- Mirad, parece que va a haber bronca… - dijo uno de los tipos trajeados, mientras posaba la botella y observaba el fondo del local. Los otros dos parroquianos a su lado se volvieron un poco y centraron su mirada en el espacio reducido entre dos de las mesas de billar.
Estaba con sus compañeros de facultad, como cada jueves… sólo que no era jueves en absoluto. Desde su despido, con demasiado tiempo libre en su haber, y con ganas de evitar en lo posible a su esposa, el científico (ex científico, como se recordaba a menudo) quedaba más con los amigos. Elliot no tenía intención de contarle a Marie nada sobre su ignominiosa marcha de la compañía. Se le había pasado por la cabeza disimular y seguir con la misma rutina de siempre, para ahorrarse preguntas incómodas, pero al final lo había descartado. No podía dejar pasar la ocasión de dormir más, sobre todo teniendo en cuenta que le costaba cada vez más conciliar el sueño. Así que había dejado de madrugar.
Al preguntarle Marie sobre ese cambio de horario, Elliot se dio la vuelta, para que no le viera la cara.
- Ah… es que con todo el lío del cañón, y el estado de excepción… pues se ve que nos han reducido la jornada, y entramos más tarde.
Sorprendida, pero confiada, Marie se había alegrado por él. Como todas las mañanas, ella tendría que acudir a su cita con la redacción, pero aquel día no le importó llegar algo más tarde. Marie le abrazó, dejando caer el ondulado río negro de su cabello sobre su hombro y enlazando las manos por delante de él. Elliot las cogió entre las suyas y las besó, secretamente consolado en aquel abrazo.
- Bueno, estos días parecía que estabas como más inquieto. Puede que tener menos horas de trabajo te siente bien. Ojalá yo también pudiera ir más tarde - susurraba mientras le rodeaba con los brazos, besándole -. Y más lástima aún que no me den vacaciones. Tengo días libres, pero estamos hasta arriba. A este paso, no sé cuándo podremos hacer ese viaje, con la ilusión que te hacía - había contado haciendo un mohín. Le besó de nuevo y, con reticencia, se apartó de él para ir a trabajar, no sin despedirse.
Cierto, habían planeado hacía ya tiempo un viaje, como una segunda luna de miel. El destino era un hotelito en Costa del Sol, o quizá una escapada al Gold Saucer. Algo típico, pero siempre agradecido. Elliot sólo había ido al Gold Saucer un par de veces, de pequeño y tenía ganas de volver. Le encantaba pasearse por Wonder Square, y también era aficionado a los sustos del hotel que había en el interior del parque. A despecho de sus aventuras, Elliot deseaba con toda el alma hacer ese viaje con ella. Casi se sintió agradecido con su ahora silencioso chantajista; desde que había llegado su primer mensaje, había dejado de tener esas “excursiones”, y estaba más en casa, cosa que la encantaba. En eso pensaba, mientras sus pupilas reflejaban continuamente la desaparición de las burbujas en la cerveza, cuando la voz de Sigurd le sacó de su ensimismamiento.
- ¿Tío, estás bien?
- Has estado completamente ido desde que nos sirvieron. Diría que tu nivel de patetismo ha subido un 50% y sería quedarme corto - soltó Edmond con una risita.
Elliot se apartó un mechón castaño de la cara y se puso de espaldas a la barra. Dos de sus amigos le observaban preocupados, y otro, preocupado y conteniendo mal la risa por su comentario. Era una panda en la que había de todo dentro de un abanico de edades limitado. Sigurd Lander era su viejo compañero de cuarto; de su misma edad, había empezado los mismos estudios que Elliot, pero aunque tenía buena cabeza para los números, lo del mako no se le daba bien, y en lugar de en un laboratorio, había terminado como uno de los administrativos de la compañía. No estaba casado, aunque tenía pareja estable. Posiblemente, de los tres, fuera el más cercano a Elliot, y el que mejor comprendía lo que le pasaba por la cabeza.
Luego estaba el más joven de los tres: Edmond Clerk, un sujeto relativamente alto y esbelto, con una increíble habilidad tanto manual como verbal. Muchas veces se habían librado de broncas, tanto en el instituto como más adelante, gracias a su verborrea (aunque ésta también les metía en líos a menudo). Cuando su palabrería no bastaba, era más que capaz de vérselas con cualquiera, pero le gustaba más ganar batallas con el ingenio. Jugador, bebedor y aventurero, decía que trabajaba en una cadena de montaje, pero no como obrero, sino como supervisor, algo que no creía casi nadie cuando lo contaba.
Finalmente, siempre envuelto en humo, Ranier C. Hind, el mayor, un tipo algo bajo, ancho de hombros, atildado y serio. Hablaba poco, salvo con sus amigos. Tenía por costumbre expresarse de forma completamente pasada de moda o definitivamente arcaica, una de sus no pocas rarezas. Había estudiado historia y lengua, algo que no dejaba de ejercitar, y muchas veces Edmond hacía traducciones no siempre correctas (¡y lo que se reía cuando le creían!) cuando alguien decía no entenderlo. No hacía mucho que había abierto su propia librería, tras años de currar en una de ellas. Pese a su rara parlamenta y gusto por el tabaco caro, era buen tipo, y había tenido concurso en muchas de las correrías de los otros tres. Cuando necesitaban algo y Edmond no podía conseguirlo, normalmente era Ranier, el de posición más acomodada, quien se encargaba de todo.
Estaban los tres trajeados, como era propio al salir de sus respectivos horarios, y destacaban bastante. Sigurd estaba tal cual iba en la oficina, mientras que Edmond tenía la chaqueta abierta, los dos primeros botones de la camisa desabrochados y la corbata le hacía un bulto en el bolsillo derecho de la primera. Ranier iba formal, pero sin corbata. Hacía rato se había quitado la gorra color marrón claro. Otra de sus peculiaridades era precisamente no llevar la cabeza descubierta salvo estando bajo techo. Elliot iba vestido de manera más informal; detestaba el traje, y si lo llevaba era a requerimiento de la empresa, de modo que ahora iba más a su gusto. Los cuatro compartían su bebida y vivencias cuando empezó a haber jaleo.
- Ah, conozco a ese tío moreno. Viene de cuando en cuando y a veces la lía justo en el mismo sitio.
- ¿Hace nada que la han vuelto a abrir y ya tenemos buscalíos? – inquirió Sigurd.
- Tal parece- repuso Ranier secamente.
- ¿Cómo es que no le han echado ya? Conociendo a los gemelos, a poco que alborote le prohíben la entrada a él y sus monos…
- …Con las clavas de emergencia… - puntuó Edmond.
- Poderoso caballero es don Dinero, que todas puertas abre y todas bocas cierra- sentenció Ranier en una de sus citas.
- Quizá les guste pagar tacos rotos, sí. Bueno, a ver si esta vez no… ¡Ouch! ¡Joder, eso tiene que hacer daño! - comentó Edmond, no sin alborozo. Han acababa de aplicarle al tipo moreno un bolazo en plena nuca.
- ¿Hacer daño? ¡Le ha collejeado con una bola de billar! ¡Eso no hace daño, directamente te revienta la cabeza! - exclamó Sigurd, llevándose inconscientemente la mano a la nuca.
- Pues aún se alza buscando más, y el fulano que le zurra gusta de dárselo.
-Elliot, te lo estás perdiendo…
Pero Elliot no estaba para nadie que no fuera la jarra de cerveza que había delante. Tenía la mirada perdida, como si buscara algo en una de las miles de burbujas doradas y, al desvanecerse esa, buscaba otra donde prender la vista. Mientras, Rolf zancadilleaba vilmente a uno de los pandilleros, para risa discreta de los tres compadres, que no perdían detalle. Al cabo, terminó la trifulca, saldada, a decir de Ranier, con buena mano de bastos servida para los pandilleros.
Una mano se posó en su hombro y le zarandeó suavemente.
- Oye, para ser la primera vez en tiempo que quedas con nosotros entre semana… - empezó Sig.
- Sin ser jueves… - apostilló Edmond, atento a todo, bebiendo a morro de la botella.
- … Sin ser jueves, sí, gracias, Ed. Pues eso, que te veo poco animado. ¿Ha pasado algo con Marie?
-No, aún no. Pero no sé lo que dirá cuando sepa que me han despedido. No, no se lo he dicho, y como a alguno se le ocurra comentarle algo se acuerda de mí - advirtió, cortando los posibles reproches -. Es complicado, ¿sabes? Buscar otro trabajo es lo de menos. Por poder, puedo meterme en cualquier sitio… pero es que todo, todo lo hecho hasta ahora, no ha servido de nada. Me revienta. Y me jode mucho más tener que decírselo a Marie. Pasé mucho tiempo sin prestarle atención por culpa de mi proyecto, metiendo horas y faltando de casa. Luego, años sin poder presentarlo, años de quejas que ha aguantado con paciencia de santa; y ahora me encuentro con que no tengo manera de hacerlo realidad y que se ha ido todo a la mierda. Trabajo, esfuerzo y tiempo, perdidos sin remedio para nada.
Edmond y Ranier se volvieron hacia ellos. Los tres colegas quedaron en silencio, mientras la trifulca a sus espaldas terminaba con tres tipejos inconscientes o dolientes, y un cuarto que ponía tierra de por medio. Por su lado pasó el bando ganador, en dirección a la puerta, mientras Aiden se llevaba la mano al bolsillo. A no tardar, entre él y Garth sacaron a los tipejos noqueados al callejón, quedándose con las caras por si volvían.
Pasó una hora en la que los compañeros siguieron en la taberna, comentando la pelea y otras minucias. Varios intentos de animar a Elliot se sucedieron, pero realmente había poco que decir. Tras una partida en una de las mesas de billar, ahora vacías, en la que Edmond apostó con Sigurd una ronda del copazo más caro del local, y el trasiego de dicha ronda (que pagó Sigurd, como era de prever), salieron del bar. Ya era hora de cada mochuelo a su olivo, que al día siguiente todos menos Elliot madrugaban. Todos vivían en la placa, pero de vez en cuando cambiaban de aires y bajaban a un par de sitios bien escogidos de los suburbios, como era el caso. Iban andando en dirección a la estación del sector 3, conversando. Ranier llevaba de nuevo puesta la gorra de piel y acababa de encenderse otro de sus caros cigarros.
***
Susurro se levantó una vez más. Llevaba aún el brazo en cabestrillo, y el torso vendado. A pesar de los avances médicos del departamento, los daños recibidos habían sido considerables y tardaría en volver al servicio activo, a decir de los especialistas y del director. Varias costillas rotas, que tardarían poco en soldarse, pero con las que había que andarse con cuidado para no ir a peor. Y luego, el brazo roto. Según el médico, estaba roto y astillado en varios puntos; fue gracias a la materia Cura que el dolor no le dejó inconsciente antes de ser encontrado. El atropello por parte del monstruo le había pillado por sorpresa, y combinado el peso de la bestia con la mala caída, el resultado había sido bastante malo. Aunque estaba vivo. De su unidad, sólo quedaba vivo otro agente, Kal, mientras que tanto el resto como la unidad de Mallet al completo, estaban muertos.
No, no todos. Recordó cómo alguien mencionó de pasada a uno al que habían encontrado casi exangüe. No había podido verlo, de modo que ignoraba de quién se trataba. Pudo escuchar que había sufrido heridas de importancia y tuvieron que hacerle una transfusión que casi resultó inútil, pues estaba más muerto que vivo. Milagrosamente, o quizá científicamente, tratándose del experimento andante que eran considerados los SOLDADO por algunas personas, había salido adelante. No había oído de ninguno más de sus subordinados o los de Mallet. Supuso que sus cadáveres ya habían sido recogidos de los túneles, y más tarde se lo confirmaron. Antes de caer inconsciente a causa del dolor, Susurro les había informado sobre la presencia del monstruo, de modo que fueron precavidos. Por lo visto, los encargados de recoger a los caídos habían ido con una fuerte escolta que trató de no internarse demasiado en los túneles. No encontraron más rastro del monstruo que grandes marcas de arañazos en las paredes metálicas y sangre, que bien podía ser de los SOLDADO y no de la criatura. Al final del recuento de bajas, faltó uno, al que encontraron días más tarde bajo la placa, convertido en una grotesca y sangrienta pegatina. El monstruo negro le había mandado volando fuera de una pasarela, y el suelo de los suburbios del sector 2 se había convertido en testigo de su caída y receptor de su maltrecho cuerpo. Cuando lo hallaron, faltaba la espada y la materia. Los carroñeros del suburbio, humanos y bichos, hacían su trabajo rápida y eficazmente.
El agente volvió a acercarse a la ventana, desde la que se apreciaba una buena panorámica de la urbe. Las luces de Midgar, que desafiaban a las estrellas a brillar sin parpadeo, iluminaban continuamente la ciudad. En alguna parte de ella se encontraba la Tower of Arrogance, con las luces acordes al evento que se celebraba en su interior. Un evento para el que Susurro tenía entradas… aunque carecía de ánimo para ir a disfrutar de la música y el ambiente. El plan habría sido ir con Mallet y otros compañeros de permiso… No tenía demasiados amigos (de hecho, prácticamente no tenía), así que se las había dado al primero de su promoción que encontró. El compañero le había mirado con extrañeza al principio, hasta que lo atractivo de la oferta venció su estupor y las entradas cambiaron de manos. El agente prometió brindar a su salud y se lo agradeció sin cuestionar el motivo del regalo.
Eso había sido hacia las siete, y eran las ocho y veinte. Se encontraba en las dependencias de SOLDADO, prácticamente solo. Había ido, como todos los días, pero no podía hacer realmente nada en ellas y era igual que si no se hubiera levantado esa mañana. El director le había obligado a darse de baja hasta estar completamente restablecido. Ni entrenar, ni combatir, ni tan siquiera patrullar por el más tranquilo y pacífico de los barrios pijos, y por supuesto nada de salir de la placa. Era un SOLDADO inhabilitado para luchar por sus superiores, a pesar de tener aún un brazo sano y en perfecto estado. Lo único que Susurro hacía era pensar. En sus vueltas y revueltas al tema del director, le vino a la mente Lazard Deusericus, que no hacía tanto tiempo había dirigido el departamento de SOLDADO, llegando incluso a estar bastante más cerca de la línea de frente de lo que le era recomendable. Era, además de un administrativo, un buen estratega e intendente. Se le echaba de menos, tanto a él como a su manera de hacer las cosas. Desgraciadamente, había desaparecido, como varios 1ª clase, por el mismo tiempo en que a Sefirot se le dio por muerto. Seguramente, Lazard se habría encargado de darle ocupación, por mísera que fuera.
El actual director de SOLDADO (un administrativo puesto por Heidegger, poco más que un contable que no tenía nada que ver con el anterior) le había amenazado con suspensión de empleo y sueldo, y hasta confiscación de su equipo y materia si se negaba a permanecer de baja, o si le pillaba yendo por su cuenta. Los agentes consideraban que aquel administrativo únicamente valía para asignar su número de identificación a las misiones que le llegaban y reducir el salario, pero era el que mandaba. Le podían las cifras, y más desde que muchos de los agentes se vieran afectados por una rara chifladura y se volvieran contra sus antiguos camaradas. “No tenemos tantos 2ª clase como para desperdiciarlos por ignorar los consejos de un médico”, le había dicho al salir del hospital, acompañando su advertencia de un gesto prepotente y la amenaza de suspensión.
- Qué sabrás tú de los SOLDADO, sean de segunda o decimoquinta clase… Sólo eres un cabronazo chupatintas en un cargo que le permite jugar con nosotros como si fuéramos soldaditos de plomo - murmuró irritado por enésima vez, pensando que le hubiera gustado decírselo de frente y ver qué cara se le ponía. Desgraciadamente, había dejado pasar la ocasión. Ahora no quedaba otra que aguantarse y esperar.
***
-Bueno, ¿ahora qué? ¿Tienes algún plan? -dijo Sigurd.
-¡Ya lo creo, Sig! El otro día conocí a una rubia que…
-Me refería a Elliot, Ed.
-Oh… - dijo visiblemente decepcionado.
-Antes o después tendrás que decírselo. No puedes ocultárselo toda la vida. Marie notará que no entra el mismo dinero en casa, se preguntará qué ocurre, y no puedes refugiarte siempre en los bares.
-¿Crees que no sé todo eso? ¡Lo he pensado y dado vueltas hasta que me ha dolido la cabeza!
-Dar la veraz noticia puede resultar complicado, pero es lo mejor. El mal trago, que pase rápido. Intentar fingir o engañar mucho tiempo puede dañar más que un segundo de verdad desnuda.
-Ya lo sé, ya lo sé, pero… necesito tiempo. Se lo diré, pero antes tengo que pensar la mejor manera de hacerlo y escoger el mejor momento. No quiero empezar a contárselo y terminar sollozando de pura frustración, y que me vea convertido en una patética imitación de mí mismo.
-A veces me pareces más estirado que Ranie, aquí presente, Elliot - empezó Edmond, apoyando a los demás -. Nunca hubiera pensado que le dieras tanta importancia a las apariencias, y menos en lo que respecta a tu esposa. Ni siquiera le has escondido tu inferioridad a la media. ¡Que esa mujer te ha visto desnudo, hombre! ¿Qué más da que te desnudes ahora por dentro delante de ella? Lo mismo hasta te ayuda, o hace que se sienta mejor con su elección de marido. Además, si nos cuentas esto a nosotros, que sólo te aguantamos porque nos invitas cuando estás de buen humor, bien puedes contárselo a alguien que te quiere de verdad.
A pesar del eterno tono de chanza, Elliot sabía que Ed tenía razón, al igual que sus otros dos compañeros, que le observaban con afecto. Sigurd le palmeó el hombro, satisfecho de que su amigo empezara a dejarse llevar por los ánimos que le daban.
-¡Y cuando lo hayas arreglado y estés contento otra vez, nos volverás a invitar! -saltó Ed, sonriente.
El científico se le quedó mirando. Tardó apenas un segundo en intentar rodearle el cuello con el brazo, llamándole interesado, gorrón, buitre y lindezas más malsonantes, apropiadas todas. No fue complicado, porque Edmond se había echado a reír al ver la cara que se le había quedado y casi no tenía fuerzas para resistirse al agarre.
-Edmond tiene razón; es justo un pago por un servicio, Elliot. Si de verdad te dices amigo nuestro, nos devolverás la ayuda que te estamos prestando con obras y rondas. Y a no tardar esperamos otro incidente, para de nuevo socorrerte y ver crecer la deuda.
-¿Tú también? - exclamó el aludido, completamente desprevenido ante la situación.
-¡Ja, ja! ¡Agárrate, mundo, Ranie ha hecho su primera broma! No está mal para ser la primera, chaval.
-Lo dije hace años: que cuando Ranier hiciera una broma y tú fueras serio, se acabaría el mundo. Ahí tienes, Meteorito sobre nuestras cabezas y la broma. Creo que mejor te ponemos un bozal, no sea que se nos caiga encima antes de que encuentren la manera de destruirlo.
A pesar de lo serio del tema, el alcohol se encargaba de convertirlo en algo trivial. Siguieron durante un rato las chanzas y anécdotas de última hora, hasta que cuando el tren llegó a la placa, los compañeros de universidad se separaron para volver a casa. Ranier decidió que Edmond no estaba en condiciones de conducir, así que le acercó con su coche tras despedirse de los demás. Sigurd acompañó a Elliot hasta que enfiló su calle con un andar algo inestable. El científico iba relativamente contento. Parte de ello tenía que ver con el alcohol, pero la otra estaba alegre al contar con un poco más de resolución. Había decidido hacerles caso. Mañana por la mañana se lo contaría. Marie merecía saber la verdad dicha por él y sólo él, y ya vería lo que le deparaba el futuro, si es que había futuro con un amenazante asteroide sobre sus cabezas.
***
Al día siguiente, Susurro se vistió de uniforme, ese uniforme con el que decían que parecía haber nacido. Se puso el arnés, no sin complicaciones, y colgó en él la espada. También cogió su materia, y volvió de nuevo a la sede central como si fuera un día normal. Afortunadamente, el imbécil del director no había dicho nada en contra. Bastante le había costado convencer al tozudo agente de permanecer alejado de las misiones, hasta el punto de amenazar con la suspensión. Susurro estaba alegre, todo lo que se podía en su caso, de poder escapar de casa. Se sentía como un mueble más de su apartamento, y prefería cualquier cosa antes que quedarse apalancado ante la televisión hasta convertirse en una prolongación de los presentadores farsantes y los colaboradores chillones y cutres de la basura rosa. Antes le quitaría el trabajo de oficina a uno de los recepcionistas.
El día comenzó como los otros tres desde su salida del hospital. Identificación a la entrada, saludos insustanciales a un par de conocidos, aburrimiento en el ascensor hasta la planta 53, y tramo de escaleras hasta las dependencias para evitar el embotamiento y pereza típicos de las mañanas. Luego, horas de aburrimiento en las que trataba de encontrar algo que hacer en los terminales de la sala de reuniones, o comprobando sus puntuaciones en la sala de entrenamiento. Lo poco que le animaba el día era las charlas del resto de agentes.
Sin embargo, ocurrió algo que no esperaba. Estaba sentado en la sala de reuniones, moviendo inconscientemente la mano del brazo roto mientras con la otra tecleaba buscando noticias y comentarios sobre la juerga de la Tower of Arrogance del día anterior, cuando un SOLDADO de 3ª clase entró y le saludó, al tiempo que consultaba una libreta.
-¿SOLDADO de 2ª clase, Dwight Dastre… Diaestraf…? Oh, al diablo. ¿Susurro?
-Sí, ¿qué quieres? - contestó en voz baja, como siempre.
-Te llama el Contable… digo, el director, a su despacho - corrigió con voz trémula el 3ª clase. Susurro tenía una expresión completamente neutra, pero el chaval parecía intimidado.
-Qué sorpresa. Si mal no recuerdo, estoy de baja gracias a él. ¿Te ha dicho para qué quiere verme?
-No, pero parecía preocupado. Estaba nerviosísimo, no paraba quieto y sudaba como un cerdo - la cara del 2ª clase se movió en una socarrona sonrisa al escuchar eso.
-No podría sudar como otra cosa aunque quisiera. De acuerdo, ahora voy. Y el apellido es Diastraefen.
-Ya era hora, soldado Diastraefen.
-Siento el retraso, señor - murmuró Susurro.
Tal como había dicho el emisario del director, éste estaba sudando, su cara ancha brillante enjugada a ratos con un pañuelo. Contable era el mote más suave que le daban los del departamento, y cuadraba bastante con él: un tipo algo bajo, rechoncho, con lentes y una incipiente calvicie, que se frotaba las manos como un tendero avaricioso. Apenas se cerró la puerta, alzó su voz de cotorra.
-Bien, vayamos al grano. El bicho ha aparecido.
-¿El bicho, señor? - a pesar del tono de sorpresa, Susurro siguió manteniendo su cara de póker.
-Sí, el monstruo de nombre, características fisonómicas y hábitos desconocidos. Usted ya lo conoce, Dwight, es el que acabó con casi toda su unidad hace menos de una semana en el interior de la placa.
Los músculos del brazo sano se contrajeron con fuerza, y ambas manos de Susurro se crisparon, pero su expresión no cambió un ápice. La causa de su reacción eran tanto que aquel cerdo se tomase confianzas con su nombre como la mera mención de aquel asqueroso engendro.
-Una de nuestras patrullas que deambulaba por los suburbios lo ha encontrado. Se toparon con él cerca de la salida del sector 3, que estaba cerrada. Pensaban que era un Bégimo joven, pero coincide con la descripción que usted nos facilitó. Los muy idiotas no pensaron otra cosa que plantarle cara creyendo que estaba acorralado. Ahora mismo están en el hospital, y tenemos a nuestros efectivos y los PMs cerrando el tráfico a la zona y vigilando para que no salga. Cuando hayan acabado con eso, nuestros agentes dejarán a los de seguridad cuidando la retaguardia y rebuscarán entre la chatarra hasta enviarle al infierno.
-No veo que tiene eso que ver conmigo, señor. Por si no lo recuerda, estoy de baja - replicó, sin importarle demostrar su resentimiento.
-¡Ya sé que está de baja, maldita sea! ¡Yo mismo se lo ordené! Sin embargo, hay una tarea que quiero que desempeñe en esta misión.
La ceja derecha de Susurro se alzó de manera casi cómica. Aquello no lo esperaba en absoluto.
-Quiero que usted acompañe a un equipo de 3ª clase y que dirija la captura. Nada de temeridades; permanecerá fuera del perímetro dispuesto para la misión, sin separarse de su unidad. Su único cometido será dirigir a los demás grupos y coordinar sus acciones por radio. Usted ha combatido a esa cosa, espero que algo habrá aprendido que nos sea de utilidad - concluyó secamente el director.
Al SOLDADO no dejaba de resultarle divertido ver a aquel tipejo patético referirse a sí mismo como parte del departamento o aun a considerar a los demás agentes “los nuestros”; y que encima se hubiera referido a la unidad que le acompañó en el desastre bajo la placa como de su propiedad, como si le culpara a él de sus muertes. Casi sonrió. Casi.
-Sí, señor, a la orden- masculló de forma casi inaudible.
-Así que por eso le llaman Susurro, ¿eh? Pues cuando hable conmigo más vale que le entienda, o le quitaré las ganas de poner motes a la gente. ¡Vamos, la compañía no le paga por asentir como un tonto! Un transporte le espera con su unidad. Espero que no la vaya a pifiar haciendo alguna locura. ¡No se le ocurra desobedecer y lanzarse a combatir, Diastraefen! No necesitamos a más locos en el departamento.
No habían tardado gran cosa en llegar a los suburbios del sector 3. Alrededor de aquel rincón de los suburbios se habían desplegado numerosos efectivos de seguridad, con pequeñas escuadras de SOLDADO como refuerzo para asegurarse de no dejar ni una brecha en la vigilancia. Contento de estar por fin cerca de la acción, tras algo más de una semana (que le parecía más de un mes) a Susurro le costaba no sentirse satisfecho. Ponía coto a su disfrute el hecho de que, si se le ocurría salir del vehículo donde se encontraba para ir a vérselas con el monstruo, los PMs serían testigos, y sin duda sus compañeros darían parte. No les caía bien el director, pero eh… era el jefe, y había que hacer puntos de alguna forma.
Así pues, estaba confinado a la parte de atrás de un furgón oculto tras una vieja grúa, conformándose con unos auriculares, un micrófono y el terminal portátil que marcaba las posiciones del resto de agentes. Junto a él, un técnico destacado para acompañarles controlaba a los pequeños autómatas de Shinra. Los diminutos droides usaban detectores de infrarrojos para localizar a la criatura. Era una apuesta segura, dado su tamaño, y no tardaron en detectar su presencia y transmitirla al terminal del furgón.
-E-1, se dirige hacia vosotros. Aguantad la posición - ordenó con voz serena.
A eso se reducía la misión encomendada por el director. A dirigir a otros y perderse la diversión. Susurro no sabía si creer que aquello era una compensación por su malestar o una venganza especialmente refinada: poner la miel en los labios, como se decía. Pero no estaba enfadado.
-E-4 y E-3, avanzad desde donde os encontráis y aprovechad para atacar por los flancos.
-Es rápido, señor. Y no sólo eso, también es escurridizo. Cuando intentaron…
-E-1, retroceded unos cien metros, recoged a los heridos de E-2 y replegaos, salid de ahí ya - Susurro ignoró el comentario, y el técnico que controlaba los autómatas se interrumpió lo justo para ojear por encima del hombro de Susurro. Luego continuó con su charla.
-El muy cabrón se entierra bajo la chatarra, como si fuera tierra, señor y así puede llegar a burlar los detectores térmicos. Me han dicho que, antes de que usted llegara, intentó salir de la zona cerrada. No lo vieron venir hasta que un montón de basura saltó por los aires y cayó sobre la tropa. Por suerte pudieron rechazarlo, pero aún así…
Aún así no era fácil. Era un hijo de puta grande, sí, y metía ruido al moverse. Sin embargo era negro, y bajo el manto de oscuridad que lanzaba la placa, un segundo de despiste le garantizaba un blanco seguro. Tener contacto visual no servía de mucho cuando podía desaparecer tras cada montón de hierro oxidado y desperdicios. Se quedaba completamente quieto para no ser escuchado hasta que se le acercaban. Y siempre atacaba por sorpresa, dando escasa oportunidad a los soldados para plantarle cara. Cuando empezaban a rehacerse del susto y reforzar su ofensiva, el bicho huía y esperaba mejor ocasión. Ahí era donde la guía desde el furgón marcaba la diferencia. El monstruo debió sorprenderse cuando llovieron espadas de izquierda y derecha mientras avanzaba hacia los agentes de E-1, y el punto rojo que le representaba se fue por donde había venido rápidamente, seguido de cerca por dos luces amarillas que indicaban las escuadras.
-E-5, fuego de cobertura con materia de largo alcance. Haced bailar a ese cabrón hasta que se le derritan las patas.
Los puntos titilaban en la pantalla y se movían siguiendo una compleja danza de la que Susurro no perdía detalle. Ya le había cogido el punto a su adversario. Atacaba por sorpresa a grupos o agentes aislados. Si acababa con ellos, se ocultaba y aguardaba a que otros pasaran en ayuda de los que acababan de caer. Ya había perdido a la mitad de E-2 de esa manera, cuando fueron a socorrer a los compañeros. Si resistían, escapaba y buscaba un lugar desde el que acecharles. El 2ª clase no tardó en darse cuenta del sitio donde podía estar en aquel momento, por suerte para los que estaban a su cargo, y se dio cuenta también de que la mejor manera de acabar con él era usar una presa que no hubiera visto hasta el momento.
-E-1, retiraos hasta alcanzar el cordón de seguridad. E-3, avanza unos cincuenta metros y espera mi orden.
El técnico miró la pantalla. Sobresaltado, salió de la furgoneta y, pidió silenciosamente unos prismáticos de infrarrojos a uno de los 3ª clase de la escolta. Con ellos, distinguió las rojizas siluetas de la unidad E-3, a lo lejos. Un sudor frío le recorrió la espalda cuando un espantoso chirrido rompió el silencio, primero a la izquierda de la unidad en espera, luego de la derecha… ¿o se trataba de un eco? Al agudo sonido siguieron otros, rítmicos, como los latidos de un corazón acelerado, si es que un corazón acelerado podía latir a esa velocidad. Tuvo el tiempo justo de volver al interior del furgón para observar a Susurro y escuchar su orden. Habría jurado que sonreía, enseñando los dientes como haría un lobo de Nivel que ha visto una liebre.
-¡E-3, lo tenéis enfrente mismo! ¡Está cargando hacia vosotros! ¡Fuego de supresión, ya!
El fulgor de numerosas bolas de fuego cortó el aire oscurecido de la placa y fueron a impactar entre la chatarra, con gran estruendo. De nuevo, algo chilló, y al hacerlo, heló la sangre en las venas del técnico. El acelerado pulso se escuchó más cerca. Al poco, acompañando otra instrucción de Susurro para E-4, el ruido de truenos y el brillo de las materias Electro sacudió otra vez los montones de basura. El técnico se acercó al 2ª clase, casi apartándolo de un empellón. El gran punto rojo iba derecho hacia ellos, escapando de las luces amarillentas que lo hostigaban.
-¡¿Pero está loco?! ¡Lo está trayendo directamente aquí!
-¿De veras? Qué torpe soy… no se me dan bien estos trastos. Pero tranquilo… - dijo entre dientes.
Haciendo a un lado al técnico, Susurro se levantó, posó los auriculares y movió un poco el hombro derecho. En la espada, las mismas materias que había llevado durante la última misión brillaban amenazadoras, como anticipando lo que se avecinaba. Lentamente, el SOLDADO se encaminó a la puerta del furgón, mientras la mano derecha se cerraba fuertemente en torno a la empuñadura del arma y la desenganchaba del arnés. Antes de salir, dirigió otra mirada lobuna al técnico. Los ojos característicos de los que habían sido tratados con mako igualaron el brillo de la materia. Nuevamente una sonrisa se adueñó de su habitual rostro serio.
-Ahora mismo lo arreglo…
sábado, 17 de abril de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Realmente un relato cojonudo, tanto por el carisma y el colegueo de los amigos de Elliot, como por la batalla que has comenzado y quiero ver resuelta YA xd.
La verdad es que las aventuras de Susurro y el Bicho van mejorando y molando mucho.
Susurro está demostrando ser un gran personaje, y Elliot también ha ganado en carisma al agrandar su historia. Me ha gustado tu enlace (solo le ha faltado algún chiste con confusión sexual de por medio, con Daphne).
Del asalto al bicho me estaba preguntando que quedaba cojonudo ese toque realista, ¿pero por que no meter un primera clase para darle el toque heróico? Luego vi el plan de Susurro y entendí que no era necesario (aunque te presto al capitán Hawthorne cuando quieras)
Te debo un concierto. Lo siento
Dentro de poco tocará volver a poner algo. Llevo días de creatividad (personajes de foro, partida de D&D con los quinquis en la que soy master, historias de armas de leyenda) y justo hasta hoy estaba algo jodido mentalmente. De eso que miras la pantalla, te quedas en blanco y terminas poniendo youtube para ver cualquier cosa. Pronto se remediará eso ^^.
Aún no he visto tanto de Azoteas como para saber del capitán Hawthorne... pero bueno, ya caerá. Y en cuanto al concierto, no sé de qué me lo debes, pero oye, no voy a despreciártelo xD.
Publicar un comentario