lunes, 24 de diciembre de 2007

99.

Hoy sería un nuevo día.

Shinyoru se deperezó lentamente, bostezando con parsimonia y estirando su cuerpo. Anoche un borracho había tirado de golpe los cubos de basura del callejón por donde solía pasar y la había asustado, desvelándola por completo. El estruendo había sido de infarto.

Así pues, había dormitado hasta bien entrada la mañana, y si no se daba prisa llegaría tarde.

Se sacudió su corto pelo negro y comenzó a andar con tranquilidad. Le gustaba mucho ver despertar a los suburbios bajo la placa. Midgar no sería el paraíso, pero era su hogar, y si se la buscaba se encontraba su belleza.

Los ojos azul grisáceo de Shinyoru se dirgían una y otra vez a las gentes que iniciaan sus quehaceres por la calle. Bajo la placa siempre parecía ser de noche, o si acaso el atardecer, pero eso le gustaba. Era bonito ver las mil luces brillantes que iluminaban Mercado Muro, o las tenues farolas que trataban de apartar las sombras de las calles menos transitadas.

Cada persona era un mundo: la joven chica de la tienda, tan tímida, el viejo dueño del pub (cuya nieta le había regalado una golosina un día), la señora del carrito de la compra... ella les conocía, pues jamás olvidaba una cara, y conocía pequeños detalles que los diferenciaban a todos y cada uno.

De hecho, Shinyoru podría presumir de conocer muchos de los secretos de aquel bajo mundo. Podría, pero jamás lo haría, porque para ella no eran cosas importantes. Simplemente ocurrían ante sus ojos y ella los recolectaba. Al igual que otros coleccionan mariposas o cromos, Shinyoru era una feroz coleccionista de secretos y de rostros.

Sus pasos se dirigieron sin titubear hacia el Cementerio de Trenes, donde la esperaban sus amigos. A veces, para evitar que la multitud la estorbase en su ruta, caminaba sobre el borde de los muros, o sobre montículos de escombros y chatarra, pero ella era ágil y eso no suponía un problema. Incluso la divertía. Se lo tomaba como una carrera de obstáculos.

Mientras llegaba a su destino, fue pensando en cómo estaba cambiando el ambiente allí, bajo la placa. Cada día había menos tranquilidad y más misterios, eso sin contar con todos aquellos que teñían de sangre los suburbios. Ella había sido testigo de muuuuuuuchas de estas actuaciones, sin ir más lejos, la que vio ayer en el callejón. Pero, al menos para Shinyoru, aquello era una molestia menor.

La curiosidad la había llevado a preguntarse por qué ellos mataban: la niña trcolor, el joven rubio, el hombre de las tarjetas... de algunos sabía el sentimiento que los impulsaba, de otros lo ignoraba todo excepto su cara. Shinyoru se planteaba seriamente empezar a coleccionar aparte los rostros cuyas manos estaban manchadas de sangre. Coleccionista de asesinos. Aquel pensamiento la hizo reírse para sus adentros.

Finalmente se encontró en la derruída zona que antaño había sido una estación concurrida, y se paseó por los viejos vagones de tren, encaramándose a ellos cuando le hacía falta. A los lejos, por otro callejón, se divisaban cuatro figuras menudas correr hacia un claro entre las ruinas. Una de las figuras era realmente rara, como con dos cabezas y el doble de corpulenta que sus compañeras. Aún así les sacaba una ventaja de cerca de tres metros.

- ¡Espérame, Segu!- jadeó un chiquillo, carente de aliento, que venía corriendo tras otro chaval.

- ¡Te falta entrenamiento, Shindo!- rió Segu, deteniendo su carrera. Llevaba a caballito a la pequeña hermana de ambos, Nadeshiko, que sonreía alegre mientras azuzaba a su hermano.

- Seguuuuuuuuuu...- protestó Shindo, en tanto que su mejor amigo, Maxie, le daba unas palmadas en el hombro a modod de apoyo.

- Menos quejas... ¡y vamos a jugar!- saltó Rika, la prima de Maxie.

Viendo acercarse a los pequeños (el mayor de los cuales no pasaba de los doce años) Shinyoru sonrió alegre.

- ¡Mirad, ahí está!- gritó Nadeshiko, señalándola.

Realmente, para ella aquellos asesinatos no tenían importancia, aunque conociese las caras de los asesinos. ¿Eso qué más le daba? No era como si lo fuese a contar a nadie.

- ¿Vienes de nuevo a jugar con nosotros, gatito?- preguntó Maxie.

- ¡Miau!-

Y con un brinco, la gata callejera se unió a los niños.

Sí, hoy era un nuevo día, pero igual que los anteriores. para la gata Shinyoru sería un día feliz.

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