martes, 19 de agosto de 2008

132.

Los ojos vidriosos miraban como la extraña pareja que hasta hace un momento parecían haber estado bailando algún tipo de baile moderno que jamás había visto –o, probablemente no recordase- ahora charlaba la una en los brazos del otro. Se llevó la mano huesuda al bolsillo interior de la ajada cazadora, compañera y fiel testigo de sus aventuras y desventuras. Mierda. No había… no había. Me cago en las pitas de Kalm. ¿Y ahora qué? El porro de su mano aún seguía encendido y le ofrecería unos minutos extras de evasión.
Abandonó la estación de trenes arrastrando los pies, tropezando una y otra vez con los numerosos cascotes de hierro que poblaban el suelo y ofrecían hogar a inmundos bichejos. Juraría que un fastamilla de sonrisa burlona se le apareció en ese momento, pero lo espantó de un manotazo, metiéndose de mala manera con su santa progenitora. Agh… condenadas volutas felizonas, no era la primera vez que se le aparecía uno, siempre en el peor momento, cuando a penas le quedaban un par de dosis. Cabrones, seguro que eran ellos quien se las terminaban y le dejaban luego en la estacada.
El individuo de cuestionable apariencia se agarró a la roída farola de hierro negro, rebuscando en la cartera algo de dinero para el tren; la fortuna le sonreía: tenía lo justo para volver a la placa superior. De pronto sacudió la mano para quitarse de encima a una mosca de la fruta que había quedado encerrada dentro de la billetera. A penas voló un par de metros y se dejó caer agónica, sí, moriría, pero moriría libre, ¡Oh, cuan orgullosos estarían sus ancestros!

Llegó por fin a la parada del tren nocturno, el guardia le detuvo y le echó un vistazo de arriba abajo con mirada reprobatoria.
- ¿A dónde vas? – le preguntó, olvidándose de las buenas maneras, el maldito yonki no merecía ser tratado de “usted”.
- Eh… uhmmm.rriba – balbuceó, con el labio inferior colgante, tambaleándose levemente.
- No se permite fumar en el tren – el guardia perdía rápidamente la paciencia, la cercanía escandalosa del tiparraco no hacía más que incrementar su hostilidad.
El hombre miró su porro, le quedaba un poco más para matarlo pero se lo jugó todo a una calada, profunda como la fosa marina de Wutai, la más profunda de Gaia con 12.762 metros y una presión de 1.102 bares, hábitat de especies tan raras como el focarrol de linterna azul, el pez adamantai y el tiburón gusano… y juró que los tres pejesapos aquellos se le cruzaron en el mismo momento en el que se quitó el pitillo de la boca, viendo como el focarrol devoraba al pez amamanta-lo-que-sea y bailaba claque con la lombriz de agua.
El guardia lo miró horrorizado, ni por todos los infiernos dejaría a ese individuo subir a su tren. Su determinación era clara, cristalina, diamantina, espejiforme.
Por casualidades del destino, fíjese usted qué cosas, la cartera del tipo calló de sus resbaladizas manos en ese momento y ante la incapacidad de su dueño para recogerla el guardia lo hizo. Por puro azar vio el carné de identidad y abrió dos ojos como platos wutaienses.
- P-puede subir al tren, es-está a punto de partir… señor -¡Dios! ¡Cómo le dolía en el orgullo tener que llamar “señor” al jodido yonki ese!
El susodicho señor lo miró, todo cuanto podían sus obnubiladas pupilas, con expresión desconcertada pero no dijo nada, más por incapacidad que por falta de ganas y se sentó en un mullidito asiento forrado con tapicería de triangulitos de colores, con los que se entretuvo hasta llegar a la placa.

Dosmilmillones de haces de luz le cegaron al salir de la estación, caminó de forma instintiva, porque francamente, el instinto era lo único que le funcionaba en estos momentos… pero no demasiado bien, ya que algunos transeúntes lo vieron dar tres vueltas al mismo edificio antes de continuar por otra calle.
Dos horas y ciento diez vueltas adicionales después llegó por fin al altísimo edificio de acero reforzado y cristal con el elegantísimo portal y la elegantísima portería. El aparcacoches saludó el individuo diciendo algo como que se alegraba de verlo después de tantos años. ¿Años? ¿Qué decía ese zumbado?
El recepcionista casi soltó una lagrimilla, no se sabe si por nostalgia o por la mugrienta presencia que suponía el tipo en tan impoluta estancia. Mandó llamar a un mozo para que lo acompañase, viendo que por sí mismo no era capaz de hacer subir el ascensor sin darle al botón de alarma. El botones parecía cohibido, prometió que dejaría de fumar e iría a la iglesia todos los domingos, dejaría de ponerle los cuernos a su novia de 140 kg y la pediría en matrimonio. Todo si no acababa como el tío que le acompañaba.

- ¡James Astulfo Maximillian van Strupper! – gritó una voz una vez llegaron al piso.
Un hombretón de cerca de dos metros y espalda que competía con la de un Aegis del Acantilado de Gaea se acercó al joven colocado con andares airosos pero la expresión contraída por… algo, no sabría decir qué: ira, tristeza, alegría… quizá todas, quizá ninguna o quizá otra que aún no tenía nombre.
Estrujó a su chico con sus enormes brazos de oso, zarandeándolo de un lado a otro y haciéndole cosquillas con su tupido bigote aristócrata. El tal James si siquiera podía respirar, espachugado contra el amplio pecho de su padre.
- ¡Maldito drogadicto inconsciente! ¿Dónde has estado todos estos años? ¡Maldita sea! Te envié a la Academia de SOLDADO para ver si te enderezaban ¡y de pronto me dicen que has desaparecido!
- ¡James! – gritó la voz de una mujer.
Al otro lado de la estancia apareció una mujer delgadísima y bajita, con un amplio vestido de seda y una estola de mu sobre sus hombros. Corrió a increíble velocidad teniendo en cuenta sus puntiagudos zapatitos de tacón de piel de adamantaimai, empujando a su marido y haciéndolo a un lado con un par de manotazos, tomando en sus brazos a su añorado churumbel.
- ¡Mi Jamie! ¡Mi niño bonito! ¡Angelito! ¡Pastelito de mamá!
-mmm…amm…aa…… - consiguió proferir él, una vez recuperado el tan necesario para la vida basada en el carbono oxígeno.
- Tenías preocupada a mamá – la dama tomó el demacrado rostro de su progenie entre las manos, tratando de hacer resurgir los otrora rechonchos mofletes – El ogro de tu padre ni siquiera me avisó de sus aviesas intenciones y para cuando supe que quería enviarte a la Academia ya te habías marchado. No vuelvas a irte ¿eh? ¿Verdad que no te volverás a ir? – sacudió la cabeza del hombre con intención negativa.
A él le daba poco más o menos lo mismo, lo bueno que tenía volver a casa, y se preguntaba cómo lo había hecho porque no recordaba nada en absoluto, era que comería tres veces al día, o cuatro o cinco y que volvería a tener para sus malsanos vicios.
Alfred, el mayordomo, se hizo cargo del hijo pródigo de la familia van Strupper una vez sus padres habían terminado de zarandearlo y gimotear por su inesperada vuelta. Alfred era un hombre mayor, muy mayor, encorvado, con unas tremendas bolsas bajo los ojos, arrugado como uno de esos perros oriundos de Wutai, pero tenía la fuerza de un titán. Nunca hablaba pero siempre estaba allí incluso antes de que supieras que necesitabas sus servicios. Se había hecho cargo del jovencito James desde que se hacía caca por encima… vamos, de toda la vida, porque llegada su adolescencia y su gloriosa inmersión en el mundo de las drogas se habían dado un par de ocasiones en que el mayordomo hubiera deseado que el jovencito aún gustase de llevar pañales.
Arrastró al señorito hasta el inmenso cuarto de baño del piso superior del dúplex y, tras ataviarse con la máscara de gas, gafas de infrarrojos, guantes piel de vlakorados y botas de pesca, lo aseó enérgicamente.


La fiesta del día siguiente se antojaba fastuosa, los van Strupper celebraban por todo lo alto la vuelta al hogar de su heredero, aunque no era más que una excusa para celebrar una fiesta de alta sociedad, reunir a las familias más importantes, hacer amistades aún más importantes y cotorrear sobre la última moda en los suburbios.
Ataviado con su smoking de haute couture, James observaba la ciudad desde la envidiable altura del carísimo piso que un día sería suyo. Los ojos caídos, las ojeras pronunciadas, el mono empezaba a hacer mella en su descocada mente, estaba claro que aunque en el incienso ese pusiese “opium” el efecto al fumarlo no era ni similar. Se volvió a la sala abarrotada de gente: miembros de la familia de Castellanera e Bruscia, los Rui de Castro e Andrade, los Vassaly, el “jeque” de los Jeyd, los Sciorra, algún primo de los Shinra y alguno más.
Mucha gente pero no conocía a nadie, en realidad aunque los conociera ni tan siquiera los recordaría. Aunque sí recordaba sus meses en la Academia y los únicos “amigos” que tuvo en toda su vida: un pirado esquizofrénico con manía persecutoria que no paraba de hablar de Wutai aunque nunca había estado allí, otro tipo no demasiado llamativo pero que siempre había estado allí dando color y el niñato rubio pelo-pincho.
Estaba pensando demasiado, de hecho, qué coño, estaba pensando. Era hora de largarse. Con tanta gente parloteando e inventando chorradas que contarse unos a otros nadie lo vería irse. Llevaba los bolsillos llenos de dinero en metálico, un par de tarjetas de crédito y un enchufe arrancado de la pared. Nunca se sabe cuando vas a necesitar un enchufe.

El aparcacoches fue el último en ver a James Astulfo Maximillian van Strupper, cogiendo un taxi y dando confusas direcciones al conductor “Aioioh Aioioioh” mientras señalaba algo. Lo más sorprendente fue que el taxista arrancó el coche, perdiéndose en la urbe.

5 comentarios:

Lectora de cómics dijo...

Un relato cortito y ameno para variar.
Tengo que plantearme escribir en serio los relatos que hago entre trama y trama XDDDDDDDDD

Bueno, este relato es un cameo de un personaje que tengo en un fic de coña yaoi de FFVII, que se pasa la vida endrojado hasta las cejas pero curiosamente sirve de algo XDDDD

Aleh, a por ahi.

PD: el último párrafo está basado en hechos reales XDD y nunca más se ha sabido nada de ese tío xD

Paul Allen dijo...

El principio, con el sujeto este perdiendo la mirada en alucinaciones y peces de colores en el cielo con diamantes (o drojas, según los gustos), me recuerda al...


Uan.

Chu.

Zri.


¡SLOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOWPOO
OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO
OOOOOOKE!
Autobiográfico, ¿eh, hermana? Si hasta parece que aún seguimos ahí haciendo campanote en la tienda de papi. La verdad es que parte de mí aún sigue atrapada bajo la tela impermeable y empapada por la cerveza volcada de Jota.
Sigh.

Me ha arrancado un par de risas el lenguaje descarado y lo esperpéntico que es todo el ambiente. Aún por encima el mayordomo se llama Alfred.

Un one shot extraño, pero me gusta.

Astaroth dijo...

Cartito, pero divertido xDD El principio se me antoja confuso, pero el hecho de "que nunca se sabe cuando vas a necesitar un enchufe" me ha matado. Curiosamente me recuerda cosas esa frase xD

Me gusta

Lara LI dijo...

Juasjuasjuas XD que bueno!!!!! anda que no me he reido ni na con la elucubraciones mentales de la endrojada mente del chaval ;) y los simpáticos guiños a las hasta ahroa aprecidas pijísimas familias de la alta sociedad de Midgar.

Era para grabar en vídeo la fiesta y luego poner a todos los "vástagos desertados" a verlo.

Cortito pero simpático, y lo cietro es que la frase del enchufe es magistral, sí señor.

Ukio sensei dijo...

Pos habrá que llevar enchufes a Ortigueira... ¡Seguro que hacen falta!

Joer... Hija, sospecho que aún te queda "canela en rama". ¿Cuando haces una visita a tu querido padre?


PD: Se te va.