viernes, 23 de mayo de 2008

120.

El mendigo alzó la vista ante el trajeado hombre que le miraba con compasión. Llevaba allí todo el día, sentado entre cartones y pidiendo una escasa limosna que apenas alcanzaba para pagar un cartón del vino más pésimo que pudiera comprarse en una tienducha de barrio.

Un pequeño reloj de pulsera resonó en la muñeca del mendigo. Levantando la manga del sucio abrigo, dejó ver una belleza de oro antigua valorada en varios miles de guiles. El encorvado y mugriento vagabundo se rascó la barba negra de varios días, y se apartó hasta un par de contenedores en la sombra del alto edificio del suburbio. El largo abrigo raído tenía varios agujeros, a través de los cuales se podían ver los destrozados pantalones negros y la desvaída y grisácea camisa. En las punteras de los zapatos asomaban unos pequeños dedos, bastante limpios y de uñas cuidadas y arregladas, cosa que sorprendía pues con semejante roto en el calzado era algo milagroso que aún conservase los dedos intactos, ya fuera por las pandillas de gamberros o por las ratas hambrientas. El harapiento lanzó un último berrido animal, y comenzó a sonreír. Se refugió tras los contenedores, y comenzó a desvestirse.

Al cabo de unos minutos, una figura totalmente opuesta salía del mismo lugar: era un hombre mejor trajeado que el anterior, con el pelo antes revuelto ahora mejor peinado aunque todavía sucio. Llevaba una vestimenta similar a un frac, con unos mocasines de cuero negro brillantes y lustrosos. Era la apariencia de un alto ejecutivo en la dirección de Shin-ra: eso sí, un ejecutivo algo descuidado en su imagen, debido al pelo y barba mal recortados y sucios.

Junto a su antiguo puesto de petición de dinero, había un bar bastante limpio para la zona en la que se encontraba, donde unas cuantas personas bebían algunos cafés, los menos tomaban pequeños vasos de cerveza, y un hombre se encontraba tirado en la barra del bar, junto a una botella de cristalina ginebra. El empresario se acercó a ese hombre:

- Muchas gracias por permitirme cumplir mi sueño. ¡Siempre había querido sentir lo que se siente siendo pobre! – tenía un fuerte acento sureño, pero a la vez era seguro y denotaba confianza en sí mismo – Aquí tiene: lo que he conseguido recaudar durante el día, y un cheque al portador de 1500 guiles, para que se los gaste en lo que más le apetezca. ¡Gracias de nuevo!
- A mí… A mí déjeme… Déjeme en paz, oiga… - dijo arrancando el papel de las manos del sonriente millonario el ebrio hombre, que apestaba fuertemente a sudor y a alcohol, y tenía un ligero deje en las palabras, a causa de la bebida - Puede usted… Puede ir largándose con viento ¡hip! fresco, con sus millones y sus putas de lujo, y con sus… Con sus manías de pobre ricachón.
- Gracias de nuevo – repitió el altivo hombre, sin perder un ápice de su singular sonrisa ni torcer su gesto – Y recuerde: los millonarios pobres son raros, pero los pobres que valen millones son más raros todavía.

Dicho eso, el hombre con el traje negro se dio la vuelta, y desapareció entre los cristales de la puerta del establecimiento, en el cual quedaron aquellos que bebían café, los pocos que tomaban cervezas, y el único que se servía ginebra: el antiguo investigador Gerald McColder.

Un historial casi impecable, donde sólo existía una mancha: Tombside. El gran asunto pendiente, el gran fallo que nunca debió cometer: permitirle burlarse de él.
El alcohol de su sangre dejó libres sus sentimientos, y se puso a gritar como un loco, lanzando la botella contra una televisión que daba noticias de los últimos actos de Turk en la ciudad. Varias personas chillaron, y otras tantas se acercaron para detenerle, recibiendo como tal una salva de golpes circulares mal dirigidos, acompañados de berridos y revolcones por el suelo. Dos hombres fornidos que habían estado bebiendo en un rincón le cogieron por los brazos y le lanzaron contra el polvo de la calle, donde apareció un charquito mezcla de sangre y saliva.

Lloró. En una extraña mezcolanza de embriaguez y pesadumbre, motivada por los recuerdos y la mente nublada, las lágrimas brotaron de sus ojos marrones, escurriéndose por sus arrugadas mejillas y perdiéndose en su recortada perilla. A medida que su mente se despejaba, comenzó a vivir su historia…

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Su mente se remontó veinticinco en el pasado, cuando solamente era un mozalbete de apenas 22 que acababa de ingresar en los preparatorios para Turk, queriendo imitar a aquellos grandes hombres y mujeres de los que tantos otros habían hablado: Warren McCluskey, Sarah Lindley, o Igor Krakoyief.
Su imagen distaba mucho de ser aquel viejo de pelo revuelto y canoso, perilla y numerosas arrugas, siempre tapado por camisa y chaqueta bien abrochada: en aquel verano de 1982 era un joven de pelo largo hasta la base del cuello y moreno, con la piel tersa y los ojos marrones llenos de vitalidad, sin ese párpado que caía ligeramente sobre el ojo derecho. Siempre bien afeitado, en ese momento estaba tirado encima de la cama de su apartamento, con la camisa blanca desabrochada y con un tatuaje de letras procedentes de Wutai en el abdomen: era su marca distintiva, aquella seña que distingue a cada Turco del resto de miembros de la división. La habitación era todo el recinto que componía su pequeño piso alquilado, donde en ese momento se escuchaba música, una extraña mezcla de blues, rock y funk, al tiempo que daba pequeñas caladas a un cigarro liado que se consumía poco a poco en un mar de humo. De fondo se oían los gritos de los vecinos, quejándose por el ruido, aunque Gerald hacía caso omiso: tres años de entrenamiento para SOLDADO habían servido para aprender a concentrar los sentidos y alejar de ellos lo indeseable.

Dos suaves golpes en la envejecida puerta rompieron la calma. Cerrada por un cerrojo de cadena y una llave mal colocada en la cerradura, parecía que de un momento a otro iba a caerse por su propio peso. Bajando de la cama, movió la llave y abrió la puerta sin quitar el cierre superior, de manera que la cadena permitía abrirla lo suficiente como para que el humo escapase de su habitación para llegar al pasillo, donde se mezcló con el aroma a comidas y el polvo de las obras que embadurnaba el sector por completo.

En el exterior, otro joven compañero de la misma promoción esperaba, bien estirado: de veintitrés años, aspecto impoluto y bien cuidado, con un pañuelo blanco en la solapa de la chaqueta negra y el pelo cortado y bien peinado, aquel tipo había pasado el tiempo en una tropa de adiestramiento especial de desactivación de bombas, traspasándose a Turk al haber salvado a dos compañeros ineptos de morir por cortar un cable equivocado. Su nombre: Antonio Chandler, hijo de ejecutivos importantes y un niño de papá que necesitaba que se la mamaran suavemente y con servilleta de seda.

- Tenemos que presentarnos en el Cuartel Central, dentro de una hora, agente McColder – soltó el recién llegado con una pedantería innata, digna de los miembros más destacados de la sociedad. Su tono era neutral e impasible, sin poder definirse entre grave o agudo.
- Pues llámame dentro de 45 minutos. Ahora, sí me dejas, volveré a encerrarme con mi querida novia: doña marihuana. Y quizás me monte un trío con ella y una señora botella de ginebra, así que mejor ven cuando queden cinco minutos. Ya atropellaremos a una vieja para llegar a tiempo.
- Me temo que no va a ser posible: tenemos que ir cuanto antes para ingresar nuestros nombres dentro de la Residencia de Aprendizaje de Turk.
- Grrr… En fin, otro día será, muñeca. Vamos, maldito bicho raro embutido en traje de asesino – dijo cogiendo la chaqueta negra que descansaba sobre la única silla de la habitación y quitando la cadena.

Abajo en la calle, dos gigantescas excavadoras sacaban arena de la acera de enfrente, justo donde se iba a construir en un futuro próximo un bonito cine porno. Les esperaba una limusina negra, donde un hombre vestido con gorra y traje bonito les abrió la puerta antes de introducirse a conducir el coche. “El coche del papaíto de este chupapollas”, pensó Gerald, que rápidamente se lanzó a por la botella de licor que descansaba en el lateral. Relamiéndose, prestó más atención a su vaso de whisky de única destilería que a su compañero de viaje.

Una vez el coche se hubo detenido y los dos nuevos Turcos salieron del vehículo, pudieron ver un enorme edificio de la placa superior, situado en el centro de la ciudad: el Edificio Shin-ra.

Aunque la simple visión de su altura impresionaba, Jerry solamente quería entrar allí y salir cuanto antes para comenzar a repartir golpes y disparos. Andando a gran velocidad, marchó hacia la puerta.

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- Os he llamado a todos, pequeñas ratas de cloaca, porque mañana mismo vamos a hacer una pequeña incursión en las montañas cercanas a Kalm, de manera que os entrenéis. Y cuando digo entrenaros, putos bastardos, quiero decir prepararos para el mundo de Turk, en el que protegeréis y serviréis: ¿Queda claro, desgraciados comemierdas de mamá? – el instructor que gritaba era un viejo decrépito, cuyo único pelo crecía en las numerosas verrugas que cubrían su cabeza.
- ¡Señor, sí, señor! – dijo una oleada de hombres uniformados con el típico traje negro y la blanca camisa, aunque cada uno con una marca que lo hacía único.

Los cincuenta hombres uniformados fueron conducidos a uno de los cinco camiones que había, donde subieron a tropel y que apenas tuvieron la amabilidad de esperar a que el último de ellos se hubiera subido para arrancar. Durante medio día de viaje en el cual no se respetó ni la velocidad establecida ni nada que existiera en el camino, nadie dijo una sola palabra: todos miraban al suelo, examinaban a sus compañeros, y un imbécil que parecía vestido para la primera comunión se limpiaba los zapatos con un pañuelo de seda similar al que llevaba en la solapa de la abrochada chaqueta, cosa increíble para el tórrido sol que quemaba a los ocupantes de la parte trasera del vehículo, a pesar de encontrarse bajo la sombra de la lona.
Una vez llegaron, todos volvieron a bajar de la misma manera que subieron: empujados por los instructores. Más de uno y más de dos era golpeado cuando los superiores descubrían algún imperfecto en el traje a causa del viaje: éste era su distintivo, y tenían que conservarlo como conservaban la piel. Y hasta que se ganaran el suyo propio, ese atuendo de aprendiz debía ser como si de su miembro viril se tratara.

Uno a uno, cada miembro del primer año de instrucción recibía una mochila que ocupaba bastante, además de un golpe en la nuca con la palma de la mano y un grito de advertencia, además de ser una orden:

- ¡Vete al puto barracón ahora mismo y cámbiate, nenaza! Tienes diez minutos para ponerte el traje de campaña y preparar tu equipo, porque si no lo haces te vamos a atar a las duchas con el culo en pompa, dispuestos a dejártelo tan grande que podrás meter la cabeza en él. ¡Y deja tu puto traje bien colocado, mierdaseca!

A los diez minutos acordados, cuarenta y ocho de los cincuenta ya estaban preparados, con un traje de camuflaje militar, botas y la mochila a la espalda, mientras que los dos restantes eran conducidos desnudos a una caseta apartada, donde se encontraban unas duchas.

- Bien, nenitas, estas dos señoritas ya van a comprobar cómo las gastamos en Turk cuando se desobedece. ¡Ahora mismo vamos a atenderos, cariñitos: id calentando para recibir! Mientras tanto, vosotros iréis con cuatro instructores más a aquellas montañas de allí, esas que tienen mucha vegetación y rocas. El objetivo es simple: debéis sobrevivir durante tres días, protegiendo al objetivo que hemos asignado en cada grupo, hasta un total de doce. El líder del escuadrón es quien debéis proteger, siguiendo sus órdenes. Trataos con dureza, pues los instructores que os capturen no solo os lo harán pasar mal, sino que os traerán aquí para la ronda de castigo. Tenéis equipamiento suficiente en las mochilas, aunque es inevitable que muera alguno en estas misiones: siempre algún tonto se emociona demasiado, o no cumple con el objetivo. ¡Así es Turk, sí no sois los mejores ya podéis largaros con viento fresco a las duchas y luego a casita, a comerle el coño al perro! ¡Ale, a la puta carrera!

En ese momento, cuarenta y ocho personas marchaban a las montañas.

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- ¡Que no, Jerry, que por ahí van a descubrirnos!
- ¡Te digo que no, cojones, que esa zona está más abandonada! Es un puto llano, está al descubierto y es de piedra. ¿Quién cojones va a esperar que nadie vaya allí?
- Yo creo que no tienes razón, McColder. Seguro que alguien ha pensado en eso y nos está esperando – dijo con su tono pedante Chandler, que en ese momento estaba bien oculto entre la maleza, disimulando mucho mejor que el resto de sus compañeros.
- ¿Podéis decirme quién va a estar allí? Dime, tú esperarías que un grupo se exponga en el lugar más evidente de la Tierra, ¿no es así?
- No, yo no, pero… - dijo el cuarto compañero, con cara de alelado: parecía un milagro que hubiera sido capaz de ingresar en Turk.
- ¡Pues ya está! Además, me designaron como jefe de grupo, y yo mando. ¡Cojones!

Todos hicieron caso de un Gerald pintado por completo con tonos verdes oscuros y negros, con la camisa también desabrochada igual que siempre. Lentamente, y con mucho cuidado, se encaminaron hasta la zona que delimitaba el espeso bosque lleno de helechos y maleza con un campo de piedras grises, despejado de vegetación y bajo un cielo cubierto de nubes que anunciaban tormenta.

Justo en el límite, una voz grave y aspirada habló desde la nada:

- Vaya, vaya. Parece que tengo aquí a unos pajaritos que quieren una ración de dolor y sodomía.
- ¿Pero cómo cojo…? – preguntó visiblemente enfadado Jerry, apuntando con su machete en diversas direcciones de manera muy rápida. Estaba bastante nervioso.
- ¿En serio creías que no pensaríamos que nadie vendría aquí? Sabíamos que alguien lo iba a hacer, pensando que nadie se expondría. Y por eso pusimos a los más idiotas como líderes de grupo. Ahora, si tenéis la amabilidad de seguirnos.

Al instante, una punzada eléctrica dejaba inconscientes a los cuatro integrantes del grupo, que cayeron sobre las rocas del suelo.

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- Bien, señoritas. Este año ha estado muy bien: sólo han muerto diez personas, y únicamente treinta capturados, además de los dos gilipollas del inicio que han sido expulsados. Nenitas, creo que va siendo hora de volver a casita a que mamá os ponga pomada en el culete.

La gente estaba agotada, y se la veía visiblemente enfadada o cansada de todo aquello. La mayoría habían sido capturados por culpa de sus acciones, aunque tres de ellos estaban particularmente mal, acumulando una ira irrefrenable contra un único blanco: Gerald McColder, quien les había conducido a la captura y posterior humillación. No dijeron ni una sola palabra, pero la triada sabía que aquello no iba a quedar sin castigo.

El regreso fue igual que el viaje de ida: las mismas prisas, que esta vez sí que dejaron a alguno en el camino, el silencio sepulcral, los golpes por el respeto al traje. Poco a poco, los cansados instruidos se dirigieron al Edificio Shin-ra con paso lento y quejumbroso, dispuestos a dormir plácidamente en sus nuevas camas durante los próximos años. O durante los próximos días si no lograban aguantar los primeros embistes.

Ya de noche, la suave luz de la iluminación ocultaba la radiación de las estrellas, o lo hubiera hecho si estas hubieran podido brillar sin verse impedidas por el denso humo de los reactores. Pero en las habitaciones destinadas al descanso de los futuros miembros de Turk, la oscuridad era total. Casi todos los reclutas dormían en absoluto silencio, junto con el otro símbolo que distingue a un miembro artificial: la porra.
Jerry dormía a pierna suelta, mucho más relajado tras haberse fumado un buen cigarro de los suyos junto con un par de vasos de ginebra. Únicamente llevaba el pantalón del traje, mostrando su cuerpo magullado por las palizas de castigo que recibieron por haber sido capturados. De pronto notó un tirón en el brazo, y abrió un ojo lentamente para ver como un Chandler, igual de impecable que siempre exceptuando un ojo morado que afeaba su pulcra imagen, le tapaba la boca con un pañuelo empapado mientras que con la mano libre le pegaba un puñetazo en el estómago. Los otros dos compañeros también estaban allí, sujetándole de pies y manos; el que parecía tonto tenía su porra en el brazo derecho.

El pañuelo debía tener cloroformo o una sustancia similar, porque se desmayó en cuestión de unos segundos.

Cuando despertó, intentó mover los brazos para desperezarse, llevándose una gran sorpresa cuando vio que estos estaban pegados a su cuerpo con cinta adhesiva. Tampoco podía hablar, pues tenía una bola sujeta con correas dentro de la boca, similar a los instrumentos de sadomasoquismo que utilizaban con los dominados. Estaba de pie en un armario metálico, probablemente en algún armario de conserje, y sujeto por los dos compañeros de armas. El tercero, Chandler, estaba frente a él, con un rollo de cinta y con algo negro en la mano.

- Vaya. Veo que has despertado justo a tiempo para ver cómo nos tomamos aquella orden que nos distes. Por tu maldita culpa, perdimos. Por tu culpa, hemos llegado a ser humillado y vejados por miembros de Turk, que algún día se reirán por esto cuando nos vean. Vamos a ser mierda si seguimos contigo. Así que mejor será que vayamos deshaciéndonos de ti. Te dejo un regalito, saboréalo – sonrió mientras levantaba aquella cosa negra: era una granada de mano.

Con una velocidad increíble, lanzó un puñetazo en la cara de Gerald, usando la otra mano para levantarle la cara y volver a pegarle otro puñetazo, en el lado opuesto. Los tres a la vez comenzaron a pegarle patadas y puñetazos, mientras él no podía más que lanzar gritos ahogados por el plástico del instrumento que tenía entre los dientes. Cuando se hubieron cansado, el recluta que parecía tonto le empujó fuerte contra el armario mientras Chandler quitaba la anilla de la granda. Con un sonoro “pásalo bien”, se despidió al tiempo que cerraba la taquilla con pasmosa velocidad, justo después de lanzar el explosivo a sus pies.

Jerry temblaba. Pasaron tres segundos, y todos sus poros sudaban al tiempo que sus piernas dejaban de responder, sin poder moverse debido a la estrechez del lugar y a la cinta que le sujetaba fuertemente. Cuatro segundos, sus dientes se apretaban fuertemente contra el acero. Cinco segundos. Jerry cerró fuertemente los ojos y esperó el fin.

La granada comenzó a lanzar un humo que enseguida llenó la reducida estancia, dejándole sin visión y ahogándole en cierto modo. Gas lacrimógeno. Sin poder aguantar la presión, y mareado por la vista llorosa, se desmayó nuevamente.

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- Parece que ha sido un milagro el que le encontrásemos en aquella taquilla del piso 31. No entiendo como alguien puede haberle hecho algo así.
- Turk siempre ha sido así: o eliminas, o te eliminan. Sólo los mejores prevalecen.
- Pues Turk se ha acabado para él, Teniente. Hemos tenido que realizarle suficientes injertos de piel, y el menor golpe le causará un dolor terrible. Aquella cinta que le retiramos estaba adherida a su piel, casi unida. Está igual que si hubiera tenido una explosión en la propia epidermis.
- ¿Una explosión, dice? Quiero que archiven pronto esto, y que envíen a ese “blastodermo” a su casa. Nunca podrá volver a Turk.

Tras la cortina del hospital que separaba las camillas, escuchando la conversación del médico y de su teniente, un sedado Gerald McColder dejó escapar dos lágrimas silenciosas que rodaron por sus mejillas.

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Igual que hace veinticinco años, ahora estaba tirado y dejando caer lágrimas, mezcla de rabia, de impotencia y de tristeza. Primero Chandler, luego Tombside. Turk había originado sus problemas, ya en dos ocasiones.

Ahora era un investigador sin licencia, pero con buenas dotes de deducción. Tenía que adelantarles, fuese de la manera que fuese, y a cualquier precio. Se levantó, y se dirigió a sus cartones, aquellos que eran su nuevo hogar después del embargo que la Asociación Bancaria de Shin-ra le había realizado. Entre aquellos desperdicios, había una carpeta.

Ahora era el momento de comenzar la verdadera caza.

13 comentarios:

Lectora de cómics dijo...

... Voy a empezar a dedicarme a despellejaros las pelotas cada vez que me dejéis un relato sin concluir el úlitmo día ¬¬UUUU
En fin, a ver cómo y cuándo lo terminas.

Paul Allen dijo...

¿Cuándo fue "mañana"? ¿Ayer?

Astaroth dijo...

Ya está acabado. A ver si con esto voy comenzando a desarrollar a los personajes.

A ver quién adivina de dónde me inspiré para sacar la última frase del ricachón. Cerveza en juego xD

dijo...

Pobre McColder, viviendo entre cartones con la boca sabiéndole todavía a magnesio XD. si es que le dan por todos los lados.
Buen relato,explica eses carácter deprimido y obsesivo suyo. Veremos hacia dónde encaminas a éste personaje...¿Les meterá un puro a Turk o pillará a Tombside él sólo? Espero el siguiente relato

Buen trío: McColder, Ginebra y Sr.Canuto

Astaroth dijo...

¿Sabiéndole todavía a magnesio?¿Qué me he perdido? xD

Paul Allen dijo...

Menuda gansada lo de la cegadora. ¿Aquí todos somos amantes del gore o qué?

Me ha gustado bastante el fracaso de juventud de McColder. Los ánimos que bociferan los oficiales de Turk son la repanocha. Sí, señor.

Lectora de cómics dijo...

Ahora es cuando definitivamente pienso que se os ha ido la pinza en lo relativo a los Turcos y cada vez se confunden más con SOLDADO (pero con traje)
Pongámoslo fácil: Turk son el FBI y SOLDADO los marines. Los Turcos están especializados en espionaje, secuestro y asesinato, son guardaespaldas de altos ejecutivos y una cantera de promesas para SOLDADO. Vamos, lo de un entrenamiento tan militar para una organización de ese estilo me parece una sobrada, tendrán instrucciones pero no tan "vamos a la puta guerra".
Y lo digo porque yo ya no diferencio SOLDADOs de Turcos salvo por la mención al traje negro...


Pero dejando de lado esto y hablando del relato en sí me parece que está bien, creo que la granada debería haberle matado (después de todo es una explosión dentro de la boca) pero bueno, ta bien llevao.

Astaroth dijo...

Hombre, tengamos en cuenta que Turk son la elite, que son capaces de cargarse a Soldados de 1ª Clase. Tendrán que tener un entrenamiento especial para adaptarse a las circunstancias; además es Turk a la antigua, donde eran más duros y despiadados.

Que yo sepa, una granada cegadora no explota, aunque siendo así tendré que cambiarlo. Quiero que siga vivo y con los dientes xDD

Lectora de cómics dijo...

De dónde ha salido eso de que un Turco puede contra un SOLDADO de 1ª???? Entonces los SOLDADO no sirven para nada y habrían mandado a Reno a darle una tunda a Sephiroth y asunto resuelto ·____________· Es que si me dicen que Ruda le gana a Zack o Tseng a Sephiroth en pelea apaga y vámonos. Si lo dices por el relato de Ukio en que iban a por SOLDADOs te recuerdo que llevaban sus propios miembros de SOLDADO y que fueron un porrón de Turcos a por 1 solo de 1ª.

Joder, que los SOLDADO están mutados genéticamente.
Turk no es está por encima de SOLDADO, son departamentos distintos, uno es más "civil" y el otro es militar. Cada uno es la élite de su clase.

A las granadas, supongo que explotan porque sino de donde sale la luz pero tampoco me hagas mucho caso que yo de granadas se poco XDDDD

Astaroth dijo...

De dónde ha salido eso de que un Turco puede contra un SOLDADO de 1ª?

Bueno, lo saco de Last Order, cuando matan a Zack XDDD Sí, ya sé que ocurrió, pero bueno...

En fin, supongo que no me quedará más remedio que readaptar parte del relato para que quede más acorde con todo.

Ukio sensei dijo...

AStaroth, aparte de que aun voy a acabar de leer ahora tu relato, lo que me han dicho de que un turco puede patear a un soldado... Como que no.

Vamos a ver: Yo mismo he puesto a un grupo de turcos fostiar a un grupo de soldados, pero si te fijas, venían apoyados por soldados de 1ª (que hicieron bien poco, solo dejar un poco tocado al más loco y duro de todos). Si te fijas, me he asegurado de que cada soldado que caía lo hacía tras una combinación de tácticas de combate en escaramuzas, superioridad numérica, organización y juego sucio.

Aparte, los soldados estaban taraos!! Pero bueno... Cuando lea comentaré más.

Un turco, y dependiendo de que turco, puede con un soldado de 3ª (en el juego reno es mil veces más duro que esos soldaduchos que te vienen en el asalto al edificio ShinRa, pero claro: Reno es un jefe).

Zach fue asesinado, en Last order. En unas hostias cara a cara, la cosa no habría acabado así ni de puta coña. No hay mas que ver como caían los pm.

Los turcos antíguos es algo que yo mismo me lo saqué de la manga. Para que te hagas a la idea, Kurtz es un militar veterano, Dawssen fue patrullero, Harlan aprendió en turk, pero aprendió de eso: militares veteranos, polis veteranos... Gente dura y curtida a los que ofrecen un sueldo mejor y un traje negro. Por eso puse a los turcos antíguos como duros: Era un trabajo para el que buscaban gente que fuese dura y no dudase en freir a tiros sin hacer preguntas.

Astaroth dijo...

Vale, oído cocina. Cambiaré el relato, aunque creo que nadie captó que cuando dije lo de "matar a un soldado" evidentemente iba en coña.

Ukio sensei dijo...

Ahora, me permito una pequeña lección sobre las flashbang: Tienen un cuerpo metálico tubular (como las del counter) con agujeros, por los que emiten la luz y el sonido (si: Sonido. 180 decibelios de petardazo que te dejan los timpanos pitando y el equilibrio hecho mierda).
La cubierta metálica está hecha para no fragmentarse, con lo que, si es por eso, McColder conservaría los piños...

El problema es la quemadura (que a veces la causa a personas que estén cerca de ella, imagínate si les peta en la boca)... y la concusión (onda expansiva).

Pero me has dado una idea cojonuda: Coges el armarito, metes al sujeto dentro, pero le pones en la boca una bolinga de estas de sadomaso con agujeros para respirar. Tiras una granada de gas lacrimógeno, de esas diseñadas para disolver una manifestación entera y cierras la puerta. Luego a ver como baila el armario por el movimiento del que está dentro.


PD: Hay que ser tonto para meterse en un descampao en los juegos de guerra!!!

PD2: Para más info sobre el entrenamiento de un turco, hacéos el tutorial del Dirge of Cerberus.