sábado, 14 de noviembre de 2009

194.

El brusco sonido del motor del vehículo se abrió camino entre el resto de sonidos de la zona, y embotó la mente del recién llegado a la división de Turk. El pelo le caía desde lo alto de la cabeza en diversos jirones que iban desde un profundo negro en la raíz hasta un naranja chillón en las puntas, pasando por toda una variedad de tonalidades fulgurantes. Los seis mechones colgaban y caían hasta casi los hombros en un orden casi simétrico, como si fuesen radios de un hexágono regular. Llevaba profundas sombras pintadas bajo los ojos, ocultando la ya de por si oscurecida piel que se adentraba en las cuencas de una marcada calavera.
Tenía las orejas cubiertas, de lóbulos a hélix, cubiertas de pendientes de todas las formas y tamaños posibles, contando más de una decena en cada una. Dos franjas afeitadas en los exteriores de cada ceja, y un tatuaje inidentificable que ascendía desde algún punto perdido entre la vestimenta hasta la zona posterior de su oído derecho completaban los rasgos más significativos del joven, que se encontraba más cerca de los veinte que de los veinticinco años.

Llevaba la chaqueta negra completamente abierta, a punto de resbalar por sus enjutos brazos y caer. Le quedaba casi obscenamente larga y grande, y había pretendido solucionar ese exceso de longitud abriendo esas mangas con aberturas, de forma que los puños fuesen abiertos. Para contrarrestar el tamaño, se había puesto unos pantalones bastante ajustados.

Tenía la mirada perdida hacia el infinito, o lo que hubiera sido el infinito si no hubiera una marea de edificios coronados por una descomunal estructura cubierta de andamios, herraje retorcido y ennegrecido que convertía el sector 0 en una maraña de metal.
El joven perteneciente a la nueva hornada se volvió en dirección a una parada de taxis, donde llamó a uno de los pequeños modelos de color amarillo auto mientras jugaba con un pequeño mechero zippo con grabados en toda superficie, moviendo su tapa constantemente de un lado a otro hasta que por fin se decidió a encender un cigarro de tabaco rubio. Sacó de la negra chaqueta un paquete que representaba un animal jorobado sobre fondo de color crema, y extrajo de su interior el pitillo con la boca. Inspiró profundamente, y expulsó el humo por una pequeña ranura que se abrió entre sus labios, que aún sujetaban el cigarro mientras las manos reposaban pesadas en los bolsillos de la cazadoras, apoyado con la espalda y el pie derecho sobre un poste de llamada para taxis. Cogió el tabaco con la mano después de inspirar otra profunda aunque más corta calada, e introdujo el cuerpo dentro del habitáculo trasero del vehículo.

- Señor, aquí dentro no puede fumar – al igual que en los tópicos de muchas películas y series de televisión, el conductor era un extranjero con la piel del color del caramelo oscurecido, y un marcado acento de Costa del Sol. – Tengo que pedirle que… ¡Oh!

El silenciador acoplado al cañón de la Rhino se clavó en el respaldo del asiento del conductor, y este lo notó como si de un cuchillo se tratase. Lo había sentido ya muchas veces, demasiadas en su poco tiempo viviendo en la gran urbe.

- Mira, gilipollas de mierda – el turco inclinó la cabeza hacia delante, llevando el cuerpo consigo hasta que la nariz aguileña se clavó en el reposacabezas – ¿Alguna vez te has topado con uno de esos hijos de puta rapados llenos de bazofia ideológica sobre el poder de la raza blanca que se dedican a patear culos negros como el tuyo? – el conductor asintió, confundido – Bien, pues yo soy peor. Para empezar, mira mi placa.

Le acercó a la cara la mano derecha y le mostró la placa que lo identificaba como trabajador de ShinRa. Lo acercó tanto y a tal velocidad, que le golpeó el ojo derecho y le melló uno de los incisivos superiores.

- ¿Comprendes quién soy? – lo dijo con una entonación suave, una burla que pretendía decir “intento ser amigable y cariñoso”. El conductor volvió a asentir. – Bien. Pues ahora me vas a llevar a la calle Cariátide, sector 5. Ya - su tono se volvió tajante, y no admitía discusiones – No hace falta que pongas el cuentakilómetros, puto sin-papeles.
Pegó una suave calada mientras el hombre, aún escupiendo sangre mezclada con restos de diente, encendía el vehículo y soltaba lentamente el embrague mientras pisaba el acelerador. Conducía torpemente, muy nervioso, de manera similar a la de aquella primera vez que había cogido un coche.
El conductor no hablaba, ni siquiera pensaba en aquella licencia de armas que no había podido obtener ni aquella arma que no quiso comprar por su condición de ilegal. Tenía mujer, y tres hijos esperando a que llevase dinero a su casa del sector 8 para poder comer algo que no estuviese duro o en proceso de putrefacción.

El joven Turk sacó su PHS del bolsillo y se fijó en la hora. No era muy tarde, así que todavía podía entretenerse un rato más con su compañero de viaje. No quería que su visita disfrutase de comodidades, ni tampoco quería que aquel tipo al que tanto odiaba por su condición inmigrante se marchase sin recibir un trato justo.

El viaje se alargó más de lo previsto debido en gran medida a una explosiva combinación de nervios por parte del hombre de Costa del Sol, que no dejaba de calar el motor de su coche, y los gritos y golpes del joven turco, que hacían aún más mella en el delicado estado del conductor. Cada vez que el coche se paraba por un movimiento en falso o un despiste, el hombre de negro golpeaba el reposacabezas y comenzaba a gritar insultos xenofóbicos, repartiendo puñetazos con la oreja y la nuca de su chófer, lo que hacía que se asustase más y cometiese más descuidos, que a su vez desembocaban en más palabrería y violencia en un vórtice sin fin. Cuando por fin llegaron, la piel de ébano se había convertido en una hinchada masa roja, morada y negra por todas las zonas de la cara, lo que había inspirado un nuevo acertijo para el joven, que encontraba diversión en preguntar “¿Qué es negro, rojo y morado? ¡Tú!” al tiempo que golpeaba el asiento de una patada.

El coche amarillo paró casi en seco cuando llegó a la entrada de la calle Cariátide. Los sollozos del hombre, que debía rondar los cincuenta, no mellaron la conciencia del hombre, que mandó “al puto negro avanzar hasta que el dijese que la puta escoria podía detener aquella mierda enlatada”. A la altura de una callejuela, que acababa en una pared llena de bolsas de basura, el vehículo se detuvo a petición del pasajero.

Se bajó, no sin antes advertir que “si el coche partía sin que el hubiera vuelto, le buscaría a él y a su familia y todos arderían combinando materia Fuego y litros de gasolina introducidos a fuerza por la garganta”. Puso un pie en el suelo, con tan mala fortuna que sus caros zapatos negros de marca Searched fueron a parar en un charco del que mucho dudaba fuera agua.
- ¡Joder! – pegó un portazo, y de nuevo pegó a la puerta. El conductor chilló – Arreglaremos esto cuando salga – dijo señalando con el índice derecho al suelo.

Dejó llorando acurrucado sobre su asiento al inmigrante, y se encaminó con gesto asqueado al interior del callejón. Se tapó la nariz con la larga manga, horrorizado por el olor que emanaba de los cubos de basura y las bolsas repletas que se amontonaban contra las paredes. Por suerte para él, el callejón era lo bastante ancho como para que tres bolsas alineadas no cortasen el paso.

Lo graffittis de colores rojizos y negros se habían empezado a agolpar sobre las paredes, comiéndose terreno los unos a los otros con gritos libertarios y frases de represión, símbolos olvidados mucho atrás y malsonantes palabras. Bajo una palabra que bien podía haber sido en un pasado “Coño” había una puerta de metal cuya pintura azul ya se había desprendido en su buena mayoría. Estaba ligeramente abombada hacia dentro, seguramente fruto de chiquillos que vienen a golpear la puerta y salir corriendo, según las palabras del joven miembro de Turk.

Golpeó una, dos, tres veces. Cuando nadie contestó, volvió a llamar, estas tres veces mucho más fuerte. Tenía poca paciencia, y no quería creerse que un tipo cuya edad era más cercana a los cincuenta que a los cuarenta había salido a dar un alegre paseo por un parque que no existía con los hijos que no tenía.

Sacó una materia amarilla del alejado bolsillo de su larga cazadora, que centelleó en contacto con sus huesudos dedos.

- Tú lo has querido, Bryce – dijo al tiempo que cargaba el puño hacia atrás.

Justo en ese momento se abrió la puerta.

Limpiándose los ennegrecidos dedos con un manchado pañuelo de papel se encontraba un hombre ancho de espaldas, cargado de hombros y rostro poco agraciado. Tenía una fea herida vieja a la altura de la ceja izquierda, y manos tan grandes que podía haber cogido al joven por la cara y cubrírsela completamente. La negra perilla estaba cubierta de un fino polvillo del color del carbón, al igual que un trozo de mejilla. Llevaba el pelo bastante enmarañado, y la piel áspera.

Los profundos ojos azul oscuro escrutaban con poca simpatía al hombre, y con menos gracia la materia.

- Tú no sabes cómo se ponen mis manos de carboncillo, no querrás que vaya dejando todo hecho un asco.
- Cualquiera diría que esto hubiera empeorado mucho – el recién llegado a Turk entró sin esperar una invitación, y se lanzó sin mucha educación sobre el sillón de alto respaldo y bajo asiento, quedando su espalda apoyada sobre un reposabrazos y sus piernas sobre el otro, dejando sus zapatos de marca colgando sobre el suelo.
- ¿En serio pensabas tirarme la puerta, hijo de puta? – se pasó el pañuelo por la perilla, extendiendo el polvillo por toda la mejilla derecha. Varias pasadas más lo difuminaron, dejando una leve mancha negra convertida en una extensión de color gris suave.
- ¿Y qué coño querías que hiciera, mamón? Me debes un mes, y hoy te toca pagar otro – encendió un cigarro sin pedir permiso alguno - ¿Tienes mi pasta?
- No. Tengo doscientos, pero no sé de dónde coño voy a sacar otros cuatrocientos para dentro de un mes – abrió un cajón, y sacó un sobre abultado del que se adivinaban varias monedas pequeñas y alguna grande.
- Para dentro de una semana, capullo – inspiró una amplia calada, poniendo una cara rara que mezclaba una expresión de placer y “me están apretando tanto los huevos que me van a estallar” – Dentro de ocho días voy a estar aquí para cobrarte esos cuatrocientos machacantes que faltan, más los correspondientes intereses mundanos… Digamos que pongo, no sé, unos ciento cincuenta más.
- ¿Estás loco, cabrón?
- Ixidor, Ixidor, Ixidor… - el turco se levantó del sillón mientras decía aquello, apagando su tabaco empujándolo contra el sillón, dejando una quemadura de bordes negros - ¿Qué prefieres, pagarme o tener que largarte de aquí?
- Preferiría reventarte la puta cara de gilipollas que tienes, pedazo de mamón – apretó el puño derecho estrujando el pañuelo, con los brazos muy estirados.
- ¡Ah! Se siente. ¿Ves esto? – dijo alzando su placa – Agente Quentin Torgle, de la unidad de Turk. ¿Y qué es esto? – se golpeó el pecho - ¡Kevlar! Dios mío, debe ser un estado de excepción… pegarme sería un suicidio. Piénsalo, paleto criachocobos. O me pagas, o me pegas. De una forma u otra, yo gano.
- Hijo de puta… Pago.
- Bien. Veo que dejar las armas por los pinceles te ha dado un bonito cerebro del tamaño de tus pelotas para pensar. Y creo que un cobarde como tú no tiene muchas pelotas, pero suficiente cerebro para él.
- ¡Qué te follen! Si no me tuvieras cogido de los cojones por detrás, haciéndome bailar tu mierda de música, te partiría el cuello. Ya veremos qué ocurre cuando se acabe tu salvoconducto – levantó su dedo índice y lo hincó en la pechera protectora de Quentin – Eres un mierda, maricona.
- Me lo dicen mucho, “soldadito”. Mi novio está encantado de mamármela y decirme guarradas al mismo tiempo. Me pega unos mordisquitos alucinantes, quizás deberías buscar una mujer a la que tirarte.
- Eres una aberración –puso cara de asco al oír aquellas confesiones sobre su vida privada.
- Y tú un subnormal. Ya no estamos en Wutai, ya no estamos en una jungla. Estás en mi territorio, y aquí son mis reglas. Si quiero que saltes, saltas. Si digo que ladres, ladras. Y sobre todo, si pido que pagues, pagas.
- Guau, guau. Te estaré esperando, putita de ojos verdes.
- “Welcome to the jungle, baby”. Más concretamente, a mi jungle.


Alguien llamó a la puerta de metal. Fue un golpe flojo, pero suficientemente audible. Tanto el turco como el artista se giraron en dirección al rítmico sonido.

- ¡Abra, señor Ixidor! Soy Timmy. Vengo a que me cuente más historias.

El turco le lanzó una mirada de incredulidad.

- ¡No me jodas! ¿Tú, soldadito, convertido en mamá?
- Una palabra más y te reviento la cara de gilipollas que tienes.

El turco abrió la puerta, y el niño entró cojeando con su gorra sobre la cabeza calva.

- En fin – el turco encendió un cigarro, el último que quedaba en su paquete, que se vio reducido en cuanto lo arrugó y lo lanzó a una pila llena de productos químicos, donde empezó a arder. – Nos vemos la próxima semana, Bryce. Acuérdate de mi regalo, niñera.

Cerró la puerta tras de sí con un sonoro estruendo, dejando solos a Ixidor el artista y Timmy el niño vagabundo.

- ¿Quién era, señor Ixidor? ¿Es su cumpleaños la próxima semana? – Timmy parecía contento - ¿Va a darle su regalo en una fiesta? ¿Puedo venir?
- Niño, será mejor que cierres la put…

Un disparo silenció al veterano soldado.

A través de la puerta metálica de desconchada laca azul situada en un retirado callejón de la calle Cariátide del sector 5, se podía oír gritos de personas, pero sobre todo a un hombre joven gritando.

- ¿Qué cojones pasa? ¿Qué coño importa un puto negro frente a un hombre de negro?

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El PHS comenzó a vibrar sobre el asiento del copiloto, lanzando intermitentes destellos. Lo cogió, esperando que fuese Paris.

- ¿Diga?
- ¿ Agente Yvette Marie Giulianna Louise de Castellanera e Bruscia? - la voz era de una mujer. Por su tono, parecía la clásica mujer bien educada, de buena formación.
- Sí. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?
- Soy Helen Walter, de la oficina del Fiscal General. Necesitamos su cooperación en una sesión de tribunal.
- ¿Qué me está usted contando? - dijo visiblemente enfadada - ¿Para qué quieren que coopere?
- Para el juicio contra Frank Tombside.

5 comentarios:

Astaroth dijo...

A new challenger approaches!!

Más exacto, es uno de los turcos de nueva hornada que el señor Kurtz está entrenando.

Relato cortito, pero es lo que hay.. No me daba tiempo para más.

dijo...

¡Un jodido turco nazi que escucha a los Guns!

Relato cortito, con un final bastante interesante...Habrá que ver qué preparas para el 200.

Ukio sensei dijo...

Me has dejado el apodo a huevo. Casi puedo oírlo: "Levanta tu patético culo de maricón, Torpe, y coge bien el fusíl, o vaciaré tu inútil calavera con un sacacorchos y unos alicates!"

Que puesto tiene en la lista?

PD: No están graduados. No son turcos. De todos modos, me parece bien que vayan fardando y anticipando acontecimientos.

Buen relato.

Frankie lives!!

PD2: Es "AGENTE Yvette Marie Giulianna Louise de Castellanera e Bruscia"

Anónimo dijo...

Sí, lo de Torpe lo puse a huevo e intencionado xD

¿Puesto? Ponle el que quieras, de los últimos a ser posible.

PD: Cierto, lo de Agente se me ha pasado.

PD2: No me conecto, estoy en clase desde un iMac.

Astaroth

Ukio sensei dijo...

Venga, Astaroth, tu puedes! Sigue la racha! Ahora, a por Rutas!!