El continuo sonido del metal viajando a alta velocidad no ayudaba a relajarse mucho cuando tenías enfrente tuyo a alguien que tan pronto tiene los ojos entrecerrados como al segundo posterior los abría y movía tan rápido que parecían buscar partículas de luz bailando dentro del vagón. Ocasionalmente caía alguna babilla entre las comisuras, o resbalando en el labio inferior.
Jo-Der, separando bien las sílabas, remarcando cada una de las letras fue lo que pensó Ixidor, sentado frente a ese chico que amenazaba con caerse al suelo de un momento a otro. “Es la última vez que me quedo a viajar con colgados como estos”. Bajó la mirada, dejando al chaval divertirse con el mullido asiento tapizado, y se centró en la bolsa de plástico que llevaba entre las piernas, apoyada en el suelo. Un paquete de arcilla, un pack de 12 óleos, lienzos, un pincel del número 4 y unos 170 guiles menos en el bolsillo. Era una tienda cara para tratarse de los suburbios, pero era mejor eso que no tener nada con lo que poder trabajar. Bastante le costaba vender sus obras a una sala de exposiciones de los barrios marginales, y unido al coste de materiales eso le perjudicaba sobremanera. Podría decirse que “a duras penas llegaba a finales de mes” si todavía cobrase cada treinta días un sueldo regular.
El tren paró en el sector 5. Ixidor se alegró de abandonar aquel cacharro de metal lleno de orines, vómito y gente estúpida con tarjetas de identificación. No soportaba la compañía de la gente corriente, le ponía nervioso e irritado esa sensación de sentirse rodeado de personas: costumbre heredada de la guerra de Wutai. Pasar días enteros en la selva, comiendo únicamente aquello que podías cazar, sin descanso y siempre alerta… Aquello cambiaba a cualquiera.
Su viejo edificio de una sola planta le esperaba de pie, con sus viejos ladrillos ennegrecidos por la suciedad que se amontonaba bajo la placa y sus viejas vigas de madera reforzada con delgadas planchas metálicas que el propio hombre había puesto para evitar el derrumbe. Allí estaba la colección de basura en su callejón, amontonada junto a la pared de ladrillo antiguo que amenazaba con caerse a la mínima de cambio.
Y sin embargo era lo mejor que podía permitirse con el escaso dinero que quedaba entre material y alimento.
Avanzó hasta llegar a la puerta que se situaba junto a la agolpada inmundicia. En el mismo montón que nunca menguaba, apoyado sobre un viejo cubo de fregar dado la vuelta, estaba aquel niño calvo de ropas viejas y gorra. Ixidor no pudo negar un sobresalto cuando vio al chico salir de la oscuridad con sus ojeras crecidas y su pálido aspecto. Hacía días, semanas que no veía a aquella rata callejera, ese vagabundo que servía en los clubes de destape “copas a hombres que se tocaban el gusanillo” según las propias palabras lanzadas entre risas por el chiquillo.
- ¡Puto crío! – dijo sin poder contenerse Ixidor, aún con el sobresalto dentro del cuerpo – Me has acojonado, esa no es manera de tratar a la gente mayor
- Esas palabras feas no se dicen – dijo Timmy con gesto de enfado exagerado, apretando los labios y torciéndolos en una mueca que resultaba una burla al cabreo.
- ¿Qué palabras?
- Esa que has dicho. Puloquesigue… - el niño parecía nervioso, y movía las manos rápido en círculo frente al pecho con los índices extendidos.
- Niño, yo soy mayorcito. La otra vez me controle porque esperaba no verte – y en verdad, Ixidor lo esperaba – y no solté ninguna, pero ahora que te jodan. ¡Ya no me voy a callar ni una, hostia puta mierda cojones ya!
Ixidor se quedó bastante relajado con esa última frase, y Timmy parecía a punto de reírse por aquellas palabras malsonantes seguidas y asustarse por la misma razón. Fue un duro momento de tensas miradas entre los ojos azules del cuarentón y los iris grisáceos del mozalbete. Ninguno parecía ceder, y al final Ixidor se hartó y comenzó de nuevo a gritar:
- ¿Se puede saber qué cojones quieres viniendo aquí de nuevo? – si las miradas matasen, Timmy hubiera caído fulminado cuando Ixidor vio que aquel chico de la calle le observaba con expresión divertida y una pícara mueca en los labios - ¡De qué hostias te ríes!
- Ya no eres un fantasma. Ahora te pareces más al señor pobre que vino un día a pedir a casa y al que mamá dio un bocadillo para que se marchara contento.
- … la madre que parió al jodido crío de rata, me cago hasta en su puta estampa… - los juramentos se sucedían cada vez a una velocidad más rápida y con menor volumen; las palabras se perdieron con algo que sonaba a “si le cojo lo escoromollo contra la pared”.
Soltando la bolsa, el adulto comenzó a rebuscar en el bolsillo del pantalón un pesado llavero de zinc y níquel del que pendían tres llaves negras, una de ellas especialmente grande. Cogiendo esta, la metió en la cerradura e intentó abrir la puerta, acabando la tarea propinando una fuerte patada a la puerta para que esta cediera. Por fortuna no tuvo que seguir más, y ésta se doblegó ante su voluntad y su bota. Dejó la bolsa tirada contra el sofá orejero que ocupaba un lugar frente a la chimenea y se abalanzó casi de cabeza a una pequeña estancia, donde cerró la puerta.
Timmy, por su parte, había entrado lentamente con su pierna ortopédica y había cerrado con suavidad la puerta. Colocó la bolsa en una mesa llena de tornillos, tuercas y herramientas y se sentó cómodamente a esperar, dando botecitos sobre el mullido recubrimiento del sillón.
Al cabo de unos minutos Ixidor apareció. Ya no vestía las ropas de calle, sino que volvía a llevar el viejo chaleco y pantalón corto azules, con las mismas pesadas botas y el collar negro al cuello. Una mano de tres dedos y dos mitades alborotó de nuevo la melena negra, ayudándose con el agua había en un sucio barreño. Acto seguido, la misma mano se deslizó a una cómoda que había a tres pasos de distancia y abrió el solitario cajón. La mano completa se internó en las oscuras fosas de madera y extrajo un bote anaranjado con una bonita etiqueta blanca impresa con muchas letras negras. Sacando dos pastillas, las metió en la boca y las tragó junto con un poco de agua del mismo barreño sucio. Sólo entonces volvió a darse cuenta de que el mismo niño se encontraba en el mismo lugar que él, exactamente en la misma posición que la vez anterior: sentadito, con las manos entrelazadas y las piernas dando patadas diminutas al aire, pendientes en el sillón.
Y por poco vuelve a sobresaltarse también.
- ¿Pero se puede saber qué haces ahí, desgracia humana? – la voz grave y altamente sonora parecía a punto de echar a volar desde la garganta; cada vez se volvía más aguda.
- Vengo a que me cuentes más historias de tortugas – dijo el chico con una inocente sonrisa que sin lugar a dudas conmovería a cualquiera. A cualquiera que no estuviera al borde de un ataque.
- ¡Tus muertos cagados por el Zolom, chaval! Yo pensé que no ibas a volver nunca más, carajo: por eso te dije que sí.
- Venga, cuéntame una y me voy…
La mirada del chico, a punto de estallar en un mar de lágrimas, no dejaron más opción a Ixidor, que estaba encantado con eso de “y me voy”
- Venga, una cortita. Te hablo del fin de la guerra y te piras, ¿Entendido?
- Sí – dijo con un tono que parecía más que dijera “chip” que una afirmación corriente.
- Al final de la guerra, mi unidad junto con otras dos se encargaban de diversas misiones con el fin de obstaculizar el paso de Wutai frente a ShinRa. Volar algún puente, saquear pequeños poblados que rodeaban la capital, arrasar con campos de arroz…
- Me encanta el arroz. Mamá me lo preparaba con tomatito frito y con una loncha de jamón.
- Y a mí, mi madre me fostiaba, pero eso no viene al caso. ¡Calla la boca, coño! – Timmy se tapó con las dos manos la parte baja de la cara, y el mayor pudo continuar con su relato – El caso es que un día, a través de una lancha que surcaba el río, nos llegó una orden: escoltar a la unidad B de SOLDADO y apoyarla en todo momento. Menuda unidad. Algún paquete de 3ª, cuatro destacados de 2ª, y Sephiroth. Pedazo de hijo de mierda. Qué mala leche gastaba con aquellos subnormales a los que comandaba y qué buen humor tenía para ser una misión seria. Cómo iba diciendo, apoyar en todo momento. Y su misión era acabar con la guerra de una vez por todas, la mala puta que les parió a todos. El caso es que, caminando por una jungla infestada de tigres y amarillos del Wutai, los muy cabrones nos emboscaron pero bien. La unidad B salió prácticamente ilesa, salvando cuatro jodidos pelagatos de los 3ª Clase y alguno de 2ª. Sephiroth se cargó a todo lo que pudo y no sé cómo. La otra escuadra de infantería que nos acompañaba quedó aniquilada por las trampas, un carro de combate… un tanque, para que lo entiendas, volando por los aires cuatro minas debajo suyo y dos granadas de mano dentro. Un caos, eso fue. Mi unidad fue capturada en parte, otra tanta se perdió en la jungla, yo incluido, y algunos sucumbieron a las heridas y enfermedades: tifus, cólera, y otras mierdas amarillas.
- ¿Y por qué nos os buscó ese… ese Sefirico o cómo se llamase?
- Sephiroth, niño. La misión no era buscarnos, era acabar la guerra. Y nosotros estábamos capacitados para sobrevivir, en teoría. Ahí fue cuando me encontré con la tortuga. Lo que venía diciendo, es que yo conocí a Sephiroth, el mejor de todos los 1ª Clase de SOLDADO. Una pena que muriera hace años, en Nibelheim durante una misión… Igual el podía parar ese jodido pedraco que viene para acá. Menudas hostias pegaba, manejaba su espada como si la llevara pegada al brazo. Y su espada era difícil de manejar, créeme. Pesaría unos 10 kilos, o más. Tanto metro de acero y seis ranuras de materia no son moco de pavo…
- ¿Y cómo saliste de la jungla?
- Si te lo digo… ¿Dejarás de venir a molestar? – dijo Ixidor completamente confiado.
El chaval pensó durante unos 10 segundos, y al final dijo con la boca muy grande:
- ¡Claro! Sólo vendré a que me cuentes historias, lo prometo.
- ¡Tu madre la del pueblo, que a gusto se quedó cuando te parió! Que en paz descanse, no es por ofender – el chico le miró con una cara rara, extrañada y torcida de desconocimiento – Si vas a venir más veces, por lo menos dime cuando para no darme esos sustos, coñe. Que yo no estoy bien del corazón, y eso que una vez me asaltó un tigre…
- ¡Cuéntamelo!
- Me cago en… Tú eres tonto, Ixidor, tú eres tontísimo. Tonto, tonto, tonto. Soy gilipollas… - y así continuó unos cuantos minutos, hasta que se detuvo al ver la cara impasible del pobre niño cojitranco que no entendía nada – Te cuento eso otro día, y ya también te cuento cómo salí de la jungla.
- Vale, que Micky nos quería enseñar a los chicos algo que ha aprendido y que es chuli. Por si te sirve de algo, el Sr. Lentorro sigue bien, ahora ya tiene color.
- ¿Señor Lentorro? ¿Pero quién co…?
- Mi tortuga, la que me distes. El próximo día la traigo, ya verás qué mona.
- ¡Ah, vale! Venga, vete de una vez o te meto al horno y te como. No me mires así, soy un fantasma: tú me lo has dicho, calvorotín – Ixidor hizo un ademán de sonrisa, y le abrió la puerta – Ahora vete a tu bar de señoras desnudas, o algún gusanito se las comerá.
El muchacho conocido como Timmy salió corriendo (cómo pudo, debido a su pierna ortopédica) agitando el brazo para despedirse. Ixidor estaba agotado. Iba a necesitar un buen copazo para relajarse, aquel chico le sacaba de sus casillas y, a la vez, le caía bien.
martes, 26 de agosto de 2008
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5 comentarios:
Cortito, y sin mucha chicha... Pero estoy en la última semana antes de los exámenes y el turno me ha pillado sin preparar.
Juzguen.
Emposfueno... Que quieres que te diga? No está mal, aunque es lo que has dicho: Sin mucha chicha. Es lo que tienen las historias que no tienen prisa: Sirven de puta madre para rellenar huecos vacíos de inspiración.
Aceptable, aún así.
Podría decir sin exagerar que éste ha sido el relato con más juramentos que he leído hasta ahora.
Por lo demás, para haberlo hecho en tus huecos de no-estudio está bastante bien; corto y con poca cosa pero entretenido.
Pues a mí me ha gustado XDDDDDD
Últimamente entre introducción de nuevos personajes y avance de las tramas ha habido mucha tensión, estos últimos relatos son como un apeadero para coger fuerzas y volver a lo bestial.
Y me he reído, me parece un relato muy agradable y fácil de leer, sin pretensiones :3 qué monos Ixidor y el pequeño Timmy.
Es simpático, aunque no acabo de entender la blandura de Ixidor con Timmy, por más que el chaval sea calvo y cojo... al niñopelma lo normal es que le diera puerta.
Supongo que es el clásico sindrome del solitario que se encariña con el chaval que le soporta todos sus malos modos gracias a su incorrumpta inocencia infaltil.
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