domingo, 27 de abril de 2008

114.

Dime. Estuve allí. La vi, sí. Bien, bien. Fue un susto, nada más. Dijeron que se salvó por los pelos. En el pecho, justo. Ya me han avisado de que está fuera de peligro. Se habla de un milagro, incluso. Sí, estoy perfectamente. Aunque... bueno, ayer, después de lo de Yvette, fui con Van Zackal al Sector 7 a eso de las seis de la mañana y -¡Ja!- compramos... ¿Cómo se llama? ¿Peyote? Sí, peyote por un ojo de la cara. No, ya no me queda. Se siente. Te cuento: El caso es que procedimos a hacer el ritual, exprimimos uno de esos bulbos y lo mezclamos con agua caliente. Un suculento caldo podía olerse en el piso de Zackal como si fuera la sopa de una abuela hippie. El vapor que desprendía ya era como tragarse tres cervezas de una tacada. Sí, era fortísimo. Antes de nada pusimos un disco de los Puppeteer of Humans, para ambientar el cotarro. ¿Cómo íbamos a poner el primer disco? ¡Eso nos pondría al borde del coma! Preferimos el The Blackened Array por ser más... digamos alternativo. Al grano: Repartimos un cuenco entre los dos. Y esperamos. No dijimos una sola palabra. Creo que Zackal tuvo tiempo de encender un cigarrillo y darle un par de caladas, porque vi los hilos de humo deslizándose perezosamente por el aire, como una mortaja de un gris azulado al viento. En ese momento me di cuenta de que realmente era tela flotante y podía tocarla. Reaccionaba al tacto y se deslizaba alrededor y entre mis dedos, o al menos eso creo yo. Vislumbré, a mi derecha, la estela plateada de cenizas que dejaba Van Zackal, yéndose por un camino paralelo pero contrario al mío. No recuerdo que en ningún momento se incorporara sobre sus piernas. Se hundía. Volaba. La música agonizó, expiró y finalmente pereció en doce escalas de gris junto con el salón... Eso he dicho. Presta atención, porque paso de repetirlo.
Entonces miré mis manos. Estaban hinchadas y parecía que sudaban arañas, gusanos y milpiés, que empujaban la piel hasta brotar enérgicamente. Millones de diminutas patas correteaban tanto por encima como por debajo de la carne, como una marabunta de flujo continuo e ilimitado. El hormigueo acabó siendo bastante desagradable, como ese que sientes al tener una pierna dormida. Agité los brazos, esperando que los insectos se desprendieran de ellos. ¿Conoces esas canciones...? Las de ese grupo viejo. Sí, ya sabes... Los del globo de hidrógeno... Exacto. Esos eran. ¿Nunca escuchaste una canción en la que hay eco antes y después de que el vocalista diga nada? Pues cuando sacudí las manos sentí como si me desdoblara. Hacia atrás y hacia delante en el tiempo. Una secuencia de fotogramas puestos encima de otros. Era un déjà vu constante. Una y otra vez. Vez otra y una. Otra y una vez. Otra vez y -¡Je, je, ja, ja, ja! Ay...- Una movida, te lo juro. Cuando acabó era como soñar con los ojos abiertos de par en par. Lo que pasó luego es lo mejor de todo. Atenta.
Me convertí en luz. Sí. Era el puto sol, enorme, caliente y radiante. Mi hermosura cegaba todo lo conocido y por conocer, aunque no recuerdo haber estado en ningún sitio en especial. Me invadía una lujuria monstruosa. Me estaba poniendo tan cachondo que sentía la polla a punto de reventar los pantalones, aunque lo cierto es que me parecía estar desnudo. Y allí, en respuesta a mis plegarias de desesperado fervor sexual, apareció ella, Hécate, rubia, fría, mística y ctónica
(¿Yvette?). Señora lunar de la noche y de las fieras que la habitan, la hija de Perses, antiquísimo titán, clamó mi nombre: “Apolo”. Acudí sin demora al vocativo, entonado de tal forma que despertaba en mí impulsos más propios de Príapo...Sí, me acabo de fumar un canuto para darle mayor énfasis. Pues ahí que me encaminé, precedido por mi falo, y le quité el peplo que escondía los portentos de su anatomía divina. La seda se deslizó como agua por su nívea epidermis y las liras de Lesbos-ni idea de dónde cae eso- improvisaron mil himnos en honor a su belleza. Sus pechos perfectos, redondos, eran firmes al pulso de las palmas de mis manos. Juraría que Praxíteles vio su dichosa curva en las ondulaciones de la cintura y las caderas pálidas. Por Zeus que su pubis rasurado era merecedor de cientos de hecatombes o más. La besé con fuerza y ella me correspondió con mayor ansia, permitiéndome saborear el dulce néctar que pintaba sus labios. Abracé su torso suave y ella respondió a mis movimientos apretando su muslo contra mis gónadas, exigiendo que le diera placer más allá de lo mortal. Mordí sus pezones marmóreos y gimió a los vientos, empujando mil cóncavas naves aqueas a oriente. Desbocado, froté los labios de su vulva y de ella emanó lubricante que deslizó los dáctilos hacia su interior. Sus suspiros hipnotizaban como el canto de las sirenas que me llevaban a un destino fatal. Sin poder contenerme más –que el miembro ya me dolía de impaciencia- la penetré repetidas veces, multiplicándose tanto nuestro éxtasis que los gritos orgásmicos se oyeron en todas las esferas de la existencia. Ella decía que había tenido suficiente y que ya la matriz le dolía, pero yo la golpeé en su desagradecida cara con mi diestra mano y la obligué a seguir. Ambos estábamos furiosos y ya no éramos parte del panteón olímpico, sino demonios escuálidos condenados al lado más oscuro del mundo. Ella, Lilit, clavaba sus uñas afiladas en mis costillas, rechazándome y satisfaciendo su sed lujuriosa de sangre. Yo, Samael, dejé que lamiera mis heridas, lo que me unió más al irrefrenable y macabro sentimiento de violarla. Nos retorcimos, yo buscando nuevas y más pecaminosas formas de satisfacción prohibidas en lo más sucio de su cuerpo y ella buscando la forma de abrirme en canal a dentelladas. Rendí homenaje a Sodoma hasta que por su esfínter corrió la sangre y, parecía, algo más escatológico. Y ella lamió sus heridas, con más gusto, si cabe. Entonces el odio quemó mi ser entero y juré que esta mujer despreciable y patética no engendraría nada más a partir de mi semilla. La golpeé durante mil años y disfrutó de cada moratón y hueso roto, lo que me asqueó enormemente. La sujeté por una de sus maltratadas piernas, la que parecía más lacerada, y, agitando mis alas, la elevé hasta más allá de la Creación. Cuando en lo alto los cielos ya no tenían nombre, ella se transformó en una serpiente que oscureció todo con su enormidad y yo volvía a ser divino, luminoso. Marduk era mi nombre y Tiamat el del reptil en el que había prometido estrellar mi orden y mi venganza con golpe de cimitarra. No. Yo era Ra y ella era Apofis. ¡Joder, me estoy liando! El caso es que yo, Dios Supremo, descargué la ira de mi hoja afilada sobra la sierpe y súbitamente ante mis ojos comenzaron a brillar un montón de estrellas alrededor de una luna ensangrentada. Ahí fue cuando me di cuenta de que los efectos del alucinógeno se habían pasado. Estaba frente a la ventana mirando al meteoro –ya caía la noche- con una erección de caballo apretándome los calzones. Van Zackal estaba flipando en el suelo, con una colilla entre los dedos y un charco de vómito bajo su nuca. El panorama del salón era bastante desolador, jarrones hechos añicos, mesas y mesillas volcadas, libros fuera de sus estanterías y una pecera bastante grande que perdía agua por varias fisuras. Preferí no esperar a los señores Van Zackal y me largué.

El colchón de la cama de ‘Grim’ tembló cuando la mujer morena giró sobre las sucias sábanas.
- ¿Quién es? –preguntó, curiosa.
Jim le chistó y siguió hablando, pegando el teléfono móvil a su oreja.
- No, no sé nada de Zackal desde ayer –hizo una pausa para saborear el escándalo de las palabras de su interlocutor-. Como mucho lo dejarán una semana sin conexión a internet, si es que sigue respirando, claro –otra pausa, en la cual puso cara de hastío-. Nah, no puedo. Hoy me ascienden y voy a estar ocupado un par de semanas. O sea que no se te ocurra llamarme, que no tendré ni un momento de descanso –mintió.
Al otro lado de la línea telefónica alguien se lamentaba.
- Lo siento, nena. Tú no te preocupes. Estaré allí antes de que te des cuenta. Yo también te quiero. Chao –y continuó, casi inaudible-. ¡Cuelga, coño, cuelga!
Posó el aparato en la mesilla de noche, sobre la cual el despertador marcaba las doce y nueve minutos del mediodía. Se volvió para recibir la mirada inquisitoria de su compañera de cama.
- Repito: ¿Quién era?
- Jenny ‘Jelly’. ¿Quién si no? Desde lo del Highlander está insoportable.
- ¿Y por qué le sueltas toda la historia de ayer si no la aguantas? –aunque la chica no era muy despierta, reconocía las contradicciones.
- Porque sé que cuanto más le cuente, menos querrá saber -se excusó, aferrándose a una lógica muy particular.
- Supongo –fue la palabra comodín que ella sacó de la manga.
- Tú deberías conocerla mejor que yo, Soto.
Susan Soto, la Turk mulata del grupo de los novicios sonrió, mostrando su modestia.
- Debería. Pero a veces se deprime por nada, o por ti, y se encierra en su casa y luego, en las rondas nocturnas, apenas habla. Te quiere demasiado, ‘Grim’.
- Como si le faltaran pretendientes.
- Realmente sois tal para cual –se burló ella.
- ¡Qué más quisiera! Yo tengo más vida social –presumió, ultrajado.
- ¿A esto llamas “vida social”? –se abalanzó sobre Jim dejando al aire su figura voluptuosa.
- Así es cómo conozco gente.
Un silencio plomizo y cómodo como el cuerpo desnudo de Susan encima de Grim cayó sobre el cuarto. Los dos sabían qué querían. Soto apartó el pelo teñido de la cara de Grim y lo besó.
- Estás muchísimo más guapo cuando te despeinas.
- Estás de coña, ¿no? –inquirió con falsa modestia.
Procedieron a dejarse llevar y ella mordió el labio que atravesaba el aro de titanio. De repente, paró, como si recordara algo.
- ¿Seguro que a ‘Jelly’ no le importa? –preguntó, mostrando un respeto ya inútil hacia su amiga.
- Sabes que no.
Tres palabras suficientes para encenderse de nuevo, el uno contra el otro. Garrison cerró los ojos y durante un momento creyó volver a acariciar el pelo dorado de Yvette.

En otra parte de la placa superior, Jennifer Jellicos lloraba junto al teléfono inalámbrico que descansaba sobre la colcha de su cama. Sabía perfectamente por qué Susan tenía el teléfono apagado. Estuvo un buen rato pensando en su pistola, y en ‘Grim’.



Frente al magnífico y lujoso edificio de la placa superior, junto a una fuente colosal adornada con elementos barrocos, Larry St. Divoir intentaba mantenerse despierto escuchando música house en la comodidad de los asientos de cuero de su Bengal X5. El brillo del sol se reflejaba en el capó negro recién lavado, sin embargo la nueva luz púrpura con la que fulguraba el halo del meteorito añadía un tinte lóbrego a los vinilos de fuego que salían de los guardabarros delanteros. El ritmo repetitivo que retumbaba por los bafles producía pinchazos agudos entre los ojos del Turk. Retiró el disco del reproductor y lo tiró por la ventana. Un par de segundos de calma le hicieron recapacitar y concluyó que acababa de hacer una estupidez. De repente, como un fogonazo dentro de su cabeza, recordó el CD que le había prestado Dawssen. Removió el papeleo de la guantera y, debajo de todos los folios y carpetas encontró el álbum ajado. La portada mostraba la foto de una trompeta que reposaba sobre un tapiz de rojo oscuro. No prometía mucho, pensó. De todos modos introdujo el disco en la ranura del lector. El aparato emitió una serie de sonidos silbantes al reconocer el formato compatible de las pistas de audio y, sin previo aviso, el planto agónico de una trompeta solista hizo callar al mundo entero. Las tristes notas, como el canto de muerte de un cisne, subían lentamente por la escala del pentagrama para volver a bajar. El instrumento soplaba cada nota con la melancolía más terrible del orbe. Larry imaginaba ahora, con total claridad, un auditorio en semipenumbra, repleto de mesas de madera abrigadas por manteles escarlata. Ahora se veía a sí mismo, ensimismado frente a un pequeño escenario circular, sobre una silla metálica armonizada con un cojín. Quizás en ese lugar el aire de los pulmones alquitranados del trompetista se convertía en una corriente añil que insuflaba su tristeza en una audiencia llena de empatía y paciencia. Y no supo por qué, pero vislumbraba al trompetista como un hombre de color, viejo y ciego. Prejuicios, seguramente. El músico alargó una nota grave a mitad del jazz. Dos golpes en el cristal mandaron el clímax a tomar por culo, en opinión del oyente.
- Llegas media hora tarde, Garrison –Larry bajó la ventanilla del copiloto-. ¿Qué cojones estabas haciendo?
- Ejercicio –respondió el repeinado joven trajeado entrando en el coche-. ¿Qué es esto?
- Creo que es un blues -se aventuró a decir Larry, aun con cierto miedo por no conocer demasiados géneros musicales. Advirtió el paquete cilíndrico que traía ‘Grim’ consigo.
- ¿No cantan? –se extrañó Jim.
- Parece que no hace falta –soltó el otro sin pensar, sintiéndose como un iluminado.
El viaje hasta la torre ShinRa prometía un silencio incómodo desde el mismo instante en el que Larry hizo rugir el motor del deportivo. A medio camino, como gesto descarado de desprecio por los gustos musicales de su compañero, ‘Grim’ extrajo del bolsillo de su americana un reproductor de música portátil y, ajustándose los auriculares al oído, se puso a escuchar su selección personal de Faust metal a todo volumen. El piloto tuvo que aguantar con desgana el chirriante sonido que escapaba de las orejas de Jim hasta que se apearon en el aparcamiento subterráneo de la central de ShinRa. Divoir introdujo su tarjeta de identificación en la ranura del ascensor tubular y pulsó el botón marcado con el número de la última planta. Durante el trayecto ascendente, Larry no supo hacer otra cosa más que observar la pantalla digital que indicaba cada piso por el que pasaban, mientras ‘Grim’ observaba su reflejo en el cristal blindado que revestía el ascensor transparente, de vez en cuando lanzaba una ojeada al envase cilíndrico que agarraba su mano. Una campanilla anunció su llegada y las dobles puertas correderas se deslizaron a cada lado. En una de las sillas de la sala de recepción estaba Dawssen Peres, sosteniendo un cigarrillo entre los dedos. Jim miró a los lados con algo de reparo.
- ¿Esperabas al presidente, niñato? -preguntó el viejo Turk de ojos verdes desde su asiento.
- Ciertamente, sí –afirmó Garrison con orgullo y arrastrando las palabras.
- Llegáis tarde, por si no os habéis dado cuenta –señaló la esfera de su reloj, mostrándoselo a los recién llegados, con el dedo corazón, haciendo que éste último se viera bien-. Rufus es un hombre muy ocupado ahora mismo y no tiene tiempo para ceremonias. Lo mismo puedo decir de Jacobi.
- Lo siento, tío, pero fue Garrison el que se retrasó –Larry sacó la excusa rápidamente para evitar el enfado de compañero.
- Ni “peros” ni hostias en vinagre –sentenció el veterano-. Pudiste haberme llamado para que fuera yo mismo a arrancar a este cabroncete creído de su cuna meada.
Dawssen murmuró por lo bajo un par de improperios más para asegurarse de haber inyectado un poco de culpabilidad en ambos chavales. Larry bajó la mirada, como si buscara algo de comprensión en la punta de sus pies. En cambio la sonrisa insolente de ‘Grim’ no se alteraba lo más mínimo. Durante un instante Peres tuvo el antojo de curtir el bello rostro del gilipollas engominado a base de patadas. Por suerte, fue pasajero.
- Bueno, pasemos al bautismo –hundió la punta del pitillo en el cenicero plateado de una papelera y continuó-: Se te ha asignado, James Allen Garrison –la sonrisa del aludido se disolvió un poco al oír su segundo nombre-, la patrulla intensiva dentro del grupo de los veteranos, oficio que sólo desempeñan aquellos agentes de Turk que gozan del mérito de ser de plena confianza a la empresa ShinRa y desempeñan su trabajo con eficacia y firmeza. Temporalmente trabajarás bajo el mando de Dawssen Peres -o séase, yo- y Lawrence St. Divoir –a tu derecha-, quienes supervisarán tu labor inicial hasta que se asigne un nuevo compañero. En resumen, que somos tus niñeras hasta que asciendan a otro al que tú puedas dar por culo. ¿Ha quedado claro?
- Como el agua –confirmó ‘Grim’.
- Bravo por tus neuronas. El turno intensivo comenzó hace quince minutos y tenemos que ir cagando leches hasta el sector 6. ¿Lleváis kevlar?
Larry y Jim se golpearon el pecho al unísono, haciendo resonar los chalecos antibalas que cubrían sus camisas. Satisfecho, Peres se incorporó.
- En marcha, pues.
- Un momento, jefe –Garrison dio un paso al frente y le mostró el paquete alargado-. Un presente.
A continuación extrajo del envoltorio una botella de vidrio y se la entregó a Dawssen. Éste observó la etiqueta de la bebida y fulminó al novicio con la mirada. Agarró el cuello del litro y medio de Dranoff y rompió el culo de la botella contra la pared, dejando en su mano un improvisado instrumento cortante. Empujó a Jim contra las puertas del ascensor y lo acorraló con la botella rota en ristre, acercándosela peligrosamente a la cara del mozo, que temblaba de la cabeza a los pies. Regueros de licor incoloro descendían por el brazo del Turk, empapando las mangas del uniforme.
- Tienes un buen par de cojones, subnormal, queriéndome regalar el vodka por el que le pegaste un tiro a Liam.
A la memoria de Jim volvió la escena etílica en la que había visto los ojos glaucos de Dawssen y se había sentido con el valor suficiente para hacerle el corte de mangas. El impulso del miedo lo tiraba hacia atrás, pero no había escapatoria posible frente al terco veterano, que le susurró:
- Y ya no hablemos del desastre del baño.
Lo sabía. El chiflado lo sabía. ‘Grim’ no había vuelto a pensar en esa chica -¿Cómo se llamaba?- del aseo de señoras del Highlander Cavern. ¿Por qué coño le daban tanta importancia a esa gorda penosa? Pedía a gritos que acabara de una vez con su mugrienta vida. Del olvido alcohólico brotó el fuerte aroma de la pólvora, el triunfo del plomo sobre la carne y el vértigo previo al empuje del gatillo. Pronto lo disipaba el olor de la mezcla de sangre y mierda que volvía a taladrarle el tabique nasal.
No era el momento. El aliento de Dawssen levantaba su flequillo de platino y ya notaba la primera gota de sudor frío corriendo por su frente. Peres se mordió el labio inferior, reprimiéndose, y rió.
- Tienes suerte de ser el ojito derecho de Jacobi –dicho esto le propinó tal rodillazo en las pelotas que ‘Grim’ vio millones de puntos luminosos revoloteando alrededor de sus ojos.
El joven Turk cayó al suelo de rodillas, cubriéndose la entrepierna con ambas manos y aguantando como podía las ganas de vomitar. El veterano soltó el resto de la botella, que se hizo añicos al colisionar contra el piso, y saltó graciosamente por encima ‘Grim’ para entrar en el ascensor. Atónito, Larry miraba la agonía del posible eunuco, se volvió un momento hacia su superior:
- ¿Qué coño haces?
- Ir al sector 6. Os espero delante del cuartel.
- No vas a ningún lado sin mi coche, tío.
- Lo siento, pero te tengo que dejar a cargo del chupapollas -señaló la figura encogida de Jim-. Haz cuentas: Tienes un biplaza y somos tres. Voy en moto.
Larry no daba crédito a eso último.
- ¿Desde cuándo tienes...?
- Desde mucho antes de que corretearas por los huevos de tu padre, chaval –pulsó el botón del parking y lo último que vio antes de que se cerraran las puertas fue a un resignado Larry St. Divoir girando sobre sus talones para echarle un vistazo, entre divertido y preocupado, a Jim Garrison, que juraba entre dientes desde el suelo de piedra pulida.

Decenas de pisos más abajo, bajo una gruesa capa de lona, dormitaba una máquina de gran cilindrada que minutos más tarde rugiría ensordecedoramente abriéndose paso sobre el asfalto de la autopista.

12 comentarios:

Paul Allen dijo...

Advierto que esta es sólo la primera parte. Mañana edito y ya os pongo el desenlace, que tengo que irme a chapar.
Os recomiendo buscar información sobre las figuras mitológicas que he aludido, puede que os ayude a comprender mejor esta simbólica declaración de principios de Grim.
Por cierto, si notáis la lectura un tanto pomposa, sabed que me he inspirado, mayormente, en textos clásicos (sí, incluso en las partes guarras).
Sobre los alucinógenos: Niños, lo lo intentéis en casa.
PD: Quien descubra los dos grupos musicales ocultos se lleva un premio.

Lectora de cómics dijo...

Metallica y Led Zeppelin, supongo XD

De momento me está gustando así que supongo que el resto también me gustará. Grim es un capullo pero se me antoja simpático después de todo, sólo a él se le ocurre darle una paliza de muerte a su alucinación después de follársela XDDD

Y también me gusta porque profundizas no sólo en él si no en las personas que lo rodean. Chachi.

Zackal se quedará sin internet XDDDDD se me olvida que aún son unos críos.

Gambatte kudasai oni-san!

Astaroth dijo...

Espero con ansia la segunda parte. Aunque el principio del todo no lo he entendido muy bien: ¿Se supone que están hablando de la matanza del sector 6?

Lectora de cómics dijo...

Supongo que sí si está hablando de Yvette ·3·

Lectora de cómics dijo...

Por cierto, un detalle nada más, los piercing suelen ser de titanio, es resistente, ligero y no se oxida. También podría ser de plata pero de hierro me parece un poco salvajada XD
Lo digo porque tuve pearcing y tengo las orejas agujereadas XD

Ukio sensei dijo...

Joer... Como se nos apunte el Kite a Ortigueira, la psicotropía va a desbordar. Voy a darle un toque a Sinh para que escriba.

PD: Me ha molado, y me gustó el detalle de que recordases Puppeteer of Humans.

Lectora de cómics dijo...

Ukio melón, que no está terminao.

Paul Allen dijo...

Editado, terminado y corregido. Ya me contaréis.

Sobre los grupos musicales: Medio punto para Noiry. Ha acertado Led Zeppelin, pero le queda el otro, que está escondido en el título del disco de los Puppeteer (que no son invención mía, sino de Ukio, que sí sabrá del origen del nombre). Y otra cosa, big sister. Gracias por el detalle del piercing, que el gazapo me ha dejado con el culo al aire.

Y, Astaroth, he cambiado un poco e principio para que se viera que precisamente hablan de dicha masacre. A ver qué opinas.

Más arriba se confirma que Ukio NO lee los comentarios.

Astaroth dijo...

Buen final, pardiez. No he comprendido muy bien algunos puntos, pero eso ya es más culpa mía por no conocer toda la historia.

El principio, a mi parecer, ha quedado perfecto, queda bastante conciso.

Buen relato. Muy buen relato.

Lectora de cómics dijo...

como te sales capullo XDDD
Me encanta cómo escribes, en serio, tan elegante y con esos toques de humor ácido.
Ni que decir tiene que el combo Grim/Larry no me lo imaginaba ni por asomo, vaya par de... tres, porque Dawssen es otro que tal baila xD
Está genial, empieza una nueva aventura para nuestros amigüitos :3

Ukio sensei dijo...

A estas alturas ya deberías saber que Sinh trabaja por inercia. Aparte, llevo un mes intentando contactar con él para resolver temas de EMDLO, pero no hay rajada manera.


Pupeteer of Humans era por Master of the Puppets, de Metallica, mezclado con algún rollo emo de mierda, así que tiro por My Chemical Emo por la "gran" canción que sus sectarios se empecinan en poner en el Sham Rock: The Black Parade. (Yo, como buen gallego, lo llamaría "The black parede", por el sitio donde tenían que acabar todos).


Más cosas: He esperado meses para encontrarme con el regreso triunfal oficial del duo Peres/Sr.Divoir, y la verdad es que el resultado te ha hecho merecedor del halago que más ansío para mí:

Eres un jodido y genial hijo de puta.


PD: Parede es pared en gallego. A ver si lo pilláis.

Paul Allen dijo...

Tal que sí. "The Blackened Array" era por el tercer disco de Mi Amor Químico, para que tengáis en cuenta los gustillos de Grim.

Bah. No es pa' tanto. Gracias mil, camaradas.