miércoles, 7 de mayo de 2008

117.

Desde el bus, Caprice miraba incómoda a su alrededor. No había sino miseria por todos lados, en los sectores más bajos de los suburbios. No era precisamente rica, pero tenía la ventaja de que su padre, propietario de una constructora, le había dado la educación propia de su clase, media acomodada, y un piso en el sector 6 de la placa superior, bajo el cielo, donde el humo apestoso de coches destartalados y hogueras donde los indigentes se reunían para ahuyentar el frío quedaba lejos. No era precisamente una niña pija... Por lo menos, no del todo. Asustada y nerviosa, sus ojos archivaban cada imagen, obligándose a atender y aprender todo lo posible sobre aquellas personas, ya que estos eran aquellos sobre los que quería escribir. Había pasado tantos años en su vida de lofts y clubs que ahora el mundo real abofeteaba sus retinas en cada calle.

Tenía bien a mano en el bolsillo de su abrigo el spray de defensa, listo para ser empleado al menor indicio de amenaza. En el fondo de su bolso, había un arrugado periódico de unos cuantos días atrás. Había cruzado esas calles, donde los jóvenes se drogaban para olvidar sus miserias, o recorrían sitios tan sórdidos como ese siniestro mercado muro. Incluso en algunas zonas de los sectores más miserables, las casas eran de madera. Habría sido más rápido e indoloro un viaje en taxi, pero eso supondría exponerse a ser secuestrada por esos falsos taxistas que daban caza a presas desprevenidas para organizar secuestros express. Por suerte, a medida que el bus avanzaba, su mente se consolaba con que le quedaba poco tiempo ahí abajo, entre miserias y ruinas. En su confianza, no estaba preparada para la mala pasada que le jugó el transporte público. En el sector 3, entre grandes edificios, vetustos y sin embargo conservados gracias al esfuerzo de los que los habitan, que no les queda otra que organizarse y costear ellos mismos las reparaciones pertinentes. A lo largo de varias calles, transitó a pie, con la mano cerrada como una garra en torno a su única defensa. Un paseo de media hora se convirtió en una temible travesía por un infierno, entre hombres de mirada aviesa que parecían violadores, mujeres que la miraban con desconfianza, y niños... A su mente venían escenas de películas donde los niños alertaban a los criminales de la presencia de víctimas a las que asaltar. Sin embargo, no podría estar tranquila hasta que lo hubiese visto con sus propios ojos. Finalmente, pudo encontrar el edificio que buscaba: Una edificación de nada menos que quince pisos, orgullo del Midgar del siglo pasado. Allí un portero avanzado en edad le franqueó la entrada con una cálida sonrisa hizo que se tranquilizase. Le deseó buenos días con una voz profunda, y llamó al ascensor para ella. Un par de guiles de propina alimentaron esa sonrisa, pero Caprice los pagó con gusto. Era la primera vez que se sentía tranquila desde que entro en el tren que descendía hasta los suburbios, y eso no tenía precio para ella.

Cuando abandonó el ascensor en el piso indicado, se vio sumergida por un hervidero de actividad que le hizo sentirse apabullada. La redacción del Midgar Lights, comparada con la del canal de noticias de la televisión oficial de Shin-Ra, era mil veces más frenética. Reporteros de todas las edades y aspectos corrían de un lado a otro, decididos a contrastar debidamente cada noticia, cada mínima reseña que fuese a ser impresa. A un periodicucho de segunda como este le era muy difícil mantenerse a flote, con lo que cada impresión debería ser compensada o las pérdidas lo ahogarían. Sin embargo, se mantenía fiel a los principios de honestidad y veracidad con los que el periódico se había fundado. Casi nadie lo compraba arriba, ya que su venganza al olvido al que lo sometió la ciudad fue dejar de informar sobre su zona principal. Casi todos los artículos reflejaban sucesos o noticias que concernían principalmente a los suburbios, dándole a estos la imagen de una ciudad aislada. Como si fuese un mundo dentro de otro mundo, más pequeño, pero más puro y honesto. Ella lo compraba desde que decidió tomarse en serio la facultad, cuatro años y pico atrás. Estaba a punto de cumplir 20, y decidió cambiar sus ídolos pop por otros que le pudiesen parecer más reales. Quería admirar a alguien por su forma de escribir, de expresarse y de encandilar a la gente. Buscaba alguien que la inspirase para ser la periodista que quería ser. Había elegido esta carrera para presentar el canal musical de Shin-Ra, pero tenía curiosidad por ver como sería el “periodismo de verdad”. Entonces lo encontró: King Tomberi. El misterio del anonimato combinado con unos artículos de opinión que llamaban a la reflexión intentando no imponer a nadie criterio alguno, salvo la obligación de formarse un criterio propio. Su admiración por este misterioso escritor le hizo seguir cada día el periódico, preocupándose como si de uno de sus parientes se tratase, cuando aquel cuyos escritos la encandilaban faltó tres días seguidos a su cita, la noche que el Cometa apareció en el cielo. Sin embargo, aunque la espera fue dolorosa por el miedo y la incertidumbre que lo provoca, la reaparición de este escritor fue aún más dura para ella.

De repente, un hombre de mediana edad, vestido con una camisa blanca decorada con manchas de sudor, arremangada hasta los codos y cubierta con un desabotonado chaleco se interpuso ante ella.

- Perdona, guapa... ¿Puedo ayudarte en algo?
- Si, verá... Soy licenciada en periodismo, y busco trabajo...




- ¡Ponte la maldita corbata! ¡He elegido la que mejor te queda! – Decía una mujer rubia, sentada en la mesa de un pequeño cubículo, mientras luchaba por completar un doble nudo.
- ¡Venga ya! ¡Odio las corbatas! ¡No quiero parecer un estirado como ese maldito...!
- ¡Kowalsky! – Gritó Grayson, el editor. Su índice le señalaba, con la mano firme de un macho lomo plateado. Su tupido vello corporal era visible en sus antebrazos, así como asomando bajo el abierto cuello de su camisa. Su corbata, bien aflojada, pendía sacudiéndose de un lado a otro, y su chaleco gris marengo estaba suelto, dejando libre la panza propia de un hombre de su edad. – ¿Aun no has resuelto esa puta mierda de la foto? Tu y tu mierda de salir del anonimato... ¡Ahora tenemos que imprimir una foto más en cada ejemplar!
- ¿Qué pasa? – Lo encaró Daphne. - ¿Tienes miedo de que ahora que es famoso te quite las novias?
- No, cariño. Solo de tener que sumar a estas las lectoras defraudadas ahora que saben quien es King Tomberi... ¡No voy a tener tiempo para satisfacer a tantas mujeres! – Su rubia oponente no pudo reprimir una carcajada ante esa respuesta.

- ¡Es él! – Caprice era incapaz de dar crédito a sus oídos. ¡Era imposible! ¡Kowalsky es un hombre tosco, rudo, bajito, desagradable y cínico, mientras que King Tomberi es elegante, irónico, culto y con estilo! ¡No pueden ser la misma persona! ¡Sin embargo ahí está, para hacerse la foto oficial! Se quedó bloqueada, sin saber que hacer, oculta tras la pared del cubículo, mientras los demás seguían bromeando.

- ¿Aún no te la has puesto bien? - Bramó Daphne, cargando hacia el joven periodista.
- ¡Joder, que hombruna eres, mujer! - Murmuró el editor, sorprendido.
- Gracias.
- Por cierto, Kowalsky. Tienes visita... – Se despidió Grayson, llevándose consigo a esa belleza rubia que Caprice había visto acompañando a su detestado compañero de redacción. Esta se volvió unos segundos para acabar de colocar la maldita corbata.
- ¿Gracias? - Preguntó Kowalsky antes de que se fuese. - ¡Te acaba de llamar "hombruna"!
- Si, pero también me ha llamado "mujer".


Entonces para su sorpresa, dos personas, de distintas edades pero aspecto parecido se abrieron paso a través de la redacción, entrando en el cubículo. El primero en entrar y notoriamente el mayor, vestía impecablemente, con un elegante abrigo de buena sastrería, bajo el que llevaba un traje de la mejor confección. Su figura era esbelta y atlética a pesar de su avanzada edad, y su blanca cabellera estaba peinada hacia atrás, mostrando sobriedad y estilo. El más joven llevaba un atuendo parecido, con la diferencia de que su peinado era más actual, y su cabello era castaño claro. El estilo de su ropa era más moderno. Su traje negro habría hecho fácil a cualquiera describirlo como un ejecutivo agresivo. Ambos, como era de esperar, iban acompañados de los gorilas corporativos de rigor. Dos, y tan grandes que no habían podido pasar a la vez por las amplias puertas dobles de la redacción.


- Woodrow Sebastian Pollard e hijo... – Comentó Kowalsky mientras su semblante se ensombrecía. - ¿A que debo el honor?
- El honor es nuestro. – Dijo el Pollard Sr. – No todos los días descubre uno entre sus filas alguien cuyos artículos sean presentables a un premio periodístico. – Los halagos dedicados por su padre hicieron que junior se resintiese en su silla, pero logró mantener la compostura.
- ¿Y que pretenden hacer ustedes con ese escritor? – Inquirió alzando una ceja.
- Promocionarlo, evidentemente. – El anciano aristócrata miraba a su alrededor mientras hablaba. – Siempre en el marco de un medio con la tirada que tal hombre merece.
- Es curioso como se diferencia lo que merecemos de lo que deseamos, señor... – Kowalsky seguía tanteando al que era su patrón. – ¿Por qué iba yo a desear trabajar para usted?
- Señor Kowalsky... Usted ya trabaja para mi. La diferencia está en que sus condiciones de trabajo podrían mejorar sustancialmente si usted quisiese. – Kowalsky miró a su alrededor. Grayson estaba espiando desde el pasillo, visiblemente preocupado. Mientras tanto, Daphne negaba con la cabeza en silencio. Sin embargo, el periodista mantuvo su expresión inmutable.
- Bueno... Mi salario ya es bastante más que generoso...
- Asociado a una condición laboral de “putilla traecafes”, y le ruego me disculpe por esa grosería. – El viejo era muy listo, conservando una calma absoluta, mientras que junior cada vez sudaba más. – Espero que sus aspiraciones vayan más allá de eso.
- Mis aspiraciones son, evidentemente, más elevadas, pero como no he nacido rico, necesito el dinero. Al fin y al cabo, soy un hombre con responsabilidades.
- Un alquiler, una tarjeta de transporte público y una persona a su cargo. No se que relación hay por medio, ni me importa lo más mínimo... Mi familia no se relaciona con ese tipo de gente. – Desde atrás, Daphne pensó que el viejo era un poco inconsciente. Incluso estuvo tentada de decirle como habían sido las cosas en realidad. Sin embargo Kazuro pudo ver perfectamente como los iris de color verde grisáceo del anciano se clavaban fijamente en su hijo. Tuvo muy claro que había cosas con las que el anciano magnate no jugaba, y una de ellas era la imagen de su familia.
- Usted propone esto como si fuese un nuevo trabajo... Bien pagado, con un cargo de renombre...
- Casa, coche... Pero como entenderá, esos trabajos exigen exclusividad.
- ¡Oh! ¿Y podré tener tarjetas de visita nuevas? – Preguntó con una cara de inocencia que haría conmoverse a un reo de muerte. – Algo sofisticado y elegante, como unas Van de Rauter...
- ¡Esto ya es inadmisible, puta! – Gritó junior, definitivamente fuera de sus casillas. – ¡Padre, puedo tolerar que quieras que trabaje para ti, y que porque sea un creativo no lo quieras amenazar, pero nos está...! – Ni lo vio venir. Kazuro se puso en pie, pegando un tirón de la corbata del joven y arrogante hijo de puta, con su mano izquierda, lo cual era lógico, ya que Kowalsky era diestro. Su otra mano había agarrado firmemente una vieja grapadora de oficina, de esas con muchos resortes y un pomo para golpear, y se la estaba estampando en la mejilla en ese preciso momento.
- ¿Inadmisible? – Le gritó a la cara, obligándole a encararle a tirones de la cara prenda que permanecía mal atada a su camisa. Pollard jr miraba con desesperación a su padre, pero ni este ni los brutales matones corporativos que los acompañaban movieron un mísero dedo. - Sin embargo, Kowalsky llamó su atención con más golpes. – ¡¿Inadmisible?! ¡Claro que es inadmisible, aborto de rata criada entre algodones! ¡Es tu puta biografía! ¡Tu eres el aficionado a las prostitutas transexuales! ¡Tu eres el que ordenó el asesinato de una cuando te vi con ella! ¡Tu eres el que me ha insultado cada día en la oficina, primero humillándome y después de que quisiese vengarme mediante chantaje, pisoteándome como a una cucaracha! ¡Tu eres el causante de que me diese a la bebida! ¡Tu ordenaste a tus matones que me golpeasen hasta dejarme hecho mierda, me humillaste en la oficina y me insultaste hasta convertirme en el puto hazmerreír! ¡No puedo volver a mirar a nadie de esa puta redacción a la cara desde entonces! ¡Especialmente...! – La rabia lo estaba sobrepasando, pero logró cerrar la boca a tiempo... Durante un segundo. - ¡Te jodes si no te gusta, pero no te que da otra que callarte y escuchar! ¡¿Ha quedado claro?! – Kowalsky decidió hacer más notoria la falta de opciones de su jefe empujando su cabeza contra la mesa y grapándole la corbata sobre la superficie de madera. El golpe debió afectar a su tabique nasal.
- ¡Estás muerto, Kowalsky! – Clamó furioso. - ¡Que alguien me quite esta mierda! ¡Juro que te mataré, hijo de puta!
- No te atrevas a moverte, Woodrow. – Los ojos de Pollard sr se entrecerraron en finas rendijas amenazantes, y sus palabras silenciaron a su hijo con la firmeza implacable de una maldición.
- ¡Padre! – Murmuró entre dientes el ofendido. - ¡¿Cómo puedes tolerar que nos haga esto?!
- Si alguien insulta mi familia, maldito putero sodomita... – Dijo el anciano sin mirarle ni mucho menos alterar su tono ni una octava. – Me aseguro de que recibe su castigo. Espero que te sirva de lección.

Grayson miraba la escena aterrado. Los matones habían echado a todas las personas de la redacción, menos a Daphne y a él. No solo iba a perder a su mejor escritor, sino que por presenciar esa escena se estaba ganando un enemigo poderoso. Daphne por su parte emitía gritos de júbilo, animando a Kowalsky a atizarle otra vez más. Sin que lo supiesen las siete personas que estaban en ese cubículo, Caprice se mantenía oculta bajo la mesa del cubículo vecino, cada vez más abrumada.

- Señor Kowalsky. Esta es mi oferta, y no podrá negar su generosidad. Un piso en la placa superior, sector tres, un Shin-Ra Cavalier, un despacho propio, un cargo en el canal y un sueldo mensual de cinco mil guiles netos. Eso sin tener en cuenta su futura columna en los suplementos dominicales del Diario de Midgar, cuyo estipendio será discutido aparte. – Dijo sin alzar una ceja, como quien da calderilla a un indigente. – Como gesto de generosidad hacia su especial situación, estoy dispuesto a despedir a toda la redacción del canal 4 de noticias, solo para asegurar su comodidad como trabajor. A cambio solo tiene que aceptar una renovación de contrato.
- Con la pertinente cláusula de exclusividad...
- Evidentemente. Al margen de su trabajo podrá emprender todos los proyectos que desee, pero siempre con nosotros. Dígame usted, entonces: ¿Se atreverá a salir de este cuchitril siendo el señor Kazuro Kowalsky, periodista de gran reputación, o prefiere seguir siendo King Tomberi, ídolo de minorías.
- Señor Grayson... – Dijo Kowalsky, buscando al redactor tras los matones. – ¿Tiene alguna contraoferta?
- ¿Qué? – El pobre redactor no daba crédito a sus oídos. ¿Acaso Kazuro creía que él podría superar algo así o simplemente se había vuelto loco?
- Por favor, señor Grayson – Dijo Pollard sr. – Me tengo por uno de los más firmes defensores del libre mercado. Le ruego que tome asiento y pronuncie su oferta.
- Yo... – Dijo sentándose mientras miraba con recelo al guardaespaldas que le estaba ofreciendo su silla. – Kazuro. Siempre te he tratado con respeto, y espero que valores eso. – Grayson era famoso por rugir como Bahamut embravecido en cuanto se entraba en la última hora antes del cierre de edición, y por proferir juramentos que harían sonrojarse avergonzados a los luchadores del Foso. Sin embargo, Kowalsky asintió. En el fondo respetaba a los que trabajaban para él y nunca hacía oídos sordos a las peticiones de adelantos de sueldo o días libres para sus subordinados. Por lo menos aquellos que él sabía que tenían cargas familiares o deberes parecidos. – Mi mejor oferta es un sueldo de ochocientos cincuenta al mes y un pase de prensa cuando quieras ver algún espectáculo.
- Es una oferta generosa para un medio con su tirada, lo reconozco. – Murmuró Pollard sr. – Señor Kowalsky, espero su decisión.


Kazuro permaneció quieto, con aire pensativo. Su decisión estaba claramente tomada de antemano: Había esperado durante años por una oportunidad así y ahora estaba paladeando cada segundo. Todo el esfuerzo de esos días, desde el periódico del instituto hasta la facultad, seguido de los días escribiendo para el Midgar Lights mientras entregaba un currículo tras otro a las oficinas de periódicos como el Diario de Midgar, o el Independiente. Su momento había llegado al fin, y este era el momento de su victoria definitiva. Mantuvo el semblante inescrutable y procedió a cobrar su premio.

- James Grayson... – Murmuró despacio. – Me conociste hace ya once años y me ofreciste un trabajo para una pequeña columna que se ganó a pulso ser publicada diariamente en la primera página de los artículos de opinión. ¿Y usted, señor Pollard? ¿Cuándo me conoció?
- En persona ahora mismo. Sin embargo, podríamos decir que le conocí cuando di el visto bueno a su contratación tres años atrás. Ayer, alguien del departamento de personal vino a verme para comunicarme que teníamos al célebre King Tomberi en nómina.
- Señor Pollard... Creí que sabría quien era yo, pero veo que ni siquiera se ha fijado. – Dijo Kowalsky, mientras sacaba unas tijeras de uno de los cajones y liberaba al idiota del hijo de su jefe para que dejase de sangrar sobre su mesa. – Hace seis años me licencié en periodismo por la UCM, la Universidad Central de Midgar. ¿Sabe cual fue mi nota? ¡Fui el segundo de mi promoción! – Grayson se inclinó hacia delante, para no perder detalle, pero los ojos verdes de Pollard sr se abrieron como platos. Como hombre inteligente que era, lo estaba viendo venir. – Y como ya sabrá, el número uno fue Woodrow Sebastian Pollard junior, aquí presente. – Sentenció el joven periodista, arrancando una mueca al que había sido su compañero de clase. – Pero claro... Se lo ganó en base a sus estudios, sino me equivoco... Siempre con esas fiestas de fraternidad y esos exámenes entregados en blanco. Fue un digno rival, y sus notas siempre empataban a las mías... Menos en la última. El último examen de la carrera fue Ética de la información, y era una de mis asignaturas favoritas. Incluso el profesor que la impartía, Rossembach, llegó a ser considerado por mí como un amigo personal. Mi nota fue un nueve coma ocho, y cuando fui a la revisión del examen, a preguntar ultrajado el motivo de que no tuviese el diez que claramente merecía y que no había recibido, Rossembach ni siquiera pudo mirarme a los ojos. Me entregó un examen escrito de su puño y letra y firmado a mi nombre con los fallos necesarios para asegurarme un buen puesto en la graduación... Pero no el que merecía. Luego su hijo me contrató al reconocer mi nombre como el eterno pringao de la carrera, y el resto de la historia ya la sabe.
- ¿Cree que soborné a su profesor para que diese preferencia a mi hijo?
- Lo sobornó, lo chantajeó, lo amenazó... ¡No me importa! – Se produjo un silencio tenso, mientras Kowalsky sacaba un documento mecanografiado y firmado que entregó con serena seriedad al anciano magnate. – Simplemente me robó algo que era mío para dárselo a alguien que claramente no lo ha merecido nunca. Ahora, si me disculpa, debo pedirle que acepte este papel con mi solicitud de baja voluntaria y abandone este cubículo. Tengo trabajo pendiente. No se preocupe por mi presencia en el trabajo los quince días que quedan. Estaré allí.
- No se preocupe, señor Kowalsky... Tómeselos libres...


El anciano potentado se fue de la oficina, pero lo hizo con la fuerza, la serenidad y la elegancia que caracterizaron a una antigua aristocracia ahora pervertida. Su dignidad no menguó ni un ápice ante la derrota, y su frente se mantuvo siempre bien alta. Su hijo se limitó a mostrar como los hijos no siempre son lo que los padres querrían.


- ¡Estoy orgullosa de ti! – Daphne saltó sobre la mesa, abrazándose a su amigo hasta los límites del estrangulamiento, mientras que este intentaba mantener la calma. Ambos eran conscientes de que no se habían librado de jr, sino que lo habían convertido en un enemigo seguro, pero ese no era motivo para no celebrar esta pequeña victoria.
- Kazuro... – Dijo Grayson, aún medio paralizado por la impresión. – No se que decir...
- ¿Qué? – La cara de poker del periodista volvió a desvanecerse, mostrando ahora perplejidad. - ¡Falta poco más de media hora para el cierre, casi toda la redacción está en el bar, ¿y tu no sabes que decir?! – Ni siquiera tuvo tiempo de decirle que le había dejado la columna del día sobre la mesa de su despacho.
- ¡Mierda!...


Bahamut volvió a tomar el control de la situación, abalanzándose pasillo adelante hacia sus incautas presas, que estaban a punto de arder en las llamas de su ira. Mientras tanto, Daphne se sentó sobre las rodillas de Kowalsky, besándolo en la frente.

- Joder, Kowa... ¡Si yo hubiese nacido mujer entonces no tendrías excusa para no ser mío!
- Anda bájate... Que estoy... – Para su perplejidad, el día acabó de la forma menos lógica o previsible para él. Aún temblaba tras encarar a un hombre con el poder y la influencia de Pollard sr, pero llevaba años esperando ese encuentro. Sin embargo, para el encuentro que más ansiaba no lo estaba en absoluto. Por la esquina de la mampara que separaba el cubículo, el hermoso rostro de Caprice Riedell, enmarcado en una cabellera que los ángeles querrían para sí asomaba tímidamente. - ...Ocupado.

Kowalsky cayó mudo. En su estado de Shock, solo podía mirarla en silencio, mientras que ella permanecía asustada, escondida como una niña tras la mampara. Daphne vio su oportunidad de devolver a su protector el trato recibido, ya que si no hacía ella algo, nadie lo haría.

- Caprice Riedell, supongo... – Dijo mientras la sacaba de su escondrijo y la traía hacia la mesa cogida del brazo. – Soy Daphne, la compañera de piso de Kazuro. ¿Me permites tu abrigo?
- Yo... – Ella miraba con pánico como esa mujer tan extraña, de voz muy ligeramente ronca se llevaba la prenda, con el spray de defensa en el bolsillo, dejándola indefensa ante ese... ¿Genio? ¿Psicópata?
- Muchas gracias...

Colgó la prenda de un perchero y le ofreció una silla para sentarse y luego, ¡se fue! Caprice se quedó sola durante treinta interminables segundos ante ese hombre bajito y desgarbado, con su pelo despeinado por el arranque de furia anterior. Su mano agarraba con fuerza una grapadora ensangrentada, y había una corbata grapada sobre la mesa, en medio de un charco de sangre sobre el que también había un diente roto y unas tijeras. Entonces llegó esa chica de nuevo.

- Agua... – Kowalsky permanecía petrificado, sin hacer movimiento alguno. También había traído otro vaso para la invitada, pero la respuesta de esta fue la misma. - ¡Agua! – Siguió sin obtener resultado alguno. - ¡Agua! – Gritó arrojándole el líquido a la cara. Ahora si reaccionó, sacudiendo la cara, como si acabase de despertar. Rápido como el viento, tomó el otro vaso y lo engulló de un solo trago. – Traeré más... – Se limitó a decir Daphne.
- ¿Hay té? – Preguntó Caprice, aún confundida.
- ¡Té para la señorita Riedell! – Exclamó Kowalsky, servicial. – Y para mí café, por favor. – Daphne se fue con una sonrisa en los labios, dejándolo solo ante la oportunidad que tanto había deseado. – Yo... Puedo saber que le trae a esta oficina, señorita Riedell.
- Yo, eh... Verá... – Dijo ella con dificultad.
- Con perdón por sonar arrogante, pero... A usted le gustan mis artículos, ¿no es así?
- Si, pero no. – Dijo ella, aliviada por que se hubiese roto el hielo. – Los artículos de King Tomberi siempre me encandilaron, pero usted... Su comportamiento fue tan brutal y descortés... – Kowalsky sintió inmediatamente la necesidad de contraatacar.
- ¡Sin embargo usted me amenazó con un arma defensiva cuando fui a pedirle disculpas!
- ¡Eso fue porque usted, la primera vez que se dirigió a mi tras años de trabajar en la misma oficina, lo hizo llamándome de todo! ¡Me hizo sentirme como si fuese basura!
- ¡Es cierto, pero porque no sabía que era usted!
- ¡Ah, claro! ¡Porque a la rubia cachonda de la oficina se le dicen cosas soeces, pero de otro estilo! ¿No? ¡Y al resto se los trata como a mierda!
- ¡No! ¡Porque el resto no valen la cagada de un perro, mientras que usted...! – Kowalsky volvió a quedarse en blanco... Callado por no atreverse a decir lo que realmente sentía.
- ¿Yo que? – Preguntó ella, preocupada, pero a la vez, intrigada. - ¿Qué pasa conmigo? – Insistió. Con un asentimiento, Kowalsky se predispuso a ceder.
- Yo he estado jodidamente enamorado de usted como un estúpido colegial desde que la vi por primera vez. Nunca me atreví a decirle nada, ya que supuse que tendría pareja, o algo así, ya que usted es increíblemente guapa, e inteligente, pero esa idea no logró hacerme desistir de mis sentimientos. – Mientras hablaba, sentía que se veía a si mismo desde fuera, como si su propia voluntad no fuese capaz de detenerle en este momento. – He lamentado cada noche cada sílaba de cada palabra que le dije, pero temí ofrecerle mis disculpas por miedo a enfurecerla más. De hecho, no contaba con llegar a tener nunca una oportunidad como esta de hablar con usted, pero... Algo dentro de mí... Algo que nunca desistió, seguía aferrándose a la esperanza.
- No se que decir... – Confesó ella, mirándole a los ojos confundida. – He creído desde entonces que usted era una especie de ogro misógino, y sin embargo, he estado enamorada desde hace años de sus artículos, de su profundidad y de los sentimientos que estos embargaban y la razón que contenían. He estado en desacuerdo con algunos de ellos, y recuerdo su misiva de respuesta, respetuosa y educada.
- Supongo que mi cara de monstruo no es asociable a su idílico príncipe escritor... – Bufó el periodista, sintiéndose abatido.
- Lo siento, pero no... No estoy segura de lo que siento ahora mismo. – Dijo ella levantándose. – Incluso siento el impulso de dejar de leer sus columnas para arrancarlo de mi vida. – Kowalsky acusó ese golpe como si hubiese sido arrojado desde lo alto del edificio Shin-Ra. Sintió que el aire le faltaba en los pulmones, y el pulso le empezaba a temblar, pero entonces, cuando ella estaba a punto de desaparecer de su vista, quemó su último cartucho.
- Que extraña combinación de licores ha ingerido este humilde periodista para tratar ahora este tema, polifacético, extraño y controvertido… Tan… Abstracto. – Recitó de memoria. No sabía si había tenido éxito o no, pero ella se había detenido. Estaba de espaldas, y Kazuro no podía ver la lágrima conmovida que se deslizaba por su mejilla. – Sigue siendo tan cierto como cuando lo escribí, Caprice... Es el único de mis artículos que soy capaz de recitar de memoria. – Admitió con una mirada triste, mientras ella se volvía. - Quizás porque en cada palabra veo su rostro...


Ella se volvió en silencio.



Daphne bufó una maldición con fastidio. Había hurgado por media redacción buscando la jodida máquina de café, y las jodidas bolsitas de té, para luego pelearse con un microondas más viejo que el papel de las paredes. ¡Y todo eso para llegar con un café recalentado y un té barato a un cubículo vacío! Los dejó sobre la mesa y fue a por su abrigo, para coger su phs. Mientras tanto, a su alrededor, todo el personal de la redacción reocupaba sus puestos como ovejas volviendo al redil, perseguidas por un dragón.

- ¿Rolf? ¡Vaya, ya estás despierto! - Paró un segundo para escuchar las protestas procedentes del otro lado de la línea. - Anda, ponte algo y ven a buscarme, que te tengo que contar tantas cosas... - Más protestas. - ¡Vago de mierda! ¡Ya se que solo pasó un día, pero más te vale venir ahora mismo o te vas a tener que conformar con el puto palo de la escoba! ¿Ha quedado claro? ¿Que no tiene que? ¿Agujero? ¡Ven aquí, o sino...!

9 comentarios:

Ukio sensei dijo...

CHUPAOS ESA!!!! CHUPAOS ESAAAAAAAAAA!!!!

Lara LI dijo...

Jajajajaja ^^ ya sé que el capítulo no es para reírse... pero me ha encantado!!!!!

Su bastardidad, sepa usted que es un grandísimo hijo de su madre por escribir como "King Tomberi· y que le haré pagar tamaña afrenta cuando le vea a base de puñetazos a la riñonancia.


Impagable la paliza a Woodrow (cuantos años llevaría deseando hacer eso XD), las intervenciones magistrales de Daphne (estoy viendo que no va a ser Rolf el que lleve los pantalones en esa relación XD), la simpatía del editor de Midgard Lights, alias Bahamut, y por supuesto nuestro queridísimo Kazuro, un hombre con un buen par.

La única que sigue sin caerme en gracia es Caprice, por pija, tiquismiquis y prejuiciosa, pero es normal, es el tipo de mujeres que no comprendo ni comparto. Espero que se reeduque.

Esperanod con ansia una nueva entrega de este culebrón midgariano, se despide vuestra asesina peligamada ^0^!!!!!

Lectora de cómics dijo...

Un apunte: llamas "el de aspecto más joven" a Pollard Sr.

A parte, muy bueno xD yo también me he reído pero conio, da gusto ver a Kowal poniendo los puntos sobre las íes, es todo un carácter :3 También me ha gustado Pollard Sr, un señor con todas las letras, de junior mejor no decir nada XD
Caprice demuestra ser un poco superficial pero creo que todos actuaríamos un poco de la misma forma (quizá no de forma tan exagerada) a un desencanto XD

Pobre Rolf, es un mandao.

En fin, genial relato, es que siempre digo lo mismo xDD
Te tengo que dejar sólo más veces XDDDDDDDDDD

Ukio sensei dijo...

Un señor? Un hijo de puta con todas las letras...

Coño, Caprice superficial? Vosotras cuantas veces fuisteis a que se os declarase un tío que os ha gritado hasta traumatizaros y ahora sobre su mesa hay unas tijeras y una corbata grapada en medio de un charco de sangre, ¿eh? ¡La tenéis cruzada, a la pobre Caprice!

He modificado levemente el final (casi nada), pero más que nada por pulir, más que cambiar. Es lo que tiene escribir de 3 a 7 de la mañana y al acabar estar cayéndose de sueño y bajo la amenaza de ser cazado in fraganti con su consecutiva charla por esas despreciables personas que llevan vidas "normales".

Lectora de cómics dijo...

Qué carácter tiene Daphne XD Aunque Rolf se lo debe pasar pipa con ella XDDDDDDDD

Astaroth dijo...

9'5 en la escala Astaroth de la genialidad literaria. Y no se lleva el 10 por algunos fallitos leves, además de no ser muy dado a los extremos.

Kowalsky me ha sorprendido mucho, y sobre todo también la aparición de Pollard Sr. Aunque siempre le había imaginado como Roger Mayers Sr, el "creador" de Rasca y Pica.

Y también me sorprende que justamente, la cita que Kazuro ha repetido, sea una de las cosas de AdM que mejor recuerdo.

Ukio sensei dijo...

Astaroth, es indudablemente halagador que una de las partes de azoteas que recuerdes sea de un relato mío.

Eso si: Sabe que te arrancaré ese 10, y que sé con que hacerlo. Solo necesito marcar el camino y que la histiria avance hasta ese relato...
Y entonces sabréis lo hijoputa que puedo llegar a ser.


De todos modos, y en momentos como este, es cuando os recomiendo a todos que leáis y escribáis cuanto podáis. Pocas cosas son comparables a plasmar el desenlace de algo que llevas cociendo durante meses o años.

Paul Allen dijo...

Bah. ¡Malditos finales felices! Pero güeno, la escena de la grapadora es extrañamente sublime. Ta' bien que Kowalsky haya bajado de la montaña para dejar su opinión bien clara en la cara de alguien. ¿Volverá a tener un papel protagonista?

Veo mucho odio en tu interior, maestro. Creo que necesitas una fila completa de miembros de la SGAE con el culo al aire, para desahogarte a base de lanzallamas y granadas de fósforo blanco. Usa tu imaginación, que desborda como la espuma en mi vaso de cerveza.

PD: Es "té".

Ukio sensei dijo...

Adoremos a la grapadora de la verdad!!! La grapadora de la verdad es sabia... Y terrible!!

y la verdad... Las hogueras lentas (sangre hirviendo dentro de la gente=LOL) o las granadas de fragmentación (Dance the frag dance!)


Por lo demás, Kowalsky siempre fue un prota, solo que un poco aparcado mientras encontraba la forma de meter una escena como esta, obtenida con la inestimable ayuda de Mr.Meteorito.
Por otra parte, no es un final, y cualquiera que se fije, verá a que me refiero.