miércoles, 4 de noviembre de 2009

193

Han se limitaba a esperar instrucciones. Ni siquiera pensaba acerca de ello. Kurtz acababa de sentarse, y les había dado órdenes de ir hasta su propia casa. Bien. Sin problema. Media hora de conducción relajada, sin llamar la atención y a ver como se resuelve esto. No lo quiso reconocer, pero se sintió aliviado al ver que esto se podría solucionar sin tiros.

- Han, estoy cambiando de idea… ¿Podemos ir a tu taller?
- Por mí… - Respondió el piloto.
- Bien, he dejado ahí la moto. – Rolf levantó la vista al oír a Paris. Su moto, la que él le había regalado. Miró a su lado y vio a Kurtz, aún apuntando a Paris a través del respaldo de su asiento. El turco sabía fingir como un auténtico maestro. Nadie se había dado cuenta de que el muy cabrón permanecía atento para ser el único que saliese con vida del coche si fuese necesario.


El Fenrir serpenteaba entre el tráfico, superando ligeramente el límite de velocidad. El motor hacía un ruido bastante brusco, la suspensión no era suave y el habitáculo mucho más incómodo al del Cavalier al que se habían acostumbrado, pero Han estaba igualmente feliz. Poco a poco las calles fueron empeorando, mientras el coche se adentraba más y más en los suburbios, hasta llegar al garaje. El piloto se bajó para abrir la puerta y volvió a entrar para meter el coche. Una vez dentro, mientras Han apagaba el motor, Kurtz dio un toque a Paris en el hombro, antes de que se quitase el cinturón.

- Póntelas a la espalda. – Dijo, mientras arrojaba unas esposas sobre su regazo.
- Kurtz, ¿Qué broma es est…? ¡¿Qué?! – El turco se movió rápidamente, pegando un tirón del cinturón de seguridad y atrapando a Paris en el asiento.
- ¡Kurtz! ¿Qué cojones estás haciendo?
- Resolver este puto lío. – Respondió el turco. – Y por cierto, rubiales, te estoy apuntando con una pistola. Ni tú puedes esquivarme con estas condiciones. – Paris bajó la frente y cogió las esposas. Sintió el peso de su pistola en la cadera, y el de Katherinna a la espalda.
- No te entiendo… - Dijo mientras acataba las órdenes. No lo entendía, pero sospechaba lo que había pasado. A sus espaldas sonó el ruido de las esposas al cerrarse.
- ¿Se las ha puesto, Han?
- Si… - Respondió el piloto, mientras lo comprobaba.
- Mas te vale no mentirme, chaval, o ni tú ni yo saldremos de aquí con vida. – Soltó el cinturón y lo desenganchó, liberando al asesino. – Baja.

Paris Obedeció, entorpecido por las esposas. Han fue detrás, con las manos en alto, azuzado por un gesto de la mano de Kurtz. Los hizo ponerse el uno al lado del otro y entonces algo brilló en el interior de su cazadora: La materia Terra hizo moverse el cemento bajo los pies de ambos, aprisionándolos. Entonces, salió el turco, e instó a punta de pistola a Rolf a salir y colocarse junto a los otros dos, donde fue sometido al mismo proceso.

- Paris, quítate la cazadora. Luego metéis todos la artillería dentro y la arrojáis hacia ese lado. – Indicó con la mano libre. – Materia incluida, por supuesto.
- Jonás, no entiendo a que viene esto. – Dijo Paris, preocupado.
- ¡Venga ya! – Bufó Rolf a su lado. – Tú lo sabes, yo lo sé y ahora también lo sabe Kurtz. – Paris enrojeció a causa de la Ira. Se sentía traicionado. En un primer impulso fue a golpear a Rolf, cuando lo detuvo el sonido de un disparo, contenido por silenciador.
- Hijo de puta, traidor… - Murmuró el asesino sin apartar la mirada de Kurtz.
- No lo culpes, Paris. – Intervino el turco, extrañamente conciliador. - Lo único que Rolf sabía era que no tenía posibilidades de salir con vida, pero si lo que me ha dicho es cierto, tiene un motivo para creer que se está metiendo en un fregao de cojones y querer salir de ahí deshaciéndose de nosotros.
- Pues me gustaría oírlo… - Han se adelantó, con cinismo. Paris no dijo nada, pero sus gestos evidenciaban que él mismo lo iba entendiendo antes de que nadie dijese nada.
- Han, ven conmigo. – Dijo Kurtz, mientras usaba la magia para liberar al piloto. Traeme las armas de Paris.

Han cacheó al asesino, que entre ira contenida, se dejó desarmar. Su Starlight, su daga y unas cuantas materias acabaron en su propia cazadora, que fue depositada fuera de su alcance. Han dejó una navaja multiusos y luego siguió a Kurtz hasta el fondo del taller. Avanzaron en silencio, el turco caminando de espaldas para no perder de vista a los otros dos. Se detuvieron frente a una mesa de trabajo donde había una vieja radio, que Kurtz encendió a bastante volumen.

- Dependen de ti.
- ¿Puedo preguntar qué pasa? – Insistió Han. - ¿Y por qué dependen de mí?
- Piensa: Rolf ha sentido la necesidad de matarnos a los tres, porque nos vio como una amenaza. ¿Tú eres una amenaza?
- ¡Joder! ¡Le quiero partir la cara, pero tampoco es como para volarme la cabeza! – Protestó, y siguió la deducción. – Quedáis Paris y tú, tío. Tú eres turco, de modo que decir que tú estás con Shin-Ra… Nada nuevo bajo el sol, vamos. Queda Paris.
- ¿Y entiendes mi situación?
- Si: Sabes que Paris tiene un secreto jodido que no me quieres decir, y temes que Rolf vuelva a intentar volarte la cabeza. Como el pringao del piloto solo ha disparado en videojuegos, no lo considero ni amenaza, ¿no? – Rió, sin desprenderse del sarcasmo. – Pero no cuela, tío.
- ¿No cuela? – El turco alzó una ceja.
- Soy un testigo. Estas haciendo esto de forma demasiado profesional como para dejarme libre.
- Hay una salida, y por eso dependen de ti. Necesito confiar en ti, Han. Necesito obtener toda la información posible sobre estos dos, y poder decidir con las cartas al descubierto: Necesito hablar con Fixer.
- ¡Ah, bien, vale! ¡Maravilloso! ¿Solo esa tontería? – Gritó, con un falso tono de buen humor. – Y… ¿Quién cojones es Fixer? ¿Dónde lo encuentro? ¿Cómo lo reconozco? ¿Cómo lo traigo?
- ¡No levantes la voz, idiota! – Lo reprimió el turco, apuntándole con la pistola, lo que casi fue un conjuro de mudez. – Es simple: Cojes el PHS, lo llamas hasta que responda y lo traes en tu coche. Que se traiga toda la información que tenga sobre nosotros. ¡Y no se te ocurra intentar huír!
- Tranquilo, tío…
- ¡Hablo en serio, cabronazo! – Susurró el turco, entrecerrando los ojos y pegándose al piloto de forma intimidante. – Si desapareces, te encontraré y te haré desaparecer otra vez. Después a tu mentor, el vejete del taller, y su perro. Luego tu hermano, el camarero marica, tus compañeros de las carreras de coches y tu grupo de música. ¿Me crees?
- Joder, Kurtz…
- Entenderé eso como un sí. Ya sabes: Si vuelves, puede que mueras. Si te vas, te llevarás a quince personas contigo.



- Me has jodido… - Murmuraba Paris, sintiéndose estúpido por haber confiado en el tirador.
- ¡Que te den! – Respondió Rolf, sin molestarse. – ¡Tú y tus mierdas de secretos! ¿Por qué no lo dijiste cuando tuviste oportunidad?
- ¿Crees que es tan fácil? ¡Seguro que para ti sí, largando mierda sobre los demás y desentendiéndote! – Acusó el asesino.
- Mira, por lo que sé de ese amable señor de la pistola, si hubieses ido a la cara, ahora no estaríamos aquí a punto de morir en este agujero de mierda. – Rolf mostraba una frialdad que rayaba lo inhumano. Prácticamente asumía la fatalidad de su destino e intentaba mantener toda la entereza y concentración posibles.
- ¡Dijiste que lo entendías! ¿Por qué quisiste matarme?
- Porque surgieron cosas nuevas que ya no entendía, mi querida rubia tonta. – Respondió con sorna insultante el tirador. - ¿Recuerdas cuando leí ese dossier sobre Kurtz en tu casa?
- Si.
- ¿Recuerdas los años en blanco?
- ¡Vete al puto grano!
- Pues yo he descubierto que pasó entonces… - Empezó a decir Rolf, pero se cayó de golpe. Paris siguió su mirada hacia el turco, que caminaba lentamente hacia ellos, quitando el seguro a su pistola.



- Paris. Quítate la camiseta.
- Jonás… - Dijo el aludido, con los ojos abiertos de par en par. Sentía miedo y confusión. El hombre que tenía ante él volvía a ser igual al que le había apoyado una navaja en la garganta, meses atrás en el sótano de un generador Mako. – Jonás, soy tu amigo…
- No intentes ganar tiempo, Paris. – Respondió el turco con frialdad. – Te aseguro que cada segundo que logres arañar será un segundo muy doloroso. Quítate la camiseta. ¡Ahora!
Paris obedeció. Retiró su camiseta, de color azul marino, y la sostuvo en la mano, echando los hombros hacia atrás, de modo que pudiese leerse claramente.

SHIN-RA
-----------
BALANCE #02

Kurtz reaccionó muy mal. Por muchos motivos, había albergado la esperanza de que Rolf hubiese mentido para salvar su despreciable pellejo, pero una parte de su interior le decía que no era así. La gente normal no esquivaba balas ni metralla de granada. La gente normal no tenía una hermana muerta de la que se negaba a hablar, y por último, la gente normal no iba por ahí cometiendo asesinatos para vengarse. Jonás dejó ir su ira, arremetiendo contra piezas destrozadas, contra un viejo coche abollado, tirado en una esquina del taller, a medio desmontar, o contra lo que fuese. Gritó de rabia, y arremetió a golpes contra la pared con una tubería de metal hasta que esta se hubo doblado. Le dolían las manos y sentía los brazos entumecidos, pero todas esas sensaciones se quedaban en nada contra la rabia de sentirse engañado. Contra la impotencia de todos esos meses en la inconsciencia, y especialmente contra la preocupación: Paris conocía a Aang. Si trabajaba para Shin-Ra, entonces Shin-Ra también conocía a Aang.
Tiró al suelo la barra de hierro. Tan torcida no serviría demasiado bien a sus propósitos. Abrió el armario de las herramientas y sonrió con malicia al encontrar en su interior lo que buscaba. Luego, se encaminó a zancadas hacia Paris.

- ¿Te acuerdas de esto, rubiales? – Dijo mientras descargaba una llave inglesa de gran tamaño contra el vientre del asesino. Lanzó varias estocadas con ella, pero este las apartó con sus manos aún esposadas.
- ¡Jonás! ¡Por favor! – Suplicó este, sintiendo con gran dolor los impactos de la llave en sus manos. - ¡Para!
- ¡Una mierda! – Bramó y golpeó de nuevo. – ¡Maldito follaperros mentiroso!
- ¡Te lo contaré todo! – Jonás se detuvo.
- ¿Todo? – Preguntó, alzando una ceja.
- ¡Si! ¡Por favor! ¡No hay necesidad de esto!
- ¡Tarde! – La llave impactó contra el brazo derecho del joven, en un contundente revés que lo derribó y lo lanzó contra Rolf, que cayó a su vez. Paris intentó levantarse, pero el pesado pie de Kurtz apareció sobre su pecho, inmovilizándolo contra el suelo. Ante sus ojos, la pesada herramienta oscilaba como la espada de Damocles, antes de estallar contra el suelo, a apenas dos centímetros de su oído. - ¿Cuál es la diferencia entre haber hablado hace meses y hacerlo ahora?
- Jonás… - Suplicó una vez más el asesino.
- La diferencia, pequeño Paris, es que entonces, habrías sido un compañero… Un amigo, confiando en mí el más oscuro de sus secretos. Contándolo ahora, no tengo garantías de que esto no sea una mentira rápida para salvarte.
- ¡Tú tienes tus propios secretos! ¡Yo los respeté! – Protestó Paris. Kurtz sonrió, de esa forma tan desagradable que solo él sabía, y cargó todo su peso sobre el pecho de Paris.
- Tú me reclutaste a mí y aceptaste mis condiciones.
- ¡Y tú las mías, turco! – Intervino Rolf. - ¡Creía que todos tendríamos intimi… Ough! – La pesada cabeza de la llave inglesa se hundió en el estómago del tirador, que de repente se vio intentando recuperar el aire, mientras una arcada subía por su garganta.
- El problema es que ahora mismo soy un hombre de familia ocupado, y ninguno de vosotros, pedazos de mierda, vale ni una puta mirada de mi novia. Así que si creéis que no os mataré para asegurarme de que vivo para volver a verla, es que no os hacéis a la idea de lo que va a pasar aquí.




Desde su piso en los suburbios, Kowalsky tenía la mirada perdida, a través de la ventana. Caprice estaba a su lado, tomando la mano del periodista entre las suyas. En las noticias podían ver la lluvia cayendo esa noche sobre las obras megalíticas que llevaban meses organizando alrededor del edificio Shin-Ra. Un día absolutamente depresivo.
Lo único que había supuesto un leve alivio era que Daphne había dejado de sollozar, aunque aún no se había asomado fuera de su cuarto. Caprice se puso en pié y empezó a caminar hacia la cocina.

- Quizás debería ir yo… - Propuso Kazuro.
- No. – Respondió su novia, mientras reaparecía camino del cuarto de Daphne, con pañuelos de papel y helado en la mano. – Cosas de chicas. – Se sorprendió a sí misma, por lo que estaba diciendo y por la persona de la que lo decía.
- Ya, pero Rolf también es mi amigo, y…
- En serio, Kazuro. Yo me ocupo. – Caprice le dedicó una cálida sonrisa que le hizo sentirse un poco más optimista. – Tú mira a la caja tonta o coge mi portátil. Hay que averiguar que pasa ahí fuera.



Sentada al volante de su deportivo rojo, Yvette veía a Harlan caminando hacia casa, mientras Amira y Rubanza la saludaban desde la ventana. Ella apenas les devolvió un gesto distraído con una mano, mientras con la otra pulsaba una vez más la tecla de llamada. Por lo visto, a Paris se lo había tragado la tierra. Cortó la llamada y se quedó mirando al aparato, pensando en intentarlo una vez más. Con esa serían ya ocho. Despacio, dejó caer al PHS sobre el asiento de copiloto y arrancó el potente motor, incorporándose despacio al tráfico de Midgar.




La mesa estaba preparada, cuando el pequeño grupo de música de cámara que interpretaba piezas clásicas desde su equipo de alta fidelidad sufrió un leve salto de estática. Algo acababa de “tropezar” con las ondas de radio, causando una turbación en el programa. Tomó su PHS y lo encontró vacío de toda actividad. Ni llamadas, ni mensajes de texto, ni triste spam. Con un suspiro, asumió que solo podía ser su “teléfono rojo”. Un aparato irrastreable, protegido por todo un baluarte de cortafuegos y contramedidas electrónicas que hacía prácticamente imposible a la mayoría de los expertos en telecomunicaciones intervenir ese PHS. Sin embargo, ahí estaba, sonando, con las iniciales HPC en su pantalla táctil. Dejó su mesa bien puesta, y su pequeña tartera plateada emitiendo calor desde el centro, sobre un elegante salvamanteles de madera de olivo.
Caminó despacio, con cierto fastidio, los metros que lo separaban hasta una librería llena de ejemplares antiguos que decoraba el fondo del salón. Con las puntas de los dedos, apartó un panel artificial, compuesto por falsos libros, tras el que se ocultaba una pequeña caja de seguridad que sobresalía de la pared. En ese momento, las interferencias se detuvieron, haciéndole detenerse en seco. Miró hacia un lado y otro, confundido, cuando el sonido se reinició. Apretó los labios con fastidio y abrió la puerta, aceptando la llamada.

- Buenas noches, señor Parker.
- Corta el rollo, tío. Eres tú, ¿verdad?
- Independientemente de quien yo sea, la respuesta a esa pregunta siempre podría ser “si”. Pero sí, señor Parker. Soy yo.
- Fixer. – Insistió
- Si: Fixer. – Respondió con fastidio el aludido. – ¿Quiere poner un anuncio? ¡Soy Fixer!
- Bueno. Si no le vale, dígame su apellido y le dispensaré el mismo trato que recibo, señor… - El piloto dejó ese silencio típico para que alguien se presente. Hizo al hacker sentirse enormemente incómodo.
- Discúlpeme. – Dijo mientras se masajeaba las sienes con el índice y el pulgar. – Me encuentra usted a punto de cenar, aunque reconozco que ya no es precisamente temprano. ¿Tendría la amabilidad de ser breve?
- ¡Brevísimo! – Exclamó el piloto. – Mete la cena en un trasto hermético, recoge tu ordenador con nuestros historiales y dime donde tengo que recogerte. – Fixer se quedó un rato en silencio, antes de responder.
- Sintiéndolo por mi cena, señor, quizás podría ser un poco menos breve. ¿Dónde está el fuego?
- Pues probablemente en la colección de materias de Kurtz: Rolf acaba de intentar matarnos a todos, y por lo visto ha destapado algo muy duro sobre Paris.Ahora mismo están en mi garaje, jugando a la del poli malo, poli peor, y supongo que o se le cuenta al jefe algo que lo tranquilice, o nuestra pequeña hermandad de la justicia acabará en unas cuantas bolsas para cadáveres.

Fixer tenía las pupilas dilatadas por el miedo, y la espalda y la frente cubiertas por un sudor gélido. Conocía a Kurtz de sobra, y la situación ante la que se encontraba ahora no era halagüeña en absoluto: Scar ahora mismo estaría interrogando a esos dos pobres desgraciados, y él era el único que podía salvarlos. Sin embargo, para tan elevado propósito tendría que sacrificar su mejor baza dentro del grupo: El anonimato. Fuera de él, de la distancia y de la informática de por medio, sus posibilidades de supervivencia serían las de un herbívoro herido en la cueva del depredador.

- Esquina Antoleón con Natak. – Repitió el piloto las palabras que acababa de oír. – Sector tres, placa superior. Bien. Tardaré quince minutos.

Fixer se quedó en silencio. No fue consciente de que había aceptado hasta oír al piloto repetirle la dirección que él mismo había dado en su estupor. Con el gesto descompuesto, miró de nuevo la pantalla del PHS, encontrándose con que su interlocutor había cortado. Los minutos seguían transcurriendo en el reloj digital del aparato, dejando cada vez más lejos la llamada. Fixer suspiró, y entró en la cocina en busca de algún recipiente con el que transportar su cena.



Han miraba con los ojos desorbitados a la extraña figura que estaba entrando en su Fenrir. Sus movimientos eran pausados y muy torpes, costándole horrores introducirse por la puerta o tan solo agacharse lo suficiente para ocupar el bajo asiento del deportivo.

- Tío… Ni de lejos te imaginaba así.
- Lamento enormemente decepcionarle, Parker…
- Llámame Han.
- Muy bien, Han. – Respondió el pasajero, respirando pesadamente en cuanto hubo ocupado su asiento. – Usted llámeme Fixer, por favor. No creo que tarde en averiguar mi nombre, aunque me gustaría posponer ese momento todo lo posible. Ahora, tenga la amabilidad de contarme… ¿Qué pasa?
- ¿Eso es comida? – Dijo el piloto, señalando hacia la bolsa que tenía su pasajero en el regazo.
- Si: Mi cena.
- Espero que esté bien cerrada.
- ¿No puedo suplicar por un viaje tranquilo? – Fixer no había olvidado ni un solo segundo de lo que había visto en miles de cámaras de seguridad y reportajes informativos censurados, acerca de la terrorífica destreza de su chofer. De hecho, no podía dejar de recordarlo ahora mismo.
- No. Pero tendremos que ser discretos, así que sin alardes. – Dijo mientras comprobaba el tráfico. - ¿Cinturón?
- Oh, ah, si… - El pasajero encontró al fin el modo de abrocharlo sin soltar la comida. – Y ahora… Cuéntemelo todo.

Han tardó un rato en empezar a hablar. Al principio se limitó a conducir envuelto en un silencio taciturno, dejando que el ruido del motor cubriese su aislamiento. Mientras tanto, su pasajero iba preocupado, con una mano bien firme sobre su bolsa llena de envases y la otra fuertemente sujeta a la agarradera que había sobre su puerta. Esquivaba a los demás conductores, cada vez menos lentos, y cada pocos minutos se veía obligado a soltar el acelerador un buen rato para no llamar la atención más de lo que lo estaba haciendo ya. A su lado, Fixer contuvo una tras otra varias imprecaciones, dejando al piloto avanzar en silencio. Cada vez estaba más preocupado ante la posibilidad de verse envuelto en una escena de tensión sin ningún modo de sobrevivir.

- Se ha vuelto loco, tío… - Fixer en principio buscó algún patrón raro en los demás conductores, pero no tardó nada en darse cuenta de quien le estaban hablando. – Está loco, pero a la vez es perfectamente comprensible, lo que hace que me pregunte si no estaré loco yo también.
- Es posible, Han. – Respondió el hacker. – Al fin y al cabo, aún es pronto para que usted empiece a congeniar con sus captores. Por favor, cuéntemelo desde el principio. – Han lo miró en silencio, medio segundo, como si le costase entender que quería decir.
- Claro… Desde el principio… - Se rascó la mandíbula con los nudillos, antes de responder. – Rolf debe de haber descubierto algo. Algo de Kurtz y de Paris, y lo suficientemente gordo como para que intentase matarnos.
- ¿Usted sabe de qué se trata, Han? – Interrumpió Fixer.
- Bueno… Soltaste mucha mierda en el hospital, pero ha llovido desde eso. No se que pensar.
- Ha dado usted cerca. – Sonrió el pasajero, conteniendo una leve tos. – Por favor, aminore. Necesitamos tiempo para ir preparados.
- Bien… El tema es que Kurtz esperó a Rolf. Nos dijo que le iba a sacar todo y luego se ocuparía de él. Lo hablamos y decidimos que era lo mejor. Habíamos sobrevivido de suerte, y no podíamos arriesgarnos a que se nos acabase. Hasta ahí todo lógico y bonito. El problema es que Rolf debió decir algo a Kurtz que le hizo ponerse en plan inquisidor. Ahora quiere la base de datos de la que salió todo y leer el informe por sí mismo o nos podemos dar por muertos. Los tres… O los cuatro.
- No es ilógico que el señor Kurtz se pusiese así, si no sabía lo de Barans. – Murmuró Fixer.
- Yo no me olvidaría de que Kurtz, Paris y yo vivimos solo porque Rolf falló los tiros.
- Por supuesto, lo estoy teniendo en cuenta, pero déjeme decirle, Han, que los mayores secretos oscuros los tienen Kurtz y Paris. Rolf es un asesino a sueldo, hedonista y algo chabacano para mi gusto, pero de las conversaciones que tengo grabadas, todas las cartas están a la vista.
- Pues entonces, deja de decirme que no hay, tío. Dime que es lo que si hay. – El Fenrir paró al lado del aparcamiento que había alrededor de un restaurante en carretera, a unos doscientos metros del peaje del túnel que descendía hasta los suburbios. Fixer jugueteó con sus propios dedos, moviéndolos nerviosamente. Lucía unos cuantos anillos que recolocó con milimétrica precisión mientras organizaba sus ideas.
- Bien: Escúcheme atentamente, señor Parker. – Dijo recobrando la seriedad, mientras abría el portátil y empezaba a abrir carpetas protegidas con contraseñas de alta seguridad. – El señor Kurtz es un veterano de Wutai. Primero la doscientos ochenta y ocho aerotransportada, y luego la noventa y nueve fantasma. ¿Ha oído hablar de estos escuadrones?
- En mi vida.
- La doscientos ochenta y ocho se ocupa de tareas bastante típicas de la infantería: Saltar tras las líneas enemigas y molestar mientras ganan tiempo para que el grueso principal del ejército pueda llegar para apoyarlos. La noventa y nueve ya es otro tema distinto: Para empezar, no existe. Hay rumores acerca de formas de guerra sucia que Shin-Ra usó en Wutai, pero no hay pruebas, no hay datos, no se sabe nada.
- ¿Y entonces como sabes…?
- Porque siempre hay registros. Siempre quedan datos al borrar, y siempre queda algo que recuperar si se sabe como hacerlo, Han, pero esa es mi magia particular, igual que la suya es… Volar. – Sonrió con complicidad. – La noventa y nueve fantasma podría haber ganado la guerra por sí misma, con sus ataques a suministros, sabotajes o asesinatos. Sin embargo, SOLDADO como fuerza de choque heroica daba mejor impresión de cara al mundo.
- ¿Y Kurtz sigue ahí?
- No, la noventa y nueve no ha vuelto a hacer operaciones desde el asesinato del general Tenkazu, de nombre en clave “sol poniente”. Sus miembros volvieron y se ganan la vida de formas distintas. Hay algunos en Turk, otros en el sector privado y otros se han incorporado a la vida civil. De todos modos, se mantienen sus registros. Lo más curioso es que ninguno conoce el nombre ni el rostro de sus compañeros.
- Es raro… ¿Y Paris?
- Aquí llega lo problemático: Incluso mi información sobre Barans es incompleta, pero al menos se que no es Barans, sino Balance. – El piloto alzó una ceja, reprimiéndose las ganas de interrumpir. – Casi no hay nada al respecto, pero por lo visto Shin-Ra intentó varios proyectos para recuperar algo. Una estirpe o algo, no hay información al respecto, más allá de algunos escuetos memorándums. El señor Balance, o Paris Barans, como lo conoce, apareció de la nada junto a una hermana, en casa de una amable señora llamada Alaina Lys-Carrol. El epítome de la “viejecita afable”.
- ¿Hermana? – Esta vez no pudo contenerse.
- Gemela, muerta hace año y medio. – Han apretó los dientes, como si prestase sus condolencias al asesino, pese a encontrarse este ausente. - ¿Alguna pregunta?
- ¿Paris ha trabajado para Shin-Ra, o hecho algo alguna vez?
- Nada. Nunca. Al menos, no según mis registros, y puedo asegurar que sería imposible encontrar unos más exhaustivos.
- Entonces, no hay razón para todo este fregao de mierda… - Suspiró el piloto.
- Así es, suponiendo que Kurtz se conforme con esto. Shyun Tsuun Foo Aang acaba de entrar en su sexto mes de embarazo. Toda esa paranoia defensiva no deja de ser comprensibl… - El piloto abrió la puerta de golpe y salió del vehículo, rodeándolo y abriendo la puerta del copiloto. - ¿Qué pasa?
- Levántate, Fixer. Ahí tienes la parada de taxis. – Lo sorprendió Han. – No voy a hacerte la putada: No voy a entregarte al verdugo por que sí. Me llevo tu portátil y le enseñaré todo al turco. ¡Si no le gusta, que le jodan!
- ¿Y usted, Han? ¿Va a ir al matadero sin rechistar? - Fixer estaba confundido. Llevaba desde que recibió la llamada del piloto buscando la forma de apaciguar a Kurtz, sin encontrar ninguna idea que le sirviese y ahora iban a dar la cara por él. En ese momento, sintió que había acertado al elegir a que grupo apoyar. Solo quedaba que ellos también se diesen cuenta.
- Tío… Deja de tratarme de usted. Te debo algunas por la última carrerita, ¿no? – Sonrió, aunque tras la seguridad de su gesto se veía claramente la resignación. – Coge tu cena, ve a casa y espera a tener noticias nuestras, ¿vale? ¡Y disfruta eso!

El hacker lo miró en silencio, sintiendo un leve momento de debilidad. ¡Él no estaba hecho para estas escenas de hermandad masculina! Tragó saliva, despacio, y se dio media vuelta mientras rebuscaba en la bolsa. Han podía oírlo respirar pesadamente mientras lo hacía, y esperó en silencio. Esperaba sinceramente que la situación no fuese para tanto, pero la verdad era que tal y como estaban las cosas, no podía saberlo. Entonces Fixer se volvió, tendiéndole un envase de plástico lleno de comida. Su superficie transparente cubierta de vaho indicaba que esta aún estaba caliente.

- Toma, Han. Disfruta tú también de tu cena: Faisán con salsa de trufas de Kalm. – El piloto alzó las cejas, sorprendido.
- Vaya, gracias… - Dijo mientras lo tomaba. Al hacerlo, se sobresaltó al notar el frío plástico de una pistola bajo el envase.
- Encuentra la forma de seguir volando, amigo mío. – El piloto asintió en silencio.
- A ver…

4 comentarios:

dijo...

La verdad es que no sé qué decir, la situación sigue tan jodidamente tensa...Realmente no sé si esto marcha hacia una reconciliación o toma el camino de la tragedia.

Buen relato, esperando el 199.

Ukio sensei dijo...

Eso significa que WIN!!! HAHAHAHAHA

Eld dijo...

Menos mal que Han es rápido si le das un buen coche. Si no, dentro de poco tendremos, en vez de faisán, bistec de tirador con guarnición de melena rubia para cenar xD.

Esperaremos al siguiente a ver cómo se toma Kurtz todo esto...

Astaroth dijo...

Se me ha hecho corto, no sé si porque es corto o porque era bueno y me lo he leído de un tirón.

Sí, EPIC WIN.