sábado, 6 de febrero de 2010

202

Taza de café en mano, despeinado y con unas ojeras bien marcadas, Kurtz entró en la cámara refrigerada del depósito en la medianoche del viernes. Ahí estaban Rookery, con su característica pose relajada y su inquietante sonrisa, y Svetlana, seria y expectante, sentada sobre el escritorio del agente forense, que los había dejado solos.
Tres cadáveres: Jóvenes, atractivos, con fortuna… Los tres se las habían arreglado para acabar tumbados en las frías mesas metálicas de la morgue del edificio Shin-Ra, en el mismo momento y por el mismo motivo: Meterse con quien no debían cuando no estaban preparados para ello.
Kurtz dudaba a la hora de atribuirse el dudoso mérito de la hazaña. Mientras lo hacía, contemplaba los cadáveres, apaleados hasta quedar casi irreconocibles y rematados a tiros. Un trabajo concienzudo, sin duda. Los tres pobres idiotas no tuvieron ninguna oportunidad.
Rookery miraba a Scar estudiando sus gestos, intentando leer alguna emoción. Si lo hizo o no, se guardó el resultado para sí mismo. Se encontró a Svetlana mirándolo y levantó sus gafas oscuras para guiñarle un ojo. Erguido entre ambos, Harlan era como una mancha en el universo. Un foco de negrura que atraía y consumía la luz a su alrededor. Siempre daba esa impresión cuando estaba de mal humor, y siempre se ponía de mal humor cuando algo que creía que podía salir mal acababa dándole la razón.
- Te resultan familiares, ¿a que si? – Kurtz contempló el contraste entre la sonrisa burlona de Rookery y la expresión de gravedad de los otros dos unos segundos y luego les correspondió con una carente de humor.


- ¡Joder, Jonás, no me dispares! ¡Por favor! – Gritó Paris.
Erguido sobre él, el turco lo miraba con odio y desprecio. Rolf estaba en silencio a su lado, aún doliéndose por el golpe recibido. Scar había sacado una pistola, y la sostenía en la mano izquierda, mientras seguía empuñando la llave inglesa en la derecha.
- No lo hará… - Respondió Rolf con un hilo de voz. – No hasta que lo sepa todo. – El tirador alzó la vista y vio al turco mirándolo fijamente. Su sonrisa dejaba entrever una cierta incredulidad. Se agachó al lado de Rolf, haciendo oscilar la llave inglesa ante él.
- ¿Sabes, Vassaly? Mi trabajo consiste precisamente en pegarle a la gente por decir cosas como la que acabas de decir teniendo razón. – Rolf le devolvía una mirada todo lo desafiante que era capaz de mantener. Tenía ganas de decir algo osado. Algo como “si, pero no vas a matarnos aún”, pero sabía que conllevaría uno o más golpes, y el no era tan dado a las estupideces por orgullo.


Rolf miraba su vaso, reluciendo a la luz coloreada del local. Era un bar ruidoso, para su gusto, pero cómodo y con un alcohol bastante barato. El sitio tenía además una lista de cafés elaborados y exóticos, que le habría apetecido más degustar en otro sitio, con otra gente y en otra coyuntura. Sin embargo, su decisión era irreversible. No afrontar el precio de sus actos sería una cobardía y una infamia, y ahora no podía permitirse esas cosas. Si hubo en su vida un momento en el que cambiar y esforzarse por ser mejor persona, era sin duda este.
Tras recorrer el local con la mirada, con los sofás al fondo, volvió la vista a su vaso. Un pequeño chupito, lleno de la combinación que acostumbraba a reservar para sus momentos introspectivos o románticos. No eran las únicas veces que los bebía, pero si le gustaba darle un cierto significado.
- Un trino más… - Dijo mirando el líquido dorado antes de apurarlo de un trago. Eso amortiguaría el dolor de los golpes del día anterior. Harían falta muchos chupitos para hacer justicia a la experiencia vivida.
Lo dejó caer y paró a una camarera para pedirle un café. Uno con algo de alcohol, nata y leche merengada, algo para tomar despacio y disfrutándolo. Luego, mientras la veía irse con cierto disimulo, oyó la campanilla de la puerta. Se giró y vio a la gente a la que esperaba, mientras se esforzaba por sonreír.



El Fenrir entró en el garaje, y el turco cerró la puerta tras él, dando dos vueltas a la llave. No soltó su pistola en ningún segundo, ni perdió de vista a Paris y Rolf, que seguían presos y magullados. Scar se había obligado a sí mismo a tranquilizarse. No era el momento de perder el control: Se la jugaba con Paris, sus habilidades sobrehumanas y toda la parafernalia que tuviese tras él. ¿Tendría un localizador? ¿Cuánto habría cantado? Si lo hubiese hecho, ¿no les habrían dado caza antes de dejarle entrar a saco en aquel piso lleno de black oppers? Tantas preguntas… Entonces se dio cuenta de algo malo: Solo Han se bajó del coche.
El piloto tenía el recipiente en una mano, el ordenador portátil en la otra y la pistola de Kurtz a un metro de la cara, cargada y lista para destrozarlo.
- ¿Por qué no has cumplido? – Por el tono, eso no era una pregunta: Era una orden. Terriblemente intimidado, Han titubeó. Miró hacia el recipiente de comida, y recordó su determinación.
- Decidí que no te entregaría a Fixer.
- Eso no es lo acordado. – El tono de la voz del turco era tan imponente, tan lleno de ira contenida y determinación que hizo a Han preferir suicidarse a morir a manos de él. - ¿Sabes lo que haré, verdad? – Han no era capaz ni de aguantarle la mirada. Le temblaba el pulso, y si fuese capaz de pensar en ello, se sentiría aliviado por no tener ganas de mear. Respiró profundamente un par de segundos, antes de dirigir su vista al frente, hacia el cañón de la pistola y hablar.
- ¡No harás una puta mierda! – Si le dijesen que él había dicho algo así a Scar Kurtz mientras le apuntaba con una pistola, no se lo habría creído. Sin embargo, ahí estaba. Cogió aire y levantó la vista un poco más, hacia los ojos del turco. Se sintió desnudo, encarando a una bestia feroz. – ¡El trato era que yo no desaparecía, y tú no levantarías un dedo contra mis amigos!
- No me has dado lo que quiero, Han.
El piloto le tendió el ordenador portátil, que no era capaz de mantener recto. Kurtz lo tomó y renovó la diplomacia de la pistola, señalando hacia la esquina donde estaban retenidos Paris y Rolf. Al verlo marchar, posó el portátil y lo detuvo.
- Deja aquí tu PHS. Luego pon el recipiente sobre el coche y ábrelo. – Ordenó el turco. Han obedeció. De su interior salió el delicioso aroma de la carne de faisán, y la guarnición de trufas, zanahorias, guisantes y patatas, junto con una salsa de alta cocina. Kurtz probó un trozo de carne.
- Es mi cena. – Le recriminó Han.
- ¿De dónde ha salido?
- Fixer la tenía preparada, y me la dio como agradecimiento cuando decidí dejarlo al margen.
- Claro… - Dijo Kurtz. – Quédate donde he dicho y cómela, mientras seas capaz de masticar.



Sentado en el suelo del garaje, Han tenía la mirada perdida. Aparcados el uno al lado del otro estaban el Cavalier, modificado con el motor Blackbeast y el Fenrir, al que había retirado muchas piezas que había que mejorar. Unos metros más adelante, varias manchas de sangre deslucían el suelo de hormigón. Tirada a un lado, junto a ellas, estaba la llave inglesa que Kurtz había usado.
Han no podía evitar pensar en lo cerca que había estado, mientras degustaba en silencio lo que Fixer había preparado. Pensó que tenía que llamarlo y felicitarlo por ello, aúnque no se le ocurría cual podría ser un buen momento. Ahora mismo, eran las doce del mediodía. Han había estado trabajando sin parar en ambos coches alternativamente. Quitar piezas al Fenrir… Desmontar el carburador al “Pájaro”… Arreglos de chapa… Lo que fuese, con tal de no pensar, y sobre todo, de no mirar esa mancha de sangre.
Han agradecía que fuese fin de semana: Remache no aparecería por el taller, sino que se quedaría en esa cafetería roñosa de su barrio, viendo los deportes y discutiendo sobre política. Tenía tiempo para seguir negando los rastros de pelea unas horas más, antes de admitir que todo lo que había sucedido era cierto y limpiarlo.
Al menos, con el soldador, el aceite y la gasolina, ya no olía a pólvora quemada.



- Vas a acabar como nosotros, Han. Lo siento.
- Tus disculpas me llenan de alegría, Rolf. – El tirador mantenía su enfermizo humor, mientras que Paris permanecía en silencio. Le había dedicado al piloto una mirada carente de emociones mientras este leía el tatuaje de su pecho. Al hacerlo, su gesto era de absoluta consternación.
- Está bien querer ser feliz durante todo el tiempo que te quede, indiferentemente de cuanto sea.
- Pues yo preferiría ser feliz en otro sitio, con una de tus amigas chupándome la polla y la otra pasándome las tetas por la cara.
- Si no estuviese esposado y pegado al suelo, buscaría algo con lo que brindar por eso.
El piloto no respondió. Se quedó sentado, con la mirada perdida en los coches, intentando no pensar en nada. Rolf podía ver su mano temblando, cada vez que se llevaba el tenedor a la boca.
- Han. – Suspiró el asesino. - ¿Puedo ser sincero contigo? – El piloto le devolvió una mirada sarcástica, en silencio. – Hablo en serio, por favor.
- Habla.
- Lo siento.
- Ya, claro… - Bufó el piloto.
- ¡Hablo en serio! – Insistió. – ¡Por una puta vez, hazme caso!
- A buenas horas.
- Lo sé, ¿vale? Lo sé, pero probablemente antes de que amanezca, ese tío de ahí me habrá volado la cabeza y usará su materia terra para hacerme desaparecer bajo el cemento. Ni lápida, ni recuerdos, ni tías buenas de luto diciendo “Rolfhelm era un hijo de puta, pero hay que reconocer que te divertías con él”. No quiero llevarme esto, ¿vale? Me llevaré muchas malas acciones, pero siento haberte jodido a ti. No tenía que haberte disparado, pero no podía ir a por estos y dejarte.
- ¡Oh, vaya…! ¡La comprensión me desborda!
- No me extraña… Mira, tío. Sé lo que eres: Quieres pilotar, tocar la guitarra, y echar un polvo de vez en cuando. No juegas en la misma liga que nosotros, no eres un cabrón ni un quita vidas. Kurtz te puso delante un motorazo y un plan para ser un héroe de la resistencia y entraste.
- ¿Por qué lo hiciste, tío? Cuéntamelo desde el principio, porque lo que más me jode es que no entiendo una mierda. Y aún te tengo ganas por como trataste a Daphne.
- Lo hice porque si me odia no tendrá que llorar por mí.
- Ya, claro… ¡Muere como un héroe de western, desplomándote sobre tu caballo mientras te pierdes en el horizonte!
- Han… Tú no lo viste, porque estabas llevando a Darren al hospital, pero ese día me pillé una borrachera y como era incapaz de llegar hasta mi casa, aquí el príncipe rubio me dejó dormir en su palacio.
- Rolf… - Habló al fin el asesino, conminando al tirador a guardar silencio.
- El caso es que al día siguiente, por mirar algo que no debía, una habitación vacía y mantenida impoluta, el rubiales se me echó encima como un macho de lomo plateado enfurecido, y casi me rompe el brazo. Al girarme, me encuentro la sorpresa del tatuaje ese con marca y modelo en el pecho.
- ¡Rolf, eres un hijo de puta! – Gritó Paris, revolviéndose para intentar atacarles. Kurtz los vigilaba de reojo, pero decidió no intervenir.
- ¡Tú eres el hijo de puta, maricón mentiroso de los cojones! ¡Ni Han ni yo hemos ocultado nada, y si la vamos a palmar, lo menos es saber por qué!
- Pedazo de mierda… - Masculló el rubio, impotente y amargado.
- El caso es… – Dijo girándose a Han, que había seguido comiendo con gesto ausente durante la discusión, sin apartar los ojos del turco. – Que días más tarde, cuando supimos de Fixer, este preguntó a Kurtz si sabía si había existido el Comandante Elfo Oscuro. ¿Has oído hablar de él? – Han negó con la cabeza. – Es el que se dice en círculos de paranoicos conspiratorios que era el líder del escuadrón oculto de Shin-Ra: la 99 Fantasma.
- ¿Y quiénes son?
- Se dice que ellos ganaron solos la guerra de Wutai. Secuestros, asesinatos y sabotajes, todos los actos que ayudan a ganar una guerra pero que queda feo y poco heróico. Se dice que solo con lo que quemaron y dinamitaron, atrasaron al país varias décadas, en lo que se refiere a tecnología e infraestructuras.
- ¿Y yo?
- ¿Eh?
- Tienes indicios claros de que estos dos trabajan para Shin-Ra, y sin embargo, yo entré a la vez que tú en el grupo. Tienes las mismas pistas de que yo soy un cabrón, como las que yo tengo de ti.
- Cabos sueltos, Han… Ya sabes como funciona esto.
- Igualmente, eres un hijo de puta.
- ¿Yo? Me cité contigo para ponerte sobre aviso y saber en que bando jugabas. Sin embargo, te presentaste con Daphne y me quisiste partir en dos.
- Porque fuiste un hijo de puta. Además, tú me quisiste llenar de plomo.
- Apúntate la pelea como ganada y no me toques los cojones, anda… Y déjame probar eso. – Han lo miró. Con los ojos desencajados por la tensión, aguantó la mirada del tirador estoicamente, hasta que finalmente cedió, dándole un bocado.
- ¡No les des de comer! – Gritó el turco desde el otro lado de la habitación. – Uno te ha mentido, el otro ha intentado matarte. – Han no respondió, solo hizo un gesto con la cabeza, indicando que le había oído.
- Siento haber intentado matarte.
- Ya… Sientes que se haya quedado en el intento.
- Sí, pero solo por como voy a acabar por haber fallado. Lamento de verdad joderte, tío. Lo que te dije el otro día de que apreciaba tu amistad era totalmente cierto, y sigue siéndolo.

Un silencio incómodo volvió a llenar la habitación. Paris se giró como pudo, dándoles la espalda y mirando hacia la pared. Era el más tranquilo de todos. Rolf, por su parte, tenía un aspecto desastrado y los ojos rojos. Le temblaba el labio cuando no estaba hablando, y por eso había intentado por todos los modos mantener una conversación. Era un hombre acostumbrado a la posibilidad de la muerte, no a su certeza. Han, por su parte, comía en silencio, acostumbrándose poco a poco a los temblores.
- Parece que te tomas la espera mejor que nosotros.
- No estoy esperando lo mismo que vosotros.
- ¿Ah, no? ¿Y ese optimismo?
- Yo estoy esperando a que pase el camión de la basura y lo distraiga. –Al decir esto, se giró levemente, mostrando a Rolf la pistola que tenía oculta en la cintura, a la espalda.



Yvette lanzaba un golpe tras otro. Semanas atrás se había sorprendido por su propia habilidad al ponerla a prueba contra rivales distintos al propio Kurtz. Contra el veterano, la rutina era de una derrota tras otra, en peleas eso sí, cada vez más disputadas. Cuando se las vio por primera vez con Kaluta y Traviesa, hubo una sorpresa por todas partes: Ellos no esperaban encontrar un oponente tan astuto, instintivo y capacitado en la pija maquillada. Ella tampoco.
Hoy, sin embargo, se estaba levantando una vez más del suelo, con la mirada ausente. Kaluta había encontrado de nuevo un hueco en su guardia, derribándola con facilidad. Cuando se levantó, ni siquiera se tomó la molestia de provocarlo, llamándolo por su mote.
- ¿Seguro que estás bien? Realmente estás distraída.
- Pues en este trabajo, si estoy distraída y me crujen, me lo tengo que comer, ¿no?
- Tú misma. – Respondió el novato. – Venga, al rincón.
- No recuerdo haberme rendido… - Repuso Yvette.
- No, agente, pero me toca a mí. – Dijo Traviesa a sus espaldas. – Rey de la pista. – Por la mirada que la veterana le dedicó parecía que la estuviese viendo por primera vez. Definitivamente, la turca tenía la cabeza en otra parte.
- Si, vale… Decidid vosotros quien perderá los dientes en cinco minutos.
Ambos la miraron marchar, y bajar del cuadrilátero para sentarse junto a su bolsa a verlos combatir. Yvette se dejó caer pesadamente en una butaca. Tomó una toalla y empezó a secarse el sudor del rostro. Bebió algo de agua y se distrajo mirando al combate, intentando concentrarse. Podría comprobar una vez más el PHS, ¿pero para qué? No habría mensajes, llamadas perdidas, ni ninguna otra respuesta a todas sus llamadas, igual que todos los días anteriores.


- Han, has perdido tu oportunidad. Ahora deja eso.
El camión de la basura cumplió su horario, y el turco apartó la vista del portátil y de sus rehenes el tiempo suficiente como para que Han sacase el arma y apuntase. El piloto llegó a apretar el gatillo, pero este no se movió. Maldiciéndose, tiró rápidamente de la regleta, recordando que ese arma no era de juguete, pero cuando lo había hecho, un grito de Kurtz le hizo alzar la vista. El turco había gritado “¡No!”, y lo estaba apuntando a su vez.
- Yo diría que estamos en tablas.
- Tengo un chaleco de kevlar, mi cabeza es un blanco bastante pequeño y tu mejor posibilidad es apuntar al brazo del arma. Si me das, te freiré con magia.
- Y sin embargo, si te encajo un tiro en la frente…
- Escúchame, hijo de puta afortunado: Tenías papeletas para ver amanecer mañana, pasado y unos cuantos más, pero las estas tirando como confeti. Tira el arma. ¡Ya!
- ¡Cómeme la…!
La tierra tembló, mientras la materia oculta bajo el chaleco de Kurtz emitía un brillo verdoso que le daba un aspecto siniestro. El turco corrió a hacia el piloto, con la intención de acabar de reducirlo. Con la derecha seguía apuntándole, ya estiraba la mano izquierda para apresarlo y en ese momento, un grito de Rolf le hizo detenerse.
- ¡Quieto! ¡Ahora, maldita sea! – Scar pareció congelarse. El tirador sintió como el aura aterradora del turco lo envolvía, mientras lo veía mirarle de reojo. Han tuvo la precaución de pasar el arma al sentirse caer, y Rolf la recogió con sus manos esposadas. Ahora tenía al turco encañonado por el flanco, listo para abrir fuego como este se girase lo más mínimo.
- Vaya… Así que de repente os habéis hecho amigos de nuevo, ¿eh? Cabrones. – Rolf sintió la amargura en su voz. La ira y la determinación, en una lucha por sobrevivir, aún deteniendo el meteorito a puñetazos si hiciese falta.
- Kurtz… No te muevas ni un milímetro, ¿vale? – El turco lo miraba en silencio, con odio. Era fácil leer su mente, calculando estrategias y posibilidades. Era realmente intimidante. – Dime… ¿Lo que has leído concuerda?
- ¿Qué? – Preguntó sorprendido. El tirador estaba echando por tierra su oportunidad de ganar, hablando, cuando solo tenía que apretar el gatillo y luego leer por sí mismo lo que fuese.
- Lo de Paris. – Kurtz miró al asesino, que aunque taciturno, seguía impertérrito, contemplando la escena en silencio.
- Proyecto Balance. Un montón de documentos borrados, dos sujetos, supongo que él y la famosa hermana, y poco más. La anciana señora Carroll, con dirección y todo y el cementerio donde está la tumba de la hermana, Katherinna Barans. Causa de la muerte, hemorragia interna. Por lo visto algo la golpeó de forma muy brutal. Fracturas de hueso horrendas y órganos internos destrozados. Un atropello y fuga es la hipótesis más probable.
- ¿No hay vínculo suyo con Shin-Ra? ¿En la actualidad?
- Nada. Y yo tampoco. Acabada la guerra, acabada la 99. ¿A dónde quieres llegar, Vassaly? – Preguntó el turco intrigado. Sus ojos se centraban alternativamente en Han y Rolf. El segundo lo seguía teniendo encañonado, mientras que el primero había corrido a levantarse y salir del alcance del turco. Rolf sonrió, con su habitual teatralidad y soltó el arma, que quedó colgando del índice del gatillo, mientras levantaba las manos en un gesto de rendición.
- ¿A la mierda entonces? – Los otros tres sintieron que el corazón les daba un vuelco. Especialmente a Han y Paris, que creían haber visto un rayo de esperanza con Rolf que asumían que no iban a tener con Kurtz, y ahora este deponía las armas, entregándose a la benevolencia del turco.
- ¿A la mierda? – Preguntó Scar con desconfianza.
- A la mierda. – Asintió de nuevo el tirador. – Dejo este grupo, montado por el rubiales y por ti. Me voy a mi casa, sigo con mis negocios, vivo, bebo, follo y ya moriré otro día como me toque. Prometo incluso no aceptar nunca un contrato contra ti, y prevenirte si llegan a ofrecérmelo. – Se giró hacia Han. – Y eso te incluye, piloto.
- ¡Prometo no atropellar a nadie! – El aludido se apresuró a apuntarse al armisticio. – ¡Kurtz, te quedas tu grupo, el “pájaro”, el Fenrir y lo que quieras!

Ambos parecían contener el aliento mientras el turco parecía recapacitar. Estaba erguido, de modo que tenía al alcance de su pistola tanto a Rolf como a Han. Millones de cosas pasaban por su mente: Aang varias veces, y la mirada confiada del tirador cuando soltó el arma. Su vida podía haber acabado minutos atrás, pero en su mente, al final solo quedaban dos cosas: La sonrisa de Aang con un bebé mestizo en brazos y la voz de Krauser, recordándole una de las lecciones más importantes de su vida.
- Hay un problema, chavales. – Dijo con una sonrisa irónica. – Yo no decido eso. – Mientras los demás se preguntaban que pasaba, Kurtz quitó de un rápido tirón la pistola a Rolf y guardó la suya. A la otra, una versión de la Aegis Cort de bolsillo, típica para usar de arma de apoyo, que algunos agentes llevaban en una tobillera, le quitó las balas, la de la recámara incluida, y se la arrojó a Han. – No es “nuestro” grupo. El rubiales me reclutó a mí. De modo que, Paris… Ahí te quedas.
Fue en ese momento cuando el asesino reaccionó. El cemento del suelo liberaba sus pies, mientras Kurtz retiraba su conjuro. Rolf estaba quitándose las esposas, y se aseguró de alejarse, antes de lanzarle la llave a Paris. Han estaba sentado en el capó del coche, mientras Kurtz iba al portátil y eliminaba los archivos que Fixer había reunido sobre ellos. Probablemente, el hacker tendría copias, pero no interesaba dejar cabos sueltos.
Paris se levantó anonadado y los miró uno por uno: Kurtz le ignoraba, Han evitaba su mirada y Rolf sonreía como si no fuese con él.
- Pero… ¿Os dais cuenta de lo que hacéis? – Gritó. - ¿Os dais cuenta?
- Si. – Dijo Han, sin mirarle. El piloto se concentraba en buscar un asiento, acabar su cena y mirar al vacío, como si hacer algo normal y pacífico se hubiese convertido en un asunto de vida o muerte. Desde luego, su cordura lo demandaba como tal.
- ¡Vais a dejar que ganen! ¡Vais a dejar que todo se vaya a la mierda!
- Esto… ¿Exactamente lo qué se va a la mierda, Paris? – Preguntó Rolf.
- ¡Todo! – Gritó el asesino, cada vez más enfurecido. – Ellos están… ¡Mirad lo que hacen a la gente! ¡Nos manipulan! ¡Juegan con la vida, creando gente como…!
- Como tú. – Interrumpió Kurtz, con voz grave. – Sobrehumanamente ágil, atlético, fuerte, buenos reflejos, coordinación felina…
- ¡Y hasta está buenísimo! – Completó Rolf.
- ¡Ellos juegan con el mundo! ¡Kurtz, tú lo dijiste! ¡Cometen ellos los actos de terrorismo para poder promulgar estados de excepción! ¡Usan el miedo como política de control! ¡Inventan guerras para diezmar la población! ¡Están destruyendo el planeta!
- Si… Y puedo declararme culpable de algunos de esos cargos, así que… ¿Qué quieres que te diga? ¿Por qué debo ser yo el que salve al mundo?
- ¡Porque tú sabes cómo hacerlo! ¡Sabes donde golpear y donde defender! ¡Porque no eres su instrumento de control! – Paris gritaba en su llamamiento a la cordura. ¿Acaso no se daban cuenta de todo lo que se perdería si ellos renunciaban?
- Yo puedo proteger mi hogar y a los míos, Paris. Puedo asegurarme de que nadie jode en mi barrio y poco más. Tengo amigos que me ayudarán, y a los que he tenido que apuntar con un arma por esta loca cruzada estúpida. En mi trabajo, por primera vez, siento que estoy defendiendo algo. ¡Voy a ser padre!
- ¡Pues dale un mundo a tu hijo! – Paris encaró a Kurtz. El asesino era un poco más alto que el turco, y al gritarle, lo vio por primera vez como un hombre. No como el amigo confidente, ni como el perfecto soldado, sino como una persona, simple y vulgar, que tenía que levantar la mirada un par de centímetros para encontrar sus ojos, y que movía la cabeza de un lado a otro, negando tristemente.
- Paris, no lo entiendes… No me fío de ti. Supongo que esos dos tampoco se fiarán de mí, pero tú… Eres un misterio demasiado grande.
- Kurtz… ¿Qué importa eso? ¡Puedo prometer tu seguridad! ¡Puedo…!
- No me sirve: La confianza no es una cuestión de velar por mi pellejo, sino que va más allá. Te invité a mi casa, te presenté a algunas de las personas más importantes de mi vida, y me siento culpable por ello. Siento que las he expuesto a un peligro. – El turco, inconscientemente, intentaba alejarse todo lo posible de Paris. Pequeños gestos lo delataban, como echar un paso atrás, ponerse de lado, adoptar una posición defensiva… Ninguno de esos detalles escapó al asesino, que los asimiló como si fueran balazos.
- ¡Kurtz! ¡Jonás! ¡Soy yo, maldita sea! ¡Soy el mismo! ¡No voy a hacerte nada a ti, ni a tu familia! ¡Fue Rolf quien quiso matarte, no yo!
- Esto es más grande que tú y que yo: Eres uno de los bioterrores de Hojo, o de cualquiera de su sarta de tarados con bata blanca, y yo no quiero mezclarme con eso. Aún recuerdo las veces que hubo “fallos de seguridad”, y tuvimos que partirnos la cara contra seres salidos de novelas de terror escritas por mentes enfermas, y no. No voy a dejar que tú, uno de esos seres, esté cerca de mí, y mucho menos de mi gente.
- ¡¿Cuándo he hecho algo contra ti?! ¡Has peleado conmigo, y no has visto nada de novela de terror!
- Te he visto esquivar balas, Paris. Balas, metralla… No eres humano. Te he visto sangrar, y ni con esas me extrañaría que fueses un jodido robot.
- ¡No soy…!
- ¡Cállate! ¡No me importa! ¿No te das cuenta? – Kurtz perdió la paciencia, y la discusión estaba llegando a un fin abrupto. - ¡No pareces saber ni lo que eres, no me puedo fiar de ti, y además esta mierda escapa a tu propio control! ¿Qué pasa si alguien te descubre? ¿Qué mierda mandarán a cazarte? ¿Turcos? ¿SOLDADOS? ¿Más engendros de Hojo? ¡No voy a permitir ni de casualidad que estés en mi puta casa ese día!
- Jonás… - Paris buscaba y buscaba, pero no había respuesta a ese incidente, salvo una. – Sabes que lucharía hasta la muerte para protegeros a Aang o a ti. ¿Y vosotros? ¿Dónde estuve yo, cuando hubo que pegarse por Kowalsky? ¿Eh, Rolf? ¿Y cuando los novatos entraron a tiros en la Tower of Arrogance?
- Paris… - Intervino Rolf. – Lo voy a simplificar: La muerte de tu hermana parece haber sido el detonante de todo esto, así que lo pondré simple: ¿Cómo murió?
Paris enmudeció. Sus ojos se volvieron vidriosos, mientras miraba suplicante a Rofl, a Jonás y a Han. Sin embargo, los tres mantenían el gesto adusto. El asesino los miró a todos una y otra vez, antes de agachar la cabeza y negar en silencio. Sabía que eso supondría la disolución del grupo, pero no podía compartir la carga.
- Lo siento, Paris. – Dijo Rolf con tono apesadumbrado. – Quédate la moto, y no te hagas matar por alguien que no volverá a la vida. – Dijo mientas se volvía.
- Tío… - Han se adelantó. No quería estar ahí cuando Kurtz hablase, o se sentiría muy fuera de lugar. – Lo siento, pero ya ves: No soy un héroe, solo un peligro para la circulación. – Paris lo vio dar media vuelta e ir hacia el otro lado del taller, y luego se giró hacia Kurtz, quedándose solo junto a él. En silencio, esperó la despedida del turco.
- Es demasiado grande, Paris, y te lo has callado todo este tiempo. Al hacerlo nos has puesto en un peligro mayor del que creíamos estar. Yo… Simplemente no puedo seguir con esto. No ahora, y no con lo que estoy esperando. – El asesino apartaba la mirada con cara de asco. ¿Se lo has dicho a Yvette? ¿Lo vio?
- No… Yo… Lo escondí con un vendaje.
- Mal asunto…
- Pero asunto mío. – Quiso zanjar el asesino. – Y si todos vosotros os vais a rajar, idos a tomar por culo. ¿Me oís? ¡A tomar por culo! Cobardes hijos de puta…
- Gracias por salvar el mundo, Paris, y no te mates conduciendo. – El rugido de la moto acalló la voz del tirador. Los tres lo vieron alejarse en silencio hasta perderlo de vista. Todos suplicaban a la vez porque nadie fuese a aparecer ante ellos con, con una identidad no reflejada en los archivos públicos y potestad para hacerlos desaparecer. Luego se giraron los unos a los otros, en una situación un tanto incómoda.
- Tíos… Sabed que ninguno de vosotros va a tener problemas por… Mi antiguo trabajo. – Dijo Kurtz.
- Es un alivio saberlo… - Respondió Han.
- ¿Ni siquiera por esto? – Rolf rebuscó y sacó de un bolsillo una chapa de reconocimiento en la que únicamente estaba visible la inscripción “Pastor”, junto con unas cuantas muescas. – Que conste que fue un duelo justo, aunque el tarado empezó a abrir fuego contra los transeúntes. - Los tres la miraron en silencio, y Kurtz la tomó y la hizo desaparecer en un bolsillo.
- ¿Por lo qué? – El tirador suspiró agradecido. – Nos has hecho un favor despachándolo. En Turk íbamos tras el culpable. Ya les diré que ha sido resuelto. En ese momento, el piloto sacó algo del bolsillo, y agitó una copia de las llaves del “Pájaro”. Kurtz asintió.
- Ya sé que el divorcio está siendo amistoso, pero…
- Tuyo. – Dijo el turco sin dudar.
- Tío me alegro muchísimo de que este “divorcio” esté siendo amistoso, y sé que fui el primero en empezar con los regalos, pero… ¿Ibas a matarnos y ahora eres Papá Noel? – Intervino Rolf.
- Soy un veterano de guerra, tengo derecho a mis desvaríos mentales, ¿no? – Rió el turco. – Además, Han ha sacrificado su antiguo coche por esto. Es justo que se lo quede.
- Ya, claro… Veinticinco litros a los cien. Cambios de aceite a los cuatro mil kilómetros, menos de la mitad que un coche normal. ¿Crees que soy rico?
- Yo sí. – Respondieron los otros dos a la vez.
- Si, y ninguno de vosotros lo es de forma honesta. – Bromeó el piloto. – Sin embargo, prefiero quedarme el Fenrir, gracias.
- Pues me lo quedo… - Suspiró Kurtz. – Pero tienes que enseñarme como morir hecho pedazos en esa fiera, y montarle el limitador que le quitaste al Fenrir.
- Sí, bueno, intentaré sacar tiempo… Y me ha quedado pendiente un detallito mecánico…
- ¿Un detallito mecánico? – Ambos estaban sorprendidos. ¿Realmente esa bestia podía ir a más?
- Si. En lugar de los dos carburadores de doble cuerpo, que hay que hacer malabares para alimentar a los diez cilindros, llevo un tiempo diseñando una solución. Un único carburador que alimente las diez tomas…
- Y eso… Lo va a hacer más rápido, ¿no? – El piloto sonreía como un salvaje.
- No te preocupes, no te daré nada que no haya probado antes.
- Vale… Puedo llegar a necesitarlo. Si lo estampo, niego toda responsabilidad.- Concedió el turco. – Tú dame clases de conducción atroz y yo pago la puesta a punto del blanco. – Los ojos del piloto tenían la forma del símbolo del Gil.
- Hecho.
- Pues me voy, que es tarde y el perro tiene que pasear.
- Y yo también me merezco unas copas… Por esto del hielo y las contusiones… - Rolf se giró y empezó a caminar tras el turco, pero Han lo atrajo hacia sí de un tirón. En la otra mano sostenía el PHS contra su oreja.
- Tú te quedas…



“Están encantados…”, pensó el sargento Kurtz con sarcasmo, viendo a su pandilla de inútiles quejarse y bostezar. Los habían arrancado a todos de la cama a las tres de la mañana, con órdenes de estar a las cuatro en el cuartel. Nunca los había visto tan pulcros y uniformados. La verdad es que este estaba siendo un buen ejercicio: Kurtz había aprendido cuales eran los que dejaban la ropa de payaso preparada la noche anterior y cuales “creaban” sobre la marcha. Algunos incluso se habían maquillado. El que no está aquí, pese a la situación es ese cabrón de Van Zackal… Probablemente le carguen a él todo el muerto. A estas alturas, ya casi todo le importa una mierda, de modo que ni siquiera se molesta en preguntar por el otro sargento instructor, o mandarlo llamar. Además, tiene que ser él quien se ocupe de esto. Ellos deben aprender como se resuelven este tipo de incidentes.
- ¡Buenos días, nenas! ¡Veo que estamos todos!
- No estamos todos… - Corrigió Traviesa, fiel a su carácter respondón.
- ¿Y quién falta? – Preguntó su sargento. A nadie se le escapó que había trampa en esa pregunta. La forma en la que sonreía el loco sargento Scar Kurtz era una promesa de horror y emociones brutales. – ¿Habéis entrenado juntos intensivamente durante todo este tiempo y ni siquiera os conocéis todos?
- Faltan Provonne, Angais y Echaie. – Dijo Maravloi con voz temblorosa, recordando a sus tres compañeros. Los dos primeros eran hombres delgados y esbeltos, siempre bien arreglados, aunque con un cuidado mínimo por su físico. Echaie era una mujer, de veintitantos, bien arreglada y con maneras agresivas y algo malhabladas. Los tres tenían en común todos los rasgos que el sargento despreciaba: La vanidad, el orgullo, la falta de cuidado…
- ¡Vamos a buscarlos! – Gritó Kurtz, sonriendo de forma cínica. - ¡Pertrechaos y en fila de a dos! ¡Ya! – Gritó, mientras se preparaba para encabezar la columna, con su chaleco de kevlar ya puesto y su MF22 colgando del hombro.

Entre maldiciones y quejas, el destacamento de novatos cruzó el edificio Shin-Ra dirigiéndose hacia sus entrañas. Apartaban a todos a su paso con gestos de agresivo desdén. Sin duda, Turk no era la unidad de la que alguien querría ser amigo. Simplemente querría no llamar la atención.
A su paso dejaron la sensación de que una procesión de ultratumba hubiese desfilado ante ellos: No te atrevías ni a mirar, y por lo más sagrado, ojalá no te lleven consigo.
Kurtz llegó ante la puerta y dio media vuelta, contemplando detenidamente la expresión de cada uno. Kaluta lo asumía como algo normal, y Traviesa estaba indiferente. Maravloi tenía el rostro medio desencajado, mientras asumía que la voz que le había advertido no había exagerado. Sus pupilas se clavaban en su sargento, que le devolvía una sonrisa de cinismo y resignación.
Seranzolo, por su parte, quería vomitar. Quería esconderse en un lugar lejos de todo el universo y vivir la vida tranquila de sexo, copas, rayas y risas que gente como Van Zackal le habían prometido. A cambio solo tendría que ser guapo, ingenioso y admirado.
Esa mentira se desintegraba poco a poco ante los ojos de sus pupilos. Kurtz los había preparado. Había sido honesto en el trabajo, pese a saber que no hacía sino reforzar al grupo de novatos que estaba esperando para vengarse por lo de Dravo.
A sus espaldas, la puerta abierta del depósito de cadáveres esperaba.



- Sargento, ¿es que acaso son tan pobres sus dotes como instructor? – Se burló Grim, antes de tocarle el culo a Soto y largarse con una carcajada.
Sentado en la sala común, Dekk van Zackal miraba las fichas de los tres novatos fallecidos en silencio, mientras esperaba a que Montes le acercase la bandejita donde le esperaba una hilera de blanco consuelo. ¿Realmente ese cabrón de Grim tendría razón?
- ¡Joder wey! ¡Una gotita de éter en la papela antes de cortarlo y tenemos el desayuno de los campeones! – Dijo su problemático compañero, mientras el sargento disfrutaba de su turno.
- Carlitos, te he dicho muchas veces que ahora tienes que llamarme sargento, o “sarge”.
- Ya lo hago, wey. Lo hago siempre que tú pagas los tragos.
- No tiene gracia, maldito cabrón costeño. – Gruñó van Zackal. – En este momento nada tiene gracia.
- Oye, Dekks… No es culpa tuya que esos tres pendejos se hicieran matar, ¿o sí? ¿Les dijiste tú que entrasen en ese sitio? ¿Qué sitio era, por cierto?
- El Goldfish. Un antro de punkarras, harapientos y gentuza de los suburbios.
- ¿Y qué pasó exactamente?
- No lo sé… Simplemente aparecieron en un contenedor, a unas calles de distancia. – Dijo el sargento. – Me jode porque eran buenos chavales. Provonne le echaba huevos, Angais sabía partir un par de caras, y Echaie… Hacía unas mamadas cojonudas. Y le echaba aún más huevos que Provonne. Buenos fichajes… Necesarios.
- Necesarios… ¡Bah! – Bufó su agresivo amigo. – ¡Aún espero la oportunidad de volver a vérmelas con ese pinche cabrón de Kurtz!
- Si… Pero Yvette espera la oportunidad de volver a vérselas contigo. La he visto, y le planta cara bastante bien a ese cabrón de Cagarruta.
- ¿Quién es Cagarruta?
- Kaluta. Te hablé de él, antes de Turk estaba en la 90 de fuerzas especiales. – Carlos asintió en respuesta. – Ese no se vendrá con nosotros. Ese cabrón de Kurtz se lo ganó con su rollo de disciplina y camaradería militar. “Amor duro” y esa mierda…
- ¡El “amor duro” sí que es lo que le va a ese hijo puta! – Exclamó, mientras imitaba con el brazo la forma de un falo. Dekk rió.
- Pues que lo siga dando. En menos de veinticuatro horas, todos esos novatos serán agentes de pleno derecho. Los viejos tendrán dos amiguitos nuevos y nosotros a quince. ¡Fuerza en número!
- ¡Fuerza en número! – Le respondió su compañero, chocando su puño con el de van Zackal.
Tumbado en un sofá, fingiendo dormir con el rostro cubierto por su sombrero de cowboy, Tex lo oía todo, mientras miraba de reojo por una ventana. Fuera solo había grúas y ruido. En pocos días acabarían de instalar el cañón. Definitivamente, este no era el momento para este tipo de problemas.



Maravloi tomó la iniciativa al grupo y había sido el primero y único en preguntar que le había sucedido a sus compañeros. Kurtz había sonreído y se había echado a andar. Eso fue hace diez minutos. Ahora mismo, el novato se arrepentía de haber formulado la pregunta.
- ¡He dicho que lo vuelvas a contar todo! ¡Desde el principio! –
Pocas cosas son tan crueles y desoladoras como ver a un hombre adulto llorar. Esta vez no era una excepción. El hecho de que ese tío fuese en parte responsable de la muerte de sus compañeros no lo convertía en una. La palabra “tortura” no era nueva para ninguno de ellos, pero esto realmente no cabía en una mente cuerda y civilizada.
El hombre respondió con más sollozos. No había nadie en la sala a quien contárselo, más que aquella turca de mirada acerada y modos bruscos. Ya había contado la misma historia una y otra vez, más de veinte, hasta perder la cuenta. Eso fue hace tiempo… Horas quizás. Días. No lo sabía. El dolor, los gritos y el maltrato lo hacían todo confuso. Ella agarró su mano y un latigazo de dolor llegó hasta su cerebro, golpeándolo como un vendaval. El chasquido de los huesos al romperse era desagradable de oír, pero lo era mucho más si lo sentías en tu interior.
El hombre gritó durante segundos, abriendo una boca ensangrentada a la que faltaban varios dientes. Tenía la voz ronca de tanto gritar y llorar, los labios hinchados y la lengua reseca. El dolor seguía, pero el miedo se impuso cuando sintió las manos de su captora cerrarse sobre uno de sus dedos sanos.
- ¡No! ¡No! ¡Lo cuento! ¡Eran tres! ¡Venían con el uniforme, o con algo parecido! ¡Entraron dando una patada a la puerta y exigieron unas cuantas copas, que decían que no iban a pagar!
- Vas bien… Si sigues así no tiene porque dolerte mucho.
- ¡Por favor! – Suplicó el hombre. – Yo… Yo… Estaba detrás de la barra, y el jefe me dijo que les sirviésemos. Les dimos una copa tras otra, mientras jugaban a apuntarnos con la pistola, rompían vasos o daban porrazos a las cosas. Iban de una silla a otra, echando a los ocupantes, y cuando se emborracharon…
- ¡Cuando los emborrachasteis! – Lo corrigió Svetlana, haciéndole gritar con el dolor de una nueva fractura. - ¡Les disteis una copa tras otra para emborracharlos y darles una paliza!
- ¡Sí! ¡Sí! ¡Los metieron en el almacén a hostias y empezamos a pegarles! ¡Iba a ser solo eso! ¡Una paliza! ¡Nada más!
- ¿Solo eso?
Desde fuera vieron a Svetlana escupir en la cara del que parecía ser uno de los camareros del local. Luego le dio varias patadas en la cara que dejaron esta irreconocible. Kurtz oía murmullos a sus espaldas. Frente a ellos, los golpes de la suela de la bota de su superiora contra el rostro del detenido sonaban como cañonazos.
- La silla está atornillada al suelo. Eso hace que no puedan escapar, ni caer y romperse el cuello. Podéis aporrear con toda confianza. – Dijo a los novatos su sargento instructor. Ninguno se sintió con ánimos de responder nada.
- ¿Tan solo esa minucia? – Preguntó la agente Varastlova con tono dulce, dando una leve tregua a su presa. – ¿Solo una paliza? ¿Para que aprendiesen?
- ¡Sí! ¡No queríamos que nadie muriese!
- ¡Escúchame bien, hijo de puta, y apréndelo para los pocos segundos que te quedan de vida: Nadie jode a Turk! ¡Nadie le toca los huevos al departamento de investigación, me entiendes!
- ¡No! ¡Por fav…! – Svetlana le arrancó los dientes que le quedaban con un certero porrazo, luego sacó un inmenso cuchillo de combate y le atravesó la boca de mejilla a mejilla.
- ¡Cállate! ¡La ley en esta ciudad, la única ley que debes saber cada vez que levantes tus ojos de alimaña es que en medio ves un edificio grande que lo gobierna todo! ¿Sabes qué significa eso? ¡Que nosotros imponemos la ley! ¡Nosotros decidimos, y no puedes hacer nada al respecto! ¡Nada! – Dejó el cuchillo clavado, mientras el camarero la miraba al borde del shock, y encendió un cigarrillo. – Nosotros, por cabrones que seamos, somos la única protección que tenéis, y somos los únicos que estamos haciendo algo para que cuando os levantéis por la mañana haya una puta ciudad en la que vivir. A cambio, hay que jugar según nuestras reglas. Si no os gusta, id a vivir a otro puto lado, pero nunca, y con eso quiero decir que más os vale volaros los cojones antes de tan siquiera plantearos la idea, os atreváis a joder con nosotros. – Svetlana lo miró fijamente, luego apartó la mirada y echó el humo largamente. – Bueno… Vosotros no aprenderéis una mierda. Ya me imagino como fue todo: Unas hostias para que aprendan, pero uno de ellos se rebota y sabe dar un par de hostias, entonces se le golpeó en la cabeza con algo… Y cuando cayó, los otros no podían quedar con vida, de modo que no quedaba otra que ir a por todas, ¿no? – El camarero no respondió. Solo intentaba gritar, pero no se atrevía a hacerlo. – O simplemente, no hubo en ningún momento intención de advertir nada. Hemos comprobado el informe de balística, y a ninguno de los turcos se le disparó con su propia pistola, de modo que alguien tenía un arma. Esto es lo que va a pasar, pedazo de mierda: Me iré fuera de esta sala, acabaré mi cigarro, y cuando acabe, tú morirás. Y luego, nos vamos a follar ese puto bar. Con explosivos.
Svetlana se mantuvo erguida de espaldas al detenido, mientras lo oía mearse encima. Cerró la puerta lentamente y caminó hacia Kurtz y los novatos a los que entrenaba. Los más disciplinados lograron no dar un paso atrás, aunque fueron minoría. Svetlana se sintió decepcionada.
- Veo que habéis traído toda la artillería. – Dijo con una sonrisa. – Yo me perderé la redada. Llevo más de veinte horas, suficientes como para dejar de contarlas y seguir tomando café. – Algunos sonrieron, mostrando simpatía. Otros fueron brutalmente indiferentes. Por lo visto ella no representaba aquello que ellos aspiraban a ser. Suspiró y siguió con la charla. – Mirad, esto es importante: Tenemos toda la información. En ese bar han matado a tres de los nuestros, de vuestra misma generación. En Turk no devolvemos golpes. Aquí prendemos fuego, disparamos y pisoteamos las cenizas. Dentro de una hora, de ese bar no quedarán más que cadáveres y rescoldos humeantes. Nosotros no decidimos tirar la placa, pero lo hicimos. ¡Imaginaos de que seremos capaces ahora que sabemos que han matado a uno de los nuestros! ¿Qué vamos a hacer? – Un silencio tenso dejó la pregunta flotando en él.
- ¿Qué vamos a hacer, señoritas? – Preguntó Kurtz.
- ¿Matarlos a todos? – Kurtz se giró. Dio dos pasos y se plantó delante de “Virgen”. Pese a tener uno de los apodos más humillantes de todos, se las arregló para mantener la compostura.
- ¿Me lo estás preguntando, Gertschen? – El joven asintió. A Kurtz le sorprendió que era de los pocos que parecía venir levemente arreglado, con algo de sombra de ojos y el traje impecablemente vestido. Se preguntó si tendría algún ayuda de cámara.
- ¿De verdad vamos a matarlos a todos? – Preguntó una de las bulímicas por detrás.
- ¡Podías haber sido tú! – Gritó su compañera. Kurtz empezó a sentir vergüenza, y Svetlana se fue a mirar su PHS por consideración, fingiendo que no veía lo que sucedía.
- ¡Silencio! – Gritó Kurtz, haciendo que se pusiesen todos firmes. Por primera vez parecían darse cuenta de que estaba sucediendo: ¡Habían matado a tres de los suyos! - ¿Algún voluntario? Gertschen… Tengo entendido que Provonne era amigo tuyo… Y que con Echaie… Te llevabas bien. – Kurtz se internó en medio de los novatos, preguntando y viendo como sus ojos se apartaban por la vergüenza y el miedo. - Y vosotras dos, Felson y Kuzuma, decíais que Angais os gustaba. ¿Nadie va a hacer algo por ellos?
- ¿Cómo tengo que hacerlo, Sargento? – “Virgen ha hablado”, pensó Kurtz.
- Como te dé la gana, pero no tardes mucho. Tenemos que asaltarlos antes de que se den cuenta de que nadie ha visto a este idiota en lo que va de noche.
- ¡Yo también voy! – Una voz tronó desde el fondo del pelotón. El sargento se abrió paso a empujones hasta su fuente, y asintió lentamente al ver lo que se había encontrado.
- Vaya, Seranzolo… Al final había algo colgando entre tus piernas y le has encontrado utilidad… - El chaval tenía un aspecto totalmente desastroso. Sus ojeras eran inmensas, y su traje estaba tan arrugado que parecía haber dormido con él. – Tienes mala cara, chaval.
- Cené más fuerte de lo que estoy acostumbrado, sargento.
- ¡Vamos!
Kurtz fingió que a Virgen no le temblaba la voz. Él y Margarito entraron en ese cuarto. Miraron fijamente al tío, que lloraba. Margarito también lloraba. Con la mano temblándole, Margarito retiró el cuchillo de Svetlana y lo dejó caer en el suelo con cara de asco. Luego Virgen lo miró fijamente. Levantó su fusil y le estampó la culata en la cara. Miró a su compañero, que seguía paralizado, y volvió a golpear. Margarito miró hacia la ventana por la que había estado viendo todo el interrogatorio y se encontró un falso espejo. Se vio a sí mismo, con las lágrimas corriendo por sus mejillas. Su pulso temblaba, y su fusil MF22A4 estaba a punto de caer. Era una imagen patética, y tras ese espejo estaría Kurtz, con su eterna mirada de desaprobación. “No eres lo suficientemente duro”, “eres una mancha en mi unidad”. ¡No sería él quien tuviese que oír eso! Margarito se giró y agarró el rifle tal y como ese maldito sargento barriobajero le había enseñado. Encadenó varios golpes contra la cara y estómago del hombre esposado a la silla, que gritaba y lloraba, sabiendo que estos serían sus últimos segundos.
Virgen lo apartó para dar él unos cuantos golpes, hasta que el hombre dejó de gritar y pasó a simplemente llorar desconsolado.
Entonces ambos dieron un paso hacia atrás, y aseguraron sus respectivos rifles en sus hombros. Como un solo hombre, quitaron el seguro y miraron al hombre en silencio. Apretaron el gatillo a la vez y vaciaron el cargador en su cuerpo. Iba a hacer falta una fregona para sacar el cadáver de la habitación. Sin embargo, de ella salieron Victor Gertschen y Mario Seranzolo: Sombríos, taciturnos, pero erguidos.



Daphne estaba subiendo las escaleras de un callejón, camino del Universal Coffee, donde se había citado con Han. Pudo ver aparcado a unos pocos metros el deportivo blanco del que el piloto había presumido una y otra vez. Sonrió al ver que no había llegado tan tarde esta vez. Se detuvo ante la puerta, queriendo ver a su amigo a través del cristal, pero este estaba cubierto por una cortina. Miró una vez más al coche, sorprendiéndose de que le gustasen coches tan viejos y cuadrados, y se dispuso a entrar.
Y era cierto: El Fenrir era más cuadrado, la puesta a punto de la chapa aún estaba a medias, y además era un coche muy poco estilizado de por sí. Tan cuadrado que no dejó que Daphne viese la motocicleta de gran cilindrada que había aparcada detrás, y entrase con aire alegre y distraído.
- ¡Hijo de puta! – Todo el bar se giró. Rolf se levantó lentamente de la mesa, alzando su copa de café y saludando con leves reverencias, mientras la gente los miraba confundida. Daphne se estaba arrojando contra él, pero algo la agarró por detrás, empujándola suavemente hacia una silla.
- Se dice “hola”. - Le dijo Han al oído con voz firme. – Y luego te sientas y preguntas que tal. De forma discreta, si eres tan amable: El marica y yo estamos un poco paranoicos últimamente…
- ¡Han! – Dijo ella, sonriendo con disimulo. - ¡Rolf! ¿Qué tal tu madre? – Preguntó con sarcasmo en voz más discreta.
- Una puta, pero no porque tú lo digas. – Dijo dando un sorbo a su café, mientras llegaba el camarero, mirando a Daphne con una cara que decía exactamente “no te serviré alcohol”.
- Café. – “¿Cafeína?”, pensaba el camarero, levantando una ceja de forma intimidante. – No, mejor un refresco de naranja… Sin azúcar. – Luego esperó a que el camarero se hubiese ido, y se giró hacia Han, expectante.
- Rolf es un hijo de puta, pero un hijo de puta entrañable. – El tirador correspondió con una cara propia de un arcángel en su duodécima noche consecutiva de putas y éxtasis non-stop. – Ha pasado una época trastornada y fue con motivos.
- ¿Qué motivos? – Daphne quiso oírlos directamente del tirador.
- Paris. El colega rubio guaperas… - Rolf vio la cara de Han, que resaltaba sus labios cerrados con fuerza. – Quise… Bueno. Quise probar suerte y se lo tomó mal, y la verdad es que hubo muy mal rollo dentro del grupo…
- Los que… Ayudasteis a Kazuro.
- Si. El caso es que ya no hay grupo.
- ¿Dejarás de jugarte la vida? – Preguntó esperanzada.
- No. – Rolf tomó un sorbo, inconscientemente con la intención de cubrir su cara como los malos mentirosos. – No dejaré de trabajar, cuando lo crea necesario, o de aceptar desafíos. Es el precio de estar arriba.
- ¿Y por qué no retirarse en la cumbre? – Preguntó ella, buscando una posibilidad.
- ¿Nunca viste esas pelis de la mafia en las que uno quiere dejarlo? ¿Cómo acaban todas? – A Rolf le dolió ver como los ojos de Daphne se humedecían. – Lo siento, pequeña, pero con un rifle en la mano tengo una posibilidad. Pero lo siento. Esto es difícil de entender desde fuera, y cuando tú lo estabas asimilando, yo me burlé de ti y fui hiriente. Lo siento, y prometo no volver a ser tan cabrón cuando no lo merezcáis.
- ¿Y cuando sí? – Han le dio un leve golpe en el hombro.
- ¿Quieres que sea cabrón contigo, Han? ¿”Cabrón” en el sentido de “desconsiderado” o en un sentido más… activo? – El piloto se quedó con cara rara, mientras Daphne contenía una risita. Cuando este la miró, ella acabó por confesar.
- Cabrón el que da, maricón el que recibe. ¿No lo sabías? – Han se puso tenso.
- Me da que voy a probar penetraciones dolorosas… Concretamente, voy a salir ahí fuera, coger mi coche y “penetrar” este bar hasta que seáis dos trofeos en esa pared del fondo.
- Que alguien apunte este día. Han. Has logrado matar mi libido.
- ¿No te da vergüenza? – Se sumó la transexual al reproche.
- ¿Os reconcilio y ahora os volvéis contra mí? Sois lo peor…
- ¡Vosotros sois lo peor! – Rolf alzó la voz, fingiéndose el ofendido. – Me hacéis esperar más de media hora, tú me insultas al llegar, tú te quejas de todo… ¡Me voy al baño! ¡Dos minutos sin vosotros serán unas vacaciones! – Se levantó con mucha dignidad y dio media vuelta de forma teatral, pero antes de que empezase a caminar le oyeron decir. – Tres, por otra parte, serían una condena.
Bajaron la vista mientras veían al tirador hacer una de sus jugadas más célebres camino del baño: Cruzarse con una pareja y guiñarle el ojo a él. Ella creería que es un amigo de su novio, él que quiere tirarse a su novia. Ambos fallan: Si le llaman la atención lo suficiente como para hacer la jugada, es que preferiría tirárselos a ambos.
- El hijo de la gran puta… - Murmuró Han, mirándolo, mientras agarraba distraídamente su cerveza. – Es imposible guardarle el enfado.
- ¡Y eso que te sacó una pistola! – Acompañó Daphne.
- Sí, y a ti te dijo cosas impensables.
- Oye… Lo de Paris no es cierto, ¿verdad? – Dijo ella, intentando indagar algo más.
- No del todo, pero tampoco es del todo falso: Fue el detonante del problema y no lo veremos más. Rolf solo se puso así porque fue el primero en descubrirlo y no sabía cómo contarlo.
- ¿Y tú como lo contarías?
- No lo contaría. – Críptico como siempre, pero el mensaje era claro: Lo saben todos los que tienen que saberlo y punto. Para acabar de echar tierra sobre el asunto, Han cambió de tema. – Voy a volver a correr, con el blanco.
- Ya lo vi, es muy feo.
- Si: Lo es. Es cuadrado, tosco y brutal, y lo adoro por ello. – Sonrió el piloto. – Mi venganza para Rolf será pasarle unos meses por la cara que en ninguna moto ha sentido la velocidad como en el asiento de copiloto de mi coche. ¿Y tú?
- Pues viendo que día es hoy, probablemente salgamos todos… Tú incluido, ¿no? – El piloto asintió. – Luego beberemos, y luego follaremos. Entonces me vengaré con todo mi “amor”. – Algo golpeó la rodilla de Han. Llevó la mano al sitio y se encontró con un pequeño frasco de plástico que su amiga le estaba ofreciendo a escondidas, mientras sonreía a Rolf, que ya volvía del baño. – Haz desaparecer esto. – Dijo entre dientes, mientras se giraba para atender al camarero, que ya traía su consumición. Han sacó la cartera, y aprovechó el momento para guardar el bote, leyendo parte de su etiqueta: “Gel Lubr…”
- Hey, he tenido una idea. ¿Y si pasamos a recoger a Kazuro y a Caprice? Ya le ha de quedar poco para poder moverse, aunque sea en muletas, o en silla de ruedas, o algo, ¿no? – A Rolf le parecía una buena idea, pero tampoco era para tanto: Daphne y Han no paraban de asentir y sonreír.






- ¡Dale, maldita sea! ¡Apunta a la cabeza y dale!
- Ya voy, déjame apuntar bien. ¡Si fallo te heriré a ti!
- ¡Dale! – El impacto dio de lleno en el blanco, haciendo que la cabeza de un zombi de dos metros de alto y ciento veinte kilos de músculo putrefacto, reventase como una calabaza. El detective privado al que estaba levantando cayó sobre su ahora ya definitivo cadáver, cubriendo su traje y gabardina de restos de sangre, sesos y carne a medio pudrir.
- Eso no ha parecido muy agradable…
- No… Te lo aseguro.
El inspector estaba limpiándose con cara de asco. Su compañera, una mujer atractiva pero seria, hizo un ademán para que la siguiese. Era policía, y lo demostraba con fría precisión en cada disparo.
Avanzaron a lo largo de varios pasillos de una mansión en estado ruinoso, por los que rostros muertos décadas atrás los miraban reprobadores desde sus grandes retratos descoloridos. El suelo húmedo crujía bajo sus pies, y entonces, el detective se detuvo en seco, llevándose el índice a los labios. La policía obedeció, y a sus oídos llegó un ruido siniestro: Huesos de pies descarnados, arrastrándose por el suelo de madera. ¡Zombis! Sus pasos muertos vagaban sin rumbo en un gran salón, a pocos metros de donde ellos estaban ocultos. Aullaban levemente, helándoles los huesos de terror.
Ella se echó instintivamente contra la pared, y su compañero quiso imitarla, pero no vio los restos de un jarrón, tirados en el suelo. El leve estallido de la porcelana al partir dejó tras de sí un silencio palpable, asfixiante. Un rugido procedente de la otra habitación anunció un ataque inminente.
Sin perder tiempo, los intrusos corrieron hacia la puerta por la que habían entrado, pero esta estalló ante sus ojos. Tres de esas repulsivas criaturas, alertadas por sus inmundos hermanos, habían acudido a reclamar su parte de la pieza. A sus espaldas, los torpes pasos de los demás se acercaban. Como un solo hombre, ambos levantaron sus armas y se prepararon par a abrirse paso.
- ¡Dales! ¡En la cabeza! ¡Los otros llegarán en seguida!
- ¡Deja de gritarme lo que tengo que hacer y recarga!
- ¡Mierda! – Gritó ella, bloqueada. - ¡Mierda, mierda, mierda!
- ¡Dispara fuera de la pantalla, maldita sea! ¡Dispara fuera, que solo te quedan dos vidas!
- ¡Ya voy!
Tres minutos de estallidos, gritos y ataques, la policía y el detective privado se alzaban sobre un salón de té pavimentado con cadáveres en descomposición. Él había perdido una vida, pero habían dado a un par de monedas secretas y eso eran diez mil puntos cada una.
- Cada vez se nos da mejor… - Dijo Caprice.
- Si… Nunca te imaginé como una maestra de los videojuegos de tiros. – Respondió a esta Kowalsky, que disparaba con la mano izquierda. Su radio estaba casi bien, aunque su muñeca derecha necesitaría algo más de tiempo. Aún así, tenía que usar el brazo derecho para apoyar el izquierdo. – Lo que más me gusta es que nunca te imaginé jugando conmigo…
- Kazuro… Deja de decir que creías que yo era tan superficial…
- Si… El día en que me levante por la mañana, te vea a mi lado y me lo crea.
- Mira que eres… - Rió ella, dándole un beso rápido en la mejilla, sin dejar de mirar como en la pantalla un zombi le lanzaba un hacha. - ¡Mira! ¡Por tu culpa!
- ¡Dispara, mujer! ¡Aún te queda una vida!

Minutos y un par de continuaciones después, mientras disfrutaban del video que aparecía después de matar al jefe del nivel, ambos se permitieron relajarse un poco y hacer algún que otro estiramiento. Caprice rotaba las muñecas con la pistola de plástico en el regazo y Kazuro comía un puñado de palomitas.
- Deberíamos seguir haciendo esto, aunque dejemos de necesitar… Ya sabes…
- Prometido.
Ante ellos, en una pequeña mesa para café, la consola les preparaba un nuevo desafío. Mientras tanto, ellos permanecían atrincherados en su sofá. En la mesa tenían un bol de palomitas, una bolsa de patatillas, una botella de refresco (sin azúcar, que Kowalsky tiene que bajar kilitos y Caprice mantenerse), y dos Matryonas de nueve milímetros.




Kurtz permanecía inclinado sobre la barandilla del balcón. Desde su quinto piso, contemplaba relajado como la actividad del mercado viejo iba muriendo poco a poco a medida que anochecía. Etsu estaba tirado en su trono, como siempre, centrando toda su atención perruna en el telediario de las nueve. En la mesilla del salón, había perfectamente organizadas las piezas de dos pistolas: Una Aegis Cort, automática, y un autorrevolver Griffon de calibre 45. En medio de ellas una foto enmarcada, junto con una botella recién empezada de cerveza. Mientras volvía a montarlas, se veía a sí mismo en el espejo que había sobre el mueble de la entrada: Perfectamente afeitado y con un buen corte de pelo, aunque conservando la trenza. Su pelo húmedo ya se había secado, y se dejó caer pesadamente en el sofá. Al hacerlo, sus dientes se apretaron en una mueca de dolor. A pesar de la magia de cura, el brazo le seguiría doliendo mientras seguía recuperándose del todo. Es la forma que tiene el cuerpo de decirle a uno que aunque se puedan arreglar estas cosas por arte de magia, es mejor no dejarse disparar. Por suerte, la herida fue de servicio, así que no tendría que dar explicaciones.
Era un buen domingo, día de coincidencias: Svetlana, Harlan, Yvette y él tenían el día libre simultáneamente por primera vez en mucho tiempo. Habían coincidido en no tener nada que hacer, de modo que hicieron una pequeña comida familiar, en un restaurante del Sector 6. Svetlana eligió el sitio: Un cómodo restaurante al estilo de ciudad cohete, decorado con fotos antiguas de su construcción y desarrollo, fotos anteriores al cohete y retratos de sus ciudadanos. Un lugar agradable, más atento a la calidad de la comida que a su estilo modernista deconstruido.
- Entro al despacho y no hay sorpresa: Jacobi y van Zackal me esperaban, el primero sentado y el otro de pie detrás de él. El muy cagón tenía la chaqueta abierta, y la pistola a la vista, como si yo fuese a marcármela a lo loco y liarme a tiros por algo que supe desde que me llamaron “sargento Kurtz” por primera vez.
- Entonces se acabó el ser oficial, ¿no? – El turco asintió a Yvette y siguió su historia.
- “Agente Kurtz… Bueno… Le sorprenderá que le llame “agente”…” – Dijo el turco, imitando el tono snob y pretencioso de su superior. – “La verdad es que no, y si no hay nada más…”, le dije y me salta “¿Qué? ¿Ya le notificaron su degradación?”. Tenía cara de idiota, como si esperase el momento de darme la noticia como si fuese a echar un polvo, o algo. Me apuesto la piel a que a ese maricón solo se le pone dura cuando hace de jefe cabrón.
- Nunca miré para comprobarlo. – Dijo Svetlana. - ¿Y tú?
- Yo cuando llegué estaba explorando mi época lésbica, de milfs y todo eso, y solo tenía ojos para ti. – Yvette le devolvió la pulla.
- El caso es que se quedan los dos con cara de idiotas mientras yo me rio y les digo “Sabía que sería degradado en cuanto hubieseis sacado de mí lo que queríais, aunque aquí el bicho azul se los llevase de juerga y me llegasen hechos mierda”. Al cabrón casi le temblaba la voz: “¡Se dirigirá a su superior por su rango!” y salta el van Zackal “Sargento”, con tono de listillo. “Le tendré el mismo respeto que a usted, capitán.”, le dije. Y me piré.
- Joder… - Protestó Yvette. – Hago yo eso y me suspenden un mes.
- Ya, pero nosotros somos veteranos, y somos imprescindibles. Turk necesita músculo para imponerse. Los trajes, los coches y las pistolas dan miedo, pero necesitan alguien capaz detrás. – Intervino Harlan, que vigilaba de reojo a los críos mientras iban a por helados.
- Eso os pasa por ser funcionarios. No como yo, que trabajo en el sector privado. – Jorik se burlaba de ellos, aportando historias de bolas de papel y de lanzamientos de tizas a sus peleas y tiroteos.
- Tío… - Dijo Kurtz. – Algún día vamos a ir todos a tu clase y vamos a meterle tanto miedo a esos pequeños cagones que van a estar tiesos hasta que acaben la universidad.
- No te mates, Jonás. Para eso ya viene una capitana de SOLDADO todos los años, a dar una charla de seguridad y educación vial. – Yvette se rió, mientras Kurtz murmuraba un “¡joder como odio a los maricones esos!”.
- Está bien… Pero creo que la charla de prevención contra las drogas sería más efectiva si nos ocupásemos nosotros. – Dijo Harlan. – Al fin y al cabo, nosotros también somos padres preocupados…
- Padres preocupados con escopetas. – Svetlana terminó la frase, chocando la mano con la de su compañero.
Mientras hablaban, entretenidos, los chavales volvieron y Grace venía con ellos. Tironeó de la mejilla de Yvette, al descubrir que la joven había pagado la cuenta a traición. Esta se contuvo un “¡jódete, soy rica!” cuando vio que Grace estaba comiendo un helado y había traído otro para ella. Vio a los chavales y entendió el mensaje: “Si Yvette lo come, yo también, que quiero estar igual de buena”. Los ojos inocentes de Amira, la hija de Harlan y Grace, la miraban expectantes, mientras su helado permanecía intacto en su mano.
- ¡Vámonos! ¡Hay partido, y aprovechemos que ayer acabaron el montaje del cañón para tener un día sin ruidos! – Propuso Jorik.
Todos empezaron a caminar hacia la puerta, quedándose Harlan y Jonás al final. Kurtz estaba sacando un puro de su cazadora y Harlan poniéndose las gafas de sol.
- Jonás, acuérdate: A las once de la noche en San Justo. La puntualidad es vital. – Subrayó su compañero.



Era una noche fría, pero ideal para rondar los alrededores de un cementerio. Harlan supo que su amigo había sido puntual, al ver que el único coche que había en el aparcamiento cuando él llegó era el suyo. Se puso su levita y fue hacia la puerta del viejo Supreme.
- Hola, Har. – Sonrió Jonás desde el asiento. – Tres cafés: Uno negro con azúcar para ti, con leche y cargad para mí y uno sin azúcar y con “edulcorante”. – Dijo mientras daba un par de toques en su pecho, haciendo sonar la petaca metálica que llevaba en el bolsillo. – Harlan tomó el suyo en silencio. En la otra mano portaba una bolsa con una botella de ron y otra de contenido rojo, y llevaba una pequeña bolsa de gastado cuero marrón colgando del hombro por un cordel. Se puso su chistera y se adentró en el umbral del cementerio de San Justo.
Cuando Kurtz siguió sus pasos, al cruzar la entrada de acero forjado, sintió como si su cuerpo se aligerase. Turco de día, por las noches su amigo se convertía en el sacerdote Hana Garu, protector de almas y guardian del último cruce de caminos.
Caminar tras él en un cementerio, era como internarse en otro mundo. De repente, la luna era visible más allá del borde de la placa. Llena y sonriente, como una extraña calavera. Tenía los dos cafés sujetos con ambas manos, con miedo a que se le cayesen. Los pies de Harlan sonaban como golpes en la gravilla, en el silencio reinante, y su silueta era lo único que era capaz de ver en la oscuridad, recortada por el resplandor de la linterna que portaba. Los pasos se detuvieron, y Jonás también lo hizo. Sentía la boca tremendamente seca, y el vacío de la inquietud en el estómago, apretando como una garra helada.
- Siéntate, Jonás. – Dijo el sacerdote, mientras se ponía una chistera. Le dio la espalda y empezó a pintarse la cara usando los dedos. Cuando volvió, había una calavera blanca sobre su rostro negro como el ébano, que le sonreía de forma espeluznante. Kurtz creía oír tambores. Siempre tenía estas extrañas sensaciones de delirio. – Siéntate y apoya la espalda en el reverso de la lápida. – Kurtz obedeció. Sus pasos eran lentos y titubeantes. Sintió la tierra, húmeda bajo él. Sintió la piedra helada en la espalda. La hierba a su alrededor se revolvía, como si hubiese serpientes recorriéndola. El sacerdote se agachó ante él. Tenía las manos manchadas de sangre, y un puñado de plumas negras en una de ellas. Con la otra tomó un puñado de barro. – Sangre y plumas de un gallo negro, y tierra de camposanto en la primera luna fría del año. – Dijo mientas mezclaba todo. Lo puso en su mano izquierda y con la derecha untó la mezcla en el las manos y rostro de Kurtz. – Dedos para tocar. – Dijo al cubrir sus manos. – Orejas para oír, boca para hablar, nariz para oler, y ojos para ver al que acuda a tu encuentro. – El resto de la mezcla fue esparcido sobre la parte superior de la lápida en la que estaba apoyado Jonás. – Ahora cierra los ojos, Jonás Kurtz, y espera a ser llamado.
Kurtz obedeció. Tenía una sensación de quemazón en la cara, no en la piel, sino en su interior. El frío que emanaba de la lápida se extendió por todo su cuerpo, menos en su cabeza y sus entrañas, donde el calor del ungüento extendía su efecto ardiente. Los silencios del cementerio se incrementaron, con el rumor del aire de la noche entre las lápidas, haciendo danzar la hierba.
Su boca estaba seca, y olía a tierra húmeda y removida. Kurtz apretó los párpados, esperando, y entonces oyó la llamada. Era como si alguien aporrease la lápida desde dentro. No la sintió moverse, pero el ruido de cada golpe sonaba como un pesado llamador de bronce en una casa vieja y vacía. Golpes pesados, distantes y atronadores, como el sonido de un ataúd al cerrarse. Tres golpes. Kurtz abrió los ojos.
- Te he echado mucho de menos este año, amigo mío.
- Yo también, Donald. Yo también…
Kurtz se levantó, sonriendo mientras se preguntaba que decir. Llevaba toda la tarde intentando descartar temas de conversación, pero le era imposible. Primero quería hablar de todo, y ahora no le salía nada.
Esa noche, al igual que cada primera “noche de luna fría” del año, Harlan hacía uso de sus malas artes por media hora de conversación con Donald Krauser, su difunto mentor y rescatador. Donald se presentaba con el aspecto saludable que había tenido en vida. Harlan le explicó a Kurtz que cada uno aparecía como se veía, o como se había sentido en su mejor momento, y su amigo había tomado la del inspector de policía de treinta y pocos que acababa de ser padre por tercera vez. Vestía una camisa blanca, con el cuello abierto, con una chaqueta sujeta bajo el brazo. “El frío es para los vivos”, había explicado. A Kurtz se le hizo muy rara la primera vez que paseó junto a un Donald Krauser fantasma que aparentaba tener su misma edad.
Esa noche, como cada año antes, Krauser tomó el café que era para él.
- ¿Andamos? – Propuso el fantasma. Kurtz asintió. Sus pasos nunca emitían sonido alguno, y su cuerpo emitía un tenue resplandor azul al rozar la gravilla.
- ¿Qué te ha parecido este año?
- Estoy contento con lo que has hecho con esos chicos. Solo espero que no conviertan en costumbre lo de ayer.
- Casi me alegro de que no tengas que vivirlo…
- Pero lo veo, Jonás. – Dijo Krauser pesaroso. – Veo cada escena y cada falta de respeto. Veo a esos chavales que no son más que delincuentes del sistema, meándose en la gente a la que tienen que proteger. Veo a tus superiores, puteándoos porque saben que sois más aptos que ellos, y lamiendo culos para conservar su sitio y su título. Veo los problemas en los que te has metido y como has salido de ellos. Y me jode no poder hacer nada…
- Donald… Estás muerto. – Kurtz no quería hablar de novatos, ni de sus mierdas. - ¿Sabes? Siempre creí que de haber un paraíso, tú deberías estar en él.
- Chaval, mi paraíso es este: Preocuparme por Rosemary, por Donald jr, por Curtis y por Maggie… Y por ti, pedazo de cabrón, y por esa belleza de ojos rasgados que sigue soltera. ¡Jonás, eres tan tonto que cuando murió el mandril del zoo debieron ponerte a ti de sustituto! ¡Solo sirves para hacerte pajas y lanzar tus propias cagarrutas a la gente!
- ¡No me jodas! ¿Vale? ¿No te suena “me follé a Wutai como si fuera una puta de medio gil y dejé sus restos en llamas”?
- ¡Ella te quiere, maldito payaso! ¡Y si fueras un tío con dos cojones, esa mujer tendría un anillo y estarías con ella en las clases pre parto, en lugar de estar bebiendo cervezas y viendo la tele! – Se formó un silencio tenso, solo interrumpido por los pasos de Kurtz en la oscuridad.
- Así que tú ibas a las clases de preparación al parto, ¿eh? – Donald se detuvo en seco. No se había ofendido, pero tampoco se había tomado la pulla a broma.
- Hijo… Ser padre es lo más grande. Es tan grande que cuando tengas a tu hijo en brazos, no tardarás ni dos segundos en tener la cabeza llena de pájaros acerca de cómo lo vas a educar, que va a ser de mayor y como le enseñarás a dar un buen derechazo. Y a ti te queda poco para descubrirlo.
- Si sobrevivo… - Krauser sonrió.
- ¡Eres la hierba más mala que he visto nunca, Jonás! ¿No te dije que me entero de todo? ¡Te he visto hace apenas una semana sobrevivir al francotirador mariquita ese!
- Tú me dirás si alguien me quiere por ahí…
- Jonás… Eres un hombre justo. Otra cosa no, pero eso sí que lo he logrado, y los que son como tú siempre tienen quien cuide de ellos. – Aseguró el fantasma, guiñándole un ojo.
- Ya, claro… Ya veo como te fue a ti.
- Después de todos mis años de servicio, morir con la familia, en lugar de ser tiroteado en un supermercado, o devorado por alguna de las criaturas que recorren esos vertederos de los suburbios, no es tan malo. – El vivo asintió, concediéndole el punto. – Pero deja eso, que hay poco tiempo. ¿Qué tal todos? ¿Sveta?
- Bueno, ya no tiene tantos piques con Jorik, y hasta se lleva bien con Yvette.
- Buena chica esa Yvette… Que tenga cuidado con el rubiales.
- ¿Sabes algo de él? – Kurtz tenía curiosidad. Seguía preocupado por que alguno de sus ex compañeros no quisiese dar el tema por zanjado.
- No puedo saber nada. Sea lo que sea ese crío, han usado mako de una forma muy extraña con él. Quizás habrías podido enderezarlo… Pero no te culpes. Yo habría hecho igual.
- Gracias, Donnie.
- De nada, chaval. – El fantasma dio un sorbo a su café, Kurtz ya ni se preguntaba cómo, aunque le hacía gracia que el gusto por el vodka fuese más allá de la propia muerte. – Piensa que si la cosa salía mal podrías perderlo todo. – El turco vivo miró a su amigo con una cara de dignidad herida. Sabía que si llegase de nuevo esa pelea, el resultado volvería a ser incierto, especialmente ahora que Paris había aprendido unos cuantos trucos, pero se negaba a apostar contra sí mismo. – Hablo en serio. Tenemos poco tiempo, por ahí viene Harlan, así que abre tus putas orejas y escúchame, ¿vale? – Eso tenía que ser muy importante para que Donald usase ese lenguaje. – Mañana madrugas. Te pones guapo y apareces en casa de Aang, ¿y sabes que vas a decirle?
- ¿Qué me voy a casar con ella? – Rió Kurtz. – Ya lo sé, Donnie… ¿Y cómo se lo digo? ¿Cómo en las pelis? ¿Sigo la forma tradicional de Wutai, llamo a su familia y les regalo ganado?
- No me importa una mierda, Jonás, pero hazlo. Recuerda que cada segundo cuenta. – Mientras hablaba, su índice se vio translúcido en la luz rojiza que manchaba el horizonte como una herida sangrante. Los ojos de su ex compañero se abrieron como platos al interpretar el mensaje. – Las cosas van a ir a peor, hijo… - Jonás asintió.
El turco aún estaba asimilando lo que acababa de oír, cuando llegó Harlan, aún con el rostro pintado. Se quitó la chistera y ofreció una mano negra con el dorso pintado simulando huesos.
- Don…
- Padre Harry… - Respondió el fantasma, con amistosa sorna.
- ¿Es tan difícil llamarme “Har”? – Protestó el sacerdote.
- Después del susto que me llevé al creer que estaba descansando en paz y encontrarme con que tus brujerías eran ciertas…
- Muchas tienen algo de cierto. Yo simplemente muestro las cosas a través de un velo.
- Un velo que me deja apestando a sangre y barro… - Puntualizó Kurtz. – ¿Si todo tiene algo de cierto, no me podrías recomendar algo distinto?
- ¿Prefieres sacrificar animales? ¿Automutilarte? ¿Tomar drogas alucinógenas?
- ¡Ni de broma! – Interrumpió Krauser. – ¡No te imaginas lo inaguantable que era este bastardo cuando tenías que aguantarlo pasado de cualquier mierda! – Kurtz se sumó a reír la pequeña broma a su costa. Años atrás le parecían molestas, pero acabó por comprender que su ex compañero las hacía para demostrar que su mala época había quedado atrás. – Dime, Har. ¿Qué tal la familia?
- Amira está empezando a mostrar algunas aptitudes, así que es posible que algún día te pille curioseando por casa, y Rubanza está hecho un león. He de buscarle algún deporte. En cuanto a Grace, sigue siendo tan guapa como siempre.
- Tú también estás en el ajo, ¿no? – Preguntó Kurtz a Harlan. – También quieres bodorrio.
- Jonás… Hijo… Tú sabes lo que es que tu corazón no sea tuyo, ¿no?
- No te pongas ñoño, viejo. – Dijo Kurtz, intentando cortar el tema. – No te pega en absoluto.
- Piensa lo que quieras, chaval, pero mírame y no me olvides: Por la mujer adecuada, uno renuncia hasta al cielo. – Harlan asentía a su lado.
- ¿Queréis comentar algo más? Ya casi se ha acabado el tiempo.
- Sí, y va para los dos. – Dijo el fantasma. – Tened cuidado con esos novatos: Son más peligrosos de lo que aparentan, y si las cosas se salen de madre, no van a ser ellos quienes se coman el marrón. Sigo orgulloso de vosotros, protegiendo la ciudad a pie de calle. Y tratad bien a los nuevos: Kaluta, Adalia y Maravloi. Harán bien su trabajo, pero no dejéis que se desmadren demasiado…
- Joder, Donnie… ¡Pareces mi madre!
- El juego. – Recordó Harlan. - ¿Por quién quieres apostar esta vez? – El fantasma se quedó pensativo unos segundos.
- Ese chaval, Jackson. – Dijo tras una duda muy breve. – He visto que llegará lejos. – Dijo mientras sonreía a Kurtz, que le devolvió el gesto. Ahora ellos tendrían que apostar en el siguiente combate que tuviese Henton, y comprarle algo a Rosemary con las ganancias. Era lo que dictaban la costumbre.
- Todo dicho entonces… Es la hora, Donald. – Dijo el sacerdote. – Toca despedirse.
El fantasma asintió y se volvió hacia su pupilo. Para él, Kurtz era un hijo. Cuando lo conoció era un joven capaz de cargarse a cincuenta con un cuchillo de postre, y dispuesto a hacerlo a la menor provocación, y había hecho de él un hombre decente. Donald jr, Curtis y Maggie habían dado sus problemillas, pero hacer alguien decente de alguien tan violento, hostil y mentalmente destrozado como Kurtz era lo que, según decía, le haría ganarse el cielo.
Krauser avanzó con sus pasos silenciosos y abrazó a Kurtz, que podía sentir como se desvanecía la magia, a medida que el cuerpo de Krauser se iba convirtiendo en un frío vacuo.
- Un vodka cojonudo… Pero el año que viene tráeme la foto de la boda o te va a venir a aguantar el fantasma de tu abuelita.
- Joder con el tema…
- Hasta el año que viene, chaval… No intentes verme antes, ¿vale?




El local se llamaba “Goldfish”. Era un antro de mala muerte, de apuestas ilegales y trapicheo en un barrio de mala muerte, en los suburbios del sector cuatro. En la madrugada del viernes al sábado, a las cinco de la mañana, todos los clientes eran habituales del local, a los que se dejaba pasar cuando el resto del público se encontraba una verja cerrada. En su mayoría, eran de una pandilla de barrio. Simples delincuentes, aunque con poco miedo a mezclarse en delitos mayores.
El asalto fue torpe, caótico y brutal: Gas lacrimógeno y granadas aturdidoras, seguidas de una entrada a culatazos y armas blancas. Se lanzaron hechizos de confusión y freno, que aumentaron el caos para los defensores. Estos, impotentes, no podían sino intentar defenderse de un grupo de turcos que se movían el triple de rápido que ellos.
Se les apaleó a todos, pero los mejores tiradores de la unidad, no participaron en la paliza. Estos, entre los que estaban Kaluta y Gertschen, se dedicaron a cubrir a sus compañeros, abatiendo con certeros disparos a cualquiera que sacase un arma, o tan solo aparentase hacerlo. No iba a haber concesiones de ningún tipo. El propietario de local, su novia y un par de camellos fueron arrastrados por las malas hasta el centro del local, donde recibieron el mismo trato que habían recibido los tres difuntos novatos. Punto por punto: La paliza, la tortura y el tiro final en la cara. Seis de los novatos cometieron esa parte de la venganza, mientras que el resto se aseguraban de que ninguno de los presentes apartaba la mirada. El sargento, famoso por sus maneras brutales, dio orden de dispararles a todos los demás en las piernas. Luego se juntaron varios para arrastrar una nevera y bloquear la puerta con ella, de modo que ninguno de los heridos pudiese salir.
Estos estaban confundidos. Estaban heridos, y sangrando. Algunos de ellos habían sido alcanzados en la arteria femoral. Mientras algunos se esforzaban en vano por intentar salvar la vida de los tres ejecutados, el resto se dedicaba a gritar de dolor y suplicar por ayuda.
En el exterior, el sargento eligió a unos cuantos de los novatos. Les tendió granadas de fósforo blanco, a las que llamó “whiskey papa”, y estos entendieron las ordenes sin que hubiese que decirlas.
El bar, edificio de dos plantas, ardió como una maldita pira funeraria. Un funeral vikingo para tres aprendices de turco que durante un periodo de instrucción de dos semanas creyeron ser dioses, pero olvidaron en ello que eran demonios. El poder es parecido, pero la diferencia es que los mortales no te adoran, y te derribarán a la menor oportunidad.
Los diecisiete restantes vivían para aprender una lección que costó la vida a tres de sus compañeros y quince personas más. Eso es lo que supone ser turco: La ley es un pretexto, la cuestión es imponer el orden. Pueden salir de fiesta, posar para las revistas de famoseo y meterse coca con van Zackal junto a ricas herederas, actrices porno, estrellas del pop y gurús de la moda. El uniforme sirve para dar miedo, pero lo realmente importante debe ser el arma en la mano.

7 comentarios:

Ukio sensei dijo...

Bueno, gente. El evento 200 sigue adelante. También es curioso que escriba el 202 cuando en mi propio blog no me di cuenta de la entrada 200 y celebré precisamente la 202.

Solo me queda deciros que a ver que os parece la sorpresita de ultratumba de este evento, y que me quedaron un par de escenas en el tintero que iré añadiendo poco a poco (ya avisaré en el tagboard).

Por lo demás, la nueva hornada de novatos ya está inaugurada. Me pido a Gertschen (Virgen), a Seranzolo (Margarito) y por supuesto a Maravloi (Mariflori), Kaluta (Cagarruta) y Traviesa (Travelo). Todos los demás quedan libres para quien los quiera (mientras vivan).

dijo...

Curiosa resolución de los hechos... ¿Qué será ahora del pobre Paris?

Y sinceramente, no me esperaba que Kurtz charlase con Krauser todos los años, un hurra por Harlan.

Un relato cojonudo, la brutalidad de Turk ha vuelto para dejar las cosas claras.

Lucas Proto dijo...

He leido muchos (todos) relatos tuyos en Azoteas, y sigo sin saber como te mejoras cada vez.

Me encanta, todo, y me das una envidia atroz. La escena con Krauser cojonuda y joder... Brutal, en serio.

Un 10

Lucas Proto dijo...

Sólo un detalle, ahora que me fijo: después de los dos puntos nunca va mayúscula, únicamente cuando se reproduce una cita textual.

(Sí, se lo plasta que debe sonar que ahora empiece a corregir cosas de este estilo)

Astaroth dijo...

Yo he decidido pasar de añadir cosas en el 200, las incluiré en mi próximo relato.

La brutalidad de Turk... omnipresente siempre. Yo ya hablé de mi novatillo, así que ahí queda el erizo anaranjado XD

Y, sobre todo, destacar la aparición de Krauser. Sobresaliente.

Ukio sensei dijo...

Buff... Ya puedo volver a respirar. La verdad es que meter a Krauser, dando forma a la leyenda era jugársela muy duro.

Me alegro de que os gustase.

Eld dijo...

No me da tiempo a leer y comentar todo, y menos teniendo que poner mi propio petardo de feria, pero de vez en cuando leo xD.

Así que los asuntos de los tres mosqueteros se regulan, parece, pero D'Artagnan se queda solo. Me pregunto si Paris intentará liarla en solitario o hará algo más...

De los nuevos Turcos, apostaría a que Maravloi se hace de oro si mejora. Con un poco más de mala baba y suficiente mierda sobre todo lo que anda en Midgar, puede quedar un agente más que capaz. Todos pueden aprender a zurrar mejor o peor, pero averiguar dónde duele más parece ser que será su especialidad.

Eso sí, aunque me imaginaba asuntos turbios del Departamento de Investigación, nunca pensé que pudieran ser tan... tan. No queda mal, quizá simplemente estoy acostumbrado a cosas más light.