lunes, 5 de mayo de 2008

116.

La muchacha del largo jersey blanco parecía extranjera, tenía aquella expresión de incertidumbre, acongojo y cierta aversión que solía mostrar la gente que llegaba por primera vez a la inmensa ciudad. Subió por la amplia calle principal del Mercado Muro y se perdió entre la muchedumbre.

Atardecía, al menos así lo indicaban los luminosos números que marcaban la hora en el escaparate de la relojería Swssotzs y la cada vez menos cantidad de niños pequeños en la calle lo corroboraba. Para Isaiah aún era temprano, hacía media hora escasa que se había levantado de la cama; su vida se asemejaba más a la de los vampiros de las novelas de terror: despertando al caer la noche y acostándose al despuntar el día.

Había conseguido salir del pequeño piso sin ser visto por ninguno de sus familiares, se esforzaba porque esto fuese así, no le gustaba que nadie controlase lo que hacía, sobre todo porque sabía que ellos sabían que nunca salía por un buen motivo. Caminó dando grandes zancadas con su paso desgarbado y encogido, no tardó mucho en salir de Mercado Muro y llegar al parque abandonado en frente del portón que sellaba el Sector 7, los motoristas precoces que se divertían haciendo carreras en la desvencijada carretera que unía los Sectores 6 y 5 se retiraban ya en mitad de profusas carcajadas, riéndose de la caída de éste o aquel, con evidente camaradería.

Isaiah tomó asiendo sobre uno de los columpios con forma de cabeza de gato rechoncho, aún había clavado en él una enorme astilla de metal que había salido disparada durante el derrumbamiento de la placa vecina. Rebuscó entre los bolsillos de su ajada guerrera que una vez había sido parte de su uniforme militar, sacó una piedra del tamaño de una moneda, un mechero y papel de fumar. Chamuscó ligeramente la punta de la piedra y esta cedió bajo la presión de sus dedos, transformándose en tiras de hierba seca que dejó caer sobre la liviana hoja de papel, repitió el proceso un par de veces hasta depositar una considerable cantidad de escoria sobre la hoja. Guardó la piedra a buen recaudo en el bolsillo de su pecho y sacó un pitillo, lo abrió por la mitad y depositó el tabaco sobre la hierba, arrancó la boquilla y la puso en un extremo de la hoja, la enrolló con delicadeza, asegurándose de que nada quedaba fuera, luego se lo llevó a la boca para lamer con cuidado uno de los lados del finísimo papel y lo pegó, formando un cilindro nada perfecto de un dedo de grosor. Lo encendió y por fin dio una honda calada, el humo le raspó la garganta con un regusto exquisito, soltó aire por la nariz y emitió un gemido apagado. Una presión comenzó a nacer justo en medio de las cejas, creciendo y expandiéndose a todo el centro de la frente, de pronto se liberó y su cuerpo ya no pertenecía al mundo…

… Pero su mente se aferraba a él con desespero, aunque ahora podía enfrentar algunos de sus problemas sin su característica irascibilidad, de forma objetiva, casi ajena. Pensó en cómo había llegado a todo esto, le gustaba darse ese aire de héroe trágico e incomprendido que había regresado de una guerra que no fue tal con el peso de la muerte de un hermano sobre sus hombros. Era su excusa para comportarse como un perfecto yonki antisocial, dar malas contestaciones y evadirse de todo aquello que requiriese de él responsabilidad, incluyendo el ser un ejemplo para su hermano menor.

Ah… qué malas eran las comparaciones y los ejemplos cuando el otro lado del espejo era el genio de la familia, Elijah, el buen hijo, gran soldado y mejor persona. Desde su infancia había sido el paradigma de la perfección, cierto es que había tenido sus grandes errores y rebeldías pero supo enmendarlos para convertirse en aquel que servía de icono para los demás. Isaiah era el travieso, el difícil, no había maldad en él, tan sólo la incapacidad de llegar al nivel que su madre le exigía para poder comenzar a compararse con Elijah. Siempre había sido la sombra que realzaba la luz, el antagonista que hacía valioso al protagonista, la eterna oveja negra. Llegaba a odiarse a sí mismo cuando odiaba a Elijah por intentar ayudarle, por ser tan bondadoso y compartir con él todo cuando sabía y tenía, parecía querer demostrarle cuánto más por encima estaba él, sabía que no era así… pero sabía que no podía evitar pensarlo.

Y él cayó, el buen hijo quedó atrapado en una casa en llamas durante la revuelta de Corel. Y Isaiah había deseado y negado eso a sí mismo mil veces, la oportunidad para poder hacer algo valeroso, ser la luz, el caballero, el bienhechor… pero su valentía no estuvo a la altura, fracasó, el fuego era incontrolable, ni siquiera pudo acercarse lo suficiente para derribar la puerta. La vorágine de luz y calor naranja reclamaba el edificio para sí; no había entrada, no había salida, sólo el fin. Tal fue el fin de Elijah, una vida corta y brillante, como una estrella fugaz, se permitió pensar el macabro chiste de que ambos habían desaparecido de igual modo, pero no hubo maldad en tal pensamiento, ni odio ni envidia, tan sólo un respiro que concedió a su atribulada mente, sabía que su hermano, de poder leer mentes ajenas desde el más allá -si tal cosa existía- no se lo reprocharía.

Una nueva calada lo trajo al presente, era testigo y culpable de la desdicha reciente de su mermada familia, su madre había invertido en él grandes cantidades de tiempo y dinero para poder hacerle encarar la vida sin la lacra de una muerte tras de sí. Ella era fuerte, lo era de verdad: hija, esposa y madre de militares, ella misma era fiscal militar, había encarado y superado la muerte en acción de padre, marido e hijo y ahora sacaba adelante como podía a un adolescente y la garrapata que él mismo era. Nunca la había visto llorar, pero desde hacía años tampoco la había visto sonreír… si pudiera ser como ella, disciplinar sus sentimientos, someterlos a su voluntad… ¿de verdad quería eso?

“Ahora que Elijah no está deberás ser un buen ejemplo para tu hermano”

Había dicho tras el funeral, reflexionó sobre ello, ¡qué pésimo ejemplo sería! No había nada que pudiera enseñar, que pudiera compartir, él mismo no se respetaba ¿Cómo iba a conseguir el respeto de nadie? La idea era absurda, una completa estupidez, no era más que un miserable yonki que temía enfrentarse a los ojos de color oliva de su hermano, tan terriblemente similares a los de Elijah. Sí, un miserable, triste y prescindible. Había rehuido todo tipo de contacto con aquellos que le querían, había rechazado toda mano que se le había tendido, no tenía trabajo, ni dinero propio, había robado cada billete que llevaba ahora en la desgastada cartera de la pequeña caja metálica escondida tras el somier de la cama de su madre; una vaga sensación de falso triunfo le invadía cuando cometía esos pequeños hurtos, pero había algo que le decía que su madre sabía que lo hacía y siempre dejaba dinero allí, era tan miserable que todos se daban cuenta de ello e incluso le ayudaban a serlo un poco más

Se recostó sobre la cabeza deformada del gato, las luces de la placa superior titilaban, queriendo ser verdaderas estrellas que coronasen un pequeño cielo, podía meterse con algún tipo grandote y feo y dejar que le diese una paliza de muerte. Sí, haría daño a su madre, pero a la larga sería mejor, al menos podrían volver a su casita con jardín sobre la placa, dejarían de respirar el cargado aire de los suburbios, volverían a ver los amaneceres y anocheceres, las verdaderas estrellas bailando sobre el inmenso terciopelo azul que tapizaba la noche.

Se levantó sin resolución alguna, las ideas iban y venían, ninguna quedaba retenida por largo rato. Se pasó la mano por el cabello oscuro, sacudiendo algunos restos de gravilla. Paseó con lentitud, observando como si fuera la vez primera los tubos de neón que daban forma a palabras y dibujos en Mercado Muro, algunas jovencitas -y no tan jovencitas- paseaban la mercancía, lanzando obscenos mensajes a los transeúntes. Se encaminó por un pequeño paso tras el gimnasio y llegó hasta una pista exterior llena de baches, en el interior del recinto había tres personas, enlazó los dedos en la rejilla, miró de soslayo a las dos figuras, el chico pelirrojo botaba un balón de baloncesto mientras charlaba animadamente con otro un poco más alto de pelo negro engominado, no muy lejos de ellos un hombre adulto con gafas oscuras vigilaba, parecía un chofer. El menor lanzó a canasta y encestó, el otro soltó un aullido de desaprobación y mencionó algo sobre faltas en tono de broma.

Los miró largo rato, embobado, no pensaba en nada, seguir el movimiento requería de todos sus embotados reflejos. A penas se dio cuenta cuando el partido acabó y los jóvenes se despidieron, el del cabello negro engominado marchó en un lujoso coche en dirección a la placa superior, el pelirrojo se acercaba a él con un amago de sonrisa en sus joviales facciones.

- ¿Qué haces aquí? – preguntó con una mezcla de reproche y diversión.

- Mirar el partido – contestó él, con voz pastosa y gastada.

Los ojos verde oliva se le clavaron como dos puñales, estuvo a punto de volverse y dejar a su hermano sólo en la pista, pero los resistió, le devolvió la mirada a través de sus parpados cansados y sus oscuras ojeras. El incómodo silencio comenzaba a hacerse demasiado denso, el más joven amagó un paso, pronto Isaiah se pronunció sin pensar.

- Juegas bien.

Palabras sencillas, honestas, no había intención en ellas de romper el silencio por el único motivo de no poder soportarlo. Al chico se le iluminó el rostro, ver a su hermano era cosa rara, hablar con él prácticamente inexitente, no sólo se alegró por el elogio, sino porque Isaiah se parecía por fin a lo que en un tiempo fue, un hermano socarrón y bromista, a veces con mal temperamento pero un gran tío. Había echado de menos esa parte de él que admiraba.

- Gracias – respondió.

La sonrisa que acompañó cada silaba pronunciada supuso para Isaiah una especie de punto de partida, como si Elijah se hubiera asomado para perdonarle. Aún quedaba muchos errores por enmendar, mucha mierda que limpiar y muchas confianzas que recuperar, pero pensó que quizá si pudiera enseñarle algo a su hermano pequeño Aaron, no era perfecto, no era sobresaliente, ni un buen hijo ni una gran persona, pero sabía mucho sobre errores y podría enseñarle a no cometerlos.

- ¿Ese es mi balón? – preguntó señalando el esférico.

- Como tú no lo usabas…

- Un día te enseñaré a encestar de espaldas… cuando dejes de hacer trampas para encestar – rió el mayor, parecía más joven que hacía un momento.

- Eres un capullo – refunfuñó el menor, sabiéndose cazado por un ojo experto.


¿Me llamaste antes? Lo siento, estaba en el laboratorio. Sí, era yo. ¿Dónde estabas? Ah, es verdad. Bueno, déjame en paz, no puedo acordarme de todo. No claro tú sí, ya lo sé. ¿Si qué? No, aún no llegué a casa. Digo yo que no se morirá de hambre por no comer en ocho horas. No es un elefante. Que no. ¡Dios! Vale. Ah sí, eres tú la que me pregunta chorradas. ¿Recuerdas ese SOLDADO del que me habías hablado? Brannan, el mismo. No pertenecía a SOLDADO como tal, formaba parte de otro proyecto del Dr. Hojo, se le incluyó en la unidad como parte del experimento. Él mismo lo ha dicho, le encanta presumir de sus éxitos. Yo tampoco. No creo, los Turcos ya se han encargado de elaborar la lista. No. Otra cosa, quieren que termines la investigación. Eso no les importa. Lo quieren de vuelta. Tienen miedo de le ocurra lo mismo que estos que… eso mismo. Ya sabes que no creo que eso sea posible. En ese caso encárgate de ellos. No les importa. Haré todo lo que esté en mi mano. Lo sé. Te veo en casa.

El Dr. Connor Wolfe colgó el teléfono de su oficina con expresión seria, acarició la cicatriz que cortaba su labio con la yema del dedo, recorriéndola de arriba abajo lentamente, meditando. Sobre su espacioso escritorio había una pequeña montaña de archivadores y ficheros, todos ellos con el sello “Confidencial” en rojo sobre la cubierta de cartoné. La luz del atardecer se filtraba por la persiana parcialmente echada arrojando rectángulos luminosos sobre parte de la pared paralela y todo objeto que estaba a su paso. Las cosas se estaban complicando cada vez, desde la caída de la placa del Sector 7 el mundo parecía irse poco a poco a bajo. El “regreso” de Sephiroth, arma, ese monstruo colosal, atacando Junon y sobre todo el dichoso meteorito cuyo fulgor parecía convertir la noche en día. Comprendía a aquellos SOLDADOS que se habían vuelto en contra de todo y todos, ¿qué sentido tenía vivir sabiendo que el final estaba tan cerca?. El Dr. Wolfe no podía hacer demasiado desde su laboratorio pero sabía que mientras había vida había esperanza. En el Departamento de Defensa ya se hablaba de un plan para destruir, o como poco desviar, al meteorito.

Él debía seguir con sus investigaciones, sus órdenes eran claras, debía terminar su trabajo en un experimento que se había visto interrumpido hacía cinco años. Se había acabado el observar, tocaba actuar.

8 comentarios:

Lectora de cómics dijo...

Bienvenidos a la guía Noiry de cómo hacerse un porro XD
La primera parte es un poco moralista chachipiruli.
No sé si tiene toda la intensidad que debería, pero bueno ._.U

Ukio sensei dijo...

A mi me ha gustado. Comparado con la primera aparición de Aaron Conway, este es mucho mejor. Hay algo de profundidad, más allá de la simple víctima de Bullying con cameo de Paris.

Con respecto a la segunda parte... Va a haber hostias, presumo...


En fin. Me toca.

Astaroth dijo...

Nuevos datos desvelados de Aaron... Esto me gusta. Me gusta la guía para liar porros, puede resultar muy instructiva xDD

Está muy bien, esa primera parte resulta profunda. No sospechaba que sería Aaron hasta que leí su nombre.

En cuanto a la segunda parte, la del científico y el experimento... No se cuece nada bueno en mi mente xDDD

Lectora de cómics dijo...

Jajajaja es curioso que los dos mencionéis a Aaron cuando la historia va de Isaiah xDDDDD Desde el principio siempre ha tenido más fondo que el propio Aaron, será que tiene más años y más experiencias que contar, de todos modos no creo que vuelva a ser protagonista :3

Ahahaha! Cómo podéis sospechar de Connor con lo buenazo que es X_D

Me alegro que sus haya gustado ^3^

Paul Allen dijo...

Muy bueno, en general. Me gusta que empieces a darle tanta importancia detallista al lío del porro, como la parte más ansiada del día para Isaiah (¿Todos con nombre hebreo?). Pero aún así creo que deberías haber puesto más tensión cuando se encontraba con Aaron. Por cierto, ¿quién es el crío de pelo negro engominado?

Tuve una sensación de déjà vu durante la "conversación" telefónica.

¿Primera parte? ¿No lo has terminado?

Lectora de cómics dijo...

La verdad es que tu relato me dio la idea para lo de la llamada... eso y las conversaciones de Ocelot al final de cada Metal Gear XDDDDD

También pensé lo mismo, de darle más tensión al encuentro con Aaron pero si te digo la verdad no sabía cómo sin que quedase melodrámático-shojo-ñoño XDDDD
Uhm sip XD todos con nombres hebreos, me hacía gracia el detalle XDDD

El chaval del pelo engominado salía en el relato one-shot que hice para el curso, es un amiguete de Aaron

Ukio sensei dijo...

Te refieres a ESE relato que fue consumido en las entrañas de internet antes de que pudiese leerlo?

Lectora de cómics dijo...

El mismo T________________T
Y NO PORQUE NO TUVIERAS TIEMPO! ¬__¬UU Pero no te lo reprocho, que conste XD (o más)