secuestrado por los Turcos. Poco después, Lydia me pidió que volviéramos a su aldea natal.

Recordé Mideel, el pueblo donde nació Lydia y vivió toda su infancia y adolescencia. El lugar estaba situado en una isla del sur, la misma donde se encontraba Banora. Durante aquellos largos años en los que Lydia y yo estuvimos separados, en realidad nos encontrábamos a unos cuantos kilómetros de distancia. Una vez más, maldije mi mala suerte. Sin embargo, al fin teníamos un lugar donde podíamos vivir tranquilos… hasta que pasó aquello. Un día, mientras mirábamos el cielo, vimos llegar aquella enorme criatura alada. Más tarde supimos que se llamaba Arma Última, pero poco importaba su nombre. Aquel monstruo destruyó Mideel, dejando apenas un puñado de supervivientes. Ya quedaban pocos lugares seguros en el mundo, y temía marcharme a una nueva ciudad sabiendo que la destrucción me seguía a dondequiera que iba. Fue Lydia la que de nuevo me animó y me dio fuerzas, por lo que decidimos dirigirnos al norte. Durante nuestro viaje, visitamos Fuerte Cóndor, la Mina de Mitrilo, la Granja de Chocobos y Kalm, hasta que finalmente llegamos a nuestro destino.

Recordé nuestra llegada a Midgar, donde una vez más el cielo me volvía a estar vedado. Los suburbios de Midgar estaban cubiertos por una enorme placa, donde residían los empleados y ejecutivos de Shinra. Incapaces de vivir en un lugar sin cielo, Lydia y yo nos dirigimos a la zona superior de la placa. Afortunadamente, ambos encontramos trabajo rápidamente, ella como cuidadora de ancianos y yo en la construcción. Esto nos obligó a vivir relativamente lejos el uno del otro, pero quedábamos a menudo para mirar el cielo y recordar viejos tiempos. Y fue en uno de esos días cuando vimos aquella bola de fuego, un Meteorito que se dirigía hacia el planeta amenazando con destruirlo. Pero Lydia no dejó que aquello nos afectara. Pensé que una vez más había llevado la mala suerte conmigo, pero ella intentó convencerme de que no era así. De cualquier manera, decidí hacerle caso. El Meteorito no dependía de nosotros, por lo que había que aprovechar los siguientes días tanto si resultaban ser los últimos como si no lo eran.

Recordé de nuevo lo ocurrido dos horas antes. Tras un pequeño retraso, Lydia llegó al lugar de la cita, llevando con ella un regalo. Un muñeco moguri para celebrar el sexto aniversario de nuestro primer beso en la Posada del Carámbano, el motivo por el que se había retrasado esos diez minutos. Miramos al cielo para agradecer al destino que aún estuviéramos juntos a pesar de todo lo que había ocurrido. Y entonces la vi, una pequeña bola de fuego que se acercaba hasta nosotros. Lydia reaccionó rápidamente y logró empujarme salvándome la vida. Sin embargo, no pudo retirarse a tiempo, lo que significó su muerte. Las ondas producidas por el impacto también me alcanzaron a mí, dejándome malherido. Un incendio empezó justo entonces como consecuencia de lo ocurrido, momento en el que me desmayé.

Recordé el momento en que desperté hacía apenas media hora. Alguien me había salvado del incendio y me había llevado hasta un bar cercano al lugar del incidente. El televisor que había allí explicaba que la causa del incendio había sido un pequeño pedrusco del tamaño de un puño que se había desprendido del Meteorito. Aprovechando la inercia de propio Meteorito y su menor masa, la piedra había aumentado su velocidad hasta llegar al planeta, como un pequeño preludio del impacto principal que ocurriría varios días después si nadie lo evitaba. Saqué entonces el muñeco moguri que me había regalado Lydia dos horas antes. Era yo el que había visto pasar toda mi vida ante mis ojos. Era yo quien debía morir. Sin embargo, fue Lydia la que se convirtió en la última víctima de mi fatal destino.