miércoles, 11 de junio de 2008

123.

Visiblemente preocupado, Harlan Inagerr tensó los músculos de su brazo, aplastando un poco el cuello de su rehén, que esperaba atento la oportunidad de evadirse. Frente a ellos, la joven agente de turk estaba visiblemente aterrorizada. El miedo la paralizó tan pronto como reconoció al hombre que la atacaba, minutos atrás. Su rostro estaba pintado de negro, pero esa mirada salvaje y esa ridícula trenza eran inconfundibles. Por lo menos, no la quería muerta, aunque si sobrevivía o no a aquella cosa para lo que se la requería con vida, era ya otro hablar. Scar dejó de sonreír, y su máscara de sadismo desapareció.

- ¡Har, maldita sea! ¡Ya lo has oído! – Exclamó, exhortando a su amigo a que claudicase.
- ¿En que mierda estas pensando, tío? ¿En que mierda pensaste para hacer lo que cojones estés haciendo aquí? – Gritó el turco. En ese momento Paris sintió el frío acero del cañón de una Aegis en su nuca.
- ¡Ahora mismo, en Grace, en Amira y en Rubanza, maldito hijo de puta testarudo, y en no poder volverla a mirar nunca a los ojos por haber tenido que salir de aquí por encima de ti! – Los ojos de Harlan se entrecerraron, ante la mención de su familia... - ¡Por favor! – para, inmediatamente, abrirse de par en par. El hombre que le apuntaba con una pistola, probablemente a uno de esos puntos que lo matarían sin darle tiempo a apretar el gatillo con su último espasmo, seguía siendo su puto amigo. En su incertidumbre, el comunicador volvió a sonar. Kurtz había olvidado volver a bajar el volumen.
- Macho alfa, si tanto te gusta el negro, puedo inutilizarlo. – Harlan lograba contener el pánico, pero no borrarlo de su mente. Sus materias comenzaron a emitir un leve fulgor a medida que se concentraba, e inconscientemente, apretó más su pistola contra la cabeza de su rehén.
- ¡Cierra la puta boca hasta que recibas instrucciones, joder!
- Amigo mío... No te puedo dejar ir así como así. – Murmuró Harlan. – Me temo que vas a tener que pelear.


Ambos hombres respiraban profundamente, asumiendo lo que estaba a punto de suceder. Yvette forcejeó levemente, pero la mano izquierda del intruso afianzó su agarre alrededor de su mandíbula. La pistola en ningún momento dejó de apuntar al compañero de esta con un pulso férreo. Ella entendió el mensaje: “No la necesito para matarte”. Paris por su parte, tensó los músculos de sus piernas, listo para reaccionar tan pronto como le fuese posible. Solo tendría una oportunidad. Podía sentir el calor irradiado por las materias del collar de su captor. Kurtz apretó los dientes, listo para cualquier cosa... Menos la que sucedió. La puerta de la habitación, una oficina amplia y abierta, estalló en mil pedazos, lanzando astillas por todos lados. Un trozo de unos cinco centímetros perforó el costado de Harlan, haciéndole gemir de dolor, mientras Paris aprovechó para retorcerse, agarrar el pedazo de puerta y retorcerlo, haciendo que el turco le soltase, para caer en algo mucho peor. Una mujer, con algo que parecía un uniforme de soldado entró esgrimiendo una lanza larga y flexible en la habitación. Su hoja estaba decorada con un penacho rojo, que reflejaba en sus ojos dorados, mientras se movía trazando hipnóticas tramas. Un desagradable olor a ozono en el ambiente indicaba que su materia estaba a punto de lanzar otra descarga eléctrica como la que acababa de destrozar la puerta. Kurtz reaccionó mecánicamente, al ver a Paris lanzado hacia él. Arrojó a su rehén contra la Soldado, para luego tirar del jodido crío y parapetarse con él bajo la mesa. Mientras lo hacía, un murmullo leve pero nervioso resonaba en el comunicador de Eye in the sky.

- ¡Hijos de puta! ¡Soldado! ¡Quítala de en medio! – Quiso que su respuesta fuese un disparo perfecto, pero era imposible cogerla.

Desde su puesto de vigía privilegiado, en el ventanuco del cuarto de baño del edificio de oficinas situado frente a su objetivo, podía divisar a través de los amplios ventanales del despacho donde estaba todo el jaleo, que ocupaban toda la pared, el desarrollo de los acontecimientos. Como si fuese una puta tele. A un lado Kurtz lanzando a Paris por encima de la mesa, mientras disparaba hacia atrás. A otro, el turco, que se había quitado la astilla, había recogido a su compañera y también la estaba poniendo a cubierto. De haber tenido tiempo, se habría detenido a observar como los movimientos que hacían ambos veteranos para poner a cubierto a sus compañeros eran casi iguales: Precisos, mecánicos y eficaces. Scar estaba saltando tras la mesa casi a ciegas, sin dejar de disparar, tan despacio como podía, para maximizar la duración del cargador, que sabía, no tendría tiempo a cambiar. La Soldado había esquivado hasta ahora, ocho disparos a una distancia de cuatro metros. Eso no era ni de lejos imaginable, pero estaba sucediendo. Sin embargo, la situación era demasiado desventajosa. Estaba en un sitio despejado. La cobertura más cercana era un pesado archivador de acero, dos metros a su derecha, junto a la pared. Eso le pasaba por asaltar irracionalmente otra vez, sin considerar la situación, pero como planeaba decirle horas mas tarde a la capitana Farish en el informe, era su estilo. Lanzó un rayo, rápido y apenas sin apuntar, que prendió fuego al sillón que había tras su objetivo. A pesar de que este seguía ileso, el destello del relámpago lo cegó el tiempo suficiente para que pudiese cubrirse tras el archivador y echar mano de sus materias más poderosas. El jodido intruso sabía lo que hacía, y se había ganado el honor de ser destrozado por una distorsión gravitatoria. Dos balas rozaron su brazo en el último segundo, antes de que pudiese parapetarse del todo. Si. “Destrozado” era el mejor término para definir lo que esperaba a ese hijo de puta. Oyó un disparo más, pero no sintió la bala pasar tras ella. Aún así, según su cuenta, ese debía ser el último. Se asomó, pero apenas un segundo, antes de que dos disparos más la obligasen a parapetarse de nuevo. El astuto cabrón tenía la pistola de esa niñata que había cogido antes de rehén, y había usado el último disparo de la otra para volar las esposas de su novio el rubiales. Hijos de puta... A ver si volvía a pillarlos a los dos de un solo conjuro...

Rolf sonrió. Interpuesto entre ella y sus compañeros, el fichero le daba a su objetivo una cobertura total por ese lado, sin embargo, para su AT Farsight era un blanco prácticamente regalado. No había ni que compensar el efecto Coriolis. Conteniendo la respiración para evitar que sus movimientos desviasen el tiro, apretó el gatillo mientras lanzaba también un beso de despedida. Al fin y al cabo, estaba buena.

Treinta segundos más tarde, los gritos incrédulos del tirador inundaban el comunicador de Kurtz.

- ¡Me ha esquivado! ¡No he podido fallar, maldita sea! ¡No tengo puta idea de cómo, pero la zorra me ha visto venir y me ha esquivado! – Gritaba, desesperado.
- ¡Por mi como si el puto palo que tienes metido por el culo te ha desconcentrado con su roce en tu punto g! ¿Por qué mierda no sigues disparando?
- ¡Joder! – Rolf se maldijo a si mismo y su rollo de primadonna. Había perdido el control solo por fallar un tiro, y otros estaban a punto de pagar el pato muy caro. – Entendido.
- Solo necesito cinco putos segundos, niño... Dámelos y pírate de donde estés.
- Entendido.

Una lluvia de disparos volvió a caer sobre la soldado, que levantó una barrera mágica en su defensa. Sabía que eso solo servía contra las armas cortas, y que un proyectil con la potencia de un rifle de precisión podía atravesarla, y de hecho, la estaban atravesando, pero solo necesitaba desviarlos. En silencio, su oponente calculaba disparos con una precisión cada vez más letal. Aún con más de medio cargador, la había llegado a rozar un par de veces, y una cosa era cierta: Solo iba a necesitar un impacto claro.

- ¡Hecho! ¡Pírate! ¡Sigue el plan! – Sonó la voz de su líder en el comunicador.

El asesino hizo un último disparo, casi sin apuntar, para dar tiempo a su compañero, y apartó el ojo de la mira. En ese momento, comprendió su error. Si se hubiese ido cuando se le dijo, el fogonazo de la granada aturdidora no le habría hecho ver lucecitas. No eran más que una molestia, pero entre eso y el sonoro estallido que hizo volar los restos de los cristales, los oídos y las retinas de los que estuviesen en la habitación tenían que estar bailando break dance ahora mismo.

La misma imagen seguía fija en sus retinas, paralizadas por el fogonazo. Cuando esta se despejó, Jaune, levantándose a duras penas, caminó hacia la mesa. Si fuesen a matarla, ya lo habrían hecho cuando estuvo incapacitada, y la prioridad de esos intrusos no sería otra que pirarse con lo que fuese que habían sacado de los archivos informáticos del despacho. Maldijo las putas granadas aturdidoras, y caminó como pudo, casi incapaz de mantener el equilibrio, con los oídos destrozados, pitándole, hacia la mesa. Tras ella había un boquete redondo, de un metro de ancho. No era posible que esos idiotas se inmolasen. Al acercarse, con mucha precaución dado su estado, vio la respuesta: De algún modo habían “cortado” una pieza redonda del suelo, como en los dibujos animados, y habían caído a la planta inferior. Si sus cálculos no fallaban, ahora mismo habían pasado unos tres minutos y medio desde la explosión, y esos dos turcos aún seguían afectados. Apretando los dientes, tomó su lanza y saltó hacia el piso inferior, consciente de que no estaba en condiciones de encarar ninguna pelea, pero morir era mejor que la vergüenza de esperar a que los equipos sanitarios la retirasen junto con esos dos patanes trajeados. No era capaz de percibir rastro alguno, pero no por ello iba a dejar de intentarlo.



- ¿Eye in the sky? – Le preguntaron desde un elegante coche plateado. Su interlocutor era un hombre con el pelo negro, largo y ondulado, atado en una coleta, y una barba muy corta. Acababa de aparcar, bastante mal, según le pareció a Rolf. Sin embargo, así era más fácil salir. Estaban en un callejón, a una manzana del edificio Loble.
- Eres el transporte, supongo... – Dijo mientras tomaba asiento en la parte trasera del coche. En el retrovisor interior pudo ver como el conductor fruncía el entrecejo. - ¿Qué sucede?
- Con todo el coche vacío... ¿Por qué te has sentado detrás? – Inquirió, curioso.
- No lo se... Supongo que él querrá sentarse delante. – Respondió encogiéndose de hombros. Una vocecita interna le recriminó que se estaba convirtiendo en algo que siempre había despreciado: Un subordinado.
- Si... Yo también supuse que lo haría.



De un piso a otro, el rastro desapareció completamente. Jaune dejó de bajar escaleras para entrar en una de las plantas. Era una zona de oficinas, dividida en cubículos separados. Allí encontró lo que buscaba: Una ventana. Ahí abajo acababa de tener lugar un breve intercambio de disparos, y un motor había arrancado con un rugido sobrecogedor. Al asomarse lo vio: Un vehículo plateado y elegante, que salía quemando rueda. Con furia, aplastó con sus manos una pantalla, desahogando su rabia. Momentos más tarde, encontraría en una de las paredes del piso anterior un boquete similar al del suelo del despacho.


- ¡Cagando hostias, joder! ¡Sácanos de aquí cagando hostias!
- ¡Vale, pero ya os iré avisando de que hay que pasar el sombrero cuando nos hayamos pirado de aquí! – Advirtió el piloto.
- ¿Pero que mierda es esta? – Paris no daba crédito. Kurtz le había ordenado subirse al coche con un tío con pintas de macarra al volante, y ahora mismo había sacado una botella de agua y se limpiaba la pintura de la cara. Lo realmente surrealista era que, en plena huída a toda velocidad, con el motor rugiendo como si hubiese un demonio bajo el capó, la música en la radio del vehículo sonaba a todo volumen, con una canción sobre un tío que le decía no se qué cosas a su mamá.
- Paris... Rolf... Os presento a Han la muerte. – Parecía que el piloto fuese a decir algo, pero Kurtz manifestó la prioridad verdadera, interrumpiéndolo. - ¿Cinturones? ¡Nos vamos!


Con un impropio ruido atronador, el vehículo, un Shin-ra Cavalier, típico coche de ejecutivo que busca más lujo que otra cosa, devoró cada centímetro de asfalto que los separaba de su objetivo. Los ojos de Rolf se posaron en ese cuentarrevoluciones, cuyo tope de diez mil estaba muy por encima de lo que se solía ver en los coches de este estilo, orientados a minimizar el consumo, por no hablar de no tenía marca ni modelo. Paris iba a su lado pegando gritos, mientras los bandazos y las fuerzas g lo impulsaban de un lado a otro del asiento, pero él, dentro de lo poco que sabía de coches, vio que aquí había algo que apestaba. Los asientos delanteros, aunque disimulados con tapicería de colores anodinos, eran en realidad asientos deportivos, que contenían al piloto y al pasajero. Los cinturones eran arneses de cinco puntos de sujeción, y prácticamente, todos los componentes de la consola central habían sido retirados, con la excepción del reproductor mp3. Evidentemente, este coche no era ni por asomo lo que parecía. Las cartas estaban marcadas, pero mientras fuese a su favor, Rolf no se molestaría en decir nada. Se tomó unos segundos para mirar a Kurtz. “Gotta find a way... I can’t wait another day!” El agresivo líder tarareaba suavemente la balada que había puesto el piloto, mediante los controles del volante, relajado y manteniendo el control, pero con su pistola de 9 milímetros en la mano. Tenía la cara limpia, para evitar llamar la atención aun que fuesen las cuatro de la mañana. Si el velocímetro no mentía, el coche iba a doscientos kilómetros por hora y acelerando, mientras las luces piloto de los edificios pasaban como flashes a sus lados.

De repente, al fondo de la carretera se formaba una curva muy cerrada, poco menos de ciento cincuenta o ciento sesenta grados. Prácticamente, dar media vuelta. Rolf se agarró firmemente, con la mirada bien fija en el muro de contención que se alzaba desafiante e inmóvil al final de la calzada. Paris ni siquiera miraba, intentando mantener los intestinos en su sitio. Rolf se obligó a reconocerse a si mismo que él también estaba muy asustado. Doscientos sesenta km/h, el coche pegado al pavimento por efecto de la aerodinámica, la curva a menos de cuatrocientos metros y lo único que había hecho el piloto era colocarse más hacia la derecha. “¿Una trazada desde el exterior? ¿Este loco se ha creído que esto es una puta carrera?” En el retrovisor pudo ver a Kurtz apretar los dientes, mientras se agarraba con más fuerza a cualquier asidero disponible.

- Agarraos bien... Y que sepáis de antemano que lo siento. – Dijo con una sonrisa.
- ¡Maldito hijo de put...! – Empezó a gritar Kurtz, pero antes de acabar comprendió su error al no concentrarse en agarrarse.

En menos de diez segundos, el piloto empezó a frenar, reduciendo marchas desde la sexta, a la que estaba exprimiendo cada caballo de potencia, a una prudente tercera. Los frenos debieron alcanzar temperaturas casi incandescentes mientras el coche cubría los últimos metros antes de alcanzar la curva... Y en ese momento, Han giró levemente hacia la derecha, sentido contrario al que tenía que girar. Kurtz tenía el muro de carga justo delante y gritó. Rolf vio el giro y gritó. Paris no se enteraba de nada, sentado detrás de Han y aturdido por la velocidad a la que se desarrollaban los hechos, pero gritó igualmente. Si los demás gritaban, es que motivo habría. Han pulsó el botón de “siguiente canción”, con lo que unas fanfarrias empezaron a sonar acompañando un contravolanteo asesino y un tirón de la palanca del freno de mano. Las ruedas de atrás, bloqueadas, se deslizaron sobre el pavimento, culeando en un derrape con el que tomaron toda la curva. Mientras Han luchaba por mantener el control intercalando frenadas y con aceleraciones a fondo y los pasajeros de atrás gritaban, Kurtz había empezado a blasfemar, para variar. El muro de contención interior se deslizaba lateralmente ante sus ojos, mientras su sentido del equilibrio bailaba. Finalmente, un último contravolanteo hacia la derecha acabó por enderezar el coche, seguido de un pisotón al acelerador que sacó un rugido entusiasta del motor, a medida que las revoluciones subían hasta la estratosfera. Kurtz rompió a reír, y Han le acompañó, mientras Rolf se miraba la entrepierna. Había logrado no mearse encima, aunque gustosamente habría cedido al impulso de no ser porque sería un feo para alguien tan cuidadoso con su vehículo hacerle eso a la tapicería.

- ¡¿Qué puta mierda acaba de pasar?! – El retrovisor había capturado toda la esencia de la palidez de Paris.
- Se llama Drift... He estado practicando esto desde hace unos cuatro meses, cuando aquí el sonriente se puso en contacto conmigo. Dos más dos y Paris supo que Kurtz se había puesto en contacto con el piloto apenas una o dos semanas después de la misión del piso franco.
- ¿Qué pasa? ¿Acaso antes no sabías conducir? – Rolf retomó la sorna habitual, interrumpiendo al piloto en su tarareo.
- Siempre fui un piloto de Grip... Lo mío son los 4x4, no los “tracción trasera”.
- ¿Todoterrenos? – Preguntó Paris, aturdido.
- ¡Nunca! ¡Siempre deportivos! – Mientras tanto, Kurtz había empezado a cantar la siguiente canción: “No me tienes que impresionar, ni que seguir la corriente” – Veo que llevas la conducción temeraria extrema muy bien, jefe...
- ¡Soy aerotransportado! – Respondió, jactándose. – La última vez que me sentí así estaba volando en NOE en una noche de luna nueva, para saltar en paracaídas casi con la distancia de caída mínima para dar tiempo a que se abra el coso.
- ¿A que lo supero?
- ¡No! – Gritó Paris, con una autoridad que sorprendió a todos. - ¡Sácanos de aquí y punto, joder!
- Tienes razón... – El grito del mareado asesino sirvió para atraer la atención del grupo hacia cinco o seis figuras surgidas tras la curva que acababan de tomar, unos seiscientos metros atrás. Soldados de tercera, de la división motorizada. Kurtz fue a soltarse el cinturón de seguridad, pero entonces pudo sentir como la potencia del motor al acelerar lo hundía en su asiento. - ¿Creías que iba a tope? ¡Este monstruo quemaría las ruedas antes de que hubiésemos llegado tan siquiera al sector dos!
- ¡¿Pero que coche es este?! – Gritó Rolf desde atrás.
- El Blackbeast. – El piloto saboreó cada letra.
- ¿Qué? ¿Qué mierda es esa?
- Se dice que Shin-ra causó la caída empresarial de una de las mayores escuderías de carreras en gold saucer, y les obligó a diseñar un motor para equipar sus vehículos. Se considera una leyenda urbana... – Dijo Kurtz. – Sin embargo, el Blackbeast existe, y es el motor con el que se equiparon los coches de Turk desde el 68 hasta el 76. Fueron retirados por su alto coste de fabricación.
- ¿Qué mierda tiene? ¿Oro? – Paris encontró en el sarcasmo la mejor forma de mantener su cena en vereda, mientras en la radio sonaba una canción sobre sexo y no se que de una profesora.
- ¡Materia! – Exclamó Han. – ¡Un minúsculo fragmento de “piro” de alto nivel donde debería haber bujías. La combustión es tan rápida que la potencia extraída se considera el triple de lo normal... ¡Y estamos hablando de un V10 con carburador cuádruple!
- ¡En cristiano! – Rolf no sabía si era una suplica... Lo que fuese, por no contrariar al hombre que manejaba su vida en un armazón metálico que ahora mismo se acercaba a los 280 kilómetros por hora... ¡Y a la salida de la autovía que comunicaba el sector 0 con el resto de la ciudad. Un minuto para encontrarse con tráfico normal. El nivel de dificultad estaba a punto de subir.
- 650 caballos, sin forzar el par motor.
- ¿Qué? ¿Estas de broma?
- ¿Ves que nos sigan el ritmo? – Han volvió a señalar al retrovisor. Rolf, acostumbrado a la agilidad y versatilidad de las motos, tuvo que reconocer que nunca en su vida se había sentido tan limitado en comparación con los coches, a los que consideraba un mero obstáculo. – El problema llega ahora: Calles normales, tráfico, posibles emboscadas... Ah, y se acabó el irse poniendo el coche a mil por hora.
- Menos mal... – Suspiró Paris.
- No me has dejado acabar. Como no puedo burlarlos por velocidad, tendré que hacerlo mediante maniobras.
- ¡Eres un bocazas, principito! – Gritó Rolf, como si fuese todo culpa de su compañero.
Un giro inesperado hizo a Han maldecir. Un control en la primera calle, que transcurría bajo la autovía elevada por la que algunos buses del transporte público llevaban a los trabajadores a los recintos industriales del sector 8.
- Cambio de planes... ¡Jefe, canción 36, ya!
- ¿Que mierd...?
- ¡Joder, Kurtz! ¿No ves que usa las putas canciones para cronometrar los tramos? – Gritó Rolf desde atrás.
- Cambio de planes, cambio de ruta... Ante la duda, agarraos - Dijo, mientras adaptaba la velocidad del coche al ritmo de la canción. El primer derrape tendría que ser en el momento preciso del puente previo al estribillo y...
Con un chirrido atroz de las cuatro ruedas, el coche entró derrapando en una calle lateral, 20 metros antes del control de Shin-ras: Dos coches patrulla cruzados bloqueaban la calle, y cinco metros delante de ellos habían extendido dos cadenas llenas de afiladas púas con las que destrozar los neumáticos del coche a la fuga. Por si eso fuese poco, un pequeño grupo de Soldados motorizados esperaba para acabar de frenarlos. No tenía salida, pero estos no habían previsto que fuese a usar su espacio para dar media vuelta con un espectacular derrape y salir disparado en dirección contraria. Entre maldiciones y ordenes despiadadas, varios soldados motorizados arrancaron sus motos para salir en su persecución. Salieron de esa calle a tiempo para ver como el Cavalier daba media vuelta con otra maniobra arriesgada, para entrar en dirección contraria en una de las salidas de la autovía, irrumpiendo entre los autobuses y los utilitarios baratos de los trabajadores del turno de noche. Decididos a no perder a su presa, los Soldados se lanzaron tras ellos. El Shin-ra Cavalier hacía un ruido de mil demonios, mientras su piloto forzaba marchas cortas buscando el mayor control posible sin perder velocidad. No bajaba de cuatro mil revoluciones en ningún momento, y los continuos volantazos hacían al grupo pegar una sacudida tras otra dentro del habitáculo.

- Gente, si queréis pegar tiros ahora o nunca. Eso si: Cuando diga que todos adentro, significa que tenéis diez segundos para estar sentados y seguros.
- ¿Diez segundos? – Preguntó Rolf, asustado de preguntar que pasaría si no lo lograban.
- Como mucho, supongo... – Respondió Kurtz dando voz a los pensamientos del piloto solo por hacer algo mientras bajaba la ventanilla. – Tu no salgas. Me joderías el tiro. – Paris, sin embargo, los sorprendió sumándose al tiroteo.
- ¿Algún consejo de última hora? – Preguntó, sin volverse. Se sentía incómodamente observado. Mientras tanto, Han se quejaba entre verso y verso de una canción que no paraba de decir Symphony of no se que, entre guitarras distorsionadas.
- Contén mucho tus disparos, y no abras fuego hasta que estés muy seguro. Cuando vayas a disparar, le dices aquí al hombre supersónico que aguante quieto todo lo posible. ¡Mucho cuidado con darle a civiles! – Paris asintió, sin mirar atrás, y apuntó la Aegis que le había tendido Rolf hacia el motero más cercano desde su lado.


Cuando el aviso de turbulencias fue efectuado, los soldados habían visto su número reducirse a la mitad. Poco a poco, el Cavalier fue perdiendo velocidad, dejando que los motoristas se acercasen. Cuando uno de ellos tenía su espada “Hard edge” reglamentaria a punto para ser empotrada contra la carrocería, el acelerador del coche se reencontró con el suelo en una arrancada que le hizo ganar varios metros, desapareciendo de la vista de los soldados tras un par de autobuses que se habían echado hacia los carriles de los lados. La canción de Han hablaba de una mujer que caminaba por las nubes, y Kurtz rezaba sin saber muy bien a quien o a que por no ser él quien fuese a hacerle compañía.

- With a thousand smiles... She gives to me free... – Cantó, mientras un par de contravolanteos y el leal freno de mano entraron en escena.

El vehículo perdió su agarre, derrapando en un trompo controlado que le hizo dar media vuelta, situándose justo detrás del último autobús. Los Soldados de la división motorizada pasaron como flechas en dirección contraria, confundidos por la mágica desaparición del Cavalier. La sorpresa hizo que dos de ellos perdiesen la concentración, chocando uno con un coche que venía de frente, y el otro saliendo descontrolado contra el muro de contención. El tercero buscaba el espacio necesario para frenar, pero no lo encontraba entre buses y coches de conductores que se dejaban llevar por el pánico, o intentaban esquivarlo. Muchos habían clavado frenos, siendo embestidos por aquellos que venían a sus espaldas. Con disimulo y relajando por primera vez en unos minutos que parecían horas, el motor bajó su estruendo para adelantar algunos coches sin llamar la atención.


- ¡Mierda! – Exclamó Han. – ¡Se han traído al puto helicóptero! ¿Cómo es que nadie me dijo nada? – Concentrados en la persecución, ninguno se dio cuenta de la presencia del artefacto en el cielo, entre el ruido del motor y los disparos.
- No va a ser tan fácil... – Respondió Scar, con un tono que dejaba claro que la única opción era joderse y perder al maldito cacharro.
- Quizás si... – Paris sonreía maliciosamente. – Tienes materia, ¿no?
- ¡Ni de puta coña! ¡Usa artillería y te devolverán artillería, y al menor impacto de bala, este coche dejará de poder pasar por uno normal y corriente!
- Por no hablar de que nos dé a nosotros o al motor... – Añadió Rolf, inspirando a Paris una sensatez que este nunca hubiera atribuido al francotirador.
- Bien gente... Necesito llegar hasta el puente de la calle 14, en el sector 2. ¡Armas cargadas! Tenemos unos cuatro minutos antes de que vuelva a haber motos por aquí.

Tres minutos y cuarenta segundos después, en la salida de la autovía hacia una rotonda del sector 8, Han estaba dando pequeños empujones a un grupo de moteros al que habían pillado por sorpresa al tomar esa salida.

- ¡Tengo tanta práctica con esta mierda que seguro que no habrá rayazos en la pintura! – Dijo, mientras el morro del Cavalier desplazaba la rueda trasera de la moto lo justo para que su piloto perdiese el control y saliese dando vueltas de campana.

Bramando como Bahamut, el coche salió recorriendo el descampado bajo la autovía, en el olvidado sector 8. A Shin-ra le importaba bien poco que se hiciese ahí, salvo las factorías que manufacturaban productos para toda la ciudad, así que las carreteras, más allá de los accesos básicos y otros servicios mínimos, eran algo pendiente, como indicaba un oxidado cartel con el careto de un sonriente obrero. Levantando una polvareda, el Cavalier se metió en los patios traseros de las inmensas fábricas, donde se acumulaban inmensas cargas de materia prima: Troncos, containers de transporte, bloques de hierro u otros minerales en bruto... Obstáculos que esquivar y en los que ocultarse para intentar perder al jodido helicóptero. Sin embargo, este seguía al acecho. Evitaron el control de seguridad del sector uno de una forma simple a la vez que estúpida: Evitando las entradas. Kurtz no entendió a que se refería Han, cuando le dijo que sacase la mano por la ventanilla y plegase el retrovisor. Cinco minutos después, con sus respectivos gritos y ataques de pánico. El coche se salió de la calzada atravesando una plaza vacía para dar irrumpir en el túnel por donde accedía el antiguo tranvía. Sus viejas vías seguían allí, acumulando óxido, y nadie se había molestado en hacer nada con ellas. Lógico, cuando se vive en los suburbios. Clavado al asiento por la impresión, el turco necesitó tres avisos y un manotazo en el pecho para despertar y volver a colocar el retrovisor en su sitio.

- Kurtz... ¿Seguro que en la próxima misión no puedo venir y pirarme por mi cuenta, en moto? – Preguntó Rolf. - ¡Por favor! ¡Haré las mismas temeridades, pero más tranquilo!
- ¡Cabrón! – Gritó Paris. - ¡Si nosotros pringamos, tu pringas también!
- ¡Por favor! – Gimió Rolf, volviendo a echarse sobre su asiento, agarrado a todo lo que hubiese, viendo como Han se volvía a meter en dirección contraria.
- ¡Para tocar los cojones, píllale la moto a uno de esos y pírate, pero no pienso parar para que te bajes! – Gritó el piloto. - ¡Y ahora cierra la puta boca! ¡Cuando acabe este solo más me vale haber recorrido dos calles más, o nos encontraremos de frente con...!

Fue tan rápido que Han no tuvo tiempo de acabar la frase. En los diez segundos restantes de solo desde la primera protesta del tirador hasta su final con un agudo estridente y la voz aguda del cantante gritando sobre ir gimoteando carretera adelante. A su izquierda oyeron de repente el chirrido de los frenos del camión de reparto de una reconocida panadería local, que intentaba no embestir a ese destello plateado que cruzó delante de él a una velocidad endiabladamente ilegal. La inercia del vehículo era tal que el conductor, pese a estar a punto de perforar el suelo del habitáculo a base de pisar el freno, no pudo evitar invadir la carretera con su mastodonte, sintiendo como varias cosas ligeras y muy rápidas impactaban contra su costado derecho. Al su izquierda, el pobre repartidor pudo atisbar las luces de freno de un cohete plateado que desaparecía en la siguiente curva.

- Muy bien, gente... Seiscientos metros más por esta avenida y llegamos a la salida del puente. – Informó Han... - ¡Si no lo hemos hecho antes de que entre la batería en la canción, estaremos muy jodidos! Y tú, Kurtz. Coge el PHS de la guantera y llama al primer número de la memoria. Diles que preparen la lluvia.
- ¿La lluvia? – Preguntó sorprendido.
- ¡Tu hazlo, maldita sea! ¿O prefieres que se ocupen ellos? – Gritó señalando atrás. La presencia de varios Soldados motorizados hizo patente que no se refería a Paris ni a Rolf.

Entre maldiciones, Kurtz hizo la llamada. Paris, seguía con la pistola cargada en la mano, a la espera de la orden de volver a liarse a tiros, pero Rolf miraba fijamente a Han. Su máscara de concentración absoluta se iba resquebrajando poco a poco a medida que la canción avanzaba. Avanzaban saltando de un carril a otro, sin importar en que sentido fuesen los coches en él. Al fondo se veía un cruce, donde unos pocos vehículos permanecían a la espera de que se abriese. La canción se volvió silencio, y en su quietud la blasfemia del piloto sonó como un trueno. Dos guitarras distorsionadas, un bajo, la voz y una percusión brutal estallaron en los altavoces del coche, perfectamente coordinados con la puesta de los semáforos en verde. Los coches del cruce empezaron a circular, tanto en el mismo sentido que el grupo a la fuga como en su contrario. Estos últimos cerraban la posibilidad de girar a la izquierda, maniobra pretendida por Han.

- ¡A la mierda! – Gritó, haciendo la maniobra igualmente.

Fue tan súbito que ninguno de los demás ocupantes tuvo tiempo de gritar, maldecir o perder el control de los nervios, o de algo menos decoroso. Antes de girar, tiró como un poseso del interruptor de las luces largas, cegando a los conductores que venían de frente, y obligándoles a frenar. En un hueco que a Kurtz le pareció aún más estrecho que el túnel, el Cavalier evitó una colisión comiéndose el bordillo. Eso hizo que las ruedas perdiesen levemente el contacto con el suelo. Mientras los pasajeros se agarraban, suplicando a un dios, el que fuese, que por lo menos fuese rápido y doliese lo menos posible, el piloto reducía a una marcha más adecuada para salir cagando hostias tan pronto como el coche recuperase el contacto con el asfalto.

- ¡El túnel, al fin! – Exclamó Han triunfal. Sus tres compañeros entendieron la frase como “seguimos con vida, aunque eso solo signifique que esto aún no ha acabado”.

Nada más entrar, tres toques de claxon dieron la señal, para un apagón total en la iluminación del túnel. Iluminados únicamente por los faros del coche, avanzaron a lo largo de los cuatrocientos metros de extensión que tenía, tomando una de sus muchas salidas. En ese momento los pasajeros comprendieron que era esa “lluvia”: Entre el poco tráfico que había ahí, pudieron ver otros muchos Shin-Ra Cavalier que les saludaban con un pitido al pasar a su lado, y les hacían señales con las luces largas. El Helicóptero recibió avisos por radio de que se habían visto salir siete coches distintos, mismo modelo y color que el dado a la fuga, y todos con el mismo número de ocupantes. Antes de poder tan siquiera reaccionar, su objetivo original ya surcaba carreteras secundarias a una velocidad más relajada hacia el garaje de la casa de Han.



Paris ganó, con lo que Rolf tuvo que esperar a que acabase de vomitar para entrar en el baño y vaciar su vejiga. Kurtz, despojado de su equipo de misión, permanecía sentado mirando en silencio como Han Parker Cliff levantaba el capó y se ponía a revisar el motor. Impresionado era decir poco: No recordaba una demostración al volante así de ninguna película, y menos aún en la vida real. ¡Y eso que había participado en muchas! Lo más sorprendente era que había cumplido su palabra: El coche seguía impecable, aunque algo sucio de polvo, por el descampado, probablemente. A su lado había aparcado un Shin-Ra Alraun, de gastado color rojo. Kurtz recordaba haber conducido uno de ellos en un pasado muy lejano, antes de Wutai.

- Juraría que te habías hecho famoso con un Fenrir negro. – Preguntó intentando romper el hielo. Mientras tanto Paris bajó dando tumbos por la escalera que comunicaba el garaje con la vivienda que había en el piso superior.
- Un Fenrir R34 negro, con el emblema de los Devil Drivers en una pegatina sobre el capó, en la esquina de la derecha.
- ¿Qué fue de ese coche?
- Vendido... A un ricachón que vive sobre la placa. Saqué ochenta mil por él, ya que estaba preparado y tenía su reputación. Antes de venderlo, le gané el coche en una apuesta, el Cavalier este, y usé el dinero para instalarle tu motor.
- ¡Por eso tu coche sonaba raro! – Exclamó Paris.
- Si: Mi coche tiene ahora el motor que tenía el Cavalier, y este tiene mi Blackbeast.
- ¡Mi Blackbeast! – Concretó Han. – Por lo que se, fui el único que cobró por entrar en el grupo. Sin embargo, para lo que me ha costado meter el motor dentro de este coche...
- ¿Tanto? – Paris sentía una cierta aunque discreta curiosidad, pero Kurtz, sujeto masculino estereotípico, no podía resistirse a cosas que sirviesen para golpear, disparar o corriesen rápido.
- No puedes quitarle a un coche un motor de 2500cc y cambiarlo por uno de 6000cc así por las buenas: Necesitas redistribuir todo para que quepa, ponerle las baterías adecuadas, palieres, sujeción... Al poner un motor distinto, hay que rediseñar las entradas de aire para refrigerarlo, y este alcanza unas temperaturas increíbles, por no hablar de los frenos, que ahora mismo estarán a unos ciento ochenta o doscientos grados. Aún así, el motor fue un dolor de huevos: Buscar una caja de cambios capaz de aguantar tanta fuerza, y una estructura que resistiese toda la torsión que produce. Tras romper cuatro, tuvimos que fabricar un chasis entero con fibra de mithrilio. – Perdido en los tecnicismos, Paris se echó hacia atrás, deseando ducharse y dormir para olvidar tan este día tan movido, pero Kurtz seguía atento, absorbiendo información como una esponja.
- Siento que hayas tenido que vender tu coche... – Dijo Paris, incómodo, para no parecer un ignorante.
- ¿Por probar un Blackbeast? ¡Cada revolución de este monstruo es impagable! Teniendo en cuenta lo que dijo Jonás, no han de quedar más de dos o tres. Cinco como mucho... – Paris lo observó en silencio, sin responder. - ¡Joder! ¡Es que es como si te gustan los caballos y pudieses montar a Pegaso! Por eso dije que ya no soy La Muerte...
- ¿No es un apodo muy pretencioso para un piloto? – Habló Paris, al fin.
- Tenía sentido: Siempre me gustó más perseguir que escapar, así que dejaba adelantarse a mis rivales antes de atraparlos y sobrepasarlos. De ahí el apodo: ¡La Muerte! ¡No importa cuanto corras, siempre te acabará atrapando! – Paris asintió, pero dejó continuar al piloto. – Pero este coche no es la muerte... Es como... Un plateado pájaro de libertad...
- ¡Dulce y plateado pájaro de libertad! – Bromeó Kurtz. - ¡Así llamábamos en Wutai al avión que nos transportaría de vuelta a casa una vez concluido el servicio! ¡Me gusta!
- ¿Y lo que dijiste al principio, sobre pasar el sombrero? – Preguntó Kurtz, decidido a afrontar la parte incómoda.
- Esta fuga nos va a costar cara... Mil giles.
- ¡Mil! – Exclamó Paris, incrédulo. Sus ojos se abrieron como platos, mientras que los de Jonás se entrecerraron.
- La factura viene a ser...
- Un juego de neumáticos deportivos, cincuenta litros de gasolina y la comisión de los que montaron la “lluvia”.
- ¡Yo lo pagaré! – Interrumpió la voz de Rolf desde las escaleras. Todos lo miraron aún más incrédulos. - ¿Con tal de repetir experiencia? ¡Me vale!

Estalló una risa generalizada que aniquiló cualquier resto de tensión en el ambiente. Llenos hasta arriba de los restos de la adrenalina, pero victoriosos, rieron descargando todas sus preocupaciones, o casi todas. El teléfono móvil de Kurtz hizo su duro llamamiento a la realidad. No necesitó ni mirar para saber quien era.

- Har... – Gruñó, mirando a Paris.



- ¡¿Por qué, Jonás?! – Harlan estaba cabreado, de un modo que solo él sabía estarlo: Sus pupilas permanecían clavadas en los ojos de su amigo, inmóviles y acusadoras, mientras respiraba profundamente. Estaba sentado en un banco de un parque público, cerca del fin del distrito. Desde los límites de la ciudad se podía ver amanecer. A su lado estaba Kurtz, compartiendo con él algo de café y unos donuts. - ¡¿Por qué putos cojones te alías con el niño del cuchillito al que teóricamente habías fostiado para no volver a ver nunca más en un reactor hace ya no se cuantos meses?!
- Porque quiero ser de los buenos, Har. – Esa respuesta desarmó a su compañero del todo. – El niño me propuso una alianza. Los guardias a los que mató en el reactor tenían un historial de asesinos sobre el que se había echado tierra. Su problema era que no sabía elegir los objetivos, así que se dedicaba a eliminar proxenetas y asesinos de tres al cuarto. En mi primera misión, acabamos con una célula negra de mercenarios pagados por Shin-Ra para cometer atentados terroristas y sacar esta mierda de estado de excepción que han impuesto por el meteorito. Seguro que lo recuerdas: Nos cargamos a Sergei Brenzov.
- ¡¿Vosotros?! – Preguntó incrédulo. - ¿Todo ese fregao, con los restos de explosiones, tiros y signos de lucha, y esos siete cadáveres y fuisteis vosotros cuatro?
- Entonces éramos solo el rubiales y yo. – El turco sintió como su negra piel palidecía. ¿Qué clase de demonio de la guerra era su compañero? – Har... Soy un puto asesino...
- ¿Asesino? ¡Una masacre ambulante es lo que eres!
- En serio, tío... Durante la guerra, después de que me “licenciasen”, seguí luchando. En un grupo que, por así decirlo, no existía. ¿Entiendes a que me refiero?
- No. Lo siento, pero con todo el jaleo de esta noche, estoy algo espeso.
- Básicamente nos ocupábamos de todas esas cosas que ayudan a ganar una guerra pero que no está bien que el público sepa que se hacen. ¿Entiendes? ¡Operaciones negras!
- ¡Joder, nosotros mismos hacemos “operaciones policiales negras”!
- Pero esto no es una guerra. ¡Imagínate hasta que punto me llené de mierda! – Harlan finalmente asintió, dando la razón a su amigo. – El sector 7 fue la gota que colmó el vaso. Tío... Quiero seguir siendo turco, defendiendo el orden y todo eso... Pero no voy a permitir que en mi puta ciudad se haga la mierda con la que destrozamos Wutai.
- Por eso fuiste a por esto... – Harlan sacó del interior de su chaqueta un pequeño pendrive. – La lista de miembros de Soldado potencialmente peligrosos.
- ¡Joder, tú viste lo que hicieron esos hijos de puta en el edificio-comuna del sector 8, el otro día!
- Y no lo podré olvidar nunca. Es más, Jonás... Te creo. Y por eso, creo que tengo que darte las gracias. Me vas a joder la vida, pero si tienes éxito, Rubanza y Amira no tendrán que tragar la mierda que nos tocó a nosotros.




Desde el coche, los compañeros de Kurtz pudieron ver como ambos turcos se daban un abrazo y se despedían, cada uno hacia sus respectivos coches. Harlan se piró en el Shin-Ra Supreme negro que solían usar los de su unidad, y Kurtz se sentó en el asiento trasero del Alraune. Nada más hacerlo, le tendió a Paris su daga, su máscara, su pistola y su pendrive, que los recibió con sorpresa.

- Mucho te cuidan tus amigos... – Bromeó Rolf, relajado.
- Har y yo nos hemos cubierto el culo tantas veces que ya ni nos molestamos en llevar la cuenta. – Paris no respondió. Con toda la escena, ni siquiera se dio cuenta de que había sido desarmado mientras estuvo inconsciente. Ni se imaginaba que haría si perdiese a Katherinna... - ¡Niño-mierda! – Gritó Scar, sacándolo de su ensimismamiento. – ¿Me estas oyendo? Yo cubro tu deuda con Harlan.
- ¡Dale las gracias! – Se apresuró a responder.
- No tan de prisa. No puedo hablar por la rubia. – Dijo con una sonrisa que retorcía sus cicatrices. - ¡Más te vale tener libre el sábado de la semana que viene!

7 comentarios:

Ukio sensei dijo...

Argh!!!! Joder!!! Ha sido un puto dolor de huevos, pero mola mil ver como una escena que has tenido en mente durante meses queda plasmada. La verdad es que estas jugadas son las más difíciles, ya que llevas tiempo teniéndoles ganas y como no has podido hacerlas en cuanto se te ocurrieron, ahora tienes que hacerlas como un examen: Recordando cosas, con una inspiración que puede venir, pero no será tan súbita. Han sido 13 páginas, pero ha valido la pena.

1: NOE significa Nap Of Earth. Es volar bajo para que no te pille el radar.
2: Quiero saber que opináis del final!! Ya!!!

Astaroth dijo...

¿Qué opino del final? Me ha sorprendido lo de Yvette, porque a ver qué hacen ahora con ella. Joder, la pobre Yvette va a tener que tragar toda la mierda de los demás xDD

Y sobre todo, quiero ver qué hacen el próximo sábado. La espera me mata.

En cuanto a lo de Han incluido en el grupo, repetiré aquello que ya dije en su día: me llega a dar miedo que los personajes formen alianzas.

Lectora de cómics dijo...

Me puse una canción para leer el relato expresamente que reza:

"Keep on running to the end
It's not too late
Keep on running to the end
To the underworld
Keep on running to the end
Time never waits
Keep on running to the end
Do it!! Do it!! Do it!!"

Es... dioss... a ver si me sale: ERES EL PUTO AMO, HIJO DE LA GRAN PUTA!!! He tenido la sensación de estar en ese coche, de ver el muro de contención a solo 400 metros, de ir en dirección contraria. Es total y absolutamente brutal como te arrastra el relato y cómo te mete en la acción y lo mejor es que aún te queda tiempo para meter bromas, referencias musicales y conversaciones. Este relato se ha convertido en uno de mis favoritos, te lo digo en serio, está genialérrimo. Me dan ganas de cojer un coche y ponerme a hacer salvajadas XDDD

Diossss... es... fuaaa... ahora mismo tengo el pulso a 104 pulsaciones por minuto, no te digo más XDDDDD Shieeee ahora sí me siento realizada :D ver este relato terminado después de tantísimo tiempo... qué bien se siente 8D

Qué asco te tengo, cabronazo XDDDD

Pobre Yvette?? JAJAJAJA Dioses, nunca lo hubiera pensado XDDD

Ukio sensei dijo...

Que quieren hacer con ella? Ella simplemente quiso sacar tajada, y quiso una cita con el rubiales apolíneo. (Eso le está bien a Rolf, que por ser un francotirador e ir a lo rata y disparar desde lejos, no liga).

En cuanto a lo de que los personajes forman alianzas... Pues la verdad es que es simple: Se conocen y luego se caen bien, se odian... Lo que sea. No todo va a ser hacer amigos en la tierra de la fantasía.
Por cierto, que a la primera pasada me pareció leer "Eso de meter a Har en el grupo".


PD: Noiry, te contaste las pulsaciones, acaso?

Cuando vuelvas a Coruña, papá y Monstruo te llevarán a hacer Drift.

Paul Allen dijo...

Nah, no hay palabras coherentes para decir lo que opino. Sólo que eres un putísimo genio en peligro de extinción.

Mephisto dijo...

Grandísimo hijo de puta.

Ukio sensei dijo...

El Shin-Ra Alraun es el Honda Civic EG6. He cambiado el Fenrir blanco que había en el taller de Han por dar juego... No es gran cosa, pero ya lo veréis. (Así le doy profundidad al personaje).