lunes, 30 de marzo de 2009

163

Como cada día laboral, volver a casa en un transporte que se moviera por la calzada era una labor titánica, pero esta vez resultaba incluso peor. La saturación del tráfico era impresionante, el bullicio emitido por la aglomeración de motores de coches, camiones, motos, autobuses y demás medios de transporte se unía a la amalgama de pitidos, improperios y vejaciones que los desafortunados conductores emitían sin cesar para descargar su ira. Una colisión de un Vogla Kleinen 200 (Más conocido coloquialmente como “Escarabajo”) contra una farola debido a un elevado nivel de alcohol en sangre por parte del ahora difunto conductor había reducido la vía principal del sector 6 a dos carriles en lugar de los tres habituales. El cuello de botella, sumado a la inmensa marea de vehículos hacía que muchos se preguntaran si llegarían a cenar a casa. Desde la acera, dos mujeres entradas ya en años que portaban sendos carritos de la compra de colores chillones casi a rebosar comentaban la situación.

- Lo que yo te diga Greta – Comentaba la que parecía mas anciana de las dos, ataviada con un camisón azul marino con lentejuelas blancas y una chaqueta de lana del mismo color. Tenía el pelo teñido de un rojo ocre apagado y calzaba unas alpargatas, dejando ver varias varices. – Cuando yo era joven, tener un vehiculo a cuatro ruedas era algo reservado a unas cuantas familias elegidas, y era mas por demostrar ostentación que otra cosa. Para ir a trabajar mi padre utilizaba el viejo tren o directamente iba andando, no hacia falta tanto armatoste… ¡Fíjate que jaleos se montan gracias a ellos!
- Pero es que para ese entonces la ciudad era mucho más chica Clivia – Respondió su compañera de cháchara, que lucía una camiseta marrón medio oculta bajo una chaqueta de seda negra, dejando ver una cadena de oro de la que colgaba una medallita. Tenía el pelo marrón cortado a media melena y parecía que aun no tenía que ocultar ninguna cana. – Antes andando llegabas a cualquier lado en menos de veinte minutos, te estoy hablando de cuando casi ni existían lo que ahora llaman “suburbios”. Esta ciudad cada vez crece más y me da más miedo. Ya nos quitaron el sol, después el atentado terrorista hace que un sector entero esté reducido a ruinas, ahora todo parece ser un caos por esa supuesta roca en el cielo… Cada día hay más alborotos en esta ciudad. ¿No has visto en las noticias la que se ha montado hoy en el hospital del sector uno? Temo por nuestros hijos y nietos, querida.
- Es cierto que los tiempos cambian, pero eso no quita que tanta tecnología se le suba a la gente a la cabeza y se conviertan en unos energú… ¡¿QUE DEMONIOS?¡ ¡Cuidado!

La adrenalina del momento hizo que las hace tiempo entumecidas articulaciones de las dos señoras reaccionaran a tiempo para hacerse a un lado apenas dos segundos antes de que lo que parecía un rayo negro pasara por en medio de la acera. Los gritos de pánico de los transeúntes se unían a los de un tinte mas agresivo de los conductores mientras los primeros corrían o se pegaban a la pared para intentar no ser arrollados por el demente motorista que estaba conduciendo a casi 100 kilómetros por hora por la acera. El casco y la velocidad impedían cualquier tipo de identificación del sujeto, el cual continuó con su reinado de terror hasta que finalmente frenó con un monumental derrape que dejó momentáneamente sordos a todos los situados en veinte metros a la redonda, giró echando el cuerpo hacia la izquierda y se metió por un callejón, pasando justo entre la pared y un contenedor metálico de basura. En la vía principal del sector 6, la mayoría de gente se llevaba la mano al corazón intentando ralentizarlo antes de que les provocara un infarto, mientras que otros ayudaban a levantarse a los que habían tenido que tirarse al suelo para esquivar al infernal motorista.



El sector siete empezaba su transformación de cada día. Las familias felices en busca de paseos a la luz del sol, las parejas buscando el romanticismo del atardecer en lugar del amasijo de metal de la placa superior, las personas paseando a sus mascotas… Poco a poco todos iban desapareciendo para ser reemplazados por individuos que no buscaban precisamente la belleza del lugar, sino las posibles riquezas ocultas bajo toneladas de acero, hormigón y madera. Miles de comercios habían sido aplastados por la placa, pero aun existían pequeños huecos por los cuales colarse en busca de tesoros que ya nadie reclamaría: Unos cuantos guiles en cajas registradoras reventadas, materia que podía haber rodado desde su emplazamiento original a uno más accesible o tal vez alguna joya, sola o en el cuello de un cadáver. Las sombras anónimas se movían manteniendo las distancias entre ellas, había suficiente espacio aprovechable como para no tener que entrar en conflictos de “Yo lo vi primero” con otra gente. Desgraciadamente para muchos de ellos, siempre hay clases: Rufianes menos escrupulosos esperaban ocultos en las salidas del sector a los que no fueran lo suficientemente rápidos o silenciosos, dispuestos a arrebatarles todos los posibles tesoros que pudieran haber encontrado esa noche.

Un par de estos últimos se encontraban apostados ya en la salida principal. Vestían americanas holgadas para que aquellos a los que atracaban pensaran que podían tener mas armas de las que ya exhibían. Uno de ellos fumaba apoyado en la pared mientras el otro observaba los últimos rayos del atardecer esfumarse tras la muralla exterior de la ciudad.

- Sigo pensando que hemos venido demasiado pronto, joder.
- Es lo que hay que hacer si quieres ocupar la salida principal, inepto. – El que fumaba parecía ser el líder. Estaba bastante tranquilo mientras que su compañero se movía de un lado a otro constantemente. – La última vez que vinimos estaban todas ocupadas menos ese hueco de mierda que comunica con el sector seis casi en el borde de la ciudad. Estuvimos tres putas horas esperando y no pasó ni un alma por ahí. Hoy quizá tengamos que esperar siete u ocho, pero la recompensa lo merecerá. Ahora estate quieto y busca algo que hacer durante este tiempo, me estás poniendo nervioso.

Tommy le dedicó una mirada de odio a su compañero. ¿Cómo podía estar tan tranquilo? Claro que por esta salida saldrían mas, pero precisamente por eso sería la mas disputada. Ellos solo llevaban un par de Aegis Cort de contrabando, si se presentaba una competencia lo mas probable es que fueran más y estuvieran mejor armados. Ellos estaban bien escondidos, aunque habían dejado el coche visible para decir que esta zona estaba ocupada. Si alguien entraba ahora en esa zona, era porque estaba dispuesto a matar por ella.

- Hans, ¿Que tal si mejor ocupamos la salida grande al sector 8? La mayoría de la chusma vive ahí, es la segunda salida más concurrida y seguro que nadie se pone a pegar tiros por disputarla pudiendo hacerlo en la principal. ¿Qué me dices? – Una gota de sudor recorrió su frente, Hans no acostumbraba a hacerle caso a la hora de tomar decisiones, pero esta vez confiaba en que temiera tanto por su vida como el.
- ¿En que universo la segunda salida mas concurrida es mejor que la primera, Tommy? – Lanzó el cigarro contra la pared y se acercó a su compañero, cogiéndolo del cuello de la americana. Ese es tu puto problema, eres un rajado de mierda y así no te comerás una puta rosca en este mundillo. Hay que ir a por todas, apuntar a lo más alto. ¡Si te quedas toda tu puta vida conformándote con ser el segundo jamás ganarás nada! ¡Piensa en la de pasta que…!

El sonido de una moto interrumpió su charla, se miraron por un segundo, soltó el cuello de su compañero y sacaron las pistolas. Se pegaron a la pared para escuchar atentamente. El sonido de la moto se hacía cada vez más cercano hasta que finalmente se detuvo a unos treinta metros.

- Ha parado justo al lado de nuestro coche… - Dijo Tommy entre susurros - ¡Por favor! ¡Que piensen que somos cuatro! ¡En una moto solo caben dos!
- ¿Quieres callarte, maldito hijo de puta?

Hubo silencio durante unos cuantos segundos que resultaron eternos para Tommy, después empezó a oírse el eco de las pisadas. Hans se limpió con el dorso de la mano el sudor y finalmente se atrevió a asomar la cabeza para observar al enemigo. Cuando finalmente lo vio, una sonrisa se adueñó de su rostro.

- ¿Qué ves? ¿Qué ves?
- Estamos de suerte… Solo es una persona, y creo que ya se lo que vamos a hacer mientras esperamos a que la chusma empiece a abandonar la zona.
- ¿A que te refieres? – Su voz dejó de temblar, la noticia de que solo fuera una persona le parecía en ese momento la mejor que había recibido en su vida. - ¿Qué vamos a hacer con el?
- No es el… Es ella. – Hans se giró y pronunció aún más su sonrisa – Y es muy bonita.



La figura femenina se acercaba con paso decidido al arco semiderruido que anunciaba el inicio de lo que quedaba del sector siete. Iba vestida con un mono de motorista completamente negro muy ceñido que definía la totalidad su cuerpo, el cual seguía unas proporciones prácticamente perfectas para el canon de belleza común. La parte de atrás de las piernas estaba unida entre sí por un par de tiras de cuero que colgaban a la altura de la unión del muslo con la parte de la rodilla. Se había quitado el casco, el cual estaba asido por su mano izquierda, dejando caer su roja cabellera hasta la altura de los omóplatos. Sus ojos verdes casi parecían tener luz propia, ya que reflejaban la poca iluminación que había en la zona devolviéndola con mas brillo del que tenia inicialmente. El sonido del taconeo de sus botas altas se detuvo junto a ella cuando se encontró con una figura delante suyo, a aproximadamente diez metros.

- Un lugar peligroso para caminar sola a estas horas, jovencita. – El tipo lucía una sonrisa, no era muy alto, un metro sesenta y poco. Incluso sin las botas, la chica sería mas alta que el. - ¿Acaso te has perdido?

La chica no reaccionó, ni siquiera se movió. Su retina giró poco a poco hacia la izquierda hasta un punto casi al límite de su ángulo de visión, descubriendo a otro hombre vestido igual que el anterior apuntándole con una pistola.

- Parece que ya te has dado cuenta de que tengo un compañero. Verás… Nos encontramos muy solos aquí los dos. Y hemos pensado, que ya que tenemos una larga noche por delante, podrías hacernos compañía. – Este también sacó a relucir su Aegis Cort, apuntando a la altura del pecho de la mujer. – ¿Que tal si sueltas ese casco y te acercas mientras pienso cual es la mejor manera de que no nos sintamos tan solos?

La joven siguió inmóvil, hasta que bajó ligeramente la cabeza, dejando que sus cabellos taparan su rostro. Muy lentamente, levantó el brazo con el casco enfrente suyo hasta ponerlo horizontal con respecto al suelo. Y de pronto, para sorpresa de los dos compañeros, sonrió. El resto de lo que pasó, ninguno de los dos llegó a verlo completamente. El casco salió propulsado a una velocidad impresionante hasta acabar impactando en la cabeza del hombre situado a su izquierda. El sonido del golpe fue casi tan brutal como el impacto en si, el cual fracturó al instante el cráneo de Tommy hundiéndolo hacia adentro y clavando parte de el en el lóbulo frontal del cerebro. Sus ojos permanecerían abiertos hasta que alguien le cerrara los párpados, puesto que durante los dos segundos que transcurrieron entre el impacto del casco y su muerte Tommy fue incapaz de hacer funcionar músculo alguno, incluyendo aquellos de movimiento pasivo. Para cuando Hans pudo reaccionar, la joven ya se encontraba a apenas un metro de el, disparó el arma pero en el tiempo que tardó en apretar el gatillo ella se había agachado lo suficiente para esquivar el tiro con creces. Ella apoyó la palma de la mano en el suelo y se impulsó, lanzando una patada a su cuello. El tacón de aguja metálico atravesó su esófago y le impulsó unos tres metros hacia atrás. Mientras Hans intentaba inútilmente respirar y perdía sangre de forma frenética, la mujer se irguió y se sacudió el pelo. Apenas un segundo después, el afilado tacón estaba a escasos milímetros de su ojo izquierdo.

- Ya estoy aquí ¿Has pensado algo, escoria?

Hans intentó gritar algo, sin saber muy bien el qué, pero apenas podía luchar por no ahogarse con su propia hemoglobina. La mujer bajó la pierna hasta golpear el tacón con el suelo, y la mancha que quedó en el suelo, mezcla de sangre, líquido amniótico y sesos se extendió hasta cinco metros en todas las direcciones.





Huir, huir de todo contacto humano, huir de las luces, de la población, de la ciudad. Michael Swanson no había comido y apenas había bebido en dos días, cuando dos hombres vestidos de traje entraron en su casa e intentaron asesinarlo. Había logrado escapar tirándose desde la ventana de su edificio, situado en un principal. La caída le había fracturado el fémur izquierdo, el cual estaba entablillado con un par de trozos de madera atados con su propia camisa. Ahora le estaban buscando, el estaba seguro. La organización no dejaba cabos sueltos, no se permitía errores, por algo existía ese secretismo tan alto a la hora de dar instrucciones. Dos días antes, había pasado un año desde que cometió el primer asesinato a cambio de la esperanza de que su única hija siguiera con vida. Ahora esa esperanza se había desvanecido totalmente, estaba más que claro que le habían tendido una trampa. Su hija sin duda había sido asesinada, tal vez desde el primer día en el que empezó a trabajar para ellos. Lloró sin lágrimas, se le habían acabado. Ahora solo podía pensar en salir de la ciudad, irse lejos, donde nadie pudiera encontrarle. Pero sus actos no correspondían a sus pensamientos, se hallaba encerrado en un minúsculo zulo entre los escombros del sector siete, donde apenas tenía sitio para moverse. No se había atrevido ni a salir en busca de comida y había bebido de un charco putrefacto que se había formado por la lluvia en un recoveco del suelo a la salida de su escondite. El lugar apestaba por el olor a orín y heces, ya que ni siquiera había reunido valor para salir a depositar sus deshechos en otro lado. Su cara estaba ajada y temblaba continuamente por el frío de la noche azotando su torso desnudo. El sonido de sus sollozos se mezclaba con los constantes rugidos de su estómago, el cual reclamaba algo de alimento. Pero Michael estaba demasiado asustado como para moverse de ahí, cualquier ruido le sobresaltaba y le hacía pensar que era su fin. No poseía arma alguna para defenderse, salvo una piedra ligeramente afilada que oprimía con su mano derecha constantemente. Sus ojos estaban irritados porque no había podido dormir más de diez minutos seguidos durante dos días. Su cerebro le decía que si no salía de ese agujero inmundo acabaría muriendo de hambre, de frío o por alguna infección, pero el miedo a ser encontrado se imponía siempre, haciendo que sus ateridos músculos se quedaran en la misma posición, como si fuera a morir si los moviera un solo centímetro.

Su boca estaba pastosa, llevaba casi seis horas sin beber y había estado reuniendo valor durante los últimos veinte minutos para atravesar el escaso metro y medio que lo separaba de la entrada, donde se encontraba el charco. Poco a poco, sus músculos se fueron moviendo con torpeza hasta cubrir esa distancia. Ni siquiera intentó evitar los restos de orín. Con mucha cautela, asomó la cabeza y estiró los labios para beber del inmundo charco. Pero algo se lo impidió, una mano agarró su cuello y tiró de el con una fuerza monstruosa que le sacó por completo de su refugio, haciendo que su cuerpo chocase contra un trozo de una viga de gran tamaño que estaba enfrente del agujero. Michael gritó, presa del miedo y del dolor, levantó la cabeza para ver a su verdugo y descubrió a una joven pelirroja que le miraba con desprecio.

- Numero seis, Michael Swanson. ¿Verdad?
- ¡Piedad! – Suplicó entre sollozos – ¡No diré nada! ¡Me iré de la ciudad y no le contaré nada a nadie! ¡Ni siquiera se nada por todos los santos! ¡Déjame vivir por favor, ya habéis matado a mi hija!

Una patada golpeó su estómago, Michael dejó de hablar para empezar a chillar de dolor. Mientras la mujer sacaba un PHS del bolsillo de su mono y marcaba un número.

- Odio a la bazofia como tú. La mayoría de los títeres se pegan un tiro cuando se dan cuenta de que han matado a doce personas para nada y han perdido a su ser mas querido. Pero los de tu calaña no, ni siquiera te importa tu hija ahora. Solo quieres sobrevivir y te aferras con todos tus inútiles esfuerzos a la inexistente posibilidad de seguir viviendo. Ni siquiera describiéndote lo mucho que tu hija sufrió y lo lenta y dolorosa que resultó su muerte conseguiría que dejases de aferrarte a lo que queda de tu miserable vida.

Se llevó el móvil al oído, escuchando el tono de la llamada. Levantó la pierna de forma similar a como lo había hecho hace diez minutos y puso el tacón de aguja a la altura del ombligo de Michael.

- Como… Como puedes ser tan cruel… Tu no… No eres humana – Acertó a decir entre sollozos.
- Claro que no, bazofia inmunda, soy mucho mas que eso.

El tono de la llamada cesó, se pudo escuchar una voz grave al otro lado del auricular diciendo “¿Si?”

- Aquí Irina, he encontrado a la rata. Trabajo finalizado.

El aullido de dolor retumbó por la mayoría del sector siete, advirtiendo a los ladrones de poca monta de que habría otras noches mucho mejores que esa para intentar encontrar algo entre los escombros.

4 comentarios:

Astaroth dijo...

Buen relato. Aunque no sabría decir porque, mi mente pensaba en la imagen de Yvette todo el tiempo, casi hasta que dijiste su nombre.

Ukio sensei dijo...

Por favor... Yvette no es pelirroja, no mata a la gente con sus tacones y está reformándose.

Por lo demás, está bien aunque necesita un pulido. Reiteraciones y demases. Y la verdad es que no sería mala idea prolongar la parte de mr.Swanson, por dos motivos. El primero es que hay que sumergir todo lo posible al lector en su situación.
El segundo es que si se sabe de antemano que no tiene ninguna puta posibilidad, que no lucha, no tiene tanta gracia.

dijo...

Vale que un tacón ejerce la @#*! de presión, pero se me hace algo extraño que la tía vaya por ahí haciendo boquetes a la gente.
De todas formas me ha gustado, tal vez intentar intensificar más la angustia como han dicho por ahí; aunque la repulsión me parece que está bien conseguida xD.

Astaroth dijo...

Por favor... Yvette no es pelirroja, no mata a la gente con sus tacones y está reformándose.

Lo sé, pero mentalmente aparecía su imagen. Cosas inevitables