domingo, 7 de junio de 2009

176.

Esto que lees no son letras, ni siquiera son palabras. Esto que lees son mis pensamientos, posándose en el papel como lo hace un pétalo de cerezo sobre el agua, alterando con sus ondas el suelo líquido del caudaloso subconsciente.

¿Y si el papel desaparece?

La tinta se desvanecerá, el papel se pudrirá, pero las palabras se grabaran a fuego y secarán el río mientras mi espíritu perviva.

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Estás muerta, no importa cuánto lo intentes, el pétalo en el agua termina marchitando si no tiene raíces.

Regalar flores es algo estúpido. Sólo son reflejos de pensamientos, de emociones…

¿Entonces por qué te gustan tanto?

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Mira tu habitación. La cama, con dos cojines a cada lado, en el centro. Dos estanterías a los lados y un entarimado prodigiosamente pulido.

Está totalmente oscuro y aún así consigues colocarlo con perfecta simetría. Asombroso.

Ni ventanas, ni puertas, este es tu pequeño mundo y no quieres que nadie lo altere. Pero ya no eres así, abandonaste la simetría cuando conociste a Yief.

¿Quién eres tú?

Nadie, no existo materialmente.

¿Qué es lo que quieres?

Nada, sólo estás soñando.

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Encantado de verte nuevo Lucille. Como no me recuerdas no tengo rostro( una curiosa forma de ocultar un trauma. Pero entre tu y yo…Mejor, la verdad es que era muy feo).

¿Te has fijado? No paro de sangrar ahí donde me acuchillaste; si te acercas un poco puedes verme el estómago. Pero bueno, olvidemos eso.

Sí que te acuerdas de este sitio ¿No? Hacía frío esa noche, no nevaba, pero tu mente así lo ha imaginado. La luz de las farolas se reflejaba en cada copo acumulado en aceras y carretera.

Tú caminabas con un paraguas rojo y un grueso abrigo, pero te llevabas las manos a la cara y exhalabas vaho para intentar calentarlas.

Ni siquiera alteraste tu demacrado rostro cuando me viste aparecer de un callejón, ni siquiera dejaste de caminar, ni siquiera notaba tu respiración agitada ni tu pulso acelerado.

No, no, no hace falta que hables, echarías abajo el halo de misterio. Formo parte de tu mente así que se lo mismo que tu.

Te agarré del brazo y te susurré al oído: “Eres muy guapa”. Tenías la mirada perdida y no opusiste resistencia; ni respiración agitada ni pulso acelerado.

Nos adentramos en el callejón y tú dejaste caer el paraguas en un charco, proyectando tonos rojizos sobre la nieve. ¿Cómo podías estar tan calmada?¿Cómo podías dejarte arrastrar por un desconocido hacia un callejón manteniendo aquella mirada perdida en el infinito? Luego lo comprendí, justo después de que me mataras, pero en ese momento tus ojos me ponían extrañamente nervioso.

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-Papá…¿Para quién son esas flores?

-Para tu madre, pequeña.

-¿Va a volver hoy?

-¡No va a volver nunca!

Fue la primera vez que comenzaste a fijarte en las flores.

Un accidente de coche. Tu padre había bebido, pero no más de dos cervezas. No fue culpa suya cuando un loco invadiendo el carril contrario les embistió, pero tu madre murió y él no.

Eras demasiado pequeña para entenderlo, pero tu padre quedó destrozado y se culpaba continuamente por no haber muerto también en aquél accidente.

-¿Papá, cuando cenamos?

Pero él no te contestaba. Se sentaba frente al televisor y se olvidaba de ti.

Fue entonces cuando comenzaste a construir tu habitación simétrica dentro de tu cabeza. Te volviste callada, pragmática y autosuficiente. Con ocho años te viste obligada a aprender a cocinar mientras tu padre comenzaba a coger cierta predilección por el ron.

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-¡Por qué no te mueves zorra!¡No me mires de esa manera!

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Llegó la adolescencia y visitaste a la vecina del piso inferior. La suplicaste que te dejase trabajar en el pequeño supermercado que regentaba dos calles más abajo. Comenzaste a trabajar allí por las tardes y conseguías algo de dinero para que después vieses a tu padre gastándoselo en ron.

A los trece años dejaste de hablarle, era gastar energías en algo inútil y se convirtió rápidamente en algo menos que un fantasma que rondaba la casa.

Tenías pesadillas a diario, como si él fuese un fantasma de verdad y perturbase tus sueños, y siempre despertabas bañada en sudor. En ellas tu padre entraba en la habitación y te violaba gritando el nombre de tu madre.

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Suena el teléfono, debo cogerlo. Pero está todo muy oscuro y el timbre suena muy lejano. Comienzo a correr, mi sombra es blanca. Ya ha sonado cuatro veces y yo consigo verlo a lo lejos. No parezco avanzar casi nada, no importa cuánto lo intente, siempre salta el contestador:

“Lucille, soy Yief, despierta pronto anda.”

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-Joder, hostia puta, qué buena que estás.

A la luz mortecina de aquél callejón me pareciste la chica más bella de todo Midgar. Eh, no me mires así, lo digo en serio. Incluso sentí cierta pena por ti al principio, pero al pensar que te tenía toda para mí no pude resistirme.

Te empujé contra la pared y metí la mano en tus pantalones. Tú no te movías, tenías los brazos caídos y emitías ligeros gemidos.¿Por qué no hacías nada? Tal vez intuías que si te oponías iba a ser peor, o tal vez te estaba gustando de verdad. Vaaale, ya se que ése no era el caso.

No sabes lo burro que me puse cuando descubrí que eras virgen, un latigazo me recorrió toda la columna al pensar que te iba a otorgar un gran regalo. Me sentí joven de nuevo.

Pero había algo que me seguía causando repulsión, algo innatural que no dejaba de mirarme a través de aquellos apagados ojos; algo que, aunque pareciese irrelevante para la ocasión, no me permitía estar todo lo a gusto que quería.

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Hasta que un día la pesadilla se hizo realidad. Resulta irónico que tal sueño se convirtiese en una pesadilla tan palpable y desagradable como una barra de centelleante y ardiente hierro.

Entró en tu habitación con gran estrépito, apestando a alcohol y con un cuchillo en la mano izquierda. Se acercó a la cama y te acarició el sedoso pelo, desparramado con inocencia sobre la almohada como un torrente de agua oscura.

Tú tenías los ojos cerrados pero no estabas dormida; respirabas entrecortadamente y temblabas de arriba abajo.

-Lucy, cariño, la pequeña ya está durmiendo. Podríamos…Ya sabes. He traído esas rosas de Kalm que tanto te gustan.

Estaba totalmente trastornado. Su esponjoso y ebrio cerebro no discernía entre realidad o imaginación, danzando entre bucólicas y perversas fantasías y las sombras de la muerte. Había perdido la cordura y te confundía con tu madre. ¿Crees que el destino jugó contigo y te puso un nombre tan parecido al de ella para este preciso momento?

Viendo que las cosas empeoraban, intentaste levantar tu frágil cuerpo, pero él te aferró las muñecas contra la almohada. Pasó a una actitud más ofensiva y atrapó tus piernas colocándose a horcajadas. Tú llorabas porque sabías lo que iba a ocurrir, lo habías soñado cientos de veces.

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Te agarré del brazo y te susurré: “Eres muy guapa”

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De un tirón te arrancó la parte de arriba del pijama con detalles de flores de cerezo. Tu madurez precoz se hacía palpable en el comportamiento, pero tu cuerpo aún era el de una joven en transformación; las caderas no habían ensanchado demasiado y los pechos apenas eran grandes.

Te tocaba con su vasta mano derecha mientras se masturbaba con la otra. Tu propio cuerpo sentía ardor, pero tú lo interpretabas como dolor. Odiabas a tu padre con la fuerza de un espíritu cósmico y devastador; por haber matado a Lucy, por olvidarse de ti y más aún por tener el valor de poner la mano encima a una chica de trece años que además era su hija.

Él se masturbaba porque no tenía prisa, porque pensaba que te tendría para siempre, que utilizaría el momento oportuno para hacerte una mujer de verdad.

Cogiste el cuchillo, olvidado en un lascivo descuido entre las sábanas, y no lo dudaste. La hoja se hundió en su pecho, pasando por el hueco de dos costillas. Él profirió un grotesco quejido y en un último estertor eyaculó sobre tu vientre; después murió a tu lado, desangrándose entre sudadas sábanas.

Da igual que lo hubieses matado ¿no? Al fin y al cabo, el espíritu que le había invadido había llevado a cabo su misión. Te había mancillado igualmente aunque no llegó a penetrarte. Pero el viscoso líquido que reposaba en tu abdomen, sobre tu tersa y juvenil piel, con repulsivo calor, era la marca de la atrocidad que puede llegar a cometer un ser humano.

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No nevaba, pero tu mente así lo ha imaginado.

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El brillo perspicaz y picaresco de tus ojos que mostrabas al resto del mundo desapareció por completo y las lágrimas que surcaban tu rostro no parecían reflejar luz alguna.

Te pusiste de nuevo la parte de arriba del pijama. Dejaste el cuerpo de tu padre sobre la cama y saliste de la habitación. En la entrada, sobre una pequeña mesa, había un florero con un ramo de rosas verdaderamente bellas; tenían el haz de un rojo intenso y el envés de un pálido blanco. Te pusiste un grueso abrigo, cogiste un paraguas y acariciaste uno de los pétalos. También metiste el cuchillo del parricidio en un bolsillo interior del abrigo, pero tus movimientos eran tan innaturales y sonámbulos que ni siquiera te diste cuenta.

-Voy a dar una vuelta mamá, enseguida vuelvo.

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Me bajé los pantalones, te levanté una pierna y entré en ti con frenesí. Sangraste, como es natural, pero no hiciste mueca alguna que denotase dolor o sufrimiento. Con una mano sujetaba tu pierna derecha y con la otra apretaba el pecho opuesto con fuerza.

-¡Por que no te mueves zorra! ¡No me mires de esa manera!

La situación estaba perdiendo todo el encanto y me estabas poniendo enfermo.

Te tiré al suelo y quedaste boca arriba, con la cremallera del abrigo bajada y los botones del pijama arrancados. Me arrodillé y aparté tus piernas aferrándote los muslos(bendita sea la flexibilidad de las muchachas).

Comencé de nuevo con el movimiento pendular y tú ahora mirabas al cielo, con la boca entreabierta pero con la misma mirada vacía.

Ahora te imaginas que ese día caían pesados copos de nieve y que tu espalda ardía por culpa del gélido suelo, pero la realidad fue mucho más escabrosa: había cristales en el suelo y te desgarraban la piel a cada vaivén.

Yo no sabía dónde agarrar, me sentía extasiado. Estiraba todos los huesos de las manos, me movía continuamente, me colocaba de puntillas…Todo era perfecto para mí si no fuese por que me mirabas de aquella manera. Estiré tus piernas en ángulo recto y te mordí el talón de tu pie izquierdo; tampoco diste muestras de dolor.

¡Pero di algo puta!¡Gime, grita, pide socorro, haz algo!

Entonces me pareció oir un leve susurro saliendo de tus mortecinos labios, repitiéndolo una y otra vez. Eché el cuerpo hacia delante y seguí moviéndome apoyando las manos a los lados de tu cabeza. Poco a poco, acerqué la oreja para ver qué murmurabas.

-Voy a dar una vuelta mamá, enseguida vuelvo….Voy a dar una vuelta mamá, enseguida…

Puta loca, ¿Qué hacías hablando sóla sobre tu madre cuando te estaba violando? Eso me cabreó mucho, así que te pegué un fuerte puñetazo en la cara. Tú seguiste murmurando mientras el carillo izquierdo se amorataba , entonces sentí un escalofrío. Ya no era esa mirada carente de sentimientos ni que no hicieses nada, era ese aura siniestra que emanabas y me contaminaba con gelatinosos brazos, haciéndome perder el juicio.

Abarqué prácticamente toda tu cara con la mano y comencé a golpearte contra el duro adoquinado, haciendo saltar minúsculas esquirlas de cráneo; ya no me importaba follar, quería acabar con la maldición que cernías sobre mi.

Fue tan rápido que apenas pude darme cuenta. Introdujiste la mano en el abrigo y sacaste un cuchillo que acabó hurgando en mi estómago. Si no me hubiese apartado ligeramente estoy seguro que esa puñalada iba directamente al corazón.

Aunque bueno, al fin y al cabo me dio lo mismo. La sangre me salía a borbotones y taparme la herida con las manos no hacía mucho. Tú te levantaste como si de un espectro vengador se tratase y hundiste la hoja del arma quince veces más.

Ahora que estoy muerto…¿Puedo preguntarte una cosa? ¿De verdad fallaste esa puñalada? Parecías obsesionada y turbada por dañarme en ese sitio. Fue por tu padre ¿no? Por haberse corrido en tu vientre. No recuerdas mi cara porque cuando te violé pensabas que seguía siendo tu padre, pensabas que había escapado de casa y quería rematar el trabajo.

Lo siento, lo siento de veras. Pagué por ello pero hasta hoy no supe el daño que en realidad te hice.

Cuando caí desplomado tuve miedo de ti, de frente, tan imponente y terrorífica. Tú sugeriste una leve sonrisa que se convirtió en un gesto macabro que me acompañaría hasta las insondables sombras del infierno.

Mientras moría, tú veías una rosa de Kalm en el suelo; con sangrientos pétalos desparramándose sobre la pálida nieve. Pétalos que se deshacían lenta y pesadamente.

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Es más, no hay más que ver tu nuevo piso. Hace años tu cuarto era cerrado y angosto, ahora vas y te compras un loft. Fuera paredes, fuera puertas, fuera barreras. Lo hiciste en un intento de borrar tus recuerdos, de pasar página; y parece que ha dado buen resultado, eres feliz con Yief.

¿Qué?¿Qué dices? Oh, ya se que vuestro encuentro fue accidental, pero ahora mismo no te arrepentirías por nada del mundo ¿Verdad?

Lo necesitabas. Años sin vida social, años de sufrimiento, años en los que pensaste en suicidarte. La vida nunca te había tratado bien y qué mejor manera que darla por el culo que intentando superarlo desde lo más bajo. Esa fue la verdadera razón por la que conociste a Yief, aunque luego haya ido mutando a un amor auténtico. ¡Qué sorpresa para ti cuando descubriste que el apellido Vanistroff era bastante ostentoso! Otra razón más para ayudarle. ¿O en realidad lo haces porque no quieres volver a estar sola nunca más?

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Suena el teléfono, debo cogerlo. Sigue estando oscuro, pero mis ojos se acostumbran a las sombras. Danzo entre ellas, pero no se atreven a tocarme; sus gélidas y gelatinosas manos ahora parecen mostrarme respeto.

-¿Crees que ha llegado el momento?

Quiero ver de nuevo a Yief.

Entonces toma el teléfono, llámale y sal de este repugnante abismo de malos recuerdos para siempre.



Se echaba la tarde encima cuando entré en el tren rumbo al hospital. Ya iba a sentarme cuando vi a un joven rubio, abstraído de la humanidad mediante dos auriculares, con una caja de bombones en su regazo.

-Mierda.

La verdad es que fue una gilipollez, pero no quería que aquél joven tuviese la misma idea que yo. Salí corriendo justo antes de que cerrasen las puertas y tiré la caja de dulces, comprada en una pastelería cercana, a una papelera.

-Bien Yief, acabas de malgastar el dinero en unos bombones porque a alguien más se le ha ocurrido tu ingeniosa idea y ahora pierdes el tren-pensé para mis estúpidos adentros.

Entonces la voz gorjeante de una anciana me llamó la atención. Sonaba cercana, pero con un timbre y una monotonía que a la gente que no ahuyentaba la inducía en una sórdida somnolencia. Era un pequeño puesto en el que una mujer mayor, rechoncha y con un pañuelo que le cubría la cabeza, vendía una escasa pero vistosa variedad de flores.

-¿Qué me recomiendas?-la pregunté con condescendencia. Seguro que esa mujer vivía a duras penas bajo techo.

-Oh, un apuesto jovenzuelo-dijo con tremendo carisma. Su sonrisa era radiante pero su ojo derecho, inundado de cataratas, me hizo pasar un instante peliagudo- Llévate estas rosas de Kalm, sin duda.

-Vaya, son preciosas.

-Lo son ¿Verdad? Se ve que eres una bella persona…¿Son para alguna chica?- desde luego su voz ronca te cautivaba como sólo lo sabe hacer una abuela. Una sonrisa más abierta resaltó las arrugas de sus carrillos.

-Así es.

-En ese caso te las regalaré, salao.

-No, no-me excusé con educación. La verdad es que el aura de bondad que irradiaba me estaba hechizando- Permíteme que la pague algo.

-Se siente, el ramo ya está hecho-me replicó ofreciéndome un ramo perfectamente construido. Apenas me había fijado en la rapidez con la que sus expertas manos lo habían formado.

Agarré las flores con extremo cuidado y cuando ella se distrajo un instante, la dejé un par de guiles y me fui corriendo. A mis espaldas pude oír una sonora y envejecida carcajada.

Así que una hora más tarde, me apeé al siguiente tren y me senté con un espléndido ramo de “rosas de Kalm”.

Esta vez dejé el falso traje de turco (obsequio del simpático psicópata) y me puse algo de la ropa que Lucille me regaló. Dudaba que ella tuviera hermano(algún jersey llevaba bordadas iniciales que no correspondían ) pero no me importaba. Ahora llevaba unos apenas usados pantalones vaqueros y una sudadera con capucha gris bastante holgada.

Tenía un presentimiento, una de estas sensaciones que no sabes explicar, que crees que ese día no te va a ocurrir nada malo. Durante el trayecto decidí que me quedaría a dormir en la habitación del hospital, por muy incómoda que fuese la silla.

Cuando las puertas del tren se abrieron, abandoné la fría barra a la que iba sujeto y me despedí de la mujer embarazada a la que cedí mi asiento.

Atravesé las calles con aire distraído, casi como un autómata, admirando el juego que daban las farolas y sus luces proyectadas en curiosos recovecos. Tuve el irrefrenable impulso de contemplar la gran ciudad desde una azotea, con sus colinas de edificios y sus mares de brillos nocturnos durante horas, pero mis pasos se dirigieron hasta el hospital.

Saludé a las enfermeras, que ya me conocían(especialmente Aoi, una chica de Wutai alegre y vivaracha que había convertido en amenos varios de mis días en el edificio), subí las escaleras hasta el tercer piso y anduve hasta la habitación 076.

Abrí la puerta y se me resbaló el ramo de entre los dedos, cuando Lucille me lanzó una suave sonrisa y me contempló con unos ojos llenos luz como una ciudad nocturna vista desde las alturas.

3 comentarios:

Astaroth dijo...

Bueno, esta vez voy a ser menos permisivo que otras veces:

Muchísimas faltas de ortografía y puntuación, demasiadas para las que suelen escaparse. Corrije eso antes de que te ponga dictados.

Los diálogos de Lucille deberían tener un guión o algo, debería notarse más ese énfasis en la comunicación. Han sido unos sueños y recuerdos muy poco bizarros y recargados de detalle. También hubiera sido de agradecer conocer algo más de ella, que la información ha ido viniendo poquito a poquito.

dijo...

Le echado una ojeada, espero haber corregido todo porque es algo que en realidad detesto y me jode cometerlas.

Primero: ha sido muy extraño para mí escribir en segunda persona, así que tal vez no haya conseguido el resultado esperado.
Segundo: También pretendía que fuese un tanto abstracto para el lector, recargando ciertos simbolismos, pero, como antes, si no ha parecido dar resultado, me jodo.
Y ya para terminar: Tranquilo, viendo la lista de turnos, creo tener relatos de sobra para que Lucille de rienda suelta a su vida.

Ukio sensei dijo...

La verdad es que me ha dejado con ganas de ponerme introspectivo yo también y escribir algo así. De hecho, podría ponerme a ello ya mismo. Lástima que aún falte para mi turno.

Realmente, me puedo permitir un One Shot?