miércoles, 14 de julio de 2010

217

Aquellos primeros minutos de la mañana se habían convertido ya en una tradición. Después de tantos años durmiendo en cualquier esquina de los suburbios, una de las cosas que más adoraba era la luz del sol que entraba lentamente, casi sumiso, por las rendijas de la persiana. Y eran esas finas láminas de luz las que luego se dispersaban y escalaban la altura de la cama, avanzaban cada pliego en las sábanas a igual velocidad y terminaban impactando en mi adormilada cara. Era mi despertador particular, pero nada más abrir un ojo con pereza, ya sabía lo siguiente que iba a hacer.
A mi lado dormía Lucille, siempre de costado, con el oscuro pelo totalmente revuelto y echa un ovillo, agarrando y llevándose para si en sueños gran parte de las sábanas.
Yo había cogido por costumbre despertar en cuanto la luz me daba de lleno, me incorporaba con el máximo cuidado y el mínimo ruido y me quedaba sentado con las piernas cruzadas frente a ella. La franja luminosa avanzaba lentamente en diagonal a lo largo de la cama a medida que pasaban los minutos. A los diez minutos de levantarme estaba a la altura de los muslos y Lucille ladeó la cabeza sólo para protestar en algún tipo de sueño incómodo y absorberse más aún en las sábanas. Al cuarto de hora ya había descendido las caderas y parecía moverse al ritmo de una respiración tranquila y relajada, a la vez que la parecía transformar en un magnífico regalo envuelto en un lazo luminoso.
Durante todo ese ritual no hacía más que preguntarme qué coño hacía yo allí, que pintaba yo en una casa como esa, con una mujer como ella. No me lo merecía, no merecía nada de lo que había allí, no estaba alcance de mis manos, era demasiado perfecto para ser verdad.
La luz se acercó a su cuello y pareció molesta por el picor del calor, pero no llegó a despertarse. Su camiseta añil llena de agujeros quedó bañada por un tono amarillento. Me acerqué con sumo cuidado y la aparté un mechón que cubría su cara. Lucille pareció despegar los labios y mostrar apenas los paletos, giró bruscamente y se quedó de nuevo dormida, pero mirando al techo.
En fin, yo no dejaba de ser un vagabundo, ¿no? Mi vida había sido una auténtica mierda y encontré dentro de la miseria un tipo de miseria que al menos me otorgaba una dosis de evasión de la realidad; la cocaína. Daba asco, era un yonqui y nada me aseguraba que al día siguiente pudiese seguir con vida. Sin embargo aparece ella un día y me lo da todo a cambio de nada, le ofrece la mano a un drogadicto desconocido y se va con él a tomar una cerveza. Realmente había una parte de mí que no paraba de preguntarse qué había hecho para merecer algo tan bueno. Y era esa parte la que también me repetía sin cesar que ahora tampoco mi vida perfecta; es más, ahora mi vida era más complicada que intentar parar el Meteorito con un guante de cocina. Ser excómplice involuntario de un psicópata y estar amenazado de muerte por un desconocido no ayudaban a que por las mañanas me pudiese tomar un café tranquilamente con ella.
Me quedé observando cómo a cada segundo la luz avanzaba un milímetro por su nariz imperfecta hasta llegar a sus ojos cerrados con pestañas oscuras. Entonces la respiración se tornó menos letárgica y su brazo izquierdo se movió con pereza. Yo me incliné sobre ella y tapé con mi espalda el chorro de luz solar, arrugó la nariz y abrió los ojos con una sonrisa de oreja a oreja.

-¿No te cansas de hacer todas las mañanas lo mismo?-me preguntó con voz ronca.
-Ni pretendo dejar de hacerlo... Buenos días-la besé cuando aún ella se estaba quitando las legañas y salté de la cama para ir a preparar café.
-Yief…
-Dime- le grité desde la cocina. Ella se había acercado al lavabo y ahora se secaba la cara con una pequeña toalla azul.
-Hoy se muda finalmente Alex… Le dije que comeríamos en su casa para despedirnos.

Es cierto, Alex… Aquél simpático vecino que se le daba bien eso de pintar cuadros se había convertido un día en el exnovio vengativo de Lucille y en el asesino a sueldo que se cargó a Blackhole en otro. Ya le amenazó mi Rhino de que no volviese a acercarse a Lucille o la cosa saldría bastante mal, pero nunca pensé que a los dos días del suceso anunciaría su marcha del edificio, para irse a vivir con su novia Iris. La verdad es que ese cambio me pilló de improviso, no me esperaba una respuesta tan tajante, pero agradecía que cortase con ello de raíz.

-¿Es necesario?- pregunté con un tono desenfadado.
-Yief… Hazlo por mí. No sé que habrá pasado entre vosotros últimamente, pero Alex es mi amigo y es el último día que le veo.
-Está bien, está bien…-venga Yief, aguanta unas horas y ya no volverás a verle el pelo a ese artista que tal vez haya escrito (o dibujado) tu sentencia de muerte.



Lazarus acababa de salir de su clase de grabado con las manos apestando a aguarrás y con las uñas manchadas de una tinta azul que se negaba a desaparecer. Llevaba una camiseta negra llena de salpicaduras de todos los colores y unos vaqueros tiznados de carboncillo, como si el hecho de estar estudiando la carrera de artes conllevase ir siempre hecho una mierda. A un lado llevaba una bandolera negra llena de bolsillos y del interior de la camiseta salían dos auriculares con el cable retorcido. Se los ajustó en los oídos y comenzó a caminar hacia su cafetería favorita a ritmo de blues. Pidió su habitual bocadillo y un refresco y se sentó en una de las sillas de plástico que hacían de terraza.
La verdad es que no se quejaba con lo que la vida le estaba ofreciendo. Había hecho unos cuantos amigos en clase, sacaba buenas notas y había llegado a caer bien a varios profesores, hasta el punto de recomendarle y presentarle a grandes artistas de la talla de Alexandre Da Silva. Sus únicos sacrificios consistían en no dormir en cuanto le mandasen algún trabajo y descubrir que dibujar todos los días personas desnudas no era tan emocionante.
En esos momentos estaba dando los últimos mordiscos a su bocadillo cuando algo le hizo atragantarse con las migas. Según la definición, algo pintoresco es algo que merece ser pintado, y lo que había frente a Lazarus lo era sin duda alguna. Abrió la bandolera rápidamente y sacó un bloc tamaño folio junto con un lapicero dentro de las anillas.
Un hombre se había sentado en la mesa de enfrente con un vaso largo de cerveza en su mano derecha, observando cada movimiento que ocurría en ambas aceras. Lazarus se puso manos a la obra, a juzgar por los tragos que le daba a la cerveza, tenía poco tiempo para realizar el apunte.
Dibujó primero unas líneas para guiarse y situarlo en el papel. Pronto tuvo un círculo irregular que, con u par de líneas más, formaron una calavera de perfil. Insinuó el cuello y siguió los hombros de una americana negra impoluta. Olvidó de momento la parte superior y trazó rápidamente unas piernas cruzadas y unos mocasines brillantes, con tal de obtener un dibujo lo más completo posible. Poco a poco había conseguido un trazo propio, en el que no utilizaba curvas, sino diversas líneas rectas que engañaban al ojo y conseguían un dinamismo y un estilo peculiar.
Justo en el momento en el que se disponía a definir aquella corbata roja y blanca, el inconsciente modelo se giró bruscamente y el lápiz de Lazarus cayó al suelo del susto. El dibujante intentó disimular como podía, se puso a hurgar en sus bolsillos hasta sacar el reproductor de música y comenzó a pasar canciones con tal de que pasasen los segundos. Con la cabeza agachada alzó las cejas un momento pero enseguida volvió a bajar la mirada al darse cuenta de que aquél enmascarado tan extraño había girado la silla y le observaba atentamente. Ahora se sentía avergonzado y nervioso, girando el cuello continuamente para cruzarse siempre con la mirada de esos ojos negros por un instante. ¿Acaso le estaba retando? Esa repulsiva máscara parecía sonreír con socarronería, como si estuviese esperando a cualquiera que fuese la reacción de Lazarus.
Justo cuando el joven parecía dispuesto a recoger todo y largarse, el enmascarado se levantó con un gruñido y se acercó hasta su mesa, girando con una mano el bloc de dibujo y contemplando su obra.

-¿Eres Lazarus no?- le preguntó ofreciéndole la mano libre.
-¿Le conozco?- preguntó el dibujante totalmente intimidado. De pie, aquél hombre era mucho más imponente.
-No, pero yo a usted sí. Llámame Arguish.

Sin que Lazarus pudiese añadir nada, Arguish le dio la espalda y volvió a por su cerveza en la mesa de al lado, para bebérsela de un trago y arrastrar su silla hasta su él de nuevo.

-Me gusta, tienes talento… ¿Puedo quedarme el dibujo?
-S-sí…
-Verás, tengo bastante prisa así que iré directo al grano. Tengo entendido que dentro de tus capacidades también está la de escribir.
-P-pero…
-Y que tienes una novela a medias.
-¿Cómo sabe tanto de mí si yo no le he visto en mi vida?
-Digamos… Que es una de las ventajas de mi trabajo. El caso es que estoy muy interesado en que continúes esa novela.
-Pero apenas tengo tiempo, pronto empezaré los exámenes y…
-Te pagaría por ello. ¿Estarías dispuesto a ello?
-Hmm… Sí, pero la cosa es que…
-Perfecto, cuento contigo, no te preocupes, cuando quiera verte te encontraré.

Y sin apenas darle tiempo a abrir de nuevo la boca, Arguish dobló el dibujo un par de veces, se lo metió en un bolsillo de la americana y se largó con largas zancadas.



Lucille me rodeó la cintura por detrás y me besó en una mejilla poniéndose de puntillas para después llamar al timbre de Alex.

-Sé bueno- fue lo único que la dio tiempo a decir antes de que la puerta se abriese.

Nos dio la bienvenida una chica guapísima de pelo castaño, recogido habilidosamente en un pañuelo de color azul, que a la vez hacía juego con sus ojos. Llevaba una camiseta roja debajo de un peto vaquero que acababa en los muslos y unas medias negras con las que andar descalza por la casa. Enseguida cogió a Lucille de la mano y tiró de ella con una sonrisa espléndida. Yo atravesé el umbral y me quedé quieto, con las manos en los bolsillos y observando lo poco que quedaba de piso. Ahora no era más que un local de cien metros cuadrados al que le quedaba una pila de cajas junto a una columna y cuatro caballetes de pintura apoyados en otra. Al otro lado habían reservado una pequeña mesa de madera y habían improvisado unas sillas de camping

-Lo siento mucho chicos, pero los de la mudanza han venido hace un par de horas y han querido llevarse todo de golpe…-se excusó la chica del pelo abarcando el piso entero con un gesto de brazos- ¿Os gusta la comida china?
-Iris no lo hagas tan obvio, que vamos a quedar fatal con los invitados…- En ese momento surgió Alex desde un punto en el que una columna me impedía verle. Estaba atareado moviendo unos lienzos y le brillaba la frente de sudor- Ya es bastante deprimente comer en un piso vacío como para llamar a un sitio de comida rápida…

Alex se acercó primero a Lucille y la dio un sincero abrazo, después se acercó hasta mí y me ofreció un apretón de manos, pero la sonrisa que me mostraba no pegaba con la tensión que afloraba en su mirada.
-Me encantan los rollitos de primavera, no importa en absoluto- añadí al darle unas palmadas en el hombro. Por Lucille me portaría como un santo, pero me aseguré de que Alex se percatase de mi mirada de pocos amigos.
-¡Entonces hecho! Ven Lucille, vamos a elegir qué pedir- dijo Iris cogiendo un teléfono móvil y un panfleto de propaganda del restaurante más cercano.

Entonces Alex me invitó a que le siguiera con una mano para enseñarme una serie de cuadros que tenía apoyados al lado de los caballetes, pero en cuanto le seguí vi que su intención no era alardear de su arte. Él disimulaba alzando uno de los cuadros por sus bastidores y yo ponía cara de interesado, pero mientras las chicas hablaban por teléfono con el encargado del restaurante, nosotros teníamos una conversación totalmente distinta.

-¿Sirve de algo pedirte perdón ahora?- preguntó mirándome de reojo.
-Para nada, me has condenado a muerte y lo peor es que no sé por quién.
-Yo no.
-¿Qué?- elevé el tono de voz más de lo que quise y Lucille desvió la mirada hacia nosotros durante un instante- ¿Cómo te atreves a decir eso?
-No me malinterpretes, sé que no merezco tu perdón, pero yo no sabía nada de esto. Acudí en tu ayuda porque yo también quería rescatar a Lucille, pero para nada sabía que Lambb tenía encargado matar a Blackhole, así que cuando me dormí con la morfina…
-Distinta personalidad, mismo asesino.
-Lo sé, por eso ha sido idea mía mudarme. A Lambb se la suda mientras pueda seguir a su rollo, pero lo mínimo que puedo hacer es alejarme de vosotros… ¿Lucille sabe algo?
-Nada.
-Bien, es mejor así.

La conversación quedó zanjada, no tenía ni ganas ni paciencia para darle más vueltas al asunto. A partir de ese momento, aquella tarde se convertiría en una agradable velada y yo me esmeraría en conseguirlo, por Lucille.
Me acerqué hasta donde se encontraban las chicas, riéndose del acento del que las había atendido al otro lado del teléfono, y rodeé a ambas por la cintura, dando un beso en la mejilla a Lucille.

-Dejemos que los de la mudanza terminen su trabajo a gusto, comeremos en nuestro piso.
-Oh, no importa Yief, en serio…
-De verdad, vuestro suelo parece muy cómodo… Pero algo me dice que estaremos mas a gusto en el sofá del piso de arriba.

Sólo hicieron falta un par de bromas más para que Iris no se sintiese incómoda con la proposición y pronto el repartidor estuvo apretando con insistencia el botón del timbre. Antes de bajar los cuatro en el ascensor, Lucille me dio un tirón en la manga de la camisa y me regaló un fugaz abrazo, señal de que estaba encantada de mi amabilidad con Alex e Iris.
Con nuestras ocho manos ocupadas agarrando los envases de tallarines y molbol agridulce, la jovial Iris demostró que se podía dar al botón del ascensor con la nariz y Alex, por su parte, que se podía meter el cambio de un billete de diez guiles en el bolsillo del pantalón con dos movimientos de cintura.
Y realmente la reunión no dio para más. Fueron dos horas en las que charlamos de tonterías, cantamos alguna canción pasada de moda y nos reímos de algún chiste de mal gusto, momento en el que a Lucille la cambió la cara y necesitó ir corriendo al baño, situación que sólo sirvió para reírnos aún más, hasta que pudimos oír sus arcadas y nos preocupamos.
Fue el momento en el que los de la mudanza llamaron al teléfono de Alex y llegó el momento de la despedida.

-Hasta otra chicos, espero volver a veros alguna vez- les dije cordialmente, aún sabiendo que eso no ocurriría nunca más.
-¡Por su puesto! Nos llamaremos de vez en cuando y volveremos a comer morrrrbol aggggridulce- Bromeó de nuevo Iris con el acento del dependiente con esa risa tan inocente- ¡Hasta luego Lucille, recupérate!- gritó para que ella la escuchase desde el baño.
Alex se acercó hasta tenerle a escasos centímetros y me dio unas palmadas en la espalda, susurrándome unas palabras con tono melancólico.

-Lo siento por todo, despídete de Lucille por mi…

Y así, con un último sonido del cerrojo, nuestra casa quedó en silencio, bañada por unos tonos ambarinos que danzaban a través de las ventanas, anunciando un atardecer cárdeno. Lucille salió del baño con un gran suspiro y se sentó sobre el cuero blanco del sofá.

-¿Estás bien?
-Por favor, siéntate comigo…

Yo obedecí tras tirar lo que había sobrado de comida a la basura, sentándome a su lado y rodeándola con un brazo.
-¿Tan mal te ha sentado esa salsa?- bromeé en voz baja, arrepintiéndome a cada letra que salía de mi boca; siempre solía elegir malos momentos para bromear…
-No hables, solo… Sigue abrazándome.

Y así estuvimos cinco, diez, veinte minutos. Ella apoyó su cabeza sobre mi hombro y cerró los ojos, aún con el rostro pálido. Yo, por mi parte, permanecí totalmente callado, acariciando su piel con los nudillos, hasta que decidió incorporarse y mirarme directamente con unos ojos a punto de desbordarse.
-Prométeme que no habrá más psicópatas.
-Cariño… ¿A qué viene esto?
-¡Prométemelo!

Algo no iba bien, eso estaba claro, pero yo también era muy torpe para aquello. Sabía que había un problema, pero no conseguía enlazar ninguna de las señales que me guiaban hasta él.

-Está bien, te lo prometo… Pero eso ya lo hablamos, todo aquello es cosa del pasado, nunca más volverá a ocurrir algo…
-Prométeme que no habrá más asesinos, que no habrá más traficantes, que no habrá más mafiosos que busquen tu muerte…- En ese momento fue cuando el mar contenido en sus párpados decidió desbordarse, provocando una tempestad en su piel tersa, como si un diluvio arrasase los finos surcos de un desierto. Su nuez subía y bajaba rápidamente a cada suspiro descontrolado, a cada entrecortado sollozo propio de un niño pequeño. Yo intenté secar sus ojos con el dedo pulgar y ella se abalanzó sobre mi cuello- No más droga, no más pistolas, no más desapariciones, no más turcos, no más nada…
-Está bien, está bien- la dije con un ligero tono de alarma. La cogí por los brazos y la aparté el pelo de la cara- Pero dime qué es lo que ocurre.
-No quiero que te pase nada malo Yief, yo sería incapaz de seguir sin ti. Eras tú el que no tenía nada y vivía en la calle, pero tú me diste todo… Todo. Y con todas las cosas que han pasado… Sólo de pensar que cualquier día alguien te puede disparar…
-Eh, eh… Yo estaré contigo siempre, te quiero demasiado como para ir por ahí jugándome la vida…

Ella hizo una larga pausa, intentando controlar sus sollozos, intentando asimilar lo que la acababa de decir. Una bombilla se iluminó en mi cabeza, aunque parpadeó un par de veces y volvió a apagarse.

-Yief… Tengo algo que contarte…
-Dime- la bombilla volvió a intentar encenderse.
-La salsa picante no me ha sentado mal… Es la salsa picante, el café de por la mañana, un trozo de pescado…
-¿Quieres que llame a un médico?- la bombilla realmente lo estaba intentando, pero con mi dura mollera no había manera de que se encendiese. De hecho, Lucille soltó un pequeño bufido burlón, riéndose de mi velocidad de reacción.
-Yief… hace dos semanas no le di importancia, pero la cosa no ha cambiado… Tengo naúseas al despertarme, me cansó más que antes… - las lágrimas volvieron a caer, pero más lentas, rodeando las pequeñas curvas que ahora formaban sus carrillos, en forma de tímida sonrisa- Yief… Creo que estoy embarazada.

1 comentario:

Ukio sensei dijo...

Te has buscado un personaje interesante con ese Arguish. Si bien al pintor psicótico le falta un aquel, y Yief también se ha quedado un poco vacío sin Blackhole (necesita que refuerces al pintor para tener más entorno), Arguish es intrigante y curioso. Me gusta.

Mueve un poco esta historia para darle algo de fondo... Es importante como acabe el conflicto entre Alexandre y Yief, aunque solo sean meras insinuaciones.